Misisipi sigue ardiendo: historias de violencia racista

Autor: Salvador Giné

Fuente: La Vanguardia 05/06/2020

La muerte de George Floyd como resultado de la violencia policial es la última en una lista abrumadoramente larga y demasiado presente en la actualidad estadounidense. La tradicional impunidad de los que atentan contra sus conciudadanos por motivos racistas retrotrae a episodios tristemente célebres, como el caso MIBURN, un triple asesinato cuyo instigador tardó cuarenta años en ser juzgado.

En 1964, la población negra de Estados Unidos era de 20 millones de personas, el 11% del total. El 60% se encuentra en el sur, en los antiguos estados esclavistas , y casi la mitad subsiste por debajo del umbral de pobreza. La segregación racial, teóricamente abolida, está bien presente. En el estado de Misisipi, solo 57 niños de color asisten a colegios de blancos, y el acceso a la universidad les está socialmente vetado.

Pero es en el plano electivo donde se perpetúa de forma más patente el dominio de los blancos. Impedir que los negros voten y accedan a cargos de autoridad es la mejor manera de obstaculizar la efectiva igualdad social. La oligarquía blanca de Misisipi emplea brechas legales que, mediante métodos “civilizados”, traba el acceso al voto a los escasos osados que quieren ejercer su derecho.

Muchos locales, como este cine de Misisipi, tenían una entrada secundaria para los negros.
Muchos locales, como este cine de Misisipi, tenían una entrada secundaria para los negros. (Library of Congress / Wikipedia)

Para revertir esta situación, a principios del año siguiente, algunas asociaciones, como la NAACP (Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color) y después el COFO (Consejo de Organizaciones Federadas) y el CORE (Congreso para la Igualdad Racial), inician campañas de preparación y concienciación para que la población negra asuma como propio el derecho al voto.

La movilización

Estas asociaciones, además de asesorar sobre los derechos individuales y de voto a los residentes negros, organizan clases de alfabetización con profesores voluntarios. Los cursos se imparten en las iglesias, que se convierten en las llamadas Freedom Schools, “Escuelas de Libertad”.

Todo ello confluye con un resurgimiento del Ku Klux Klan , que fija su objetivo en eliminar de raíz cualquier intento de formación de los negros. Con la connivencia de las autoridades locales y del estado sureño, los actos de amenaza del KKK son extremadamente violentos, desde palizas hasta el asesinato.

A principios de 1964, el COFO prepara el Mississippi Freedom Summer, el “Verano de la Libertad de Misisipi”. Pide a las asociaciones homónimas de los estados del norte que envíen a unos ciento cincuenta abogados y a cerca de un millar de estudiantes voluntarios para extender las Escuelas de Libertad a un mayor número de iglesias.

Esta iniciativa se verá frenada por la violencia de los White Knights (“Caballeros Blancos”), un grupo del KKK. El COFO reduce la cifra de voluntarios y se ciñe, por seguridad, a las ciudades más grandes.

Un fatídico viaje

El clan de los White Knights vive su momento álgido precisamente en 1964, cuando alcanza en torno a siete mil miembros. Formado por blancos extremistas de clase media-baja, el clan se dedica a apalear a asistentes a los cursos y quema numerosas iglesias.

A los pocos días de llegar a Meridian, Schwerner recibe las primeras amenazas del KKK

Ante la pasividad de la policía del estado, el Departamento de Justicia obliga a intervenir al FBI, la agencia federal de investigación. La presencia del FBI no detiene los ataques a los templos, pero servirá para investigar el asesinato de tres voluntarios, un suceso que conmociona a todo el país.

Respondiendo a la petición de voluntarios, en enero de 1964 llegan a Misisipi el sociólogo Michael Schwerner, un neoyorquino blanco de 24 años, y su esposa. Schwerner, contratado por el CORE para organizar cursos, se establece en Meridian. A los pocos días recibe las primeras amenazas del KKK.

La ciudad de Meridian, en Misisipi, donde tendría lugar el juicio por la desaparición de Chaney, Goodman y Schwerner.
La ciudad de Meridian, en Misisipi, donde tendría lugar el juicio por la desaparición de Chaney, Goodman y Schwerner. (Michael Barera / CC BY-SA 4.0)

Entre los voluntarios destinados a Meridian figura el también neoyorquino Andy Goodman, un estudiante blanco de Ciencias Políticas de 20 años. Junto a ellos trabaja el local James Chaney, un negro de 21 que, siempre a la luz del día, les acompaña en sus desplazamientos fuera de la ciudad.

A finales de mayo, los tres se desplazan a una iglesia en Longdale para iniciar los cursos. Tres semanas más tarde, los asistentes son apaleados y, por la noche, el edificio es quemado por el KKK. Los White Knights también buscan a Schwerner, pero no se encuentra allí.

Es un montaje: liberar a los tres jóvenes para tenderles después una emboscada homicida

El 21 de junio, Schwerner, Chaney y Goodman visitan los restos de la iglesia. Después deciden volver a Meridian, pero su vehículo es visto por Cecil Price, ayudante del sheriff del condado de Neshoba y simpatizante del KKK, que les sigue. Chaney, al volante, ha sido instruido para no detener el coche en lugares apartados ni por indicación de policías blancos. Acelera, pero al final no tiene más remedio que parar.

Es detenido por infringir el límite de velocidad, y Schwerner y Goodman, por “sospechosos”. Los tres son encerrados en la comisaría de la pequeña localidad de Philadelphia. Por la noche son puestos en libertad y enfilan los 60 km hasta Meridian. Es un montaje del KKK: liberarles para tenderles una emboscada homicida en una carretera solitaria.

El día siguiente, la dirección del CORE comunica la desaparición del trío al FBI, que encuentra el vehículo, vacío y calcinado, entre unos cañizales. Las amenazas de muerte contra Schwerner hacen presagiar un complot criminal del KKK. El FBI bautiza la investigación como MIBURNMississippi Burning, expresión que Alan Parker utilizó para dar título a su película sobre el tema, aquí llamada Arde Mississippi.

El caso MIBURN

Los enviados del FBI interrogan a unos quinientos testigos, incluidos el ayudante del sheriff Cecil Price y el propio sheriff, Lawrence Rainey, así como Edgar Ray Killen, líder local del KKK. Decenas de periodistas y equipos de televisión llegan a la zona. El presidente Lyndon B. Johnson pide al FBI el máximo esfuerzo en la investigación.

Pero esta no avanza. El miedo paraliza a los testigos blancos. En ese entorno rural todos se conocen. Aun así, alguien informa a la agencia. Los cuerpos están enterrados cerca de una presa. El FBI encuentra una parcela en la que aparecen, a cuatro metros de la superficie, los tres cadáveres. Schwerner y Goodman tienen una bala incrustada en el tórax; Chaney, tres.

Cartel del FBI denunciando la desaparición en 1964 de Andrew Goodman, James Chaney y Michael Schwerner.
Cartel del FBI denunciando la desaparición en 1964 de Andrew Goodman, James Chaney y Michael Schwerner. (Dominio público)

Cuatro meses después, el FBI detiene por asesinato a 21 sospechosos, entre ellos, al sheriff, su ayudante y varios líderes del KKK, como Killen o Sam H. Bowers, fundador de los White Knights. La detención salta a todas las portadas. El propio Martin Luther King alaba que los crímenes no queden impunes. Las expectativas se torcerán pronto.

Un juicio interminable

El estado de Misisipi no muestra interés en juzgar a los asesinos. El código penal federal no contempla el homicidio, así que el FBI acusa ante un juez federal territorial a los arrestados de conspiración por vulnerar los derechos individuales (con penas inferiores a las de homicidio), pero pocos días después la vista preliminar desestima los cargos. La resolución: “falta de pruebas”.

En 1965, el Departamento de Justicia presenta las acusaciones ante Harold Cox, juez federal de Jackson. Este decide mantener la acusación solamente contra el sheriff Rainey y su ayudante Price, y rechaza las acusaciones para el resto de encausados. El Departamento de Justicia recurre la decisión ante el Tribunal Supremo, que en 1966 anula la decisión y ordena a Cox reabrir el proceso. En este tiempo han “caído” de la lista tres miembros del KKK acusados de encubrimiento.

El sheriff Lawrence Rainey (dcha.) y su ayudante, Cecil Price, escuchan su acusación antes de ser liberados bajo fianza.
El sheriff Lawrence Rainey (dcha.) y su ayudante, Cecil Price, escuchan su acusación antes de ser liberados bajo fianza. (Bettmann / Bettmann Archive)

El juicio empieza en octubre de 1967 en Meridian ante un jurado popular. Este, cinco hombres y siete mujeres, todos blancos, aduce que no pueden llegar a ninguna conclusión. Cox les ordena que lo hagan. Al día siguiente declaran culpable a Price y a otros seis acusados. El juez les impone penas de prisión de entre tres y diez años. Es la primera condena en Misisipi de unos blancos (y miembros del KKK) por delitos contra negros.

Entre los absueltos se cuentan el sheriff Rainey y Killen, que además de líder del KKK en el condado es pastor baptista. El jurado alega que no puede culpar de asesinato al “reverendo” Killen. Según el FBI, este, de carácter furioso e impredecible, es el verdadero organizador del crimen.

Consecuencias políticas

Aprovechando la consternación por los asesinatos, Johnson acelera la aprobación de una ley impulsada por su antecesor, JFK. En julio de 1964, el presidente ratifica la Civil Rights Act (ley de derechos civiles), que prohíbe la segregación racial en los espacios públicos, y al año siguiente, el Congreso aprueba la Voting Rights Act (ley de derechos electorales), que suspende los exámenes escritos. Esta última ley se abre paso después del “Domingo Sangriento” , dura represión policial de una marcha popular de profundo impacto social.

El puente Edmund Pettus de Selma se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos civiles de los negros.
El puente Edmund Pettus de Selma se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos civiles de los negros. (Civil Rights Trail)

El asesinato de Chaney, Schwerner y Goodman sirve para instaurar nuevas leyes de igualdad social, pero en el terreno judicial todo sigue exactamente igual. Cumplida la condena, los acusados (que nunca serán juzgados por asesinato) vuelven a sus casas. Solo el paso de los años y el cambio de mentalidad social llevarán a reabrir en los años noventa varios casos que habían quedado impunes.

El proceso por el caso MIBURN no llegará hasta 2005. Un hecho trascendental cerrará muchas heridas: la acusación formal de Edgar Ray Killen por el triple asesinato. El juicio empieza el 15 de junio. El día 21, 41 años exactos después de los hechos, el jurado declara al reverendo culpable de tres homicidios.

Killen, de 80 años, escucha la sentencia del juez: 20 años de cárcel por cada homicidio

Sentado en una silla de ruedas, Killen, de 80 años, escucha la sentencia del juez: 20 años de cárcel por cada homicidio. Apelará, pero la sentencia será ratificada por un tribunal superior. Pese a su edad, el iracundo pastor conserva intacto su genio desafiante. A su entrada en prisión, un facultativo negro le examina para valorar su estado de salud. “Sr. Killen, ¿tiene usted pensamientos suicidas?”. “Antes te mataría a ti”, responde.

El reconocimiento público de las víctimas no llegará hasta 2014. El 24 de noviembre, en un acto en la Casa Blanca, el presidente Barack Obama entrega a los parientes de James Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner la Medalla Presidencial de la Libertad.

El gran mito del liberalismo: ni surgió en Inglaterra ni lo inventó John Locke

‘Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga’, por Antonio Gisbert Museo del Prado

Autor: David Barreira 

Fuente: El Español 21/05/2020

Un atrevido ensayo cuestiona la tradición anglosajona de esta doctrina y señala que EEUU se apropió de ella, transformando sus principios originales, a mediados del siglo XX. 

Uno de los primeros vestigios documentales que hacen referencia a la palabra liberalismo se encuentra en un ejemplar de un periódico gallego, El Sensato, publicado a principios de julio de 1813, cuando la Pepa llevaba vigente algo más de un año. El articulista anónimo, seguramente un clérigo, lo define como «un sistema inventado en Cádiz en el año 12 del siglo XIX, fundado en la ignorancia, absurdo, antisocial, antimonárquico, anticatólico y exterminador del honor nacional». Más allá del alegato reactivo contra lo que la propaganda antiliberal consideraba una nueva forma de herejía, unas ideas subversivas procedentes de Francia, habitual durante toda la década, la mención constituye una valiosa prueba sobre las raíces de esta doctrina en España.

El partido liberal español, poco después de la invasión de las tropas de Napoleón, había instaurado las Cortes de Cádiz y promulgado una constitución que reconocía la soberanía nacional, la separación de poderes o el derecho a la libertad personal. Era un sistema enormemente radical para la época, y adelantó en el baremo democrático a países como Gran Bretaña o Estados Unidos, aunque poco después sería cercenado por la restauración —y la represión— fernandina. También en Suecia una formación de ideas similares había derrocado en 1809 al rey Gustavo IV Adolfo. La escritora Madame de Staël se mostraba jubilosa por el «impulso liberal» que estaba recorriendo Europa occidental.

Esta mujer y su marido, el político y filósofo Benjamin Constant, son según Helena Rosenblatt, profesora de Historia en el Graduate Center de la Universidad de Nueva York, los verdaderos padres del liberalismo. Un conjunto de ideas, dice en su obra La historia olvidada del liberalismo (Crítica), que buscaba consolidar y proteger los principales logros de la Revolución francesa, salvaguardándolos y protegiéndolos de las fuerzas extremistas, ya fueran de la izquierda o de la derecha, de arriba o de abajo. Sus esperanzas y «principios liberales» fueron truncados por el auge de Napoleón en Francia, pero prendieron en otros lugares, como el país vecino del sur.

‘La promulgación de la Constitución de 1812’, obra de Salvador Viniegra.

«España jugó un papel central en la historia del liberalismo, pero rara vez se reconoce», asegura Rosenblatt por correo electrónico a este periódico. «Los principios de su constitución no solo fueron discutidos en Europa, sino también en la India y Filipinas, mientras que en Sudamérica inspiró los movimientos independentistas. Cuando fueron anulados, muchos liberales españoles huyeron a Inglaterra y allí se unieron a una corriente internacional que continuó expandiendo estas ideas. Temerosos de los españoles, los tories más destacados intentaron estigmatizar a sus adversarios whig llamándolos ‘liberales británicos’.

Entones, ¿qué sucede con la enseñanza canónica que identifica al liberalismo como una tradición angloestadounidense y a John Locke como su padre? «Esto es un mito inventado a mediados del siglo XX», lanza tajante la historiadora. La versión más extendida señala que este sistema nació en Inglaterra y se expandió a Norteamérica en el siglo XVIII, donde sus principios fueron consagrados en la Declaración de Independencia y en la constitución de EEUU. Pero no es así: «A lo largo del siglo XIX, el liberalismo fue considerado, para bien o para mal, una doctrina francesa, asociada a los principios de la Revolución. En Inglaterra y EEUU la palabra liberal, en un contexto político, a menudo se deletreaba con una ‘e’ al final (‘liberale’) o en cursiva para indicar su extranjería y advertir de sus peligros», explica Rosenblatt.

Los orígenes

En su atrevida y rompedora obra, la historiadora reconstruye la evolución del término «liberal» —además del de «liberalismo»— desde la Antigüedad hasta nuestros días. La palabra deriva del término latino liber, que significa tanto «libre» como «generoso», y liberalis, «propio de una persona nacida libre». Y quien primero escribió sobre la importancia de ser liberal fue el gran orador romano Cicerón, que describía este espíritu en Sobre los deberes (44 a.C.) como «el vínculo de la sociedad humana», una ética fundamentalmente encomiable de la clase patricia y los gobernantes.

Portada de ‘La historia olvidada del liberalismo’. Crítica

En la actualidad el liberalismo se identifica con la libertad individual y social en lo político y la iniciativa privada en lo económico, pero durante casi dos milenios el concepto «liberal» fue algo bastante diferente. Se había utilizado, según recoge la historiadora en su ensayo, para designar las generosas concesiones de un soberano a sus súbditos o el comportamiento magnánimo y tolerante de una élite aristocrática; y consistía en exhibir las virtudes de un ciudadano, mostrar devoción por el bien común y respetar la importancia de la conexión mutua.

Esa gran transformación ideológica, además de reivindicar al Locke como el padre fundador de la doctrina, sucedió a mediados del siglo XX. ¿Cómo y por qué? «El cambio se produjo a raíz del ascenso de EEUU al estatus de superpotencia durante las dos guerra mundiales y la Guerra Fría —responde Helena Ronsenblatt—, cuando se hizo imprescindible distinguir sus valores de cualquier variante de totalitarismo, bien fuese el fascismo, el nazismo o especialmente el comunismo. El liberalismo fue entonces reconfigurado: los derechos individuales y sobre todo los de propiedad se enfatizaron como nunca se había hecho. Todo lo que oliese a ‘colectivismo’ fue formalmente rechazado».

El futuro

La palabra liberalismo, como revela el ejemplo introductorio, no comenzó a emplearse hasta principios del siglo XIX. Sus principios —libertad de pensamiento, separación del Estado y la Iglesia, divorcio, libertad sexual—, lógicos para el siglo XXI, fueron entonces calificados de provocativos. «Creo que nos hemos olvidado de lo peligroso que era ser liberal«, reflexiona la historiadora. «Fueron censurados, exiliados, encarcelados e incluso ejecutados por sus creencias. Cuando luchaban por la libertad religiosa les llamaban ateos; por la de prensa, anarquistas; y cuando defendieron el divorcio les acusaron de querer destruir la familia. La ideología fue tildada de veneno o incluso adoración al diablo».

Rosenblatt, preocupada por la pérdida de confianza en la democracia liberal y el auge de su antítesis, la «democracia iliberal» —como la de Viktor Orban en Hungría, o incluso algunos rasgos de los EEUU de Donald Trump—, y los populismos, cree que se han perdido valores liberales esenciales: «Me temo que nos hemos vuelto demasiado individualistas. Hay demasiado énfasis en los derechos, opciones e intereses individuales y no tanto en la comunidad y la ciudadanía. El gran teorista liberal, Alexis de Tocqueville, dijo que el individualismo era otra palabra para el egoísmo. No estoy diciendo que los derechos individuales no sean importantes, pero se necesita un cierto equilibrio. El liberalismo tiene los recursos para salvarse y emerger más fuerte si aprende de su propia historia». Su próximo reto: adaptarse a los cambios que provoque el coronavirus en nuestras sociedades.