¿Se justifica la reputación de Catalina la Grande de hipócrita, reaccionaria, usurpadora y maníaca sexual?

Catalina la Grande (1729-1796), quien llegó al trono en 1762. A los 14 años de edad, Catalina, una princesa alemana, fue elegida para ser la esposa de Pedro III de Rusia.

Autora: Janet Hartley

Fuente BBC History 25/07/2020

«Me sonrojo por la humanidad». Ese fue el veredicto fulminante de Nikolay Karamzin sobre el reinado de Catalina la Grande.

Karamzin, quien, a principios del siglo XIX, escribió una historia amplia de Rusia, no ha sido el único historiador en desaprobar el comportamiento de la emperatriz desde que ella murió, en 1796.

¿Qué hizo Catalina para que Karamzin se sonrojara?

De todas las críticas en su contra, cuatro se destacan:

  1. que usurpó el trono ruso de su esposo;
  2. que era irremediablemente promiscua;
  3. que se hizo pasar por una monarca iluminada mientras hacía poco para mejorar el sufrimiento de los pobres;
  4. que persiguió una política exterior rapaz.

Es una lista tremenda pero, ¿resiste el escrutinio? Yo creo que no.

El trono

Sin duda, tenía sus defectos. Pero si examinas su historial en el contexto de su época, es difícil no concluir que merece ser juzgada con más simpatía.

Toma el primero de sus principales ‘crímenes’: su toma del poder.

Es cierto que no tenía derecho al trono ruso: provenía de una familia principesca alemana que no estaba en su mejor momento.

También es cierto que su ascenso, de aristócrata anónima a emperatriz de Rusia a la edad de 33 años, fue impresionante.

Sin embargo, fue producto tanto de su propia ambición como del oportunismo de su madre, de las intrigas diplomáticas de la corte real y su capacidad para impresionar a la gobernante rusa, la emperatriz Isabel.

Pedro III
Image captionPedro III la humilló casi desde el primer momento de su relación.

La clave del ascenso de Catalina fue su compromiso con el heredero de la emperatriz Isabel, Pedro, el duque de Holstein Gottorp. Se casaron en 1745 y Pedro se convirtió en zar en 1761.

El matrimonio de la pareja fue tempestuoso y, poco más de seis meses después de que Pedro se convirtiera en zar (como Pedro III), Catalina lo derrocó con el apoyo de oficiales del ejército de los regimientos de guardias de élite, incluido su amante, Grigory Orlov.

Pocos días después del golpe, Pedro fue asesinado por el hermano de Orlov, supuestamente en una pelea de borrachos.

Catalina ciertamente se benefició de la caída de su esposo, pero estaba lejos de ser la única.

Un dicho común sobre el zarismo ruso es que fue «una autocracia moderada por el asesinato»; es decir, el gobernante tenía poderes casi ilimitados, pero siempre era vulnerable a ser destronado si enajenaba a las élites.

Count Alexei Grigoryevich Orlov
Image captionEl conde Alexei Grigoryevich Orlov fue uno de los dos grandes amores de Catalina y también uno de los que ayudó a derrocar a su esposo.

Pedro III había hecho exactamente eso, y en particular había ofendido los sentimientos patrióticos del cuerpo de oficiales del ejército al cambiar de bando en la Guerra de los Siete Años, firmar un acuerdo de paz con Federico el Grande de Prusia y abandonar las conquistas rusas en Prusia Oriental.

El emperador parecía caprichoso e inestable, lo que llevó a conspiraciones en su contra por parte de altos funcionarios.

Catalina misma estaba en riesgo, ya que su esposo amenazó con divorciarse de ella, casarse con su amante y desheredar a su hijo.

Es imposible saber cómo habría evolucionado el reinado de Pedro, pero los que diseñaron el golpe podrían, en años posteriores, revisar el historial de Catalina y concluir que habían actuado en beneficio de los intereses del país, así como los suyos.

Los amores

Catalina escribió una vez: «Si hubiera sido mi destino tener un esposo al que pudiera amar, nunca habría cambiado mis sentimientos hacia él«.

La emperatriz tenía poco en común con el emperador grosero e inmaduro, que pronto dejó en claro que ella le era indiferente y la humilló repetidamente en público. Así que Catalina buscó amor en otra parte, lo que nos lleva al segundo de los cuatro cargos principales que se le imputan: su promiscuidad.

Tuvo unos 12 amantes en su vida, incluidos varios antes de llegar al trono. Pero fue su aventura con el guapo Sergey Saltykov, mientras estuvo casada con Pedro, fue la que tuvo mayores ramificaciones.

Muchos historiadores creen que Saltykov era el padre del hijo de Catalina y futuro emperador, Pablo I (Pedro no pudo tener hijos con sus muchas amantes, por lo que se piensa que era infértil).

Pablo I de Rusia pintado por Vladimir Borovikovsky
Image captionEmperador Pablo I de Rusia… ¿hijo del amante de Catalina?

Pablo nació en 1754, cuando la emperatriz Isabel todavía estaba en el trono, y a ella le interesaba tanto como a Catalina proclamarlo como hijo legítimo del heredero al trono.

Pero, aunque produjo un heredero, esa no fue una de las dos grandes relaciones de la vida de Catalina. La primera fue con Grigory Orlov, que duró 12 años; la segunda, un apasionado romance con el estadista y general Grigory Potemkin.

Las cartas de Catalina a Potemkin dan testimonio de la profundidad de su amor por él:

«Mi querido amigo, TE AMO MUCHO, eres tan guapo, inteligente, jovial y divertido; cuando estoy contigo no me importa el mundo. Nunca he estado tan feliz«.

Pero también había un elemento trágico en la vida personal de Catalina. Parecía incapaz de mantener sus relaciones, y muchos de sus amantes le fueron infieles, incluido Orlov. Potemkin también cayó en desgracia con la emperatriz en la corte después de un par de años, aunque su profundo afecto mutuo se mantuvo.

Grigory Potemkin
Image captionPotemkin fue el otro gran amor de Catalina.

Su última carta, escrita el día de su muerte -que dejó devastada a Catalina-, fue para «mi pequeña madre, la más gentil dama soberana«.

Calificarla de promiscua es, sin embargo, una opinión personal.

Hacia el final de su reinado ciertamente hubo una procesión de jóvenes amantes, a menudo superficiales, pero siempre guapos.

Y no cabe duda de que eso le causó un daño considerable a su reputación y la de la corte rusa.

¿Mala práctica?

La tercera crítica dirigida contra ella, que era una hipócrita, seguramente es igualmente destructiva para su legado.

Afirman que como monarca no practicaba lo que predicaba.

Este cuadro titulado "Apoteosis del reinado de Catalina II", de 1767, pintado por Gregorio Guglielmi, fue encontrado en la Colección del Museo Hermitage, San Petersburgo.
Image captionEste cuadro titulado «Apoteosis del reinado de Catalina II», de 1767, pintado por Gregorio Guglielmi, fue encontrado en la Colección del Museo Hermitage, San Petersburgo.

Al comienzo de su reinado, Catalina convocó a una asamblea, llamada Comisión Legislativa, que estaba compuesta por casi 600 representantes elegidos de muchos de los grupos sociales que conformaban la población de Rusia. Aunque no había representantes de los siervos, sí había campesinos estatales (campesinos en tierras no nobles), gente del pueblo, no rusos y, por supuesto, nobles.

La emperatriz le presentó a la asamblea la llamada «Instrucción», que recomendaba teorías políticas humanitarias liberales. Para provocar debate, utilizó los escritos más modernos sobre política y derecho de pensadores franceses e italianos de la época.

En una autocracia como Rusia, ese tipo de propuestas eran radicales. Pero, en gran medida, todo quedó en propuestas. La «Instrucción» tuvo poco impacto práctico en Rusia: no desencadenó la emancipación de los siervos de la nación.

Además, Catalina plagió gran parte de la «Instrucción» de otros textos, incluido «El espíritu de las leyes» del filósofo francés Montesquieu, y distorsionó deliberadamente su análisis para poder describir a Rusia como una «monarquía absoluta» en lugar de un «despotismo».

En resumen, según las críticas, aunque aparentemente se presentaba como una gobernante moderna de la Ilustración, no lo era.

¿Pero es justa esta acusación?

Corona de Catalina la Grande
Image captionMonarca absoluta, sí; déspota, no… según la «Instrucción». (Corona de Catalina la Grande)

Ciertamente había una gran brecha entre las aspiraciones de su «Instrucción» y sus logros.

Sin embargo, eso puede explicarse por las realidades de su base de poder y la naturaleza del estado ruso.

En la Comisión Legislativa los nobles dejaron en claro que su principal deseo era mantener su derecho exclusivo a tener siervos, y, sin su apoyo, era imposible para Catalina modificar, y mucho menos abolir, la servidumbre.

Donde pudo implementar reformas, lo hizo.

Fue una importante mecenas de las artes; alentó las traducciones de libros extranjeros; estableció el primer sistema nacional de educación en Rusia basado en los mejores modelos de la época; abolió la tortura (al menos en principio); y mejoró los procedimientos judiciales y la administración local.

Además, promulgó dos cartas importantes en 1785 para ciudades y nobles: la primera intentó mejorar el estado de las ciudades y la gente del pueblo, mediante el establecimiento de nuevos órganos de autogobierno y gremios de artesanos modernos; la otra, aclaró y confirmó los derechos y privilegios de la nobleza en un intento de alinear su estatus con el de sus homólogos de Europa central y occidental.

Catalina la Grande
Image captionDicen que Catalina la Grande era hipócrita pero ¿realmente cuánto podía hacer sin el apoyo de las élites?

«Rusia es un estado europeo«, fueron las palabras de apertura de Catalina en el primer capítulo de su «Instrucción», y era una declaración cultural, no geográfica, en la que ella realmente creía.

Dentro de los límites en los que tenía que operar, trató de llevar la cultura rusa y las élites sociales rusas a un marco europeo ‘ilustrado’.

Diplomacia cínica

Donde era posiblemente menos iluminada era en el ámbito de las relaciones exteriores. No hay duda de que su Rusia fue una nación agresiva: luchó guerras contra el imperio otomano, Suecia y Polonia-Lituania, y sus victorias llevaron a la adquisición de franjas de territorio hacia el sur y el oeste.

Quizás es débil defensa decir que otros gobernantes de la época eran tan rapaces como ella. Pero es cierto. Federico el Grande de Prusia y María Teresa de Austria fueron tan despiadados como Catalina al sacrificar naciones enteras en el altar de sus ambiciones.

La principal víctima de este cínico tipo de diplomacia fue Polonia-Lituania, dividida por Rusia, Prusia y Austria no menos de tres veces a fines del siglo XVIII.

La desaparición de Polonia del mapa fue una fuente de inestabilidad a lo largo del siglo XIX. Pero el resultado para Rusia fue que logró estar presente en el corazón de Europa.

Segunda batalla ruso-sueca de Svensksund el 10 de julio de 1790. Artista: Johan Tietrich Schoultz, (1754-1807).
Image captionSegunda batalla ruso-sueca de Svensksund el 10 de julio de 1790. Artista: Johan Tietrich Schoultz, (1754-1807).

Catalina también se mantuvo firme en una serie de negociaciones a menudo difíciles con el imperio otomano, asegurando que Rusia adquiriera un territorio importante en la costa norte del Mar Negro. En 1783, cuando la emperatriz declaró la anexión de Crimea, los otomanos no tuvieron más remedio que consentir.

Con Rusia dominando el Mar Negro, parecía que Catalina aspiraba reclamar Constantinopla para el cristianismo ortodoxo.

La emperatriz había adquirido más territorio en Europa que cualquier gobernante ruso desde Iván el Terrible en el siglo XVI, y había convertido a Rusia en un «gran poder».

Juicio por género

Hay muchas razones por las cuales los historiadores han sido excesivamente duros con Catalina la Grande en los últimos 200 años. Pero creo que uno de ellos es su género: si hubiera sido un hombre, seguramente la habrían juzgado más favorablemente.

Los gobernantes varones, incluso aquellos que expresaron desaprobación por la conducta de Catalina, frecuentemente tenían amantes.

Y, ¿habría sido tachado de rapaz un emperador por extender las fronteras de Rusia tan extensamente como la emperatriz?

Pedro I y Alejandro I también amenazaron el equilibrio de poder, pero sus acciones no se describieron en los mismos tonos despectivos.

Estos dobles raseros quedaron plasmados de manera perturbadora en la caricatura británica «An Imperial Stride!«.

Caricatura explicada abajo

En ella, Catalina está a horcajadas con un pie en Rusia y otro en Constantinopla, mientras gobernantes europeos miran bajo su falda y hacen comentarios lascivos: «¡Qué expansión prodigiosa!» comenta George III; «¡Nunca vi algo así!» declara Luis XVI; «Todo el ejército turco no la satisfaría«, exclama el sultán turco.

La caricatura data de 1791, en la cima del poder ruso.

Pero si bien, como hace palpable la misma caricatura, sus compañeros gobernantes se burlaban de Catalina, también le temían pues su país resurgente representaba una amenaza para las superpotencias tradicionales de Europa.

Janet Hartley es profesora de historia internacional en la London School of Economics and Political Science. Sus libros incluyen «Rusia 1762-1825: Poder militar, el Estado y el pueblo»

El joven Lenin: ¿de noble a revolucionario?

Autor: FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

Fuente: La Vanguardia 20/04/2020

Si un líder personifica la Revolución Rusa, ese es Vladímir Ilich Uliánov (1870-1924), más conocido por el sobrenombre de Lenin. Importante teórico marxista, a partir de 1917 tuvo la responsabilidad de dirigir un inmenso estado. Bajo su dirección, el antiguo imperio de los zares se transformó en una república comunista. ¿Cómo fue el camino que le condujo de la clandestinidad y el exilio a la cima del poder?

Cuando ya era una figura histórica, los biógrafos aseguraron que Lenin era un apasionado de la política desde su juventud. No fue así. En el ambiente de la pequeña nobleza a la que pertenecía por nacimiento, durante sus primeros años llevó una vida tranquila, más preocupado de cuestiones literarias que de cambiar el mundo. Según el director del liceo donde cursaba su educación secundaria, era un alumno ejemplar que no provocaba dificultades.

Los padres y hermanos de Lenin, con el futuro líder de la URSS a la derecha.
Los padres y hermanos de Lenin, con el futuro líder de la URSS a la derecha. (Dominio público)

Pero después de este período feliz iba a llegar una etapa de continuos sufrimientos y turbulencias. Tras la muerte de su padre, Lenin sufrió otro duro golpe cuando su hermano Aleksándr se unió a un grupo de estudiantes revolucionarios y se ocupó de diseñar las bombas con las que iban a atentar contra el zar Alejandro III. La policía desarticuló el plan y apresó a Aleksándr, que no tardó en ser ejecutado.

Su muerte marcó profundamente al joven Vladímir. Su radicalización política fue imparable, pero, entre las diversas opciones revolucionarias, no escogió el marxismo hasta principios de la década de 1890.

Tenía el título de abogado, profesión que llegó a ejercer de forma intermitente. Cada vez más, sin embargo, el tiempo se le iba en actividades clandestinas. Miembro del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, Lenin se convirtió en un protagonista destacado de su división en dos bandos antagónicos. Él lideraba la facción mayoritaria, o bolchevique, defensora de un partido formado por revolucionarios profesionales a las órdenes de una dirección centralizada. La facción minoritaria, o menchevique, se inclinaba por un partido de masas.

Vladímir Ilich Uliánov a los 17 años, en 1887, año en que fue ejecutado su hermano.
Vladímir Ilich Uliánov a los 17 años, en 1887, año en que fue ejecutado su hermano. (Dominio público)

Los bolcheviques defendían, pues, una militancia política basada en la estricta disciplina. Al menos, sobre el papel. En la práctica, cada vez que una decisión contrariaba sus deseos, Lenin hacía oídos sordos. Prefería que sus seguidores encabezaran una escisión antes que obedecer consignas que juzgaba equivocadas. Estaba convencido de que la calidad debía imponerse a la cantidad: mejor ser pocos y convencidos y que muchos sin la necesaria firmeza doctrinal.

De la élite al proletariado

Se movió, en un principio, en círculos intelectuales. Su futura esposa, Nadezhda Krúpskaya, le ayudó a conocer cómo vivían los trabajadores. Se dedicó a estudiar a fondo sus problemas para así facilitar su labor de propaganda. Su oposición al zarismo le costaría un largo destierro a Siberia, entre 1897 y 1900.

Para sus admiradores, era un líder lúcido y decidido. Sus detractores, en cambio, le veían como un tipo dogmático y autoritario. Con el paso del tiempo, su intransigencia se agudizó más y más, hasta el punto de romper en diversas ocasiones con viejos compañeros por discrepancias ideológicas. La “libertad de crítica”, según manifestó en el panfleto ¿Qué hacer? (1902), no era más que un pretexto para introducir dentro del socialismo elementos burgueses.

Los comunistas buscaron inspiración en Lenin, retratado en innumerables ocasiones junto a Marx y Engels

Polemista temible, no dudaba en descalificar con ferocidad a sus enemigos, a los que tildaba de “oportunistas” o “filisteos”. Uno de sus grandes objetivos fue Eduard Bernstein, famoso representante de la corriente “revisionista” del socialismo. Esta tendencia sostenía que la revolución violenta no era necesaria, tampoco la dictadura del proletariado. Los trabajadores iban a mejorar su situación por métodos legales y pacíficos.

Lenin regresó a Rusia durante la revolución de 1905, pero el papel que desempeñó fue por completo marginal. Cuando la represión zarista aplastó a los rebeldes tuvo que expatriarse. En los años siguientes se dedicaría a escribir literatura política y a fortalecer la organización de los bolcheviques, hasta que finalmente estos rompieron con los mencheviques y constituyeron un partido propio.

Llega la oportunidad

El estallido de la Primera Guerra Mundial , en 1914, supuso un trauma para la izquierda europea. La mayoría de los partidos socialistas votaron los créditos de guerra para sostener el esfuerzo bélico de sus respectivos países. Para Lenin, este comportamiento suponía una terrible traición a la clase obrera. Puesto que la contienda enfrentaba a naciones imperialistas en manos de la burguesía, el proletariado no sacaba nada con apoyar a cualquiera de los bandos. Los proletarios , en lugar de enfrentarse unos con otros, debían aprovechar las circunstancias para hacer la revolución.

Después de la abdicación del zar, Aleksándr Kérenski lideró un gobierno provisional que también acabo derribado.
Después de la abdicación del zar, Aleksándr Kérenski lideró un gobierno provisional que también acabo derribado. (Wikipedia)

Los desastres militares acabaron por hundir al zarismo. En febrero de 1917, una revolución dejó paso al gobierno burgués de Aleksándr Kérenski. En esos momentos, Lenin estaba en Zúrich. Comprendió entonces que debía regresar a toda prisa a su país. Pero…, ¿cómo atravesar media Europa en medio la guerra?

La realpolitik fue entonces en su ayuda. Aunque la Alemania del káiser estaba lejos de simpatizar con un comunista, le proporcionó un tren para que pudiera alcanzar Rusia sin problemas. Era una jugada maestra. Sin duda, aquel agitador contribuiría a sembrar el caos en el territorio enemigo.

Eso fue exactamente lo que sucedió, porque, para Lenin, no había más prioridad que destruir a la monarquía zarista. Si para ello había que pagar el precio de una derrota militar con pérdidas territoriales, que así fuera.

El día después del asalto al Palacio de Invierno en San Petersburgo, Lenin se dirige a la multitud en la Plaza Roja de Moscú
El día después del asalto al Palacio de Invierno en San Petersburgo, Lenin se dirige a la multitud en la Plaza Roja de Moscú (Print Collector / Print Collector/Getty Images)

Kérenski cometió el error de pretender continuar con la guerra a toda costa. Los comunistas, en cambio, sintonizaron con las ansias de paz de la población, cansada de un conflicto cada vez más catastrófico. En octubre, la calamitosa situación del país hizo posible que llegaran al poder tras la toma, en San Petersburgo, del Palacio de Invierno.

https://youtube.com/watch?v=FRdbvURD2tk%3Fenablejsapi%3D1

Rusia entraba en una nueva etapa de su historia, en medio de esperanzas mesiánicas. Se había dado el primer paso para transformar todo el planeta en un mundo sin diferencias de clase, en el que reinaría la justicia social. Para materializar este sueño, los comunistas del mundo buscaron inspiración en el pensamiento de Lenin, retratado en innumerables ocasiones junto a Marx y Engels. En aquellos momentos, los artífices del audaz experimento soviético no podían imaginar que todo iba a desmoronarse antes de que acabara el siglo.

La olvidada y «sangrienta» batalla que dio a Rusia el poderoso imperio que luego heredó la URSS

Detalle del cuadro de Gustaf_Cederström, con el Rey Carlos XII de Suecia, durante su huida de la batalla de Poltava en 1709

Autor: Israel Viana

Fuente: ABC 26/03/2020

El considerado como «uno de los enfrentamientos más sangrientos de la historia mundial», en palabras de Peter Englund, comenzó a las 3.45 horas del domingo 28 de junio de 1709. Era un amanecer caluroso alrededor de la ciudad ucraniana de Poltava y los dos grandes ejércitos de Suecia y Rusia llevaban varias horas mirándose a los ojos, a la espera de que saltara la chispa y se desatara la violencia. Todos los soldados sabían que el momento decisivo había llegado. «Eran como dos animales salvajes colocados uno enfrente del otro, casi rozándose, con todos los músculos en tensión ante el asalto», explicaba este reputado historiador y académico de los premios Nobel en su libro «La batalla que conmocionó a Europa» (Roca Editorial, 2012).

Fue la culminación de una larga y brutal guerra de nueve años por el control del norte de Europa, la cual dejó más de 65.000 muertos en combate. Durante la Edad Moderna, varios imperios del viejo continente, tales como España, Portugal, Gran Bretaña o Francia, habían dominado una gran parte del mundo, pero el sueco había pasado desapercibido entre ellos. Algo que resultaba extraño, si tenemos en cuenta que fue una de las mayores potencias militares y políticas del siglo XVII, hasta que a principios del XVIII empezó a sufrir una serie de dificultades económicas que le llevaron a echar freno a su expansionismo. Y al final se produjo la hecatombe final en la batalla de Poltava que aquí nos ocupa.

Esta se caracterizó por la masacre de prisioneros por parte de ambos bandos, en un síntoma de crueldad pocas veces visto en aquellos años. Y, además, por los inquietantes paralelismos que numerosos historiadores ven con la «guerra de ratas» (Rattenkrieg) desarrollada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Véase, por ejemplo, la batalla de Stalingrado, pero en esta ocasión haciendo estragos con la artillería de diversos calibres, las balas de los mosquetes y los afilados sables y bayonetas.

Para que se hagan una idea, de los casi 25.000 hombres que el todopoderoso Carlos XII de Suecia lanzó a la lucha, unos 5.000 murieron en combate y la práctica totalidad de los otros 20.000 fueron hechos prisioneros y puestos a trabajar en la construcción de la nueva ciudad imperial de San Petersburgo. A estos se añadieron 1.700 esposas, sirvientes y niños en régimen de esclavitud. De todos estos, solo regresaron a la patria 4.000, algunos tras más de treinta años de cautiverio. El resto fueron ejecutados.

Herido de un pie

Carlos XII llegaba a la batalla de Poltava herido, después de que un francotirador ruso le hubiera disparado en un pie mientras pasaba revista a una de las trincheras recién construidas. Tenía dificultades para montar su caballo y estaba en clara desventaja en cuanto al número de combatientes —Rusia contaba con alrededor de 42.000—, pero estaba convencido de que podía aplastar a Pedro I el Grande. El Rey de Suecia se había ganado una extraordinaria fama a principios del siglo XVIII, con sus fulgurantes victorias en la Gran Guerra contra potencias como Rusia, Dinamarca, Sajonia, Polonia o el Imperio Otomano. Éxitos que le valieron el sobrenombre del Alejandro Magno del Norte y que le hicieron subestimar a su enemigo.

Carlos XII de Suecia
Carlos XII de Suecia

En la semana anterior se habían producido constantes escaramuzas entre ambos ejércitos, la mayoría por iniciativa de los rusos. El 27 de junio no fue una excepción y un par de escuadrones de caballería superaron los puestos de la primera avanzadilla y mataron a algunos soldados suecos. En las horas posteriores, todo volvió a la tranquilidad a la espera del demoledor desenlace, tras el cual, Carlos XII esperaba poder continuar su camino para perpetrar su ansiado ataque final a Moscú, el corazón de Rusia. Pero allí estaba Pedro I, que quería acabar de una vez por todas con el imperio que había dominado el norte de Europa a lo largo del siglo XVII y coger las riendas.

Aún sabiendo que contaba con menos soldados y peor armamento, Carlos XII decidió atacar primero, confiado en que así podría recuperar la iniciativa. Los suecos tenían plena fe en su rey, en sus generales y en su capacidad militar, a pesar de su inferioridad. Y a las 3.45 horas, comenzaron a avanzar silenciosamente hacia las posiciones enemigas para realizar su ataque sorpresa. El campamento ruso se hallaba en una pequeña colina, solamente accesible de manera más o menos efectiva por un pasillo entre dos bosques. En los flancos había un barranco que daba a un río y un cenagal que servían de protección natural para Pedro I.

Con los primeros rayos de sol

Las cosas no empezaron bien para el Alejandro Magno norteño, pues seis de sus batallones se extraviaron en plena noche, al ser incapaces de seguir a sus compañeros por la falta de luz. Cuando se dio la orden de atacar, muchos de ellos no sabían dónde se encontraban realmente. Tardaron un buen rato en volver al campo de batalla, y cuando por fin lo consiguieron, a eso de las 5 de la mañana, se inició el feroz ataque de los suecos. En el horizonte ya asomaban los primeros rayos de sol.

Pedro I el Grande de Rusia
Pedro I el Grande de Rusia

Los rusos consiguieron resistir el primer envite, tanto con los reductos que tenían atrincherados en el pasillo como con la artillería emplazada en el campamento. Carlos XII dudaba si lo que tenía que hacer a continuación era destruir esos reductos o atravesarlos para plantar cara cuanto antes al grueso del ejército de Pedro I. La confusión fue en aumento y las horas pasaban, con algunos batallones intentando asaltar inútilmente las fortificaciones rusas y otros, alejándose para no caer en la trampa rusa. Eso hizo que las bajas se minimizaran, pero la ventaja inicial de la sorpresa ya se había perdido.

Cuando el sol comenzó a brillar, la situación del Rey de Suecia era desesperada. Las bajas habían crecido y eran ya considerables, aunque a costa de ellas hubieran conseguido penetrar en el campamento. Pero las fuerzas flaqueaban y los ánimos estaban ya por los suelos, lo que hizo que los suecos no atacaran con mucha decisión cuando tuvieron enfrente al enemigo. Se veían aislados y, además, no tenían noticias de la infantería. Y tras cinco horas de combate, a las 9 de la mañana exactamente, Pedro I ordenó a su poderoso ejército salir del campamento y formar frente a Carlos XII y lo que quedaba de sus tropas.

La Batalla de Poltava por Denis Martens el Joven, pintado en 1726
La Batalla de Poltava por Denis Martens el Joven, pintado en 1726

Heridos, desmoralizados por las bajas, cansados y faltos de suministros, la derrota de los suecos fue cuestión de tiempo. Carlos XII intentó reorganizar la situación desde su camilla, pero todos los ataques fracasaron y a las 11.00 llamó a retirada. La batalla concluyó al mediodía, pues la caballería rusa no puso la puntilla inmediatamente, sino que torturó a los suecos desde sus propias líneas durante una hora más. Mientras tanto, el monarca derrotado reunió a sus escasas tropas supervivientes e inició la huida precipitada hacia el sur, llevado en su camilla en volandas por sus hombres. Una imagen del todo patética para quien había sido el Alejandro Magno del Norte.

Rusia perdió menos de 1500 hombres y pasó a llevar la voz dominante en el este y norte de Europa durante los siguientes siglos. Tal es así que el basto imperio que erigieron los Romanov a partir de entonces fue el que les arrebataron los comunistas, tras asesinar a toda la familia del zar, para crear la URSS en 1918. Un gigante que se mantuvo en la cima del poder mundial hasta su desmembración en 1991. Suecia, en cambio, dejó de ser una potencia y su Rey consiguió cruzar el río Prut en barca, acompañado simplemente por su guardia personal, algunos oficiales y un pequeño tesoro que había logrado conservar. Dejó abandonados a sus hombres en Perevolochna, una población cerca de Poltava, y se dirigió después a la ciudad de Bender, en el Imperio Otomano. Allí se refugió hasta 1714, cuando regresó a Suecia… de incógnito.

Los socialistas frente al antisemitismo a principios del siglo XX.

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Pogromo de Kishinev

Autor: Eduardo Montagut.

Fuente: Nueva Tribuna. 26/01/2019

En abril del año 1903 se produjo uno de los más sangrientos pogromos en el Imperio ruso, acontecido en Kishinev, un hecho que se repetiría en octubre de 1905. Los muertos y heridos fueron centenares como informó The New York Times. El antisemitismo ruso fue intenso y extremadamente violento, alentado por las autoridades zaristas por dos motivos. En primer lugar, tenía que ver con desarrollo de una intensa política de rusificación y, en segundo lugar, porque el odio hacia los judíos podía canalizar el creciente malestar popular campesino. Recordemos que en Rusia fue donde se publicaron en 1902 Los Protocolos de Sión, obra de la Orjana, un alegato en favor de la persecución de los judíos, habida cuenta de la supuesta conspiración judeo-masónica para dominar el mundo, una manipulación que tuvo un éxito considerable entre determinados sectores políticos e ideológicos del universo de la extrema derecha, el fascismo, el nazismo y el franquismo. El propio término de pogromo es ruso (“devastación”), y ha pasado al vocabulario general.

Pues bien, el socialismo internacional reaccionó contra este pogromo. El Socialista informaba de la extrema violencia desatada en su número 900 de 5 de junio de 1903, denunciando que no era concebible que en el siglo XX se produjeran hechos de dicha gravedad. Se achacaba al fanatismo religioso y a la instigación de las autoridades zaristas en lo que se consideraba la “última batalla” que estaba riñendo por mantenerse. Recordemos que en 1905 estallaría la primera Revolución Rusa. Los socialistas españoles consideraban que ante este hecho el socialismo internacional no podía dejar de alzar su voz.

La cuestión del antisemitismo en el seno del socialismo es compleja y evolucionó en el tiempo. El Congreso de la Segunda Internacional de Bruselas del año 1891 trató la cuestión en un debate intenso, y que se solucionó con una resolución donde se criticó tanto el antisemitismo como el filosemitismo porque fueron considerados como manejos que la clase capitalista y los gobiernos empleaban para desviar el movimiento socialista y dividir a los obreros. La resolución partía del hecho de que los partidos socialistas no contemplaban lucha alguna de tipo racial o nacional, sino solamente la lucha de clases de “los proletarios de todas las razas contra los capitalistas de todas las razas”.

La cuestión volvió a surgir en relación con el affaire Dreyfus en Francia. Los socialistas franceses comenzaron por no decantarse por ninguna de las dos partes, ya que consideraban que era un conflicto entre dos sectores de la burguesía, la más reaccionaria y la más progresista. Las cosas cambiaron a raíz del famoso artículo de Zola, y los socialistas decidieron abrazar la causa anticlerical. La tesis de la Segunda Internacional fue la empleada por Pablo Iglesias, sin citar la persecución en sí de los judíos, cuando opinó en 1899 sobre la conducta de los socialistas franceses en el caso de Dreyfus, y que hemos estudiado en un reciente artículo, al considerar que el asunto no era especialmente relevante para los trabajadores, aunque aludía a la evidente injusticia ejercida contra el militar.

El periódico obrero español publicó el manifiesto que había aprobado el Comité Socialista Internacional. En el mismo se resaltaban las atrocidades cometidas sin que las autoridades intervinieran para frenarlas, tan prontas a hacerlo cuando había manifestaciones obreras o de estudiantes o para reprimir al pueblo de Finlandia cuando reclamaba sus libertades. El zarismo no había hecho nada para defender a los judíos.

Los socialistas denunciaban el sistema zarista. Lo que había ocurrido era un ensayo de intimidación y una venganza contra los judíos por la acción revolucionaria del “proletariado israelita”. Excitando el odio racial y religioso se pretendía distraer el descontento social y aprovechar para reprimir a los que luchaban por la emancipación.

La Internacional condenaba los hechos y hacia un llamamiento general al “mundo civilizado” para que intentase impedir la repetición de los horrores, porque se temía que se extendiesen por otras zonas del Imperio ruso. El llamamiento era especial para los trabajadores por si los gobiernos no querían actuar. Se insistía que las acciones zaristas iban encaminadas a exterminar al “proletariado consciente”. Había que alzar la voz, protestar, en suma.

En este sentido, se organizaron actos de protesta en Alemania, Bélgica y Francia, además de abrirse suscripciones para socorrer a las víctimas, un recurso muy propio del principio de solidaridad socialista.

Hemos consultado el número 286 sobre el Congreso de Bruselas, y el 900 sobre la postura ante el pogromo de Kishinev de El Socialista.

Para el caso concreto del antisemitismo en España es conveniente consultar la obra de Gonzalo Álvarez Chillida, La imagen del judío en España (1812-2002), con prólogo de Juan Goytisolo, Madrid (2002). Interesa, para nuestro caso, el capítulo dedicado al antisemitismo de izquierdas. Sobre la postura de Pablo Iglesias podemos consultar el trabajo que hemos publicado en El Obrero (2017), y que lleva por título, “Pablo Iglesias Posse y el socialismo francés en 1899”.

 

Todo lo que murió en la Gran Guerra.

Un niño herido toca el violín vestido de militar en las calles de Belgrado durante el invierno de 1918. CORBIS
Un niño herido toca el violín vestido de militar en las calles de Belgrado durante el invierno de 1918. CORBIS

Autor: Alberto Rojas.

Fuente: El Mundo, 11/11/2018.

Una sola bala, la que disparó el nacionalista bosnio Gavlilo Princip contra el archiduque Francisco Fernando, heredero del imperio austrohúngaro, en la esquina de la calle Franz Josef de Sarajevo, provocó que la historia descarrilara el 28 de junio de 1914. Un mes después, entre vítores y fuegos de artificio, se desató una política de alianzas en la que unos países se declaraban la guerra a otros con los que jamás habían tenido un solo conflicto. Se abrieron banderines de enganche para que medio continente acabara con el otro medio. Millones de soldados de todas las clases sociales, vestidos como si fueran a un carnaval (los franceses, con unos ridículos pantalones rojos y los alemanes, con un casco coronado por un pincho) se apuntaron a la pesadilla pensando que sería cosa de pocos días.

Lo primero que murió en la Gran Guerra de 1914 fue el concepto de guerra en sí misma. El ejército alemán enfiló hacia París y recorrió cientos de kilómetros en pocos días hasta que algún soldado cavó la primera trinchera y mató al conflicto clásico del siglo XIX. Se acabaron de golpe las cargas a caballo y sable y nacieron artilugios mucho más abyectos: los gases venenosos, la ametralladora, el tanque, el bombardero, el lanzallamas, el zepelín. A partir de ese momento, para avanzar unos metros se destinaron divisiones enteras con miles de muertos.

Con la Gran Guerra se fueron por el sumidero de la Historia la Belle Époque, la paz armada, la era de la seguridad y todo aquello que parecía inamovible. Cuatro imperios cayeron: zarista, otomano, alemán y austrohúngaro, así como sus territorios coloniales y casas dinásticas, nada menos que los Habsburgo, Romanov, Hohenzollern y la Sublime Puerta.

Todas las alianzas se hicieron trizas: tres de los dirigentes de las principales potencias eran primos: el zar Nicolás II, el káiser Guillermo II y el rey Jorge V de Inglaterra, de enorme parecido entre ellos, eran nietos de la reina Victoria. Una de las ficciones en las que vivía la realeza anterior a 1914 decía que emparentar a las grandes dinastías europeas era una garantía para la paz y contra el republicanismo. Murieron 16 millones de personas, ocho de ellos, civiles. Cada nueva leva era mayor que la anterior. Había miles de muertos que reemplazar de golpe en batallas como Verdún (diez meses, la más larga), Arrás, Galípoli o el Somme (la más sangrienta, con un millón de muertos).

La guerra, como una enfermedad bíblica, tumbó a todos los gobiernos en línea recta desde Alemania hasta Japón y se extendió por todos los confines del mundo. Las potencias enviaron armamento y soldados a sus colonias africanas y asiáticas. Las tropas alemanas se rindieron en Namibia en septiembre de 1915 mientras el conflicto avanzaba en Camerún, Togo, Tanzania, Kenia, el Congo y Gabón, con la movilización de cientos de miles de hombres procedentes de ejércitos tribales, algunos armados tan sólo de una lanza y un escudo. En Rusia engrasó la revolución bolchevique, un cataclismo ideológico en el siglo XX.

Cinco continentes participaron en la matanza. Además de Europa, donde prendió la mecha, el conflicto saltó a las colonias. Australia y Nueva Zelanda enviaron a sus jóvenes a luchar por el imperio británico, mientras que EEUU entró en la contienda después de que un submarino alemán hundiera el RMS Lusitania en mayo de 1915. En 1918, los grandes imperios habían perdido el 60% de su Producto Interior Bruto, se habían llenado de tullidos en sus calles y se encontraban exhaustos, sin moral ni recursos. Las primeras en pedir un alto el fuego fueron las potencias centrales.

A las 11 de la mañana y 11 minutos del día 11 del mes 11 de 1918, los silbatos sonaron en todos los frentes de batalla y se detuvieron las ofensivas y los bombardeos. Se había firmado el armisticio que ponía fin a cuatro años de la mayor carnicería creada por el ser humano hasta la fecha, pero la paz que se ofrecía contenía bombas de acción retardada que iban a provocar conflictos aún peores por todo el planeta. En diversos parques y castillos se firmaron los tratados de paz de Versalles (con Alemania), Saint Germain (con Austria), Trianon (con Hungría), Sèvres (con Turquía) y Neuilly (con Bulgaria) en los que se impusieron sanciones durísimas, reparaciones imposibles y responsabilidades inasumibles.

La delegación alemana recién llegada a París fue recibida por una turba borracha de odio que les despojó de todo su equipaje, les insultó, zarandeó y escupió hasta la llegada de su hotel. Cuando tuvo que firmar la humillante rendición, la pluma que les cedió el vengativo presidente galo Clemenceau no tenía tinta. El enviado alemán se esforzó por hacer un garabato legible ante la mirada glacial de todos los presentes en el salón de los espejos de Versalles. «Bueno, esto es el final», dijo Clemenceau cuando al fin pudieron firmar los alemanes con otra pluma prestada por el propio líder francés. El historiador Arthur J. Toynbee, presente en la sala, masculló en voz baja: «No, esto es sólo el principio». El revanchismo, el antisemitismo y el nacionalismo ya se incubaban en aquella encerrona. Muchos millones de muertos después, otra bala, la que disparó Adolf Hitler contra sí mismo con una pistola Walther PPK, la favorita de James Bond, terminó con el ciclo de violencia que abrió la de Princip en Sarajevo.

Los Romanov, últimos meses antes de la ejecución.

La familia Romanov, en 1913 (de izquierda a derecha, Olga, María, Nicolás II, la zarina Alejandra, Anastasia, Alekséi y Tatiana. / PERIODICO

Autora: Anna Abella

Fuente: El Periódico, 03/07/2018

En la habitación de 5×6 metros del sótano de la casa Ipatiev de Ekaterimburgo, en la noche del 16 al 17 de julio de 1918, fueron ejecutados a tiros por los bolcheviques el zar Nicolás II, la zarina Alejandra Fiodorovna, su hijo y heredero, el pequeño y hemofílico Alekséi, y sus cuatro hijas, María, Olga, Tatiana y Anastasia. Junto a ellos, murieron tres sirvientes y su médico. El comisario del Sóviet de los Urales Yákov Yurovski, al frente de nueve hombres, cumplió la orden de matarlos y de hacer desaparecer sus cuerpos, cubriéndolos con ácido y enterrándolos en secreto a varios kilómetros. Un destino que las víctimas nunca sospecharon y del que está a punto de cumplirse un siglo. “Ni el zar ni la zarina creo que supieran algo de su final trágico. Al revés, con toda su devoción y preocupación por sus hijos, no querían perder la esperanza hasta el último minuto”, opina desde Rusia la traductora Tatiana Shavaliova, basándose en las cartas y telegramas, diarios y memorias de la familia imperial pero también del tutor y profesor de francés Pierre Gilliard y otros testigos de aquellos meses.

Con una selección de ese material, armado cronológicamente y traducido del ruso original, Shavaliova ha construido ‘Romanov. Crónica de un final: 1917-1918’ (Páginas de Espuma), un relato epistolar que desnuda fragmentos de la vida cotidiana y del ánimo y pensamiento de los últimos zares en sus últimos meses de vida, los que pasaron confinados desde el inicio de la Revolución rusa en febrero de 1917, cuando el pueblo, golpeado por el hambre y la primera guerra mundial, salió a la calle al grito de “Pan, tierra y paz”. Las condiciones de los encierros, primero en Tsárskoye Seló (cerca de Petrogrado, luego San Petersburgo) y Tobolsk (Siberia) y, finalmente, en Ekaterimburgo, cada vez fueron peores y más restrictivas.

El sótano de la casa de Ekaterimburgo, tras la ejecución.

Numerosas fotos, notas a pie de página y textos contextualizadores completan un libro, propuesto por el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor, que ha contado con la colaboración de Ezra Alcázar, director de la revista mexicana de literatura ‘Inundación Castálida’, donde Shavaliova publicó un artículo sobre los Romanov del que surgió la idea.

Mucho se ha escrito de la leyenda y el mito que rodeó el final de los zares o de la influencia que el oscuro monje Rasputín ejerció sobre la zarina. La ausencia de cadáveres (no fue hasta los años 90 que se reveló el hallazgo de los restos) y las noticias contradictorias abonaron rumores como el de la supuesta supervivencia de Anastasia. “Pero la historia de la familia y de sus últimos días es poco conocida”, constata Shavaliova. Las misivas muestran a un zar que, con el diminutivo de Nicky, llamaba a su mujer “Solecito lindo”, y a una zarina que se dirigía a él como “mi querido, mi amado, mi tesoro” o “mi ángel, luz de mi vida”. A Alcázar, lo que más le sorprendió “fue la devoción a la familia”, cuenta desde México: “el descubrir a un Nicolás II que era un mal político pero un gran padre. A Alejandra como una mujer sumamente pasional, en la política y en la vida personal. Descubrir una monarquía muy sencilla, las chicas habían sido voluntarias y durante el encierro cortaban leña y hacían otros trabajos”, añade el periodista.

Anastasia y Tatiana, trabajando durante uno de los encierros.

De hecho, el zar también serraba árboles junto a sus hijos y cuidaba la huerta. Aunque viven con incertidumbre, desasosiego y angustia por la falta de noticias del exterior y el saber que sus cartas y conversaciones son controladas, pasean y leen (el primer Sherlock Holmes de ‘Estudio en escarlata’, de Conan Doyle; ‘Guerra y paz’, de Tolstói; novelas históricas de Merezhkovski…), van a misa y Nicolás II disfruta de sus hijos y juega con ellos, a cartas, al backgamonn… “Ahora paso mucho más tiempo con mi linda familia”, escribe en mayo, tras cumplir 49 años y lamentar cuánto añora también a su “querida madre”.

El zar y su hijo Alekséi, serrando troncos en Tobolsk.

Zar y zarina apelaban ‘Baby’ o ‘Rayito de sol’ a su único hijo varón, por el que toda la familia se desvivía, ya que su hemofilia hacía que un hematoma tardara días en curar y limitaba sus movimientos. “Alekséi tiene un dolor en la mano y por eso ha tenido que pasar todo el día acostado”, escribe Nicolás II en su diario, en mayo de 1917. Antes, el chaval, de 13 años, y sus cuatro hermanas han pasado el sarampión y Alejandra mantiene puntualmente informado a su marido (antes de que este se vea obligado a abdicar en marzo y antes de que le confinen junto a la familia en Tsárskoye Seló) de la fiebre de cada uno y de que se les cayó tanto el pelo que tuvieron que raparlos a todos.

Las hijas de los zares, rapadas tras el sarampión.

“Me siento grave, herido y triste”, escribe tras abdicar el ya ex-zar, a pesar de que su esposa, aún invocando a Rasputín, le reclama que “ejerza mano dura y muestre su poder”, al tiempo que le anima: “Todo nuestro amor ardiente y caluroso te rodea, mi maridito, mi único, mi todo (…) Siente mis manos, que te abrazan, mis labios unidos a los tuyos cariñosamente, siempre juntos, siempre inseparables”.

La zarina, «soberbia, severa y majestuosa»

Kerenski, ministro del Gobierno provisional revolucionario y supervisor del primer encierro, detectó “la diferencia de carácter y temperamento de la pareja”. “En su posición de prisionero, Nicolás II disfrutaba de su nuevo modo de vida (…) -decía en sus memorias-. Su mujer pasaba un tiempo difícil por la pérdida del poder, y no podía resignarse a su nueva posición. Tenía ataques psicóticos”. “Era una mujer soberbia, severa y majestuosa”, “atractiva e inteligente”, que a “pesar de estar quebrantada e irritada en aquel momento, tenía una voluntad férrea”.

“Ella, con la lejana sombra de Rasputín –opina Casamayor-, es la muestra de un orgullo familiar y dinástico heredado de 300 años atrás. No les importa el pueblo, del que están muy distanciados”. Los recuerdos de un ayuda de cámara del zar revelan cómo un oficial de la guardia rezachó dar la mano a Nicolás II, quien le preguntó ¿Por qué, querido mío?’. ‘Soy del pueblo –le respondió-. Usted no ha querido darle la mano al pueblo y yo tampoco lo haré”.

El zar y su familia, rodeados de soldados de la guardia cosaca, en 1916.

“No sabían mucho de la situación del pueblo, pero lo que sabían les preocupaba”, señala la traductora citando a la zarina en una carta a una amiga: “¡Oh, gente, gente! Pobres flacos. No tienen carácter, amor patrio, ni a Dios. Por eso castiga al país. Pero no quiero pensarlo ni voy a creer que Él (Dios) lo deje morir. Como los padres castigan a sus hijos desobedientes, así Él actúa con Rusia”.

“Rusia tenía problemas, sí; los zares vivían como en otro mundo, seguramente sí, no sabían cómo vivía un campesino, pero los bolcheviques tampoco -reflexiona Alcázar- La revolución era necesaria y fue buena hasta que se convirtió en el horror totalitarista. Y desde el principio hubo chispazos de violencia y autoritarismo: eso fue el asesinato de los Románov, un aviso del horror que vendría después”.

“Sé que todo esto no durará mucho”, escribía la zarina, esperanzada, a una amiga en diciembre de 1917. Siete meses después llegaba la inesperada masacre, de la que aún hoy no existen pruebas de si la ordenó Lenin, como apuntó Trotski. Aquella sangrienta noche de agosto, el Ejército rojo también mató a dos de los tres perros de la familia, solo se salvó Joy, el springer spaniel del zarévich, que, como apuntaba el propio Nicolás II en su diario un año antes, ya había sobrevivido a la mordedura de una serpiente durante un paseo. Joy sería adoptado por un coronel del Ejército blanco que llegó al lugar a los pocos días de la ejecución. Meses antes, su joven amo, de 13 años, preguntaba a su tutor: “Si ya no hay más zar, ¿quién va a dirigir Rusia?”.

El hijo del zar, Alekséi, con su perro Joy.

La memoria de los zares, en la Rusia actual

“Ahora, en Rusia, la dinastía Romanov se percibe con más objetividad. Ya pasamos la época soviética y la negación del régimen monárquico. Gobernaron durante 300 años, son inherentes a la historia rusa y sin ellos Rusia hubiera sido distinta. Para los rusos la época de los zares es una época histórica”, explica la traductora Tatiana Shavaliova, que recuerda que la canonización de los Romanov por la Iglesia ortodoxa rusa en 1981 y en el 2000, “tiene que ver con la resignación y devoción de la familia en sus últimos días”, no con la valoración política del zar.


De hecho, cada año se celebran en Ekaterimburgo “los días zarinos”, del 10 al 20 de julio, con exhibiciones, lecturas y conciertos y una procesión de 20 kilómetros hasta la catedral, construida cerca de donde tiraron los cadáveres.

Las cuentas pendientes de la antigua URSS.

Autor: JULIO MARTÍN ALARCÓN.

Fuente: El Mundo.  16/04/2015.

Cuando la mente curiosa se introduce, incauta, de forma superficial en uno de los innumerables conflictos armados civiles del siglo XX,es habitual encontrarse con una narración cronológica de tipo enciclopédico que acumula acontecimientos, causas y desarrollo, de una forma teóricamente aséptica, y en el caso de que sea una entrada de la Wikipedia, es fácil encontrarse el disclaimer: «Este artículo puede tener errores».

Lo que se puede esperar, en esencia, es un relato del estilo: «La organización NPO fundada para la preservación de la identidad nacional elaboró un documento por el que consideraba a los miembros de la antigua SSN responsables de la usurpación de la soberanía del pueblo, al tiempo que la SSN, escindida en una rama pro autóctona, se enfrentó a la NPO, aludiendo su falta de representación popular, por lo que dieron un golpe de Estado…».

Esta ficticia narración, en la que las siglas, acciones y desarrollo podrían ser trastocadas, sin muchas dificultades, por las de una guerra civil real fruto de la desintegración de la URSS, u otros procesos del siglo XX, es precisamente la impresión en negativo de lo que propone Tangerines (2013). Sobre la base de la guerra civil georgiana del periodo 1992-1993, tras la caída del bloque comunista y la formación de la Federación Rusa, la notable historia antibelicista que propone el director georgiano Zaza Urushadze, se debate, sin embargo, entre la sobria pero emotiva deriva de cuatro personajes antagónicos atrapados en un conflicto -que acaban trascendiendo con los lazos personales-, y la metáfora de la mediación exterior.

Chechenos pro rusos

Un combatiente checheno pro ruso -sí, es correcto- y un soldado de la milicia georgiana caen heridos en un enfrentamiento y son socorridos por un agricultor y su amigo, ambos de origen estonio, que les curan a ambos bajo la promesa de que no se harán daño mientras estén en su casa, al tiempo que tratan de recoger una cosecha de mandarinas, sin jornaleros suficientes, en mitad de una guerra.

Los mimbres del argumento hacen funcionar una historia en la que es imposible no atisbar un trasunto con los organismos internacionales, o las potencias mediadoras -en cierto modo paternalistas- en la figura del sabio estonio Ivo, o al menos de lo que podrían ser, cuando sienta a ambos enemigos a una misma mesa bajo un mismo techo y les obliga a compartir las mismas normas, sin diferencias de trato, para que observen la futilidad de la lucha.

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Una nueva guerra fría se cierne sobre el Ártico

Autor:

Fuente: El País, 5/04/2015.

La cooperación y la rivalidad han coexistido en proporciones variables en el Círculo Polar Ártico, la región que puede convertirse en la mayor fuente de petróleo y gas del planeta y en la que Rusia tiene el grueso de sus reservas de hidrocarburos (explotables y potenciales), además de 20.000 kilómetros de frontera marítima.

En 2007, el político Artur Chilingárov colocó en el lecho marino del Polo Norte una bandera rusa fabricada con titanio. Moscú ratificaba así sus reivindicaciones sobre una zona submarina reclamada en 2001, a partir de la Convención Internacional de Derecho del Mar de la ONU (1982). Tras la anexión de Crimea, que supone una violación de tratados internacionales firmados por Rusia, el gesto teatral de Chilingárov ha adquirido un nuevo significado y la desconfianza está ganando terreno a la cooperación de la que ha sido modelo el Consejo del Ártico, la organización que integra a los ocho Estados ribereños (Rusia, Canadá, Dinamarca, Noruega, Suecia, Islandia, Finlandia y EE UU), cinco de ellos miembros de la OTAN.

Desde 2008, las compañías Rosneft y Gazprom, controladas por el Estado ruso, tienen el monopolio de la explotación de hidrocarburos en el Ártico y son socios obligados para todo proyecto en la zona. El 9 de agosto de 2014, Igor Sechin, jefe de la petrolera rusa Rosneft, y Glenn Waller, director de la norteamericana ExxonMobil en Rusia, eran optimistas sobre los planes comunes que forjaron en 2011. Aquel día, en el mar de Kara, Sechin y Waller inauguraban la perforación petrolera submarina más septentrional de Rusia. Desde Sochi, en el mar Negro, el presidente Vladímir Putin dio la señal de inicio y elogió la cooperación internacional como motor del “éxito comercial”. Se trataba del “acontecimiento más importante del año para la industria del petróleo y el gas”, en palabras de Sechin, y el pozo recién perforado se bautizó con el nombre de Pobeda (victoria) por ser una “victoria común” de Rusia con un grupo de “amigos y socios” internacionales. Pobeda dio su primer crudo, pero a fines de septiembre, debido a las sanciones norteamericanas, ExxonMobil tuvo que sellar el pozo y abandonar sus proyectos en Rusia.

Rosneft se propuso seguir sola, pero las sanciones occidentales obstaculizan los proyectos rusos en el Ártico, al restringir la venta de tecnología para la perforación submarina y limitar el acceso al capital. Los políticos y analistas rusos están divididos entre quienes creen que hay que forzar la explotación del Ártico para cuando los precios del petróleo suban, y los que recomiendan concentrarse en Siberia Occidental, donde existe ya infraestructura de explotación y transporte.

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Ucrania, de la independencia de Rusia a la invasión soviética de 1919.

 

Fuente: El Mundo, 5/02/2015.

Autor: FRANCISCO HERRANZ. Este artículo de Francisco Herranz fue publicado en el número 192 de La aventura de la historia

 

Como dijo Kant «la guerra es nefanda, porque hace más hombres malos que los que mata». Este adagio es perfectamente aplicable a los protagonistas, anónimos o no, del conflicto armado que se está desarrollando en el este de Ucrania entre las tropas regulares ucranianas y las milicias prorrusas secesionistas establecidas en Donetsk y Luhansk.

Continuar leyendo «Ucrania, de la independencia de Rusia a la invasión soviética de 1919.»

La Guerra Civil Rusa.

La Guerra Civil rusa siguió a la Revolución de Octubre gracias a la cual, por primera vez en la Historia, se había instalado en el poder de un país un gobierno comunista, aunque en esa época se conocía a los protagonistas de la Revolución como bolcheviques. La guerra transcurrió entre 1918 y 1921 y se desplegó en diversos frentes, estallando cuando aún no se había terminado la participación rusa en la Gran Guerra ni se había firmado el Tratado de Brest-Litovsk. Se dio la circunstancia de que la Guerra Civil fue un conflicto en el que se dieron numerosas injerencias de países extranjeros contrarios al triunfo del comunismo.

En Siberia se constituyó un gobierno en Omsk que organizó un Ejército Blanco, dirigido por Kolchak. Este ejército fue apoyado por una legión checa formada por prisioneros de guerra liberados. Consiguieron hacerse con el control de importantes sectores del ferrocarril transiberiano y marchó hacia el Oeste.

En el Sudeste se concentraron parte de los cosacos. En el Sudoeste, por su parte, se formó un Ejército Blanco al mando de Denikin. Desde Ucrania avanzaron hacia el centro de Rusia. En Irak se encontraba el ejército británico, muy interesado en controlar los yacimientos petrolíferos de Baku.

Desde el Norte, una fuerza multinacional, al mando del general Miller, compuesta por británicos, estadounidenses, canadienses y franceses, desembarcó en Murmansk y ocupó Arcángel.

Por fin, en el Oeste, se desencadenaron ataques de fuerzas de las distintas nacionalidades que en el pasado habían pertenecido al Imperio Ruso: Finlandia, Estonia, Lituania, Letonia y Polonia.

Esta situación parecía que iba a desbordar al Ejército Rojo, creado por Trotski. Eran muchos frentes y se tomó la decisión de liberarse del frente oeste. Para ello se pactó la independencia de estos Estados. En el caso polaco y finés, ya Estados independientes, lo que se acordó fue la ampliación de sus fronteras. Esta decisión mejoró la situación del Ejército Rojo. Otra circunstancia permitió que aún mejorase más. El Ejército Blanco se negó a negociar la paz, lo que hizo que sus aliados occidentales se retiraran del conflicto en 1919. Además, en el seno de los blancos imperaba la desunión y cundía la disciplina.  Por otro lado, en las zonas que controlaban reinaba un evidente descontento social protagonizado por los campesinos porque las autoridades blancas se negaron a emprender reformas agrarias. Todos estos factores son claves para entender la victoria del Ejército Rojo, sin olvidar la férrea disciplina de esta fuerza armada gracias a la figura de los comisarios políticos y a una buena organización, fruto del trabajo de Trotski. Además, el campesinado apoyaba al Ejército Rojo y las nuevas autoridades no escatimaron el empleo del terror como medio para imponer su autoridad. En 1921 la situación era claramente favorable a los bolcheviques y la guerra terminó, pero el país estaba arruinado.

La guerra fue aprovechada para reforzar el autoritarismo bolchevique ante el evidente peligro para la existencia del nuevo régimen. Se suprimió todo tipo de oposición: eseritas de izquierda y mencheviques. En 1918 se aprobó un decreto que creaba tribunales especiales contra los delitos de prensa. Cualquier crítica era considerada un acto contrarrevolucionario y, por lo tanto, sus autores severamente castigados.

En lo económico se implantó el comunismo de guerra, que establecía la obligación de todos los campesinos de entregar un alto porcentaje de sus cosechas.

Fuente: Blog»Los ojos de Hipatia«.

Autor: Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia Moderna y Contemporánea.