Franco creó 300 campos de concentración en España, un 50% más de lo calculado hasta ahora

Los prisioneros abarrotan el campo de concentración habilitado en la plaza de toros de Santander BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

Autora: Belén Remacha

Fuente: eldiario.es 11/03/2019

Franco creó en España un centenar más de campos de concentración de los que se creía hasta ahora. Una investigación del periodista Carlos Hernández plasmada en su libro Los campos de concentración de Franco documenta 296 en total, a partir sobre todo de la apertura de nuevos archivos municipales y militares. Por los campos pasaron entre 700.000 y un millón de españoles que sufrieron «el hambre, las torturas, las enfermedades y la muerte», la mayoría de ellos además fueron trabajadores forzosos en batallones de esclavos. Estuvieron abiertos desde horas después de la sublevación militar hasta bien entrada la dictadura.

El estudio anterior más completo, de Javier Rodrigo, había documentado hasta 188 campos de concentración en todo el país. También en torno a 10.000 víctimas mortales entre los asesinados y los fallecidos a consecuencia de las condiciones vividas ahí, pero Hernández cree que «esa cifra se queda corta con estos nuevos datos. Es imposible documentar todos los asesinatos y muertes porque no dejaban registro, pero en solo 15 campos que han podido ser investigados en esto ya calculamos entre 6.000 y 7.000. No es una proporción exacta porque entre esos 15 estaban algunos de los más letales, pero nos hacemos una idea de que hay muchas más víctimas».

Mapa elaborado por Ana Ordaz

La comunidad autónoma que más campos albergó fue Andalucía, pero hubo por todo el territorio: el primero fue el de la ciudad de Zeluán, en el antiguo Protectorado de Marruecos, abierto el 19 de julio de 1936, y el último fue cerrado en Fuerteventura a finales de los años 60. El 30% eran «lo que imaginamos estéticamente como campos de concentración, es decir, terrenos al aire libre con barracones rodeados de alambradas. El 70% se habilitaron en plazas de toros, conventos, fábricas o campos deportivos, hoy muchos reutilizados», explica Hernández. Ninguno de los presos había sido juzgado ni acusado formalmente ni siquiera por tribunales franquistas, y pasaron ahí una media de 5 años. Sobre todo eran combatientes republicanos, aunque también había «alcaldes o militantes de izquierdas» capturados tras el golpe de estado en localidades que cayeron en manos del ejército franquista.

Prisioneros de las Brigadas Internacionales en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos).
Prisioneros de las Brigadas Internacionales en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos). BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

Trabajos forzosos, hambre y torturas

En los campos de concentración de Franco se hacía una labor de «selección». Se investigaba a cada uno de los prisioneros, principalmente mediante informes de alcaldes, curas, y de los jefes de la Guardia Civil y la Falange de las localidades natales. A partir de ahí, clasificaban a los prisioneros en tres grupos, en términos franquistas: los «forajidos», considerados «irrecuperables», iban directamente a juicio, en el que se les decretaba cárcel o paredón. Los «hermanos forzados», es decir, los que creían en las ideas fascistas pero obligados a combatir en el bando republicano; y los «desafectos» o «bellacos engañados», los que estaban del lado republicano pero los represores valoraban que no tenían una ideología firme y que eran «recuperables».

Los «desafectos» poblaron de manera estable los campos de concentración y fueron condenados a trabajos forzosos. Durante la guerra estuvieron obligados a cavar trincheras, y al término del conflicto, principalmente a labores de reconstrucción de pueblos o vías. Sufrieron torturas físicas, psicológicas y lavados de cerebro: tenían que comulgar, ir a misa, o cantar diariamente el Cara al Sol, como ha documentado Hernández. También hay testimonios explícitos de hambrunas extremas, «la peor pesadilla de los prisioneros», enfermedades como el tifus o tuberculosis y plagas de piojos. Muchos de ellos fueron asesinados en el propio campo o por tropas falangistas que iban a buscarles, y otros muchos no sobrevivieron a la falta de alimento, higiene y atención sanitaria.

En noviembre de 1939, meses después del fin de la guerra, se cerraron muchos campos, «pero lo que sucede realmente es una transformación», relata el periodista. «La represión franquista era tan bestia y tenía tantas patas que evolucionó en función de las circunstancias. Franco, aunque aliado con Italia y Alemania, quería dar una buena imagen ante Europa, quería emitir una propaganda de respeto de los derechos humanos. Por eso oficialmente los campos terminan, pero algunos perduran durante mucho tiempo». El último oficial, también el más longevo, fue el de Miranda de Ebro (Burgos), que duró de 1937 a 1947.

Después hubo lo que Hernández denomina «campos de concentración tardíos», creados durante los años 40 y 50 y con denominaciones ya distintas. Fueron el de Nanclares de Oca (Álava), La Algaba (Sevilla), Gran Canaria y Fuerteventura, estos dos últimos para prisioneros marroquíes de la guerra del Ifni y cerrados en el 59. Durante el resto de la dictadura siguieron quedando vestigios: por ejemplo, en 1966 se clausuró la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía (Fuerteventura), en la que se encarcelaba y «reeducaba» a homosexuales.

Prisioneros haciendo el saludo fascista en el campo de concentración de Irún en Guipúzcoa
Prisioneros haciendo el saludo fascista en el campo de concentración de Irún en Guipúzcoa BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

«Ha habido miedo a hablar»

Según Hernández, hay que «rehuir» la comparación que parece inevitable con los campos nazis. En primer lugar porque «al lado de Auschwitz, de millones de víctimas en la cámara de gas, cualquier crimen brutal parece menos crimen». Y en segundo porque el sistema franquista era muy diferente: así como en la Alemania nazi todo estaba más o menos estructurado y los dividían entre los de exterminio directo y los de exterminio por trabajo, los españoles eran mucho más heterogéneos y todo más «caótico». Los campos de Franco variaban mucho en tamaño, y la suerte y destino de los prisioneros dependía en muchos casos de las decisiones del propio oficial, que los había más y menos sanguinarios.

Sobre el papel, estos centros estaban destinados solo a hombres: «En la mentalidad machista y falsamente paternalista de los dirigentes franquistas, las mujeres no encajaban en los campos de concentración». Aunque sí hubo grupos de cautivas en algunos como en el de Cabra (Córdoba), ellas fueron sometidas a idénticas torturas sobre todo en las cárceles. Las prisiones, al igual que las unidades del Patronato de Redención de Penas que construyeron el Valle de los Caídos, no están incluidas en esta investigación. Hernández la ha limitado a lo que la propia documentación del régimen categoriza como ‘campos de concentración’ –además de los cuatro tardíos– porque «la represión fue de tal magnitud y tuvo tantas estructuras que para poder explicarla tienes que parcelarla».

La segunda parte del libro de Hernández, que se publica el próximo 14 de marzo, consta de testimonios de víctimas. Quedaban pocos supervivientes que pudieran contarlo pero el autor conversó directamente con media docena de los que fueran presos en uno o varios de los casi 300 campos de concentración. Todos ellos han fallecido en los últimos tres años, el último el pasado jueves, Luis Ortiz, quien pasó por el de Irún, por el de Miranda de Ebro y por el de Deusto.

Durante muchas décadas «ha habido vergüenza y miedo» a hablar. Además de esas conversaciones con los antiguos presos, mucho de lo recuperado por Hernández parte de publicaciones elaboradas durante la Transición y de documentos familiares: «Hubo mucha gente que dejó escritos a sus hijos y nietos de lo que ocurrió». Él anima a eso, «a preguntar a la abuela, al abuelo, por lo que pasó: en todas las familias españolas hay alguien cercano con historias sobre esto. No quiero que esto sea un punto y final a la investigación sobre los campos de concentración, sino un estímulo para reabrir el tema».

Prisioneros del campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos) trabajando en la construcción de una carretera cercana.
Prisioneros del campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos) trabajando en la construcción de una carretera cercana. BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

El arte español expoliado por los Bonaparte

‘Napoleón cruzando los Alpes’ (1801), de Jacques-Louis David. (Dominio público)

Autor: CARLOS JORIC 

Fuente: La Vanguardia 11/02/2020

Primero fueron Bélgica y Holanda (1794), después Italia (1796), luego Egipto (1798) y más tarde Austria y Prusia (1806). Cuando las tropas napoleónicas entraron en España en 1808, llevaban más de una década saqueando el patrimonio artístico de los territorios que habían conquistado. La excusa para perpetrar estos expolios fue la creación en París del Muséum central des Arts (luego rebautizado como Museo Napoleón y más tarde como Louvre), una gran pinacoteca destinada a albergar los tesoros artísticos que, según las autoridades francesas, habían permanecido ocultos o ignorados en sus países de origen.

Inspirada por los ideales de la Ilustración, la Francia posrevolucionaria pretendía erigir un gran templo de las artes accesible a todos los franceses, una síntesis del arte mundial que sirviera como instrumento de instrucción pública y como expresión del poder y nivel cultural de la nueva nación.

Como dijo Napoleón Bonaparte en su discurso ante el Directorio: “La República Francesa, por su fuerza, la superioridad de su luz y de sus artistas, es el único país del mundo que puede proporcionar un asilo inviolable a estas obras maestras”. En la práctica, como veremos, este “deber cultural” será utilizado en muchas ocasiones como justificación para otro tipo de actividades mucho menos elevadas.

Las “plazuelas” de José I

La llegada al trono español en 1808 del hermano mayor de Napoleón, José Bonaparte , favoreció la implementación de una serie de medidas que contribuyeron a poner en circulación buena parte del patrimonio artístico español; unas obras de gran riqueza, muchas de las cuales habían permanecido inalteradas y prácticamente ignotas durante siglos en el interior de conventos y palacios. El mandato más importante fue un Real Decreto del 18 de julio de 1809 por el cual se suprimieron las órdenes religiosas masculinas y se incorporaron sus bienes –obras de arte, joyas, terrenos, edificios– al Estado.

Una de las medidas adoptadas por el nuevo gobierno fue un proyecto para crear un gran museo público en Madrid

Con esta desamortización, el nuevo monarca pretendía paliar la mala situación económica en la que se encontraba el país e iniciar una serie de reformas que le permitieran ganarse el favor del pueblo y afianzarse en su cuestionadísimo trono. Tanto el rey como los distintos gobernadores militares se afanaron en mejorar el estado de sus ciudades a través de la puesta en marcha de diversas obras de carácter público: se modernizaron los saneamientos, se trasladaron los cementerios a las afueras de las urbes y se abrieron plazas y paseos para descongestionar los abigarrados e insalubres centros urbanos.

Estas obras, que provocaron el derribo de decenas de edificios religiosos, fueron recibidas con desdén por gran parte de la población. Un menosprecio que tiene más que ver con el rechazo al rey intruso, a quien los madrileños empezaron a referirse como “Pepe Plazuelas”, que con el carácter de las reformas.

Otra de las medidas adoptadas por el nuevo gobierno fue un proyecto para crear un gran museo público en Madrid. Inspirado en el de Napoleón, el Museo Nacional de Pinturas, como se llamó inicialmente, iba a ser el equivalente español de otros museos nacionales creados por los Bonaparte en Europa, como la Pinacoteca de Brera en Milán o los museos de Bellas Artes de Bruselas y Ámsterdam.

Jose I fue proclamado rey de España por su hermano Napoleón.
Jose I fue proclamado rey de España por su hermano Napoleón. (Dominio público)

El objetivo era que el museo madrileño albergara una muestra representativa de las diferentes escuelas españolas de pintura con obras provenientes de los conventos y colecciones privadas incautados. Con este propósito, se hizo acopio de unos mil quinientos cuadros, que fueron depositados –la mayoría en muy malas condiciones de conservación– en varios edificios religiosos de toda España. El lugar elegido como sede fue el palacio de Buenavista (actual Cuartel General del Ejército), que había sido propiedad de la duquesa de Alba y posteriormente del defenestrado primer ministro Manuel Godoy.

De museo a botín

El Museo Josefino, como también se denominó, se proyectó como la punta de lanza de otros museos públicos que se irían abriendo en otras ciudades, como Sevilla (en el Alcázar), Granada (en el palacio de Carlos V) o Barcelona (en la Lonja). Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones, el museo nunca se abrió. La inestabilidad política y el cambio de signo de la guerra lo impidieron.

¿Cuál fue el destino de todos esos cuadros? Paradójicamente, lo que empezó siendo una medida dispuesta para centralizar, proteger y dar a conocer el patrimonio artístico español terminó como la principal causa de su dispersión.

El proceso de recolección de estas obras fue aprovechado por gobernadores y marchantes para robarlas y comerciar con ellas. Uno de los máximos responsables de este saqueo fue el francés Frédéric Quilliet. Este oscuro personaje, mezcla de marchante y aventurero, había llegado a España antes de la guerra, durante el reinado de Carlos IV. Al cabo de poco tiempo logró introducirse en los círculos gubernamentales madrileños trabajando como asesor artístico.

Quilliet fue el encargado de inventariar las colecciones reales, en especial la del monasterio de El Escorial, de la que desarrolló un gran conocimiento, y otras importantes colecciones privadas, como la de Godoy. Cuando José I subió al trono, el marchante estaba considerado uno de los máximos expertos en pintura española. El hecho de que fuera francés influyó también para que el nuevo rey le nombrara comisario de Bellas Artes y agregado artístico del cuerpo expedicionario de Andalucía.

Gracias a su posición y conocimiento de las colecciones, Quilliet logró apropiarse de muchas de las obras que estaban destinadas a los depósitos reales. Su ambición y descaro llegaron a tal punto que, en 1810, fue cesado de su cargo acusado de apropiación indebida. Según las declaraciones de sus ayudantes, Quilliet les obligaba a borrar las señas de identificación de los cuadros para poder comerciar luego con ellos.

Regalos para todos

El saqueo institucional del patrimonio artístico español no se limitó a las artimañas de personajes como Quilliet. El propio rey contribuyó en gran medida al expolio. Por medio de varios decretos, José I utilizó los bienes incautados a las órdenes religiosas para ofrecerlos a los militares más renombrados “como testimonio particular de nuestra satisfacción por los servicios que nos han hecho”.

De esta manera, el mariscal Soult, comandante general de las fuerzas francesas en España, fue recompensado con seis cuadros, cinco de ellos procedentes de El Escorial. El general D’Armagnac, gobernador militar de Burgos y Cuenca, con cuatro. El general Sebastiani, que dirigió la ofensiva contra Andalucía, recibió tres. Y el general Dessolles, que tuvo un papel destacado en la victoriosa batalla de Ocaña, otros tres. Sin embargo, con quien más generoso se mostró el rey fue con su hermano Napoleón.

Real monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Real monasterio de San Lorenzo de El Escorial. (bluejayphoto / Getty Images/iStockphoto)

Por iniciativa propia, o quizá presionado por Vivant Denon, director del Museo Napoleón, José Bonaparte quiso contribuir a la pinacoteca parisina enviando una muestra representativa de pintura española. A través de un Real Decreto de 1809, ordenó que se formara una colección de obras de “pintores célebres de la escuela española, que ofreceremos a nuestro augusto hermano el Emperador de los franceses, manifestándole nuestros deseos de verla colocada en una de las salas del Museo Napoleón”.

La donación estaría compuesta de cincuenta cuadros de gran valor artístico, aunque, para evitar empobrecer la colección nacional, ninguno de ellos proveniente de los Reales Sitios. La tarea fue encomendada a Quilliet, quien todavía no había sido cesado de su cargo. El comisario de Bellas Artes, haciendo caso omiso a las recomendaciones del rey –y posiblemente azuzado por Denon–, realizó una selección que incluía destacadísimos lienzos pertenecientes a las colecciones reales, en especial de El Escorial, y muy pocos procedentes de los conventos suprimidos.

A pesar de las protestas del director del museo napoleónico, molesto por la tardanza, el rey no transigió. Aprovechó el expediente que se abrió al poco tiempo a Quilliet para justificar la realización de una nueva selección. Para ello nombró una comisión integrada por tres nuevos expertos: el conservador Manuel Napoli y los pintores de cámara Mariano Salvador Maella y Francisco de Goya.

Tradicionalmente se ha tendido a rebajar el grado de colaboración de esta comisión, difundiendo la idea de que sus componentes sabotearon el proyecto, de que eligieron a propósito las obras más mediocres para salvar las más sobresalientes. Sin embargo, actualmente esta versión está muy cuestionada. Algunos especialistas sostienen que esto fue más una excusa creada para limpiar el nombre de Goya, principalmente, que una realidad.

Retrato del artista Francisco de Goya.
Retrato del artista Francisco de Goya. (Archivo)

La “baja” calidad de las obras seleccionadas seguramente responde más a los deseos del rey de no donar las pinturas más importantes que a una audaz maniobra patriótica. Aunque la selección fue aprobada, el encargo continuó sufriendo retrasos a causa del mal estado de conservación de algunas obras, la desaparición de otras y las rectificaciones de última hora del monarca, que cambió varias veces de opinión sobre algunas de ellas.

Para recomponer el pedido se formó una nueva comisión. En ella ya no estaba Goya, pero sí, oficiosamente, Denon. El gerente del Museo Napoleón, harto de esperar, se había trasladado a Madrid para agilizar el envío. Durante su estancia, Denon aprovechó para elegir personalmente doscientos cincuenta lienzos más de los que se habían acordado, la mayoría pertenecientes a colecciones de la nobleza. Justificó su decisión explicando que era una indemnización por la campaña militar de España.

De los cuadros enviados, solo doce se consideraron apropiados para ser expuestos; el resto no se devolvió

De esta manera, el 26 de mayo de 1813 salieron hacia Francia trescientas pinturas. Aunque el convoy estuvo a punto de ser interceptado en la batalla de Vitoria, librada en julio de ese año, los lienzos llegaron a París en perfectas condiciones. Al final, de todos los cuadros enviados, solo doce se consideraron apropiados para ser expuestos en el museo. ¿Qué ocurrió con el resto? No se devolvió. Fueron dejados en depósito a la espera de su destino: servir como decoración para las residencias imperiales.

Patrimonio en venta

La acumulación de obras recogidas con destino al Museo Josefino excedió con mucho la capacidad de este. Para sacar partido al excedente, José I dispuso su venta como bienes nacionales. La medida fue recibida con escaso interés por los nobles españoles, muchos de ellos en el exilio y con sus propiedades intervenidas.

Pero no ocurrió lo mismo con los compradores extranjeros. Marchantes y coleccionistas de toda Europa, muchos de ellos “armados” con el Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las Bellas Artes en España (una guía impresa por el historiador Juan Ceán Bermúdez en 1800), llegaron a España en busca de oportunidades de negocio.

Las encontraron de forma legal en las diferentes subastas públicas que se organizaron (como la gran almoneda de pinturas celebrada en julio de 1811 en la basílica madrileña de San Francisco el Grande), pero también en subastas anónimas y operaciones encubiertas, como las llevadas a cabo por el mencionado Quilliet.

'La Venus del espejo', obra de Velázquez conservada en la National Gallery de Londres y único desnudo femenino del artista.
‘La Venus del espejo’, obra de Velázquez conservada en la National Gallery de Londres y único desnudo femenino del artista. (.)

Sirva como ejemplo la transacción realizada por el pintor británico George Wallis, quien, comisionado por el anticuario William Buchanan (que dejó escrito en sus memorias que en España se conseguía pintura italiana más barata que en Italia), logró que Quilliet le vendiera de forma fraudulenta una de las joyas de la colección de Godoy: La Venus del espejo, de Velázquez . Otros marchantes prefirieron acompañar a las tropas napoleónicas en su avance por España y seguir el rastro de los botines de guerra.

Aprovechando la situación de caos y abandono en la que se encontraban las zonas en conflicto, estos comerciantes compraban a precios irrisorios todo tipo de joyas y obras de arte que los soldados habían obtenido mediante el pillaje y querían vender lo antes posible. Una práctica que representó Goya en toda su crudeza en su célebre grabado Así sucedió, perteneciente al ciclo “Los desastres de la guerra”, donde muestra a un soldado huyendo cargado de objetos preciosos tras haber matado al fraile custodio.

Para evitar estos robos, los religiosos optaron por dos soluciones: adelantarse y vender ellos mismos los tesoros de sus iglesias y conventos o esconderlos, normalmente bajo tierra o en casas particulares. Fue el caso del cabildo de la catedral de Sevilla, que decidió embarcar en un velero todo su patrimonio personal antes de que llegaran los franceses. El expolio fue tan generalizado que hasta los diplomáticos extranjeros realizaron provechosos negocios vendiendo en sus países obras adquiridas a bajo precio en España.

El rey prohibió la extracción de metales preciosos y ordenó la confiscación de todo lo que se hubiera ocultado

La situación llegó a tal extremo que el gobierno tuvo que intervenir. El 12 de septiembre de 1809, el rey prohibió la extracción de metales preciosos y ordenó la confiscación de todo lo que se hubiera ocultado. Solo se añadió una excepción: los oficiales del Ejército quedaban exentos, con la excusa de que podían haber traído sus propias joyas desde Francia. Casi un año después, el 1 de agosto de 1810, otro decreto prohibió la salida de obras de arte del país. Sin embargo, nuevamente el rey hizo excepciones.

Con la ley en vigor, muchos generales continuaron obteniendo licencias para exportar cuadros a Francia. Estas prerrogativas ponen de manifiesto una de las características del gobierno de José Bonaparte: el enorme poder que tenían los gobernadores militares de las distintas provincias y su alto grado de independencia con respecto a Madrid.

Soult, el gran expoliador

La mayoría de los mariscales franceses no se conformaron con los regalos recibidos por parte del rey. Con la excusa de la incautación de los bienes de la Iglesia, y aprovechando su gran capacidad de maniobra, muchos generales se hicieron con un considerable botín de obras de arte que luego enviaron a Francia.

Los mencionados Sebastiani, Dessolles y D’Armagnac, junto a otros como Charles Eblé, que saqueó Valladolid, o el príncipe Murat (esposo de Carolina Bonaparte, hermana del rey), que tenía predilección por la pintura italiana y flamenca, lograron sacar de España una gran cantidad de obras, que luego venderían, ellos o sus herederos, en subastas públicas.

Jean-de-Dieu Soult, uno de los principales responsables del saqueo napoleónico en España. Obra de Louis-Henri de Rudder.
Jean-de-Dieu Soult, uno de los principales responsables del saqueo napoleónico en España. Obra de Louis-Henri de Rudder. (Dominio público)

Todo ello sin olvidar el expolio perpetrado también por diplomáticos y empleados franceses. De entre todos los generales, el que destacó por su codicia y por la dimensión y calidad del botín fue el mariscal Soult. Desde su posición como general jefe del ejército de Andalucía, y tras la conquista de la región en 1810, logró apropiarse de una gran cantidad de cuadros para su disfrute personal. Para conseguirlo utilizaba habitualmente el método del chantaje.

Tras ocupar una ciudad, entraba en los conventos e iglesias y “ofrecía” su clemencia a los religiosos a cambio de que le vendieran a precios ridículos las obras de arte que más le interesaban. Más adelante, una vez instalado en Sevilla, Soult se buscó un cómplice. Este fue, nuevamente, Quilliet. Como agregado artístico del cuerpo expedicionario de Andalucía, el corrupto funcionario consiguió robar numerosos lienzos del millar de obras que se habían depositado en el Alcázar de Sevilla con vistas a trasladarse a los museos de Madrid y París.

Nadie pudo frenar el ansia depredadora de Soult. Ni los decretos imponiendo restricciones a la salida de obras de arte ni la mala relación que tuvo con el rey al término de su mandato. El mariscal estuvo enviando regularmente pinturas a su esposa en Francia hasta casi el final de la ocupación, en 1813.

Se han contabilizado diez partidas con ciento nueve óleos en total. Soult se saltaba las prohibiciones gracias a los contratos de compraventa que poseía de las obras, la mayoría obtenidos mediante coacción. Cuando no los tenía, hacía pasar las pinturas por regalos o por imitaciones sin ningún valor.

Los lienzos, que habían sido desclavados y enrollados, fueron enviados por Wellington a Inglaterra

Para facilitar su transporte, ordenaba a sus ayudantes que quitaran los marcos de los lienzos y enrollaran estos dentro de unos tubos. De esta manera, el mariscal consiguió reunir una fabulosa colección en la que destacaban los cuadros de Murillo y Zurbarán, sus pintores españoles predilectos y, en el caso del primero, el más conocido y cotizado fuera de España. Una colección que mantuvo durante toda su vida y exhibió con orgullo en su domicilio parisino y su castillo de Soult-Berg.

El equipaje del rey

Quien no lo tuvo tan fácil para sacar de España su propia colección fue José Bonaparte. En el verano de 1813, el monarca emprendió la huida hacia Francia junto a su ejército ante el rápido avance de las tropas anglo-españolas. Al llegar a Vitoria, el 21 de julio, fue interceptado por los soldados del británico duque de Wellington. Tras la decisiva batalla que se libró, saldada con la derrota francesa, el rey logró escapar y llegar hasta Francia. Sin embargo, dejó atrás parte de su equipaje.

¿Qué contenía? Además de mapas, cartas, documentos de Estado, joyas y hasta un orinal de plata, el convoy del destronado monarca portaba dibujos, grabados y más de doscientas pinturas que habían formado parte de los depósitos del frustrado Museo Josefino.

Los lienzos, que habían sido desclavados de sus bastidores y enrollados, fueron enviados por Wellington a Inglaterra. Tras ser catalogados y comprobarse que la mayoría pertenecían a las colecciones reales españolas, el general británico decidió restituirlos a España.

Las tropas británicas subastan el botín tomado durante la batalla de Vitoria.
Las tropas británicas subastan el botín tomado durante la batalla de Vitoria. (Dominio público)

A través de su hermano Henry Wellesley, entonces embajador británico en España, escribió al “deseado” Fernando VII, que había vuelto ya a ocupar el trono en Madrid, comunicándole su intención de devolverle las pinturas. No recibió respuesta. Lo volvió a intentar por medio del embajador de España en Londres. En esta ocasión sí recibió contestación.

Fue esta: “Su Majestad, conmovido por vuestra delicadeza, no desea privaros de lo que ha llegado a vuestra posesión por cauces tan justos como honorables”. De esta forma, a través de este acto de generosidad, ochenta y tres pinturas robadas por José Bonaparte de las colecciones reales, entre ellas, tres de Velázquez, cuelgan hoy de las paredes del Wellington Museum en la Apsley House de Londres.

Lenin y la primera escisión de la izquierda

Primer plano de Lenin durante uno de sus discursos en la Plaza Roja con motivo del aniversario de la Revolución. (ARCHIVO DE LA VANGUARDIA)

Autor: RAMÓN ÁLVAREZ

Fuente: La Vanguardia. 14/02/2020

EL CONTEXTO

El tránsito del marxismo al leninismo –de la teoría socialista a la práctica comunista soviética– no fue convulso sólo por los procesos revolucionarios y la guerra civil que se libró en el Imperio Ruso antes de imponerse por las armas, sino que conllevó una guerra de ideas que acabó escindiendo definitivamente lo que hasta 1919, año de la fundación de la Tercera Internacional, era una suma de tendencias convergentes.

Las divergencias que acabarían con la ruptura definitiva se evidenciaron ya en el Congreso Internacional Socialista que se celebró en Stuttgart en 1907. La ya conocida como Segunda Internacional Socialista, heredera de la constituida por Karl MarxFriedrich Engels Mijaíl Bakunin en 1864 y disuelta en 1876, se posicionó por alcanzar el poder mediante las urnas e iniciar a partir de ahí el camino hacia el socialismo. Sin embargo, los representantes de la corriente revolucionariaVladímir Ilich UliánovLenin y Rosa Luxemburg, consiguieron imponer una enmienda que llamaba a los partidos y organizaciones socialistas a desestabilizar a sus gobiernos en caso de guerra.

La guerra estalló en Europa , pero la Revolución sólo en Rusia , y la división se fue haciendo evidente mediante la publicación de libros y panfletos y se acentuó con las conferencias que los partidos y sindicatos revolucionarios celebraron ya en pleno conflicto en las ciudades suizas de Zimmerwald (septiembre de 1915) y Kienthal (abril de 1916). La ruptura definitiva llegó tras la Revolución de Octubre de 1917, que llevó a los bolcheviques rusos al poder.Una práctica condenada por la Conferencia Internacional Obrera y Socialista celebrada en Berna en febrero de 1919, convocada por una Internacional Socialista que insistió en la vía democrática.

La respuesta no se hizo esperar, y en el congreso fundacional de la Internacional Comunista –conocida como Tercera Internacional–, celebrado en Moscú, el propio Lenin respondió a la denominada despectivamente Internacional Amarilla con el argumentario que se convirtió en la base del marxismo-leninismo que a partir de entonces guiaría a la Unión Soviética y fijaría la doctrina del comunismo.

La ruptura llegó tras la Revolución de Octubre, que llevó a los bolcheviques al poder. Una práctica condenada por la Internacional Socialista

La defensa de la dictadura del proletariado ya fijada por Marx como la fase política inicial del socialismo y la condena a la “democracia burguesa” que perpetuaba el sistema de explotación hacia las clases trabajadoras y campesinas se convirtió en la principal tesis de las organizaciones que se adhirieron a esta Internacional. Un texto de obligada lectura tanto en la Unión Soviética como en los cursos de formación política comunista alrededor del mundo.

El discurso, que ofrecemos ligeramente extractado, quedó fijado bajo el título “Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado” en el libro Primer Congreso de la Internacional Comunista. Actas , publicado en Petrogrado –actual San Petersburgo– en 1921 por la Editorial Progreso en su versión en español.

EL DISCURSO

“El crecimiento del movimiento revolucionario del proletariado en todos los países ha dado lugar a una serie de esfuerzos convulsivos por parte de la burguesía y de sus agentes en las organizaciones de trabajadores para hallar argumentos políticos válidos en defensa del predominio de los explotadores. Entre estos argumentos destaca en particular la condena de la dictadura y la defensa de la democracia. La falsedad y la hipocresía de dicho argumento, repetido en mil formas por la prensa capitalista y la conferencia de la Internacional amarilla de Berna, celebrada en febrero de 1919, son evidentes para todo aquel que no desee traicionar los principios fundamentales del socialismo.

”En primer lugar, dicho argumento se basa en ciertas nociones de ‘democracia en general’ y ‘dictadura en general’ sin mencionar de qué clase se está hablando. Este planteamiento, que no toma en cuenta la cuestión de la clase, como si se tratara de un asunto general de cada país, es una burla flagrante a la doctrina fundamental del socialismo, a saber, la doctrina de la lucha de clases, que los socialistas que se han pasado al bando de la burguesía mencionan en sus discursos pero olvidan en sus acciones.

”Puesto que en ningún país capitalista civilizado existe ‘democracia en general’, sino únicamente una democracia burguesa; y no se habla de ‘dictadura en general’, sino de dictadura de las clases oprimidas, es decir, del proletariado respecto a los opresores y a los explotadores, o sea, la burguesía, para vencer la resistencia opuesta por los explotadores en la lucha por conservar su dominio.

La historia nos enseña que ninguna clase oprimida ha llegado nunca al poder y que no puede hacerlo sin sufrir un periodo de dictadura”

VLADÍMIR ILICH ULIÁNOV, LENIN

”La historia nos enseña que ninguna clase oprimida ha llegado nunca al poder y que no puede hacerlo sin sufrir un periodo de dictadura; es decir, la conquista del poder y la aniquilación definitiva de la resistencia más desesperada y frenética que no duda en recurrir a cualquier crimen y que siempre han opuesto los explotadores.

”La burguesía, cuyo papel defienden los socialistas que arremeten contra la ‘dictadura en general’ y que defienden la causa de la ‘democracia en general’, ha ganado poder en los países progresistas al precio de insurreccionesguerras civiles, aplastando reyes, señores feudales esclavistas, así como sus intentos de restauración. Los socialistas de todos los países han explicado al pueblo millones de veces el carácter de clase de esas revoluciones burguesas y de esa dictadura de la burguesía en libros panfletos, en las resoluciones de los congresos y en los discursos propagandísticos.

”Por consiguiente, la actual defensa de la democracia burguesa mediante discursos sobre la ‘democracia en general’ y los actuales lamentos y gritos contra la dictadura del proletariado encubiertos en lamentos sobre la ‘dictadura en general’ son una burla descarada del socialismo, y representan el paso efectivo a las filas de la burguesía, la negación del derecho del proletariado a su propia revolución proletaria y la defensa del reformismo burgués en el momento histórico en el que dicho reformismo provoca la destrucción del mundo; y en el que la guerra ha creado una situación revolucionaria.

La república burguesa más democrática es tan sólo una máquina para la opresión de la clase trabajadora por parte de la burguesía”

VLADÍMIR ILICH ULIÁNOV, LENIN

”Los socialistas, al explicar el carácter de clase de la civilización burguesa, la democracia burguesa o el parlamentarismo burgués, expresan el pensamiento formulado por Marx Engels con la máxima precisión científica al decir que la república burguesa más democrática es tan sólo una máquina para la opresión de la clase trabajadora por parte de la burguesía, para la opresión de la masa de trabajadores por un puñado de capitalistas.

”No existe ni un solo revolucionario, ni un solo marxista de todos esos que ahora vociferan contra la dictadura y a favor de la democracia que no hubiera jurado ante los trabajadores que reconocía esta verdad fundamental del socialismo. Y ahora, cuando el proletariado revolucionario comienza a actuar y a moverse para destruir esta maquinaria opresiva y conquistar la dictadura proletaria, esos traidores al socialismo exponen la situación como si la burguesía ofreciera a los trabajadores democracia pura, como si la burguesía hubiera abandonado la resistencia y estuviera dispuesta a someterse a la mayoría de los trabajadores, como si en una república democrática no existiera una maquinaria estatal ideada para la opresión del trabajo por el capital.

”Los obreros saben muy bien que la ‘libertad de reunión’, incluso en la república burguesa más democrática, no es más que una expresión vacía, pues los ricos cuentan con los mejores edificios públicos y privados a su disposición, y también con suficiente tiempo libre para reunirse y para proteger dichas reuniones por medio del aparato burgués de la autoridad. Los proletarios de la ciudad y del campo, así como los campesinos pobres, es decir, la aplastante mayoría de la población, no cuentan con ninguna de estas tres cosas. Mientras la situación siga siendo ésta, la ‘igualdad’, es decir, la ‘democracia pura’, es un engaño absoluto.

Los capitalistas siempre han llamado ‘libertad’ a la libertad de los ricos para amasar fortunas y a la libertad de los trabajadores para morirse de hambre”

VLADÍMIR ILICH ULIÁNOV, LENIN

”Los capitalistas siempre han llamado ‘libertad’ a la libertad de los ricos para amasar fortunas y a la libertad de los trabajadores para morirse de hambre. Los capitalistas llaman ‘libertad’ a la libertad de los ricos, a la libertad de comprar la prensa, de utilizar la riqueza, de manipular y de apoyar la llamada ‘opinión pública’.

”En realidad, los defensores de la ‘democracia pura’ resultan ser los defensores del sistema más sucio corrupto de dominio por parte de los ricos sobre los medios para la educación de las masas. Engañan al pueblo mediante frases atractivas, hermosas y biensonantes, aunque absolutamente falsas, tratando de disuadir a las masas del cometido histórico concreto de liberar a la prensa del sojuzgamiento por el capital.

”La libertad y la igualdad verdaderas sólo existirán en el orden establecido por los comunistas en el que será imposible hacerse rico a expensas de otro, en el que será imposible, tanto directa como indirectamente, someter a la prensa al poder del dinero, en el que no habrá obstáculo que impida a ningún trabajador disfrutar y llevar a la práctica el derecho igualitario al uso de las imprentas públicas y los fondos públicos de papel.

La dictadura del proletariado supone el verdadero ejercicio de la democracia por parte de las clases trabajadoras”

VLADÍMIR ILICH ULIÁNOV, LENIN

”La dictadura del proletariado se asemeja a la dictadura de otras clases en que está motivada por la necesidad de aplastar la rotunda resistencia de una clase que estaba perdiendo poder político. Sin embargo, lo que distingue de forma definitiva una dictadura del proletariado de una dictadura de las otras clases –de los terratenientes en la Edad Media, de la burguesía en todos los países capitalistas civilizados– es que la dictadura de los terratenientes y de la burguesía ha sido el aplastamiento de la resistencia ofrecida por la abrumadora mayoría de la población, es decir, por los trabajadores. Por el contrario, la dictadura del proletariado es el aplastamiento de la resistencia ofrecida por los explotadores, es decir, por una minoría insignificante de la población, los terratenientes y los capitalistas.

De esto se deduce que la dictadura del proletariado conlleva necesariamente no sólo cambios en la forma y las instituciones de la democracia, en términos generales, sino específicamente un cambio que asegure una extensión sin precedentes en la historia de la humanidad del verdadero ejercicio de la democracia por parte de las clases trabajadoras”.

Los afrancesados: ilustres y perseguidos

El cuadro de Goya «La Verdad, el Tiempo y la Historia». (afrancesados Goya La Verdad, el Tiempo y la Historia)

Autora: MARÍA PILAR QUERALT DEL HIERRO

Fuente: La Vanguardia 22/08/2019

La crisis de la monarquía española se precipitó en los primeros años del siglo XIX. El vertiginoso ascenso de Manuel de Godoy, favorito de Carlos IV y María Luisa de Parma, había puesto en entredicho la moralidad pública y privada de la familia real. La sospecha de que el monarca pretendía hurtar la Corona a su legítimo heredero, el futuro Fernando VII, a favor de Godoy desencadenó en marzo de 1808 el llamado Motín de Aranjuez.

Esta insurrección popular, acaudillada por unos cuantos aristócratas, conllevó la abdicación del Rey en su hijo. La coyuntura fue aprovechada por Napoleón –a quien Carlos IV había solicitado ayuda– para atraer a la familia real a Bayona y, una vez allí, obligar a Fernando VII a devolver la Corona a su padre. La maniobra dio el resultado que Bonaparte esperaba.

José Bonaparte, hermano de Napoleón, y situado por este en el trono español.
José Bonaparte, hermano de Napoleón, y situado por este en el trono español. (TERCEROS)

Recuperado el trono, Carlos IV lo puso a disposición de Napoleón, quien de inmediato situó en él a su hermano José, mientras Fernando VII quedaba recluido en el castillo de Valençay. Sus padres y Godoy iniciaban un exilio forzoso, compensado por una cuantiosa renta otorgada por el Gran Corso.

Herederos de la Ilustración

No es de extrañar, pues, que en tal situación, con el descrédito planeando sobre los Borbones, un sector de la población aceptara de buen grado la posibilidad de un cambio dinástico. E incluso que, además de por prudencia, una selecta minoría lo hiciera por seguir sus más profundas convicciones. Estos eran los herederos intelectuales de los ilustrados reformistas que a mediados del siglo XVIII, durante el reinado de Carlos III, habían intentado difundir la filosofía del Siglo de las Luces, basada en el dominio de la razón y en el espíritu de la Enciclopedia.

Entre estos fieles a la causa de José Bonaparte abundaban los nobles, los eclesiásticos y los terratenientes partidarios del régimen absoluto. Leales al principio monárquico, juraron sus cargos en defensa de la institución por encima de la legalidad dinástica. Esta elite ilustrada preconizaba la necesidad de llevar a cabo desde el poder determinadas reformas políticas y sociales, así como la conveniencia de evitar un enfrentamiento bélico con Francia.

Lo necesario era contar con un monarca digno y avalado por la rectitud de su conducta.

De hecho, entre las múltiples consecuencias de la guerra temían que una contienda y el consiguiente vacío de poder incentivase los propósitos independentistas de las colonias americanas. En su proyecto político, solo una monarquía reformista y puesta al día podía evitar la desmembración de la nación. Lo necesario era contar con un monarca digno y avalado por la rectitud de su conducta. Si, además, su vínculo con la Revolución Francesa permitía pensar que salvaría a España de su atraso social y económico, mejor que mejor.

Este pensamiento político se define por sí solo en las palabras de un célebre afrancesado, el escritor Leandro Fernández de Moratín. En respuesta a la promesa del nuevo rey de garantizar “la integridad y la independencia de España” y los “derechos individuales de los ciudadanos”, Moratín escribió: “Espero de José I una extraordinaria revolución capaz de mejorar la existencia de la monarquía, estableciéndola sobre los sólidos cimientos de la razón, la justicia y el poder”.

Perseguidos durante la guerra

Mientras la mayoría de españoles se levantaba en armas contra las tropas bonapartistas, el nuevo monarca solo encontraba apoyo en los afrancesados. El rey trataba de iniciar una reforma política y social encaminada a recortar el poder de la Iglesia y la nobleza a favor de la burguesía. El Estatuto de Bayona, promulgado en julio de 1808 y redactado por ilustres afrancesados, había puesto de relieve el alcance de aquellas transformaciones en ámbitos como la enseñanza, el derecho o la religión.

El escritor Leandro Fernández de Moratín fue uno de los afrancesados de mayor prestigio.
El escritor Leandro Fernández de Moratín fue uno de los afrancesados de mayor prestigio. (TERCEROS)

Así, se llevaron a cabo importantes medidas, como la igualdad contributiva o la desamortización de los bienes de conventos. Pero el propio curso de la guerra, la falta de fuentes financieras y el contrapoder simbolizado en la Junta Central (máximo órgano gubernativo de la España no ocupada) se erigieron en graves obstáculos para el desarrollo de las acciones reformistas. En este clima tan adverso, la situación de los partidarios de José I no fue fácil.

En las zonas ya liberadas de la ocupación gala, la Junta ordenó incautaciones y amplió el número de proscritos “ingratos a su legítimo soberano, traidores a la patria y, como tales, acreedores de toda la severidad de las leyes”. A ello se unió la vandálica actitud de los ciudadanos. Fueron muchos los casos de linchamiento de presuntos simpatizantes con la causa del invasor a cargo de sus propios convecinos.

En esta postura no dejaba de haber un importante componente social, puesto que, por lo general, en las pequeñas poblaciones el afrancesado pertenecía a la elite local de la villa (el médico, el boticario, el maestro…), mientras que el grueso de sus agresores nacía del pueblo llano.

Las Cortes de Cádiz

De modo paralelo al transcurso de la guerra tuvo lugar un hecho histórico tan solo comprensible por el excepcional contexto que atravesaba el país. Debilitado el poder de la Junta Central tras una serie de derrotas militares, este órgano de gobierno, refugiado en Cádiz, dio paso a una regencia colectiva. En aquella ciudad, foco de liberales antibonapartistas, se produjo en 1810 una reunión a Cortes.

Su situación no hizo más que empeorar a lo largo de 1813, a medida que se hacía patente el fin de la soberanía de José Bonaparte.

Dos años más tarde sus diputados promulgaban una constitución de marcado talante liberal, con reformas de carácter más avanzado que las propuestas por José Bonaparte, en la que se reconocía a Fernando VII como rey de España. Pero no como rey absoluto, sino como monarca constitucional. Precisamente, el retorno de este a España acabaría con tal sueño.

Por su “colaboración con el enemigo”, los afrancesados fueron en su mayor parte incapacitados para desempeñar cargos públicos durante las Cortes de Cádiz. Su situación no hizo más que empeorar a lo largo de 1813, a medida que se hacía patente el fin de la soberanía de José Bonaparte. El monarca ofreció una salida digna para aquellos que aún no habían sido detenidos y con cuyo favor había contado.

Para ello organizó caravanas enteras con destino a la frontera francesa. Tras la batalla de Vitoria, que puso el final definitivo a la aventura napoleónica en España, la expedición de fugitivos que cruzaron el Bidasoa constaba de unos doce mil componentes.

Cae el rey José I

La vida de los afrancesados se complicó terriblemente a la caída del régimen josefino. La reacción popular fue terrible: venganzas, linchamientos, denuncias… La represión oficial, al menos, conseguía que se respetase la integridad física de los implicados, que solo podían defenderse mediante pliegos y pliegos de descargo redactados con el fin de librarse del estigma de su colaboracionismo.

Promulgación de la Constitución de Cádiz en 1812. (TERCEROS)

Para controlar el proceso depurador se creó un tribunal que instruía procesos y recogía testimonios y apelaciones a favor o en contra de los encausados. Las prisiones se llenaron hasta rebosar y, para concentrar a los detenidos, hubo que habilitarse un sector del madrileño parque del Retiro. El rigor de la justicia y un irracional deseo de venganza no se paraban ante persona alguna por mínima que hubiese sido su implicación.

Desengaño en el exilio

Los exiliados confiaban en que Francia les compensaría de los servicios prestados al hermano del emperador. Sin embargo, la respuesta gala fue muy distinta de lo que esperaban. Concentrados en la región de la Gironda, el Estado francés ni siquiera escuchó las continuas peticiones de José Bonaparte a favor de quienes le habían ayudado. Por fin, hubo de hacerse cargo de ellos personalmente mediante la entrega de un millón de francos de su peculio particular.

Tras censarles, se les adjudicó residencia fija y se les concedió una cantidad de dinero proporcional al número de componentes de la familia. Los españoles estaban convencidos de que el exilio sería algo pasajero. De ahí que sobrellevaran su situación con buen talante. Había llegado hasta ellos el rumor de que, en las conversaciones de paz entabladas entre el duque de San Carlos en nombre de Fernando VII y el embajador La Forest, representando a Napoleón, se establecía que cuantos habían servido a José I recuperarían su condición civil, sus posesiones y sus cargos.

El 2 de mayo en Madrid, ilustrado por el pincel de Francisco de Goya. (TERCEROS)

Por otra parte, la firma del Tratado de Valençay, que ponía fin a la contienda, abría las puertas a un posible retorno de los exiliados gracias a un decreto de amnistía que esperaban se promulgase con motivo de la onomástica del rey, Fernando VII, en 1814.

La represión final

No contaban con el carácter avieso e inmisericorde del nuevo monarca. Este inició un durísimo proceso represivo contra todos aquellos que, en mayor o menor medida, habían colaborado con el invasor. Se establecieron cuatro tipos diferentes de delito: en primer lugar, se dictaminaban las penas de los que habían sido solicitados para cualquier cargo o implicación con el nuevo régimen pero lo habían rechazado.

En segundo, los castigos para quienes habían continuado en sus puestos durante el gobierno de José I, aun sin participar ideológicamente del mismo. Le seguían las sanciones destinadas a los que habían obtenido prebendas y honores. Y por fin, como última y más grave categoría, se dictaban las penas para los que habían realizado proselitismo o habían destacado por los servicios prestados a la causa josefina.

Joaquín Sorolla ilustra así el levantamiento contra los franceses en el cuartel de Monteleón de Madrid.
Joaquín Sorolla ilustra así el levantamiento contra los franceses en el cuartel de Monteleón de Madrid. (TERCEROS)

La consecuencia fue la expatriación perpetua de todos los ministros, consejeros de Estado, cargos políticos, dignidades eclesiásticas, títulos nobiliarios, militares o embajadores que habían colaborado con el gobierno de José I. Es decir, casi cinco mil personas, puesto que la medida se hacía extensiva a las esposas y familiares directos de los implicados.

Pese a las innumerables súplicas, pliegos de descargo, cartas y alegatos dirigidos a Fernando VII, en que los exiliados explicaban y razonaban sus diferentes posturas, la situación empeoró. Sobre todo durante la efímera vuelta al trono francés de Napoleón en 1815, en la que estos se manifestaron dispuestos a colaborar con el emperador. Con ello, tras la caída definitiva del Imperio napoleónico, el retorno de los exiliados a su patria resultó impensable.

Lanzando sus dardos represores contra afrancesados y liberales, el absolutismo fernandino pudo asentarse. Sólo en 1820, cuando el paréntesis del trienio liberal restableció la Constitución de 1812, las fronteras se abrieron para acoger a los expatriados. Para entonces, muchos ya habían muerto. Otros reemprenderían el camino del exilio en 1823, cuando, gracias a la ayuda de otro ejército francés, el de los Cien Mil Hijos de San Luis, garantes del absolutismo en Europa, se suprimieron de nuevo las garantías constitucionales. Había llegado el exilio definitivo para los afrancesados.

Los orígenes del movimiento obrero

Fuente: sobrehistoria.com 26/12/2019

El movimiento obrero surge en el siglo XIX con la asociación o agrupación de trabajadores asalariados, que fundamentalmente se unen para alcanzar una serie de objetivos como son, la defensa y protección de sus derechos laborales y económicos. A continuación vamos a estudiar los orígenes del Movimiento Obrero,  cómo surgen, por qué surgen y que consecuencias tuvo.

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INDUSTRIALIZACIÓN Y ASOCIACIONES DE OFICIO

El movimiento obrero surge en Inglaterra en el siglo XVIII, como consecuencia de la Revolución Industrial y por tanto de la Industrialización.

Su principal objetivo fue el de mejorar las condiciones laborales de los trabajadores ya que en una primera etapa de la Industrialización, no existía ningún tipo de legislación laboral que fijara los horarios o salarios de los trabajadores.

Los trabajadores o proletarios, dependían de las decisiones que en tono a las cuestiones laborales, tomaran los empresarios o burgueses. Estas condiciones que el empresario ofrecía eran:

  • Jornadas laborales excesivas.
  • Explotación infantil, donde los niños trabajaban las mismas horas que los mayores.
  • Salarios ínfimos que no les permitían cubrir las necesidades básicas y despidos sin indemnización y sobre todo miseria.
  • Viviendas en suburbios, hacinados, en unas condiciones pésimas de higiene, cuyas consecuencias eran constantes epidemias.

Todas estas condiciones lamentables en la que vivían los trabajadores, consiguieron que éstos tomaran lo que se llamó «conciencia de clase» y como consecuencia, comenzaron a agruparse reclamando mejoras en sus condiciones laborales.

Los trabajadores se organizaron en hermandades, siguiendo el modelo de los antiguos gremios formados en la Baja Edad Media. Estas hermandades además de reivindicar mejoras laborales y salariales, comenzaron a ayudarse entre ellos mismos ante situaciones trágicas como era el paro, viudedad, orfandad, enfermedad. etc.

Crearon las primeras asociaciones sindicales, atendiendo a los diferentes sectores laborales, como fue en Inglaterra el sindicato del algodón.

REPRESIÓN, RADICALISMO Y LUCHA SOCIAL

En esta situación, algunos sindicatos que protagonizaron el movimiento obrero, comenzaron a cuestionar los beneficios de la industrialización.

CARACTERÍSTICAS DE LA LUCHA SOCIAL

Las asociaciones o movimientos obreros pretendían mejorar las condiciones laborales como eran, las mejoras de los salarios, jornadas laborales más cortas, seguridad en el trabajo, etc.

A estas reivindicaciones se empezaron a sumar otras de carácter político como fueron:

  • La libertad de expresión
  • El derecho al voto
  • El derecho de asociación

La unión de los trabajadores se consiguió gracias a los debates que se realizaban dentro de las mismas asociaciones o sindicatos. Aparecen los primeros síntomas de rebeldía entre las clases obreras como fueron las huelgas o las manifestaciones obreras.

La fuerza de estos movimientos obreros era el trabajo en equipo, donde la fuerza del colectivo era más eficaz que las manifestaciones individuales. Tomando el diálogo y las negociación como una forma de llegar a un entendimiento entre trabajadores y empresarios.

REPRESIÓN Y RADICALISMO

Las manifestaciones obreras y exigencias de los trabajadores resultaron ser excesivas para los empresarios. Estas protestas y las huelgas no gustaron nada a los empresarios y como consecuencia de ésto, llegaron los problemas y los enfrentamientos entre estos dos clases sociales.

Los trabajadores comenzaron a sufrir la represión por parte de los empleadores, empezaban a ser un sector muy molesto y no era sólo por sus manifestaciones y huelgas sino también porque las ideologías de los obreros, éstas chocaban con las suyas propias.

Las formas reivindicativas de las masas obreras, también sufrieron el rechazo de la sociedad ya que utilizaron, en algunos casos, la violencia para conseguir los objetivos, actos violentos que rápidamente fueron reprimidos por las autoridades.

Las consecuencias de estas manifestaciones en muchos casos, fueron sofocadas con despidos masivos, una actitud que pronto tuvo otros tipos de consecuencias.

COMBINATION LAWS

En Inglaterra, las organizaciones obreras o sindicatos (Trade Unions), se ilegalizaron a través de las Combination Laws. Unas leyes que permitían la persecución de estos movimientos obreros, además apoyaron a los empresarios, facilitando las denuncias. Unas leyes de represión que ya se habían impuesto en Francia, años antes.

Los sindicatos fueron perseguidos durante unos años, apresando a los líderes de los movimientos obreros, dando lugar a otro tipo de protesta obrera como fue el ludismo. No obstante, el movimiento obrero fue demasiado grande como para poderlo controlar.

En 1824, la presión social y obrera obligó a derogar la ley de represión, permitiéndose la creación de sindicatos obreros. En 1825, se aprueba la Combination Act, por la que se despenalizaba el derecho a huelga y el sindicalismo pero castigaba la intimidación a los trabajadores no sindicados.

EL LUDISMO

Con la Revolución Industrial, surgen las primeras máquinas a vapor textiles. Éstas consiguen mayor producción y mejor acabado que los trabajos hasta ahora artesanales.

La demanda de textiles industriales se incrementa a la misma velocidad que desciende la demanda artesanal, obligando a éstos últimos a abandonar su oficio y trasladarse a las ciudades en busca de trabajo.

La afluencia masiva de éstos a las urbes generó tanta mano de obra que las incipientes industrias no podían absorber. La cantidad de desocupados era enorme y culparon directamente a las nuevas máquinas de su situación ruinosa.

La forma que encontraron para protestar por su situación, fue la destrucción de las nuevas máquinas. Grupos mas o menos organizados enviaron amenazas a los empresarios antes de emprender actos violentos contra las propias máquinas.

Todas estas amenazas eran firmadas en nombre de Ned Ludd, quién se cree que fue el primero en emprender una acción violenta contra un telar. Así nace el movimiento llamado Ludismo entre las últimas décadas del siglo XVIII y primeros años del XIX.

Estos actos violentos fueron duramente perseguidos y sus consecuencias fueron pagadas incluso con penas de muerte. Estas acciones contra las máquinas, se hicieron con el tiempo extensivas hacia los propios empresarios, esta vez por las condiciones penosas de sus trabajadores.

LAS PRIMERAS ORGANIZACIONES SINDICALES

En 1824 tras la abolición de las Combination Laws, como ya hemos comentado anteriormente, la asociación obrera comienza su periplo legal.

Las consecuencias inmediatas fue que el asociacionismo obrero se incrementó rápidamente, dando lugar a dos modelos fundamentales, los Trade Unions o sindicatos de oficio y las cooperativas.

Estos dos modelos reivindicaban únicamente las mejoras tanto profesionales como económicas. Las Trade Unions eran asociaciones formadas por obreros de una misma localidad y de un mismo gremio, estos sindicatos de oficio, prestaban ayuda a los trabajadores sindicados, en caso de necesidad.

La forma en la que éstas se financiaban era por medio de aportaciones monetarias que después redundarían en las pensiones de los trabajadores así como en subvenciones.

Poco a poco los sindicatos de oficio fueron ampliando sus horizontes hasta dejar de ser sindicatos dedicados a oficios y localidades determinados, para pasar a tener un ámbito de actuación estatal.

Así podemos decir que el primer sindicato obrero, de carácter estatal, que se creó:

  • En 1829 se crea en Gran Bretaña el sindicato del algodón.
  • En 1834, Robert Owen unificó varios sindicatos de oficio, creando la Great Trade Union, sindicato que fue ilegalizado por el alcance tan importante que llegó a tener.
  • Las reivindicaciones políticas surgen con el cartismo.
  • En 1871, se constituye legalmente los Trade Unions
  • En 1863 , se crea en Alemania la Asociación General de Trabajadores Alemanes
  • En 1886, en Estados Unidos surge el American Federation of Labor (AFL)
  • En 1888, surge en España el primer sindicato obrero, la Unión General de Trabajadores (UGT)
  • En 1895, nace en Francia la Confédération Génerale du Travail (CGT)

EL CARTISMO

En Gran Bretaña, los obreros comenzaron a sindicarse dirigiendo su lucha a la política, buscaban la igualdad de todos los ciudadanos en cuanto a derechos. Estas reivindicaciones políticas dieron lugar al cartismo, donde la lucha por conseguir derechos políticos para los asalariados, tuvo su máxima expresión entre 1838 y 1848.

Aparecen los primeros movimientos a favor del sufragio para los varones a partir de los 21 años, en el año 1838. Una reivindicación que corrió a cargo de la Asociación de Trabajadores de Londres, que entre otras peticiones, como eran:

  • Voto secreto
  • Elecciones anuales a Parlamento
  • Eliminación como requisito, de estar en posesión de una propiedad para poder formar parte del Parlamento,
  • Sueldo para los parlamentarios

El cartismo pretendía la democratización en el Parlamento, con más de 1 millón de firmas, se rechazó en el Parlamento la primera petición que éstos realizaron.

Este rechazo motivó la insurrección y huelga de los integrantes más radicales del movimiento, un hecho que fue duramente reprimido.

Finalmente el movimiento cartista comenzó a diluirse tras no haber conseguido ninguno de los objetivos marcados. No obstante, poco a poco estas exigencias fueron consiguiéndose a través de un proceso de reformas en el entorno laboral.

El cartismo fue una primera incursión de lo que sería posteriormente, las luchas tanto políticas como sociales de finales del siglo XIX, cuyas consecuencias fueron la aparición de nuevos partidos políticos, como el socialismo, el marxismo y el anarquismo.

Pero si algo consiguió este movimiento obrero fue constatar la organización de la masa obrera y su movilización por conseguir objetivos comunes, como proponía Karl Marx.

El movimiento obrero luchaba en cada país por alcanzar los mismos derechos sociales. La idea de Marx, sobre la organización obrera y la unión de todos los trabajadores en un frente común e internacional, tuvo sus consecuencias, la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), más conocida como la Primera Internacional.

EL SOCIALISMO UTÓPICO

El socialismo utópico fue una corriente ideológica donde los pensadores proponían un sistema económico igualitario, es decir, frente al capitalismo que había generado desigualdades e injusticias, entre las clases sociales.

El socialismo utópico proponía la igualdad. Se llamó utópico porque los mismos pensadores sabían que ésto era imposible.

Entre los pensadores más importante de la corriente socialista utópica destacamos a Henry de Saint-Simon, Robert Owen y Charles Fournier.

El primer convoy a Auschwitz: 999 adolescentes judías

Momentos felices…de su vida anterior a la experiencia del Holocausto. En la imagen se ve a Edie Friedman, Lea Friedman y dos amigas sin identificar en Kapušany (Eslovaquia). Las dos primeras jóvenes formaban parte del primer convoy enviado a Auschwitz. El de las 999 chicas. (Andrew Elias.)

Autora: NÚRIA ESCUR, 

Fuente:La Vanguardia 25/01/2020

No eran combatientes de la resistencia, no eran prisioneros de guerra. No había hombres. El primer convoy, el primer transporte oficial de judíos a Auschwitz, estaba formado por un grupo de chicas a quienes engañaron.

Partieron de Eslovaquia creyendo que iban a trabajar para su gobierno durante unos pocos meses. “Algunas familias pensaban que iban a una fábrica de calzado”. Una oportunidad laboral que no podían rechazar, eso les dijeron con todo el cinismo que implica.

Así que la cifra maquiavélica se las llevó: 999 mujeres judías destinadas a construir con sus manos Birkenau, cuyas dimensiones, “equivalentes a 319 campos de fútbol, siguen resultando inmensas”.

Muy pocas sobrevivieron. La reconstrucción de sus vidas nos la ofrece ahora Heather Dune Macadam en Las 999 mujeres de ­Auschwitz (Roca editorial en castellano y Comanegra en catalán), un relato conmovedor que ofrece las claves precisas para entender todo el horror –y toda la solidaridad entre sus víctimas– que encierra la barbarie.

Estas 999 mujeres jóvenes fueron consideradas indignas, víctimas perfectas para ser carne de cañón

La mayoría eran apenas unas niñas que tenían alrededor de 16 años. Y ese 25 de marzo de 1942, en su condición de judías y solteras, abandonaron sus hogares para subir a un tren. Bien vestidas y peinadas, a la expectativa, arrastraban sus maletas llenas de ropa y comida casera. No tenían ni idea de la vida, muchas jamás habían pasado una noche fuera de casa, pero se habían ofrecido voluntarias para trabajar durante tres meses en época de guerra. ¡Trabajar no podía ser algo tan malo!

Ninguno de sus progenitores sospechó que el gobierno acababa de vender a sus hijas a los nazis para que trabajaran como verdaderas esclavas. Ninguno sabía que su destino era Auschwitz.

Las crónicas han podido pasar por alto este hecho, pero lo cierto es que el primer grupo de judíos deportados a Auschwitz para trabajar como esclavos fueron chicas adolescentes. No había ni un solo hombre prisionero en esos vagones de ganado.

Estas 999 mujeres jóvenes (¿por qué ese número? ¿Tiene que ver con las meticulosas manías de Himmler?) fueron consideradas indignas, víctimas perfectas para ser carne de cañón. Peones humanos. Pero algunas lograron sobrevivir, volvieron y contaron su historia. Hoy, su testimonio, está en este libro que dará que hablar.

El 27 de enero de 1945 –se cumplen ahora 75 años– tropas soviéticas liberan el campo de exterminio de Auschwitz. “Lo primero con lo que se toparon las chicas eslovacas es con que las abroncaban, las desnudaban en público, las rapaban y las sometían a interminables chequeos médicos en plena nieve”. Días después seguirían comprobando su trabajo: obligadas a caminar descalzas sobre el barro, peleándose por una misérrima ración de pan, haciendo colas inacabables para llegar a unas letrinas vomitivas, trabajando sin descanso hasta el agotamiento y desinfectadas con un producto que les arrancaba la piel… Al final del día les quedaba un último encargo: tenían que arrastrar los cuerpos de las que habían muerto hasta el exterior.

En un principio la autora del libro buscó supervivientes. Contacta con Ruzena, la prisionera número 1649, que ya es nonagenaria, pero de entrada ella no quiere recordar, aunque acabaremos sabiendo todo su relato.

Entre sus trabajos estaba cavar carreteras con las manos y derrumbar muros

Finalmente encuentra una vía que le abre todas las puertas: Edith Friedman. Ella le cuenta, a sus 94 años, episodios terribles de su experiencia, también la de su hermana Lea. El álbum de recuerdos de varias familias: los Friedman, los Grosman, los Gross, se convierte en un catálogo del horror interminable. “Madge consolaba por las noches a las que habían perdido el juicio”.

Entre sus trabajos estaba cavar carreteras con las manos y derrumbar muros. Chicas que no llegaban a pesar cincuenta kilos, contra muros de toneladas. Cuando finalmente lo conseguían, la primera línea de chicas quedaba aplastada. Si una compañera quería ayudarles, un pastor alemán atacaba. Otras, en su delirio, se dirigían deliberadamente a la zona electrificada buscando el fin.

El libro concluye con una nota y un ruego de Edith Friedman: “Tienes que entender que en una guerra no hay ganadores. Incluso los ganadores pierden hijos, pierden casas, pierden bienes y pierden de todo. ¡Eso no es ganar! (…) Yo he vivido el Holocausto. Y he vivido con él más de 78 años (…) A decir verdad, yo no creía que pudiera sobrevivir. Pero me dije a mí misma: ‘Haré lo que pueda’. Y sigo viva”.

A finales de 1942 dos tercios de las mujeres del famoso primer convoy habían muerto. Una de las que permanecía allí logró hacer llegar a un maquinista –nadie sabe cómo– una nota. Decía así: “Pase lo que pase, no dejéis que os cojan y os deporten. Aquí nos están matando”. El ferroviario consiguió entregarla a su familia.

Dresde, el horror sigue presente

Arte en cenizas.Las bombas redujeron a escombros valiosas joyas de la arquitectura, incluidos palacios, iglesias y la ópera (P. RANDOM HOUSE)

Autor: Fernando García

Fuente: La Vanguardia 23/01/2020

Sinclair McKay narra los bombardeos que en una noche mataron a 25.000 habitantes de ‘la Florencia del Elba’

Setenta y cinco años después de la masacre que la Real Fuerza Aérea británica ( RAF) perpetró con sus dos bombardeos sobre la hermosa ciudad de Dresde, la noche del 13 al 14 de febrero de 1945, los hechos siguen horrorizando al mundo; en especial, a los descendientes de las víctimas y a la nación alemana en general, pero también a los compatriotas de los pilotos que arrojaron las bombas.

“El asunto sigue dando lugar a tremendos debates en los hogares y los pubs del Reino Unido. Los ingleses continuamos peleando en ese campo de batalla moral”, dice el escritor Sinclair McKay en su entrevista con La Vanguardia por la publicación de su libro Dresde. 1945. Fuego y oscuridad ( Taurus).

Todos en la RAF sabíamos que era una ciudad preciosa, llena de joyas artísticas, y con muchos refugiados”

WILLIAM TOPPER

La obra reúne decenas de testimonios directos rescatados del archivo de la ciudad germana –entre otras fuentes– para narrar la pesadilla que sus entonces 650.000 habitantes vivieron en la peor noche de su historia. A lo largo de sendas oleadas iniciadas a las 22.14 y la 1.23 horas, 796 aviones Mosquito y Lancaster sobrevolaron la urbe, marcaron objetivos y lanzaron 2.680 toneladas de proyectiles de demolición y bombas incendiarias sobre la Florencia del Elba . Los impactos y los consiguientes derrumbamientos, fuegos y atropellos en estampidas mataron a 25.000 personas e hirieron a unas 15.000. Joyas arquitectónicas como el teatro de la Ópera ( Semperoper), el palacio de Dresde y el Zwinger, la catedral, la iglesia de Santa Sofía o la de Frauenkirche quedaron reducidas a cenizas, lo mismo que numerosas industrias reconvertidas en fábricas de armamento y gran parte de las viviendas.

“Fue una atrocidad que desbordó los límites de la razón. Miles murieron abrasados y quedaron momificados, otros perecieron aplastados por la multitud –por ejemplo en la estación ferroviaria– o asfixiados en un sótano, pues no había refugios antiaéreos”, indica Mckay. La ciudad albergaba además a miles de refugiados que habían huido de las tropas rusas, así como ingentes cantidades de trabajadoras esclavizadas. La degradación social impuesta por los nazis había convivido extrañamente, “hasta bien avanzada la guerra”, con un ambiente obscenamente animado en cafés, tiendas y restaurantes de la Prager Strasse, uno de los focos vitales de una metrópoli hasta entonces conocida por su cosmopolitismo y su dinámica vida artística, literaria y musical.

Al caer las bombas quedé paralizada. Todos en el sótano empezaron a rezar. Incluso los que no creían en Dios”

GISELA REICHELT

¿Fueron un crimen de guerra los bombardeos del 13 y el 14 de febrero, precedidos y seguidos por otros de la fuerza aérea estadounidense. “Así lo sostienen muchos británicos”, señala McKey . Pero él no lo tiene claro, sobre todo porque tal calificación responde a un concepto jurídico complejo que además habría que extender a los terroríficos ataques aliados sobre Hamburgo, Colonia, Frankfurt, Bremen… En todo caso, el autor discrepa de aquellos que aún hoy opinan que la destrucción de Dresde fue una salvajada sin sentido porque la ciudad era insignificante desde el punto de vista militar. “No es así. Stalin pidió el bombardeo para detener el avance de tropas nazis hacia el este. Y había allí, en torno al bello casco antiguo, muchas factorías de guerra”.

Me crucé con una persona que tenía arrancada la tapa del cráneo. El interior era un cáliz rojo oscuro”

V. KLEMPERER

¿Y a quién habría que considerar culpable? ¿Al mariscal del aire británico, Arthur Harrys, El Carnicero ? ¿O también a los pilotos que cumplieron sus órdenes –aunque algunos tiraron las bombas al mar– sabiendo que 40.000 como ellos habían muerto en combate?

McKey subraya los “destellos de humanidad” que, entre tanta muerte, brillaron en pleno bombardeo. “Muchos jóvenes se jugaron la vida por ayudar a mujeres con sus hijos y a refugiados heridos”. Insiste el escritor en cómo, tras la guerra, la población se centró “en la reconstrucción y la reconciliación”, lo que incluyó un asombroso trabajo de reedificación de todo lo destruido y el hermanamiento con la villa inglesa de Coventry, ciudad muy castigada por las bombas nazis.

Esa regeneración física y moral, escenificada cada 13 de febrero con una cadena humana alrededor de la ciudad antigua y ruidosas campanadas que simulan las sirenas antes de un silencio sobrecogedor a la hora del bombardeo, viene acompañándose de un minucioso repaso y recuerdo compartido de los hechos. Pues “siempre hay que explorar la historia, y sin ella no hay posible reconciliación”. Dresde es en tal sentido “un símbolo útil”, dice McKey. Y lo dice en España, donde todavía hay quien no tiene esto claro.

Lujo, ostentación y hedor en el palacio de Versalles

Luis XIV recibe en una muy concurrida Galería de los Espejos al embajador persa, en 1715 (Heritage Images / Getty)

Autora: MOLLY ANTIGONE HALL

Fuente: La Vanguardia 25/01/2020

“Versalles era resplandeciente y grandioso; Versalles era feo y asqueroso; Versalles también podría ser extraño y grotesco”, afirmó el siglo pasado el escritor Louis Kronenberger. El legendario palacio asociado con el lujo y la ostentación de la corte francesa de los siglos XVII y XVIII y sobre todo con Luis XIV, Luis XVI y María Antonieta, era también conocido por su escasa salubridad.

Al lado de la estricta etiqueta, las intrigas y el exagerado refinamiento convivían unos malos olores y una falta de higiene cuya fama ha llegado hasta nuestros días. ¿A qué se debe esta mala reputación? Una ubicación desafortunada, la falta de instalaciones adecuadas y una etiqueta social muy diferente a la de hoy son algunas de las respuestas

Varios relatos de los siglos XVII y XVIII glosan el hedor del palacio de las más de 2.000 ventanas. Una de las razones era que había pocos sanitarios dentro del complejo, que acogía una multitud de nobles y subalternos, de poderosos y sirvientes. En total, se ha calculado que unas 20.000 personas llegaron a vivir en él. En muchos lugares de las instalaciones, en lugar de excusados y retretes, había sirvientes que traían un recipiente cuando se los reclamaba.

La Galería de los Espejos en el Palacio de Versalles
La Galería de los Espejos en el Palacio de Versalles (Wikipedia Commons)

Por desgracia, no siempre llegaban a tiempo, por lo que en ocasiones extremas, algunos hacían sus necesidades en el rincón disponible más cercano. “Mendigos, sirvientes y visitantes aristocráticos utilizaban las escaleras, los pasillos y cualquier lugar apartado para aliviarse”, escribió el británico Horace Walpole, un aristócrata del siglo XVIII que describió el palacio de Versalles como un “gran pozo negro”, cuyo olor se aferraba a la ropa, a la peluca e incluso la ropa interior.

El duque de Saint-Simon relató en su Memorias de Luis XIV que la Princesse d’Harcourt una noble francesa, a veces orinaba mientras caminaba, sin ninguna vergüenza, “dejando un rastro terrible detrás de ella que hacía que los sirvientes desearan mandarla al diablo”. No era lo más normal, pero tampoco excepcional, que algunos sirvientes y visitantes aristocráticos orinaran entre cortinas y tapices. Y, por lo que respecta a María Antonieta , tenía dos perros de raza carlino a quienes se les permitía aliviarse donde quisieran.

Los pocos sanitarios fijos -sillas con agujeros y un recipiente de cerámica debajo que se vaciaba tras llenarse -que estaban disponibles podrían derramarse; Voltaire se alojó en una habitación del palacio que describió como “el agujero de mierda con peor olor en todo Versalles”.

Y luego estaba el problema de la ubicación del gran palacio, construido sobre antiguos pantanos que causaban problemas de olor. Además, incluso tras estar terminado, en un complejo de tales dimensiones había siempre obras de algún tipo, lo que producía más polvo y suciedad. Todo ello formaba un cóctel que, sumado al olor de los perfumes e incluso el de las intensas flores de los jardines, resultaba, literalmente, embriagador. “El aire era tan intenso con el perfume mezclado de violetas, flores naranjas, jazmines tuberosas, jacintos y narcisos que el Rey y sus visitantes a veces se veían obligados a huir de los dulces abrumadores”, según un autor inglés del siglo XIX citado en The Story of Versailles de Francis Loring Payne.

En invierno, debido a chimeneas ineficientes, el humo y el hollín impregnaban la tapicería, las alfombras y los tapices. El rey Luis XIV trataba de ocultar los numerosos olores a través de vaporizadores de esencia de azahar y cuencos de líquidos perfumados que colocados por su personal por el palacio. Se empleó una técnica similar para combatir los olores corporales y de las prendas. Porque mientras la nobleza se cambiaba la ropa interior a diario, igual que la ropa de cama, los vestidos no se podían lavar y acumulaban polvo y suciedad.

Un ostentoso baile en Versalles, durante el reinado de Luis XV
Un ostentoso baile en Versalles, durante el reinado de Luis XV (DEA / G. DAGLI ORTI / Getty)

Hélène Delalex, historiadora y conservadora en el palacio de Versalles, explica en un documental de Toute L’Histoire que los aristócratas trataban de enmascarar los olores rancios con perfumes fuertes como el almizcle y el ámbar, tan potentes que el rey Luis XIV les atribuía sus dolores de cabeza. También se colocaban bolsitas perfumadas en los bolsillos de los vestidos, debajo de las axilas y en otros lugares, y se perfumaban y espolvoreaban las pelucas con harina para absorber cualquier grasa.

Otras prácticas de higiene personal, hoy cuestionables, incluían frotarse los dientes con plantas astringentes como el romero o el ciprés, mezclados con aromáticas como el tomillo, la canela o la menta, para combatir la halitosis; una aristócrata francesa en Versalles describió cómo usaba esencia de orina en una carta escrita a un miembro de su familia. No fue suficiente para prevenir caries dentales, y William Renwick Riddell apunta en un artículo publicado en The Public Health Journal que con 47 años el rey Luis XIV prácticamente no tenía dientes sino un absceso crónico que goteaba pus.

Las constantes obras, los perfumes, los malos equipamientos sanitarios y el hollín hacían el aire del palacio difícilmente respirable para nuestros estándares

Los baños calientes, además eran una rareza. Suponían un proceso arduo que consistía en transportar una bañera de metal a una habitación, llenarla con agua caliente y luego vaciarla a mano, cosa que solo la aristocracia se podría permitir. Muchos médicos del momento desaconsejaban bañarse en agua cálida ya que creían que abriría los poros de la piel y permitiría la entrada de enfermedades, algo que el rey Luis XIV acabó creyendo. Él comenzaba su día lavándose las manos y la cara con agua, y pasando una toallita por su cuerpo.

No es que los franceses de la época fueran especialmente sucios; que en otras cortes de la época ocurría lo mismo. En Inglaterra, según un escritor del siglo XVII, el rey Carlos II vivía en un palacio “repugnante y apestoso”, y se cuenta también que, en el siglo XVIII, la futura Catalina la Grande quedó impactada cuando llegó a Rusia desde su relativamente limpio hogar de su familia alemana. Pero por su parte, “el rey Luis XIV estaba convencido de que era excepcionalmente limpio”, afirma Georges Vigarello, un académico francés especializado en la historia de la higiene. ¿Quién sabe cómo se verán los actuales patrones de limpieza por sociedades diferentes a la de hoy?