Varsovia, 1920: la batalla que frenó a Lenin

Lenin motiva a sus tropas para luchar contra el enemigo polaco.
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Autor: CARLOS JORIC

Fuente: lavanguardia.com/historiayvida 2020/08/13

En 1920, la Rusia soviética estaba preparada para exportar la revolución. La marcha victoriosa contra las fuerzas contrarrevolucionarias del Ejército Blanco en la guerra civil y los levantamientos comunistas que se habían producido el año anterior en Alemania y Hungría convencieron al líder bolchevique Vladímir Lenin de que era el momento adecuado para extender su doctrina por toda Europa. 

No era solamente un deber ideológico, sino también una cuestión de supervivencia. Las potencias aliadas habían apoyado militarmente a las tropas antibolcheviques en la guerra civil, por lo que los soviéticos no descartaban recibir un ataque de las fuerzas capitalistas en el futuro. El comunismo necesitaba expandirse para sobrevivir.

El gran objetivo de Lenin era Alemania. La recién creada República de Weimar se desangraba entre huelgas, revueltas, movimientos separatistas y las consecuencias de la presión económica ejercida por los aliados a través del Tratado de Versalles. Parecía el caldo de cultivo perfecto para que triunfara la revolución.Lee también

A pesar de los fracasos anteriores (los espartaquistas en Berlín, los socialistas en Baviera), los líderes bolcheviques confiaban en que se produjeran nuevos levantamientos, en que estallara una segunda “revolución de noviembre” con el apoyo del Ejército Rojo. La instauración de un régimen comunista en Alemania serviría como trampolín para impulsar la revolución en el resto de Europa. Sin embargo, el camino hacia Berlín no estaba despejado. Había surgido un nuevo obstáculo tras la Primera Guerra Mundial: Polonia.

El (re)nacimiento de una nación

Polonia desapareció del mapa en el siglo XVIII. Fue engullida por las tres grandes potencias que la rodeaban: Rusia, Austria y Prusia. La caída de estos tres gigantes tras la Gran Guerra permitió a Polonia recuperar su independencia, aunque no las antiguas fronteras. Estas se internaban en Lituania, Bielorrusia y Ucrania, tres naciones surgidas también después de la guerra.

El jefe del Estado polaco Józef Pilsudski ambicionaba esos antiguos territorios para que sirvieran de contrapeso en una región dominada por el poderoso imperialismo ruso y alemán. Su idea era liderar una formación con los cuatro países siguiendo el modelo de mancomunidad que existió entre los siglos XVI y XVIII. Una federación a la que llamó Miedzymorze (“Entremares”), por extenderse desde el mar Báltico al mar Negro.

El jefe de Estado polaco, Józef Pilsudski
El jefe de Estado polaco Józef Pilsudski Dominio público

Pero Pilsudski no era el único que deseaba esos territorios. Los bolcheviques querían también controlarlos para que sirvieran como cabezas de puente en su expansión hacia el oeste. A finales de 1918, aprovechando la retirada de las tropas alemanas, los rusos se adelantaron e instauraron repúblicas socialistas en esos países con la ayuda de simpatizantes locales. Apenas encontraron resistencia salvo en Ucrania, donde se desató una guerra entre soviéticos, rusos blancos, nacionalistas ucranianos y polacos. 

Pilsudski reaccionó ante estos movimientos lanzando una ofensiva en marzo de 1919 contra la recién creada República Socialista Soviética Lituano-Bielorrusa. El ejército polaco estaba bien preparado. Había sido asesorado por oficiales franceses (entre ellos, un joven Charles de Gaulle), y estaba compuesto en su mayoría por experimentados soldados que habían servido en alguno de los tres ejércitos imperiales y por el Ejército Azul, una división de voluntarios provenientes de Francia. 

Pilsudski, aprovechando que el grueso del Ejército Rojo estaba batallando contra los blancos, ocupó el país en agosto de 1919. Luego, con el apoyo de los nacionalistas locales, expulsó al gobierno socialista.

Dado que el gobierno polaco no deseaba ocupar esos territorios por la fuerza, sino ganarse su favor para formar una federación, decidió entablar negociaciones con los líderes nacionalistas lituanos y bielorrusos. También buscó un alto el fuego con los soviéticos. Lo hizo a pesar de las presiones de Francia y Gran Bretaña, que deseaban que se unieran a las fuerzas contrarrevolucionarias en la guerra civil. 

Pilsudski evitó apoyar a los rusos blancos, porque los consideraba aún más peligrosos que los rojos. Esto era debido a que gran parte de sus dirigentes eran reacios a reconocer la independencia de Polonia, así como la del resto de países del oeste que habían pertenecido al imperio zarista. 

Los soviéticos estaban cada vez más decididos a destruir a la “burguesa” Polonia

A mediados de 1919, el gobierno polaco llegó a un armisticio secreto con Lenin. No fue difícil. El líder soviético estaba buscando un respiro para centrar sus fuerzas en la guerra civil, por lo que la propuesta fue muy bienvenida. Sin embargo, el alto el fuego no se materializó en un tratado de paz. La tensión que existía entre los dos países era demasiado grande. Durante la tregua, los polacos continuaron sumando apoyos diplomáticos en Bielorrusia y los países bálticos, y consolidando su posición militar en Ucrania, donde lograron anexionarse los territorios del oeste.

Los soviéticos, envalentonados por los triunfos contra los blancos, estaban cada vez más decididos a destruir a la “burguesa” Polonia, estado que consideraban controlado por la nobleza terrateniente y dirigido por la entente franco-británica. La reanudación de las hostilidades era solo cuestión de tiempo.

Guerra abierta

A principios de 1920, los dos ejércitos estaban mirándose cara a cara. Con el curso de la guerra civil cada vez más favorable a los soviéticos, Lenin y el comisario de Guerra, León Trotski, tomaron la decisión de lanzar una ofensiva contra Polonia. El ataque perseguía dos objetivos. Uno, estratégico: provocar un levantamiento comunista en el país y despejar el camino hacia Alemania. Y otro, simbólico: según Lenin, “destruir el Tratado de Versalles, sobre el que descansa el actual sistema de relaciones internaciones”.

León Trotsky en el campo de batalla
León Trotski pasando revista a miembros del Ejército Rojo.  Dominio público

A pesar de que la decisión estaba tomada, Rusia no quería atacar sin que mediara una provocación. Esta no tardó en llegar. Pilsudski, advertido por su servicio de inteligencia de las intenciones soviéticas, decidió actuar antes de que el Ejército Rojo movilizara todo su potencial. El 25 de abril lanzó una ofensiva contra Kiev, que estaba bajo control bolchevique. Contó con el apoyo del líder nacionalista ucraniano Simon Petliura, con quien había firmado una alianza para instaurar un gobierno amistoso.

La operación, en la que participó también el general y futuro primer ministro polaco Wladyslaw Sikorski, fue un éxito militar, con las tropas polaco-ucranianas ocupando la ciudad en apenas dos semanas. Pero también fue un desastre diplomático. Para la mayor parte de la opinión mundial, la guerra entre rusos y polacos no se había declarado abiertamente. El enfrentamiento del año anterior se consideraba como uno más de los muchos conflictos fronterizos que habían surgido tras el fin de la guerra mundial

El ataque polaco, por lo tanto, fue visto como una invasión de Rusia. Pocos parecieron percatarse de que la ofensiva había sido en territorio ucraniano, no ruso. Esta percepción, que se reflejó en la prensa de la época, pone de manifiesto lo porosas que eran todavía las fronteras surgidas tras la caída del imperio zarista.Lee también

Oficiales zaristas, alejados ideológicamente de los bolcheviques, se unieron al Ejército Rojo para combatir al enemigo foráneo

Otro efecto colateral del ataque polaco fue la movilización del sentimiento patriótico ruso. Para gran parte de Rusia, Kiev era una de las cunas de la cultura rusa, por lo que su invasión se vivió como un ataque contra su país. Como resultado, miles de voluntarios, incluidos antiguos oficiales zaristas muy alejados ideológicamente de los bolcheviques, se unieron al Ejército Rojo para combatir al enemigo foráneo. No tuvieron que esperar mucho.

El 14 de mayo, el carismático Mijaíl Tujachevski, un joven de origen noble que había escalado rápidamente posiciones en la guerra civil, recibió la orden de avanzar con sus tropas hacia al oeste. Apoyado por la poderosa unidad de caballería al mando del comandante Semión Budionny (inmortalizada luego en la novela de Isaak Bábel Caballería roja) y por los lituanos, que habían roto relaciones con los polacos por desacuerdos territoriales, el Ejército Rojo obligó a retroceder a las tropas polacas en todos los frentes. El avance fue tan rápido que, en solo dos meses, las fuerzas soviéticas estaban a poco más de cien kilómetros de Varsovia.

Retrato del carismático Mijaíl Tujachevski.
Retrato del carismático Mijaíl Tujachevski. Dominio público

En busca de aliados

Polonia no tuvo más remedio que pedir ayuda exterior. No solo temía por la pérdida de sus antiguas fronteras, sino por su propia independencia. Sin embargo, ni Francia ni Gran Bretaña querían verse involucradas. La Entente estaba molesta con las decisiones que había tomado Pilsudski: tanto la de atacar a Rusia en ese momento como la de no haberlo hecho cuando se lo pidieron durante la guerra civil. 

Tampoco ayudaba el clima prosoviético que se vivía en Occidente. Las organizaciones obreras estaban presionando a los gobiernos para que ordenaran un boicot comercial contra Polonia.

La única decisión que tomó la Entente fue enviar un telegrama a Moscú. El mensaje, firmado por el secretario de Exteriores británico lord Curzon, instaba al gobierno ruso a pactar un alto el fuego bajo una propuesta de frontera temporal (la famosa Línea Curzon, que luego tendría gran protagonismo en las negociaciones de la Segunda Guerra Mundial). También proponía celebrar una conferencia de paz en Londres.

Como era de esperar, Moscú no aceptó. El comisario de Exteriores Gueorgui Chicherin cuestionó el derecho de Francia y Gran Bretaña a actuar como mediadoras mientras estaban apoyando al Ejército Blanco, y contestó que ellos mismos entablarían negociaciones con los polacos. 

En realidad, la respuesta fue una mera excusa. Aunque la Entente hubiera tenido legitimidad para actuar como intermediaria, Lenin no tenía ninguna intención de llegar a un acuerdo de paz. La verdadera respuesta de Moscú fue ordenar la creación de un Comité Revolucionario Polaco para que tomara el poder en Polonia tan pronto como cayera la capital.Lee también

La Entente reaccionó enviando una misión diplomática a Varsovia con el propósito de asesorar al ejército polaco. El general francés Maxime Weygand fue nombrado asistente del alto mando. Sin embargo, su influencia en la guerra fue mínima. Pilsudski no estaba dispuesto a ceder su mando, por lo que apenas contó con él. A comienzos de agosto, la ofensiva contra la capital era inminente. Y Polonia estaba sola para repelerla.

La batalla comenzó el 13 de agosto. Tujachevski lanzó un gran ataque que rompió la línea defensiva polaca y le permitió conquistar la pequeña ciudad de Radzymin, en las afueras de Varsovia. El 14, la situación para los polacos era desesperada. La mayor parte de los diplomáticos extranjeros abandonaron la capital. Los simpatizantes comunistas empezaron a realizar actos de sabotaje por toda la ciudad para preparar la llegada de sus camaradas.

Varsovia se llenó de refugiados del este que habían huido del avance ruso. Circulaban todo tipo de rumores, como que se había producido un golpe de Estado comunista o que había patrullas de cosacos asesinando a civiles por los suburbios. Las iglesias estaban a rebosar. Al día siguiente era la fiesta de la Asunción, por lo que miles de devotos católicos rezaban a la Virgen para que ocurriera un milagro. Y el “milagro” ocurrió.

Fuerzas polacas en una posición defensiva cercana a Miłosna, a poca distancia de Varsovia
Fuerzas polacas en una posición defensiva cercana a Milosna, a poca distancia de Varsovia Dominio público

Milagro en el Vístula

El avance del Ejército Rojo había sido espectacular, pero a costa de un gran esfuerzo material y humano. La larga marcha hasta Varsovia, por territorios cada vez más hostiles, sufriendo graves problemas de abastecimiento, y con menos simpatizantes dispuestos a unirse de lo esperado, había mermado mucho las fuerzas y la moral de las tropas. 

El gobierno polaco, en cambio, llevaba varios meses preparando la defensa de Varsovia. Había hecho acopio de suministros y, con la ayuda de la Iglesia católica, lanzó una campaña propagandística con la intención de canalizar los impulsos patrióticos y antibolcheviques de la población. El resultado fue una movilización de más de 150.000 hombres y mujeres que se presentaron voluntarios para defender la ciudad.

Tras una serie de durísimos combates, el ejército polaco consiguió repeler los ataques del día 15. La ciudad había sido castigada por la artillería enemiga y muchos edificios estaban en llamas por la acción de los comunistas. Pero había resistido. 

Al día siguiente, aprovechando la ola de optimismo, Pilsudski lanzó una ofensiva que pilló desprevenido a Tujachevski. Su ataque hacia el norte por el desguarnecido frente sur, donde el mando soviético no lo esperaba, fue un éxito. Obligó al enemigo a retirarse de forma desorganizada y anuló su capacidad de contraataque.

Era una guerra de movimientos donde no había trincheras, ni alambre de espino ni apenas tanques o aviones

A diferencia de lo ocurrido en la guerra mundial, el enfrentamiento entre polacos y soviéticos fue casi napoleónico. Una guerra de movimientos, con un destacado papel de la caballería, donde no había trincheras, ni alambre de espino ni apenas tanques o aviones.

Aun así, no toda la victoria es atribuible al genio militar de Pilsudski. Otros factores influyeron. El primero es que, durante el ataque, los servicios de inteligencia polacos interfirieron las comunicaciones rusas, impidiendo que sus tropas se reorganizaran a tiempo. El segundo tuvo que ver con las diferencias que existían en el mando soviético. Durante la toma de Varsovia, Tujachevski pidió el apoyo del ejército del Frente Sur-Oeste, dirigido por Aleksandr Yegórov, para cubrir el frente sur. Stalin, comisario político del frente en cuestión, se negó.

El futuro mandatario soviético consideró inviable llegar a tiempo a la ciudad y convenció a Yegórov de que enviase sus tropas hacia Leópolis, 400 kilómetros al sur de la capital, con la intención de posicionarse para un posterior avance hacia Praga, Viena y Budapest. Tujachevski tampoco recibió la asistencia de la caballería de Budionny por un desacuerdo con Yegórov, con quien rivalizaba. 

¿Qué hubiera sucedido si ese frente por donde atacó Pilsudski hubiera estado protegido? Posiblemente, el signo de la guerra, e incluso el futuro de Europa, hubiera sido muy distinto.

Voluntarios polacos durante la guerra.
Voluntarios polacos durante la guerra. Dominio público

Revolución en stand-by

Pilsudski ganó la batalla y continuó durante varias semanas empujando a las tropas soviéticas hacia el este. Tujachevski se retiró tras perder más de 100.000 hombres, casi la mitad de las trece divisiones que habían entrado en combate. Unos 25.000 soldados soviéticos murieron en Varsovia, y unos 70.000 en toda la guerra. 

Por el lado polaco, las bajas también fueron considerables. Si bien no en la batalla decisiva, donde murieron unos 4.500 soldados, sí a lo largo de la contienda, con unas 47.000 muertes. El “milagro” había sucedido, pero había costado muy caro. 

El 12 de octubre de 1920 se firmó un armisticio, y el 18 de marzo de 1921 se llegó a un acuerdo de paz en Riga (Letonia). Polonia recuperó parte de los territorios perdidos en Lituania, Bielorrusia y Ucrania, pero no alcanzó las fronteras históricas que pretendía Pilsudski. 

El gobierno polaco, dominado en ese momento por los opositores al general (quien, a pesar de la victoria, había perdido mucho crédito durante el avance ruso), decidió no hacer hincapié en las reclamaciones territoriales. Primero, porque eran contrarios a la Miedzymorze de Pilsudski. Y, segundo, porque querían reparar la imagen del país en el extranjero.

Delegados soviéticos que habían llegado para las negociaciones de armisticio antes de la Batalla de Varsovia, agosto de 1920.
Delegados soviéticos que habían llegado para las negociaciones de armisticio antes de la batalla de Varsovia, agosto de 1920. Dominio público

Aun así, las potencias aliadas no reconocieron el tratado hasta dos años después. Molestos por no haber participado en él, preferían que se hubiesen respetado las fronteras propuestas por lord Curzon, mucho más al oeste que las acordadas.

Pero, sin duda, la consecuencia más importante de este conflicto fue la de haber frenado las aspiraciones expansionistas soviéticas. La derrota fue un durísimo revés para los líderes bolcheviques. En solo unas semanas, pasaron de hacer planes para impulsar la revolución en media Europa a intentar contener los levantamientos antibolcheviques (en Tambov y Kronstadt) que se estaban produciendo dentro de sus propias fronteras.

Mientras los líderes europeos tomaban nota sobre las ambiciones expansionistas bolcheviques, no muy distintas de las del imperio zarista, los mandatarios soviéticos asumían sus propias limitaciones al respecto. La doctrina del “comunismo en un solo país” estaba a punto de comenzar.

Este artículo se publicó en el número 629 de la revista Historia y Vida.

El joven Lenin: ¿de noble a revolucionario?

Autor: FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

Fuente: La Vanguardia 20/04/2020

Si un líder personifica la Revolución Rusa, ese es Vladímir Ilich Uliánov (1870-1924), más conocido por el sobrenombre de Lenin. Importante teórico marxista, a partir de 1917 tuvo la responsabilidad de dirigir un inmenso estado. Bajo su dirección, el antiguo imperio de los zares se transformó en una república comunista. ¿Cómo fue el camino que le condujo de la clandestinidad y el exilio a la cima del poder?

Cuando ya era una figura histórica, los biógrafos aseguraron que Lenin era un apasionado de la política desde su juventud. No fue así. En el ambiente de la pequeña nobleza a la que pertenecía por nacimiento, durante sus primeros años llevó una vida tranquila, más preocupado de cuestiones literarias que de cambiar el mundo. Según el director del liceo donde cursaba su educación secundaria, era un alumno ejemplar que no provocaba dificultades.

Los padres y hermanos de Lenin, con el futuro líder de la URSS a la derecha.
Los padres y hermanos de Lenin, con el futuro líder de la URSS a la derecha. (Dominio público)

Pero después de este período feliz iba a llegar una etapa de continuos sufrimientos y turbulencias. Tras la muerte de su padre, Lenin sufrió otro duro golpe cuando su hermano Aleksándr se unió a un grupo de estudiantes revolucionarios y se ocupó de diseñar las bombas con las que iban a atentar contra el zar Alejandro III. La policía desarticuló el plan y apresó a Aleksándr, que no tardó en ser ejecutado.

Su muerte marcó profundamente al joven Vladímir. Su radicalización política fue imparable, pero, entre las diversas opciones revolucionarias, no escogió el marxismo hasta principios de la década de 1890.

Tenía el título de abogado, profesión que llegó a ejercer de forma intermitente. Cada vez más, sin embargo, el tiempo se le iba en actividades clandestinas. Miembro del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, Lenin se convirtió en un protagonista destacado de su división en dos bandos antagónicos. Él lideraba la facción mayoritaria, o bolchevique, defensora de un partido formado por revolucionarios profesionales a las órdenes de una dirección centralizada. La facción minoritaria, o menchevique, se inclinaba por un partido de masas.

Vladímir Ilich Uliánov a los 17 años, en 1887, año en que fue ejecutado su hermano.
Vladímir Ilich Uliánov a los 17 años, en 1887, año en que fue ejecutado su hermano. (Dominio público)

Los bolcheviques defendían, pues, una militancia política basada en la estricta disciplina. Al menos, sobre el papel. En la práctica, cada vez que una decisión contrariaba sus deseos, Lenin hacía oídos sordos. Prefería que sus seguidores encabezaran una escisión antes que obedecer consignas que juzgaba equivocadas. Estaba convencido de que la calidad debía imponerse a la cantidad: mejor ser pocos y convencidos y que muchos sin la necesaria firmeza doctrinal.

De la élite al proletariado

Se movió, en un principio, en círculos intelectuales. Su futura esposa, Nadezhda Krúpskaya, le ayudó a conocer cómo vivían los trabajadores. Se dedicó a estudiar a fondo sus problemas para así facilitar su labor de propaganda. Su oposición al zarismo le costaría un largo destierro a Siberia, entre 1897 y 1900.

Para sus admiradores, era un líder lúcido y decidido. Sus detractores, en cambio, le veían como un tipo dogmático y autoritario. Con el paso del tiempo, su intransigencia se agudizó más y más, hasta el punto de romper en diversas ocasiones con viejos compañeros por discrepancias ideológicas. La “libertad de crítica”, según manifestó en el panfleto ¿Qué hacer? (1902), no era más que un pretexto para introducir dentro del socialismo elementos burgueses.

Los comunistas buscaron inspiración en Lenin, retratado en innumerables ocasiones junto a Marx y Engels

Polemista temible, no dudaba en descalificar con ferocidad a sus enemigos, a los que tildaba de “oportunistas” o “filisteos”. Uno de sus grandes objetivos fue Eduard Bernstein, famoso representante de la corriente “revisionista” del socialismo. Esta tendencia sostenía que la revolución violenta no era necesaria, tampoco la dictadura del proletariado. Los trabajadores iban a mejorar su situación por métodos legales y pacíficos.

Lenin regresó a Rusia durante la revolución de 1905, pero el papel que desempeñó fue por completo marginal. Cuando la represión zarista aplastó a los rebeldes tuvo que expatriarse. En los años siguientes se dedicaría a escribir literatura política y a fortalecer la organización de los bolcheviques, hasta que finalmente estos rompieron con los mencheviques y constituyeron un partido propio.

Llega la oportunidad

El estallido de la Primera Guerra Mundial , en 1914, supuso un trauma para la izquierda europea. La mayoría de los partidos socialistas votaron los créditos de guerra para sostener el esfuerzo bélico de sus respectivos países. Para Lenin, este comportamiento suponía una terrible traición a la clase obrera. Puesto que la contienda enfrentaba a naciones imperialistas en manos de la burguesía, el proletariado no sacaba nada con apoyar a cualquiera de los bandos. Los proletarios , en lugar de enfrentarse unos con otros, debían aprovechar las circunstancias para hacer la revolución.

Después de la abdicación del zar, Aleksándr Kérenski lideró un gobierno provisional que también acabo derribado.
Después de la abdicación del zar, Aleksándr Kérenski lideró un gobierno provisional que también acabo derribado. (Wikipedia)

Los desastres militares acabaron por hundir al zarismo. En febrero de 1917, una revolución dejó paso al gobierno burgués de Aleksándr Kérenski. En esos momentos, Lenin estaba en Zúrich. Comprendió entonces que debía regresar a toda prisa a su país. Pero…, ¿cómo atravesar media Europa en medio la guerra?

La realpolitik fue entonces en su ayuda. Aunque la Alemania del káiser estaba lejos de simpatizar con un comunista, le proporcionó un tren para que pudiera alcanzar Rusia sin problemas. Era una jugada maestra. Sin duda, aquel agitador contribuiría a sembrar el caos en el territorio enemigo.

Eso fue exactamente lo que sucedió, porque, para Lenin, no había más prioridad que destruir a la monarquía zarista. Si para ello había que pagar el precio de una derrota militar con pérdidas territoriales, que así fuera.

El día después del asalto al Palacio de Invierno en San Petersburgo, Lenin se dirige a la multitud en la Plaza Roja de Moscú
El día después del asalto al Palacio de Invierno en San Petersburgo, Lenin se dirige a la multitud en la Plaza Roja de Moscú (Print Collector / Print Collector/Getty Images)

Kérenski cometió el error de pretender continuar con la guerra a toda costa. Los comunistas, en cambio, sintonizaron con las ansias de paz de la población, cansada de un conflicto cada vez más catastrófico. En octubre, la calamitosa situación del país hizo posible que llegaran al poder tras la toma, en San Petersburgo, del Palacio de Invierno.

https://youtube.com/watch?v=FRdbvURD2tk%3Fenablejsapi%3D1

Rusia entraba en una nueva etapa de su historia, en medio de esperanzas mesiánicas. Se había dado el primer paso para transformar todo el planeta en un mundo sin diferencias de clase, en el que reinaría la justicia social. Para materializar este sueño, los comunistas del mundo buscaron inspiración en el pensamiento de Lenin, retratado en innumerables ocasiones junto a Marx y Engels. En aquellos momentos, los artífices del audaz experimento soviético no podían imaginar que todo iba a desmoronarse antes de que acabara el siglo.

Lenin y la primera escisión de la izquierda

Primer plano de Lenin durante uno de sus discursos en la Plaza Roja con motivo del aniversario de la Revolución. (ARCHIVO DE LA VANGUARDIA)

Autor: RAMÓN ÁLVAREZ

Fuente: La Vanguardia. 14/02/2020

EL CONTEXTO

El tránsito del marxismo al leninismo –de la teoría socialista a la práctica comunista soviética– no fue convulso sólo por los procesos revolucionarios y la guerra civil que se libró en el Imperio Ruso antes de imponerse por las armas, sino que conllevó una guerra de ideas que acabó escindiendo definitivamente lo que hasta 1919, año de la fundación de la Tercera Internacional, era una suma de tendencias convergentes.

Las divergencias que acabarían con la ruptura definitiva se evidenciaron ya en el Congreso Internacional Socialista que se celebró en Stuttgart en 1907. La ya conocida como Segunda Internacional Socialista, heredera de la constituida por Karl MarxFriedrich Engels Mijaíl Bakunin en 1864 y disuelta en 1876, se posicionó por alcanzar el poder mediante las urnas e iniciar a partir de ahí el camino hacia el socialismo. Sin embargo, los representantes de la corriente revolucionariaVladímir Ilich UliánovLenin y Rosa Luxemburg, consiguieron imponer una enmienda que llamaba a los partidos y organizaciones socialistas a desestabilizar a sus gobiernos en caso de guerra.

La guerra estalló en Europa , pero la Revolución sólo en Rusia , y la división se fue haciendo evidente mediante la publicación de libros y panfletos y se acentuó con las conferencias que los partidos y sindicatos revolucionarios celebraron ya en pleno conflicto en las ciudades suizas de Zimmerwald (septiembre de 1915) y Kienthal (abril de 1916). La ruptura definitiva llegó tras la Revolución de Octubre de 1917, que llevó a los bolcheviques rusos al poder.Una práctica condenada por la Conferencia Internacional Obrera y Socialista celebrada en Berna en febrero de 1919, convocada por una Internacional Socialista que insistió en la vía democrática.

La respuesta no se hizo esperar, y en el congreso fundacional de la Internacional Comunista –conocida como Tercera Internacional–, celebrado en Moscú, el propio Lenin respondió a la denominada despectivamente Internacional Amarilla con el argumentario que se convirtió en la base del marxismo-leninismo que a partir de entonces guiaría a la Unión Soviética y fijaría la doctrina del comunismo.

La ruptura llegó tras la Revolución de Octubre, que llevó a los bolcheviques al poder. Una práctica condenada por la Internacional Socialista

La defensa de la dictadura del proletariado ya fijada por Marx como la fase política inicial del socialismo y la condena a la “democracia burguesa” que perpetuaba el sistema de explotación hacia las clases trabajadoras y campesinas se convirtió en la principal tesis de las organizaciones que se adhirieron a esta Internacional. Un texto de obligada lectura tanto en la Unión Soviética como en los cursos de formación política comunista alrededor del mundo.

El discurso, que ofrecemos ligeramente extractado, quedó fijado bajo el título “Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado” en el libro Primer Congreso de la Internacional Comunista. Actas , publicado en Petrogrado –actual San Petersburgo– en 1921 por la Editorial Progreso en su versión en español.

EL DISCURSO

“El crecimiento del movimiento revolucionario del proletariado en todos los países ha dado lugar a una serie de esfuerzos convulsivos por parte de la burguesía y de sus agentes en las organizaciones de trabajadores para hallar argumentos políticos válidos en defensa del predominio de los explotadores. Entre estos argumentos destaca en particular la condena de la dictadura y la defensa de la democracia. La falsedad y la hipocresía de dicho argumento, repetido en mil formas por la prensa capitalista y la conferencia de la Internacional amarilla de Berna, celebrada en febrero de 1919, son evidentes para todo aquel que no desee traicionar los principios fundamentales del socialismo.

”En primer lugar, dicho argumento se basa en ciertas nociones de ‘democracia en general’ y ‘dictadura en general’ sin mencionar de qué clase se está hablando. Este planteamiento, que no toma en cuenta la cuestión de la clase, como si se tratara de un asunto general de cada país, es una burla flagrante a la doctrina fundamental del socialismo, a saber, la doctrina de la lucha de clases, que los socialistas que se han pasado al bando de la burguesía mencionan en sus discursos pero olvidan en sus acciones.

”Puesto que en ningún país capitalista civilizado existe ‘democracia en general’, sino únicamente una democracia burguesa; y no se habla de ‘dictadura en general’, sino de dictadura de las clases oprimidas, es decir, del proletariado respecto a los opresores y a los explotadores, o sea, la burguesía, para vencer la resistencia opuesta por los explotadores en la lucha por conservar su dominio.

La historia nos enseña que ninguna clase oprimida ha llegado nunca al poder y que no puede hacerlo sin sufrir un periodo de dictadura”

VLADÍMIR ILICH ULIÁNOV, LENIN

”La historia nos enseña que ninguna clase oprimida ha llegado nunca al poder y que no puede hacerlo sin sufrir un periodo de dictadura; es decir, la conquista del poder y la aniquilación definitiva de la resistencia más desesperada y frenética que no duda en recurrir a cualquier crimen y que siempre han opuesto los explotadores.

”La burguesía, cuyo papel defienden los socialistas que arremeten contra la ‘dictadura en general’ y que defienden la causa de la ‘democracia en general’, ha ganado poder en los países progresistas al precio de insurreccionesguerras civiles, aplastando reyes, señores feudales esclavistas, así como sus intentos de restauración. Los socialistas de todos los países han explicado al pueblo millones de veces el carácter de clase de esas revoluciones burguesas y de esa dictadura de la burguesía en libros panfletos, en las resoluciones de los congresos y en los discursos propagandísticos.

”Por consiguiente, la actual defensa de la democracia burguesa mediante discursos sobre la ‘democracia en general’ y los actuales lamentos y gritos contra la dictadura del proletariado encubiertos en lamentos sobre la ‘dictadura en general’ son una burla descarada del socialismo, y representan el paso efectivo a las filas de la burguesía, la negación del derecho del proletariado a su propia revolución proletaria y la defensa del reformismo burgués en el momento histórico en el que dicho reformismo provoca la destrucción del mundo; y en el que la guerra ha creado una situación revolucionaria.

La república burguesa más democrática es tan sólo una máquina para la opresión de la clase trabajadora por parte de la burguesía”

VLADÍMIR ILICH ULIÁNOV, LENIN

”Los socialistas, al explicar el carácter de clase de la civilización burguesa, la democracia burguesa o el parlamentarismo burgués, expresan el pensamiento formulado por Marx Engels con la máxima precisión científica al decir que la república burguesa más democrática es tan sólo una máquina para la opresión de la clase trabajadora por parte de la burguesía, para la opresión de la masa de trabajadores por un puñado de capitalistas.

”No existe ni un solo revolucionario, ni un solo marxista de todos esos que ahora vociferan contra la dictadura y a favor de la democracia que no hubiera jurado ante los trabajadores que reconocía esta verdad fundamental del socialismo. Y ahora, cuando el proletariado revolucionario comienza a actuar y a moverse para destruir esta maquinaria opresiva y conquistar la dictadura proletaria, esos traidores al socialismo exponen la situación como si la burguesía ofreciera a los trabajadores democracia pura, como si la burguesía hubiera abandonado la resistencia y estuviera dispuesta a someterse a la mayoría de los trabajadores, como si en una república democrática no existiera una maquinaria estatal ideada para la opresión del trabajo por el capital.

”Los obreros saben muy bien que la ‘libertad de reunión’, incluso en la república burguesa más democrática, no es más que una expresión vacía, pues los ricos cuentan con los mejores edificios públicos y privados a su disposición, y también con suficiente tiempo libre para reunirse y para proteger dichas reuniones por medio del aparato burgués de la autoridad. Los proletarios de la ciudad y del campo, así como los campesinos pobres, es decir, la aplastante mayoría de la población, no cuentan con ninguna de estas tres cosas. Mientras la situación siga siendo ésta, la ‘igualdad’, es decir, la ‘democracia pura’, es un engaño absoluto.

Los capitalistas siempre han llamado ‘libertad’ a la libertad de los ricos para amasar fortunas y a la libertad de los trabajadores para morirse de hambre”

VLADÍMIR ILICH ULIÁNOV, LENIN

”Los capitalistas siempre han llamado ‘libertad’ a la libertad de los ricos para amasar fortunas y a la libertad de los trabajadores para morirse de hambre. Los capitalistas llaman ‘libertad’ a la libertad de los ricos, a la libertad de comprar la prensa, de utilizar la riqueza, de manipular y de apoyar la llamada ‘opinión pública’.

”En realidad, los defensores de la ‘democracia pura’ resultan ser los defensores del sistema más sucio corrupto de dominio por parte de los ricos sobre los medios para la educación de las masas. Engañan al pueblo mediante frases atractivas, hermosas y biensonantes, aunque absolutamente falsas, tratando de disuadir a las masas del cometido histórico concreto de liberar a la prensa del sojuzgamiento por el capital.

”La libertad y la igualdad verdaderas sólo existirán en el orden establecido por los comunistas en el que será imposible hacerse rico a expensas de otro, en el que será imposible, tanto directa como indirectamente, someter a la prensa al poder del dinero, en el que no habrá obstáculo que impida a ningún trabajador disfrutar y llevar a la práctica el derecho igualitario al uso de las imprentas públicas y los fondos públicos de papel.

La dictadura del proletariado supone el verdadero ejercicio de la democracia por parte de las clases trabajadoras”

VLADÍMIR ILICH ULIÁNOV, LENIN

”La dictadura del proletariado se asemeja a la dictadura de otras clases en que está motivada por la necesidad de aplastar la rotunda resistencia de una clase que estaba perdiendo poder político. Sin embargo, lo que distingue de forma definitiva una dictadura del proletariado de una dictadura de las otras clases –de los terratenientes en la Edad Media, de la burguesía en todos los países capitalistas civilizados– es que la dictadura de los terratenientes y de la burguesía ha sido el aplastamiento de la resistencia ofrecida por la abrumadora mayoría de la población, es decir, por los trabajadores. Por el contrario, la dictadura del proletariado es el aplastamiento de la resistencia ofrecida por los explotadores, es decir, por una minoría insignificante de la población, los terratenientes y los capitalistas.

De esto se deduce que la dictadura del proletariado conlleva necesariamente no sólo cambios en la forma y las instituciones de la democracia, en términos generales, sino específicamente un cambio que asegure una extensión sin precedentes en la historia de la humanidad del verdadero ejercicio de la democracia por parte de las clases trabajadoras”.

Gorki, los ingenieros del alma y el nuevo hombre soviético.

Contra las vacaciones, el absentismo y la embriaguez. Por un rápido ritmo de trabajo. Cartel de 1930. (Detalle).

Autor: Javier Bilbao.

Fuente: jotdown.es

Si bien la empatía no era uno de los puntos fuertes de Stalin, no se le daba nada mal juzgar la psicología de quienes le rodeaban, ya fuera para detectar traidores o para servirse de ellos con más eficacia. A Máximo Gorki lo caló enseguida: «Es un hombre vanidoso, debemos atarle con cadenas al partido». Así, un escritor que pasó un tiempo autoexiliado de la URSS, fuera del alcance represor del régimen, alguien que había mostrado en ocasiones un criterio independiente y que pudo haberse convertido en todo un símbolo de la disidencia ante los ojos del mundo, terminó siendo pastoreado de vuelta al redil, donde tendría lugar una relación simbiótica entre el intelectual y el poder extraordinariamente provechosa para ambos. De manera que su ciudad natal Nizhny Novgorod pasó a llamarse Gorki, así como una de las principales calles moscovitas, recibió la Orden de Lenin, una mansión y una dacha junto a sustanciosos emolumentos, fue investido presidente de la Unión de Escritores Soviéticos y tras su muerte el mismo Stalin fue uno de los que portaron a hombros el ataúd (aunque durante los posteriores juicios de Moscú de 1938 se dijera que en realidad fue asesinado por el servicio secreto). Alcanzó oficialmente el estatus de «alma de la literatura soviética»… y supo corresponder de manera proporcional en su función de ideólogo y propagandista de lo que Leninllamaba el Nuevo Hombre Soviético, pues un nuevo sistema político debía ser capaz de crear un naturaleza humana a su altura. Por tanto la figura de Gorki es un buen hilo conductor para conocer las circunstancias de su época y del nuevo régimen que trajo consigo la revolución rusa. En ello nos centraremos a continuación.

Desde su nacimiento en 1868 sufrió tantas calamidades que hubiera sido un niño dickensiano de no ser porque él mismo las describió más adelante en Días de infancia. Con cuatro años perdió a su padre y con once presenció la muerte su madre, pasando a ser criado por unos abuelos y tíos que lo maltrataban, incluso llegó a apuñalar a su padrastro en cierta ocasión. De hecho el libro citado concluye con su abuelo diciéndole a los doce años «ahora, Léxei, no eres una medalla que yo me pueda colgar al cuello… Ya no tengo sitio para ti… Sal al mundo. Y salí al mundo». Y salió y lo que encontró fue aún peor si cabe, deambulando por diferentes trabajos hasta que con diecinueve años, tras ser despedido como pinche de cocina de un barco, intentó suicidarse de un disparo sin que la bala llegara al corazón.

Todas esas duras vivencias que fue acumulando se convirtieron poco a poco en material literario que publicó con creciente éxito bajo el seudónimo de «Amargo» (Gorki, en ruso). Para comienzos del siglo XX ya era toda una figura pública, conocido tanto por su obra como por su activismo contra el régimen zarista. La represión ejercida por este hizo que Gorki fuera radicalizando su postura, lo que le llevó a trabar amistad con Lenina quien definió certeramente como «una guillotina pensante», y a continuación a exiliarse primero a Estados Unidos (donde escribió La madre, a la que luego volveremos) y posteriormente a Italia.

Tras su regreso a Rusia en 1913 continuó conspirando contra el poder, aunque en el momento en el que llega la revolución teme la violencia que está desatando, considera que Lenin y Trotski «no tienen ni la más remota idea de lo que significa la libertad o los derechos humanos, están ya intoxicados por el nauseabundo veneno del poder» y los califica de «incendiarios que someten al pueblo ruso a un cruel experimento». Incluso llega a organizar guardias junto a otros intelectuales frente a monumentos y palacios para proteger ese legado cultural de la barbarie de las masas. A continuación llega la guerra civil y en una sociedad empobrecida ejerce una actividad filantrópica con diversos escritores y artistas que se le acercan pidiendo ayuda, les proporciona dinero o intercede por ellos ante las implacables autoridades que los persiguen. En 1921, por motivos de salud, además de por ciertas presiones de Lenin («Me veo obligado a decirte: cambia radicalmente de circunstancias, de ambiente, de domicilio, de ocupación; de lo contrario, la vida te asqueará eternamente») regresa a Italia, donde permanecerá los años siguientes.

Allí recibía a sus amigos y vivía plácidamente en compañía de varias personas entre las que se incluían su amante, un secretario personal y su hijo adoptivo Maxim Peshkov. Posteriormente circularon rumores de que ese hijo fue seducido por un homosexual y ese sería supuestamente el motivo por el que años después, en 1934, al tiempo que Stalin proclamó una ley que prohibía esta práctica, Gorki escribiera «exterminad a los homosexuales y el fascismo desaparecerá. En los países fascistas la homosexualidad, que arruina a la juventud, florece sin castigo». Respecto al sexo heterosexual no mantenía la misma intransigencia, aunque le incomodaba que se tratase en público. Consideraba que debía mantenerse como un misterio: «Hay demasiadas ventanas abiertas», decía, de manera que la gente ya no confiaba en su intuición y todos los secretos humanos «han sido expuestos y aireados incluso en torno al sexo».

Esa actitud hacia la sexualidad coincidía con una de las dos corrientes que compitieron en la sociedad rusa durante los años veinte, la hedonista y la ascética podríamos denominarlas, hasta que finalmente se impuso la segunda. Inicialmente la llegada de la revolución trajo consigo una liberación de las costumbres, la legalización del divorcio y el aborto, e incluso el rechazo a toda forma de romanticismo. En un relato de Panteleimon Romanov de 1926 se decía «nosotros no tenemos amor, solo relaciones sexuales, porque despreciamos el amor como “psicología”, mientras que solo la fisiología tiene derecho a existir. Las chicas fácilmente se van juntas con sus camaradas masculinos, por una semana, por un mes, o espontáneamente por una noche. Y cualquiera que vaya en busca de algo más en el amor es ridiculizado como un idiota y una persona mentalmente deficiente».

Pero el propio Lenin rechazaba las teorías sobre amor libre como un pasatiempo con el que divagaban los intelectuales, eran algo además que podían desestabilizar la sociedad y hacer peligrar su reemplazo demográfico, así que al mismo tiempo surgieron teorías como las del psiquiatra Zalkind Arón Borissovich, quien propuso nada menos que «Los doce mandamientos del sexo revolucionario». En ellos se rechazaba la promiscuidad, la frecuencia excesiva, las perversiones, la coquetería, la precocidad o los celos y se reivindicaba la importancia de la concepción de un hijo como fin último. La recomendación favorita de las autoridades era clara: sublimar la energía sexual en el trabajo. El acelerado proceso de industrialización supuso adaptar a los hasta entonces campesinos a una actividad laboral diferente a la que estaban acostumbrados; el nuevo hombre soviético debía ser productivo y el consumo de alcohol, la lujuria, las festividades religiosas, el egoísmo y la indisciplina eran los demonios internos de los que exorcizar su alma.

Pero prosigamos con Gorki. Para 1928 contaba ya con sesenta años y quien gobernaba por entonces la URSS, Stalin, pensó que sería una buena idea traerlo de nuevo al país. La nostalgia hacía mella en él y sufría ciertos apuros económicos, así que quizá no hubiese que insistir demasiado. Pese a todo, varios agentes secretos recibieron la misión de enviarle cartas fingiendo ser admiradores de toda edad y condición que le preguntaban insistentemente cómo podía preferir vivir en la Italia fascista antes que en la Rusia socialista. Nuestro escritor tonto no era y algo se maliciaba, pues según comentó con un amigo «yo me carteo con esos niños y, por cada carta que les envío, recibo veintidós. Coincide exactamente con el número de tutores de los distintos departamentos. Curioso, ¿verdad?». Así que ese año inició una serie de cinco viajes hasta terminar instalándose definitivamente de vuelta. El recibimiento fue espectacular, fue todo un éxito propagandístico del régimen con alguien que de otra forma hubiera podido ser peligroso y Gorki… se dejó querer.

Gorki junto a Stalin, 1931. DP.

A partir de ahí abandonó cualquier escrúpulo moral. Al año siguiente, sin ir más lejos, se prestó a una visita guiada al gulag de Solovki con el fin de desacreditar un libro inglés en el que se describía en los tonos más crudos. Para recibirlo el centro se convirtió en lo que se conoce como una «aldea Potemkin», que viene a ser como lo que hizo Villar del Río para recibir a los americanos en la película de Berlanga. Él fue consciente de ello, pues según cuenta Solzhenitsyn los presos, como sutil forma de protesta, fingían leer los periódicos que momentos antes se les habían dado, pero lo hacían sujetándolos al revés, así que Gorki se acercó a uno de ellos y le dio la vuelta sin intercambiar palabra. También pudo mantener una conversación en privado con un cautivo, que le relató diversas formas de tortura a las que eran sometidos, y al parecer el escritor salió de la reunión con lágrimas en los ojos. Todo ello no le impidió deshacerse en elogios en la dedicatoria que dejó en el libro de visitas, tal vez revestida de cierta ironía que en todo caso no molestó a las autoridades. En otras ocasiones fue él mismo el organizador de actos para el régimen, como en 1932, cuando reunió en su casa a una serie de escritores que consideraba representativos de lo que debía ser el espíritu soviético en una cena que tuvo como invitado honorífico al mismo Stalin, quien les dedicó este brindis:

Nuestros tanques son inútiles cuando quienes los conducen son almas de barro. Por eso afirmo que la producción de almas es más importante que la producción de tanques. Alguien acaba de observar que los escritores no deben permanecer inactivos, que deben conocer la vida de su país. La vida transforma al ser humano y vosotros tenéis que colaborar en la transformación de su alma. La producción de almas humanas es de suma importancia. ¡Y por eso alzo mi copa y brindo por vosotros, escritores, ingenieros del alma!

Las utopías políticas, desde Platón, siempre han sido conscientes del obstáculo fundamental que expresa bien un dicho anglosajón: «Puedes llevar al caballo al abrevadero, pero no puedes hacerle beber». De poco sirve cambiar radicalmente las estructuras sociales si no cambias también a las personas, pues si no repetirán bajo ese nuevo modelo los viejos vicios. La esperanza del régimen soviético, como vemos, estaba depositada en el ámbito de la cultura. Los novelistas, artistas y cineastas, como modernos Pigmalión, debían esculpir un nuevo hombre que antepusiera el interés colectivo al individual, el futuro al presente y la obediencia a la autoridad antes que a su propio criterio. Para ello debían crear modelos de conducta, ejemplos morales, y el más destacado de todos ellos fue el de la obra La madre, esa que mencionamos anteriormente en relación al primer exilio de Gorki y que llegó a ser la cúspide del llamado realismo socialista.

Su historia podemos verla en la versión cinematográfica que se rodó en 1926 que se encuentra bajo estas líneas. En una familia el padre, un viejo borracho huraño y maltratador (el proletario alienado del pasado) encarna lo opuesta a su hijo, un comprometido sindicalista, cuando acepta ponerse del lado de la patronal durante una huelga. En los enfrentamientos el padre muere y la policía del zar acude a su casa para detener al hijo, sospechoso de haber encabezado los disturbios. La madre no quiere quedarse además de viuda sin hijo, así que se presta ingenuamente a colaborar con la autoridad. Pero el sistema está podrido hasta sus cimientos y los jueces no entienden de justicia, así que el hijo es finalmente condenado ante la mirada angustiada de una madre que toma conciencia de que lo ha traicionado sin pretenderlo. Ahora sabe que él tenía razón, de manera que son los padres quienes deben aprender de los hijos y estos deben estar dispuestos a repudiar a sus padres. Hay que romper la tradición, nos dice Gorki, antes de rematar la historia con un desgarrador final que nos muestra a madre e hijo como mártires de la causa revolucionaria. Y aquí la expresión «mártir» no es gratuita, pues lo irónico de todo esto es que el escritor encontró la inspiración en la iglesia ortodoxa rusa, en las vidas de santos y en el propio sacrificio de Cristo. Es algo que no deja de tener su gracia si tenemos en cuenta la ola antirreligiosa que sacudió el país desde comienzos de los años veinte, aquí podemos ver una serie de carteles ateos de la época bastante curiosos.

Por su parte, Gorki cada vez estaba más inmerso en su papel de padrino de las letras soviéticas. Al año siguiente de aquella cena en su casa, en 1933, lideró una expedición de ciento veinte escritores escogidos por él mismo para ver de cerca un método de transformación del alma más drástico: la reeducación mediante el trabajo del gulag. Concretamente debían dar cuenta de la construcción del canal Belomor, una gigantesca excavación que uniría el mar Báltico y el mar Blanco, cerca de la frontera con Finlandia, para la que se requirieron más de ciento veinte mil prisioneros que trabajaron en condiciones excepcionalmente duras, pues se estima que en torno a la décima parte de ellos murió en las obras. ¿Su delito? En unos casos eran presos comunes y en otros la disidencia política de cualquier tipo. De hecho circulaba una broma al respecto por entonces: «¿Quién cavó el canal? La parte derecha los que contaban chistes, y la izquierda, los que los escuchaban». El canal al final no tuvo la profundidad suficiente para ser utilizable por la mayoría de los barcos mercantes, pero lo importante era su uso propagandístico y para ello Gorki publicó Belomor, una selección de historias narradas por ese grupo de escritores que tomaban las vidas de aquellos trabajadores del gulag como ejemplos de superación.

Naturalmente, la propaganda no podía limitarse a un libro por prestigioso que fuera su responsable, y también contó con una película documental que puede verse aquí. Lo cual nos lleva a la importancia que el régimen soviético dio al cine. Trotski fue el primero en verlo: «Esta arma, que está pidiendo a gritos ser utilizada, es el mejor instrumento de propaganda técnica, educativa e industrial, propaganda contra el alcohol, propaganda para el saneamiento, cualquier tipo de propaganda que desees, una propaganda que es accesible a todos». Bien, la propaganda es necesaria para que la gente se adapte al sistema y no a la inversa, y el cine es una herramienta de propaganda muy útil, al facilitar la llegada del mensaje a todos, de acuerdo. Pero esto nos lleva de nuevo al problema de hacer beber al caballo del abrevadero. ¿Cómo lograr que la gente desee ver esas películas propagandísticas? Ahí entra el juego el talento artístico, la necesidad de contar con el espectador no ya como un receptor puramente pasivo sino como alguien que demanda ciertas emociones, narraciones y personajes que conecten con sus intereses. La propaganda en estado puro no es eficaz, tal como descubrieron algunos cineastas. Tal como señala Peter Kenez en Cinema and Soviet Society:

Ante el bajo número de películas que se hicieron con contenido dramático uno sospecha que los directores encontraron difícil hacer interesantes las películas sobre ese tema y por tanto procuraron evitarlas. Puede ser, aunque no lo podemos saber con certeza, que las audiencias prefirieran otros asuntos. Los trabajadores no querían verse a sí mismos en su tiempo libre. Ellos querían héroes más grandes que la vida, y contrariamente a la ideología eso no encaja bien en un ambiente de fábrica.

Para ello una buena opción es la de evitar la competencia extranjera. Prohibiendo o limitando el cine de otros países, particularmente de Hollywood, al final el espectador no tenía muchas más opciones de entretenimiento. Y si, por ejemplo, un género como el wéstern tenía mucho éxito fuera de las fronteras, siempre cabía hacer una adaptación en forma de «ostern»Así que con mayor o menor sutileza, de una u otra forma, la fórmula propagandística que se intentaba inyectar era fácilmente distinguible y emparentaba directamente con la novela. Giraba siempre en torno a la toma de conciencia del protagonista (lo que ahora los anglosajones en otro contexto político llaman «redpilling», remitiendo a Matrix) y tenía con frecuencia tres figuras arquetípicas, cada una con sus cualidades morales y psicológicas: el líder del partido, el hombre corriente y el enemigo. Un ejemplo curioso, visto hoy en día, lo tenemos en la comedia musical estalinista Tanya, cuyo director, Grigori Aleksandrov, tuvo trato directo con Stalin… y con Gorki, por supuesto, pues todos los caminos llevan a él. La historia es una versión libre de Cenicienta, con una empleada de una fábrica textil que a base de disciplina estajanovista logra ascender en el partido hasta llegar a hacer realidad sus sueños, esto es, ser miembro del Soviet Supremo. Merece la pena ver en particular esta escena con un coche volador mientras canta las grandezas de la URSS; ya sabemos donde se encontró la inspiración para cierto momento de Harry Potter y la cámara secreta

Retomando de nuevo a nuestro escritor, encontramos que pasa otro año, ya en 1934, y llega a su punto álgido como paladín de las letras y de la propaganda rusa: su nombramiento como presidente de la Unión de Escritores Soviéticos, cuyo primer congreso durará poco más de dos semanas. En su discurso inaugural, además de definir las vías por las que debía transitar el realismo socialista, Gorki retomó la expresión de «ingenieros del alma» para sí mismo y sus colegas. Él fue la gran estrella de un evento generoso en aplausos y en halagos a su persona. Quedaban muy lejos ya aquellos días de la infancia y adolescencia en los que tanto sufrió, aquel momento en que intentó suicidarse… aunque ahora en realidad la muerte acechaba más cerca que nunca.

En mayo de 1935 el avión más grande su tiempo, llamado Máximo Gorki, se estrelló en lo que podía entenderse como un mal augurio (curiosamente se trataba de un avión dedicado a la propaganda, con una imprenta a bordo y grandes altavoces en su fuselaje). En junio de 1936 la tuberculosis crónica que aquejaba a Gorki se agravó de forma que apenas podía salir de la cama. Pero quería seguir al tanto de la actualidad y dado su estado se decidió hacer con él algo parecido a lo que pudimos ver en la película Good Bye, Lenin!; para ello se editaron ejemplares del Pradva específicamente para él en los que se retiraron las malas noticias y se potenció su tono optimista. No sabemos si eso le mejoró el ánimo, pero desde luego no la salud, dado que fallece el 18 de ese mes.

Tras su muerte, entre sus papeles se encontraron textos extraordinariamente críticos con Stalin, a quien definía como una pulga gigante «con una sed insaciable de sangre de la humanidad». Quién iba a decir que hasta el más oficial de todos los escritores tendría pensamientos prohibidos, crimentales. Como gran zar de las letras soviéticas se ve que quiso cultivar todos los géneros, incluso el llamado«escribir para el cajón», tan practicado por otros escritores coetáneos y que solo verían la luz varias décadas después. ¿Por qué entonces había regresado de su exilio italiano y se había prestado a toda esa mascarada? Puede que, como dijo Stalin, se tratara de un hombre vanidoso y ese vicio —el pecado favorito del diablo, según aquella película donde lo interpretaba Al Pacino—  no hay ingeniería del alma que lo arregle.  

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