Josep Fontana: «El miedo a la Revolución rusa condiciona todo el siglo XX».

Cartel propagandístico de Lenin y la Revolución Rusa

Autor: Jordi Corominas.

Fuente: El confidencial. 18/02/2017

Josep Fontana (Barcelona, 1931) es sin duda uno de los historiadores más lúcidos y críticos de nuestra época. Profesor emérito de la Universidad Pompeu Fabra, doctor honoris causa por la de Valladolid y la Rovira i Virgili de Tarragona, ha sido distinguido con la Cruz de San Jordi, con el premio de la Generalitat a toda una trayectoria profesional y con la medalla de la ciudad de Barcelona. Desde 1971 hasta hoy ha publicado más de una docena de importantes obras y ensayos. El antiguo alumno de Jaume Vicens Vives acaba de publicar en Crítica ‘El siglo de la revolución. Una historia del mundo desde 1914’, donde desgrana las claves de la contemporaneidad entre la I Guerra Mundial y la victoria electoral de Donald Trump con la Revolución Rusa como el gran factor que condicionó el desarrollo del siglo XX.

[ACTUALIZACIÓN: El historiador Josep Fontana falleció a los 86 años en agosto de 2018]

'El siglo de la revolución'
‘El siglo de la revolución’

Fontana ha articulado un libro sencillo por su claridad, útil desde la consulta y válido por su visión inconformista, una joya que entre otras virtudes explica a la perfección el largo proceso que nos ha conducido al momento actual con su incertidumbre, desde el nacimiento y triunfo de las socialdemocracia hasta el desguace del Estado del Bienestar y el irrefrenable aumento de la desigualdad.

PREGUNTA. ¿Hasta que punto condiciona la Revolución Rusa la Historia del siglo XX?

RESPUESTA. La Revolución Rusa como gran miedo condiciona todo el siglo XX, la prueba es que si les molesta alguna cosa o no saben por donde salir, los poderosos siguen llamando la atención con eso de que vienen los comunistas. El miedo como argumento para defenderse de cualquier cambio perjudicial sigue vivo hoy. He puesto el ejemplo de la Segunda República española porque me parece claro. Era un régimen reformista moderado, se puede comprobar con los miembros de sus primeros gobiernos, y de repente el embajador norteamericano empieza a decir que si no van con cuidado llegará el comunismo. En 1936 el gobierno del Frente Popular, compuesto íntegramente por republicanos, es abandonado por ese miedo.

P. Un miedo que ya tuvo precedentes en la Historia.

R. En realidad el miedo de los que tienen a perder lo que han conseguido reunir ha sido un factor muy importante en la Historia, lo fue ya con la Revolución Francesa, que inspiró mucha parte de la Historia Mundial en la primera mitad del siglo XIX. La contrapartida es que este miedo suele tener dos respuestas, una es la represión y otra es la del reformismo del miedo, lo que Gustav von Schmoller señaló al decir que la revolución puede evitarse haciendo reformas. La desaparición de ese miedo o cualquier otro de subversión social a partir de los años setenta de la pasada centuria nos puede ayudar a entender porque ahora no tenemos reformismos de ese tipo.

El historiador Josep Fontana
El historiador Josep Fontana

P. Tras la Segunda Guerra Mundial se crea el Estado del Bienestar, que se mantiene sólido durante los treinta gloriosos. ¿Por qué a partir de los años setenta desaparece el miedo al comunismo?

R. El miedo al Comunismo era miedo a su capacidad para subvertir las sociedades de los países desarrollados, no tanto temor al poder soviético.

P. Un miedo de consumo interno.

R. Sí, un miedo a que el comunismo pueda repetir en otros países un movimiento revolucionario que altere el orden social existente. En principio el miedo al poder soviético como enemigo que puede conquistar el mundo, una absoluta falacia sin ningún fundamento, desaparece a medida que la URSS se debilita como potencia. Después del 68 se dan cuenta que el comunismo no tenía ni capacidad ni voluntad de promover movimientos revolucionarios internos. En el 68 los estudiantes llaman a cambiar el mundo mientras el PCF cierra las puertas de la fábrica de la Renault. En los USA el movimiento contra la Guerra del Vietnam y el movimiento hippie tienen un límite. Por otra parte el fracaso de la Primavera de Praga demuestra que el régimen soviético sólo aspira a sobrevivir y no está capacitado para transformar su propia sociedad.

El miedo al poder soviético como enemigo que puede conquistar el mundo, una absoluta falacia, desaparece cuando la URSS se debilita

P. Además a partir de ese momento los partidos comunistas europeos optan por una vía que difiere de la soviética.

R. Al terminar la Segunda Guerra Mundial Stalin tiene una visión ingenua del mundo existente al creer que la situación creada tras el conflicto permitirá que los partidos comunistas accedan al poder a través de las elecciones y su presencia en los parlamentos. Y los primeros comicios tras la paz abonan esa esperanza. Sin ir más lejos en Francia el PCF es el partido más votado en 1945. Stalin frena, tanto en Italia como en Francia, cualquier posibilidad de emprender un movimiento revolucionario, porque cree que se puede llegar al socialismo por una vía pacífica, incluso en Inglaterra. No tenían esa voluntad revolucionaria. A finales de los sesenta los partidos comunistas europeos han perdido mucha de su dinámica, voluntad y capacidad de cambiar la sociedad. El único activo es el Partido Comunista italiano, pero su vía es la del compromiso histórico asociado con el poder.

P. Cifra más o menos el fin de los años del bienestar en la decisión de Nixon en 1971 sobre el dólar.

R. Esto afecta al desarrollo de la economía, pero no es una medida que tenga una intención social. Nixon se encuentra con que los compromisos de responder a su moneda con la reservas de oro de los USA son muy superiores a las reservas que tiene y se ve obligado a cerrar la ventana porque la situación ha cambiado desde los acuerdos de Bretton Woods. Ya no puede atender las reclamaciones que, por ejemplo, le hace Gran Bretaña pidiendo oro a cambio de su moneda. Toma la decisión por razones económicas y lo presenta como un freno a la especulación. Nixon no se atreve en absoluto, y lo mismo había pasado con Eisenhower, a enfrentarse a los avances sociales de Roosevelt en adelante. Su guerra es diferente, pero aún respeta los avances sociales que se habían conseguido.

Richard Nixon saluda a los niños congregados para verle a su llegada a Cayo Vizcaíno, Florida, el 8 de noviembre de 1972. (EFE)
Richard Nixon saluda a los niños congregados para verle a su llegada a Cayo Vizcaíno, Florida, el 8 de noviembre de 1972. (EFE)

P. En ‘El siglo de la revolución’ los presidentes norteamericanos parecen Césares de Suetonio, algo que se nota más a partir de Nixon, hombres con poca inteligencia pero con una increíble capacidad de tomar medidas muy negativas.

R. He enfocado la parte del libro que versa sobre el mundo después de la Segunda Guerra Mundial bastante en ese sentido. Los presidentes que tienen mandatos duraderos, Truman es un caso muy claro, como lo es Eisenhower y hasta Carter aunque dure poco. Estos mandatarios marcan la Historia de la Humanidad. Quise esperar hasta las elecciones de noviembre pasado porque las entendí absolutamente vitales. Si ganaba Hillary Clinton era una continuación de la era Obama pero tal vez con un aumento de la corrupción. Está perfectamente claro en estos momentos que la función de Trump afecta la economía y la política mundial.

P. Al terminar el mandato de Obama, quizá ante la inminencia de Trump, muchos sacaron a relucir su lado más positivo, mientras usted advierte sin tapujos sobre sus múltiples sombras.

R. Lo han canonizado y él la preparó durante la última etapa justificándose y explicando que había intentado luchar contra todas las presiones que se le hacían para emprender una guerra contra el mundo islámico, pero se le olvidó decir que mientras hacía estas declaraciones bombardeaba Irak, Siria, Libia o Somalia provocando muchas víctimas civiles y generando un sustrato de odio que durará mucho tiempo. El problema con el caso Obama es que al ganar las elecciones se presenta con un programa que no cumple en absoluto. El programa le da, encima, el Nobel de la Paz, pero en el futuro habrá que valorar algunos elementos positivos, como el Obamacare, que hay que apuntarlo a las enormes dificultades que siempre se han presentado en los Estados Unidos para hacer nada que se parezca a un seguro médico. Fracasó Truman y Johnson fue el que llegó más lejos aun encontrándose muchos frenos. Obama tenía que vencer muchas resistencias y ahora intentan desmontarlo.

Obama dice que ha luchado contra todas las presiones bélicas, pero se le olvidó decir que mientras bombardeaba Irak, Siria, Libia o Somalia

P. Obama también entra en el juego de desguace de esta sociedad abierta que paulatinamente pierde la igualdad conseguida.

R. Las raíces están en la negativa de Carter de seguir apoyando a los sindicatos, algo que se amplía con Reagan, quien dice que el Estado no es la solución sino el problema, cuya acción comparte en Gran Bretaña Margaret Thatcher. En los ochenta esta tendencia no cuajó del mismo modo. El desguace de los sindicatos es clave para entender el auge de la desigualdad.

P. Me acuerdo un día en que fui al quiosco y todos los periódicos impresos habían cedido su portada a la publicidad de una entidad bancaria.

R. Esto es muy importante. Los resultados electorales están influidos por la forma en que se trabaja sobre la opinión pública, y es evidente que el papel de los medios de comunicación, aunque cada vez menos la prensa impresa, tienen mucha importancia, sobre todo la radio y la televisión, que están en manos de grupos empresariales ligados a la marcha de la gran economía. En la propia prensa impresa nadie se atreve a publicar nada que vaya en sentido contrario a los intereses de los grandes anunciantes. En este sentido la prensa digital se diferencia del papel por eso, porque la publicidad no es tan importante, lo que permite publicar una serie de informaciones que la prensa impresa nunca publicaría.

P. Ahora que habla de la prensa impresa recuerdo que durante los primeros días del 15M ciertos periódicos publicaban cuatro líneas sobre el tema, minusvalorando su importancia. Al final de tu libro señala un miedo creciente del poder a que el fin de la clase media pueda ser el primer paso para una revolución.

R. El creciente aumento de la desigualdad y el hecho de que no hay ningún mecanismo que la atenúa no preocupa a los que tienen responsabilidades en la gestión de la economía a medio o corto plazo. La preocupación fundamental de un director de empresa es garantizar los resultados que va a poder presentar el año próximo y prever más o menos que tiene unos pocos años en que todo irá bien. Lo que pase después no importa. En cambio los que tienen una perspectiva a largo plazo se empiezan a angustiar. Son conscientes que a lo largo de la Historia si las situaciones se extreman producen explosiones sociales. Muchos se preocupan, pero no saben cómo resolverlo. El caso de Davos es paradigmático. Especulan mientras toman vino y pastas y se vuelven a casa sin hacer nada, probablemente porque no tienen capacidad para hacerlo por mucho que les preocupe. Además ahora mismo no hay una alternativa amenazadora. Para explosiones puntuales hay medios de represión y contención. La capacidad de penetración de la información de los mecanismos estatales es considerable a partir del espionaje, por ejemplo, del correo electrónico.

Especulan mientras toman vino y pastas y se vuelven a casa sin hacer nada, porque no tienen capacidad para hacerlo

P. Desde mi punto de vista un gran problema del siglo XXI es que la izquierda no ha logrado reconstruirse tras la caída del muro de Berlín.

R. Sí, o que habría que saber cuales son las soluciones a aplicar. La socialdemocracia hizo aguas a partir de la presidencia de Clinton, la etapa de Blair en Reino Unido o la de Felipe González aquí a partir de una acomodación sistemática y de una renuncia a cualquier papel de transformación social. El problema que se les presenta en estos momentos, lo que llaman Populismo, es que la continuidad de este sistema netamente bipartidista se está erosionando. Lo vimos con el Brexit. La gente decía que todos son iguales y se apuntaron al referéndum para hacerse oír. Perdieron los que lo convocaron. Este descontento con el sistema inexistente no encuentra más que los partidos de extrema derecha, pero estos grupos no tienen programa ni capacidad para atender este malestar. No creo que exista una dinámica parecida a la que permitió el ascenso del Fascismo, que se presentaba con unos matices revolucionarios.

P. Una retórica y una estética.

R. Los partidos de extrema derecha sólo tienen una retórica conservadora, de defensa. Está claro que el sistema, tal como estaba funcionando, lo supo ver Tony Blair, se está erosionando mientras pierde credibilidad día tras día.

P. Y con la izquierda, lo hemos visto la pasada semana en el congreso de Podemos, llega el momento de las decisiones. O se opta por un punto más radical o por una propuesta más transversal que reinvente o refunde la socialdemocracia.

R. Pues sí, en el fondo es esto. Lo que ocurre es que la socialdemocracia está muy desgastada, no queda casi nada de lo que fue en el pasado, donde tuvo un papel positivo por mucho que frenara soluciones extremas. La movilización de Podemos está relacionada con una cosa nueva, muy importante a escala mundial: el papel creciente de los movimientos sociales, surgidos de la autoorganización de la gente antes sus problemas y necesidades que no resuelven los grandes partidos con su retórica acomodaticia. Esto se ha registrado aquí, y parte del éxito de Podemos viene de recoger este malestar, pero como digo creo que es algo a escala mundial, como los movimientos campesinos y el activismo de estos grupos en América Latina que defienden el derecho a la tierra y el agua y son combatidos mediante asesinatos en Honduras, México o Guatemala. Este movimiento campesino tiene una configuración global con Vía Campesina. Esa esperanza ahora procede del renacer desde abajo a partir de unos movimientos sociales capaces de plantear exigencias nuevas.

La socialdemocracia está muy desgastada, no queda casi nada de lo que fue en el pasado, donde tuvo un papel positivo

P. El municipalismo sí puede generar políticas alternativas.

R. Claro, por el factor de proximidad de la gente. En cambio no te puedes hacer escuchar a distancias mayores. Me eduqué con el principio gramsciano del pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad y creo que debemos tener la cabeza clara para ver que la situación no es halagüeña, pero las cosas pueden cambiar y, ya lo dijo Eric J. Hobsbawm, el mundo no cambiará solo. Alguien que se considere de izquierdas debe tener la capacidad de denunciar lo que no está bien y la voluntad de proponer lo que hay que arreglar.

P. ¿Y ese debería ser el papel del intelectual, una figura muerta en nuestra época?

R. No sé si el intelectual debe ser muy importante. Soy más un ciudadano que un intelectual. No me veo en una comunidad de intelectuales, pero sí en una de ciudadanos. Los momentos más entusiastas que he vivido ha sido al salir a la calle a manifestarme viendo a familias de todo tipo en movimientos, donde los partidos no tuvieron ninguna implicación, como el contrario a la guerra de Irak. Ya veremos qué pasa, en todo caso mi intención final al organizar este libro era centrar todo lo posible la atención ante el aumento imparable de la desigualdad. Como historiador lo que me correspondía era explicar cómo se ha producido para ayudar a entender al lector en que momento nos encontramos. La propuesta de soluciones corresponde a otros.

Sálvese quien pueda.

La balsa de la Medusa, de Théodore_Géricault, 1818-19. Museo del Louvre.

Autor: 

Fuente: jotdown.es

El cabo Blanco que supuestamente avistaron en la Medusa horas antes del naufragio.

La Medusa

Se discutía por la mañana en la fragata francesa si aquella masa blanca que habían avistado sobre el horizonte sería el cabo Blanco, o solamente una capa de vapor, una nube.

Pasado el mediodía se discutía ya si no estarían navegando sobre el banco de Arguin, tan brava era la incompetencia del capitán. El plomo del escandallo alertó entonces diez metros de profundidad y De Chaumareys ordenó todo a estribor como quien se revuelve en vano ante la muerte triunfante.

Fue exactamente aquí, en estos bajíos que emergen al resguardo del cabo, a las tres y cuarto de la tarde del martes 2 de julio de 1816: el naufragio más importante en la historia de la cultura occidental.

El que fue el más importante, al menos, hasta que Rose y Jack empañaron el Renault Coupé de Ville en la bodega del Titanic.

Aquí encalló la Medusa.

Aquí se arruinó este soberbio navío que debía comandar una expedición —corbeta Eco, urca Loira y bergantín Argus— desde la isla de Aix hasta la ciudad de Saint Louis, en la desembocadura del río Senegal, para retomar la posesión de esta colonia, recuperada por Francia de la mano de los ingleses en la restauración del Congreso de Viena de 1815.

Pero aquella tarde de verano sahariano la Medusa quedó varada en la pleamar frente a las dunas de Mauritania.

La balsa

Aún permanecieron sus tripulantes tres días a bordo antes de comprender, así atrapados, que el casco se iría resquebrajando cada vez más y que la fragata estaba definitivamente perdida.

Sálvese quien pueda.

Casi la mitad de las doscientas cuarenta almas a bordo de la Medusa embarcaron en los seis botes de los que disponía el buque. Entre ellos, el gobernador Schmaltz y el capitán De Chaumareys

El resto, ciento cincuenta desgraciados, se apretujaron en una balsa improvisada que debía permanecer amarrada a esa flotilla de media docena de botes de náufragos.

Las seis lanchas habían prometido remolcar la balsa de la Medusa a tierra firme —si es que las arenas del desierto merecen tal consideración—, y desde la orilla formarían todos juntos una caravana para caminar el desierto rumbo sur desde el banco de Arguin hasta Saint Louis, a través de más de quinientos kilómetros.

Ese era el trato.

Pero poco después de evacuar el buque los botes concluyeron que la balsa los lastraba demasiado y largaron las amarras.

A menos de treinta kilómetros de la costa, con las dunas prácticamente a la vista, soltaron esa almadía de maderos mal atados, de veinte metros de largo por siete de ancho, que apenas mantenía a flote con el agua por las rodillas a centenar y medio de condenados a la agonía más atroz.

Los abandonaron a la deriva.

Más de una docena de aquellos infelices de la balsa fallecieron en la primera noche al pairo del Atlántico. Cuando el sol se puso por segunda vez estalló una refriega de cuchilladas y sablazos, y al amanecer del tercer día se contaban ya menos de ochenta vidas a bordo de la maderada. Sin comida. Ni agua. Devoraron los cadáveres secados al sol. Retomaron las bayonetas. Al quinto día, quedaban solo treinta tripulantes. En el día séptimo, sentenciaron a los más enfermos arrojándolos al mar. De los ciento cincuenta náufragos de la balsa de la Medusa solamente quince sobrevivieron a esa primera semana.

El bergantín Argus halló por sorpresa a estos quince muertos vivientes trece días después de haber sido abandonados en alta mar a una expresión animal de la lucha por la supervivencia.

La Medusa debía comandar una flotilla hasta Saint Louis, capital colonial del Senegal.

Los botes

Los tripulantes de los seis botes que abandonaron a tal suerte a la balsa tampoco garantizaron su propia vida.

Solamente dos de aquellas lanchas pudieron alcanzar sanos y salvos esta isla de Saint Louis, después de tres días y tres noches de meritoria navegación de emergencia desde el banco de Arguin.

En uno de esos botes había embarcado el gobernador Schmaltz. En el otro, el capitán De Chaumareys.

El resto de la flotilla se mantuvo igualmente a flote por tres días y tres noches, pero terminó encallando a más de ciento cincuenta kilómetros al norte de Saint Louis. Vagaron cinco jornadas por todos los infiernos del Sáhara, siguiendo la costa hacia el sur, antes de arrastrarse abrasados por las puertas de la capital de la colonia senegalesa a las siete de la tarde ​del sábado 13 de julio.

Mucho más lastimosa fue la caminata de sesenta y tres náufragos de esos mismos botes: en vez de mantenerse a bordo de las lanchas hasta encallar, este grupo se había apresurado a lanzarse a tierra solo un día después de haber abandonado la Medusa, aún más al norte de la duna de las Mottes d’Angel. Su procesión se alargó durante diecisiete días y diecisiete noches. Aparecieron cincuenta y cuatro espectros en Saint Louis el martes 23 de julio a mediodía.

Por el camino habían enterrado a seis compañeros, y extraviado a otros tres.

Y aún hubo —aunque duela solo imaginarlo— quien padeció un calvario tres veces más prolongado que estos últimos náufragos vagabundos: aquella tarde nefasta en el banco de Arguin hubo diecisiete personas que se negaron a embarcar en la balsa y que se empeñaron en refugiarse en la fragata varada. Una goleta francesa que había partido de Saint Louis halló la Medusa tal como la habían abandonado al cabo de cincuenta y dos días.

Solamente tres de aquellos diecisiete desventurados habían sobrevivido allí, casi dos meses, en los mismos restos del naufragio.

Rescataron esos huesos moribundos. La tripulación de la goleta tomó inmediatamente después la Medusa como botín legítimo y la desvalijó hasta vender la bandera de Francia a precio de trapo.

Los supervivientes se hacinaron en el campamento de la playa de la Anse Bernard, en Dakar.

Los náufragos

El gobernador inglés se negó a entregar la colonia del Senegal a los franceses tras el vergonzoso desastre de la Medusa, y retrasó cuanto pudo el traspaso del territorio.

Expulsaron a los náufragos de Saint Louis.

Se fletó el bergantín Argus y un tres mástiles para transportarlos hasta el Cabo Verde, aún más al sur, entre los ríos Gambia y Senegal. Zarparon tres días después de haberse reagrupado en Saint Louis los esqueletos torturados de la balsa y de los botes. Los desembarcaron junto a un pueblo que llamaban Daccard.

Aquí, en Dakar, en la playa de la Anse Bernard, que mira de frente a la isla de Gorée, se levantó un campamento en el que hubieron de hacinarse entre los espasmos, las disenterías, y las fiebres pútridas de la estación de lluvias. Subsistieron en esa caleta a base de quina estropeada y farmacopea de marabú —ron caliente con té de pimienta— hasta finales de noviembre, cuando se les autorizó la vuelta a Saint Louis.

Así se trató a los náufragos.

Confrontaron la deshumanización más cruel, sepultaron a los suyos en el mar o en la arena, se asfixiaron días y noches por el océano y el desierto, y se les negó cualquier acto de compasión o misericordia cuando alcanzaron de milagro su destino.

Ni una mínima intención de desagravio, ni rastro de dignidad.

Los barrieron bajo la alfombra.

Eran incómodos para el gobernador y el capitán porque los náufragos de la Medusa encarnaban inequívocamente la alegoría de los súbditos abandonados por la corona a sufrimiento salvaje. La de los soldaditos de plomo conducidos a un trance repugnante por la nulidad de sus dirigentes.

El ingeniero Alexandre Corréard fue el superviviente más debilitado de la balsa de la Medusa y pudo quedarse en Saint Louis y evitar el campamento de Dakar. Ya en septiembre aprovechó una mejoría en las fiebres y salió de caza en Gandiolle, al sur de la capital colonial, donde encontraron campos de maíz y de mijo, un joven león, un lagarto del tamaño de un hombre, hierbas de más de dos metros de altura, y nubes de garcetas revoloteando alrededor de un baobab cuyo tronco trazaba en la tierra una circunferencia de veintipico metros.

Corréard zarpó de vuelta a casa en la urca Loira y atracó en la ciudad francesa de Brest antes del mes de octubre.

Corréard salió de cacería Gandiol, al sur de Saint Louis, antes de volver a Francia.

Los naufragios

El cirujano Henri Savigny también sobrevivió a la balsa de la Medusa y pudo embarcar en la corbeta Eco antes que Corréard. Llegó a Brest a primeros de septiembre. El día 12 entregó personalmente en el Ministerio de la Marina la memoria que había redactado del naufragio.

Su relato se filtró al momento a la prensa y apareció publicado el mismo 13 de septiembre en el Journal des Debats.

Se encendió un escándalo de alcance mundial.

Corréard y Savigny firmaron a continuación una versión conjunta: Naufrage de la Frégat La Méduse (El naufragio de la Medusa. Ediciones del Viento, 2014), testimonio en el que se fundamentan estas líneas.

Denunciaron los coautores que se había enchufado a De Chaumereys al mando del buque pese a su evidente impericia.

Y que horas antes del naufragio se habían ignorado señales clamorosas del riesgo que acometía la fragata aproximándose al banco de Arguin, como las advertencias luminosas de corbeta Eco, los avisos de los oficiales de guardia Maudet y Lapérè, los cambios de color característicos en el agua, o la arena y las hierbas apreciables en la superficie del océano.

Y que así, que de la manera más sonrojante, se había hundido uno de los navíos franceses más solventes en la época, la fragata que debía solemnizar la recuperación de los derechos sobre el Senegal.

La historia terminaría perpetuando a Corréard y Savigny en Le radeau de la MéduseThéodore Géricault les concedió el protagonismo del lienzo que trabajó con obsesión durante meses y que expuso tres años después del naufragio en el Salón de 1819.

Aquel verano no se habló de otra cosa en París.

Y, por lo tanto, en el mundo.

La balsa de la Medusa fue censurada y jaleada con idéntica rabia, pero todos sin distinción habían advertido la furia de la pintura contra una élite desmerecida que dilapidaba los tesoros del país y que sin dolor de conciencia podía pastorear a sus paisanos hasta un final abominable.

Los entusiastas que encumbraron o que aborrecieron a Géricault se habían estremecido por igual ante aquella obra maestra de la historia del arte, éxtasis terrible del romanticismo, de belleza perturbadora, casi inexplicable.

Para siempre queda en el Louvre esta escena de Corréard y Savigny avistando los rescatadores en la lejanía desde la balsa de la Medusa.

Uno no cuenta en la vida con rebatos tan poderosos de los naufragios que lo acechan.

Del desamparo que aguarda a la zozobra en la arena.

De las balsas de las medusas alrededor.

Sálvese quien pueda.

El inicio de la Revolución Gloriosa de 1688.

Guillermo III de Inglaterra el día de su coronación, tras el triunfo de la Revolución Gloriosa. Retrato del pintor Godfrey Kneller.

Fuente: La Aventura de la Historia.

l inicio de la Revolución Gloriosa data del 30 de junio de 1688, cuando Guillermo de Orange-Nassau, estatúder de los Países Bajos, recibió en La Haya, de manos del almirante Torrington, una carta firmada por siete notables ingleses, los llamados Siete Inmortales, en la que le proponían presentarse con un ejército en Inglaterra para, con su apoyo, derrocar a su suegro, el rey Jacobo II, padre de su esposa María, y hacerse con el poder.

En el trasfondo de esta propuesta estaba la oposición de los sectores protestantes a la voluntad de Jacobo de establecer el catolicismo como religión oficial del reino y su intención de ahondar en el carácter absolutista de su reinado.

Finalmente, Guillermo aceptó y, después de largos preparativos, la flota invasora partió de Hellevoetsluis en octubre, desembarcando en Inglaterra a principios de noviembre. Las deserciones en el bando realista y el mayoritario apoyo popular propiciaron la rápida victoria de Guillermo, que fue proclamado rey en febrero de 1689, después de haber aceptado jurar y respetar la Carta de Derechos, que limitaba las atribuciones del poder real y lo supeditaba a las decisiones del Parlamento, dando inicio así a la primera monarquía constitucional de la historia.

Gorki, los ingenieros del alma y el nuevo hombre soviético.

Contra las vacaciones, el absentismo y la embriaguez. Por un rápido ritmo de trabajo. Cartel de 1930. (Detalle).

Autor: Javier Bilbao.

Fuente: jotdown.es

Si bien la empatía no era uno de los puntos fuertes de Stalin, no se le daba nada mal juzgar la psicología de quienes le rodeaban, ya fuera para detectar traidores o para servirse de ellos con más eficacia. A Máximo Gorki lo caló enseguida: «Es un hombre vanidoso, debemos atarle con cadenas al partido». Así, un escritor que pasó un tiempo autoexiliado de la URSS, fuera del alcance represor del régimen, alguien que había mostrado en ocasiones un criterio independiente y que pudo haberse convertido en todo un símbolo de la disidencia ante los ojos del mundo, terminó siendo pastoreado de vuelta al redil, donde tendría lugar una relación simbiótica entre el intelectual y el poder extraordinariamente provechosa para ambos. De manera que su ciudad natal Nizhny Novgorod pasó a llamarse Gorki, así como una de las principales calles moscovitas, recibió la Orden de Lenin, una mansión y una dacha junto a sustanciosos emolumentos, fue investido presidente de la Unión de Escritores Soviéticos y tras su muerte el mismo Stalin fue uno de los que portaron a hombros el ataúd (aunque durante los posteriores juicios de Moscú de 1938 se dijera que en realidad fue asesinado por el servicio secreto). Alcanzó oficialmente el estatus de «alma de la literatura soviética»… y supo corresponder de manera proporcional en su función de ideólogo y propagandista de lo que Leninllamaba el Nuevo Hombre Soviético, pues un nuevo sistema político debía ser capaz de crear un naturaleza humana a su altura. Por tanto la figura de Gorki es un buen hilo conductor para conocer las circunstancias de su época y del nuevo régimen que trajo consigo la revolución rusa. En ello nos centraremos a continuación.

Desde su nacimiento en 1868 sufrió tantas calamidades que hubiera sido un niño dickensiano de no ser porque él mismo las describió más adelante en Días de infancia. Con cuatro años perdió a su padre y con once presenció la muerte su madre, pasando a ser criado por unos abuelos y tíos que lo maltrataban, incluso llegó a apuñalar a su padrastro en cierta ocasión. De hecho el libro citado concluye con su abuelo diciéndole a los doce años «ahora, Léxei, no eres una medalla que yo me pueda colgar al cuello… Ya no tengo sitio para ti… Sal al mundo. Y salí al mundo». Y salió y lo que encontró fue aún peor si cabe, deambulando por diferentes trabajos hasta que con diecinueve años, tras ser despedido como pinche de cocina de un barco, intentó suicidarse de un disparo sin que la bala llegara al corazón.

Todas esas duras vivencias que fue acumulando se convirtieron poco a poco en material literario que publicó con creciente éxito bajo el seudónimo de «Amargo» (Gorki, en ruso). Para comienzos del siglo XX ya era toda una figura pública, conocido tanto por su obra como por su activismo contra el régimen zarista. La represión ejercida por este hizo que Gorki fuera radicalizando su postura, lo que le llevó a trabar amistad con Lenina quien definió certeramente como «una guillotina pensante», y a continuación a exiliarse primero a Estados Unidos (donde escribió La madre, a la que luego volveremos) y posteriormente a Italia.

Tras su regreso a Rusia en 1913 continuó conspirando contra el poder, aunque en el momento en el que llega la revolución teme la violencia que está desatando, considera que Lenin y Trotski «no tienen ni la más remota idea de lo que significa la libertad o los derechos humanos, están ya intoxicados por el nauseabundo veneno del poder» y los califica de «incendiarios que someten al pueblo ruso a un cruel experimento». Incluso llega a organizar guardias junto a otros intelectuales frente a monumentos y palacios para proteger ese legado cultural de la barbarie de las masas. A continuación llega la guerra civil y en una sociedad empobrecida ejerce una actividad filantrópica con diversos escritores y artistas que se le acercan pidiendo ayuda, les proporciona dinero o intercede por ellos ante las implacables autoridades que los persiguen. En 1921, por motivos de salud, además de por ciertas presiones de Lenin («Me veo obligado a decirte: cambia radicalmente de circunstancias, de ambiente, de domicilio, de ocupación; de lo contrario, la vida te asqueará eternamente») regresa a Italia, donde permanecerá los años siguientes.

Allí recibía a sus amigos y vivía plácidamente en compañía de varias personas entre las que se incluían su amante, un secretario personal y su hijo adoptivo Maxim Peshkov. Posteriormente circularon rumores de que ese hijo fue seducido por un homosexual y ese sería supuestamente el motivo por el que años después, en 1934, al tiempo que Stalin proclamó una ley que prohibía esta práctica, Gorki escribiera «exterminad a los homosexuales y el fascismo desaparecerá. En los países fascistas la homosexualidad, que arruina a la juventud, florece sin castigo». Respecto al sexo heterosexual no mantenía la misma intransigencia, aunque le incomodaba que se tratase en público. Consideraba que debía mantenerse como un misterio: «Hay demasiadas ventanas abiertas», decía, de manera que la gente ya no confiaba en su intuición y todos los secretos humanos «han sido expuestos y aireados incluso en torno al sexo».

Esa actitud hacia la sexualidad coincidía con una de las dos corrientes que compitieron en la sociedad rusa durante los años veinte, la hedonista y la ascética podríamos denominarlas, hasta que finalmente se impuso la segunda. Inicialmente la llegada de la revolución trajo consigo una liberación de las costumbres, la legalización del divorcio y el aborto, e incluso el rechazo a toda forma de romanticismo. En un relato de Panteleimon Romanov de 1926 se decía «nosotros no tenemos amor, solo relaciones sexuales, porque despreciamos el amor como “psicología”, mientras que solo la fisiología tiene derecho a existir. Las chicas fácilmente se van juntas con sus camaradas masculinos, por una semana, por un mes, o espontáneamente por una noche. Y cualquiera que vaya en busca de algo más en el amor es ridiculizado como un idiota y una persona mentalmente deficiente».

Pero el propio Lenin rechazaba las teorías sobre amor libre como un pasatiempo con el que divagaban los intelectuales, eran algo además que podían desestabilizar la sociedad y hacer peligrar su reemplazo demográfico, así que al mismo tiempo surgieron teorías como las del psiquiatra Zalkind Arón Borissovich, quien propuso nada menos que «Los doce mandamientos del sexo revolucionario». En ellos se rechazaba la promiscuidad, la frecuencia excesiva, las perversiones, la coquetería, la precocidad o los celos y se reivindicaba la importancia de la concepción de un hijo como fin último. La recomendación favorita de las autoridades era clara: sublimar la energía sexual en el trabajo. El acelerado proceso de industrialización supuso adaptar a los hasta entonces campesinos a una actividad laboral diferente a la que estaban acostumbrados; el nuevo hombre soviético debía ser productivo y el consumo de alcohol, la lujuria, las festividades religiosas, el egoísmo y la indisciplina eran los demonios internos de los que exorcizar su alma.

Pero prosigamos con Gorki. Para 1928 contaba ya con sesenta años y quien gobernaba por entonces la URSS, Stalin, pensó que sería una buena idea traerlo de nuevo al país. La nostalgia hacía mella en él y sufría ciertos apuros económicos, así que quizá no hubiese que insistir demasiado. Pese a todo, varios agentes secretos recibieron la misión de enviarle cartas fingiendo ser admiradores de toda edad y condición que le preguntaban insistentemente cómo podía preferir vivir en la Italia fascista antes que en la Rusia socialista. Nuestro escritor tonto no era y algo se maliciaba, pues según comentó con un amigo «yo me carteo con esos niños y, por cada carta que les envío, recibo veintidós. Coincide exactamente con el número de tutores de los distintos departamentos. Curioso, ¿verdad?». Así que ese año inició una serie de cinco viajes hasta terminar instalándose definitivamente de vuelta. El recibimiento fue espectacular, fue todo un éxito propagandístico del régimen con alguien que de otra forma hubiera podido ser peligroso y Gorki… se dejó querer.

Gorki junto a Stalin, 1931. DP.

A partir de ahí abandonó cualquier escrúpulo moral. Al año siguiente, sin ir más lejos, se prestó a una visita guiada al gulag de Solovki con el fin de desacreditar un libro inglés en el que se describía en los tonos más crudos. Para recibirlo el centro se convirtió en lo que se conoce como una «aldea Potemkin», que viene a ser como lo que hizo Villar del Río para recibir a los americanos en la película de Berlanga. Él fue consciente de ello, pues según cuenta Solzhenitsyn los presos, como sutil forma de protesta, fingían leer los periódicos que momentos antes se les habían dado, pero lo hacían sujetándolos al revés, así que Gorki se acercó a uno de ellos y le dio la vuelta sin intercambiar palabra. También pudo mantener una conversación en privado con un cautivo, que le relató diversas formas de tortura a las que eran sometidos, y al parecer el escritor salió de la reunión con lágrimas en los ojos. Todo ello no le impidió deshacerse en elogios en la dedicatoria que dejó en el libro de visitas, tal vez revestida de cierta ironía que en todo caso no molestó a las autoridades. En otras ocasiones fue él mismo el organizador de actos para el régimen, como en 1932, cuando reunió en su casa a una serie de escritores que consideraba representativos de lo que debía ser el espíritu soviético en una cena que tuvo como invitado honorífico al mismo Stalin, quien les dedicó este brindis:

Nuestros tanques son inútiles cuando quienes los conducen son almas de barro. Por eso afirmo que la producción de almas es más importante que la producción de tanques. Alguien acaba de observar que los escritores no deben permanecer inactivos, que deben conocer la vida de su país. La vida transforma al ser humano y vosotros tenéis que colaborar en la transformación de su alma. La producción de almas humanas es de suma importancia. ¡Y por eso alzo mi copa y brindo por vosotros, escritores, ingenieros del alma!

Las utopías políticas, desde Platón, siempre han sido conscientes del obstáculo fundamental que expresa bien un dicho anglosajón: «Puedes llevar al caballo al abrevadero, pero no puedes hacerle beber». De poco sirve cambiar radicalmente las estructuras sociales si no cambias también a las personas, pues si no repetirán bajo ese nuevo modelo los viejos vicios. La esperanza del régimen soviético, como vemos, estaba depositada en el ámbito de la cultura. Los novelistas, artistas y cineastas, como modernos Pigmalión, debían esculpir un nuevo hombre que antepusiera el interés colectivo al individual, el futuro al presente y la obediencia a la autoridad antes que a su propio criterio. Para ello debían crear modelos de conducta, ejemplos morales, y el más destacado de todos ellos fue el de la obra La madre, esa que mencionamos anteriormente en relación al primer exilio de Gorki y que llegó a ser la cúspide del llamado realismo socialista.

Su historia podemos verla en la versión cinematográfica que se rodó en 1926 que se encuentra bajo estas líneas. En una familia el padre, un viejo borracho huraño y maltratador (el proletario alienado del pasado) encarna lo opuesta a su hijo, un comprometido sindicalista, cuando acepta ponerse del lado de la patronal durante una huelga. En los enfrentamientos el padre muere y la policía del zar acude a su casa para detener al hijo, sospechoso de haber encabezado los disturbios. La madre no quiere quedarse además de viuda sin hijo, así que se presta ingenuamente a colaborar con la autoridad. Pero el sistema está podrido hasta sus cimientos y los jueces no entienden de justicia, así que el hijo es finalmente condenado ante la mirada angustiada de una madre que toma conciencia de que lo ha traicionado sin pretenderlo. Ahora sabe que él tenía razón, de manera que son los padres quienes deben aprender de los hijos y estos deben estar dispuestos a repudiar a sus padres. Hay que romper la tradición, nos dice Gorki, antes de rematar la historia con un desgarrador final que nos muestra a madre e hijo como mártires de la causa revolucionaria. Y aquí la expresión «mártir» no es gratuita, pues lo irónico de todo esto es que el escritor encontró la inspiración en la iglesia ortodoxa rusa, en las vidas de santos y en el propio sacrificio de Cristo. Es algo que no deja de tener su gracia si tenemos en cuenta la ola antirreligiosa que sacudió el país desde comienzos de los años veinte, aquí podemos ver una serie de carteles ateos de la época bastante curiosos.

Por su parte, Gorki cada vez estaba más inmerso en su papel de padrino de las letras soviéticas. Al año siguiente de aquella cena en su casa, en 1933, lideró una expedición de ciento veinte escritores escogidos por él mismo para ver de cerca un método de transformación del alma más drástico: la reeducación mediante el trabajo del gulag. Concretamente debían dar cuenta de la construcción del canal Belomor, una gigantesca excavación que uniría el mar Báltico y el mar Blanco, cerca de la frontera con Finlandia, para la que se requirieron más de ciento veinte mil prisioneros que trabajaron en condiciones excepcionalmente duras, pues se estima que en torno a la décima parte de ellos murió en las obras. ¿Su delito? En unos casos eran presos comunes y en otros la disidencia política de cualquier tipo. De hecho circulaba una broma al respecto por entonces: «¿Quién cavó el canal? La parte derecha los que contaban chistes, y la izquierda, los que los escuchaban». El canal al final no tuvo la profundidad suficiente para ser utilizable por la mayoría de los barcos mercantes, pero lo importante era su uso propagandístico y para ello Gorki publicó Belomor, una selección de historias narradas por ese grupo de escritores que tomaban las vidas de aquellos trabajadores del gulag como ejemplos de superación.

Naturalmente, la propaganda no podía limitarse a un libro por prestigioso que fuera su responsable, y también contó con una película documental que puede verse aquí. Lo cual nos lleva a la importancia que el régimen soviético dio al cine. Trotski fue el primero en verlo: «Esta arma, que está pidiendo a gritos ser utilizada, es el mejor instrumento de propaganda técnica, educativa e industrial, propaganda contra el alcohol, propaganda para el saneamiento, cualquier tipo de propaganda que desees, una propaganda que es accesible a todos». Bien, la propaganda es necesaria para que la gente se adapte al sistema y no a la inversa, y el cine es una herramienta de propaganda muy útil, al facilitar la llegada del mensaje a todos, de acuerdo. Pero esto nos lleva de nuevo al problema de hacer beber al caballo del abrevadero. ¿Cómo lograr que la gente desee ver esas películas propagandísticas? Ahí entra el juego el talento artístico, la necesidad de contar con el espectador no ya como un receptor puramente pasivo sino como alguien que demanda ciertas emociones, narraciones y personajes que conecten con sus intereses. La propaganda en estado puro no es eficaz, tal como descubrieron algunos cineastas. Tal como señala Peter Kenez en Cinema and Soviet Society:

Ante el bajo número de películas que se hicieron con contenido dramático uno sospecha que los directores encontraron difícil hacer interesantes las películas sobre ese tema y por tanto procuraron evitarlas. Puede ser, aunque no lo podemos saber con certeza, que las audiencias prefirieran otros asuntos. Los trabajadores no querían verse a sí mismos en su tiempo libre. Ellos querían héroes más grandes que la vida, y contrariamente a la ideología eso no encaja bien en un ambiente de fábrica.

Para ello una buena opción es la de evitar la competencia extranjera. Prohibiendo o limitando el cine de otros países, particularmente de Hollywood, al final el espectador no tenía muchas más opciones de entretenimiento. Y si, por ejemplo, un género como el wéstern tenía mucho éxito fuera de las fronteras, siempre cabía hacer una adaptación en forma de «ostern»Así que con mayor o menor sutileza, de una u otra forma, la fórmula propagandística que se intentaba inyectar era fácilmente distinguible y emparentaba directamente con la novela. Giraba siempre en torno a la toma de conciencia del protagonista (lo que ahora los anglosajones en otro contexto político llaman «redpilling», remitiendo a Matrix) y tenía con frecuencia tres figuras arquetípicas, cada una con sus cualidades morales y psicológicas: el líder del partido, el hombre corriente y el enemigo. Un ejemplo curioso, visto hoy en día, lo tenemos en la comedia musical estalinista Tanya, cuyo director, Grigori Aleksandrov, tuvo trato directo con Stalin… y con Gorki, por supuesto, pues todos los caminos llevan a él. La historia es una versión libre de Cenicienta, con una empleada de una fábrica textil que a base de disciplina estajanovista logra ascender en el partido hasta llegar a hacer realidad sus sueños, esto es, ser miembro del Soviet Supremo. Merece la pena ver en particular esta escena con un coche volador mientras canta las grandezas de la URSS; ya sabemos donde se encontró la inspiración para cierto momento de Harry Potter y la cámara secreta

Retomando de nuevo a nuestro escritor, encontramos que pasa otro año, ya en 1934, y llega a su punto álgido como paladín de las letras y de la propaganda rusa: su nombramiento como presidente de la Unión de Escritores Soviéticos, cuyo primer congreso durará poco más de dos semanas. En su discurso inaugural, además de definir las vías por las que debía transitar el realismo socialista, Gorki retomó la expresión de «ingenieros del alma» para sí mismo y sus colegas. Él fue la gran estrella de un evento generoso en aplausos y en halagos a su persona. Quedaban muy lejos ya aquellos días de la infancia y adolescencia en los que tanto sufrió, aquel momento en que intentó suicidarse… aunque ahora en realidad la muerte acechaba más cerca que nunca.

En mayo de 1935 el avión más grande su tiempo, llamado Máximo Gorki, se estrelló en lo que podía entenderse como un mal augurio (curiosamente se trataba de un avión dedicado a la propaganda, con una imprenta a bordo y grandes altavoces en su fuselaje). En junio de 1936 la tuberculosis crónica que aquejaba a Gorki se agravó de forma que apenas podía salir de la cama. Pero quería seguir al tanto de la actualidad y dado su estado se decidió hacer con él algo parecido a lo que pudimos ver en la película Good Bye, Lenin!; para ello se editaron ejemplares del Pradva específicamente para él en los que se retiraron las malas noticias y se potenció su tono optimista. No sabemos si eso le mejoró el ánimo, pero desde luego no la salud, dado que fallece el 18 de ese mes.

Tras su muerte, entre sus papeles se encontraron textos extraordinariamente críticos con Stalin, a quien definía como una pulga gigante «con una sed insaciable de sangre de la humanidad». Quién iba a decir que hasta el más oficial de todos los escritores tendría pensamientos prohibidos, crimentales. Como gran zar de las letras soviéticas se ve que quiso cultivar todos los géneros, incluso el llamado«escribir para el cajón», tan practicado por otros escritores coetáneos y que solo verían la luz varias décadas después. ¿Por qué entonces había regresado de su exilio italiano y se había prestado a toda esa mascarada? Puede que, como dijo Stalin, se tratara de un hombre vanidoso y ese vicio —el pecado favorito del diablo, según aquella película donde lo interpretaba Al Pacino—  no hay ingeniería del alma que lo arregle.  

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Los conservadores europeos a fines del siglo XIX.

Autor: Eduardo Montagut. 14/08/2018

Fuente: nuevatribuna.es.

En este artículo aportamos algunas claves sobre el conservadurismo a finales del siglo XIX, cuando los Estados liberales se habían asentado con un sistema político basado en el turno en el poder entre las dos familias básicas del liberalismo: el progresista o denominado liberal en sí, y el conservador, como ocurría en España.

Las fuerzas conservadoras europeas estaban integradas por la alta burguesía industrial y financiera, los terratenientes, las altas jerarquías del Estado en su parte civil y militar, gran parte del clero y la vieja aristocracia, que se adaptó a la nueva situación con el derrumbe del Antiguo Régimen, al no verse afectado su poder económico, como ocurrió en el caso español. En realidad, el conservadurismo europeo aunaba los intereses de las partes más elevadas de la burguesía con los miembros de los estamentos privilegiados de antaño en una suerte de cierta pervivencia de elementos del Antiguo Régimen en el nuevo, conformando una oligarquía, y como valladar frente a las tendencias liberales progresistas, democráticas, radicales y del pujante movimiento obrero. Esa fue la base social, por ejemplo, del Partido Conservador de Cánovas del Castillo a partir de 1875.

Los conservadores defendían un conjunto de ideas comunes, con las salvedades propias de cada país, como ocurrirá con la cuestión religiosa, ya que todos son firmemente partidarios de la presencia política y social de la religión, pero en unos sitios, sería la anglicana, en otros la evangélica y, por fin, la católica.

Ya en el terreno estrictamente político, eran partidarios del mantenimiento de instituciones que procedían del pasado, especialmente la Monarquía. No se trataba de conservar el modelo absoluto de derecho divino, pero sí de permitir que la institución monárquica mantuviese un gran poder, a través de la fórmula de la soberanía compartida con el poder legislativo (Parlamento, Cortes), y que encarnase el poder ejecutivo. Es el modelo, por ejemplo, consagrado en la Constitución española de 1876.

El sistema político conservador se basaría en la fórmula de un sufragio muy censitario, tanto para votar como para ser votado. El conservadurismo tenía en la cámara alta (Senado) una institución clave para frenar cualquier veleidad democrática que pudiera nacer en las cámaras bajas (Asambleas Nacionales, Congresos de Diputados). Para ello, su composición se restringió no sólo con la aplicación del sufragio censitario, sino también con la reserva de un cupo de los escaños de los Senadores para miembros natos, surgidos de la alta administración civil, militar y eclesiástica, o representando corporaciones e instituciones. Por fin, la Corona se reservaría un porcentaje de nombramientos de sus componentes.

La Iglesia es otra institución que debía conservar su poder e influencia, o se debía restaurar después de la pérdida de su poder económico y de influencia en la vorágine del ciclo revolucionario anterior. La Iglesia supone un instrumento muy eficaz, por su poder en relación con las mentalidades, la moral y la educación, frente a las tendencias democráticas, de izquierdas y del movimiento obrero. De nuevo acudimos al caso español. Después de la evidente pérdida de posiciones con las desamortizaciones y las propuestas del liberalismo progresista y democrático, el conservadurismo de Cánovas supone para el clero un resurgimiento evidente, con gran peso en la educación y en la difusión de la moral católica en una versión muy moderada, además de asentar firmemente sus bases económicas.

En cuestiones económicas, el conservadurismo tendía a la defensa de políticas proteccionistas, muy evidentes desde la gran crisis de 1873. También sostendrá los intereses de los terratenientes. En el caso español es evidente el reforzamiento del proteccionismo en la Restauración borbónica después del avance librecambista que se planteó en el Sexenio Democrático, en favor de los intereses de la oligarquía industrial y agrícola. El conservadurismo, por su parte, defendía la adopción de posturas imperialistas, aunque en algunos sectores del mismo, y en algunos países, costó aceptar esta nueva realidad.

El conservadurismo ponía el fiel de la balanza en el mantenimiento del orden público frente al desarrollo y garantía de los derechos, sintiendo alergia hacia los de reunión, asociación y libertad de expresión (imprenta). El conservadurismo intentará emplear la ley y el uso de la fuerza del Estado frente al pujante movimiento obrero, tanto en lo que se refiere a los sindicatos, como a los nuevos partidos socialistas.

En el seno del conservadurismo europeo merece una atención especial el británico, tanto por su importancia, como por sus peculiaridades, que lo hacen tener unas características propias. En efecto, los conservadores británicos, especialmente de la mano de Disraeli, fueron mucho más proclives a emprender reformas en el sistema político, frente a sus homólogos continentales. En este sentido, promovieron reformas electorales para ampliar la base social del sistema, lo que les valió un respaldo electoral en sectores sociales que en el continente nunca se hubieran decantado por defender la causa conservadora. El culmen de esta relación entre el conservadurismo y algunos sectores de las capas populares se daría después de la época de Disraeli entre un sector político que planteó la defensa de la denominada “democracia tory”, aunando a conservadores con algunos liberales, y promoviendo la adopción de una política social. En este grupo se destacó la figura de Randolph Churchill, muy crítico con el conservadurismo de viejo cuño.

En el conservadurismo alemán habría que destacar la división que se produjo en su seno entre los denominados “conservadores clásicos”, muy apegados a las tradiciones prusianas frente a la nueva realidad de la Alemania unida, y los “conservadores jóvenes”, firmes defensores de Bismarck, que había emprendido una revisión del conservadurismo prusiano para adaptarlo al Imperio alemán. En todo caso, ante el prestigio del canciller, la inevitable realidad, y el empuje de las fuerzas liberales y católicas, el conservadurismo alemán se reunificó bajo un conjunto de ideas inamovibles: la lealtad al káiser y la defensa de su poder constitucional, el firme apoyo a Iglesia Evangélica frente a la Iglesia Católica, un acusado militarismo y el mantenimiento de los privilegios aristocráticos en el sistema político y en la sociedad alemana.

Mary Wollstonecraft, rompiendo esquemas.

Mary Wollstonecraft (detalle), por John Opie, 1899.

Autor: 

Fuente: Jotdown.

«El recuerdo de mi madre ha sido siempre el orgullo y la dicha de mi vida, y la admiración que despierta en los demás ha sido la causa de la mayor parte de la felicidad de la que he gozado», escribióMary Shelley, en 1827, en una carta a Frances Wright. No fue casual que Shelley confiara sus sentimientos hacia su madre, Mary Wollstonecraft, a la escritora norteamericana: Wright se consideraba discípula de Wollstonecraft y, en cierta medida, había tomado su relevo. En el otro lado del Atlántico, la feminista norteamericana defendió públicamente la necesidad de una educación igualitaria y universal y abogó por la prohibición de la esclavitud, que ella, sin embargo, no llegaría a ver. Wright no había conocido personalmente a Wollstonecraft, sin embargo, su legado había sido determinante para la lucha social y política que había emprendido y que la llevaría a convertirse en una de las primeras mujeres con relevancia e influencia política de Estados Unidos. Mary Shelley tampoco la había conocido, su madre falleció pocas horas después de dar a luz, pero, a pesar de ello, Shelley siempre se sintió particularmente unida a su madre, de quien «se mantuvo como acérrima discípula». En efecto, como comenta Charlotte Gordon en Mary Wollstonecraft. Mary Shelley (Circe), el corpus de la obra de Shelley «destaca por su compromiso con los derechos de la mujer, y por su condena de la ambición masculina desatada». Ejemplo de ello es Lodore, novela que escribió tras la muerte de su marido, P. B. Shelley, y que no puede sino entenderse desde la asunción de los postulados maternos. En efecto, Lodore presenta personajes masculinos particularmente débiles y mujeres que toman las riendas de sus propias vidas. La protagonista, Fanny, es una mujer autónoma, vive «sin estorbos masculinos, apoyada por sus amigas» y «trabaja para reformar la sociedad, encarnando así el axioma de Wollstonecraft: si se les diera libertad a las mujeres, el mundo sería mejor para todos».

LodoreValperga —en ella, Shelley formula una dura crítica a la filosofía política de Maquiavelo, condenando su idea de que el fin justifica los medios, y retoma parte de las reflexiones de su madre en torno a la educación y al matrimonio— y, en parte, Frankenstein reflejan el peso que la obra de Wollstonecraft tuvo sobre su hija que, en 1836, una vez fallecido su padre, escribió en sus textos autobiográficos: «Fue Mary Wollstonecraft uno de esos seres que aparecen a lo sumo una vez cada generación para iluminar a la humanidad con un dorado rayo que ninguna diferencia de opiniones, ningún cambio de circunstancias, es capaz de empañar. Su genio fue innegable. (…) Fue una mujer a quien quisieron cuantos la conocían en persona. Han pasado muchos años desde que su palpitante corazón fue depositado en el sepulcro, frío y silencioso, pero nadie que la viera habla de ella jamás sin una entusiasta veneración».

Hoy, dos siglos después, Wollstonecraft es un nombre imprescindible dentro de la historia del feminismo; sus textos son fundamentales para comprender el movimiento por la liberación de la mujer del siglo XX y la lucha por el derecho al divorcio y al aborto, y su activismo abrió las puertas a nombres tan relevantes para el feminismo como Emmeline Pankhurst GouldenMargarita NelkenNelly RousselVirginia Woolf o Simone de Beauvoir. A pesar de ello, durante casi un siglo, su nombre desapareció de los libros y sus textos fueron condenados al olvido: la publicación de una biografía escrita por su viudo, William Godwin, y de parte de su correspondencia privada así como de algunos textos —a excepción de las obras de teatro inéditas, que Godwin decidió quemar al considerar que no tenían el suficiente valor para ser publicadas— condenó unánimemente a la autora de Vindicación de los derechos de la mujer. Si A Memoir, donde Godwin contaba sin escrúpulos la vida amorosa de su mujer, supuso de por sí un escándalo, Postumous Works no hizo más que acrecentar la polémica, dejando a los lectores «consternados por el tono furioso y el carácter obsesivo de las cartas sin corregir de Mary a Imlay». A partir de la publicación de estos dos libros, que, en contra de los deseos de Godwin, no tuvieron ningún éxito comercial, «la escritora profesional, la corresponsal política, la incisiva filósofa, la innovadora pedagógica, la atrevida empresaria que había mantenido a su familia y sus amigos sin que le temblara el pulso… todas ellas desaparecieron», solamente quedó de ella la imagen de una «radical enloquecida, autodestructiva y sedienta de sexo». A tal punto llegó su desprestigio que en The Anti-Jacobin Review, bajo el epígrafe «prostitución», el lector encuentra: «véase Mary Wollstonecraft».

La sociedad inglesa de entonces condenó la conducta de una de sus pensadoras más lúcidas: no le perdonaron el haber tenido una hija con el norteamericano Gilbert Imlay, con el que nunca se casó, o el haber mantenido relaciones con el pintor Henry Fuseli estando este casado —se llegó a decir que Mary propuso a Henry y a su mujer mantener una relación abierta y convivir los tres juntos—. Sin embargo, no solo por su vida amorosa fue objeto de críticas: Wollstonecraft era incómoda, sus textos cuestionaban el sistema de poder y de organización social, así como los valores sobre los que se sustentaba la tradicional sociedad inglesa no abierta a los cambios. Wollstonecraft se había opuesto abiertamente al matrimonio, que consideraba una institución que restaba libertad a las mujeres —el matrimonio, sostenía la escritora, era una forma de adquisición a través de la cual la mujer se convertía en pertenencia de su marido, del que dependía completamente—; defendía la independencia económica de las mujeres y, para ello, una educación igualitaria que permitiera a las mujeres trabajar. En resumen, reclamaba un nuevo papel de la mujer en la sociedad y, por tanto, una reestructuración de los roles tradicionales y una ampliación de los derechos. Sus reivindicaciones no quedaron solamente sobre el papel, Wollstonecraft se convirtió en una escritora y periodista profesional que no solo no necesitaba la manutención de ningún hombre, sino que con sus ganancias ayudaba a más de un amigo y a sus dos hermanas, a una de las cuales había liberado de un matrimonio infeliz.

Tras su muerte, su nombre desapareció; ni tan siquiera Stuart Mill, que en privado se reconocía admirador de su obra, osó citarla en su libro Subjection of Women, donde planteaba la igualdad de los sexos. Tuvo que llegar Virginia Woolf para que el mundo de las letras y de la cultura reconociera el legado de Wollstonecraft: «Son muchos millones los que han muerto y caído en el olvido durante los (…) años transcurridos desde que fue enterrada, pero al leer sus cartas, escuchar sus argumentos, pensar en sus experimentos y darnos cuenta de con qué altivez y qué apasionamiento captó el pulso de la vida misma, no cabe duda de que le corresponde una especie de inmortalidad: está viva, es activa, argumenta, experimenta; oímos su voz, y reconocemos aún hoy, entre los vivos, su influencia».

La actualidad de Mary Wollstonecraft

Primera edición impresa de Vindicación de los derechos de la mujer: críticas acerca de asuntos políticos y morales, 1792.

Todo comenzó con un artículo. Era 1789, Mary vivía en Londres y se ganaba la vida con su escritura. Hacía reseñas para Analytical Review y fue precisamente en este periódico donde decidió contestar al todopoderoso Edmund Burke, que, si bien dos décadas antes había defendido la guerra de Independencia americana en nombre de la libertad, ahora, desde las filas whig y en nombre de la tradición y del respeto al Gobierno, condenaba la Revolución francesa, criticando con dureza Reflections on the Revolution in France, el libro del doctor Price que Wollstonecraft no había dudado en elogiar desde las páginas del periódico en el que escribía. Wollstonecraft, que suscribía los ideales que defendía la revolución —la quema de la Bastilla, escribió, «anunciaba el alba de un nuevo día y como un león a quien despiertan en su guarida, la libertad se levantó con dignidad y se sacudió tranquilamente»—, no podía tolerar las afirmaciones de Burke, según el cual los pobres «deben respetar la propiedad en la que no pueden participar» y, por tanto, «hay que enseñarles su consuelo en las proporciones finales de la justicia eterna». Apoyada por su editor Joseph Johnson, Wollstonecraft escribió un duro artículo de contestación a Burke: «Es posible, señor, hacer más felices a los pobres en este mundo sin privarlos del consuelo que les otorga usted de modo gratuito», y proseguía: «La caridad no es un reparto condescendiente de limosnas, sino una interacción de buenos oficios y mutuos beneficios, fundamentada en el respeto hacia la humanidad».

Extremadamente crítica con Burke y con la sociedad aristocrática inglesa, a la que acusaba de ir en contra de la libertad, Wollstonecraft solo recibió el apoyo de Johnson, que no dudó en publicarle su Vindicación de los derechos del hombre, un texto que puede considerarse como el borrador de la Vindicación de los derechos de la mujer y que está impregnado de los ideales de la Revolución francesa. En esta primera Vindicación, la autora no hacía ninguna diferencia entre sexos, su perspectiva era, principalmente, de clase y no de género, siendo, en gran parte, resultado del debate con Burke y de la constatación de la desigualdad en derechos y privilegios entre clases sociales. El término «hombre» utilizado por Wollstonecraft no apelaba al sexo masculino, sino a la colectividad, si bien no fue entendido de esta manera o, por lo menos, no quiso serlo. El hecho de que una mujer escribiera un texto sobre los derechos de los «hombres» fue, de inmediato, objeto de crítica y de burla; Walpole tardó muy poco en tacharla de «hiena con enaguas» y The Gentleman’s Magazine no tuvo reparos en publicar un artículo en el que se leía: «¡Los derechos del hombre expuestos por una bella dama! No puede ser que haya pasado la época de la caballería; a menos que los sexos se hayan intercambiado sus terrenos. […] Deberíamos pedir disculpas por reírnos de una bella dama, pero es que siempre nos habían enseñado a suponer que el tema indicado para el sexo femenino eran los derechos de las mujeres».

Las críticas, sin embargo, fueron compensadas con los elogios, la mayor parte de ellos provenientes de los sectores liberales —Thomas Paine afirmó estar orgulloso de tener una defensora como Mary— y el libro fue un éxito de ventas; sin embargo, las críticas habían calado en Wollstonecraft, quien asumió que si había algo urgente era reivindicar los derechos de las mujeres. Le bastaron tres meses para presentar, en enero de 1792, el manuscrito de Vindicación de los derechos de la mujer a su editor, que, una vez más, decidió apoyarla. Johnson era una rara avis entre sus pares: odiaba la injusticia en todas sus formas, defendía los derechos de las mujeres y de los judíos; estaba en contra de la esclavitud y del trabajo infantil. Al mismo tiempo, no era un «simple idealista con la cabeza en las nubes», todo lo contrario, era «un negociador sagaz y habilidoso», cualidades que lo convirtieron en uno de los editores de más éxito.

Johnson había creído en Wollstonecraft desde el primer momento, cuando le llegó el manuscrito de Reflexiones sobre la educación de las hijas, donde, con un estilo sencillo, carente de toda floritura, la autora abogaba por «mejorar la educación de las mujeres y ampliar el abanico de opciones con las que ganarse la vida siendo mujer». Tras ese texto, resultado de la experiencia personal de la propia Wollstonecraft como profesora y de su atenta lectura de Rousseau, Wollstonecraft escribiría Mary, una novela en la que plasmaba a través de su protagonista las ideas defendidas en su primer ensayo, y Relatos originales de la vida real. Todos estos textos junto con la primera Vindicación sirvieron como preparación para escribir la obra que la consagraría definitivamente: Vindicación de los derechos de la mujer. En su ensayo, Wollstonecraft partía de Locke, Rousseau o Adam Smith para sostener la idea de que la mujer no puede ser considerada ni biológica ni socialmente como un ser inferior.

La autora contestaba así a una idea plenamente asumida y defendida por parte de los teóricos en cuyas obras ella se había formado y asumida también por parte de las mujeres que, «educadas para no tener nada en la cabeza, […] se enorgullecían de su fragilidad», considerando «su debilidad como un activo». Para Wollstonecraft, las mujeres «no eran intrínsecamente menos racionales que los hombres, ni carentes de temple moral», pero eran educadas para serlo, puesto que, como sostenía el propio Rousseau, la educación tenía como objetivo convertir a la mujer en el ser que el hombre quería que fuera: «La educación de las mujeres siempre debe ser relativa a los hombres. Agradarnos, sernos de utilidad, hacernos amarlas y estimarlas, educarnos cuando somos jóvenes y cuidarnos de adultos, aconsejarnos, consolarnos, hacer nuestras vidas fáciles y agradables: estas son las obligaciones de las mujeres durante todo el tiempo y lo que debe enseñárseles en la infancia». Frente a esta postura, la contestación de Wollstonecraft no podía ser más contundente: «La libertad es la madre de la virtud, y si por su misma constitución las mujeres son esclavas, y no se les permite respirar el aire vigoroso de la libertad, deben languidecer por siempre y ser consideradas como exóticas y hermosas imperfecciones de la naturaleza».

El libro no dejó indiferente a nadie y, si bien sus detractores no se quedaron atrás, los aplausos se impusieron. A pesar de ello, Wollstonecraft no quedó del todo satisfecha, sentía que habría podido «escribir un libro mejor», más complejo en sus planteamientos, consciente de que esa complejidad implicara repensar las cuestiones planteadas desde una perspectiva general, es decir, retomar, en cierta manera, el carácter de la primera Vindicación e incluir la defensa de los derechos de la mujer en una defensa de un nuevo modelo de sociedad, más igualitaria, menos autoritaria y más libre. «Me siento apenada, sumamente apenada al pensar en la sangre que ha manchado la causa de la libertad en París», escribirá poco tiempo después de llegar a París, en 1792, ciudad donde aquellas ideas que habían quedado in nuce en sus ensayos se desarrollarán en sus textos periodísticos y personales, y donde encontrará, en parte, el modelo de sociedad que ella deseaba para su Inglaterra natal: «La Revolución había influido para bien en las vidas de las mujeres, otorgándoles privilegios legales significativos», y, en efecto, en 1791 se había legalizado el divorcio y se había permitido a las mujeres heredar. En las filas de los liberales se abogaba por legalizar el voto femenino y la sociedad francesa demostraba una gran apertura con respecto a la sexualidad: Su amiga, Helen Maria «vivía con un inglés casado, John Hurford Stone, lo cual no impedía que en sus fiestas del domingo por la noche se llenara de visitas su salón. Madame de Staël estaba embarazada de su amante», y a los parisinos, cada vez más, «les costaba tomarse en serio los votos maritales».

Tras dejar París en 1795, Wollstonecraft realizó un viaje por el norte de Europa y, una vez más, volvió a romper esquemas. Dejó de lado su trabajo como corresponsal y se adentró en la literatura de viaje, «un género habitualmente reservado a los hombres». En pocos meses, escribió Cartas escritas durante una corta estancia en Suecia, donde la autora mezclaba el relato autobiográfico con reflexiones políticas, para las cuales su trabajo como periodista y su estancia en París habían sido determinantes. Como apunta Charlotte Gordon, estas cartas componen algo más que «un autorretrato encantador», es «un viaje psicológico y uno de los primeros exámenes explícitos de la vida interior de un escritor […], es un libro reflexivo e innovador, un anuncio emocional, pero también filosófico, de las metas artísticas de su autora, que con él pone en marcha una revolución artística».

Sus Cartas pondrán fin a un recorrido intelectual y literario sólido, del que, sin embargo, todavía hoy se tienen pocas noticias. Si bien es cierto que su Vindicación de los derechos de la mujer es hoy un texto clave de toda historia del feminismo, sus textos periodísticos así como sus críticas literarias han sido completamente ignorados, al menos por lo que se refiere al campo literario español, donde solamente fueron traducidas sus dos Vindicaciones y sus Reflexiones sobre la educación de las hijas. Reivindicar a la ensayista, la periodista y la narradora Mary Wollstonecraft es hoy más necesario que nunca, reivindicarla es la única manera de salvarla de ese olvido al que fueron condenadas tantas autoras, excluidas de un canon en el que ellas, las mujeres, no tenían ni presencia ni voz.

Cómo la Stasi colocó a un espía de asesor del canciller de Alemania Occidental.

Willy Brandt y Günter Guillaume en una conferencia del partido, Düsseldorf, ca. 1972. Foto: Pelz (CC).

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Fuente:  Jotdown.

Guillaume, Günter. Nace en Berlín en 1927. Es solo un adolescente cuando es reclutado para las fuerzas auxiliares de la Luftwaffe. Los nacidos entre 1926 y 1929 se conocen como la generación Flakhelfer, alemanes con la experiencia común de ser arrancados de la niñez para servir en reflectores y armas antiaéreas, uno de los objetivos prioritarios de los bombardeos aliados. A los diecisiete años ingresó en las Juventudes Hitlerianas. Después de la guerra, le tocó vivir en el área soviética. E ingresó en el Partido Comunista.

En 1955, Werner Sikorski, investigador de la Comisión Internacional de Juristas, según Stasi, the Untold Story of the East German Secret Police, de John O. Koehler, se encontró con un informante que respondía a las iniciales de M. A. Le habló de que en Berlín Este había un fotógrafo, Günter Guillaume, militante del Partido Comunista, que a menudo no se presenta a su puesto de trabajo en una editorial del Estado, Volk und Welt. Cuando su jefe empezó a investigar por qué no iba todos los días a trabajar, la jerarquía del partido le ordenó que no se metiera en lo que no le importaba. Después del incidente, Guillaume fue enviado a un curso de capacitación. Lo normal en esos casos era saber dónde iba a recibir los cursos, pero en este fue secreto. El informe de M. A concluía con que, al final, Guillaume había abandonado la editorial. Obviamente, entendía, para instalarse en el Oeste. Era importante seguir su pista. El dosier llegó a manos de un detective que trasladó el caso a la policía federal de la RFA, pero ahí se quedó. En el lance burocrático la carpeta se olvidó en los archivos centrales.

M. A. estaba en lo cierto. Guillaume y su mujer, Christel, habían sido reclutados por el coronel Paul Laufer del Servicio de Información Exterior de la Stasi. Antes de la Segunda Guerra Mundial, Laufer había sido militante en secreto del Partido Comunista y militante activo de la socialdemocracia. Un infiltrado. Ahora tenía planes semejantes.

En 1956, los Guillaume, como tantos otros fugitivos que huían de la RDA, se instalaron en Frankfurt. Quedaban cinco años para la construcción del Muro, tenían veintisiete y veintiocho años. En sus memorias, Markus Wolf, el director de la Stasi, explicó cuál era su coartada. La madre de Christel, Erna, era ciudadana holandesa, por eso pudo salir de la RDA y abrir un estanco en  Frankfurt. Por medio de la reagrupación familiar, el matrimonio se ahorró pasar por los campos de recepción para alemanes orientales donde se estudiaba quién era quién en las oleadas de emigrados que recibía la RFA aquellos días.

Wolf describió así a la pareja: «Christel siempre me recordaba la figura de una secretaria cabal, sólida, segura de sí misma, pero carente de imaginación. En cambio, Günter superaba un poco los límites del equilibrio y siempre se le veía desbordando afabilidad y capacidad para adaptarse a cualquier grupo».

Como estaba previsto, ambos se afiliaron al SPD, el partido socialdemócrata. El sur del estado federado de Hesse era uno de los caladeros de votos del partido. Como era habitual en los llegados del Este, entre la militancia se distinguieron por su anticomunismo y sus enfrentamientos con el ala izquierda de las Juventudes Socialistas.

Günter dejó el estanco de su suegra para montar una tienda de fotocopias. También hacía trabajos como fotógrafo freelance. Y tuvieron un hijo, Pierre. Cada miércoles recibían informaciones y órdenes por radio. Los servicios de inteligencia de Alemania Oriental tenían la cortesía de felicitar por sus cumpleaños a todos los miembros de la familia. Pero no se activaron realmente para la Stasi hasta 1959, cuando los socialdemócratas renunciaron al marxismo en la conferencia de Bad Godesberg de 1959. Markus Wolf reconoció en sus memorias que, desde ese momento, vieron que el SPD tenía posibilidades reales de llegar al Gobierno y les ordenaron que se involucraran más en el partido.

Christel fue la primera en tener un ascenso. Se convirtió en la jefa de gabinete de Willy Birkelbach, nada menos que miembro de la ejecutiva del partido, presidente del grupo socialista del Parlamento Europeo y secretario de Estado de Hesse. Tenía acceso a documentos secretos de la OTAN, explicó Markus Wolf, y a los planes de emergencia nuclear. Toda la información que recopilaba Christel, Günter se las arreglaba para microfilmarla e introducirla en cajetillas de tabaco que le vendía a un correo que se hacía pasar por cliente en el estanco de su suegra. Si no, él mismo llevaba la información a Berlín Este y recibía nuevas instrucciones.

Al mismo tiempo, Günter empezó a tomar fotografías de las reuniones y los eventos del partido hasta que en 1962 fue contratado por el periódico del SPD, Der Sozialdemokrat. En el libro de historia de la Stasi, Koehler diferencia entre el perfil de él y el de ella como espías. Günter acababa cada día en bares y restaurantes con sus colegas del partido, bebiendo duro y cotilleando. Pasándoselo muy bien. Y por eso era muy apreciado. Ella no tenía atractivo físico ni personal, solo una eficacia increíble trabajando. Cada uno llevaba una vía ascendente por diferentes medios. En 1964, Günter se convirtió en secretario del partido en Frankfurt.

Con lo primero que cortó la Stasi fue con los viajes de Günter al Este. Le podían reconocer dentro de la RDA. En una de las últimas entradas que había hecho, a su hijo le llevó al zoo un oficial con acento sajón. Cuando volvieron al Oeste, el chaval iba imitando esa forma de hablar, el acento más peculiar de Alemania del Este.

Willy Brandt en un acto oficial en Berlín con Günter al fondo, 1973. Foto: Ulrich Wienke / German Federal Archives (CC).
En 1969 Günter fue elegido concejal de Frankfurt y se encargó de la campaña electoral del diputado nacional Georg Leber, un líder sindical que después llegó a ministro de Defensa. Se enfrentaron en primarias a Karsten Voigt, situado en posiciones a la izquierda de Leber, y ganaron. El nuevo diputado ofreció a Günter que le acompañara a Bonn. Para el traslado, el asesor puso como condición que pudiera ir con él su mujer. Como estaba metida en el partido, le consiguieron un trabajo en la oficina del estado de Hesse en Bonn. Los dos espías se plantaron en la capital de la RFA. Y, al poco tiempo, Günter fue propuesto para asesor del canciller de Alemania, Willy Brandt.

Llegados a ese nivel, Markus Wolf les dio órdenes de no mostrar ambiciones ni la más mínima intención de trepar para no llamar la atención. El partido tenía que investigarles. Heribert Hellenbroich, que luego llegó a director de la inteligencia exterior de la RFA, confirmó que se había estudiado a Günter a fondo sin encontrar nada. Horst Ehmke, jefe de gabinete de Brandt, decidió interrogarlo directamente el 7 de enero de 1970. Günter contestó sin ponerse nervioso, algo para lo que había sido entrenado, y explicó su trabajo en la editorial de Berlín Este. Ehmke, tras escucharlo, decidió que estaba fuera de toda sospecha. Otro asesor de Brandt, Egon Bahr, siguió desconfiando. Le dijo a Ehmke, citado por Wolf: «Quizá cometa una injusticia con ese hombre, pero su pasado me parece muy peligroso».

Sin embargo, por esas fechas eran muy habituales las denuncias tanto anónimas como directas a todos los que habían sido residentes en la RDA. Por un lado, ellos mismos lo solían hacer para eludir las sospechas que pudieran recaer sobre ellos exagerando su anticomunismo. Lo que flotaba en el ambiente era que había mucho personaje más papista que el papa. Y ya había antecedentes de exciudadanos de la RDA en el Gobierno, como Hans-Dietrich Genscher, ministro del Interior de Brandt. El informe de la Comisión Internacional de Juristas se encontró y se volvió a poner en la mesa, pero consideraron que, pasado tanto tiempo, ya no se podía valorar la exactitud de esa información. El general Gerhard Wessel, director de los servicios de inteligencia federales, no pudo asegurar a los hombres de Brandt que Günter fuese un agente de la RDA con la documentación que tenían, pero sí que le pareció sospechoso y recomendó que no fuese incluido en el gabinete del canciller, sino en cualquier otro organismo del Gobierno menos delicado.

Pero Wessel topó con la política, el partido socialdemócrata buscaba una renovación. Con todo lo que eso significa a efectos de marketing. La necesidad de caras nuevas favoreció a Günter, que no provenía de ninguna familia tradicional dentro de la organización, ni había ostentado cargos importantes con anterioridad. Era el tipo de perfil que buscaban ascender y del que quería rodearse Brandt. Además, su protector era Leber, exlíder sindical, y el presidente necesitaba un enlace con los sindicatos. Ese librero metido a espía se convirtió en asesor del canciller federal de Alemania. Su mano derecha en las relaciones con la Iglesia y los sindicatos. Al espía se le proporcionó una radio A-1, lo último. El mensaje se grababa en una tira de celuloide, se giraba una manivela y era emitido por radio en una fracción de segundo. Era imposible localizar al emisor.

Es a partir de aquí donde hay que empezar a dudar de la naturaleza de los hechos tal y como han sido contados. El punto más importante del programa de Brandt eran las relaciones con la RDA, la Neue Ostpolitik (Nueva Política Oriental). Era partidario de rebajar la tensión. De un acercamiento no solo con la RDA, sino también con la URSS y sus países satélites más cercanos. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 1971 por esta política. En El País se escribió años después que, aunque estuviera cargada de contradicciones, la Ostpolitik de Brandt era un verdadero cambio en el curso de la política exterior alemana y occidental.

Por eso, que terminara cayendo por culpa de una intriga de la Stasi dejaba en una posición comprometida la política exterior de la RDA. En ese sentido, hay que tener en cuenta que las memorias de Markus Wolf tienen pinta de ser más bien exculpatorias en este episodio. Su intención no era hacer daño a un hombre de su categoría y boicotear su línea política, viene a contar. Pero hay que ponerlo en duda. Aunque da detalles, como que para que Brandt no perdiera una votación sobornaron a un diputado democristiano, Julius Steiner, lo que demostraría que de algún modo sí estuvieron al quite.

Wolf aseguró que lo que buscaban con el espionaje de Günter era poder anticipar posibles crisis internacionales. También les sirvió para poder conocer de primera mano las intenciones y temores del canciller antes de su encuentro de marzo de 1970 con Willi Stoph, primer ministro de la RDA, quien, por cierto, tenía una Cruz de Hierro en casa por su valor en la invasión de la URSS en la Operación Barbarroja —aunque ya era militante comunista antes de ser reclutado por la Wehrmacht—.

Lo que no contó Wolf sí que aparece en el libro de Koehler. Gracias a esta misión, los soviéticos conocían no solo las estrategias de la RFA, también de sus aliados, como Estados Unidos. Eso les dejó en una gran desventaja en las negociaciones entre bloques de 1972. Y la Stasi había logrado rizar el rizo. Cuando se celebró el congreso del SPD en Saarbrücken a mediados de 1970, Günter Guillaume fue nombrado enlace entre la cancillería y los servicios secretos de la RFA.

No obstante, de esta etapa, lo que subrayó Wolf fue: «No era ningún secreto que Willy Brandt era un mujeriego incorregible». Esta debilidad fue determinante. Mientras iban de campaña electoral, viajaba con ellos la periodista Wibke Bruns. Si Rut, la esposa noruega de Brandt —el canciller había estado refugiado en Noruega y Suecia durante el nazismo— no le acompañaba a algún destino, Brandt instalaba a la periodista en su habitación. Günter estaba siempre en el dormitorio contiguo, suponemos que con la oreja aplastada contra la pared. «Las habitaciones ocupadas por Guillaume y Brandt solo estaban separadas por un delgado tabique, Guillaume se dio cuenta de que la práctica adúltera de Brandt era frecuente y variada». El espía lo aprovechó. No tardó en ganarse su confianza más íntima para convertirse en mamporrero del canciller y empezó a conseguirle mujeres. Aunque, sin duda, eso debió de ser más fácil que seguirle el ritmo de la ejecutiva del partido. En palabras de Wolf: «Por lo que sé, toda la estructura de la socialdemocracia parecía estar lubricada con vino tinto». Günter sufría para recordar después todo lo que averiguaba en esas borracheras con la cúpula del SPD.

Cuando Brandt ganó las elecciones en 1972, la dirección de la Stasi pudo ver a su espía en directo por televisión brindando con el flamante ganador de los comicios. Muy raro sería que no se partieran de risa. En aquel momento, la Stasi tenía miles de agentes en el Oeste. Muchos en cargos importantes. Tantos que su quebradero de cabeza era que no coincidieran y se estorbasen o confundieran los unos a los otros.

Willy Brandt, Walter Scheel, Horst Ehmke y Egon Bahr en su primera declaración tras la victoria electoral; en segunda fila se encuentra Günter Guillaume (1972). Foto: Lothar Schaack / German Federal Archives (CC).

Pero la clave estuvo en la cama del canciller. Según El País, los encuentros sexuales que Günter le facilitaba al presidente fueron pertinentemente notificados a la Stasi, que a la postre se los filtró en pequeñas dosis a la editorial Springer. Wolf ocultó este hecho. Admitió que los propios servicios secretos de la RFA, cuando descubrieron a Guillaume, elaboraron un informe sobre la vida privada del canciller en el que figuraba el espía como suministrador de «periodistas, conocidas casuales y prostitutas» con las que se acostaba el presidente.

El director de la Stasi negó expresamente en sus memorias que pretendieran de este modo extorsionar a Brandt: «Nunca intentamos tal cosa. En primer lugar, sabíamos que en el mundo político de Bonn, un ámbito cerrado y cuidadosamente protegido, la prensa ni siquiera tocaría la información. En todo caso, no nos serviría de mucho, pues no estábamos interesados en destruirlo, sobre todo porque habíamos aprendido a tratar con él, sabíamos mucho de su persona y aplicábamos la máxima de todos los servicios de inteligencia, consistente en trabajar con el demonio conocido antes que acostumbrarse a uno nuevo».

Por el camino, Günter Guillaume también echó alguna que otra cana al aire. Wolf dejó caer que tuvo una amante, pero en 1981 el corresponsal de El País en Bonn señalaba que había mantenido relaciones con varias secretarias en contacto con valiosa información.

Ni Christel ni Guillaume fallaron. Cayeron en cadena por un error ajeno. Cuando se descubrió al espía Willy Gronau, cuyo nombre en clave era «Felix», directivo de la asociación de sindicatos de la RFA, de seis millones de afiliados, los agentes de contrainteligencia se fijaron en su apellido francés. Ese fue el vínculo que establecieron entre ambos. Sobre todo porque, cuando detuvieron a Gronau, uno de sus colaboradores había cometido un error, se había saltado una norma sagrada, y tenía en su apartamento un papel apuntado con las tareas pendientes donde figuraba el apellido Guillaume. Era para no olvidar darle a Gronau la orden de cortar el contacto con él.

«El nombre peculiar de Guillaume representó un papel fatídico. Si se hubiese llamado Meyer o Schultz, podría haberse evitado el desastre», se lamentó Wolf. Cotejando la información, los agentes de la inteligencia federal también vieron que las felicitaciones de cumpleaños que habían interceptado quince años atrás, una de un 1 de febrero, otra el 6 de octubre y una más el 8 de abril, se correspondían con las fechas de nacimiento de Guillaume, su mujer Christel y su hijo Pierre.

Lo sorprendente fue la reacción de la inteligencia alemana. Decidieron no detenerle, dejarle hacer un año más. Informaron a Brandt y aceptó. No sin polémica y sospechas sobre ese extravagante modo de proceder. El mismísimo canciller de Alemania se convirtió en un cebo de los servicios secretos. Él único caso conocido en la historia. Pero no se sabe si Brandt llegó a ser consciente realmente. Hans-Dietrich Genscher y Klaus Kinkel, ministro del Interior y su mano derecha, según Wolf, avisaron a Brandt de una forma tan «indiferente» que el canciller apenas prestó atención y no volvió a darle vueltas a ese asunto. Ambos se justificaron después diciendo que Günther Nollau, jefe de contraespionaje de la RFA, les había hablado de una sospecha, no de una certeza. Nollau, sin embargo, «insistió hasta su muerte en que él había hecho una enérgica advertencia», citó Wolf, para quien la trampa se la tendieron los suyos.

De todos modos, el cebo no sirvió para nada, al contrario. En los siguientes once meses, tras ciento cincuenta operaciones de observación del espía, no lograron atraparlo nunca con las manos en la masa, aunque sí que comprobaron que su conducta era la propia de un agente secreto entrenado por cómo se movía.

Para que Günter no sospechara que le tenían detectado, el BND le dijo a Brandt que se lo llevara de vacaciones con su familia. Fueron al lago Mjosa, en Hamar, Noruega. Ahí, pese a que ya se sabía que era un agente de la Stasi, se las arregló para pasar al Este hasta una carta personal de Nixon a Brandt en la que le instaba a presionar a los franceses para que aprobasen un acuerdo sobre el futuro de la OTAN. En el viaje a Noruega, Guillaume le entregó una documentación al jefe de los servicios de seguridad diciéndole que no quería llevar material clasificado en su coche. En realidad, el sobre contenía papeles con chorradas. El espía logró encontrarse con un oficial de la Stasi en el trayecto y entregarle fotografías de la documentación.

Wolf contó que se le ofreció al matrimonio la oportunidad de huir cuando empezaron a albergar sospechas de que les seguían, pero ellos no quisieron dar el paso. Se les ordenó entonces interrumpir cualquier labor de espionaje. En un viaje a Francia, el BND pensó que Günter iría a encontrarse con su contacto con el Este, el modus operandi habitual de los espías de la Stasi. Le siguieron más de cien agentes. El ministro del Interior, Genscher, recordó años después que la operación fue «casi una segunda invasión de Francia». Pero Guillaume no iba a encontrarse con un enlace, sino con una amante.

Días después, intervinieron definitivamente. De madrugada, Pierre, el hijo de dieciocho años de Günter y Christel, escuchó que llamaron a la puerta con insistencia. Pensaba que era el panadero, que llevaba a primera hora el pan recién hecho, pero se encontró con cuatro oficiales de la policía criminal. Günter Guillaume se estaba afeitando cuando le anunciaron en el baño su detención bajo cargos de espionaje. Sorpresivamente, el espía admitió la acusación en el acto y gritó: «¡Soy capitán del Ejército Nacional Popular de la República Democrática Alemana y miembro del Ministerio de la Seguridad del Estado, les suplico que respeten mi honor de oficial!». Ahí se enteró su hijo de quién era en realidad su padre. En el registro encontraron una cámara microdot y un reloj de pulsera con cámara de fotos. Se llevaron a Günter, a Christel y a su madre Erna esposados.

Comisión de investigación del caso Guillaume, 1974. Foto: Lothar Schaack / German Federal Archives (CC).

Muchos años después, Pierre recordó en la BBC el día en que se enteró de esa manera de que sus padres eran espías: «Me dejaron solo en el piso con un montón de agentes federales y de la policía. Registraron el apartamento, tomaron fotos de las paredes, cortaron muestras de jabón y se llevaron parte de mi colección de discos. Pasaron horas antes de que nadie me dijera qué estaba pasando. Miembros de la embajada de la RDA se presentaron y me dijeron que todo era verdad sobre mis padres y que ellos me cuidarían».

Willy Brandt se enteró de la detención en un aeropuerto, cuando volvía de una visita a Egipto. La forma en que Guillaume admitió su culpabilidad dejó al canciller completamente vendido. También a su amante, que se suicidó. Markus Wolf tenía una hipótesis sobre por qué un agente que nunca había cometido ni el más mínimo error, en el momento de su detención hizo saltar todo por los aires. Por lo visto, Pierre, como es lógico, era muy importante para él y sufría día y noche por ocultarle quién era realmente su padre. La cosa pasó a mayores cuando Pierre, de adolescente, comenzó a interesarse por la política, se hizo de izquierdas, mucho, y empezó a criticar a su padre por socialdemócrata. Le llamaba «traidor al socialismo». Muy contrariado, en una discusión le llegó a contestar que no era lo que creía. Al delatarse, puede que estuviera manteniendo una especie de diálogo con su hijo.

Brandt dimitió. Le estaban machacando en la prensa, incluso en su propio partido. Wolf dejó entrever la sospecha de que en realidad, en el caso Guillaume, lo que le hicieron al canciller fue tenderle una trampa sus propios compañeros. Durante semanas, el escándalo ocupó las portadas de los periódicos. A golpe de titular, iban saliendo revelaciones sobre el espía, pero las que más impacto tuvieron fueron las informaciones sobre que ejercía también de proxeneta para el canciller. También se habló de la afición al alcohol que había en la cúpula socialdemócrata, se reveló el apodo que Brandt se ganó en su época como alcalde de Berlín Oeste, Weinbrand Willy (Brandy Willy). Mientras tanto, Nixon estaba atravesando los peores momentos en el caso Watergate. Era solo 1974, las consecuencias de la crisis del petróleo no habían llegado aún a las economías socialistas. Los comunistas sacaban pecho ante tanta degradación occidental, aunque Brézhnev Honecker manifestaron su desagrado por el caso Guillaume.

Wolf escribió que la caída de Brandt se consideró «un desastre» tanto en el Este como en el Oeste, y que la culpa se le atribuía injustamente a él: «Nuestro papel en la caída de Brandt fue tirar piedras a nuestro propio tejado. Nunca deseamos, planeamos, ni vimos con agrado su eliminación política. Pero, una vez que la cadena de los hechos se puso en movimiento, tuvo su propia dinámica. ¿En qué momento debí haber detenido la operación?».

El 6 de mayo de 1974, Brandt dimitió aludiendo a «las normas no escritas de la democracia» y para evitar que se destruyera su «integridad política y personal», pero calificó como «grotesco» que alguien pensara que se podía chantajear a un canciller federal. Le sustituyó Helmut Schmidt.

Durante el juicio a Günter Guillaume, el fiscal general acusó al espía de haber reducido el poder de disuasión de la OTAN informando a la URSS de las divisiones en el seno de la organización. La viabilidad de la alianza atlántica pasaba por «un poder basado en la determinación creíble de los Estados miembros a desarrollar una defensa conjunta, a demostrar una auténtica solidaridad en el seno de la Alianza y a obtener un equilibrio estratégico de las fuerzas militares». Sin embargo, «esa situación pudo inducir a la Unión Soviética, por consideraciones políticas y estratégicas, a adoptar medidas dirigidas a socavar la alianza occidental y más tarde a transformar esa nueva situación en una serie de medidas políticamente coercitivas».

En diciembre de 1975 fue condenado por alta traición a trece años de cárcel. Una pena muy alta para un espía. A Christel le cayeron ocho. En la cárcel, Guillaume se enteró de que le habían ascendido a coronel en la RDA y presumió de ello ante los presos; según El País, le dijo a otro recluso de la prisión de Colonia: «Ahora solo me tengo que cuadrar ante los generales».

Christel fue intercambiada por seis agentes occidentales. Se reunió con su hijo y con su madre en Berlín Oriental poco después del juicio. Pierre visitó a su padre en la cárcel con frecuencia, pero vivir en el Este no le gustaba. Años después, relató a la BBC: «En 1980 le dije a la Stasi que ya no quería vivir allí, el resultado fue que me retiraron el pasaporte, así que me convertí en un verdadero ossie, un verdadero alemán del Este».

Wolf tuvo a mucho personal, confesó, dedicado al bienestar de Pierre. A su integración en la vida de la RDA. Pero era tarea imposible, según escribió en El hombre sin rostro:

Se había educado en un medio completamente distinto y antiautoritario que fomentaba el individualismo en el vestido, en la expresión y la conducta. Felizmente, ese estilo no había desbordado el Muro de Berlín, y cierto tipo de orden prusiano prevalecía en las escuelas de la RDA. Descubrimos que el colegio más apropiado que podía utilizarse era uno en el que la directora estaba acostumbrada a tratar con niños bastante malcriados de familias de la élite de Alemania Oriental. Se pidió a varios activistas fieles de la Juventud Libre Alemana y voluntarios de familias de confianza, según los servicios secretos, que trabasen amistad con él. Todo fue inútil. Pierre, sencillamente, dejó de ir a clase y cuando asistía provocaba desórdenes. Poco después, nos anunció, para nuestro horror, que deseaba regresar a Bonn, donde tenía una novia cuyo padre pertenecía al partido conservador del Ministerio del Interior. Cada vez que Pierre viajaba a ver a su padre encarcelado, pensábamos que podríamos perderlo. Así, comenzamos a tomar medidas desesperadas para retenerlo, se había interesado en la fotografía, de modo que mi departamento le compró el equipo más moderno y le facilitó un aprendizaje en la mejor técnica de color que pudimos hallar. En el curso del tiempo, tuvo una nueva amiga socialista, una alemana oriental cuyo padre era funcionario de mi servicio. Nuestro alivio fue inmenso. Pero la situación mostró otra complicación, aproximadamente un año después supe que ambos habían solicitado permiso para salir de la RDA. Nada pudo hacerse para disuadirlos. Aceptamos la derrota y aceleramos la partida de la pareja. Los despedimos con cierto alivio.

Luchar por la repatriación de Günter Guillaume era una obligación moral para la RDA, sobre todo de cara a sus nuevas generaciones de espías. Ocho años antes de que cumpliera su condena, se le incluyó en un canje de múltiples agentes en otoño de 1981. A su regreso se le recibió por todo lo alto en una casa de campo secreta. Llevaba puesto un traje que le habían regalado los policías de la cárcel de Colonia, se los había ganado. Cuando se encontró con su jefe, con Markus Wolf, Guillaume le dio las gracias. Wolf le dijo: «Somos nosotros los que te damos las gracias». Todo se grabó para un documental para futuros agentes.

Willy Brandt y Günter Guillaume, ca. 1974. Foto: Ludwig Wegmann / German Federal Archives (CC).

Su esposa Christel estaba presente, pero esperaba a cierta distancia. Se abrazaron, pero su matrimonio ya estaba liquidado. Les facilitaron «una agradable residencia» para que arreglasen las cosas, pero Christel no quiso. Eso hundió a Günter. También esperaba convertirse en la mano derecha de Wolf, pero llevaba años fuera de juego. Estaba desactualizado. Es gracioso que, en las memorias del director de la Stasi, cuando este recuerda las conversaciones con el médico de Guillaume, Wolf le dijo: «Lo único que satisfaría a Günter sería un puesto en el Politburó». El galeno contestó al oír eso: «Bien, uno más o menos no cambiará la situación».

Honecker, presidente de la RDA, les concedió a él y a su exmujer la máxima condecoración de la Alemania Oriental, la Orden de Karl Marx, y se les asignó una casa con un terreno de mil metros cuadrados al lado de un lago al noroeste de Berlín. Los ahorros de Günter Guillaume, cuyo sueldo había entrado rigurosamente cada mes en su cuenta desde 1956, eran de medio millón de marcos. Era millonario en un país comunista.

Wolf también reconoce sin tapujos que le proporcionaron al exespía compañía femenina, a Elke. «Una agradable enfermera de edad madura». Y con intenciones claras: «Con el propósito ostensible de atender sus problemas renales y de circulación, pero también para ensayar las posibilidades de una relación sentimental». Y, según contó, funcionó. Se casaron. La marcha de su hijo a la RFA, que se produjo cuando Pierre tenía treinta y un años, mujer y dos hijos, fue otro duro golpe. Günter calificó a su hijo de «traidor», sin miramientos. Para comenzar una nueva vida al otro lado del Muro, Pierre tuvo que cambiar su identidad.

Hasta 1989, Guillaume dio conferencias a otros agentes de inteligencia. Se ha dicho que con el corazón dividido, ya que llegó a sentir verdadera admiración y amistad por Willy Brandt. Wolf también lo señaló, que tenía «una personalidad dividida» y que, mientras estuvo en la ejecutiva de los socialdemócratas, «estaba convencido de que a su modo estaba contribuyendo al nuevo entendimiento».

Brandt no. Estuvo destrozado durante muchos años. Wolf quiso disculparse personalmente con él una vez caído el Muro, pero el excanciller no aceptó verlo. Ni a él ni a Guillaume. Contestó que le «provocaría excesivo dolor». En sus memorias habló de que sentía «ira intensa» al recordar a Günter Guillaume. Se lamentó por no conocer mejor «la naturaleza humana», se preguntó qué clase de personas le hicieron eso cuando lo que intentó fue reducir las tensiones entre los dos Estados. Y el paso de los años no le hizo reducir su amargura. Murió en 1993.

Guillaume murió en 1995. Su hijo Pierre nunca pudo arreglar su relación con él. En una entrevista en Der Spiegel diez años después de su muerte dijo que nunca logró colocar en su memoria la figura de su padre. Sentía que tenía tres, el padre socialdemócrata de la RFA, el espía que replicaba los discursos del Gobierno comunista en la RDA y el anciano tras la caída del Muro. Tres personas distintas. Con su madre, que murió en 2004, sí que parece que tuvo más relación. Al menos él dio la noticia de su muerte a los medios.

Según The History of the Stasi: East Germany’s Secret Police, de Jens Gieseke y David Burnett, en este periodo, el diputado socialdemócrata —miembro del NSDAP antes de la guerra— Gerhard Fläming también fue colaborador de la Stasi. Bodo Thomas, que se ahorcó cuando salió su acusación, concejal de Berlín y miembro del equipo del alcalde, había trabajado para la RDA durante veintiséis años. Ruth Polte, que había colaborado estrechamente con Helmut Schmidt, sucesor de Brandt, también pasó información. Henning Nase, del Ministerio de Trabajo, desapareció en cuanto cayó el Muro y nadie sabía por qué. Fue condenado años después por espía. Josef Braun, otro diputado socialdemócrata del Bundestag, también fue descubierto. Rudolf Maerker, otro exmiembro del NSDAP convertido en socialdemócrata, envió más de mil doscientas informaciones. Por supuesto, también hubo espías en los demás partidos, hasta en Los Verdes desde su fundación. El caso más sonado fue cuando se descubrió que las escuchas de la Stasi a la CDU contenían muy bien detallada toda la financiación ilegal del partido. Kohl se pasó años luchando para que no saliera a la luz. Hubo un debate en Alemania sobre si debían ser aceptadas como prueba por la forma en la que habían sido obtenidas. Al final se reveló solo el contenido que ponía de manifiesto cómo operaba la Stasi.

Como dicen David Childs y Richard Popplewell en The Stasi: The East German Intelligence and Security Service los Guillaume causaron un terremoto político, pero su valor era menor que el de otros agentes. Con todo, a Günter no se le puede restar protagonismo. Un hombre sin estudios, arrojado a otro país para buscarse la vida, que se las arregló para acabar de asesor personal del jefe de Estado del país más desarrollado de Europa. Da pena que cayera por una casualidad remota. Te quedan ganas de imaginar qué hubiera pasado si hubiese seguido inmerso en las dinámicas de poder de la socialdemocracia, tal vez hubiera acabado presentándose a las elecciones y… ganándolas.

La batalla de Stalingrado en imágenes

Autor:  Héctor Rodríguez. 2 de febrero de 2018
Rasputitsa

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Rasputitsa

Soldados de la Wehrmacht tirando de un coche embarrado, noviembre de 1941. La rasputitsa desempeñó un papel crucial durante las diferentes guerras en Rusia, particularmente en la Segunda Guerra Mundial donde la Blitzkrieg fue casi detenida por el lodo, haciendo los tanques más poderosos prácticamente inutilizables.

Foto: German Federal Archives

Lodo sin fin

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Lodo sin fin

Ejército alemán detenido por el lodo sin fin en la primavera de 1942 en el Frente Oriental.

Foto: German Federal Archives

Operaciones aéreas

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Operaciones aéreas

Bombardeo aéreo de la Luftwaffe alemana sobre Stalingrado en septiembre de 1942.

Foto: German Federal Archives

Stukas sobrevuelan la ciudad

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Stukas sobrevuelan la ciudad

Un bombardero alemán Junkers Ju 87 Stuka atacando Stalingrado en octubre de 1942.

Foto: German Federal Archives / Opitz

Stalingrado Sur

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Stalingrado Sur

Mapa de ejercito alemán del flanco sur de la ciudad de Stalingrado, 1942.

Foto.: Library of Congress Geography and Map Division Washington

Aliados nazis

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Aliados nazis

Soldados del ejercito rumano, aliado del ejército de Alemania, en el frente de la ciudad de Stalingrado. Tropas rumanas, húngaras e italianas apoyaron la ofensiva del los nazis sobre la Unión Soviética.

Foto: German Federal Archives / Lechner

A las afueras

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A las afueras

Artillería de campaña alemana bombardeando posiciones soviéticas en el verano de 1942.

Foto: German Federal Archives / Thiede

Barricadas urbanas

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Barricadas urbanas

Un militar alemán armado con un subfusil soviético PPSh-41 vigila desde una barricada. Muchos alemanes tomaban armas soviéticas cuando las encontraban porque eran mejores para el combate en espacios cerrados.

Foto: German Federal Archives

Francotiradores soviéticos

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Francotiradores soviéticos

La de Stalingrado fue una batalla eminentemente urbana en la los francotiradores que diezmaron sin impunidad a las tropas enemigas de ambos bandos, tuvieron un papel protagonista.

Foto: Zelma

Tropas del ejército rojo entre las ruinas de la fábrica Octubre Rojo

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Tropas del ejército rojo entre las ruinas de la fábrica Octubre Rojo

La fábrica fue establecida el 30 de abril de 1897. La fábrica fue destruida totalmente durante la batalla de Stalingrado, pero fue restaurada poco después.Durante esta, la fábrica fue escenario de fuertes enfrentamientos entre las tropas alemanas y el Ejército Rojo.

Foto: German Federal Archives / Georgii Zelma

Una ciudad destruida

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Una ciudad destruida

Soldados soviéticos combatiendo entre las ruinas de la ciudad.

Foto: German Federal Archives

Centro de Stalingrado después de la liberación

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Centro de Stalingrado después de la liberación

Así lucía el centro de la ciudad de Stalingrado después de la liberación de la ocupación alemana.

Foto: Zelma

Soldados capturados

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Soldados capturados

Soldados alemanes capturados llevados a campos de prisioneros en Stalingrado, 1943. El elevador de grano y los silos están en el fondo

El contraataque soviético en Stalingrado

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El contraataque soviético en Stalingrado

En rojo: frente alemán el 19 de noviembre

En amarillo: frente alemán el 12 de diciembre

En verde: frente alemán el 24 de diciembre

En gris: avance soviético entre el 19 y el 28 de noviembre

Foto: iMeowbot

Katiusha

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Katiusha

Una batería de lanzacohetes Katiusha del Ejército Rojo abriendo fuego contra las tropas alemanas durante la batalla el 6 de octubre de 1942

Foto: RIA Novosti archive / Zelma

La rendición alemana

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La rendición alemana

Friedrich Paulus y los miembros de su Estado Mayor en el momento de rendirse a los Altos mandos soviéticos

Foto: German Federal Archives

Victoria soviética

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Victoria soviética

Un soldado soviético ondeando la Bandera roja tras la rendición alemana en febrero de 1943.

Foto: German Federal Archives / Georgii Zelma

La batalla de Stalingrado en imágenes

La primavera de 1942 en el frente oriental se había presentado mucho más tranquila que el año anterior. La escasez de recursos, el agotamiento de ambos contendientes, y un invierno especialmente duro al que seguía el correspondiente periodo de deshielo y embarramiento al que los rusos conocen como rasputisa, y que hace el terreno difícilmente transitable, hicieron que la guerra se tomara un pequeño respiro.

No obstante, las batallas que se libraron durante los años 1942 y 1943, resultaron decisivas en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. Así, fue en 1942 cuando el ejército alemán se planteo el dilema de dar el golpe de gracia la Unión Soviética antes de que Estados Unidos pudiera movilizar sus recursos económicos y militares. El 28 de junio del mismo año, Hitler pondría en marcha la que se conoció como la Operación Azul, cuyo objetivo se centró en las riquezas minerales y petrolíferas de Ucrania y el Caúcaso. Entre las contingencias estratégicas se encontraba la ciudad de Stalingrado, cuya conquista pretendía cortar el suministro de recursos del ejército rojo.

Stalin prefería ceder terreno a enfrentarse con los nazis en una batalla perdida de antemano.

Convencidos de que el ataque se produciría sobre Moscú de forma inminente, la ofensiva que los alemanes desplegaron por todo frente ucraniano cogió a los soviéticos completamente por sorpresa. De este modo, en una maniobra más que usual, el Ejercito Rojo se replegó. Los alemanes se internaban imparables en el corazón de Europa, sin embargo no hicieron otra cosa que conquistar territorio desierto.

Stalin prefería ceder terreno a enfrentarse con los nazis en una batalla perdida de antemano. La progresión de los segundos avanzaba por el Caúcaso, no obstante las largas distancias que dificultaban el abastecimiento de suministros y las montañas hicieron que nunca llegaran a alzanzar los pozos petrolíferos con los que pretendían hacerse. Fue sí que Hitler pronto decidió, el 19 de junio de 1942, poner rumbo hacia Stalingrado.

La batalla comenzaría el 23 de agosto de 1942 y enfrentó al Ejército Rojo de la Unión Soviética y la Wehrmacht de la Alemania nazi y sus aliados del Eje por el control de la ciudad, la cual tenía una importante industria militar y se establecía como un importante nudo de comunicaciones ferroviarias. La urbe se extendía a lo largo de la orilla occidental del Volga y carecía de puentes para cruzar el río.

Poco antes, el 19 de julio Stalin ordenó que Stalingrado quedase en estado de sitio total, no permitiendo la salida de civiles, y disponiendo que se comenzaran los preparativos para resistir ante los alemanes, que se acercaban. Preocupado por el avance alemán hacia el Volga, que podía dividir a Rusia en dos, días despues, el 28 de julio, Stalin emitió la famosa orden 227, pronto conocida como la orden «¡Ni un paso atrás!«, por la que se prohibió la rendición bajo cualquier concepto, y se formó una linea de infantería en retaguardia con órdenes de fusilar a todo soldado o civil que retrocediese sin permiso. El 23 de agosto se acercaba y la batalla acechaba en el horizonte de la actual Volgogrado.

Como se preveía la lucha resulto terrible. Las tropas del Fürher llegaron a la ciudad, al frente de cuya defensa se encontraban los generales soviéticos Emerenko y Chuikov, y ante los que se tuvieron que enfrentar en un tipo de guerra hasta entonces desconocido para ellos: la lucha en una ciudad en ruinas y contra un enemigo que se conocía cada palmo del terreno.

Hitler, llegó a anunciar la conquista de Stalingrado el 8 de noviembre

Los soviéticos recibieron numerosas pérdidas, sin embargo a las orillas del Volga llegaban nuevos refuerzos cada noche. La situación parecía aun peor para Wehrmacht alemana, que contaba con un número aún más alto de bajas y pérdidas de armamento, pero que sin embargo parecía hacer retroceder al Ejército Rojo. El avance fue tal que de hecho Hitler, llegó a anunciar la conquista de Stalingrado el 8 de noviembre. Pero las tornas cambiarían muy pronto.

Las tropas alemanas se encontraban flanqueadas por las de sus aliados rumanos, húngaros e italianos, mucho más débiles y peor armadas. Mientras, por el lado soviético, se estaba fraguando la que recibió el nombre de Operación Urano, mediante la cual, tras acumular tropas a ambos lados del frente alemán, se produciría el cerco al Sexto Ejercito de los nazis.

Fueron meses de sangre y pólvora que supusieron el gran punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial en Europa

En un error de cálculo y basándose en las predicciones de Göring de que la Luftwaffe alemana podría dar soporte aéreo a las tropas, Hitler ordenó que el Sexto Ejercito mantuviera las posiciones. Para ventura de los soviéticos aquellos aviones no resultaron suficiente. Una posterior ofensiva del ejercito rojo cercó por completo a las tropas alemanas, no dejando más opción al mariscal Paulus, quien encabezaba a la facción nazi, de rendirse el 2 de Febrero de 1943 desaviniendo las órdenes del Fürher.

La Wehrmacht había sufrido su primera gran derrota y la balanza en el frente oriental se inclinaba a favor de la URSS por primera vez. Fueron meses de sangre y pólvora que supusieron el gran punto de inflexión de la Segunda Guerra Mundial en Europa, y que dió lugar al contraataque soviético e inicio del repliegue alemán. La Segunda Guerra Mundial, acababa de cambiar su rumbo.