La Belle Époque no era tan “belle”

El asesinato en un atentado del archiduque Francisco Fernando de Austria y su mujer desencadenó la Primera Guerra Mundial.
 Dominio público

Autor: FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

Fuente: La Vanguardia 18/12/2020

El terrorismo internacional no es un invento de nuestra época. A finales del siglo XIX, el mundo se vio sacudido por una sucesión espectacular de atentados, en aquel momento de signo anarquista. Tendemos a pensar en la Belle Époque como un tiempo feliz lleno de arte y glamur. En realidad, el esplendor de esta época legendaria tenía el reverso de las espantosas desigualdades sociales que se vivían en ciudades como Londres o París.

En la capital del Sena, los trabajadores vivían en barrios insalubres en los que el impacto de las enfermedades era muy superior al que sufrían las zonas más ricas. En el caso de la tuberculosis, esta desproporción era de 5 a 1 entre el distrito XX y el de la Ópera. La salud de los proletarios era mucho más frágil, algo lógico, puesto que para ellos conseguir una alimentación digna suponía una aventura épica.

Vivían inmersos en una constante incertidumbre, sin perspectivas de futuro. No había suficientes escuelas para sus hijos, pero contaban, eso sí, con infinito número de tabernas en que ahogar su desesperación con la bebida. Cuando no había manera de llegar a fin de mes, algunas mujeres no veían otro camino que el de la prostitución esporádica.

La vivienda constituía otro problema grave. En los suburbios de las grandes urbes, la gente se amontonaba en chabolas que edificaban de un día para otro.

'Al alba', cuadro de Charles Hermans.
‘Al alba’, cuadro de Charles Hermans. Dominio público

La brecha social se muestra bien en A l’aube (“Al alba”), el impactante lienzo de Charles Hermans, de 1875, conservado en el Museo de Bellas Artes de Bruselas. Un hombre con frac y sombrero de copa, ostensiblemente borracho, sale de un local. Le acompañan dos mujeres, atraídas no tanto por él como por su cartera. A la izquierda de la pintura, una familia proletaria les contempla en silencio. El mensaje del artista no puede ser más claro: mientras a unos les sobra el dinero, otros no tienen qué comer.

“Propaganda por el hecho”

Ante la magnitud de las injusticias, un sector del movimiento anarquista vio en la violencia una solución. La revolución iba a llegar, supuestamente, a través de la denominada “propaganda por el hecho”. Determinados periódicos libertarios apostaron por una apología directa de los métodos más contundentes.

Los trabajadores protestan al dueño de la fábrica, en el cuadro 'La huelga', por Robert Koehler, 1886.
Los trabajadores protestan al dueño de la fábrica en el cuadro ‘La huelga’, por Robert Koehler, 1886. Dominio público

Fue en este ambiente de crispación cuando un joven de apenas veintiún años, Émile Henry (1872-1894), lanzó un explosivo en el café Terminus de París. Era la primera vez que un libertario atacaba a personas corrientes, que no eran representantes del poder político militar. Para Henry, solo contaba su pertenencia a la burguesía. Pensaba que ningún miembro de esta clase social era inocente de la explotación de los trabajadores.

Henry buscaba rebelarse contra la tiranía del capitalismo, pero también quería asegurarse un lugar en la posteridad revolucionaria. De ahí que en ningún momento intentara defenderse para escapar a la pena de muerte.

Estado de psicosis

La sucesión de atentados anarquistas, con la muerte de políticos como el presidente francés Sadi Carnot o el español Cánovas del Castillo, generó una psicosis mundial. Los gobiernos y los periódicos supusieron que existía una organización internacional que decidía los atentados, el denominado “club de la dinamita”, que solo existía en la mente de los creadores de teorías conspiratorias.

Los poderosos veían por todas partes a escurridizos anarquistas portadores de explosivos, un estereotipo como el que utilizaría Joseph Conrad en su novela El agente secreto (1907). La prensa, con sus exageraciones sensacionalistas, contribuyó poderosamente a la propagación del pánico.

Ilustración del asesinato de Cánovas del Castillo en un libro de la época.
Ilustración del asesinato de Cánovas del Castillo en un libro de la época. Terceros

En Francia llegó un momento en que los más acomodados se lo pensaban dos veces antes de acudir al teatro o a un restaurante caro. Nadie sabía cuándo los “dinamiteros” podían entrar en acción.Lee también

En realidad, los militantes libertarios funcionaban a través de pequeños grupos sin conexión entre sí. No poseían, como señala el historiador John Merriman en su reciente libro El club de la dinamita (Siglo XXI), “una organización real ni unos líderes capaces de controlar a sus fieles”. Esta forma de proceder era coherente con sus principios filosóficos, en los que la autonomía del individuo constituía una prioridad.

En París, las fuerzas de orden tuvieron prácticamente carta blanca para actuar según su criterio y capricho

Los datos objetivos daban igual: la maquinaria represiva de los Estados no tardó en ponerse en marcha. La policía multiplicó a sus agentes encubiertos, incrementó los fondos para delatores, detuvo a gente con razón o sin ella. Se promulgaron leyes que limitaban las libertades en nombre de la seguridad pública, con lo que se desencadenaron todo tipo de abusos. Hasta contar un chiste se volvió peligroso. En París, las fuerzas de orden público tuvieron prácticamente carta blanca para actuar según su criterio y capricho.

Tantas medidas de excepción, pensadas para combatir una amenaza formidable, contrastan con el carácter muy modesto de la violencia anarquista, apenas un arañazo en la dura piel del capitalismo. En la década de 1890, un máximo de 60 personas murió en todo el mundo a consecuencia del terrorismo libertario.

Dibujo del anarquista Auguste Vaillant, quien atentó contra la Cámara de los Diputados francesa en 1893.
Retrato del anarquista Auguste Vaillant, que atentó contra la Cámara de los Diputados francesa en 1893. Dominio público

El promovido por el Estado resultaba incomparablemente más letal, en una proporción de 260 a 1, tal como relata Merriman. Así, además de contribuir a alimentar el odio, la brutalidad de las autoridades favorecía una espiral de acción-reacción que solo contribuía a multiplicar los atentados.

No faltaron, desde luego, los que vieron como héroes a Émile Henry y otras figuras similares. Sin embargo, una inmensa mayoría de anarquistas condenó su recurso a la violencia ciega: matar a inocentes no era el mejor camino para cambiar el mundo.

No obstante, de forma previsible, eso no impidió que las clases acomodadas redujeran el pensamiento libertario, sin el más mínimo matiz, a una simple apología del asesinato y del robo. Satisfecha de sí misma, la burguesía biempensante no contemplaba reformas, sino cárceles y ejecuciones para los disidentes.

Cuando el Gran Hermano espió a Orwell

George Orwell (el más alto al fondo a la izquierda), cuando formaba parte de la milicia del POUM en 1937 en Barcelona 
 Centelles

Autora: Leonor Mayor

Fuente: La Vanguardia 28/11/2020

Winston Smith vive vigilado por el Gran Hermano, el único ser humano al que se le permite amar, al que tiene que adorar. Napoleón es uno de los cerdos que propician la revolución que permite derrocar al granjero Jones e instaurar un orden nuevo en el que todos los animales son iguales… hasta que dejan de serlo. Rebelión en la granja y 1984 fueron en buena parte resultado del paso de su autor, George Orwell, por la Barcelona de 1937 en plena Guerra Civil cuando «la gente con conciencia política estaba mucho más pendiente de los enfrentamientos internos entre anarquistas y comunistas que de la lucha contra Franco».

El propio Orwell, que por entonces aún no era Orwell sino Eric Arthur Blair, fue espiado por el estalinismo en esos intensos meses de abril y mayo del 37, que ahora revive el periodista e historiador Giles Tremlett en Las Brigadas Internacionales (Debate). “Orwell tenía la ventaja de ser un simple soldado voluntario y, por tanto, no era uno de los pesos pesados entre los trotskistas extranjeros”, explica Tremlett a La Vanguardia. Aunque “corrió riesgo”, ese anonimato pudo salvar la vida del escritor, pero no evitó que algunos informes sobre sus andanzas en España elaborados por el espionaje ruso, el NKVD, y el servicio de inteligencia militar de las Brigadas Internacionales llegasen a Moscú.

Portada libro 1984 de George Orwell
Portada libro 1984 de George Orwell  Terceros

Tremlett recuerda que “la experiencia española es el germen tanto de 1984 como de Rebelión en la granja y de Homenaje a Cataluña”. Y agrega que Orwell era consciente de que el Gran Hermano Stalin le estaba vigilando, lo que precipitó su huida de España, aunque “desconocía los detalles” de ese espionaje. El escritor había elegido amistades peligrosas. En su mayoría pertenecían al POUM, una formación antiestalinista y filoanarquista, en la que Orwell no llegó nunca a militar, pero que estaba apoyada por el Partido Laboralista Independiente (ILP), que era a ojos del autor británico la única fuerza «que aspira a algo parecido a lo que yo considero el socialismo”.Lee también

FÈLIX BADIA

Fotografía oficial de Stalin con Nikolai Yezhov y, a la derecha, la misma foto retocada tras su ejecución.

Su simpatía por el POUM llevó a Orwell a coger “un fusil y varios cargadores de munición”, que le facilitaron los anarquistas en el hotel Falcón de las Ramblas, y a participar en los combates en que se sumió la ciudad aquella primavera de 1937. “Enviaron a Orwell a la parte alta de las Ramblas, al tejado del teatro Poliorama, para defender desde allí la sede del POUM, que estaba situada enfrente (…) Pasó tres noches allí. El único disparo que efectuó fue para detonar una granada de mano que había caído rodando sobre la acera”. Salió ileso de esa experiencia y regresó al hotel Continental, pero cuando acabaron los enfrentamientos, que dejaron 218 muertos, Orwell ya no era el mismo y “cada vez que alguien llamaba a la puerta de su habitación, instintivamente echaba mano de la pistola”.

George Orwell Terceros

Orwell, que estaba destinado en el frente de Aragón, había pasado esos días tan ajetreados en Barcelona durante un permiso. Después volvió a las trincheras y, el 20 de mayo, le alcanzó el disparo de un francotirador. También en esta ocasión sobrevivió, pero la guerra ya se había convertido en una pesadilla. Le enviaron de nuevo a Barcelona, al hospital, e “hizo planes para salir de España cuanto antes”, señala Tremlett en el capítulo de Las Brigadas Internacionales titulado Sabotaje a Cataluña. El propio escritor confesó que “sentía un deseo abrumador de alejarme de todo. Del horrible clima de sospechas y odios políticos, de las calles atestadas de hombres armados, de los tanques aéreos, las trincheras, las ametralladoras. Los tranvías chirriantes, el té sin leche, la cocina aceitosa y la escasez de cigarrillos”.

Para entonces, el Gran Hermano ya se había puesto en marcha. “Habían empezado a espiarlo”. “Entre los que seguían a Orwell había varios brigadistas internacionales que habían sido destinados al siniestro servicio secreto de Stalin, el Naródny Komissariat Vnútrennij Del (NKVD, Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), cuyos jefes en España eran Alexandr Orlov y Naum Eitingon”. Esta organización reclutaba a brigadistas “diestros en el combate y dispuestos a entregar su vida por la causa”. Eran elegidos que “se alegraban de espiar, mentir o asesinar por el mismo ideal”. Se sometían a entrenamiento en escuelas de formación para guerrilleros. Uno de ellos, David Crook, “un judío londinense e izquierdista educado en una escuela elitista británica”, sería el encargado de seguir al futuro autor de 1984.

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Tras instalarse en un hotel del Paseo de Gracia, Crook “se hizo pasar por un veterano desencantado convertido en periodista”, se afilió al sindicato de Artes Gráficas de la CNT y convirtió los hoteles Falcón y Continental en “su coto de caza”. “Allí robaba documentos, escribía sus informes y luego los pasaba en cafeterías o en lavabos del hotel, metidos entre las páginas de los periódicos, a su coordinador, un irlandés al que llamaban Sean O’Brien”. Los británicos del Falcón, como Orwell, “resultaron un objetivo sencillo”. Acostumbrados a las largas comidas y a las siestas españolas, “no solían volver hasta pasadas las cinco de la tarde”. Esos horarios facilitaron mucho la labor del espía soviético quien durante esas horas robaba documentos y los llevaba “al piso franco de la NKDV que regentaba una pareja de alemanes de mediana edad en la calle Muntaner”.

Crook devolvía luego los documentos y así culminaba su espionaje. Pero también encontró otras maneras de saber de las idas y venidas de los antiestalinistas. Forzó que lo detuvieran y lo metieran en una celda con amigos de Orwell con los que convivió durante nueve días. Tremlett relata que “no encontró prueba alguna de que estuvieran conspirando”, pero “eso no le provocó ningún malestar”. Y el propio espía reconoció que “a los ojos de los seguidores de Stalin (incluido yo mismo) […] los poumistas eran trotskistas y estaban ayudando al fascismo”. Sus informes sirvieron para poner en marcha la maquinaria represora del régimen soviético: secuestros con rumbo a Moscú de los que nunca se volvía o el horno crematorio de la checa de la NKVD en Barcelona fueron el siniestro destino de algunos de los simpatizantes del POUM.

Stalin.  Terceros

Pero la sangre no llegó al río en el caso de Orwell. Crook no pudo hallar nada que comprometiera al escritor. Sí informó de cuestiones relativas a su mujer, Eillen Blair, que no eran más que un puro chismorreo. “Un informe sobre Blair que acabó en los archivos de seguridad de las Brigadas Internacionales afirmaba que la esposa de Orwell mantenía una relación íntima con [George] Kopp [el robusto comandante belga de Orwell]”. No se sabe si Eillen llegó a ser consciente de que su vida íntima se estaba aireando en alguna oficina de Moscú, pero sí estaba al tanto de que era objeto del espionaje comunista y tuvo ocasión de alertar a su marido.

Tras volver de nuevo de Aragón para recoger el alta médica y nada más entrar por la puerta del Continental, Orwell “se sorprendió al recibir un abrazo teatral de su esposa Eillen, que le siseó al oído. “¡Sal de aquí pitando!”. Durante su ausencia, el POUM había sido ilegalizado y muchos de sus amigos estaban en la cárcel. Habían hecho redadas en oficinas y hospitales, para luego clausurarlos. Andreu Nin [el líder del partido], tras negarse a firmar una confesión al estilo moscovita, fue asesinado en secreto (…) Policías de paisano irrumpieron en la habitación de hotel de los Blair, de la que se llevaron un diario y recortes de prensa y llegaron a incautarse de la ropa sucia de Orwell”.

La esposa de Orwell, Eillen Blair, le alertó de que ambos estaban siendo vigilados por los soviéticos, lo que precipitó su huida a Francia

Las noches siguientes, Orwell durmió entre las ruinas de una iglesia y en un edificio abandonado. “Al cabo de dos días, él y Eileen cruzaron la frontera con Francia en tren, sentados en el vagón comedor de primera clase –que acababan de reintroducir en los ferrocarriles españoles- fingiendo ser turistas británicos con posibles. Sus nombres aún no figuraban en ninguna lista de la policía de fronteras, por lo que, después de seis meses en España, Orwell volvía a estar en Francia”.

Fue medio año difícil, pero Tremlett destaca que “a pesar de todo, sus experiencias en España vacunaron a Orwell contra toda clase de totalitarismos. No solo dieron lugar a Homenaje a Cataluña (de la que solo se vendieron 900 ejemplares antes de que se reeditara más de una década después), sino también a Rebelión en la granja y 1984”. El equipaje del escritor en ese tren rumbo a Francia iba cargado de unas vivencias que Orwell pudo dejar como legado para la humanidad a través de algunos de sus personajes como Winston Smith o Napoleón.

Lecciones de la guerra civil: pensar diferente enriquece

El General Millán Astray, Miguel de Unamuno, el Cardenal Pla y Deniel y Carmen Polo de Franco se despiden a las puertas de la Universidad de Salamanca tras el acto de celebración del denominado ‘Día de la Raza’ el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo, acto presidido por Unamuno. BNE -Biblioteca Digital HispánicaCC BY-NC-SA

Autor: Jaume Claret

Fuente: theconversation.com 16/07/2020

Mientras dure la guerra es una de las últimas exitosas aproximaciones cinematográficas a la guerra civil española. Sin entrar en el avispero de las consideraciones sobre sus valores artísticos e históricos, me gustaría fijarme en la mirada de Alejandro Amenábar sobre la curiosa tertulia conformada por el rector salmantino Miguel de Unamuno, el pastor anglicano Atilano Coco y el arabista Salvador Vila Hernández.

A pesar de sus diferencias políticas, religiosas y estéticas, el debate intelectual resultaba sugerente y adictivo para todos ellos y, cuando el fragor de la discusión desbordaba la civilidad, la amistad siempre reconducía la situación hacia el respeto y la estima. Los tres contertulios entendían perfectamente que una cosa eran las ideas y otra las personas.

Esta elemental distinción desaparece a partir de julio de 1936. La violencia ideológica y discursiva deviene violencia física, y los términos se confunden.

Así, en aquellas fechas, se publicaba en Sevilla un artículo titulado A las cabezascitado por Josep Fontana, que decía:

“No es justo que se degüelle al rebaño y se salven los pastores. Ni un minuto más pueden seguir impunes los masones, los políticos, los periodistas, los maestros, los catedráticos, los publicistas, la escuela, la cátedra, la prensa, la revista, el libro y la tribuna, que fueron la premisa y la causa de las convulsiones y efectos que lamentamos”

Y, garantizada su impunidad e incluso promovida por el nuevo poder su actuación, los verdugos se aplicaron a la tarea.

Como nos muestra la película, Atilano Coco será una de las primeras víctimas de un terror alérgico a la diferencia, al disenso, al debate, al conocimiento. De nada sirvieron las gestiones de un Unamuno que asistía anonadado a la detención y después ejecución de su amigo. Y con él y tras él, muchos más, convirtiendo Salamanca –como muchos otros lugares de la retaguardia sublevada, donde no hubo guerra, pero sí represión y violencia— en una “salvaje pesadilla”.

Justamente será en el reverso de una carta enviada por la viuda del pastor anglicano –una de entre las muchas misivas desesperadas que recibió– donde el rector salmantino anotará las líneas básicas de su intervención, no prevista, en la Fiesta de la Raza, como respuesta a las barbaridades de los discursos previos. Aquel mítico aunque quizás no literal “venceréis, pero no convenceréis” cerraba su último acto público y, aunque su figura se seguiría utilizando propagandísticamente, Unamuno fue destituido de todos sus cargos y prácticamente recluido hasta su muerte.

Revés de la carta de Enriqueta Carbonell a Miguel de Unamuno en el que escribió las notas para su intervención en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, entre las que figuran ‘Vencer y convencer’. Casa-Museo Unamuno – Universidad de Salamanca

Más cruel fue aún el destino de Salvador Vila. El tercer miembro de la tertulia salmantina –“sonriente siempre y sencillo y bueno”– desaparece del relato cinematográfico al ser detenido irregularmente. En realidad, el joven arabista fue llevado por la fuerza hasta Granada, en cuya universidad ejercía como catedrático desde diciembre de 1934 y, desde abril de 1936, como rector interino.

Precedido por su prestigio intelectual y su compromiso con la democracia y con el republicanismo de izquierdas, esta significación, junto con el hecho de ser el discípulo predilecto del ahora decantado Unamuno, significó su condena. A los 32 años, la madrugada del 22 al 23 de octubre de 1936 era ejecutado junto con 28 ciudadanos más.

No satisfechos con la sangre derramada (del poeta Federico García Lorca a ocho ex alcaldes republicanos, pasando por decenas de campesinos), las nuevas autoridades granadinas se recrearon en su ejercicio de la violencia excluyente. Así, encarcelaron a la mujer de Salvador Vila, la alemana Gerda Leimdörfer, a quien no liberaron hasta el 1 de noviembre de 1936, gracias a los buenos oficios del compositor Manuel de Falla. Sin embargo, la ‘gracia’ exigía que previamente abjurase del judaísmo –aunque provenía de una familia secularizada– y se convirtiera al catolicismo.

Con un niño de pocos meses –Ángel–, con sus padres expulsados de España, con parte del patrimonio incautado y con la incertidumbre sobre su futura suerte, la viuda tomaba el nombre de María de las Angustias, virgen patrona de Granada. Nunca más volvió a pisar suelo español.

Por fortuna, con el retorno de la democracia y sobre todo con la implicación de la profesora Mercedes del Amo, lentamente la Universidad de Granada ha recuperado la memoria de aquellos hechos y dignificado la figura de sus docentes ejecutados.

Sin embargo, hay legados de la dictadura más permanentes. La antes evocada tertulia de Mientras dure la guerra sigue siendo la excepción en nuestra sociedad. Como comentaba recientemente el politólogo Roger Senserrich, “la identificación partidista es una de las drogas más poderosas que existen”.

En la Academia, ello imposibilita la crítica pues no existe la costumbre de distinguir entre obra y autor, y todo se personaliza, cuando no directamente se cae en el compadreo paralizante o en el papel de justiciero radical. En la política, se premia al maximalista, se aplaude al polemista y se ridiculiza a quien tiende puentes, castigándose incluso la simple cortesía. Y así con todo, y así todo se empobrece.

De ahí la necesidad de romper las cómodas burbujas que habitamos y que las redes sociales simplemente han reforzado. Lo expresa inmejorablemente un grupo de intelectuales en una reciente carta abierta:

“La restricción del debate, ya sea por parte de un gobierno represivo o una sociedad intolerante, invariablemente perjudica a quienes carecen de poder y hace que todos sean menos capaces de participar democráticamente. La forma de derrotar las malas ideas es mediante la exposición, la discusión y la persuasión, no tratando de silenciarlas o desear que desaparezcan. Rechazamos cualquier falsa elección entre justicia y libertad, pues una no puede existir sin la otra”.

Evidentemente, no todos podemos acceder a una tertulia conformada por Unamuno, Coco y Vila, pero sí que está en nuestras manos algo tan sencillo como buscar voces moderadas al otro lado de la trinchera mediático-social, contrastar nuestras ideas, escuchar las suyas… Y, si es el caso, reconocerles la parte de razón que seguro incorporan y, si no la tienen, disentir civilizadamente.

Evitar la simplificación y la alergia a la diferencia se encuentra a un clic de distancia.

De los centros libertarios al exilio: la movilización política de las mujeres de Teruel en la República y la Guerra Civil

Escuela Racionalista del Ateneo Libertario de Mas de las Matas (Teruel). 1933 Archivo del Grupo de Estudios Masinos

Autora: Candela Canales

Fuente: eldiario.es 23/10/2020

  • En las juventudes libertarias se consiguió una cierta igualdad, llegando incluso a estar alguna dirigida por una mujer. En las colectividades durante la Guerra Civil, las mujeres trabajaban «sin dueño y sin amo» pero los dirigentes eran «todos varones”
  • Serafín Aldecoa recoge las historias y modos de vida de las mujeres turolenses desde 1930 hasta el final de la Guerra Civil

Palmira Pla salía de su casa para ir al centro socialista de la plaza del pueblo a principios de la década de 1930. Pero ese camino no lo hacía sola, para ir y volver al centro de forma segura, la acompañaba su amigo Feliciano Garcés «porque ella sola no llegaba a atreverse a ir a un centro socialista, si un chico la acompañaba y la llevaba y la traía, haciendo de alguna forma de portador, ella iba al centro y participaba en él, hasta se afilió a UGT y al Partido Socialista», explica el historiador Serafín Aldecoa.

Pla se hizo maestra en Teruel. Al poco de finalizar las clases de su primer curso, salió de casa un 18 de julio de 1936 con el objetivo de tomar una limonada y montar en los coches-chocantes. Tal y como recoge Víctor Juan, el director del Museo Pedagógico de Aragón, «un guardia civil amigo de su padre le advirtió que la estaban buscando, y que debía irse de la ciudad. Tenía 22 años y se sorprendió tanto como todos los que durante esos días fueron perseguidos, detenidos y asesinados. Cargada de dudas, se dirigió a la estación y subió a un vagón de un tren de mercancías que la llevó a Sagunto».

Este es uno de los ejemplos que recoge Serafín Aldecoa en sus estudios sobre las mujeres turolenses en la República y la Guerra Civil. Iba a formar parte de una charla programada para el martes 27 enmarcada en el ciclo de conferencias ‘Inesperadas. Cultura en Igualdad’ que finalmente no se podrá hacer debido a las restricciones sanitarias en Teruel.

Aldecoa repasa los modos de vida de las mujeres desde 1931 hasta el final de la Guerra Civil. Palmira Pla formaba parte de uno de los más de 40 centros instructivos republicanos que existían en el Jiloca y alrededor de la ciudad de Teruel. En estos locales se realizaban todo tipo de actividades, desde teatro a ciclos de lectura y charlas, actividades que hicieron que muchas mujeres salieran del entorno familiar.

Actas del pleno regional de las juventudes libertarias

En el Bajo Aragón estos centros tienen su auge entre 1931 y 1932, cuando aparecen también las juventudes libertarias, que eran mixtas y que realizaban giras entre los pueblos. «Una de las particularidades de estos centros instructivos es que se podía leer prensa, prensa ideologizada claro. Es un elemento interesante ya que las mujeres que no saben leer lo que hacen aquí es aprender a leer», explica Aldecoa.

Es en 1933 y 1934 cuando adquieren más relevancia las juventudes libertarias, «son estas jóvenes las que acuden a estos centros, en algunos centros libertarios la presidenta es una mujer, por ejemplo, en el de Mirambel hay 11 chicas y 16 chicos, ya participan por igual en estos centros libertarios».

Movilización de las mujeres «de derechas»

Sin embargo, no solo las mujeres republicanas se unían. Existe también una «gran movilización de las mujeres de derechas, las no republicanas», se crean asociaciones de acción popular, que luego serán la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) y recorren los pueblos repartiendo propaganda y publicidad.

María Rosa Urraca Pastor fue la única candidata mujer a las elecciones de Teruel en los tres procesos electorales que tuvieron lugar durante la Segunda República. Carlista, en 1936 «fue elegida candidata única por los tradicionalistas de Teruel, iniciando un intenso periplo por los pueblos de la provincia para lograr el voto. Sin embargo, nuevamente, no logró obtener el ansiado escaño, por lo que Fal Conde le encomendó directamente la organización del Socorro Blanco. Ella manifestó que si bien habían perdido un acta habían ganado una provincia», lo explica Antonio Manuel Moral Roncal en su estudio sobre la figura de Urraca Pastor.

El papel de la mujer durante el conflicto

Con la sublevación militar y el inicio de la Guerra Civil, las cosas cambian. Más de 40 mujeres son fusiladas entre Cella y Villarquemado y muchas son reprimidas, en muchos casos por sustitución, es decir, por ser familiar de un hombre significado políticamente o perseguido.

En la zona franquista, las mujeres se dedicaban los cuidados y la atención a heridos o hambrientos, «son mujeres sometidas bajo la autoridad falangista que realizan las tareas que se consideraban propias de su condición y sexo. Pierden esa autonomía de la que gozaban en la república», explica Aldecoa.

Sin embargo, la situación no era muy diferente en el lado republicano. Las mujeres apenas se incorporan a las columnas militares y, a partir de la entrada de Largo Caballero como ministro del ejército, se retiran, «el propio Largo Caballero decía que el frente no es lugar para las mujeres, que trasmitían enfermedades asociadas a la prostitución y las retira del frente para que realicen tareas accesorias más propias del rol que se esperaba de ellas».

Junta femenina de la Agrupación Socialista de Torrevelilla (Teruel). 1937 Fundación Pablo Iglesias

Fueron las mujeres las que mantuvieron las colectividades, que se montaron en todas las zonas republicanas, y donde cultivaban y criaban ganado. En Aragón las primeras colectividades surgen en el mes de agosto de 1936; los agentes o promotores de la colectivización fueron muy diversos, generalmente los sindicatos y las fuerzas políticas locales. Tal y como recoge la Gran Enciclopedia Aragonesa, «el proceso colectivizador no se hubiera podido desarrollar sin que el voluntarismo ideológico no se hubiera encontrado con unas condiciones favorables provocadas por la situación de guerra». La misma fuente indica la existencia de 280 colectividades, con 141.794 afiliados: Huesca, con 137 localidades y 85.522 personas; Teruel, 116 y 48.618; Zaragoza, 24 y 7.524.

Las colectividades son oficialmente disueltas entre agosto y septiembre de 1937, «en el marco del giro político y militar del gobierno del Frente Popular. Esta disolución se ve reforzada por la presencia de las tropas de Líster en la región. En la práctica, muchas localidades seguirán colectivizadas en mayor o menor grado hasta la caída del frente y el final de la guerra, aunque muchos pequeños y medianos campesinos retornan a la propiedad y explotación individual de sus tierras». 

Sin embargo, Aldecoa rescata las declaraciones de una mujer casada con un anarquista en las que lamentaba que el mando seguía estando en manos de los hombres «ya no tenemos dueño, ni amo, cultivamos la tierra y no tenemos nadie que nos explote, hemos conseguido la libertad, pero el comité dirigente de la colectividad son todos varones». 

¿Quién fue Largo Caballero?

Autores: ALMUDENA ASENJO Y ANTÓN SARACÍBAR

Fuente: Nueva Tribuna 15/10/2020

A propuesta de Vox, y apoyado por el PP y Ciudadanos, el pleno del Ayuntamiento de Madrid aprobó recientemente una moción para retirar los nombres de Francisco Largo Caballero y de Indalecio Prieto de las calles de la capital. Para ello no se dudó en invocar la Resolución del Parlamento Europeo de 19 de septiembre de 2019 (aprobada como rechazo a la 2ª Guerra Mundial iniciada por el nazismo) y el artículo 15 de la conocida como Ley de Memoria Histórica del año 2007, impulsada por el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Una Ley que se aprueba precisamente para todo lo contrario: restaurar la memoria de las personas asesinadas y represaliadas por la dictadura, además de combatir y denunciar los juicios sumarísimos y los crímenes franquistas. Precisamente, Largo Caballero e Indalecio Prieto fueron los que encabezaron la oposición, junto a otros muchos, al fascismo, al levantamiento militar, la guerra civil, la dictadura y la brutal represión franquista: asesinatos, cárcel, clandestinidad y exilio.

Largo Caballero fue un líder obrero de un marcado carácter independiente, incompatible con la hipocresía, el arribismo, la claudicación y la cobardía moral

Por eso, este breve relato es obligado y pretende denunciar las falsedades y mentiras que se le vienen imputando a Largo Caballero, como se ha puesto de manifiesto en un informe técnico firmado por más de 300 historiadores, además de poner en valor su descomunal Obra realizada y, en coherencia con ello, responder a la siguiente pregunta: ¿Quién fue Francisco Largo Caballero? Nace Madrid, el 15 de octubre de 1869, en el seno de una familia obrera y a los siete años comenzó su aprendizaje en diversos oficios: encuadernador, cordelero, estuquista… En 1890 se afilia a la Sociedad de Albañiles de Madrid y tres años más tarde ingresa en la Agrupación Socialista Madrileña. Llegó a presidir la Mutualidad Obrera, la Fundación Cesáreo del Cerro, la Agrupación Socialista y la Cooperativa Socialista Madrileña. Desde 1902, Largo Caballero desempeñó altos cargos en el sindicato (UGT) y en el partido (PSOE), siendo secretario general de UGT de 1918 a 1938 y presidente del PSOE de 1932 a 1935.

Participó en el Instituto de Reformas Sociales, desde el año siguiente a su constitución (1903), formando parte del grupo de vocales obreros, en su gran mayoría socialistas. En 1905 fue elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid. Formó parte también del Consejo de Estado (desde el más absoluto pragmatismo) durante la dictadura de Primo de Rivera y elegido diputado encabezando las listas socialistas durante cuatro legislaturas. Como representante de la clase obrera española asistió a la Conferencia de Berna y al Congreso de Ámsterdam en 1919, donde se fundó la Federación Sindical Mundial. Además, en ese mismo año participó en la Conferencia de Washington, donde se constituyó la Oficina Internacional del Trabajo (OIT) y, después, en todas sus Asambleas anuales, desde 1919 hasta 1933, las dos últimas como ministro de Trabajo. Finalmente, con la proclamación de la II República, Largo Caballero se hace cargo del ministerio de Trabajo (de abril de 1931 a septiembre de 1933) promulgando la legislación social más avanzada de su época (siendo todavía una referencia obligada para el legislador en materia social laboral) y, posteriormente, ocupa la presidencia del Consejo de Ministros y el Ministerio de la Guerra, en plena contienda civil, desde el 4 de septiembre de 1936 hasta el 19 de mayo de 1937.

Su exilio en Francia se produce en febrero de 1939 y posteriormente la policía francesa le entrega a la Gestapo y es trasladado al campo de concentración de Sachsenhausen-Orianenburg (Alemania). Fue liberado por las tropas rusas en abril de 1945 regresando a Francia donde reside hasta su muerte. En su sepelio, Rodolfo Llopis (secretario general del PSOE en el exilio) le rindió homenaje manifestando que: “el proletariado español ha perdido al hombre más representativo de su clase”. Finalmente, sus restos fueron trasladados a España el día 8 de abril de 1978. La masiva manifestación que le acompañó, desde la plaza de Las Ventas al cementerio civil de La Almudena, constituyó un acontecimiento político de primera magnitud, lo que contribuyó a acelerar, en muy buena medida, la transición política a la democracia (Obras Completas de Francisco Largo Caballero, publicadas por el Instituto Monsa de Ediciones y la Fundación F. Largo Caballero, 2003).

De Largo Caballero se han dicho y escrito muchas cosas. En todo caso, es bueno recordar que sólo acudió a la escuela desde los 4 a los 7 años, lo que le obligó a formarse en la Casa del Pueblo de Madrid destacándose como un buen estudiante, un extraordinario lector y un comprometido militante, llegando a ser el único obrero en España que presidió un Consejo de Ministros. Efectivamente, en las Casas del Pueblo se fomentaba el entusiasmo por la organización obrera, la militancia, la austeridad, la ética, la honradez y la solidaridad internacional. A este comportamiento se llamaba y se sigue llamando el “Pablismo” en reconocimiento de lo que representaba Pablo Iglesias dentro de las organizaciones socialistas.

Sin duda, fue el discípulo más destacado de Pablo Iglesias, con el que convivió y aprendió durante muchos años. Se puede afirmar que fue un autodidacta, con intuición de clase, con grandes dotes de organización, comprometido éticamente con las clases trabajadoras, además de sumamente austero y honesto en su comportamiento personal. También fue el artífice de la estructura moderna de UGT y un firme defensor de la organización obrera (propagar ideas y hacer proselitismo) y de la educación de clase (formar “obreros conscientes y organizados”). Siempre fue coherente con sus ideas, destacando la coincidencia de su discurso con la acción política y sindical, lo que le acarreó críticas sin fundamento de una derecha montaraz y reaccionaria, así como de patronos y caciques sin escrúpulos. En este sentido, es oportuno recordar la contestación de los terratenientes andaluces, a la petición de trabajo de los jornaleros en las plazas de los pueblos, por haber votado a la Conjunción Republicana Socialista: “Comed República”.

Largo Caballero fue también un firme defensor de la autonomía del sindicato, superando la supeditación al partido de los primeros años y un firme activista en defensa de la II República, de las libertades y del socialismo democrático. Consideró un suicidio la división de la clase obrera (sobre todo en un contexto de guerra) y condenó con firmeza los intentos secesionistas en su lucha contra el fascismo. A pesar de ser acusado de desviación hacia el comunismo y el anarquismo, sin ninguna razón ni fundamento, fue también un firme y decidido defensor de la legalidad republicana.

Por último, fue muy relevante su protagonismo en las movilizaciones obreras- de acuerdo siempre con los órganos de dirección de UGT y el PSOE-, destacando su participación en la huelga general del 17, en la proclamación de la II República y en la huelga general de Asturias en 1934. En este caso, en apoyo de la democracia y, particularmente, de la obra social de la República; pero, sobre todo, de la lucha de la clase obrera contra el avance del fascismo internacional en sus intentos de restaurar la monarquía e imponer la dictadura. En todo caso, se puede afirmar, sin faltar a la verdad, que Largo Caballero fue un líder obrero de un marcado carácter independiente, incompatible con la hipocresía, el arribismo, la claudicación y la cobardía moral, lo que explica sobre todo sus sucesivos pasos por las cárceles españolas por encabezar las movilizaciones obreras en defensa de sus propios intereses.

Desde luego, este lamentable episodio ha tenido un amplio eco mediático y ha demostrado, con mucha claridad, el gran desconocimiento que tienen los ciudadanos, en particular los jóvenes, de nuestra historia reciente y, en particular, de la figura de Largo Caballero. Razón poderosa para reflexionar sobre la educación que están recibiendo nuestros jóvenes en cuanto a nuestra historia contemporánea: II República, guerra civil, dictadura y transición hacia la democracia. Los libros de texto tienen que reflejar la verdad de los hechos y, en coherencia con ello, los educadores actuar en consecuencia dedicando el tiempo necesario a esta materia. También los medios de comunicación y las redes sociales deben obrar con responsabilidad y, por lo tanto, no deberían hacerse eco -como lo están haciendo algunos- de falsos historiadores o políticos interesados en tergiversar la historia y practicar un revisionismo obsceno a base de patrañas, necedades y mentiras.

En todo caso, se trata de reflexionar sobre nuestra memoria histórica para no cometer nuevos errores; no se trata de abrir nuevas heridas ni de fomentar el odio, como reiteradamente pontifica la derecha más extrema. En definitiva, no tiene ningún sentido que nuestros escolares conozcan más y dediquen más horas lectivas al Cid Campeador, a los Reyes Católicos y a reseñar las monarquías absolutas, que a lo acontecido en nuestra historia más reciente.

Finalmente, no debemos olvidar tampoco que estos hechos lamentables se producen en un contexto de confrontación ideológica y polarización política, propiciada, sobre todo, por el auge de los populismos de extrema derecha. Lo más grave e incomprensible de todo es que el PP y Cs también están participando de manera decisiva en estos hechos, haciendo dejación de la responsabilidad exigible a un partido de oposición -con visión de Estado- como se presume debería ser el PP. Sobre todo, cuando se produce en medio de una profunda crisis sanitaria, económica y social que no tiene precedentes conocidos.

Por todo ello, resulta incomprensible la actitud y, sobre todo, la ignorancia mostrada por las derechas en el Ayuntamiento de Madrid. Sin duda, la personalidad y figura de Largo Caballero, junto a la de Indalecio Prieto, justificará plenamente la aplicación de las medidas que sean necesarias para restaurar la dignidad de ambas figuras, la verdad de los hechos y, sobre todo, reparar la infamia y la injusticia histórica cometida.

Imagen: Placa conmemorativa en el lugar donde se hallaba la madrileña casa natal de Largo Caballero, retirada hoy por orden del Ayuntamiento.

¡Ejerced la caridad! Comprad botas y zapatos para que los niños no vayan nunca descalzos

Zaragoza 1920. Vendiendo roscones frente Iglesia San Pablo. Fotografía de M.M. Chivite.

Autor: CÁNDIDO MARQUESÁN MILLÁN

Fuente:nuevatribuna.es 12/05/2020

El Boletín de Híjar (provincia de Teruel), cuyo Director era mosén Luís Turón, inserto en la “Hoja Catequística Semanal”, impresa por el Arzopispado de Zaragoza y creada por mosén Pedro Dosset, sacerdote hijarano y cuyo ministerio lo desempeñaba en los años 20 del siglo XX en la parroquia de San Pablo de Zaragoza, nos sirve para conocer el mensaje de la iglesia católica, claro y diáfano y profundamente conservador a nivel social, dirigido a los campesinos de Híjar.

En algunos Boletines de Híjar, en concreto, en los números 143, de 5 de diciembre de 1920; y en el nº 149 de 5 de abril de 1921, aparece un artículo, que por su amplitud debe insertarse en varios Boletines, bajo el título de “Origen de la propiedad”. Las razones de ocuparse de esta cuestión se debía a que desde los movimientos socialista, comunista y anarquista preconizaban la abolición de la propiedad privada. La Iglesia católica debía buscar argumentos para que los propietarios pudieran sentirse aliviados, ante la posibilidad de su desaparición.

Las ideas principales del artículo susodicho son las siguientes. Comienza señalando que sobre el origen de la propiedad se han barajado fundamentalmente tres teorías.

1ª) La teoría del “Pacto Social”, defendida por Van Pufendorf, Ronrean y Hobbes. Según ella la propiedad surgió de un pacto o convenio que hicieron los hombres en un principio. Anteriormente todo era de todos, pero esto generaba problemas, ya que todo el mundo quería coger siempre lo mejor. Todo el mundo quería el mejor campo, los mejores frutos, los mejores productos, que ofrecían la naturaleza. Como consecuencia de las tensiones generadas ya que todos los hombres deseaban lo mejor para sí, se llegó a una situación en la que era imposible vivir en paz y concordia. Por ello en determinado momento, los hombres reunidos, acordaron, pactaron, convinieron que cada uno tuviese un trozo de tierra para cultivar, aunque no puede saberse si este reparto se hizo por sorteo, por mayoría de votos o por la fuerza. Este acuerdo, este pacto es, según esta teoría, el origen de la propiedad. El articulista la rechaza argumentando que en ningún pueblo ha quedado constancia de este proceder. Y si este hubiera sido el origen de la propiedad debería haber permanecido alguna documentación histórica. Y no la vemos por ninguna parte. Está teoría del pacto social debemos rechazarla como falsa. Es la que defienden en estos momentos los comunistas y los bolcheviques.

2ª) El derecho de propiedad se basa en una “Ley humana”. El derecho de propiedad, según el articulista, no puede tener  su fundamento en ninguna Ley humana. Esta teoría no tiene menos inconvenientes que la del pacto social, y puede rechazarse con los mismos argumentos. Si una Ley humana crea el derecho de propiedad, ese derecho podría ser suprimido por los poderes públicos, a través de una nueva Ley derogando la Ley anterior. Esto es lo que persiguen los socialistas, quieren alcanzar una mayoría en el Parlamento para cambiar la Ley y privar de los bienes a los propietarios con una indemnización. Esta teoría es falsa y no vale, el derecho de propiedad es anterior a la Ley. La Ley no puede crear el derecho de propiedad en todo caso lo único que hace es sancionarlo.

3ª) El derecho de propiedad  tiene un “Origen divino”. Es según el articulista la única verdadera. Argumenta del siguiente modo. Dios ha creado al hombre para vivir en sociedad; le dio el derecho de formar una familia, le impuso la obligación de criar a los hijos, le dotó de inteligencia y de razón previsora. Para poder cumplir todos estos objetivos le confirió el derecho de propiedad. Sin ella el hombre no puede socializarse, ni tener una familia, ni mantener a unos hijos. La propiedad es sagrada e ir contra ella es ir en contra de los designios divinos.

En otro Boletín de Híjar, de abril de 1921, nuestro redactor se adentra en un problema arduo y difícil, como es el poder explicar y justificar las enormes desigualdades que se presentan en la sociedad. ¿Hasta qué punto  se puede mantener incólume la propiedad privada frente a la miseria de muchos hombres? Aparece una respuesta clara y contundente a esta pregunta. La argumentación es la siguiente.

Nadie, dice León XIII en su Encíclica Rerum Novarum, está obligado a aliviar el prójimo, disponiendo de lo que le es necesario para sí o para su familia, ni disminuyendo nada de lo que el decoro impone a su persona; pero, una vez satisfecha la necesidad y el decoro, es un deber emplear lo superfluo en beneficio de los pobres y menesterosos. Pero ahí está el problema; ¿Qué podemos entender por superfluo?

Nuestro articulista continua argumentando que según Santo Tomás existen tres tipos de bienes; los primeros, los que son necesarios para poder vivir y mantener a la familia; los segundos, los que nos permiten vivir conforme a nuestra condición social (pagar a los criados, mantener la casa con todos sus lujos, coches, conforme al nivel social de cada uno); los terceros son aquellos no indispensables ni para vivir ni para mantener nuestro rango social. Hecha esta distinción de raíz tomista, afirma que los primeros no debemos ni tenemos la obligación de usarlos para socorrer a los pobres; los segundos podemos darlos pero no es obligatorio; los terceros si que debemos usarlos para satisfacer las necesidades del prójimo necesitado. Como vemos, se inclina por la vía de la caridad como solución de los problemas sociales, sin entrar a fondo en la auténtica raíz de las injustas desigualdades sociales, que no es otra que la insultante e injusta repartición de la propiedad. Esa vía de la caridad queda perfectamente reflejada en la poesía del final del artículo, de la cual he extraído un fragmento para titular el escrito.

En el Boletín de Híjar, nº 148, de 9 de enero de 1921, aparece una especie de parodia, bajo el título “Un Ensayo de Comunismo”. El objetivo es claro, transmitir la idea de que es inviable cualquier doctrina de carácter socialista o comunista, pero, dicho todo ello, en un lenguaje claro que lo pudiera entender cualquiera. Didácticamente es todo un alarde en el uso de unos medios adecuados para transmitir claro un mensaje, para un público con muy escaso nivel cultural. Merece la pena reparar en el desprecio que se vislumbra a la hora de caracterizar a determinados personajes, difícil de comprender siendo un Boletín de la Iglesia católica. Es como sigue:

“En el pueblo de Villatonta, provincia de Babia, y partido judicial de Bóbilis, arraigaron tan hondamente las teorías socialistas y comunistas que un día se llegó a proclamar la república de los soviets, para imitar a la afortunada Rusia. Elegido jefe del Soviet el barbero de Villatonta, en cuya casa venía funcionando el Club comunista, se procedió al ensayo del reparto social en la forma que van a ver mis lectores.

Ciudadanos- decía el barbero presidente del Soviet a los vecinos de Villatonta, congregados en asamblea magna-, llegó por fin la hora feliz en que vamos a proceder al reparto de bienes entre los vecinos del pueblo. Si, señores, se procederá a hacer justicia equitativa y se atenderán todas las reclamaciones de los pobres. Los ricos… ¡Qué se revienten! ¡Ya era hora!

-¡Bravooooo!- vociferaron a una todos los que solamente poseían la camisa que llevaban.

-¡Mueran los ricos!- gritó el Canillas, el enterrador.

-Pido la palabra- dijo un jornalero- Yo quiero que se apruebe su mercé al presidente y los que repartan de que mi amo traga como un buitre, y tiene auto, y yo quiero el auto y mucho parné, y fumar buenas brevas… Mi amo será mi chofer.

-Bueno, se concederá lo que pide el ciudadano.

-¡Viva la igualdaaaaaa! ¡Vivaaaa!

-Yo también quiero auto-vociferó otro -y fumar buenos puros, y beber champán y comer bien, y descansar, que ya hi trabajao bastante.

-¡Y yo también! ¡Y yooo! -gritaron todos.

-Señores, eso no puede ser -dijo el barbero- porque no habrá autos, ni brevas, ni champán para todos.

-¡Abajooo!, contestaron muchos.

-Señores, repitió Rapabarbas, disimulando el mieditis que sentía al ver aquella tormenta incipiente, haiga calma y serenidá en el pueblo soberano. Exponga cada cual sus justas aspiraciones y se atenderán las reclamaciones endeviduales de cada uno.

-Pués yo lo que pido es mucho parné -gritó un zanganote muy devoto del dios Baco.

-Y nosotros lo mismo -contestaron a una todos los malos trabajadores de Villatonta.

-Pero señores -repuso el presidente Rapabarbas-, ustedes piden la luna y eso no puede ser. Todos quieren mucho dinero y no hay dinero para todos. Hay que armonizar el capital con le trabajo, y limitar las aspiraciones para que así se pueda conceder a los ciudadanos lo que pidan.

-Pues yo -contestó un vago de profesión- nunca hi trabajao, ni pienso, porque me prueba muy mal, y ahora que va a ser el reparto de bienes, menos que menos. Lo que quiero es vivir muchos años pa gozar. ¡Viva la igualdaaa ¡

-¡Que trebajen los ricos!- gritó el Chupahuevos que, desde su más tierna infancia, le pegó 5 tiros al trabajo.

-Señores- replicó el presidente Rapabarbas- si no limitan sus aspiraciones no nos entenderemos. Tengan muy presente que el trabajo es la fuente de la riqueza, y si todos quieren el dinero. ¿Quién trabajará? Y si no quieren trabajar. ¿Para qué servirá el dinero? Hay que armonizar el capital con el trabajo, entiéndanlo bien.

-¡Viva la armonía y la igualdá!- gritó Crispín el zapatero.

-Pido la palabra- gritó el tío Cuco- Yo quiero que cuando hagan el reparto, me den el olivar del Seco y la viña del Caparranas, que están junto a mis campos.

-El olivar es mío, ¡so mostillo!- vociferó el Seco.

-Y si alguien me quita la viña- añadió Caparranas- lo trataré como a las ranas; mi trabajo me ha costao.

-Es que ahora- replicó Rapabarbas- ya no hay mío, ni tuyo, sino que todo es de todos.

-¡Fuera, ese embustero!- gritaron varios propietarios, al ver los humos que gastaba el Caparranas; y al mismo tiempo voló por los aires un pedrusco anónimo que aterrizó en las costillas del repartidor, y le hizo besar el santo suelo.

-¡Burros, animales!- vociferó el barbero, levantándose y huyendo acosado de puntapiés y cachetes sin firma.

Entonces se armó la más gorda. Unos pedían dinero en abundancia, otros los mejores campos de la huerta, etc, etc.

-La casa de Caparranas será mía desde hoy- vociferó el enterrador que sólo tenía las sepulturas donde caerse muerto.

Y acto continuo, Caparranas defendió su derecho de propiedad, alegando como prueba justificante un garrote de carrasca con el cual dio al pretendiente una paliza fenomenal.

Unas mujeres se agarraron del moño por disputar de quién habían de ser 8 lechoncitos y la puerca criadera del molinero.

-¡Ladrona, más que ladrona!- decíanse mutuamente-, los lechoncitos son míos. Y tirón va, tirón viene, llegaron a decirse raca, se arrancaron el moño, los maridos tomaron parte en la cuestión, y allí hubo gritos, palos, y sobró leña para toda la generación de Villatonta.

Si antes de la cacareada repartición no se entendieron los villatontinos. ¿Qué sería cuando llegará a ser un hecho? Esto es lo que se preguntaban, al retirarse a sus casas después de la pelea, mustios los semblantes, y rascándose en las costillas el escozor, que les habían dejado como recuerdo los estacazos repartidos, antes de la repartición de bienes.

Y esto deben de preguntarse también los bobalicones que se tragan las famosas patrañas del comunismo.”

En la misma línea, sin apartarse lo más mínimo de las líneas anteriores, en otro Boletín de Híjar, el nº 132, de 19 de septiembre de 1920, aparece la siguiente poesía:

-Siendo ayer día de moda
¿Por qué no fuiste al teatro?
-Preguntó a la niña Pura
su buena amiguita Amparo.
-Porque ayer vi a un pobre niño
pisando nieve descalzo,
y hoy voy a comprarle botas
con lo que costaba el palco.-
Imitad, jóvenes bellas,
de Purita el noble rasgo;
privaos algunos días
de ir a ciertos espectáculos,
y con el mismo dinero
que allí pensabais gastaros,
¡ejerced la caridad!
comprad botas y zapatos
para que los niños pobres
no vayan nunca descalzos.

Las crisis que trajeron el auge de los fascismos: lecciones del siglo XX para un presente pandémico

Wall Street el 24 octubre 1929, cuando quebró la bolsa, una de las imágenes que ilustran el libro del CELAN.

Autor: Diego Saz

Fuente: eldiario.es 24/04/2020

‘1919, 1929, 1939: Crisis de la democracia’ narra una historia que se repite. Las crisis que genera el periodo de entreguerras y el resurgir de nacionalismos, populismos y fascismos que tradicionalmente han acabado por derrocar libertades ciudadanas. Se trata de una publicación surgida a raíz de las jornadas que el Centro de Estudios Locales de Andorra (CELAN) organizó el pasado 2019, coincidiendo con su 20º Aniversario y con el Centenario del Tratado de Versalles.

Explica el coordinador de la publicación y presidente del CELAN, Javier Alquézar, que ‘1919, 1929, 1939: Crisis de la democracia’ es una obra para reflexionar sobre el momento que atraviesa el país y para despertar la atención en el crecimiento de determinadas ideologías nacionalpopulistas que aparecen después de las crisis y «tienen un resultado fatal». «No se trata de comparar, pero hay reacciones suficientes para poder pensar que la historia nos enseña cómo funcionan las cosas», señala.

La publicación del centro de estudios andorrano sigue la misma estela de las jornadas en las que está basada y se divide en tres grandes bloques analizados por un autor diferente. El propio Alquézar abre la primera parte con ‘De mal en peor. Las relaciones internacionales en el periodo de entreguerras’, donde dibuja el mapa de Europa después de la Primera Guerra Mundial, con la conciencia del desastre que supuso el conflicto, la pérdida de confianza en el mundo de progreso y sus instituciones liberales y el intento de trazar la paz y un nuevo orden internacional con el Tratado de Versalles y la posterior Sociedad de Naciones.

Se trataba entonces de desestimar la guerra como forma de dirimir las diferencias y generar un espíritu de concordia. Sin embargo, tal y como relata el autor, el crac del 29, acompañado de una crisis económica, demográfica y de moral, así como del desequilibrio de Europa, el miedo al comunismo y la confrontación de clases sociales, impulsaron una tendencia hacia el autoritarismo, con nacionalismos y extremismos. La inacción de la Sociedad de Naciones y el desplanteamiento de las normas internacionales, además, aplanaron el camino hacia la Segunda Guerra Mundial.

El crac del 29: el mercado no se autorregula

La segunda parte de la publicación ahonda precisamente en el crecimiento de las ideologías nacionalpopulistas. ‘El catastrófico periodo de entreguerras: crisis económica y polarización política’, a cargo de Luis Germán Zubero, narra la etapa «más complicada» que ha vivido el mundo durante el siglo XX, con «los mayores progresos de la humanidad desde el punto de vista tecnológicos y de las mayores tragedias». El autor explica cómo Europa perdió protagonismo tras la Primera Guerra Mundial, en favor de Estados Unidos, que salió reforzado tras el hundimiento de Alemania.

Rusia continuaba con una economía alternativa al capitalismo, Japón tomaba protagonismo frente a China en oriente y en occidente, las condiciones del Tratado de Versalles, que apostaban por que los países vencidos pagaran en líquido sus deudas a los vencedores, la inflación y la falta de regulación del mercado por el sistema liberal, preveían una crisis financiera que hundiría la economía desde dentro. Ante la Gran Depresión, Estados Unidos repatrió sus capitales e impuso aranceles a productos extranjeros y Europa cerró fronteras, estableció el proteccionismo e impulsó pequeñas áreas comerciales.

Cada país apostó por adoptar medidas diferentes, pero la enorme sombra de la crisis dejaba paso libre a los «salvadores de la patria». Comienza aquí el tercer bloque de la publicación, ‘1939, año de los fascismos’, en el que Gustavo Alares analiza el auge fascista como «fenómeno transnacional», que sedujo a «millares de almas». El autor explica los elementos característicos del fascismo, como la capacidad de transmitir certezas y soluciones identitarias emocionales y simples frente a los miedos e inseguridades o el ultranacionalismo que encuentra los enemigos en el exterior o en el interior y la idea de una nación, lengua, raza y tradiciones frente a esos rivales.

También el estado totalitario se acompañaba del racismo y antisemitismo, basado en prejuicios y falsedades, la virilidad violenta del hombre en un modelo patriarcal de sociedad y familia, el culto a la personalidad del líder, la religión política y el uso de la propaganda como emoción colectiva, manipulando la realidad con el objetivo de legitimar el poder y seducir a las masas, tal y como precisa Alares. «Los fascismos se plantearon como garantes de la seguridad, la identidad y la pertenencia», añade el autor.

Alares finalizó su charla en las Jornadas del CELAN con el caso de España y también así lo hace en la publicación, donde ilustra cómo la República española fue «la gran damnificada» al recibir los sublevados el apoyo nazi y fascista italiano. Se consiguió instaurar tras la Guerra Civil una «dictadura fascistizada», compuesta por falangistas con capacidad militarizadora y conexiones internacionales, carlistas y nacional-católicos, «la derecha conservadora que abandonó la democracia».

Paralelismos con la realidad

La publicación del Centro de Estudios Locales de Andorra ha visto la luz, sin quererlo, en una crisis sanitaria y económica que también ha demostrado la ineficacia del modelo. «Hay que pensar si el modelo económico y social actual sirve, si el neoliberalismo sirve y si cuando volvamos a la realidad hay que volver a las andadas, ignorando cómo está la naturaleza», indica el presidente de la entidad, Javier Alquézar.

Alquézar reconoce que no estamos ante una situación como las que se vivieron en el siglo XX, pero asegura que es el momento de analizar el planteamiento futuro. En este sentido, cuestiona la deslocalización de las empresas y la «dependencia absoluta» de España con el exterior. Critica además la posición de la oposición frente a la crisis actual que insiste en que «no es banal». «No quieren simplemente desgastar el gobierno, sino resistirse a que luego haya unos replanteamientos en el modelo de la política económica y social».

El CELAN es un centro que se dedica desde hace 20 años a la investigación y la organización de actividades culturales. Ofrece publicaciones didácticas sobre historia local, así como nacional e internacional que permiten conocer el contexto de cada situación. La entidad está vinculada con el Instituto de Estudios Turolenses (IET) y con el Instituto de Bachillerato, donde varios de los componentes del centro fueron profesores.

Varsovia, 1920: la batalla que frenó a Lenin

Lenin motiva a sus tropas para luchar contra el enemigo polaco.
 Dominio público

Autor: CARLOS JORIC

Fuente: lavanguardia.com/historiayvida 2020/08/13

En 1920, la Rusia soviética estaba preparada para exportar la revolución. La marcha victoriosa contra las fuerzas contrarrevolucionarias del Ejército Blanco en la guerra civil y los levantamientos comunistas que se habían producido el año anterior en Alemania y Hungría convencieron al líder bolchevique Vladímir Lenin de que era el momento adecuado para extender su doctrina por toda Europa. 

No era solamente un deber ideológico, sino también una cuestión de supervivencia. Las potencias aliadas habían apoyado militarmente a las tropas antibolcheviques en la guerra civil, por lo que los soviéticos no descartaban recibir un ataque de las fuerzas capitalistas en el futuro. El comunismo necesitaba expandirse para sobrevivir.

El gran objetivo de Lenin era Alemania. La recién creada República de Weimar se desangraba entre huelgas, revueltas, movimientos separatistas y las consecuencias de la presión económica ejercida por los aliados a través del Tratado de Versalles. Parecía el caldo de cultivo perfecto para que triunfara la revolución.Lee también

A pesar de los fracasos anteriores (los espartaquistas en Berlín, los socialistas en Baviera), los líderes bolcheviques confiaban en que se produjeran nuevos levantamientos, en que estallara una segunda “revolución de noviembre” con el apoyo del Ejército Rojo. La instauración de un régimen comunista en Alemania serviría como trampolín para impulsar la revolución en el resto de Europa. Sin embargo, el camino hacia Berlín no estaba despejado. Había surgido un nuevo obstáculo tras la Primera Guerra Mundial: Polonia.

El (re)nacimiento de una nación

Polonia desapareció del mapa en el siglo XVIII. Fue engullida por las tres grandes potencias que la rodeaban: Rusia, Austria y Prusia. La caída de estos tres gigantes tras la Gran Guerra permitió a Polonia recuperar su independencia, aunque no las antiguas fronteras. Estas se internaban en Lituania, Bielorrusia y Ucrania, tres naciones surgidas también después de la guerra.

El jefe del Estado polaco Józef Pilsudski ambicionaba esos antiguos territorios para que sirvieran de contrapeso en una región dominada por el poderoso imperialismo ruso y alemán. Su idea era liderar una formación con los cuatro países siguiendo el modelo de mancomunidad que existió entre los siglos XVI y XVIII. Una federación a la que llamó Miedzymorze (“Entremares”), por extenderse desde el mar Báltico al mar Negro.

El jefe de Estado polaco, Józef Pilsudski
El jefe de Estado polaco Józef Pilsudski Dominio público

Pero Pilsudski no era el único que deseaba esos territorios. Los bolcheviques querían también controlarlos para que sirvieran como cabezas de puente en su expansión hacia el oeste. A finales de 1918, aprovechando la retirada de las tropas alemanas, los rusos se adelantaron e instauraron repúblicas socialistas en esos países con la ayuda de simpatizantes locales. Apenas encontraron resistencia salvo en Ucrania, donde se desató una guerra entre soviéticos, rusos blancos, nacionalistas ucranianos y polacos. 

Pilsudski reaccionó ante estos movimientos lanzando una ofensiva en marzo de 1919 contra la recién creada República Socialista Soviética Lituano-Bielorrusa. El ejército polaco estaba bien preparado. Había sido asesorado por oficiales franceses (entre ellos, un joven Charles de Gaulle), y estaba compuesto en su mayoría por experimentados soldados que habían servido en alguno de los tres ejércitos imperiales y por el Ejército Azul, una división de voluntarios provenientes de Francia. 

Pilsudski, aprovechando que el grueso del Ejército Rojo estaba batallando contra los blancos, ocupó el país en agosto de 1919. Luego, con el apoyo de los nacionalistas locales, expulsó al gobierno socialista.

Dado que el gobierno polaco no deseaba ocupar esos territorios por la fuerza, sino ganarse su favor para formar una federación, decidió entablar negociaciones con los líderes nacionalistas lituanos y bielorrusos. También buscó un alto el fuego con los soviéticos. Lo hizo a pesar de las presiones de Francia y Gran Bretaña, que deseaban que se unieran a las fuerzas contrarrevolucionarias en la guerra civil. 

Pilsudski evitó apoyar a los rusos blancos, porque los consideraba aún más peligrosos que los rojos. Esto era debido a que gran parte de sus dirigentes eran reacios a reconocer la independencia de Polonia, así como la del resto de países del oeste que habían pertenecido al imperio zarista. 

Los soviéticos estaban cada vez más decididos a destruir a la “burguesa” Polonia

A mediados de 1919, el gobierno polaco llegó a un armisticio secreto con Lenin. No fue difícil. El líder soviético estaba buscando un respiro para centrar sus fuerzas en la guerra civil, por lo que la propuesta fue muy bienvenida. Sin embargo, el alto el fuego no se materializó en un tratado de paz. La tensión que existía entre los dos países era demasiado grande. Durante la tregua, los polacos continuaron sumando apoyos diplomáticos en Bielorrusia y los países bálticos, y consolidando su posición militar en Ucrania, donde lograron anexionarse los territorios del oeste.

Los soviéticos, envalentonados por los triunfos contra los blancos, estaban cada vez más decididos a destruir a la “burguesa” Polonia, estado que consideraban controlado por la nobleza terrateniente y dirigido por la entente franco-británica. La reanudación de las hostilidades era solo cuestión de tiempo.

Guerra abierta

A principios de 1920, los dos ejércitos estaban mirándose cara a cara. Con el curso de la guerra civil cada vez más favorable a los soviéticos, Lenin y el comisario de Guerra, León Trotski, tomaron la decisión de lanzar una ofensiva contra Polonia. El ataque perseguía dos objetivos. Uno, estratégico: provocar un levantamiento comunista en el país y despejar el camino hacia Alemania. Y otro, simbólico: según Lenin, “destruir el Tratado de Versalles, sobre el que descansa el actual sistema de relaciones internaciones”.

León Trotsky en el campo de batalla
León Trotski pasando revista a miembros del Ejército Rojo.  Dominio público

A pesar de que la decisión estaba tomada, Rusia no quería atacar sin que mediara una provocación. Esta no tardó en llegar. Pilsudski, advertido por su servicio de inteligencia de las intenciones soviéticas, decidió actuar antes de que el Ejército Rojo movilizara todo su potencial. El 25 de abril lanzó una ofensiva contra Kiev, que estaba bajo control bolchevique. Contó con el apoyo del líder nacionalista ucraniano Simon Petliura, con quien había firmado una alianza para instaurar un gobierno amistoso.

La operación, en la que participó también el general y futuro primer ministro polaco Wladyslaw Sikorski, fue un éxito militar, con las tropas polaco-ucranianas ocupando la ciudad en apenas dos semanas. Pero también fue un desastre diplomático. Para la mayor parte de la opinión mundial, la guerra entre rusos y polacos no se había declarado abiertamente. El enfrentamiento del año anterior se consideraba como uno más de los muchos conflictos fronterizos que habían surgido tras el fin de la guerra mundial

El ataque polaco, por lo tanto, fue visto como una invasión de Rusia. Pocos parecieron percatarse de que la ofensiva había sido en territorio ucraniano, no ruso. Esta percepción, que se reflejó en la prensa de la época, pone de manifiesto lo porosas que eran todavía las fronteras surgidas tras la caída del imperio zarista.Lee también

Oficiales zaristas, alejados ideológicamente de los bolcheviques, se unieron al Ejército Rojo para combatir al enemigo foráneo

Otro efecto colateral del ataque polaco fue la movilización del sentimiento patriótico ruso. Para gran parte de Rusia, Kiev era una de las cunas de la cultura rusa, por lo que su invasión se vivió como un ataque contra su país. Como resultado, miles de voluntarios, incluidos antiguos oficiales zaristas muy alejados ideológicamente de los bolcheviques, se unieron al Ejército Rojo para combatir al enemigo foráneo. No tuvieron que esperar mucho.

El 14 de mayo, el carismático Mijaíl Tujachevski, un joven de origen noble que había escalado rápidamente posiciones en la guerra civil, recibió la orden de avanzar con sus tropas hacia al oeste. Apoyado por la poderosa unidad de caballería al mando del comandante Semión Budionny (inmortalizada luego en la novela de Isaak Bábel Caballería roja) y por los lituanos, que habían roto relaciones con los polacos por desacuerdos territoriales, el Ejército Rojo obligó a retroceder a las tropas polacas en todos los frentes. El avance fue tan rápido que, en solo dos meses, las fuerzas soviéticas estaban a poco más de cien kilómetros de Varsovia.

Retrato del carismático Mijaíl Tujachevski.
Retrato del carismático Mijaíl Tujachevski. Dominio público

En busca de aliados

Polonia no tuvo más remedio que pedir ayuda exterior. No solo temía por la pérdida de sus antiguas fronteras, sino por su propia independencia. Sin embargo, ni Francia ni Gran Bretaña querían verse involucradas. La Entente estaba molesta con las decisiones que había tomado Pilsudski: tanto la de atacar a Rusia en ese momento como la de no haberlo hecho cuando se lo pidieron durante la guerra civil. 

Tampoco ayudaba el clima prosoviético que se vivía en Occidente. Las organizaciones obreras estaban presionando a los gobiernos para que ordenaran un boicot comercial contra Polonia.

La única decisión que tomó la Entente fue enviar un telegrama a Moscú. El mensaje, firmado por el secretario de Exteriores británico lord Curzon, instaba al gobierno ruso a pactar un alto el fuego bajo una propuesta de frontera temporal (la famosa Línea Curzon, que luego tendría gran protagonismo en las negociaciones de la Segunda Guerra Mundial). También proponía celebrar una conferencia de paz en Londres.

Como era de esperar, Moscú no aceptó. El comisario de Exteriores Gueorgui Chicherin cuestionó el derecho de Francia y Gran Bretaña a actuar como mediadoras mientras estaban apoyando al Ejército Blanco, y contestó que ellos mismos entablarían negociaciones con los polacos. 

En realidad, la respuesta fue una mera excusa. Aunque la Entente hubiera tenido legitimidad para actuar como intermediaria, Lenin no tenía ninguna intención de llegar a un acuerdo de paz. La verdadera respuesta de Moscú fue ordenar la creación de un Comité Revolucionario Polaco para que tomara el poder en Polonia tan pronto como cayera la capital.Lee también

La Entente reaccionó enviando una misión diplomática a Varsovia con el propósito de asesorar al ejército polaco. El general francés Maxime Weygand fue nombrado asistente del alto mando. Sin embargo, su influencia en la guerra fue mínima. Pilsudski no estaba dispuesto a ceder su mando, por lo que apenas contó con él. A comienzos de agosto, la ofensiva contra la capital era inminente. Y Polonia estaba sola para repelerla.

La batalla comenzó el 13 de agosto. Tujachevski lanzó un gran ataque que rompió la línea defensiva polaca y le permitió conquistar la pequeña ciudad de Radzymin, en las afueras de Varsovia. El 14, la situación para los polacos era desesperada. La mayor parte de los diplomáticos extranjeros abandonaron la capital. Los simpatizantes comunistas empezaron a realizar actos de sabotaje por toda la ciudad para preparar la llegada de sus camaradas.

Varsovia se llenó de refugiados del este que habían huido del avance ruso. Circulaban todo tipo de rumores, como que se había producido un golpe de Estado comunista o que había patrullas de cosacos asesinando a civiles por los suburbios. Las iglesias estaban a rebosar. Al día siguiente era la fiesta de la Asunción, por lo que miles de devotos católicos rezaban a la Virgen para que ocurriera un milagro. Y el “milagro” ocurrió.

Fuerzas polacas en una posición defensiva cercana a Miłosna, a poca distancia de Varsovia
Fuerzas polacas en una posición defensiva cercana a Milosna, a poca distancia de Varsovia Dominio público

Milagro en el Vístula

El avance del Ejército Rojo había sido espectacular, pero a costa de un gran esfuerzo material y humano. La larga marcha hasta Varsovia, por territorios cada vez más hostiles, sufriendo graves problemas de abastecimiento, y con menos simpatizantes dispuestos a unirse de lo esperado, había mermado mucho las fuerzas y la moral de las tropas. 

El gobierno polaco, en cambio, llevaba varios meses preparando la defensa de Varsovia. Había hecho acopio de suministros y, con la ayuda de la Iglesia católica, lanzó una campaña propagandística con la intención de canalizar los impulsos patrióticos y antibolcheviques de la población. El resultado fue una movilización de más de 150.000 hombres y mujeres que se presentaron voluntarios para defender la ciudad.

Tras una serie de durísimos combates, el ejército polaco consiguió repeler los ataques del día 15. La ciudad había sido castigada por la artillería enemiga y muchos edificios estaban en llamas por la acción de los comunistas. Pero había resistido. 

Al día siguiente, aprovechando la ola de optimismo, Pilsudski lanzó una ofensiva que pilló desprevenido a Tujachevski. Su ataque hacia el norte por el desguarnecido frente sur, donde el mando soviético no lo esperaba, fue un éxito. Obligó al enemigo a retirarse de forma desorganizada y anuló su capacidad de contraataque.

Era una guerra de movimientos donde no había trincheras, ni alambre de espino ni apenas tanques o aviones

A diferencia de lo ocurrido en la guerra mundial, el enfrentamiento entre polacos y soviéticos fue casi napoleónico. Una guerra de movimientos, con un destacado papel de la caballería, donde no había trincheras, ni alambre de espino ni apenas tanques o aviones.

Aun así, no toda la victoria es atribuible al genio militar de Pilsudski. Otros factores influyeron. El primero es que, durante el ataque, los servicios de inteligencia polacos interfirieron las comunicaciones rusas, impidiendo que sus tropas se reorganizaran a tiempo. El segundo tuvo que ver con las diferencias que existían en el mando soviético. Durante la toma de Varsovia, Tujachevski pidió el apoyo del ejército del Frente Sur-Oeste, dirigido por Aleksandr Yegórov, para cubrir el frente sur. Stalin, comisario político del frente en cuestión, se negó.

El futuro mandatario soviético consideró inviable llegar a tiempo a la ciudad y convenció a Yegórov de que enviase sus tropas hacia Leópolis, 400 kilómetros al sur de la capital, con la intención de posicionarse para un posterior avance hacia Praga, Viena y Budapest. Tujachevski tampoco recibió la asistencia de la caballería de Budionny por un desacuerdo con Yegórov, con quien rivalizaba. 

¿Qué hubiera sucedido si ese frente por donde atacó Pilsudski hubiera estado protegido? Posiblemente, el signo de la guerra, e incluso el futuro de Europa, hubiera sido muy distinto.

Voluntarios polacos durante la guerra.
Voluntarios polacos durante la guerra. Dominio público

Revolución en stand-by

Pilsudski ganó la batalla y continuó durante varias semanas empujando a las tropas soviéticas hacia el este. Tujachevski se retiró tras perder más de 100.000 hombres, casi la mitad de las trece divisiones que habían entrado en combate. Unos 25.000 soldados soviéticos murieron en Varsovia, y unos 70.000 en toda la guerra. 

Por el lado polaco, las bajas también fueron considerables. Si bien no en la batalla decisiva, donde murieron unos 4.500 soldados, sí a lo largo de la contienda, con unas 47.000 muertes. El “milagro” había sucedido, pero había costado muy caro. 

El 12 de octubre de 1920 se firmó un armisticio, y el 18 de marzo de 1921 se llegó a un acuerdo de paz en Riga (Letonia). Polonia recuperó parte de los territorios perdidos en Lituania, Bielorrusia y Ucrania, pero no alcanzó las fronteras históricas que pretendía Pilsudski. 

El gobierno polaco, dominado en ese momento por los opositores al general (quien, a pesar de la victoria, había perdido mucho crédito durante el avance ruso), decidió no hacer hincapié en las reclamaciones territoriales. Primero, porque eran contrarios a la Miedzymorze de Pilsudski. Y, segundo, porque querían reparar la imagen del país en el extranjero.

Delegados soviéticos que habían llegado para las negociaciones de armisticio antes de la Batalla de Varsovia, agosto de 1920.
Delegados soviéticos que habían llegado para las negociaciones de armisticio antes de la batalla de Varsovia, agosto de 1920. Dominio público

Aun así, las potencias aliadas no reconocieron el tratado hasta dos años después. Molestos por no haber participado en él, preferían que se hubiesen respetado las fronteras propuestas por lord Curzon, mucho más al oeste que las acordadas.

Pero, sin duda, la consecuencia más importante de este conflicto fue la de haber frenado las aspiraciones expansionistas soviéticas. La derrota fue un durísimo revés para los líderes bolcheviques. En solo unas semanas, pasaron de hacer planes para impulsar la revolución en media Europa a intentar contener los levantamientos antibolcheviques (en Tambov y Kronstadt) que se estaban produciendo dentro de sus propias fronteras.

Mientras los líderes europeos tomaban nota sobre las ambiciones expansionistas bolcheviques, no muy distintas de las del imperio zarista, los mandatarios soviéticos asumían sus propias limitaciones al respecto. La doctrina del “comunismo en un solo país” estaba a punto de comenzar.

Este artículo se publicó en el número 629 de la revista Historia y Vida.

Benito Mussolini, a 75 años de su muerte

Benito Mussolini fue capturado por los partisanos el 27 de abril de 1945 cerca de la frontera entre Italia y Suiza y ejecutado al día siguiente.

| «La gran mentira sobre Mussolini es que fue un dictador bueno que quería a su pueblo: fue él quien mató a más italianos en la historia del país»

Autor: Angelo Attanasio

Fuente: bbc.com 28/04/2020

En Italia, una de cada cinco personas cree que «Mussolini fue un gran líder que solo cometió algunos errores», según una encuesta del centro estadístico Eurispes de enero de 2020.

Es decir, que 75 años después de la muerte de «Il Duce» y casi 100 desde su toma de poder, millones de italianos creen que a Mussolini le deben el actual sistema de jubilaciones, la construcción de carreteras y acueductos o la reducción de los índices de criminalidad.

En definitiva, muchos italianos creen que el legado de Mussolini no es tan negativo, sobre todo si se le compara con la clase política actual.

Pero, ¿son ciertas todas estas creencias?

Según Francesco Filippi (Italia, 1981), historiador de las mentalidades y colaborador de la Universidad de Trento, no.

En su libro, titulado irónicamente Mussolini ha fatto anche cose buone («Mussolini hizo también cosas buenas», en castellano, editorial Bollati Boringhieri), Filippi explica cómo se generaron las que él define como «fake news del fascismo» y por qué consiguieron circular casi intactas hasta hoy, imponiéndose en las redes sociales y en los discursos públicos.

Francesco Filippi
Image captionEl historiador Francesco Filippi imparte talleres de memoria histórica para adolescentes en la asociación Deina.

«Mi intención era utilizar los instrumentos de la investigación histórica para desmontar algunos de los mitos más radicados sobre el fascismo», explica Filippi en conversación con BBC Mundo.

El libro salió en marzo de 2019 y sigue siendo un éxito comercial en el país europeo. Algo que claramente enorgullece a su autor, pero que también le preocupa.

«Porque», aclara Filippi, «si 75 años después de la muerte de Mussolini todavía hace falta un manual como este para arrojar luz sobre el régimen más sanguinario de la historia de Italia, quiere decir que todavía tenemos problemas con la memoria pública sobre el fascismo».

BBC

¿Cuál de las ideas sobre Mussolini es las más arraigada en la cultura italiana?

Seguramente, la madre de todas las fake news sobre Mussolini es la que pinta al «Duce» como un dictador bueno, que quiso a su pueblo, como si hubiese sido un padre para toda la nación.

En realidad, fue él quien, con sus decisiones, mató a más italianos en las historia del país, que provocó una guerra en la que murieron centenares de miles de personas, que causó daños irreparables al patrimonio cultural, social y económico de este país.

Benito Mussolini
Image captionBenito Mussolini fundó los «Fasci italiani di combattimento» el 23 de marzo de 1919, en Milán, Italia.

Hay una anécdota muy representativa a este respecto. Según cuenta Galeazzo Ciano, su cuñado y ministro de Exteriores, durante el invierno de 1940, seis meses después de que Italia entrara en guerra al lado de la Alemania nazi, Mussolini miraba desde su despacho cómo nevaba sobre Roma. ‘Me alegra de que haga tanto frío’, le dijo el Duce a Ciano, «así nos libramos de todos los blandengues’.

Eso muestra que Mussolini odiaba a una parte de sus «súbditos’. Por suerte nunca hubo un genocidio del pueblo italiano, pero podemos decir que el fascismo fue el momento en el que el pueblo italiano en su totalidad estuvo más en peligro.

Habría que preguntarse por qué, a pesar de eso, una quinta parte de los italianos lo siguen considerando un buen líder.

Entonces, ¿cuál es tu respuesta?

Hay dos razones principales. Por lo que respecta a la primera, parte de la culpa la tenemos los historiadores. Porque si, 75 años después de su muerte y a pesar del enorme número de libros publicados, aún se desconoce la verdad, quiere decir que hay una separación entre la academia y la sociedad, y nosotros tenemos parte de responsabilidad.

Y eso es algo que pasa no solo en Italia, sino en muchos países europeos.

Benito Mussolini dando un discurso
Image captionLa retórica del «Duce», según Filippi, fue una revolución mundial, y por eso sus mensajes y su lenguaje siguen circulando con fuerza hasta hoy.

¿Y la segunda?

Un segundo problema es cómo la figura del hombre fuerte, del padre autoritario, atrae a las sociedades cuando atraviesan períodos de crisis.

Hay períodos en los que las personas necesitan respuestas sencillas a problemas complejos. Es lo que yo llamo «infantilismo social»: así como los niños, delante de determinados problemas, no quieren entender de soluciones difíciles, algunas sociedades, en determinados momentos, esperan que un adulto les resuelva los problemas con una varita mágica.

En el momento en que personajes históricos como Mussolini consiguen encarnar ese papel de solucionador de problemas, a la gente ya no le importa si eso es verdad o no, porque se siente tranquilizada.

Benito Mussolini en Palacio venezia
Image captionEl «Duce»celebraba periódicamente discursos desde el balcón de Palacio Venezia, en Roma, a los que asistían miles de personas.

¿Qué es lo que preocupa tanto a los italianos como para añorar a Mussolini?

La generación más joven está comprimida entre un presente en constante mutación y un futuro incierto, donde sus condiciones de trabajo y de vida serán peores que las de sus padres.

Entonces, no le queda otra que refugiarse en un pasado mítico, tranquilizador, aunque sea falso: un pasado donde, por ejemplo, se podía salir de casa dejando la puerta abierta o donde todos vivían mejor.

En realidad, ese pasado sirve para proyectar las esperanzas que el presente y el futuro no pueden cumplir.

Según repiten muchos italianos, sin embargo, Mussolini sí consiguió numerosos logros como gobernante. Tú dedicas cada capítulo a analizar y desmontar uno de ellos. ¿Cuál es el más significativo?

Uno de los convencimientos más sólidos en Italia es que Mussolini introdujo el sistema de jubilaciones para los ancianos. En realidad existían desde el 1895, ¡cuando el «Duce» tenía 12 años!

Pero insistir en que Mussolini introdujo las jubilaciones quiere decir contar el cuento del dictador que quiso mucho a nuestros abuelos y que les dio seguridad. Es dibujar el perfil de un atento arquitecto de una sociedad que piensa en los más débiles. Es mostrarlo como un dictador simpático.

Benito Mussolini
Image captionEn las imágenes de propaganda más comunes del fascismo aparecía Benito Mussolini mientras realizaba trabajos manuales como cortar el trigo en el campo.

¿Por qué son tan fuertes algunos mensajes de Mussolini como para ser considerados actuales?

Si hay algo que el fascismo hizo muy bien fue hablar de sí mismo. La propaganda fascista fue muy eficaz porque era primitiva, sencilla y directa.

La retórica del «Duce» fue una revolución mundial, y por eso sus mensajes y su lenguaje siguen circulando con fuerza hasta hoy.

Mussolini fue el primero en entender la importancia de los medios de comunicación y del contacto directo con las masas.

Luego tanto Hitler, quien declaró su admiración por Mussolini, como las democracias occidentales entienden la importancia de visibilizar al líder.

Mussolini y Hitler
Image captionBenito Mussolini y Adolf Hitler fueron aliados durante la Segunda Guerra Mundial y tenían una fuerte relación personal.

Esto es lo mismo que pasó con las redes sociales. Si pensamos en lo que pasa en la democracia por excelencia del día de hoy, Estados Unidos, vemos cómo su presidente publica decenas y hasta centenares de tuits cada día y dialoga directamente con su base electoral. Pero esto pasa en todos los países occidentales.

Esta forma vertical de comunicar es la versión 2.0 de la revolución comunicativa de Mussolini: sus eslóganes funcionaban tan bien en las plazas de los años 20 del siglo pasado como lo hacen ahora en las plazas virtuales.

Justamente, en un plaza de Milán se puso final hace 75 años la vida de Mussolini y la experiencia del fascismo en Italia. ¿Qué representa hoy en día la imagen del «Duce» colgado de los pies delante de la población italiana enfurecida que se ensañaba con su cuerpo?

Il Duce y sus compinches, colgados bocabajo en la Piazzale Loreto de Milán.
Image captionLos cuerpos del «Duce», de su pareja Claretta Petacci y de otros fascistas fueron colgados por los pies y expuestos en Piazzale Loreto de Milán el 29 de abril de 1945.

Fue el último acto de la parábola retórica del fascismo, de la relación corpórea entre el dictador y la muchedumbre.

Esa misma muchedumbre que lo había apoyado se siente ahora traicionada y humillada pero también huérfana, y se rebela contra ese padre y se ensaña con su cuerpo.

Fue el fascismo que se devoraba a sí mismo.

A propósito de los soldados de Franco: represión, disciplina, vigilancia y silencio

Autora: Patricia Martínez Fernández

Fuente: Nueva Tribuna 13/07/2020

¿Quién formaba el ejército sublevado? Hasta hace unos años, nadie en el mundo historiográfico y social se preguntaba esto. Se daba por hecho que se trataba de militaristas y contrarrevolucionarios procedentes de partidos de la derecha reaccionaria y causantes de la represión. La misma impresión tenía la ciudadanía, en la que se daba por sentado que el ejército era fascista y se repetía el mantra de “a mi abuelo (o padre) le tocó ir porque vivía aquí”. Se tenía una vaga idea de quiénes eran, pero se desconocía su historia. La investigación previa de Soldados de Franco. Reclutamiento forzoso, experiencia de guerra y desmovilización militar (Siglo XXI, España), de Francisco J. Leira, se centra en responder a esa pregunta, sin sospechar que la respuesta era muy compleja.


Retrocedamos en el tiempo. A partir del 8 de agosto de 1936, se envió a miles de jóvenes al frente para luchar en una guerra civil que no habían provocado y que no entendían ni deseaban, una confrontación armada que rompía esquemas de vida y planes de futuro. La movilización se desarrolló como consecuencia del fracasado golpe de Estado de julio de 1936, que encabezó una parte de la jerarquía militar. La movilización forzosa se inició por la necesidad de incrementar la tropa para combatir en una lucha de duración desconocida cuyo objetivo era controlar a la sociedad en retaguardia. El reclutamiento se extendió desde el 8 de agosto de 1936 hasta el 9 de enero de 1939 e incluyó a todos los varones nacidos entre el año 1907 y el año 1920.

La recluta forzosa y el terror formaron parte de un solo cuerpo que sirvió para nutrir de hombres al ejército, evitando las huidas y teniendo fiscalizada la retaguardia, en clara conexión entre represión y necesidades bélicas

Es destacable la maquinaria represiva que desarrollaron los golpistas, tanto a través de los juicios sumarísimos que se pusieron en marcha tanto por la declaración del estado de guerra como por las milicias civiles formadas al calor del golpe, controlado todo ello siempre por el ejército insurgente. La meta era romper los lazos de solidaridad de una sociedad civil compleja. La recluta forzosa y el terror formaron parte de un solo cuerpo que sirvió para nutrir de hombres al ejército, evitando, en la medida de lo posible, las huidas, y tener fiscalizada la retaguardia, clara conexión entre represión y necesidades bélicas. Todas las familias se vieron relacionadas con los nuevos poderes, por motivos como la movilización forzosa, la muerte, el encausamiento, o el ser testigo o delator. Este fenómeno vino acompañado por una movilización civil que se organizó en torno a milicias, que resultó insuficiente para que triunfase el golpe, pero relevante en términos numéricos, y que ayudó a recrudecer la presión social y la represión. La idea del escenario de violencia es crucial, pues revela que la aparente –solo en la retórica insurgente– recluta masiva y entusiasta fue en realidad un mecanismo de supervivencia de todo tipo de individuos.

El bagaje sociopolítico y cultural llevado a cabo desde finales del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX no es en absoluto desdeñable. Se había formado una sociedad civil compleja que había traído consigo espacios de socialización donde los individuos se manifestaban y desarrollaban formas críticas de entender la realidad en que vivían, no exclusivamente de corte político, sino también social, íntimo y familiar. El golpe de Estado quebró inmisericordemente esos cimientos. Afectó especialmente a los jóvenes sujetos a movilización ante el encuadramiento militar que estaban desarrollando las fuerzas golpistas, con excepción de las quintas de menor edad. Esto se comprobó con la resistencia activa al golpe (des)organizada por organizaciones políticas del espectro de la izquierda, pero también con la oposición al reclutamiento militar que, a menudo de forma individual, realizaron muchas personas.

La respuesta fue diversa. Es prácticamente imposible cuantificar y encuadrar los comportamientos sociales adoptados por la ciudadanía ante el reclutamiento. Basta asomarse a las páginas de Soldados de Franco (Siglo XXI España) para que quede claro que el perfil de los combatientes del ejército sublevado fue mucho más complejo que el elaborado por las simplificaciones discursivas del pasado y que, tristemente, aún predominan en el presente y nos imposibilitan ser objetivos y aprender de ello como correspondería a una sociedad adulta.

Por lo tanto, ese ejército diverso obligó a los mandos golpistas a establecer una maquinaria de vigilancia y castigo que se fue perfeccionando a medida que avanzaba la contienda.En el frente de guerra se impusieron la integración, la disciplina, la vigilancia y el castigo. A partir de la formación del primer Gobierno franquista se desarrollaron las medidas más eficientes y crueles para el control de los combatientes. Estas manifestaban un doble deseo: asegurar la victoria militar y la implantación, a través de la fuerza, del nuevo régimen. El papel de estas reglas coercitivas fue fundamental para la represión sociopolítica desarrollada en la posguerra. A todo ello contribuyó sobremanera el Servicio de Información, que generó informes de todos los territorios que conquistaban y de los soldados que se integraban en sus filas, un trabajo coordinado por el SIMP, con la ayuda de la Guardia Civil, de los gobernadores provinciales y de todos los civiles y militares que esperasen obtener réditos sociopolíticos del nuevo contexto.

soldados franco 2

Abundando en ello, hay que señalar que se hacía partícipe del sistema punitivo a todos los miembros del ejército. Cuando se abría un juicio dentro de un regimiento, testificaban todos los compañeros del batallón. De esta forma, se intentaba que los compañeros se convirtiesen en elementos de disuasión frente a posibles actitudes discordantes mediante el miedo a ser objeto de represalias. En definitiva, el bando sublevado desarrolló un sistema coercitivo y disciplinario que no podría haberse llevado adelante sin la participación, en ocasiones forzada e indeseada, de los miembros que componían su ejército.Así pues, a la sensación de ser vigilados, al miedo, a la supervivencia individual, familiar y colectiva, habría que sumarle la culpabilidad por convertirse en los ejecutores de las órdenes de Franco. No en vano fueron estas las herramientas que empleó el franquismo para asentarse socialmente durante la posguerra.

El fin de la guerra civil española estuvo plagado de dificultades, al contrario de lo que se le había hecho creer a la sociedad durante la guerra. En abril de 1939 flotaba en el ambiente la sensación de que, con el cese de la violencia, se volvería a la normalidad, pero aquella España previa al golpe del verano de 1936 quedó diluida para siempre con la implantación de una dictadura militar fascistizada y ultracatólica que se impuso durante cuarenta años. En su mayoría, los soldados republicanos fueron enviados al abarrotado sistema carcelario franquista. Por su parte, en el ejército sublevado existía la sensación de que, con el fin de la guerra,llegaría el fin de su vida militar, pero tampoco eso ocurrió. Tras el parte de la victoria no fue desmovilizado ninguno de los reemplazos. Muchos no volvieron a sus casas hasta finales de año, y en ocasiones, debido a la legislación, se les volvió a llamara filas en los años cuarenta por los problemas coloniales del Rif. Así, el fin de la guerra no supuso la desmovilización militar, puesto que todos tuvieron que pasar revista y estar localizables, por si el “Nuevo Estado” los necesitaba, una situación que se extendería hasta mediados de la década de los años cincuenta.

Por lo demás, la desmovilización también presentó dificultades. A esta realidad hay que sumarle la mala planificación económica del Estado franquista, que quiso aplicar una política autárquica que solo reportó más miseria a un país ya arruinado por la guerra. Esto causó que las medidas desarrolladas para mitigar el paro obrero, como el Servicio de Reincorporación al Trabajo y la Delegación Nacional de Excombatientes fuesen un fracaso, hasta tal punto que muchos ya ni acudían a él.

Del mismo modo, existieron consecuencias sociales, pues el pasado quedó sepultado en la memoria de quienes lo vivieron y se aceptaron las normas impuestas por el “Nuevo Estado”. En este sentido, muchos mantuvieron el silencio en la posguerra y no se atrevieron a transmitir sus recuerdos de la Segunda República, el golpe y la guerra a sus hijos ya décadas más tarde. La mayoría de los excombatientes intentó adaptarse y convivir con sus propios demonios, aquellos que entraron en su mente a causa de la experiencia de guerra, una de las más desagradables que puede vivir un hombre.

Esta intrahistoria terrible que subyace tras los legajos que reposaban en diversos archivos merece ser conocida y reconocida, tanto por los que no supieron de ella en las clases de Historia de hace dos o tres décadas como por los estudiantes actuales, así como por toda la sociedad. Las inhumanas vivencias que soportó toda la población, el dejar en suspenso un país durante cuarenta años y la imposición de la ley del silencio no favorecen la integración de nuestro país en un mundo que está cambiando a gran velocidad. Es necesario comprender lo que sucedió en ambos bandos y conversar sobre ello, honrar a las familias que vieron truncadas sus vidas y asimilar que no puede repetirse o el futuro, que ya es presente, nos sorprenderá de nuevo con el paso cambiado y volveremos a quedar fuera.


soldados de franco

Título: Soldados de Franco. Reclutamiento forzoso, experiencia de guerra y desmovilización militar.
Editorial: Siglo XXI España
Lugar: Madrid
Páginas: 347
Premio Miguel Artola a Historia Contemporánea, 2018.

Premio Ciencias Sociales Juana de Vega, 2012.

Mención honorífica en el concurso de ensayo histórico George Watt de la ALBA-VALB, 2012.