La Primera Guerra Mundial marcó el devenir del siglo XX.

Fuente: dw.com.

Entrevista a Herfried Münkler, primer alemán en mucho tiempo que se ha atrevido a hacer un análisis completo de la Primera Guerra Mundial. Según él, se puede aprender mucho de esa guerra para evitar conflictos en el presente.

DW: Señor Münkler, desde principios de 2014 los medios de comunicación están publicando datos esenciales acerca del estallido de la Primera Guerra Mundial, hace 100 años. En realidad, ¿se debe solo al aniversario que tendrá lugar en verano o, por el contrario, estamos siendo testigos de una nueva forma de elaboración de la historia?

Herfried Münkler: Una cosa no excluye a la otra. A menudo, este tipo de conmemoraciones nos ofrecen la posibilidad de volver a tratar ciertos temas con tranquilidad y en profundidad. Y es que parece que la “Gran Guerra”, como la conocen los británicos, franceses e italianos, ha sido la que marcó el devenir del siglo XX. Se puede aprender mucho de ella, especialmente acerca de lo que no se debe hacer. En este sentido, puedo entender que, tratándose de un acontecimiento de este tipo, los europeos den lugar a la reflexión y se concentre en los fracasos ocurridos durante la primera mitad del siglo XX, con el fin no volver a cometer los mismos errores en el siglo XXI.

En Europa conocemos la guerra que tuvo lugar entre 1914 y 1918 como la “Primera Guerra Mundial”. ¿Por qué ha titulado usted su libro “La Gran Guerra”?

En primer lugar, el término “Gran Guerra” parece, a primera vista, algo extraño. En

Herfried Münkler, politólogo de la Universidad Humboldt de Berlín.
Herfried Münkler, politólogo de la Universidad Humboldt de Berlín.

 

segundo lugar, tiene carácter simbólico, por lo menos para el oído alemán. Es la guerra que ha definido a la Europa del siglo XX. Se puede decir que, sin esa guerra, nunca habría habido una Segunda Guerra Mundial, seguramente tampoco habrían surgido ni el nacionalsocialismo, ni el estalinismo, y habría sido difícil contemplar una toma de poder bolchevique en Petrogrado. Habría sido un siglo totalmente diferente. En este sentido, utilizar el término “Gran Guerra” es acertado.

Si, en efecto, la Primera Guerra Mundial ha sido tan determinante para el devenir del siglo XX, ¿por qué ha estado tan poco presente en Alemania en el reconocimiento de los errores del pasado? Al menos, comparándola con la elaboración que hace Alemania de la Segunda Guerra Mundial.

Es necesario diferenciar. Para nuestros vecinos europeos, como Italia, Francia o Gran Bretaña, la Primera Guerra Mundial siempre ha sido considerada como la Gran Guerra. Esto también tiene que ver con el número de víctimas que esta guerra provocó, que en el caso de estos países fue superior a las sufridas en la Segunda Guerra Mundial. En el caso de Alemania es diferente puesto que, primero, está relacionada con los desplazamientos, segundo, con los destrozos masivos ocasionados por las bombas y, tercero, con los crímenes y la culpa alemana. Si nos seguimos desplazando hacia el Este de Europa, vemos el papel clave que tiene la Segunda Guerra Mundial en el recuerdo colectivo. De hecho, se podría hablar de un declive oeste-este en la cultura europea de la memoria.

Un siglo después del final de la guerra se vuelve a abrir un debate acerca de los culpables, impulsado por la publicación del libro “El sonámbulo” del historiador australiano Christopher Clar. En la obra, el autor revé críticamente la tesis tradicionalmente aceptada acerca de la culpa exclusivamente alemana en lo referente al conflicto. Allí se señala que todas las grandes potencias fueron incapaces de impedir una guerra que tuvo su origen en los Balcanes. ¿Cuál es su posición en este debate acerca de la culpabilidad de la guerra? ¿Cree que conduce a algo?

Yo sostengo que el término culpable es poco útil en este contexto. Es, quizá, un término moral o jurídico. Al menos, así fue formulado en el Artículo 231 del Tratado de Versalles: “Alemania carga con toda la culpa”. Pero esta es una discusión que no tenemos por qué continuar hoy. Tiene más sentido hablar de responsabilidades que de culpa, y centrar la atención en las fallas de apreciación y en los desaciertos. Eso es lo que, cien años después, puede resultar útil para aprender de los errores de entonces.

¿Con qué responsabilidad cargó por aquel entonces el Gobierno alemán en el centro de Europa?

Alemania no se había percatado de su significado como centro geopolítico. Aunque no es posible descartar la idea de que ésta u otra guerra hubiesen tenido lugar de todos modos durante el siglo XX, pero el factor clave fue su localización. Lo que hicieron los alemanes es dirigir y controlar distintos focos de conflicto al mismo tiempo, como eran el manifiesto conflicto de los Balcanes y el en latente, pero no urgente conflicto de la Alsacia y Lorena o, por otro lado, el relacionado con el control del Mar del Norte. Esto fue, a fin de cuentas, una estupidez política.

¿Por qué la diplomacia no fue capaz de hacer nada? En 1914 ya estaba funcionando un sistema de alianzas entre las distintas casas reales. ¿Por qué no fueron capaces de parar la guerra?

Como usted sabe, el fracaso de la diplomacia tuvo algo que ver. Lo que parecía claro es que no seríamos capaces de llevar a cabo una gran guerra en Europa, ya que todo el continente quedaría destrozado. Debido a esta concepción, fueron acciones menores y puntuales las que, junto a las rápidas decisiones militares tomadas por los estados

Tapa de La Gran Guerra, de Herfried Münkler.
Tapa de «La Gran Guerra», de Herfried Münkler.

 

mayores, delimitaron e hicieron factible la guerra. Lo fatal para Alemania fue el condicionante que representaba enfrentarse una guerra con dos frentes abiertos –al oeste con Francia, y al este contra Rusia-. El paso a través de Bélgica al inicio de la guerra con Francia puso de manifiesto la necesidad de actuar antes y mejor organizado que el enemigo. Todo eso es parte del intento de prevenir táctica y técnicamente una gran catástrofe, que, como sucede a menudo, conduce precisamente hacia esa catástrofe.

¿Qué conclusiones podemos sacar hoy en día acerca de cómo se actuó en 1914?

Lo determinante es evitar, por medio de normativas institucionales, una escalada de desconfianza mutua. Y esto es lo que los europeos han conseguido con organismos como la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), la UE o la OTAN. Asimismo, siempre es necesario prestar atención a las chispas que pueden saltar desde la periferia. Y es que la guerra tuvo su origen en los Balcanes. Lo que podemos aprender es que ni debemos perder de vista ni debemos subestimar lo que ocurre a nuestro alrededor. Es necesario conocer el papel que desempeñan las fuerzas de seguridad, los ejércitos europeos y los incentivos económicos para los Balcanes. Pero no sólo los Balcanes nos atañen, sino también el Cáucaso y todas las crisis que tiene lugar entre Oriente Próximo y el Magreb.

En su libro cita también a Asia como una potencial región conflictiva, y compara a la actual China con el Imperio Alemán de aquel entonces.

Lo destacable es que a pesar de que China es tan grande y tan poderosa –sobre todo económicamente-, no se siente reconocida políticamente. Esta es una situación que coincide en muchos aspectos con la del Imperio Alemán de 1914. Se podría decir que algunas cosas que pasaban en la Europa de 1914 podrían pasar allí también hoy en día. Por tanto, son los hombres de Estado y los políticos chinos quienes deberían echar la vista atrás y tomar en cuenta la Primera Guerra mundial y la Crisis de Julio, con el objetivo de no volver a cometer los mismos errores.

En la actualidad se está discutiendo mucho acerca de si Alemania debería participar en el refuerzo de ciertas apuestas militares a nivel europeo. ¿Estamos viendo esto con el telón de fondo de nuestro propio pasado? ¿Le corresponde a Alemania dar la cara y, por tanto, participar en ello… o no?

O quizá le podemos invertir la pregunta: ¿Le corresponde a Alemania, en vista de su pasado, mantenerse al margen de todo tipo de conflicto y dar ante sus vecinos europeos una imagen de desidia, o acaso de aprovechador de la situación? Es como si los otros empujaran el carro y los alemanes se sentaran y se dejaran llevar mientras se benefician de esa situación. Creo que ese papel -que desempeñaron las antiguas RFA y RDA- finalizó definitivamente con la caída del Muro de Berlín, y que ahora, entre otras cosas, somos un pueblo, un país unificado. Aunque no tenemos por qué sentirnos excesivamente importantes, tampoco debemos rehuir nuestra responsabilidad.

Muchas gracias por la entrevista, señor Münkler.

Herfried Münkler es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Humboldt de Berlín.

Para leer más: Herfried Münkler: “Der Große Krieg: Die Welt 1914-1918”. Rowohlt, 2013. 29,95€ (Aún no está traducido al español.)

La guerra en tiempos de Napoleón.

Autor: Eduardo Montagut.

Fuente: nuevatribuna.es. 8/11/2018

Entre 1792 y 1815 la guerra fue constante en Europa: entre Francia y las potencias europeas, aunque en distintas combinaciones. Francia se enfrentó a otros estados pero, además, abanderando los cambios revolucionarios, cuando sus ejércitos conquistaban un territorio, sus nuevas autoridades emprendían profundas reformas para abolir el Antiguo Régimen.

Es importante destacar que los éxitos militares napoleónicos fueron tan importantes porque las batallas se libraban contra ejércitos del Antiguo Régimen y porque Francia contó con la colaboración en muchos países de personas y sectores sociales partidarios de las reformas napoleónicas: afrancesados, filojacobinos, ilustrados etc.. Las élites intelectuales europeas fueron afines a lo que pretendía Napoleón, aunque con el tiempo se produjo un divorcio en esta relación ante la deriva tiránica del emperador.

Napoleón contó con un ejército muy potente. Su núcleo principal era la Grande Armée, que en julio de 1812 llegó a contar con casi 600.000 soldados. En este ejército fue muy importante la participación de cuerpos de soldados extranjeros: italianos, alemanes y polacos destacaron en la colaboración. Además, Napoleón introdujo importantes cambios en la forma de hacer la guerra. El emperador creía en la movilización de grandes formaciones militares a través de grandes espacios, una gran velocidad para maniobrar y llevar a las formaciones al lugar necesario de la batalla con el fin de sorprender a los enemigos cuando estaban separados o separarlos cuando estaban reunidos. Por eso era importante moverse por la noche, produciendo la sorpresa al amanecer.

El ejército debía dividirse en tres líneas: la primera iniciaba el combate muy dispersada, apoyada por la caballería y la artillería; la segunda actuaba en masa, concentrando las fuerzas en los puntos donde la penetración era más fácil; y la tercera intervenía para rematar el ataque en el momento decisivo.

La concentración de las fuerzas en un punto es otro aspecto importante en la teoría de la guerra napoleónica porque provocaría la superioridad numérica en un lugar fundamental de la batalla. No había que atender todos los puntos, sino concentrarse donde el enemigo parecía más débil y atacar con todas las fuerzas para abrir una brecha.

Por fin, estaba la táctica de las maniobras. Napoleón creía en dos tipos de maniobras.

La lista de éxitos militares franceses es muy larga: Austerlitz contra austriacos y rusos en 1805; Jena, contra los prusianos (1806); Eylau y Friedland contra los rusos (1807); Wagram, contra austriacos (1809), etc..

El conflicto con Gran Bretaña, siempre presente en las coaliciones contra Napoleón, obedecía más a causas económicas y de equilibrio internacional de poderes, que a cuestiones ideológicas, que animaban más a los reyes y emperadores absolutos europeos continentales. Tenemos que tener en cuenta que Napoleón intentó desafiar el poderío comercial y marítimo de Gran Bretaña. Para ello, decretó el bloqueo continental el 21 de noviembre de 1806, que prohibía el comercio de cualquier país europeo con Gran Bretaña. El objetivo era hundir la economía británica y también se deseaba potenciar la industria francesa al hacerse con los mercados que tendrían que abandonar los británicos. El bloqueo tuvo dos fases, con el año 1810 como punto de inflexión. En la primera se buscó la aplicación rigurosa del bloqueo pero Napoleón tuvo que aflojarlo porque comprobó que también se resentía la economía francesa, de ahí la segunda etapa. Por otro lado, la aplicación del bloqueo presentó tres grandes problemas. En primer lugar, había que obligar a países neutrales a cumplirlo, de ahí que, hubiera que emprender empresas militares de gran envergadura como en Italia y la invasión de Portugal. El problema que no tenía solución lo representaban los Estados Unidos. El contrabando fue el segundo problema. En el Mediterráneo y en el Báltico se pudo más o menos controlar. Napoleón presionó a la Hansa y vigiló el Elba, pero en el mar del Norte fracasó claramente por el poder inglés en la zona. Por fin, el estallido de la guerra en España dio un claro respiro y salvó al comercio británico. Junto con la presencia del ejército de Wellington llegaron los productos ingleses y hacerse con algunas materias primas. Además penetró claramente en el comercio con las colonias españolas y portuguesas americanas. El cáncer que suponía para Napoleón el conflicto español le obligó a retirar tropas en la Confederación Germánica, disparando el contrabando en el mar Báltico, ya mucho menos controlado. La guerra en Rusia remató finalmente el bloque continental.

Todo lo que murió en la Gran Guerra.

Un niño herido toca el violín vestido de militar en las calles de Belgrado durante el invierno de 1918. CORBIS
Un niño herido toca el violín vestido de militar en las calles de Belgrado durante el invierno de 1918. CORBIS

Autor: Alberto Rojas.

Fuente: El Mundo, 11/11/2018.

Una sola bala, la que disparó el nacionalista bosnio Gavlilo Princip contra el archiduque Francisco Fernando, heredero del imperio austrohúngaro, en la esquina de la calle Franz Josef de Sarajevo, provocó que la historia descarrilara el 28 de junio de 1914. Un mes después, entre vítores y fuegos de artificio, se desató una política de alianzas en la que unos países se declaraban la guerra a otros con los que jamás habían tenido un solo conflicto. Se abrieron banderines de enganche para que medio continente acabara con el otro medio. Millones de soldados de todas las clases sociales, vestidos como si fueran a un carnaval (los franceses, con unos ridículos pantalones rojos y los alemanes, con un casco coronado por un pincho) se apuntaron a la pesadilla pensando que sería cosa de pocos días.

Lo primero que murió en la Gran Guerra de 1914 fue el concepto de guerra en sí misma. El ejército alemán enfiló hacia París y recorrió cientos de kilómetros en pocos días hasta que algún soldado cavó la primera trinchera y mató al conflicto clásico del siglo XIX. Se acabaron de golpe las cargas a caballo y sable y nacieron artilugios mucho más abyectos: los gases venenosos, la ametralladora, el tanque, el bombardero, el lanzallamas, el zepelín. A partir de ese momento, para avanzar unos metros se destinaron divisiones enteras con miles de muertos.

Con la Gran Guerra se fueron por el sumidero de la Historia la Belle Époque, la paz armada, la era de la seguridad y todo aquello que parecía inamovible. Cuatro imperios cayeron: zarista, otomano, alemán y austrohúngaro, así como sus territorios coloniales y casas dinásticas, nada menos que los Habsburgo, Romanov, Hohenzollern y la Sublime Puerta.

Todas las alianzas se hicieron trizas: tres de los dirigentes de las principales potencias eran primos: el zar Nicolás II, el káiser Guillermo II y el rey Jorge V de Inglaterra, de enorme parecido entre ellos, eran nietos de la reina Victoria. Una de las ficciones en las que vivía la realeza anterior a 1914 decía que emparentar a las grandes dinastías europeas era una garantía para la paz y contra el republicanismo. Murieron 16 millones de personas, ocho de ellos, civiles. Cada nueva leva era mayor que la anterior. Había miles de muertos que reemplazar de golpe en batallas como Verdún (diez meses, la más larga), Arrás, Galípoli o el Somme (la más sangrienta, con un millón de muertos).

La guerra, como una enfermedad bíblica, tumbó a todos los gobiernos en línea recta desde Alemania hasta Japón y se extendió por todos los confines del mundo. Las potencias enviaron armamento y soldados a sus colonias africanas y asiáticas. Las tropas alemanas se rindieron en Namibia en septiembre de 1915 mientras el conflicto avanzaba en Camerún, Togo, Tanzania, Kenia, el Congo y Gabón, con la movilización de cientos de miles de hombres procedentes de ejércitos tribales, algunos armados tan sólo de una lanza y un escudo. En Rusia engrasó la revolución bolchevique, un cataclismo ideológico en el siglo XX.

Cinco continentes participaron en la matanza. Además de Europa, donde prendió la mecha, el conflicto saltó a las colonias. Australia y Nueva Zelanda enviaron a sus jóvenes a luchar por el imperio británico, mientras que EEUU entró en la contienda después de que un submarino alemán hundiera el RMS Lusitania en mayo de 1915. En 1918, los grandes imperios habían perdido el 60% de su Producto Interior Bruto, se habían llenado de tullidos en sus calles y se encontraban exhaustos, sin moral ni recursos. Las primeras en pedir un alto el fuego fueron las potencias centrales.

A las 11 de la mañana y 11 minutos del día 11 del mes 11 de 1918, los silbatos sonaron en todos los frentes de batalla y se detuvieron las ofensivas y los bombardeos. Se había firmado el armisticio que ponía fin a cuatro años de la mayor carnicería creada por el ser humano hasta la fecha, pero la paz que se ofrecía contenía bombas de acción retardada que iban a provocar conflictos aún peores por todo el planeta. En diversos parques y castillos se firmaron los tratados de paz de Versalles (con Alemania), Saint Germain (con Austria), Trianon (con Hungría), Sèvres (con Turquía) y Neuilly (con Bulgaria) en los que se impusieron sanciones durísimas, reparaciones imposibles y responsabilidades inasumibles.

La delegación alemana recién llegada a París fue recibida por una turba borracha de odio que les despojó de todo su equipaje, les insultó, zarandeó y escupió hasta la llegada de su hotel. Cuando tuvo que firmar la humillante rendición, la pluma que les cedió el vengativo presidente galo Clemenceau no tenía tinta. El enviado alemán se esforzó por hacer un garabato legible ante la mirada glacial de todos los presentes en el salón de los espejos de Versalles. «Bueno, esto es el final», dijo Clemenceau cuando al fin pudieron firmar los alemanes con otra pluma prestada por el propio líder francés. El historiador Arthur J. Toynbee, presente en la sala, masculló en voz baja: «No, esto es sólo el principio». El revanchismo, el antisemitismo y el nacionalismo ya se incubaban en aquella encerrona. Muchos millones de muertos después, otra bala, la que disparó Adolf Hitler contra sí mismo con una pistola Walther PPK, la favorita de James Bond, terminó con el ciclo de violencia que abrió la de Princip en Sarajevo.

El Congreso Internacional Socialista de Mujeres de Marsella de 1925.

Sufragistas en Francia

Autor: Eduardo Montagut.

Fuente: nuevatribuna.es. 6/11/2018.

La década de los años veinte puede ser calificada de fundamental en la Historia del feminismo socialista, y también de la lucha, en general, por la reivindicación de los derechos de la mujer. El Congreso Internacional Socialista de Mujeres, que tuvo lugar de forma paralela al Congreso de la Internacional de Marsella del mes de agosto de 1925, constituye un momento clave por lo que allí se aprobó, y porque estimuló a las organizaciones femeninas socialistas europeas en la lucha por la emancipación de la mujer. Esta reunión se vio precedida en ese mismo año por una serie de reuniones de mujeres socialistas de distintos países: Suiza, Polonia, Gran Bretaña y Holanda.

En el Congreso de Marsella estuvieron presentes un centenar de delegadas, destacando la presencia de la diputada alemana Tony Sender, y M.P. Spack, senadora belga. Nutridas fueron las representaciones alemana y austriaca, dado el peso de sus respectivas socialdemocracias. Esta reunión destacó por la aprobación de una resolución fundamental en la que se pedía la creación de un Comité Internacional de Mujeres, que tendría que estar formado por representantes de las organizaciones femeninas, cuya misión sería ayudar a la Ejecutiva de la Internacional, pero, además, organizar Conferencias bianuales. Ese Comité debía estar constituido de la misma forma que el Comité Internacional Ejecutivo de la Internacional Obrera y Socialista, y debía reunirse, al menos, una vez al año. El trabajo administrativo de organización de las mujeres socialistas se aseguraría por el Secretariado Internacional de la Internacional Obrera y Socialista.

Pero la creación de ese Comité se encontraba al final de una resolución que comenzaba instando a los Partidos Socialistas a apoyar la organización de las mujeres en el movimiento obrero porque la realización del socialismo solamente se podría realizar con la cooperación de las masas para la reorganización de la sociedad, y esas masas estaban constituidas por hombres, pero también por mujeres. Los partidos socialistas debían considerar que la emancipación de las mujeres tenía que ser uno de sus objetivos fundamentales. Y eso pasaba por luchar porque los hombres y las mujeres tuvieran los mismos derechos políticos, especialmente el derecho al sufragio, tanto activo como pasivo. Pero también los partidos socialistas tenían que luchar por la igualdad jurídica, en el matrimonio, y por conseguir que no hubiera discriminación en relación con los hijos naturales, es decir, que desapareciese la ilegitimidad. Otras tareas fundamentales pasaban por la libertad de la mujer en la actividad profesional, y por la igualdad laboral y salarial.

El movimiento socialista debía tener en consideración en su política las necesidades de las mujeres, tanto como las de los hombres, por eso los partidos debían pedir a las organizaciones femeninas que trabajasen por estos objetivos porque el capitalismo había puesto a las mujeres en una posición de dependencia social y cultural, además de que su posición económica y política era más débil que la del hombre. La maternidad exigía una protección especial, debiéndose exigir todas las medidas necesarias para asegurar el bienestar de las madres y los niños.

No cabe duda que este acontecimiento es clave para que el socialismo europeo caminase ya claramente en favor de los derechos de la mujer, superando posturas ambiguas y paternalistas.


Como fuente hemos consultado los números de El Socialista del año 1925: 5135, 5164, 5165 y 5170.

1918 puñaladas: cien años de la Revolución de noviembre en Alemania.

Revolución Alemana de noviembre de 1918

Autor: Jordi Corominas i Julián

Fuente: El Confidencial. 3/11/2018

En la Historia hay algunos momentos tan repletos y trascendentes que el mismo relato oficial oculta -y consolida- una retahíla de tópicos, esferas delimitadoras que sirven para explicar lo ocurrido desde una dirección concreta y asumida por la mayoría. En el siglo XX alemán el engranaje ciego es la llamada Revolución alemana acaecida entre 1918 y 1919, también llamada Revolución de Noviembre. En el imaginario de la cultura general los cadáveres de los espartaquistas Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht ocupan una destacada ‘pole position’. A mucha distancia figura la abdicación del Káiser y luego alcanza el podio la proclamación de la República de Weimar, como si se tratara de un proceso sin matices en los estertores de la I Guerra Mundial.

En realidad, el pistoletazo de salida de esta catarsis esquizofrénica tiene varios natalicios, todos en relación con las metamorfosis del SPD, el partido clásico de la socialdemocracia alemana. Un posible inicio llegaría en 1890, cuando la renuncia de Bismarck levantó las leyes antisocialistas del Reich. Ello hizo posible el renacimiento de los socialdemócratas, hasta entonces paralizados por esas medidas. El partido mantuvo en sus estatutos la voluntad revolucionaria, pero lo cierto es que el levantamiento de las limitaciones los integró en el sistema, hasta el punto de votar a favor de los créditos de guerra en 1914, en los primeros compases del primer conflicto mundial.

El general Hindemburg, el káiser Guillermo II y el general Ludendorff, durante la Primera Guerra Mundial
El general Hindemburg, el káiser Guillermo II y el general Ludendorff, durante la Primera Guerra Mundial

Sin embargo, algunos discreparon, en una tendencia manifiesta en el socialismo de esos años, quebrado entre la lealtad al Estado y el pacifismo. 1914 y el problema de apoyar o rechazar la guerra fueron la semilla para desmembrar la unidad. En el caso germánico estas tensiones condujeron a la ruptura de 1916, cuando un núcleo se desmarcó de la connivencia con el poder, se escindió del SPD y fundó el USPD para no perder el sueño de luchar contra el régimen.

Se derrumba el castillo de naipes

Los contrarios a la escisión siguieron apoyándolo con la aspiración de convertir al Imperio en una verdadera monarquía parlamentaria. Se conformaban con ese postulado mientras el desarrollo de la contienda había proporcionado al Alto Comando Militar una posición de preponderancia en forma de dictadura encubierta. La dirigían Erich Luddendorf y Paul Von Hindenburg. El primero mandaba. El segundo asentía. A posteriori sirven para explicar la crisis y el posterior ascenso del nazismo.

El desarrollo de las operaciones en el campo de batalla fue favorable a los intereses de este particular consulado. Hasta 1917 todo iba sobre ruedas para las potencias centrales. La entrada de Estados Unidos iba a ser decisiva para cambiar el curso de la contienda, pero ese año la revolución rusa allanó el frente del Este y posibilitó a Alemania concentrarse en el Occidental para poner toda la carne en el asador. El optimismo se incrementó mediante el más que ventajoso tratado de Brest-Litovsk con la Unión Soviética.

Todas estas perspectivas de victoria se desvanecieron en un abrir y cerrar de ojos. En 1918 el bloqueo inglés hizo mella, la producción, aguas, y las trincheras se desmoronaron para abrir la ruta aliada hacia el interior del Reich.

Estas condiciones decidieron a Luddendorff a una insólita renuncia el 29 de septiembre de 1918. Aconsejó firmar un armisticio para frenar el riesgo de una debacle militar. Al ceder su mando pretendía salvar al ejército de la deshonra de la derrota para cargarla al ejecutivo, pues a partir de entonces el bastón pasaba a manos de un gobierno parlamentario donde, por primera vez en la Historia de Alemania, ingresó un socialdemócrata, Philipp Scheidemann.

Friedrich Ebert
Friedrich Ebert

Con el giro copernicano del 5 de octubre, Friedrich Ebert, líder del SPD, consideró concluido el trayecto deseado por el partido. Ahora tocaban carteras y estaban en la mesa de las responsabilidades. El nuevo y pionero ejecutivo pidió el armisticio al presidente norteamericano Wilson, quien exigió a Alemania la retirada de los territorios ocupados, cesar la guerra submarina y la abdicación del Káiser Guillermo II. Este punto hizo salir de su letargo a Luddendorff, quien a finales de octubre pidió retomar la contienda cuando era imposible; las deserciones abundaban y la mayoría de soldados habían aceptado el desenlace, incubándose en muchos de ellos un deseo de paz y democracia. En un mes Luddendorff devino un fantasma del pasado y desapareció del mapa durante unos años, demasiado pocos. Fue reemplazado como adjunto al jefe del estado mayor por Wilhelm Groener, quien más tarde desarrollaría un papel primordial en el desarrollo de los acontecimientos.

¿Los socialdemócratas en el poder?

Nadie pensaba en Kiel. Desde esta localidad báltica un hombre quería ser dadaísta con galones. El Almirante Scheer codiciaba poner un absurdo broche de oro con un último ataque contra la Royal Navy. El 29 de octubre las tripulaciones de dos buques se amotinaron. Más de mil hombres fueron trasladados a la cárcel, antesala de la corte marcial que debía dictar sentencia y firmar su previsible ejecución.

La detención de los marineros rebeldes prendió la mecha de la revolución. Muchos de sus compañeros pidieron su liberación, rechazada por los mandamases. El 3 de noviembre se reunieron con los astilleros, manifestándose por las calles hasta recibir los disparos de las tropas del teniente Steinhaüser. Los nueve cuerpos tendidos en el suelo de la alianza entre obreros y marineros encendió su reacción. Horas más tarde formaron el primer consejo de soldados y trabajadores, al que fueron uniéndose otros militares llegados al lugar para sofocar la revuelta.

Soldados revolucionarios ondeando la bandera roja frente a la Puerta de Brandeburgo en Berlín, el 9 de noviembre de 1918
Soldados revolucionarios ondeando la bandera roja frente a la Puerta de Brandeburgo en Berlín, el 9 de noviembre de 1918

El gobierno de Berlín reaccionó con rapidez y envió al diputado socialista Noske. El consejo de nuevo cuño pensaba que los socialdemócratas estaban de su lado, y por eso no vacilaron en nombrarlo gobernador. Noske respiró tranquilo y pensó tener todo bajo control. El problema es que la llama se había extendido por todo el país. Los revolucionarios ocupaban casernas y administraciones públicas. Según Sebastian Haffner querían un gobierno de la socialdemocracia reunificada para gestar una democracia proletaria donde los obreros reemplazarían a burgueses y aristócratas como clase dominante desde la democracia, nunca desde una coyuntura dictatorial.

El 9 de noviembre fue el día clave: se proclamó la República en Baviera y en Berlín empezó a condensarse el caos en un despacho. El canciller Max von Baden comprendió que la revolución social sólo podía pararse con la abdicación del Káiser, quien tras muchos vaivenes aceptó para evitar el desastre y facilitar la firma del armisticio con los aliados.

La calle no quería saber nada del orden imperante y ni siquiera contemplaba la vía parlamentaria desde la normalidad

Pocas horas después, en otra vuelta de tuerca del enrevesado guión, von Baden cedía su sillón en la cancillería a Friedich Ebert. De este modo el dirigente socialdemócrata ponía la rúbrica a sus metas políticas. Su partido alcanzaba el vértice de la pirámide. La disyuntiva en apariencia shakesperiana surgía con sólo abrir la ventana. La calle no quería saber nada del orden imperante y ni siquiera contemplaba la vía parlamentaria desde la normalidad.

En todo Berlín se calcaron los hechos ocurridos en otras ciudades. Los soldados encargados de aplacar la revolución abandonaban las armas. Los socialdemócratas, inmersos en un doble juego, convencieron a muchos militares para unirse a la causa del nuevo Estado mientras ofrecían a la USPD unirse al gobierno. No sabían cómo capear el temporal, siempre más próximo al ciclón. El 9 de noviembre clausuró sus puertas con la ocupación obrera del Reichstag, metamorfoseado en cámara revolucionaria que convocó elecciones para el día siguiente con el fin de elegir a los miembros del Consejo de Representantes del Pueblo.

El gatopardo alemán

Esta iniciativa hizo que Ebert diera en el clavo tras muchas intentonas fallidas. Durante toda la semana de revolución, pese a creerlo, no había llevado nunca la iniciativa. El encadenamiento de sucesos, la abdicación del Káiser, su ascenso a la cancillería y, sobre todo, la gobernación de Noske en Kiel le hicieron vivir su propia fantasía de llevar las riendas. El caballo se había desbocado, pero aún le quedaba una carta en la mesa.

Alfred Döblin - 'El regreso...' (Edhasa)
Alfred Döblin – ‘El regreso…’ (Edhasa)

Los millones de personas que ocupaban las ciudades de toda Alemania querían ser ciudadanos de pleno derecho. Lo logrado era increíble. La lectura de la tetralogía ‘Noviembre de 1918’ de Alfred Döblin da voz a implicados de todas las vertientes. Entre lo que aún podía llamarse pueblo nadie tenía en la punta de la lengua un héroe revolucionario, entre otras cosas porque no existían directores de orquesta y el vuelco se había producido de modo espontáneo ante el cortocircuito del sistema. A eso se le suele llamar revolución, pero en noviembre de 1918 la aplastante mayoría de los que votarían en los comicios confiaban en el SPD al identificar sus siglas con otro mundo mejor, no en el gatopardismo de Ebert, quien al ser incapaz de bloquear las votaciones optó por presentarse al Consejo de los Representantes del pueblo.

Fue elegido junto a dos representantes socialdemócratas y tres militantes del USPD para asegurar un simulacro de unidad obrera. La victoria revolucionaria era un espejismo víctima de sus ilusiones y credos de ingenuidad. Al día siguiente se firmó el armisticio. Para los militares, y en eso Luddendorf ganó su envite, la responsabilidad del mismo, con el agravio de Versalles, recaería en los socialdemócratas, a quienes se acusaría de propinar la puñalada por la espalda, el falso pero muy eficaz mito narrativo para explicar la derrota como producto de la traición del que se apropiarían más tarde los nazis.

Ebert interpretó bien su asunción del nuevo poder, que supuestamente comandaba. Quería revertir la situación y pactó con Groener la liquidación de la hegemonía obrera. En diciembre se celebró en Berlín un Congreso de los Consejos. El SPD impuso su abrumadora superioridad numérica y consiguió convocar elecciones para una Asamblea Constituyente que decidiría la forma del Estado.

Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo
Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo

Otra vez se había parado el golpe, pero la idea previa era impedir la reunión del Congreso. Un regimiento se precipitó y se descubrieron las intenciones, posponiéndose para una mejor ocasión, en la que ya intervendrían los temibles ‘freikorps’, fuerzas de choque contrarias a la República y felices de integrar las fuerzas armadas. En enero de 1919 reprimirían con fuerza la revuelta espartaquista, con la que Doblin finaliza su trilogía con el recuerdo de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht encabezando su último volumen, deudor de la épica generada en torno a estos dos ideólogos del KPD, el Partido Comunista Alemán que con su creación zanjaba la división izquierdista para establecer su dualismo entre socialismo y comunismo hasta los estertores de la Guerra Fría.

Rosa desde el periódico fue un bastión ideológico que en enero de 1919 intentó disuadir cualquier intentona revolucionaria, mientras Karl tenía vocación agitadora y era un estorbo para sus enemigos entre arengas y carisma. Lo cierto es que ninguno fue clave en la revuelta espartaquista fracasada de ese mes que los hizo célebres. El 15 de enero los ‘freikorps’ encontraron a Rosa y a Karl en su escondite berlinés. Los destrozaron a culatazos de rifle y los remataron a tiros. A él le enterraron en una fosa común;a ella la arrojaron al Landwehr Canal. Ebert y sus socialdemócratas habían traicionado a sus acólitos en aras de cimas más altas y conformistas. Para corroborarlas no les importó pactar con el enemigo de clase y dar alas a los extremismos humillados por la derrota, el caldo de cultivo para un mañana incierto. El SPD quería ser el orden y en él figuraba. Otra cosa es que los habituales del mismo lo aceptaran en la familia y le dieran las gracias.

La creación de la SFIO.

 

Imagen tomada de la Biblioteca Nacional de Francia

Autor: Eduardo Montagut

Fuente: Diario digital Nueva Tribuna, 5/10/2018

El socialismo francés llegaba muy dividido al siglo XX, aunque estaba viviendo un proceso previo de unificación de los distintos grupos. A 1905 llegaba el Partido Socialista Francés, que se había creado en 1902 por la fusión de la Federación de Trabajadores Socialistas de Francia de Paul Brousse, el Partido Obrero Socialista Revolucionario de Jean Allemane, y un grupo de personalidades socialistas, entre las que destacaba, sin lugar a dudas, Jean Jaurès.

La Federación se había creado en 1879 en el Congreso de Marsella, bajo el liderazgo de Jules Guesde, pero llamándose Federación del Partido de los Trabajadores Franceses. En principio, defendía el colectivismo, pero en el Congreso de Le Havre (1880) adoptó el marxismo, con las elaboraciones de Guesde y de Paul Lafargue. Pero, muy pronto se vivió una clara división entre la fracción marxista de Guesde, y otra más posibilista de Paul Brousse. En 1882 se produciría la escisión. Por un lado, Guesde y Lafargue fundaban el Partido Obrero Francés, y la mayoría posibilista o reformista adoptaba durante un tiempo el nombre de Partido Obrero Socialista Revolucionario, para muy pronto pasar a ser la Federación de Trabajadores Socialistas de Francia. Pero la Federación sufriría una escisión, la liderada por Allemane, mucho más radical y con un gran acento sindicalista.

A 1905 también llegaba el Partido Socialista de Francia, aunque antes se había llamado Unidad Socialista Revolucionaria, una organización política nacida por el acuerdo de guesdistas y blanquistas, y la Alianza Comunista Revolucionaria. El Partido Socialista de Francia había nacido en 1902 cuando se unieron el Partido Obrero Francés de Guesde, que ya hemos mencionado y el Partido Socialista Revolucionario de tendencia blanquista, y liderado por Édouard Vaillant.

La creación de la SFIO, es decir, la Section Française de I’Internationale Ouvrière (Sección Francesa de la Internacional Obrera) en 1905, uniendo los partidos socialistas existentes, fue recibida con intensa alegría por parte del PSOE. Por fin, Francia contaba con un único Partido Socialista, como en los principales países occidentales.

Para que la clase obrera tuviera fuerza en su lucha contra el capitalismo se hacía indispensable que hubiera un único partido socialista en cada país

El Socialista constituye una fuente que nos interesa no sólo para ahondar en el momento fundacional de la SFIO, sino también porque nos permite ahondar en el conocimiento de las ideas del PSOE en ese momento. El periódico español informaba que esta fusión se había producido en el Congreso de París de los días 23, 24 y 25 de abril, gracias al trabajo de una comisión compuesta por miembros de todas las “fracciones”. En el Congreso se había votado la organización por la que debía de regirse, siguiendo lo dispuesto por el Congreso de Ámsterdam de la Segunda Internacional del año anterior. Como es sabido, en dicho Congreso se aprobó una resolución sobre la unidad. Para que la clase obrera tuviera fuerza en su lucha contra el capitalismo se hacía indispensable que hubiera un único partido socialista en cada país, enfrente de los partidos burgueses, como había un único proletariado. En consecuencia, todos los militantes, fracciones u organizaciones que se considerasen socialistas tenían el deber de trabajar para conseguir la unidad sobre la base de los principios establecidos por los Congresos internacionales. La Segunda Internacional y los Partidos de las naciones donde existiese tal unidad tenían el deber de ponerse a disposición para ayudar a que este acuerdo tuviese éxito.

Se informaba también que Le Socialiste, hasta ahora órgano del Partido Socialista de Francia, la fracción más numerosa, pasaba a ser el órgano de la nueva organización política. También se informaba de la composición de la Comisión Administrativa del Consejo Nacional.


Hemos consultado los números 965, 1001 y 1004 de El Socialista. Para ahondar en la compleja, pero, sin lugar a dudas, fascinante historia del socialismo francés previo a la creación de la SFIO es imprescindible acudir al tomo correspondiente de la Historia General del Socialismo, que trata de la etapa histórica entre 1875 y 1914, que coordinó en su día Jacques Droz, y que en España publicó Destino libro.

Las bases del programa socialista en 1888.

Autor: Eduardo Montagut. 30/10/2018

Fuente: nuevatribuna.es. 30/10/2018

Además de los objetivos y medios para alcanzarlos, que se debatieron y aprobaron en el primer Congreso que celebró el PSOE en el mes agosto de 1888, el mismo mes en el que se fundó la UGT, y que se plasmaron en un Manifiesto públicose tomaron tres grandes acuerdos que definirán su posición y estrategia política durante mucho tiempo.

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Sobre la estrategia política en la Historia del PSOE sigue siendo imprescindible la consulta de la obra de Santos Juliá, Los socialistas en la política española. 1879-1982, publicada en 1997 por Taurus

El primer acuerdo tenía que ver con la actitud a seguir con los “partidos burgueses”. Como el PSOE proclamaba la lucha de clases como medio para conseguir la emancipación del proletariado se colocaba en una posición frontal frente a los partidos que defendiesen el régimen social existente. Así pues, todos los partidos burgueses, según el acuerdo, desde los más conservadores a los más progresistas o avanzados representaban a la “clase explotadora”, porque defendían la esclavitud de los obreros, a través del mantenimiento del sistema del salario, obligando a la lucha para conseguir la abolición de la propiedad privada transformándola en colectiva, “social o común”.

Así pues, se acordaba que la actitud del Partido Socialista con estas formaciones políticas no podía ser, en ningún caso, conciliadora, sino de enfrentamiento constante.

Con este acuerdo se sancionaba la estrategia política del Partido, claramente inspirada por Pablo Iglesias, no sólo de combate contra los partidos dinásticos del turno de la Restauración -conservadores y liberales-, sino también y, muy especialmente, contra los republicanos de todo cariz, desde el posibilismo conservador hasta el federalismo más progresista. Este asunto generó en el Partido algunas polémicas importantes y disidencias, pero su línea de acción no se separó ni un milímetro de este acuerdo hasta 1909-1910 cuando las circunstancias derivadas de la Semana Trágica marcaron, junto con otros factores, el acercamiento hacia los republicanos, aunque una parte sustancial del Partido mantendría sus recelos, como se demostraría en el período previo al establecimiento de la Segunda República. Los socialistas lucharon con denuedo para intentar demostrar a los obreros que los republicanos no les representaban, y que su lugar se encontraba formando parte de una organización política plenamente obrera, la socialista. La propaganda política para fomentar la conciencia de clase fue siempre una prioridad para el Partido Socialista.

El segundo acuerdo tenía que ver con la posición del socialismo en las huelgas. Esta cuestión tenía que ver con el segundo objetivo del Partido. Si el primero era la emancipación de los trabajadores a través de la lucha de clases, el segundo se vinculaba con las mejoras de las condiciones laborales, salariales y de vida de los trabajadores mientras llegaba el final del capitalismo, y se derrocaba a la burguesía.

La huelga sería el medio que tenían los trabajadores en el terreno económico para combatir el “despotismo patronal” y hacer menos precaria su situación. Pero, además, la huelga era un medio para fortalecer la conciencia de clase. Por otro lado, como los gobiernos solían intervenir en el antagonismo entre el capital y el trabajo, las huelgas terminaban tomando un cariz político, en la lucha de una clase contra la otra. Por eso, el PSOE debía fomentar el movimiento de resistencia y apoyar con todas sus fuerzas las batallas que las organizaciones obreras librasen con los patronos. En todo caso, conviene recordar que la UGT, no fue, generalmente, partidaria de recurrir, como primer instrumento de lucha, a la huelga, si no se habían agotado antes todos los medios de negociación. Es más, la UGT aprobaría que sus órganos centrales podían desaprobar una huelga convocada por una Sociedad Obrera o una Federación si se consideraban que la organización pudiera correr un riesgo grave. Nunca se renunció a la huelga, pero los sindicalistas tuvieron siempre muy presentes las consecuencias de las mismas, especialmente, si no estaba clara la victoria.

El tercer acuerdo proclamaba la vocación internacionalista del PSOE, quizás el asunto menos estudiado por la historiografía. Para el año siguiente estaba convocado el Congreso en el que nacería la Segunda Internacional, y el Partido quería estar presente en ese acontecimiento porque era considerado como un deber, y creía en el internacionalismo de la lucha. Así pues, se acordó que estaría representado en el Congreso Internacional de París con un delegado propio.

Sobre la estrategia política en la Historia del PSOE sigue siendo imprescindible la consulta de la obra de Santos Juliá, Los socialistas en la política española. 1879-1982,publicada en 1997 por Taurus. Por su parte, los acuerdos pueden consultarse en el número 132 de El Socialista.

Primera Guerra Mundial: 5 grandes mitos sobre la Gran Guerra.

GETTY IMAGES Image caption La Primera Guerra Mundial tuvo lugar entre 1914 y 1918.

Autor: Dan Snow. 

Fuente: bbc.com11/11/2018

Ninguna guerra en la historia atrae más controversia y genera más mitos que la Primera Guerra Mundial.

Mucho de lo que pensamos que sabemos del conflicto que tuvo lugar entre 1914 y 1918 es errado.

Para los soldados que lucharon fue, en algunos aspectos, mejor que enfrentamientos anteriores y, en otros, peor.

Pero resaltarla como excepcionalmente horrible nos deja ciegos no sólo a la realidad de ese conflicto sino también a la de la guerra en general.

También nos puede llevar a no entender la experiencia de soldados y civiles atrapados en otros innumerables combates de ayer y hoy.

1. Fue la guerra más sangrienta en la historia hasta ese momento

Primera Guerra Mundial
Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES Image captionLas muertes tanto de soldados como de civiles alcanzaron cifras de millones durante la Primera Guerra Mundial.

Estimados conservadores del número de muertos en los 14 años de la rebelión de Taiping empiezan entre los 20 y 30 millones de personas.

Unos 17 millones de soldados y civiles perdieron la vida en la Primera Guerra Mundial.

2. Nadie ganó

Grandes extensiones de Europa quedaron en ruinas, millones murieron o fueron heridos. Los sobrevivientes vivieron con severos traumas mentales. Es raro hablar de victorias.

No obstante, en un obtuso sentido militar, Reino Unido y sus aliados lograron una victoria convincente.

Los buques de guerra alemanes fueron contenidos por la Armada Real británica al punto que sus tripulaciones prefirieron amotinarse en vez de lanzar un ataque suicida.

El ejército alemán colapsó tras una serie de poderosos golpes de los aliados que segaron sus supuestamente inexpugnables defensas.

Primera Guerra Mundial.
Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES Image captionMuchos de los sobrevivientes de la llamada Gran Guerra padecieron severos traumas mentales.

Para finales de septiembre de 1918, el emperador alemán y su asesor militar Erich Ludendorff admitieron que no había ninguna esperanza de ganar y que Alemania debía rogar por paz. El armisticio del 11 de noviembre fue esencialmente una rendición alemana.

A diferencia de Adolf Hitler en 1945, el gobierno alemán no insistió en mantener una lucha inútil y sin sentido hasta que los aliados llegaran a Berlín, una decisión que salvó innumerables vidas pero que sirvió luego para alegar que Alemania nunca perdió realmente.

3. El tratado de Versalles fue extremadamente duro

El tratado de Versalles confiscó 10% del territorio de Alemania pero la dejó como la nación más grande y rica de Europa central.

No había casi fuerzas de ocupación, las reparaciones financieras fueron vinculadas a su habilidad de pagar y, en todo caso, en su mayoría no fueron reclamadas.

El tratado era marcadamente menos duro que los que le pusieron punto final a la Guerra franco-prusiana de 1870-71 y la Segunda Guerra Mundial.

Primera Guerra Mundial.
Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES Image captionEl Tratado de Versalles (1919) fue firmado por más de 50 países.

Los alemanes victoriosos en el conflicto franco-prusiano anexaron grandes trozos de dos ricas provincias francesas, en las que se producía el hierro francés. Además, le pasaron a París una enorme cuenta de cobro para pagar inmediatamente.

Respecto al final de la II Guerra Mundial, Alemania fue ocupada, dividida, las maquinarias de sus fábricas destrozadas o robadas y millones de prisioneros fueron forzados a quedarse con sus captores y trabajar como esclavos.

Alemania perdió todo el territorio que había ganado en la Primera Guerra Mundial y otro pedazo gigante.

Versalles no fue un tratado duro pero fue presentado como tal por Hitler, que buscaba crear una ola de sentimiento en contra del acuerdo que le impulsara hacia el poder.

4. Las tácticas en el Frente Occidental no cambiaron a pesar de repetidos fracasos

Nunca han cambiado las tácticas y tecnología tan radicalmente en cuatro años de lucha.

Fue un momento de innovación extraordinaria.

En 1914, los generales galopaban a caballo a través de los campos de batalla mientras que hombres con prendas de paño se abalanzaban contra el enemigo sin las defensas necesarias. Ambas partes estaban armadas más que todo con rifles.

Primera Guerra Mundial.
Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES Image captionLas armas de guerra estaban mucho más perfeccionadas hacia el final del conflicto.

Cuatro años más tarde, equipos de combate con cascos de acero avanzaban protegidos por cortinas de proyectiles de artillería.

Estaban armados con lanzallamas, metralletas portátiles y granadas que se disparaban con rifles.

Arriba, aviones, que en 1914 habrían sido inimaginablemente sofisticados, surcaban el cielo, algunos cargando radios experimentales y reportando en vivo.

Enormes piezas de artillería disparaban con precisión, pues usando tan sólo fotos aéreas y matemáticas lograban dar en el blanco con un sólo tiro.

Los tanques habían pasado de la mesa de diseño al campo de batalla en sólo dos años, cambiando la guerra para siempre.

5. Todo el mundo la odió

Como con cualquier guerra, depende de la suerte.

Puede ser que uno sea víctima de horrores inimaginables que lo dejan mental y físicamente incapacitado de por vida, o que no le pase nada.

Primera Guerra Mundial
Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES Image captionDocenas de países se enfrentaron en esta sangrienta guerra.

Los soldados que tuvieron suerte en la Primera Guerra Mundial, no participaron en ninguna gran ofensiva y la mayor parte del tiempo estaban en mejores condiciones que en casa.

Los británicos, por ejemplo, comían carne todos los días -un lujo que no se repetía mucho en la vida civil-, tenían cigarrillos, té y ron, y una dieta diaria de más de 4.000 calorías.

Los índices de absentismo debido a enfermedades, un barómetro importante de la moral de las unidades, se mantuvieron -notablemente- casi iguales que en tiempos de paz.

Muchos jóvenes disfrutaron de los salarios garantizados, la intensa camaradería, la responsabilidad y una libertad sexual más grande que en tiempos de paz.

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Un siglo del fin de la Gran Guerra, una paz que avivó el nacionalismo.

Soldados británicos se refugian en una trinchera durante la Primera Guerra Mundial. EFE

Autor: Alberto León. 10/11/2018.

Fuente: rtve.es

El 11 de noviembre de 1918, a las 11.00 horas, los representantes de Francia y Reino Unido por un bando y de Alemania por el otro, firmaban en un vagón de tren en el bosque de Compiègne, en el norte de Francia, el armisticio que ponía fin a la Primera Guerra Mundial.

El ejército alemán estaba absolutamente agotado y la entrada de los aliados en Bélgica en agosto puso al Reich contra las cuerdas. Los socialdemócratas germanos se hicieron con el poder y forzaron un armisticio que se materializaría al año siguiente en el Tratado de Versalles.

Aquella paz, con unas cláusulas durísimas para Alemania, tuvo unas consecuencias nefastas para Europa, con la desaparición de cuatro grandes imperios y una nueva configuración territorial. En los años siguientes, el continente se vio inmerso en una enorme crisis.

Todo ello provocó un fuerte avance del nacionalismo y el nacimiento del nazismo. La solución a la Primera Guerra Mundial fue, paradójicamente, el germen de la Segunda.

Situación complicada

Un siglo después del final de la Gran Guerra, la Europa unida vive uno de sus momentos más complicados, coincidiendo precisamente con el auge de los nacionalismos y de la ultraderecha en países como Austria, Alemania, Francia o Hungría.

La presión migratoria está propiciando el incremento de mensajes xenófobos y radicales y algunos han querido ver un paralelismo entre aquella época y la actual.

Firma del armisticio entre Francia y Alemania, en un vagón de tren en el bosque de Compiègne.
Firma del armisticio entre Francia y Alemania Firma del armisticio entre Francia y Alemania, en un vagón de tren en el bosque de Compiègne. EFE
 

El presidente francés, Emmanuel Macron, ha sido una de las voces que ha comparado la situación de la Europa actual con la que se vivió tras la Gran Guerra y, con el fin de ponerlo en evidencia, ha realizado un peregrinaje a alguno de los escenarios del conflicto, como Morhange, Verdun, Péronne o Ablain-Saint-Nazaire.

«El nacionalismo asciende, pide el cierre de fronteras, preconiza el rechazo del otro», ha señalado el dirigente galo, quien considera que el mundo actual tiene rasgos del que surgió tras el Tratado de Versalles.

Sin embargo, la comunidad de historiadores no ve comparable ambos escenarios, según han declarado algunas voces cualificadas a la agencia EFE. En opinión de estos expertos, el ascenso del nacionalismo es más bien una consecuencia de los ciclos históricos que fruto de una situación internacional como la que se vivía a principios del siglo XX.

 Reportajes 5 Continentes - El balance estremecedor de la Gran Guerra - 08/11/18 - Escuchar ahorareproducir audio 

Un mundo dividido en dos bloques

Según señala a la agencia española la profesora de la Universidad de la Sorbona Isabelle Davion, «en 1914 los ciudadanos sentían una amenaza exterior real, tanto en un bloque como en otro».

Esta experta en diplomacia y estrategia durante la Primera Guerra Mundial considera que antes del conflicto el mundo se había divido en dos grandes bloques en base a alianzas defensivas contra un enemigo común, una situación que no da en el momento actual, en el que «el nacionalismo se articula como una forma de protección de una situación socioeconómica, no como la defensa de una frontera».

Davion cree que, a diferencia de lo que sucedía antes de la Gran Guerra, con el paso de los años se ha perdido «el darwinismo, el sentimiento de superioridad del siglo XIX».

 

Informe Semanal - 100 años de la Gran Guerra - ver ahora
Enlace a Informe Semanal – 100 años de la Gran Guerra

Otro historiador, Chirstophe Prochasson, de la Escuela de Altos Estudios de Ciencias Sociales de París, cree que «cada época tiene sus propios nacionalismos» y que estos no son comparables.

«El que vemos ahora florecer es una respuesta a la globalización que muchas capas de la población sienten que les excluye», asegura Prochasson a EFE.

El historiador francés opina que  «el sentimiento nacional de la población actual es inferior al de 1914» y que las diferencias entre los pueblos son «más pequeñas precisamente por el efecto de la globalización, que ha homogeneizado a las sociedades».

Isabelle Davion añade que, en la actualidad, la guerra es «una opción que la gente no se plantea», mientras que en 1914 era «una fenómeno normal que se producía de forma periódica en las relaciones internacionales» y que incluso se consideraba que los conflictos armados «eran necesarios».

Mensajes de alivio que no deben hacer bajar la guardia ante la fuerza disgregadora que supone el nacionalismo más radical, que en la última década ha logrado abrirse hueco en los Parlamentos de muchos países de la Unión Europea.

La historia menos conocida del ‘fotógrafo de Mauthausen’.

Imagen tomada entre 1938 i 1939, que muestra a Francesc Boix con una ametralladora. (Cedida / Arxiu Nacional de Catalunya)

Autora: Agnérs LLorens

Fuente: La Vanguardia, 25/10/2018

El frío, la nieve, el hambre, el miedo, las cabezas rapadas, los números tatuados como una matrícula en el brazo. Los pijamas de rayas, salpicados de barro, pánico y vergüenza. Todas estas imágenes surgen en el imaginario colectivo cuando las palabras campo de concentración y campo de exterminio surcan la mente. En este contexto de prisioneros y trabajos forzados se alza la película El fotógrafo de Mauthausen , dirigida por Mar Targarona y basada en una historia basada en hechos reales, y que este viernes llega al cine.

La cinta tiene como protagonista al fotógrafo de Barcelona Francesc Boix que se valió de su trabajo forzado en el campo de Austria al servicio de las SS para esconder y conservar los negativos de las imágenes con las que inmortalizaban las condiciones de vida de los deportados. Las fotografías fueron de gran utilidad para conseguir una sentencia en los Procesos de Nuremberg, en 1946. De hecho, el libro de Benito de Bermejo -con el mismo título que la película y publicado en 2002- ya profundiza en la figura e imágenes capturadas por Boix en el campo de exterminio.

Junto a la popularidad de la historia de Francesc Boix, planea otra cuestión ligada al fotógrafo de TortosaAntonio Garcia, sobre la colaboración que pudo ofrecer para salvar los negativos. Pero para llegar hasta allí, es necesario empezar por el principio.

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La película protagonizada por el actor Mario Casas es un trampolín que acerca al gran público la figura de este fotógrafo que, años antes de contemplar en primera persona el horror del holocausto, fue uno de los principales cronistas visuales catalanes que tomó imágenes de las tropas que combatieron en la Guerra Civil, en el frente de Aragón.

Cuando se agotaron las opciones de los republicanos, Boix partió hacia un exilio que le trasportaría hasta Francia, a los campos de refugiados, a las brigadas de trabajo del ejército francés y, durante la Guerra Mundial (1939-1945), a la captura a manos del ejército alemán, que le trasladaría hasta Mauthausen.

Francesc Boix revive con el 80 aniversario de la Batalla de l’Ebre

El perfil de Boix como cronista de la Guerra Civil es un importante testimonio del conflicto que, en muchas ocasiones, se difumina por su estancia en Mauthausen. Por este motivo, los impulsores delCongrés Internacional 80 anys de la Batalla de l’Ebre que se ha celebrado este otoño en Tortosa han rendido homenaje a este joven, nacido el 1920 en el Poble Sec de Barcelona. Con apenas 16 años Boix se enroló para seguir con su cámara a los combatientes comunistas que participaron en la batalla hasta el fin del conflicto.

Los organizadores de la conmemoración de la efeméride que recuerda las ocho décadas de una de las batallas más sangrientas de la Guerra Civil han llevado hasta Tortosa la exposición Els trets de Francesc Boix, que recoge algunas de las imágenes que tomó entre 1936 y 1938, antes de su experiencia en los campos de concentración que se rememoran en el filme.

Una fotografia tomada por Francesc Boix, en 1938, muestra a un grupo de quintos de la quinta del 40 y del 28 de la 30ª División formando instrucción.
Una fotografia tomada por Francesc Boix, en 1938, muestra a un grupo de quintos de la quinta del 40 y del 28 de la 30ª División formando instrucción. (Cedida / Arxiu Nacional de Catalunya)
 

“Durante las últimas semanas, cerca de un centenar de personas han visitado la exposición, lo que creemos que es una cifra significativa”, explica Marc March, uno de los organizadores del Congrés Internacional 80 anys de la Batalla de l’Ebre. March recuerda que Boix tenía la misma edad que los combatientes de la Quinta del Biberón. Con este nombre se conoció la respuesta agónica y desesperada del bando Republicano para afrontar el avance de las tropas franquistas que hizo que con 18 años o menos participaran en las Batallas de l’Ebre y el Segre, a partir de 1938.

“Boix no participó en la primera línea del enfrentamiento porque ya estaba unido al conflicto desde hacía tiempo como voluntario, siguiendo a la 30ª División del ejercito republicano”, explica March, miembro de la asociación Amics i Amigues de l’Ebre, que ha organizado los actos del aniversario de la batalla que puso la cicatriz en las comarcas de l’Ebre.

Asimismo, el comisario de la exposición Els trets de Francesc Boix, Ricard Marco, destaca la “gran implicación” que el joven Boix demostró con diecisiete años recién cumplidos con la facción comunista de los combatientes, para quienes publicó fotografías durante la Guerra Civil en medios de esta inclinación política, como Juliol -relacionada con el PSUC- o medios revolucionarios, como Combate.

Soldados del Ejército Popular de la República con una metralleta en Sant Mamet, en una instantánea tomada por Boix en 1938.
Soldados del Ejército Popular de la República con una metralleta en Sant Mamet, en una instantánea tomada por Boix en 1938. (Cedida / Arxiu Nacional de Catalunya)

“Boix seguía la vida de los soldados desde la retaguardia y nos muestra a líderes del partido comunista y comandantes, especialmente Jaume Girabau o Nicanor Felipe, y también tenía relación con Teresa Pàmies y los hermanos Joaquim y Gregorio López Raimundo”, detalla Marco. Añade que la relación de Francesc Boix con este movimiento político “ya es estable en 1936 cuando el partido comunista establece su sede estable en la primera planta del antiguo Hotel Colon de Barcelona, ubicado en Plaça Catalunya”.

Un joven Francesc Boix (derecha) con el líder comunista Gregorio López Raimundo (izquierda).
Un joven Francesc Boix (derecha) con el líder comunista Gregorio López Raimundo (izquierda). (Cedida / Arxiu Nacional de Catalunya)
 

Las imágenes tomadas por Boix provenían de una cámara Leica “seguramente un regalo de un diplomático a las tropas comunistas” y de otra de medio formato, según explica Marco. Su incorporación de facto al batallón llegaría en 1937 y, en este período de tiempo, Boix retrató a los combatientes durante sus momentos libres.

“En cierto modo, las imágenes de Francesc Boix retratan el mismo ambiente que se ilustra en el libro de Orwell, Homenaje a Cataluny a, y muestra a los combatientes republicanos también en momentos de descanso con las carencias del momento”, detalla el comisario de la muestra que reúne las principales imágenes del fotógrafo de Barcelona en el frente del Segre.

Una imagen tomada por Boix, en 1938, muestra a Jaume Girabau, comisario de la 30ª División republicana, y dos soldados caminando entre edificios parcialmente derruidos en Vilanova de la Barca (Segrià).
Una imagen tomada por Boix, en 1938, muestra a Jaume Girabau, comisario de la 30ª División republicana, y dos soldados caminando entre edificios parcialmente derruidos en Vilanova de la Barca (Segrià). (Cedida / Arxiu Nacional de Catalunya)
 

Un hallazgo casual permitió identificar sus primeras fotografías

A menudo, las colaboraciones de Boix durante la Guerra Civil en revistas de la época aparecían sin firmar, por lo que identificar las imágenes que tomó en este período -que ilustran este artículo- es casi un hallazgo.

Las fotografías se consiguieron a través de la asociación cultural Fotoconnexió, entidad que localizó el paquete de negativos en una subasta por Internet. Cuando se supo que los negativos pertenecían al período histórico de la Guerra Civil, la Comissió de la Dignitat inició una campaña para la recogida de fondos para hacer una oferta por el lote, que sumó aportaciones de particulares y algunos medios de comunicación. A partir de esta iniciativa, Fotoconnexió adquirió los negativos por un importe de 7.500 euros en 2013.

El lote estaba compuesto por negativos de nitrato de celulosa, de 35 mm y de formato 127, que guardaban imágenes de la II República y de la Guerra Civil. El material se hallaba conservado en cajas de madera, latón y fundas de archivador de plástico. Los negativos estaban en buen estado y se acompañaban de anotaciones manuscritas. Un trabajo de investigación grafológico permitió identificar a Boix como el autor e las instantáneas, que desde 2016 se conservan en el Arxiu Nacional de Catalunya.

El joven fotógrafo Francesc Boix, con su cámara, en 1938.
El joven fotógrafo Francesc Boix, con su cámara, en 1938. (Cedida / Arxiu Nacional de Catalunya)
 

“De hecho, el libreto de la exposición Els trets de Francesc Boix, elaborada a partir de las fotografías del Arxiu Nacional fue la primera aproximación del equipo de guión de la película al personaje”, explica Marco.

¿Traicionó Boix a un fotógrafo de Tortosa?

Un personaje de mil caras. En el momento que la figura de Boix llega al celuloide, cobran también valor las voces que sugieren que su tarea de esconder los negativos del campo de exterminio de Mauthausen no fue un gesto individual sino que otros fotógrafos como Antoni García de Tortosa, le ayudaron sin que sus méritos hayan gozado de la misma notoriedad.

Así lo defiende el profesor emérito de historia contemporánea y política de la American University of Paris, David Wingeate Pike, que en su libro Dos fotógrafos en Mauthausen -editado en castellano por Ediciones del Viento- apunta que tanto Boix como García fueron los encargados del servicio fotográfico del campo y fue su actuación conjunta la que logró salvar las imágenes.

“¿Por qué acabaron enfrentados después de la guerra? ¿De qué se acusaban?”, se pregunta Pike en la sinopsis de su texto. De hecho, el mismo autor, en varias entrevistas, apunta que podría ser que Boix se hubiera atribuido el trabajo de más de una persona.

“Existe una polémica sobre quién salvó las fotos. Garcia salvó 200 copias Boix salvó 2.000 negativos. Antonio confió a Boix sus doscientas copias y permanecieron ocultas en el mismo sitio que los negativos pero, cuando Antonio salió del hospital donde fue internado después de la liberación de Mauthausen, las copias habían desaparecido, es decir, las había trasladado Boix”, explica el historiador en varios medios de comunicación, mientras añade que “Antonio se puso furioso y se sintió traicionado”.

Según sostiene Pike, “Garcia quedó resentido el resto de su vida y nunca perdonó a Boix”, aunque aclara que la primera versión que le dio Garcia -a quién el historiador conoció personalmente- puede ser “que estuviera distorsionada” y añade que, al parecer, “las imágenes de los dos fotógrafos están mezcladas desde 1945”.

La historia de Boix también recoge éxitos en versión comic

Lo cierto es que la película que se estrena este viernes no es el primer intento de llevar a la pantalla grande la historia del cronista visual del Poble Sec. Entre 2005 y 2006, el guionista e historiador Salva Rubio entró en contacto con el libro publicado por Benito de Bermejo y se planteó rodar una película con el mismo título. “Finalmente, por falta de financiación, en 2008 abandoné en proyecto, principalmente a causa de la crisis económica, que dificultó que siguiera adelante”, cuenta.

En su lugar, Rubio decidió contar la historia en formato de novela gráfica, un documento que se editó primero en Francia y posteriormente por la editorial española Norma Editorial, donde ya suma una segunda edición. “Además se ha traducido también al inglés y al italiano”, explica Rubio, que añade que la solución de reconvertir la historia en un cómic, del que él es autor y cuenta con ilustraciones de Pedro J. Colombo, permite “poder contar la historia con toda su fuerza y sin tener problemas de recursos económicos”.

Portada de la novela gráfica 'El fotógrafo de Mauthausen', editado por Norma i escrito por Salva Rubio, que ya ha llegado a la segunda edición.
Portada de la novela gráfica ‘El fotógrafo de Mauthausen’, editado por Norma i escrito por Salva Rubio, que ya ha llegado a la segunda edición. (Cedida / Arxiu Nacional de Catalunya)