La conmovedora historia de Henry Dunant, el rico fundador de la Cruz Roja, que acabó viviendo de la caridad

Henry Dunant, en una imagen tomada alrededor de 1893, probablemente en Ginebra. Getty

Autora: Elena Benavente

Fuente: El Mundo 3/11/2020

Dunant se dedicaba a los negocios en Argelia, pero un problema le hizo recurrir al emperador Napoleón III y tuvo que ser testigo de una batalla en Lombardía. Allí su vocación se transformó de forma drástica.

Durante los últimos siete meses, diversas organizaciones solidarias y fundaciones sin fines de lucro han jugado un rol elemental en la lucha contra el COVID. Entre ellas, la Cruz Roja, que ha puesto en marcha diversos proyectos con el fin de contribuir a la contención de la pandemia, además cuidar de los más vulnerables. «Queríamos atender a 1,3 millones de personas en tres meses y recaudar 11 millones de euros y, en dos meses, llegamos a 1,6 millones de personas y a 20 millones de euros recaudados», comentó, hace un par de días, Javier Senent, el presidente de la Cruz Roja Española.

¿Y cual será el destino de esos 20 millones de euros? La respuesta es el rescate de diversos colectivos y personas, en situación de riesgo o precariedad. Por ejemplo, trabajadores en condiciones de pobreza, emigrantes, refugiados, desempleados y, sobre todo, enfermos. Un sueño que su fundador, el banquero suizo Henry Dunant -fallecido el 30 de octubre de 1910- comenzó a imaginar en 1859 después de ser testigo de una cruda batalla en Italia.

Dunant nació en 1828, en Ginebra, dentro de una familia dedicada a los negocios y con una fuerte vocación social. De acuerdo con el Museo Virtual del Protestantismo, los Dunant tenían una formación calvinista y la ayuda al prójimo era algo que tenían interiorizado. Es por eso que, cuando Henry creció, se hizo voluntario de YMCA (La asociación cristiana de jóvenes) e incluso entregaba gran parte de su dinero a la aquella organización.

El empresario estudió en el Collège de Genève. Pero a la edad de 21 años, dejó la universidad para aprender economía en el banco Lullin et Sautter. Fue precisamente esa empresa la que le pidió que visitara Argelia y e intentara urbanizar un terreno para instalar a una comunidad de colonos suizos. Y lo consiguió… Dunant logró hacer un verdadero negocio en territorio argelino y su situación económica se elevó de manera considerable. Por otro lado, el suizo también visitó Túnez y, motivado por describir su geografía, escribió un libro llamado Notice sur la Régence de Tuni.

De esa forma, Dunant -que era un genio de las finanzas y conocía ampliamente el norte de África- se convirtió en el presidente de Compañía Financiera e Industrial de Mons-Gémila Mills, a la que se le concedió una gran extensión de tierra para explotar en Argelia. No obstante, el empresario tuvo problemas para hacerse con los derechos de agua y decidió elevar su petición directamente al emperador Napoleón III, de Francia. «Napoleón estaba en Lombardía, dirigiendo los ejércitos franceses que, junto con los italianos, se esforzaban por expulsar a los austriacos de Italia. Por lo que Dunant debió dirigirse hasta al cuartel general de Napoleón, cerca de la ciudad de Solferino», relata la biografía de Dunant, en la web de los Premios Nobel.

Dunant llegó a Solferino el 24 de junio de 1859 y vio, con sus propios ojos, las secuelas de una de las batallas más sangrientas del siglo: 23.000 heridos, moribundos y muertos. El millonario quedó conmocionado ante tanta pena, miseria y dolor, así que decidió intentar ayudar a los heridos en un pequeño pueblo. De hecho, convenció a la población civil de que era necesario organizarse y atender a los necesitados, sin importar de que bandos fueran. A raíz de ello, Dunant escribió un libro llamado Una memoria de Solferino, en el que plasmó sus sensaciones y realizó una curiosa petición: que todas las naciones del mundo formasen sociedades de socorro para brindar apoyo a los heridos de guerra.

En el texto, Dunant presentó un detallado plan para hacer realidad estas comisiones: debían crearse organizaciones patrocinadas por juntas directivas -compuestas por prominentes figuras- para, posteriormente, captar la atención de los ciudadanos y encontrar voluntarios que se ocuparan de curar a los heridos. Por supuesto, su idea fue muy bien recibida y el 9 de febrero de 1863, la Sociedad Ginebrina para el Bienestar Público optó por formar un comité para evaluar el proyecto. Ocho días después, se llevó a cabo la primera reunión de lo que hoy es considerada la Cruz Roja.

Un par de meses más tarde, el comité creado en Ginebra invitó a 14 estados para discutir el cuidado de los soldados heridos y desde entonces, la idea de Dunant tomó relevancia internacional. Pese a ello, el magnate no estaba interesado en hacerse más famoso o más rico. Es más, durante sus últimos años se desligó de su propia fundación y comenzó a vivir de la caridad y la hospitalidad de sus amigos, en Heiden, un pueblo en Suiza. En 1895, un periodista lo encontró y logró que toda Europa se enterara de su situación y honrara su trabajo. Así, en 1901, Dunant recibió el primer premio Nobel de la Paz, por su papel fundamental en la creación de Cruz Roja, y falleció nueve años después, tras sufrir numerosos problemas mentales.

Turismo: la pandemia cuestiona tres siglos de historia

La revolución industrial, la regulación de los horarios laborales y las vacaciones pagadas convirtieron al viaje por ocio en fenómeno de masas

Una familia en una playa francesa alrededor del año 1900 
 Paul Popper/Popperfoto

Autora: ABRIL PHILLIPS

Fuente: lavanguardia.com/historiayvida 2020/08/09

La pandemia está condicionando hábitos que hasta ahora parecían plenamente consolidados. Uno de ellos es el turismo, que no solo afronta la crisis coyuntural de este año a consecuencia del coronavirus, sino que puede ver reformulado su futuro cuando la enfermedad quede controlada. El actual podría ser, pues, un punto de inflexión en uno de los sectores que más pesa en la economía española; una actividad que, en todo el mundo, se ha desarrollado a través de toda la historia, y en especial durante los tres últimos siglos.

El origen del turismo todavía está sujeto a discusión. Sasha Pack, profesor de Historia en la Universidad de Buffalo y autor del libro La invasión pacífica: Los turistas y la España de Franco (Noema), explica: “Algunos historiadores sostienen que siempre existió el deseo de ver el mundo y expandir los propios horizontes. Pero lo que es moderno en esto es el acceso, es el hecho de que muchas más personas puedan hacerlo y de que se cree un modelo comercial y una infraestructura de transporte para que esto sea fácil de hacer”.

Aunque desde siempre ha habido grandes viajes, la característica del turismo es que su motivo es el ocio

Carolina Rodríguez-López, profesora titular del Departamento de Historia Moderna e Historia Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), afirma que “ha habido muchos viajes a lo largo de la historia, pero lo que los diferencia de la experiencia turística es la motivación. El turismo se produce cuando hay una voluntad de conocer un lugar distinto, de viajar por placer sin un objetivo mayor que la propia experiencia”.

En este sentido, asegura que “ya hay viajes en la Antigüedad y la Edad Media que se realizaron por esta mera curiosidad. Suelen ser viajes que se emprenden con una motivación concreta, ya sea una expedición comercial, una peregrinación religiosa o una formación académica, y se prolongan porque el itinerario se bifurca y amplía”.

Illustrated map depicting the journey of the Venetian merchant Marco Polo (1254 - 1324) along the silk road to China. (Photo by MPI/Getty Images)
Un mapa ilustrado con el viaje de Marco Polo a lo largo de la Ruta de la Seda  Getty Images

Entre muchos otros, ese fue el caso de Pausanias, historiador y geógrafo griego del siglo II d. C., que viajó por Asia Menor, Siria, Palestina, Egipto, Macedonia, el Epiro (ahora Grecia y Albania) e Italia. También el de Egeria, peregrina nacida en la antigua Roma en el siglo IV d. C., que viajó a Tierra Santa desde la Pascua de 381 a la de 384 d. C.

Ya en la Edad Media, en el siglo XIII, Marco Polo pasó a la historia como el explorador veneciano que viajó desde Europa a Asia desde 1271 hasta 1295, con una estancia de 17 años en China. En el siglo siguiente, la peregrinación a La Meca de Ibn Battuta se prolongó hasta convertirse en un viaje de años, en el que llegó a recorrer unos 120.000 kilómetros y pudo conocer la mayoría de los países islámicos.

El exclusivo ‘Grand Tour’ nació hace tres siglos y se puede considerar el precursor del turismo

Para muchos historiadores, es hace tres siglos cuando se puede empezar a hablar de un ultraminoritario turismo. A finales del siglo XVII y principios del XVIII, se extendió entre los jóvenes de la aristocracia europea el Grand Tour, la costumbre de emprender un viaje por toda la Europa continental de entre seis meses y varios años, para ampliar su formación académica y artística. “En este tipo de viajes, empiezan a dejarse llevar por las ganas de conocer. Finalmente, devienen en una experiencia plenamente turística, en donde el viajero se guía por la contemplación y el placer de viajar”, dice Rodríguez-López.

Viajar era todavía un privilegio de las clases más altas. El turismo como una práctica de alcance masivo aparecería únicamente en la etapa industrial. “La capacidad de viajar largas distancias sin incurrir en demasiados riesgos y de tener los recursos para poder vivir durante semanas en el extranjero sin trabajar, se hicieron accesibles a un gran número de personas de forma gradual en los últimos dos siglos”, asegura Sasha Pack.

Illustration showing tourists visiting the Roman ruins at Pompeii, in Italy, during their 'Grand Tour' of Europe. Circa 1840. (Photo by: Photo 12/ Universal Images Group via Getty Images)
Unos viajeros visitan las ruinas de Pompeya dentro de su ‘Grand Tour’  Universal Images Group via Getty

Según explica el historiador, la extensión de este tipo de turismo dentro de Europa se fue produciendo por distintos motivos, como el desarrollo del transporte, la educación masiva, que hizo que más personas quisieran conocer los sitios y monumentos históricos que habían descubierto en los libros, y la cultura romántica, que ayudó a perfilar el aspecto más lúdico del viajar.

La tuberculosis y el cólera también hicieron su parte. Estas enfermedades, que brotaron en el siglo XIX en las ciudades industriales frías, húmedas y repletas de humo, impulsaron a muchos europeos del norte a querer refugiarse en las playas del sur, para respirar aire caliente y seco, lejos de la contaminación. Todas estas cosas juntas produjeron una nueva demanda que fue rápidamente satisfecha, aunque no sin esfuerzo.

Antes de convertirse en destinos turísticos de masas, los países mediterráneos tuvieron que luchar contra la malaria

Los países receptores trabajaron arduamente para acondicionar sus espacios y despejar los miedos a las enfermedades asociadas al Mediterráneo, como la malaria. Rodríguez-López explica que “España acarreaba cierta lectura negativa. Los viajeros románticos del siglo XVIII y del siglo XIX, lo veían como un país visceral y auténtico, pero a la vez peligroso y algo sucio, y, por tanto, hubo que intentar lograr una imagen más amable para atraer a viajeros”.

Hasta el momento, el turismo español había sido bastante local. “El número de turistas extranjeros es muy pequeño hasta después de la Guerra Civil. Durante esta primera mitad, los madrileños toman su veraneo y la burguesía de Barcelona empieza a visitar la Costa Brava para ir de vacaciones. La gente trabajadora empieza a recorrer distancias no muy largas, a hacer peregrinaciones a Santiago de Compostela o la Virgen del Pilar en Zaragoza y a celebrar la Semana Santa”, dice Sasha Pack.

SPAIN - CIRCA 1900:  Cadiz, la Mejor Playa del Sur  (Photo by Buyenlarge/Getty Images)
Un cartel turístico durante los años de la primera posguerra  Getty Images

Para poder hablar de turismo de masas nos tenemos que ubicar a mediados del siglo XX. “Es un fenómeno asociado a las coordenadas sociales y económicas que se derivan de la Segunda Guerra Mundial y de las sociedades que se conforman en Europa y EE.UU. a partir de la misma”, dice Carolina Rodríguez-López.

“Destinar una parte de la renta a viajar por placer es algo que no se había dado de manera generalizada hasta el momento”, afirma la historiadora. No sólo la extensión de las vacaciones pagadas posibilitaron este fenómeno, sino también “la oferta estacional de recursos turísticos y la regulación de horarios laborales, que permitieron dividir mejor el tiempo de ocio y de trabajo, y de organizar una rutina familiar, lo que contribuyó a que todos los miembros de la familia pudieran viajar juntos en la misma época del año”, explica.

Viajar a otros países o veranear fuera de la ciudad se convirtió en un símbolo de estatus económico

Aunque también jugaron un papel ciertos hábitos sociales: “Tomar vacaciones era visto como un signo de estatus social, permitía visibilizar el hecho de que tu familia había alcanzado cierto nivel de bienestar”, aclara Rodríguez-López. La moda de exhibir un cuerpo bronceado también se venía consolidando. “El turismo de sol y playa era algo muy poco convencional hasta entonces. Estar moreno se asociaba a gente que trabajaba de sol a sol”, dice la historiadora.

“En las pinturas de mediados del siglo XIX, la belleza era muy blanca y pálida. Eran personas que podían permanecer en el interior porque no tenían que trabajar. Pero mientras que en 1850, si eras rico, podías evitar el sol, ya para 1900 o 1920 la posibilidad de tomar unas vacaciones en la playa es un signo de estatus”, agrega Sasha Pack.

At Lloret de Mar on the Costa Brava several hundred old-age pensioners are enjoying the beautifully warm sunshine. A few of the happy people on the Costa Brava. Most of the people in this picture are 5-month Stayers. November 1971 (Photo by Daily Mirror/Mirrorpix/Mirrorpix via Getty Images)
Un grupo de turistas en Lloret de Mar, en la Costa Brava, a principios de los años 70  Mirrorpix via Getty Images

Sin embargo, poder lucir los cuerpos en la playa era difícil en la España franquista, donde podía implicar una multa. Esto, sumado al hecho de que las carreteras tampoco eran buenas y la comida era algo difícil de digerir para algunos turistas, hacía que la España de los años cuarenta no resultara demasiado atractiva. Sin embargo, el régimen de Franco hizo muchos esfuerzos por mejorar estos puntos.

El turismo le aportó un gran respaldo económico al régimen franquista, a la vez que le sirvió como herramienta diplomática y propagandística. A los ojos del mundo, España podía ofrecer una buena imagen, sobre todo en contraste con otros países que también estaban bajo regímenes autoritarios, donde los turistas no podían circular con libertad.

La llegada de millones de visitantes dio al franquismo la posibilidad de ofrecer una cierta impresión de democratización

“El turismo le ayudó a Franco a poder ser parte del mercado común europeo sin tener que cambiar su régimen político, porque dio esta impresión de democratización”, explica Sasha Pack. “Sin embargo, abrir las puertas al turismo era también un riesgo, porque permitía a los españoles comparar su forma de vida y libertades con las de afuera”, aclara Rodríguez-López.

Para la década de los sesenta, España ya era uno de los epicentros del turismo masivo, el cual se extendió en todo el mundo hasta la actualidad. “Si después de la Segunda Guerra Mundial asistimos a la masificación del turismo, en lo que llevamos del siglo XXI ha habido otros elementos que lo han multiplicado, como las líneas low cost, los paquetes promocionales y las políticas de liberalización de suelo para usos turísticos”, explica Rodríguez-López.

Photographers Tourists In Paris. En France, à Paris, le 18 juin 1962. Touristes jouant les apprentis photographes dans la ville. Groupe de femmes sur le Champs de Mars, prenant des photos de la Tour Eiffel en contre plongée. (Photo by Philippe Le Tellier/Paris Match via Getty Images)
Turistas en París en el año 1962  Paris Match via Getty Images

Tras más de medio siglo de crecimiento exponencial, la pandemia ha puesto al turismo español en una situación crítica. Sin embargo, para Sasha Pack, la historia nos da motivos para creer que saldrá adelante. “Durante su auge en los años sesenta, muchos decían que era algo coyuntural, que la gente visitaba España porque era muy barato, pero que dejarían de hacerlo cuando los precios se igualaran al resto. Eso nunca ocurrió. En cambio, España diversificó y aumentó su oferta turística”, dice el historiador, y apunta que “el sector está sufriendo, pero volverá a repuntar, porque, en cuanto se pueda viajar de nuevo, todos querrán hacerlo. La gente siempre va a querer viajar”.

Los católicos y la política en la Europa de finales del XIX

León XIII

Autor: EDUARDO MONTAGUT

Fuente: Nueva Tribuna, 18/07/2020

El catolicismo tuvo un evidente protagonismo en todos los movimientos contrarrevolucionarios, de signo legitimista (el carlismo en España, por ejemplo) o muy conservador en la época revolucionaria. Su gran formulación sería el ultramontanismo con un fuerte carácter integrista frente a los modernos Estados. Roma no aceptaba la nueva situación política generada por el triunfo del liberalismo, el avance del laicismo, ni por la creciente secularización de la sociedad ni, por supuesto, por un cada vez más extendido anticlericalismo.

El ultramontanismo se fomentó con el papa Pío IX. El Vaticano perseguía con esta idea liberar al Papado de la dependencia de los poderes civiles y dar más libertad de acción a la Iglesia, especialmente, cuando se consideró como prisionero en Roma, ya que la recién creada Italia le había despojado de los Estados Pontificios.

Pero cuando León XIII fue elegido papa se introdujeron cambios importantes en la forma en la que los católicos debían afrontar la vida política, superando, al menos, la hostilidad beligerante del pasado. En Alemania se produjo el conflicto del Kulturkampf, provocando un fenómeno que tendría fuertes influencias en el resto de Europa, la creación de un partido político específicamente confesional, el Zentrum católico, y que tuvo un enorme peso como oposición política en Alemania a partir de la década de los años setenta hasta el final de la República de Weimar.

El Zentrum defendía el catolicismo, los católicos y los estados alemanes con fuerte presencia de esta confesión, como Baviera o determinadas zonas del Rhin. Unía esa defensa, junto con la libertad religiosa, con una evidente preocupación social frente al poder prusiano, vertebrador del nuevo Reich. Aunque, por lo otro lado, sería un partido gobernado por la aristocracia y la alta burguesía católicas.

En Francia, la intensa política secularizadora iniciada en la década de los años ochenta, coincidiendo con la estabilización definitiva de una República, la Tercera, nacida con muy poco vigor republicano de las cenizas de Sedán y la Comuna, provocó un evidente enfrentamiento con la Iglesia Católica. Pero el papa León XIII optó por una política conciliadora en los inicios de la siguiente década. En 1892 se publicó la encíclica Au milier des sollicitudes que establecía que la Iglesia no estaba vinculada a ninguna forma de gobierno y que, por lo tanto, aceptar la República no implicaba aceptar la legislación secularizadora de la misma.

En ese momento nacería lo que se ha llamado el “catolicismo institucional”, o “derecha constitucional”, así como sus integrantes los “rallies”. Este grupo de católicos impulsados por la decisión papal deciden influir en la Tercera República en un sentido religioso tanto en lo político como en lo social. La gran figura de este grupo fue el conde Albert Marie de Mun (1841-1914), que había comenzado su carrera política en posturas muy extremas, pero que fue moderando. Interesa destacar cómo al calor de la RerumNovarum (1891), Mun y el catolicismo institucional defendieron las reformas sociales que se plantearon en la época, junto con el socialismo independiente de Aristide Briand.

En el caso español habría que citar a Alejandro Pidal y Mon (1846-1913) y su Unión Católica, fundada en 1881. Pidal pretendía buscar la unidad de los católicos que deseaban participar en el sistema político de la Restauración, aunque unos años antes criticara su establecimiento y su inductor, Antonio Cánovas del Castillo, por demasiado revolucionario. Pero Pidal no era un integrista como los Nocedal, y prefirió optar por una especie de posibilismo para influir siempre a favor de la Iglesia y de la moral católica en todos los debates legislativos que afectaran a ambas, como la confesionalidad del Estado, o contra el matrimonio civil, entre otras cuestiones. En 1883, el papa León XIII le instó a que participara intensamente en la política española, aunque no creando un partido sino apoyando al que considerara más afín. Debemos recordar que la Unión Católica no era un partido sino una asociación que en cada diócesis presidía el obispo correspondiente. Esta entrevista en Roma, junto una anterior con Alfonso XII, le animan a aceptar el puesto de ministro de Fomento, una cartera muy importante, con competencias educativas, en un gobierno del anteriormente denostado Cánovas, integrándose en el Partido Conservador. Posteriormente, tendría otras responsabilidades en el sistema de la Restauración.

María Andresa Casamayor de La Coma, la primera autora de un libro de ciencia en España

Sello conmemorativo por el 300 aniversario del nacimiento de María Andresa Casamayor de la Coma.

Autora: MARTA MACHO-STADLER

Fuente: Nueva Tribuna 05/07/2020

María Andresa Casamayor de La Coma nació en Zaragoza un día de San Andrés, hace 300 años, en 1720. Correos le dedica un Pliego Premium que puso a la venta el 29 de junio. Su valor postal es de 1,45 euros, es decir, el de las cartas y tarjetas postales ordinarias con destino algún lugar de Europa (incluida Groenlandia).

Correos introduce la imagen elegida en su sello homenaje a María Andresa Casamayor de La Coma de esta manera:

«El sello que recuerda el nacimiento de esta increíble mujer tan adelantada a su tiempo y con unos intereses poco habituales, muestra una imagen femenina, borrosa, una especie de espejismo como fue su autoría literaria la mayor parte del tiempo.

Una mano que traza números con una tiza blanca, completa el diseño que quiere poner en alza la labor de esta mujer de ciencia, de ella y de todas aquellas que alcanzaron grandes hitos científicos, que los están alcanzado y que por supuesto los alcanzarán.».

María Andresa, una matemática ilustrada

María Andresa nació en Zaragoza en el seno de una familia acomodada dedicada al comercio textil. Era la séptima de los nueve hijos del mercader francés Juan Joseph Casamayor y la zaragozana Juana Rosa de La Coma (también de ascendencia francesa). Probablemente recibió educación formal en casa, junto al resto de sus hermanas y hermanos.

Con solo 17 años María Andresa escribió el manual sobre aritmética Tyrocinio arithmetico, Instrucción de las quatro reglas llanas (Zaragoza: Joseph Fort, 1738). Más tarde llegaría “El para sí solo” de Casandro Mamés de la Marca y Arioa. Noticias especulativas y prácticas de los números, uso de las tablas de las Raízes y reglas generales para responder à algunas demandas que con dichas tablas se resuelven sin álgebra, un manuscrito de aritmética avanzada que nunca llegó a publicarse.

El ‘Tyrocinio’

El Tyrocinio arithmetico, Instrucción de las quatro reglas llanas es un manual práctico de aritmética que contiene numerosos ejemplos y casos reales para aprender de manera directa el empleo de las cuatro reglas básicas: suma, resta, multiplicación y división. En sus líneas se evidencia, además, un conocimiento riguroso de las unidades de longitud, peso y moneda (y sus equivalencias) tan necesarias para las transacciones comerciales de la época.

En aquel tiempo muchas comarcas tenían sus propias unidades de medida, lo que dificultaba el comercio entre localidades relativamente próximas. Por ejemplo, en Aragón, los vinos se medían por nietros (es decir, 16 cántaros) que equivalían a 159,7 litros en la provincia de Huesca y a 158,56 litros en la de Zaragoza. Un cántaro pesaba 28 libras, el cántaro de vino de Aragón equivalía a 20 cuartillos y 5 doceavos de Castilla, el cuartillo de Castilla pesaba 16 onzas, y la cántara castellana (es decir, 32 cuartillos) correspondía a un cántaro, 9 cuartillos, una onza, 11 arienzos y 9 granos de Aragón.

María Andresa comparaba en su tratado muchas de estas unidades utilizadas en Aragón, Navarra y Castilla. Esto contribuyó a una mayor fluidez en los intercambios comerciales.

Había otros textos dedicados a explicar las reglas de la aritmética, pero eran extensos, incluidos en obras más generales, complicados de leer y no siempre asequibles a cualquier persona. Sin embargo, el Tyrocinio tenía una marcada intención didáctica: se dirigía a comerciantes y población en general. Sin duda ayudó a este colectivo a revisar operaciones y evitar engaños y malentendidos.

Primera página del ‘Tyrocinio arithmetico, Instrucción de las quatro reglas llanas’. Biblioteca Nacional de España

El Tyrocinio es el primer manual científico escrito por una mujer en España del que se tiene constancia. María Andresa publicó este texto (que se conserva en la Biblioteca Nacional) bajo seudónimo de “Casandro Mamés de la Marca y Araioa”, un elaborado anagrama de su verdadero nombre que, sin duda, evitaba el menosprecio inmediato a un tratado de matemáticas escrito por una mujer.

El firmante de la obra, Casandro, se reconocía como “discípulo de la Escuela Pía” y dedicaba el Tyrocinio a la “Escuela Pía del Colegio de Santo Tomás de Zaragoza”. A pesar de esta dedicatoria, María Andresa no pudo recibir formación allí, ya que en aquella época los escolapios solo admitían alumnos varones en sus centros.

El escolapio y catedrático de matemáticas Juan Francisco de Jesús y el fraile de la Orden de Predicadores Pedro Martínez fueron los encargados de las censuras (las reseñas) necesarias para aceptar la publicación del Tyrocinio. Pedro Martínez expresaba que los textos de estas características solían ser más extensos, lo que incrementaba su precio, revelando las intenciones del autor: «Su fin, en esta Obrilla solo es facilitar esta instrucción a muchos, que no pueden lograrla de otro modo.». El dominico, matemático e intelectual, fue uno de los principales protectores y colaboradores de la joven.

En 1738 falleció el padre de María Andresa, y un año más tarde Pedro Martínez. La joven tuvo que trabajar para ganarse la vida ya que, contra las costumbres de la época, ni se casó ni ingresó en la Iglesia. Se mantuvo como maestra de niñas y de primeras letras en las aulas públicas de la ciudad. Probablemente su Tyrocinio fue una de sus cartas de presentación.

María Andresa no fue una auténtica investigadora, pero sí una persona de ciencia. Una mujer matemática valorada por sus contemporáneos.

El pasado 13 de febrero, la Biblioteca Nacional de España fue la anfitriona del preestreno de La mujer que soñaba con números, un hermoso documental sobre María Andresa Casamayor de La Coma que merece ser admirada y recordada.

Tráiler “La mujer que soñaba con números”


Este texto tiene como referencia principal el artículo Soñando con números, María Andresa Casamayor (1720-1780) de Julio Bernués y Pedro J. Miana (Suma: Revista sobre Enseñanza y Aprendizaje de las Matemáticas 91, 2019, 81-86).


Marta Macho-Stadler, Profesora de matemáticas, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.

Cómo la heroína, la cocaína y otras drogas comenzaron siendo medicamentos saludables

“Gotas para el dolor de muelas de cocaína”, anuncio de 1885. Wikimedia Commons

Autores: Francisco López Muñoz y Cecilio Álamo González

Fuente: theconversation.com 25/06/2020

Muchas de las actuales drogas de abuso iniciaron su carrera social como “utilísimos” y benéficos medicamentos. Tal es el caso de la heroína, la cocaína, el cannabis o las anfetaminas, ente otras.

Aunque ampliamente utilizado desde la Antigüedad en numerosas culturas, el cannabis fue introducido en la medicina occidental por el médico irlandés William Brooke O’Shaughnessey, profesor del Colegio Médico de Calcuta, quien publicó, en 1839, sus propiedades anticonvulsivantes. Tras volver a Londres, en 1842, entró en contacto con el farmacéutico Peter Squire, consiguiendo producir el primer extracto comercial de cannabis; “Squire’s Extract”.

Bote de extracto de cannabis índica. Wikimedia Commons

Posteriormente, Sir John Russell Reynolds, médico personal de la Reina Victoria de Inglaterra, publicó en 1890, en The Lancet, un artículo donde resumía sus treinta años de experiencia clínica con el hachís en el tratamiento del insomnio, neuralgias, jaquecas, epilepsia o dismenorrea, entre otros trastornos.

A finales del siglo XIX, el cannabis o hachís, en diferentes presentaciones, era ampliamente utilizado en la práctica médica y se encontraba presente en todas las farmacopeas occidentales. Sin embargo, su uso terapéutico declinó tras su eliminación de la Farmacopea Británica, en 1932.

Freud, la coca y la depresión

La cocaína, un alcaloide de la planta de la coca (Erythroxylon coca) aislado en 1859 por el químico alemán Albert Niemann, fue comercializado como medicamento en Estados Unidos en 1882, fundamentalmente para el dolor odontológico en los niños y para el tratamiento de la gota.

Pero el verdadero descubridor de sus propiedades farmacológicas fue el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, quien en su juventud estaba más inclinado hacia la investigación que hacia el ejercicio práctico de la medicina, por la que parece que sentía verdadera aversión.

En 1884 llegó a sus manos un artículo de un médico militar alemán que llevaba por título “Importancia y efectos psicológicos de la cocaína”, y aunque nunca había oído hablar de esta sustancia, intuyó la posibilidad de que podría servir para el tratamiento de ciertas enfermedades mentales.

A partir de ese momento, Freud inició sus estudios sobre la cocaína. Inicialmente, la probó él mismo y comprobó una mejoría en su estado depresivo, además de una mayor seguridad y capacidad de trabajo. En el transcurso de sus ensayos, Freud comprobó que la lengua y los labios quedaban insensibilizados después de haber consumido cocaína, así como que calmaba los dolores de la mucosa bucal y los debidos a gingivitis.

Über coca (Sigmund Freud, 1884).

En 1884, escribió su famoso trabajo Über Coca (“Sobre la coca”), en el que afirmaba que esta sustancia era un medicamento muy eficaz para combatir la depresión, eliminar molestias gástricas de tipo nervioso e incrementar la capacidad de rendimiento físico e intelectual. Afirmaba también que no producía hábito, ni efectos secundarios, ni vicio.

Tras cinco artículos de auténtico proselitismo sobre la cocaína, Freud abandonó su defensa y finalmente se negó a que éstos figurasen en sus obras completas, tras comprobar sus efectos indeseables, incluida la muerte de su amigo y colega Ernst Fleischl.

No obstante, recomendó la cocaína al oftalmólogo Carl Köller, quien confirmó su gran eficacia, diluida en forma de colirio, como anestésico en intervenciones quirúrgicas oculares, como las cataratas. Con este descubrimiento, la medicina dio un paso de gigante y nació la anestesia local.

Anuncio de Vino Mariani con la imagen del papa León XIII. Wikimedia Commons

Sin embargo, el mayor éxito “terapéutico” de la cocaína surgió con su inclusión en multitud de “elixires milagrosos” que se vendían, en la época del cambio de siglo, por sus propiedades energizantes y vigorizantes. El más famoso de todos fue el desarrollado por el químico y farmacéutico corso Angelo Mariani, que elaboró un vino con extractos de hojas de coca patentado como “Vino Mariani”.

Mariani fundó, en 1863, la primera gran industria basada en la coca, e incluso recibió una condecoración por el Papa León XIII por sus méritos en pro de la Humanidad. En Estados Unidos, John Styth Pemberton formuló en 1885 un sucedáneo exento de alcohol de este vino, al que llamó “French Wine Coca”.

Coca…cola

En 1886, la publicidad de Coca-Cola se basaba en la promoción de sus ingredientes principales: los extractos de la hoja de coca y la nuez de cola. En 1903 la coca fue sustituida por cafeína. Wikimedia Commons

Este tónico y estimulante nervioso fue reformulado al año siguiente bajo el nombre de “Coca-Cola”. La compañía Coca-Cola  fue fundada en 1886 e inicialmente anunciaba su producto como remedio para el dolor de cabeza y como estimulante, además de como una agradable bebida: “bebida medicinal intelectual y para el temperamento”.

Aunque la compañía Coca-Cola eliminó la cocaína de su bebida en 1903, sustituyéndola por cafeína y hojas de coca descocainizadas como aromatizante, en 1909 había en Estados Unidos unas 69 bebidas que contenían cocaína como ingrediente.

La heroína, más segura que la morfina

Por su parte, la heroína nació en un intento de mejorar el perfil de seguridad de la morfina, un alcaloide del opio, aunque inicialmente no se desarrolló como un agente analgésico.

La diacetilmorfina, nombre técnico de esta droga, fue sintetizada en 1874 por el químico Alder Wright, en el St. Mary’s Hospital Medical School de Londres, al tratar la morfina con ácidos orgánicos, pero, a pesar de comprobar su capacidad para disminuir la presión arterial y la frecuencia respiratoria, este agente no despertó el suficiente interés clínico, ni cuando, en los siguientes años, se demostró, en pacientes tuberculosos, que calmaba la tos y facilitaba el sueño.

Anuncio de jarabe Bayer de Heroína publicado en la prensa española en 1912. Wikimedia Commons

Finalmente, Heinrich Dreser, investigador de la compañía farmacéutica Friedrich Bayer & Co., se interesó por la diacetilmorfina, a la que consideró más potente para el alivio del dolor y con un perfil de seguridad más aceptable que la morfina.

En 1895 logró su producción industrial, siendo comercializada en 1898 únicamente para calmar la tos. Dreser describió este fármaco como una “droga heroica”, por lo que el nombre comercial aportado por Bayer fue “Heroína”. Este fármaco adquirió un rápido éxito comercial, siendo utilizado ampliamente en todo el mundo, especialmente como antitusígeno.

La aparición de las anfetaminas para la congestión nasal

A finales de la década de 1920, la monopolización del comercio de la Ephedra vulgaris, planta a partir de la cual se obtenía la efedrina, determinó que este principio activo escaseara y se elevase de precio, lo que motivó el desarrollo de nuevas alternativas terapéuticas para el tratamiento del asma y la congestión de vías respiratorias. Así, se investigó la anfetamina, una sustancia sintetizada en 1887 por el químico japonés Nagayoshi Nagai, y los laboratorios Smith Kline and French la comercializaron para uso inhalatorio como descongestionante nasal.

El periodo de máximo esplendor en el uso médico de las anfetaminas fue la década de 1960. En Gran Bretaña, por ejemplo, el 2,5% de todas las prescripciones oficiales del año 1959 eran preparados que contenían anfetaminas, siendo recomendadas, además de como anorexígenos en la obesidad, para el tratamiento de la epilepsia, esquizofrenia, depresión, colon irritable, esclerosis múltiple, traumatismos cerebrales y disfunciones sexuales.

El éxtasis y la Armada norteamericana

El prototipo de “droga de diseño”, la metilendioximetaanfetamina, conocida popularmente como “éxtasis”, fue sintetizada en 1914 en los laboratorios alemanes Merck también como agente anorexígeno, aunque no llegó a ser comercializada.

Patente concedida por el Imperio alemán a Merck por la síntesis de MDMA, presentada en 1912 y aceptada en 1914. Wikimedia Commons

Sin embargo, fue utilizada con fines de investigación por la Armada norteamericana durante las décadas de 1950 y 1960, y como agente facilitador de la comunicación (agente entactógeno) entre el psicoterapeuta y el paciente durante la década de 1970.

Otras drogas de abuso de introducción más reciente en el arsenal recreativo vienen del mundo de los anestésicos, como la fenciclidina, denominada en el mercado ilegal “polvo de ángel”; la ketamina, otro anestésico general disociativo usado especialmente en niños y ancianos, además de en cirugía veterinaria, que pasó al uso recreacional (“ketas”, “special K”) al descubrirse casualmente, en la década de 1990, sus efectos psicodélicos tras la recuperación de la anestesia; o el gammahidroxibutirato (GHB), conocido vulgarmente como “éxtasis líquido”, otro anestésico empleado también en el tratamiento del edema cerebral y del alcoholismo y como ingrediente de complementos alimenticios de uso en gimnasios.

Agentes de la Oficina Federal de Estupefacientes de Estados Unidos introducen en una incineradora bloques de heroína confiscados en 1936. Shutterstock / Everett Collection

Los fenómenos adictivos asociados al consumo de heroína y cocaína ya eran conocidos en las primeras décadas del siglo XX. La Pure Food and Drug Act, de 1906, puso las primeras restricciones a la manufacturación de ambas sustancias. En 1914 la cocaína fue ilegalizada en Estados Unidos en aplicación de la Harrison Narcotic Control Act, y una década después, en 1924, se prohibió la heroína. Finalmente, en 1937 se publicó la Marihuana Tax Act, que prohibía el consumo de cannabis, incluido en la lista de sustancias prohibidas de la Convención sobre Drogas Narcóticas en 1961.

Todos ellos claros ejemplos, en la metáfora farmacéutica, del paso de héroes a villanos.

El mundo de Eduardo Toda

Eduardo Toda durante su viaje a Egipto con la expedición Maspero en 1886

Autor: FÈLIX RIERA, 

Fuente: La Vanguardia 20/06/2020

Hay hombres que solo adquieren notoriedad gracias a sus obras y otros que la consiguen al unir sus singulares vidas a estas. Uno de estos hombres notables, vitalistas, curiosos y cultos fue Eduardo Toda i Güell (1855-1941).

Fue vicecónsul de Macao, Hong-Kong, Cantón y Xiang-Hai, China. Luego cónsul en El Cairo, Egipto. Más tarde fue destinado a Glasgow y Helsinki. Luego fue también a Cagliari, en la isla de Cerdeña, Argel, París y Hamburgo. Josep Pla le dedicó un Homenot destacando que “el señor Toda ha contribuido a desprovincianizar el país”.

Hablaba siete idiomas, construyó una de las más variopintas bibliotecas que se conocen, donde uno podía hallar todo tipo de materias, lenguas e intereses; fue el padre de la egiptología española, escritor, columnista, historiador de arte y licenciado en Derecho. Fue un hombre abierto al asombro y al interés por comprender otras culturas; pero que tuvo una fijación o, como advirtió Josep Pla, una obsesión que le acompañó toda su vida: la reconstrucción del monasterio de Poblet. Poblet fue devastado, incendiado por las revueltas anticlericales de 1835 en España.

Diplomático, historiador, escritor, políglota…, de Eduardo Toda dijo Josep Pla que “contribuyó a desprovincianizar el país”

Desde muy joven, Toda se preocupó por el abandono que sufrió Poblet y se propuso su restauración. La obsesión por Poblet fija un aspecto central de su carácter, que se refleja también en sus dos otras obsesiones: China y Egipto. No se trata solo de viajar para ver sino para aprender a mirar todo aquello que le rodea. Una muestra de esta vocación por saber y restaurar el pasado desde el conocimiento lo encontramos en una obra que ahora se ha reeditado y que lleva por título A través del Egipto.

En esta edición los lectores podrán disfrutar de las ilustraciones de José Riudavets que ya acompañaron el texto cuando se publicó en 1889. Se trata de un libro para descubrir un Egipto relatado desde una mirada liberal y abierta que, en muchos aspectos, sigue vivo, como cuando relata las angostas calles de El Cairo. Su mirada sobre Egipto es la de un liberal que lucha contra los prejuicios y contra una visión fantasiosa de la vida.

Toda disfrazado de momia en  el museo de Bulacq,
Toda disfrazado de momia en el museo de Bulacq,

Su capítulo dedicado a la religión musulmana debería ser de obligatoria lectura en las escuelas. En él, describe los ritos acercándose a sus textos sagrados, a su organización religiosa, sin la más mínima carga de prejuicios occidentales. Su lectura ofrece un recorrido que va desde la historia de Egipto hasta su organización social, política, económica, describiendo sus paisajes, ciudades, ruinas y devastaciones.

Actúa como lo haría en Poblet, pero en el caso de Egipto restaurándolo desde la literatura. Un esfuerzo que permite al lector presenciar las grandes edificaciones egipcias, las ruinas de las grandes necrópolis que han sido destruidas, saqueadas o simplemente abandonadas. Todas las reconstruye de forma precisa, técnica y poética.

Sobrepasa el viaje mítico para ofrecer un viaje real de lo antiguo, y su capítulo sobre la religión debería ser de lectura obligatoria

El antiguo Egipto de los faraones reconstruido más allá de las actitudes del expolio colonialista que el país sufrió, para levantar acta de una civilización que Toda no observa como algo muerto sino vivo. El viaje que propone es a través, de un lado a otro, del presente al pasado, pero también del pasado al presente que le tocó vivir.

Ahí reside el interés de su propuesta literaria. Sobrepasa el viaje mítico para ofrecernos un viaje real por lo antiguo. Toda consiguió reconstruir Poblet junto a sus amigos Antoni Gaudí y Josep Ribera. Murió en 1941 y fue enterrado en el monasterio de Poblet.

‘Senderos de gloria’, una película contra todas las guerras

Autor: Ínigo Sáenz de Ugarte.

Fuente: guerraeterna.com 09/02/2020

Muchos años después del estreno de ‘Senderos de gloria’, Kirk Douglas contó en 1969 al crítico de cine Roger Ebert que estaba convencido de que la película seguiría siendo un clásico para siempre, además de su mejor actuación. «Esa es una película que siempre será buena, también dentro de muchos años. No tengo que esperar 50 años para saberlo. Lo sé ahora». Douglas era consciente de que la película se había hecho gracias a él en primer lugar. El proyecto de Stanley Kubrick no había recibido ningún apoyo en los grandes estudios de cine. El interés de Douglas por el guión y por interpretarla lo cambió todo y United Artists aceptó financiarla con 935.000 dólares.

La muerte de Kirk Douglas con 103 años el pasado 5 de febrero ha recordado ahora algunas de sus mejores actuaciones. ‘Senderos de gloria’ (1957) es una de ellas, a lo que se une el hecho de que está considerada una de las grandes películas de guerra y una con el mensaje antibelicista más claro y nítido de entre todas ellas. Desde el primer momento, su fuerza resultó evidente, aunque no fuera un éxito de taquilla. El Gobierno francés dejó claro que no permitiría su estreno en el país, con lo que la distribuidora prefirió no intentarlo. No llegó a Francia hasta 18 años más tarde, en marzo de 1975.

Kubrick, con sólo 29 años, demostró una habilidad casi impropia de su edad. Ya entonces tenía un temperamento autoritario en el rodaje al ser un hombre con las ideas muy claras sobre lo que debía hacer. Tuvo choques con Douglas, una gran estrella, lo que no impidió que dos años después el actor le ofreciera la dirección de ‘Espartaco’ después de que Anthony Mann sólo durara una semana.

Si saber engañar o cautivar a los actores es una tarea imprescindible en algún momento para un director, no cabe duda de que Kubrick demostró un gran talento al convencer a Adolphe Menjou de que interpretara el papel del general Broulard. Nacido en EEUU de padre francés, Menjou era un republicano radical que pensaba que Roosevelt era un socialista que sólo quería arrebatar a los ricos el dinero que habían ganado (incluido el suyo). Cooperó sin problemas con la caza de brujas, porque sostenía que Hollywood estaba lleno de comunistas. Había participado en la IGM como capitán en una unidad de ambulancias. Era improbable que quisiera participar en una película de mensaje antibélico.

Kubrick lo consiguió jugando la carta del ego. Le dijo que su papel era básico en la película –lo que era cierto, pero no el sentido en que pensaba Menjou– y que Broulard era un buen general que intentaba asumir la responsabilidad del mando en circunstancias difíciles. Para completar la jugada, el director sólo le entregó las páginas del guión en las que aparecía su personaje.

En el rodaje, Menjou tuvo que soportar una de las características por las que es conocido Kubrick. La repetición de las escenas hasta que quedaran exactamente como él quería. En una de esas ocasiones, el actor montó en cólera, dijo a gritos que no podía hacerlo mejor y se quejó de la inexperiencia del director en la dirección de actores. Kubrick no perdió la calma. Dejó que Menjou explotara y le dijo sin levantar la voz: «No ha quedado bien y vamos a seguir haciéndola hasta que quede bien. Y lo conseguiremos, porque vosotros sois muy buenos». La dosis justa de elogios tranquilizó al actor, que aceptó hacer una toma más.

Años después, Kubrick explicó a Gene Philips la razón de su perfeccionismo en los rodajes: «El cineasta debe recordar que tendrá que vivir con esa película el resto de su vida, una vez que la haya terminado». Si el director hace demasiadas concesiones en el rodaje con los actores o cualquier otra persona para evitar conflictos, esos errores quedarán fijos para siempre.

Al igual que en otras de sus películas como ‘La chaqueta metálica’ o ‘Barry Lyndon’, Kubrick plantea al espectador el elemento deshumanizador que caracteriza a cualquier guerra, donde los soldados sólo son carne de cañón con la que satisfacer los deseos de los gobiernos o los generales. Ambientada en la Primera Guerra Mundial, el escenario del segundo acto es un ataque imposible contra las defensas alemanas para el que el general Mireau (George Macready) no tiene en cuenta ni la fortaleza de las posiciones enemigas ni el estado de sus tropas. El coronel Dax (Kubrick) se convierte en una pieza fundamental de la maquinaria de guerra, pero al mismo tiempo es consciente del destino que espera a sus hombres. Sólo puede cumplir órdenes, aunque intuye que todo acabará en una matanza.

Será en el tercer acto –los generales ordenan la celebración de un consejo de guerra a tres soldados elegidos de forma arbitraria para castigar el fracaso del ataque– cuando Dax da un paso al frente. Defiende en el juicio a los acusados y después reprocha al general Broulard (Adolphe Menjou) su falta de humanidad. Broulard ha sabido que Mireau llegó a ordenar un ataque de artillería contra sus propias tropas para que no se retiraran. De forma astuta, le comunica que habrá una investigación, a la que resta toda importancia, y le releva del mando. De inmediato, ofrece el puesto a Dax, que no puede creer lo que oye. Convencido de que todos son como él, el general se burla de su perplejidad: «No exagere la sorpresa», le dice sonriendo. «Ha buscado ese puesto desde el principio. Todos lo sabemos, chico».  Obviamente, Broulard piensa que todos son como él. Dax ya no puede disimular: «Señor, ¿puedo sugerirle lo que puede hacer con ese ascenso?». Broulard le exige que se disculpe y Dax estalla: «Pido disculpas por no haberle dicho antes que es un viejo degenerado y sádico».

La película está basada en la novela del mismo nombre de Humphrey Cobb publicada en 1935 que a su vez estaba inspirada en un hecho real ocurrido en la IGM. El 17 de marzo de 1915, el general francés Delétoile ordenó fusilar a seis soldados elegidos al azar para castigar a una unidad por cobardía en el frente. La práctica de ejecutar a un número de soldados en representación de un grupo numeroso procede de las legiones romanas. La ‘decimatio’ consistía en dividir a una cohorte señalada por un motín o cobardía en grupos de diez soldados y ordenar que uno de ellos fuera asesinado por el resto.

Las condenas a muerte por deserción fueron frecuentes en la IGM, aunque la mayoría eran conmutadas por una pena de prisión. En el caso del Ejército británico, hubo por este motivo cuatro ejecuciones en 1914, 55 en 1915 y 95 en 1916, según cuenta Adam Hochschild en su libro ‘Para acabar con todas las guerras. Una historia de lealtad y rebelión (1914-1918). Hochschild precisa que la cifra real puede ser mayor, porque desaparecieron los registros de las ejecuciones realizadas en los destacamentos de los 100.000 soldados indios que combatieron en Europa.

Los enfermeros se llevan a un soldado herido de una trinchera alemana conquistada en la batalla del Somme en 1916. Imperial War Museum

Los mandos militares de esa guerra, como de muchas posteriores, nunca entendieron que pudiera existir algo como la neurosis de guerra. El síndrome de estrés postraumático no se empezó a considerar como una dolencia hasta los años 70. La experiencia de soportar durante largos periodos de tiempo el bombardeo de la artillería o morteros terminaba destrozando los nervios de muchos soldados y provocaba crisis nerviosas, pánico a morir o a quedar enterrado en la trinchera, o deseos irrefrenables de huir. «Aparte de la cantidad de personas que volaban en pedazos, las explosiones eran tan aterradoras que cualquiera que se encontrara en un radio de cien metros podía perder la razón después de varias horas, y el séptimo batallón tuvo que enviar lejos del frente a varios hombres en un estado de balbuceante indefensión», escribió un teniente británico después de pasar por esa experiencia en Ypres (citado por Hochschild en su libro).

Una escena de ‘Senderos de gloria’ muestra esa realidad. El general Mireau está inspeccionando las trincheras y entablando breves conversaciones con los soldados. Uno de ellos tiene la mirada pérdida y no termina de responder a las preguntas. «Tiene neurosis» (shell-shocked), dice un sargento. «Perdone, sargento. No existe tal cosa», dice Mirabeu. El soldado termina viniéndose abajo. «Compórtese. Está actuando como un cobarde», grita el general. «Yo soy un cobarde, señor», responde el soldado y Mireau le da una bofetada.

En la película, el consejo de guerra a los tres soldados se celebra en el cuartel general de las tropas francesas para el que Kubrick eligió un palacio alemán situado cerca de Múnich. El contraste entre el lujo del edificio con sus muros altos y relieves en las paredes no puede ser más llamativo con las trincheras abarrotadas de soldados que hemos visto antes. El juicio es una farsa. Está claro desde el principio que serán condenados, a pesar de todos los esfuerzos de Dax. Los soldados pagarán con su vida, porque los generales no aceptarán que el fracaso de la operación se debía a sus planes irreales.

Kubrick filma la ejecución con toda su crudeza sin hurtar al espectador el plano en el que figuran tanto el pelotón disparando como los soldados muriendo bajo las balas. No hay una elipsis ni se resume el fusilamiento en los rostros de las personas que lo presencian. Una de las víctimas está atada a una camilla al estar inconsciente a causa de un golpe en la cabeza producido por una caída en la celda la noche anterior. En una película no demasiado larga, 87 minutos, Kubrick se toma su tiempo para no obviar ningún detalle de la ejecución.

Lions led by donkeys (leones dirigidos por burros). En los años posteriores a la IGM, la devastadora carnicería extendió la idea de que los bravos soldados británicos o franceses habían sido comandados en el campo de batalla por generales imbéciles que los habían enviado a la muerte con una estrategia que no podía tener éxito. Con el paso del tiempo, ese punto de vista ha sido discutido o matizado por los historiadores. El empate estratégico producido a finales de 1914 provocó una guerra de trincheras y sucesivas ofensivas de las que ningún bando obtuvo una ventaja significativa durante mucho tiempo. El segundo acto de ‘Senderos de gloria’ refleja con verosimilitud ese escenario sin entrar en un análisis histórico preciso de las condiciones en que produjo la guerra.

Pocos acontecimientos reflejan tan bien ese drama como la batalla del Somme en 1916. El primer día de esa batalla (1 de julio) tuvo un balance estremecedor para los británicos: 57.470 bajas, incluidos 19.240 muertos. El peor día en la historia de su Ejército. Al final de los combates en noviembre, los aliados habían avanzado diez kilómetros. El precio en vidas humanas fue increíble en ambos bandos. 146.000 muertos y desaparecidos entre los aliados, 164.000 entre los alemanes. Batallas como esa fueron lo que hizo que el general Douglas Haig, jefe máximo de las fuerzas británicas, fuera denominado ‘el carnicero del Somme’. Al igual que otros militares de la época, también entre los alemanes, Haig pensaba en 1914 que la guerra duraría meses, no años.

El historiador británico Max Hastings me contó en una entrevista que esos generales se subieron superados por unas circunstancias que no podían controlar: «En los años treinta se pensaba que, si los generales (de la IGM) hubieran sido más inteligentes, habrían podido ganar la guerra sin que muriera tanta gente. Pero los académicos actuales creen que la tecnología de la defensa era mucho más fuerte que la tecnología del ataque».

Es evidente que cuando la aviación jugó en la IIGM un papel mucho más importante la posibilidad de establecer una defensa infranqueable en campo abierto era mucho más reducida (un caso distinto es el de los combates en ciudades, como Stalingrado). Entre 1914 y 1918, cuenta Hastings, los generales pensaban que esas ofensivas masivas contra posiciones bien defendidas por un alto número de soldados eran la única forma de ganar la guerra, de provocar tal desgaste en el enemigo que más tarde o más temprano tendría que ceder. Eso sólo ocurrió en 1918 en el momento en que Alemania llegó al límite de su resistencia después de sucesivas y constantes matanzas.

La realidad es que «por pura inocencia, hay gente que piensa que hay una forma humana de luchar en una guerra, pero eso no es así», decía Hastings.

La única forma de hacerlo es no empezar esa guerra.

https://youtu.be/XohngVy9cho

El concilio que trajo a la Iglesia al presente y la proyectó al futuro

Juan XXIII durante la sesión inaugural del Concilio Vaticano II en la Basílica de san Pedro (AP)

Autor: Ramón Álvarez

Fuente: La Vanguardia 10/01/2020

EL CONTEXTO

“Pronuncio ante sus eminencias temblando de conmoción, pero al mismo tiempo con humilde resolución de propósito, el nombre y la propuesta de la doble celebración de un Sínodo Diocesano para la Urbe y de un Concilio Ecuménico para la Iglesia Universal”. Cuando Juan XXIII se dirigió con estas palabras al Colegio Cardenalicio tras la celebración de la Conversión de san Pablo en la basílica vaticana no habían transcurrido aún tres meses desde su elección como Papa el 28 de octubre de 1958.

Con la misma sorpresa con la que había sido nombrado sucesor de Pío XII en la Cátedra de san PedroAngelo Giuseppe Roncalli daba un giro de timón a la Iglesia católica convocando el Concilio Vaticano II e invalidando la consideración de pontífice de transición que le había atribuido la prensa por lo que entonces se consideró una avanzada edad (estaba a punto de cumplir los 77 años).

La Iglesia, en aquel momento, estaba instalada en el debate teológico, doctrinal y pastoral que había dejado abierto el Concilio Vaticano I, convocado por Pío IX en 1869 y suspendido abruptamente menos de un año después de su inicio por el estallido de la guerra franco-prusiana y la ocupación de los Estados Pontificios. La reacción al modernismo planteada en aquel concilio, reforzada durante el Pontificado de Pío X (1903-1914) contrastaba con las corrientes teológicas que cuestionaban el literalismo bíblico y las prácticas de una Iglesia urbana y misionera que habían abierto la puerta a los movimientos laicos.

Portada de La Vanguardia del 2 de junio de 1963 , dedicada a Juan XXIII y al Concilio Vaticano II

Juan XXII respondió a ese aggiornamento o puesta al día que exigían diversos sectores de la propia Iglesia, que aún oficiaba la misa en latín, con los retos de “promover el desarrollo de la fe católica, renovar la vida cristiana de los fieles, adaptar la disciplina eclesiástica a las necesidades y métodos de los nuevos tiempos y lograr la mejor interrelación con las demás religiones, principalmente las orientales”, en un novedoso llamamiento al ecumenismo.

Tras más de tres años de preparativos para el que ha sido el mayor concilio eclesiástico, el Pontífice inauguró el Concilio el 11 de octubre de 1962 con este Gaudet Mater Ecclesia que aparece ligeramente extractado bajo estas líneas y donde apunta todas las líneas de trabajo de las sesiones. El concilio reunió a 2.450 obispos, así como a superiores generales de las grandes congregaciones católicas, expertos y teólogos invitados por el propio pontífice y representantes de otras Iglesias cristianas.

Juan XXII no pudo cerrar el concilio ni promulgar ninguna de sus resoluciones al fallecer repentinamente el 3 de junio de 1963, cuando aún se celebraba su primera etapa. Su sucesor, Pablo VI, presidió las tres restantes hasta su clausura el 8 de diciembre de 1965. En cualquier caso, el Vaticano II siguió tanto el guión como el espíritu trazado por Roncalli, situó a la Iglesia en el presente y la reforzó ante un mundo en transformación.

Así informó La Vanguardia sobre la inauguración del Concilio Vaticano II (1) (2) (3) (4) (5) (6) (7) (y 8)

EL DISCURSO

“La sucesión de los diversos Concilios celebrados hasta ahora atestiguan claramente la vitalidad de la Iglesia católica y señalan los puntos luminosos de su historia. El gesto del más reciente y humilde sucesor de San Pedro, que os habla, al convocar esta solemnísima asamblea tiene la finalidad de afirmar una vez más la continuidad del magisterio eclesiástico para presentarlo, de una forma excepcional, a todos los hombres de nuestro tiempo, teniendo en cuenta las desviaciones, las exigencias y las oportunidades de la edad moderna.

”Mas, junto a estos motivos de júbilo espiritual, es cierto, sin embargo, que sobre esta historia se extiende, a través de más de diecinueve siglos, una nube de tristezas y de pruebas. Por algo el anciano Simeón dijo a María, Madre de Jesús: “Este Niño está puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, y como señal de contradicción”. Y el mismo Jesús, ya adulto, fijó bien claramente la postura sucesiva del mundo con respecto a su persona a lo largo de los siglo en aquellas misteriosas palabras: “Quien a vosotros escucha a mí me escucha”. Y con aquellas otras: “Quien no está conmigo está contra mí y quien no recoge conmigo desparrama”. El gran problema planteado al mundo queda en pie tras casi dos mil años. Cristo, radiante siempre en el centro de la historia y de la vida.

”Los hombres o están con él, y con su Iglesia, y en tal caso gozan de la luz de la bondad, del orden y de la paz, o bien están sin él, y deliberadamente contra su Iglesia con la consiguiente confusión y aspereza en las relaciones humanas y con persistentes peligros de guerras fratricidas.

Hay además otro argumento que es útil proponer a vuestra consideración. En el cotidiano ejercicio de nuestro ministerio pastoral llegan a veces a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de almas que carecen del sentido de la discreción y de la medida. Tales son quienes, en los tiempos modernos, no ven otra cosa que prevaricación ruina.

Llegan a veces a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de almas que carecen del sentido de la discreción y de la medida y en los tiempos modernos no ven otra cosa que prevaricación ruina”

Juan XXIII

”Van diciendo que nuestra edad, en comparación con las pasadas, ha empeorado, y, así, se comportan como quienes nada tienen que aprender de la historia, la cual sigue siendo maestra de la vida y como si en los tiempos de los precedentes Concilios Ecuménicos todo procediese próspera y rectamente en torno a la doctrina y a la moral cristiana, así como a la justa libertad de la Iglesia. Mas nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos, como si fuese inminente el fin de los tiempos.

”En el presente orden de cosas, en el cual parece apreciarse un nuevo orden de relaciones humanas, es preciso reconocer los arcanos designios de la Providencia Divina que, al través –muchas veces sin que ellos lo esperen– se llevan a término, haciendo que todo, incluso las adversidades humanas, reducen en bien para la Iglesia. Fácil es apreciar esta realidad si se considera atentamente el mundo moderno, ocupado en la política y en controversias de orden económico hasta el punto de no encontrar ya tiempo para preocupaciones de orden espiritual que son las que pertenecen al sagrado ministerio de la Iglesia. Tal modo de obrar no es recto y es, por tanto, justo desaprobarlo.

”Con todo, no se puede negar que estas nuevas condiciones impuestas por la vida moderna tienen al menos una ventaja: la de haber hecho que desaparezcan los innumerables obstáculos que en otros tiempos impedían el libre obrar de los hijos de la Iglesia.

”Lo que principalmente atañe al Concilio Ecuménico es esto, que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado enseñado en forma cada vez más eficaz.Tal doctrina comprende al hombre entero, compuesto de alma cuerpo, el cual –como peregrino que es sobre esta tierra– le enseña que debe aspirar al cielo. Esto demuestra que se debe ordenar nuestra vida mortal de modo que, cumpliendo nuestros deberes de ciudadanos de la tierra y del cielo, consigamos el fin establecido por Dios. Lo cual quiere decir que todos los hombres, particularmente considerados o reunidos socialmente, tienen el deber de tender sin treguas, durante toda su vida, a conseguir los bienes celestiales y a usar, llevados de este solo fin, los bienes terrenos sin que el empleo de los mismo comprometa la felicidad eterna.

Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades que siempre están anunciando infaustos sucesos, como si fuese inminente el fin de los tiempos”

JUAN XXIII

”Ha dicho el Señor: ‘Buscad primero el reino de Dios y su justicia’. Estas palabras, primero, expresan la dirección hacia la que deben moverse nuestros pensamientos y nuestras fuerzas, pero no han de olvidarse las otras palabras de este precepto del Señor: “Y todo lo demás se os dará por añadidura”.

”En realidad, hubo siempre en la Iglesia, y hay todavía, quienes buscando con todas sus energías la práctica de la perfección evangélica rinden una gran utilidad a la sociedad. Pero, a fin de que esta doctrina alcance a los múltiples campos de la actividad humana, referentes al individuo, a la familia, a la sociedad, es necesario, ante todo, que la Iglesia no se separe del patrimonio sagrado de la verdad, recibido de los padres, pero, al mismo tiempo, tiene que mirar al presente, considerando las nuevas condiciones y formas de vida introducida en el mundo moderno, que han abierto nuevas rutas al apostolado católico. Por esta razón la Iglesia no ha asistido inerte al progreso admirable de los descubrimientos del ingenio humano y ha sabido estimarlos debidamente. Mas, aun siguiendo estos desarrollos, no deja de advertir a los hombres para que, por encima de las cosas visibles, vuelvan sus ojos a Dios; fuente de toda sabiduría y de toda belleza y no olviden ellos, a quienes se dijo: ‘Sujetad la Tierra y dominadla’.

”Después de esto está claro lo que se espera del Concilio por cuanto a la doctrina se refiere. Es decir, el Concilio Ecuménico, que se servirá del eficaz e importante auxilio de aquellos que sobresalen por su ciencia en las disciplinas sagradas, por su experiencia en el apostolado y en la organización, quiere transmitir pura e íntegra, sin atenuaciones, la doctrina que durante veinte siglos se ha convertido en patrimonio común de los hombres. Patrimonio que aunque no haya recibido gratamente por todos, constituye una riqueza para todos los hombres de buena voluntad. Nuestro deber no es sólo custodiar este tesoro precioso como si únicamente nos ocupásemos de la antigüedad, sino también dedicarnos con voluntad diligente, sin temores, a la labor que exige nuestro tiempo, prosiguiendo el camino que la Iglesia recorre desde hace veinte siglos.

Las nuevas condiciones impuestas por la vida moderna tienen una ventaja: la de haber hecho que desaparezcan los obstáculos que en otros tiempos impedían el libre obrar de los hijos de la Iglesia”

Juan XXIII

”Ni la tarea principal del Concilio va a estar en discutir uno u otro artículo de la doctrina fundamental de la Iglesia. Para esto no era necesario un Concilio. Sin embargo, de la adhesión renovada, serena y tranquila a todas las enseñanzas de la Iglesia en su integridad precisión, como todavía aparecen en las actas conciliares de Trento y del Vaticano y, sobre todo, el espíritu cristiano, católico y apostólico de todos espera que se dé un paso adelante hacia una penetración doctrinal y una formación de las conciencias que estén en correspondencia más perfecta con la fidelidad de la auténtica doctrina, estudiando ésta y exponiéndola en conformidad con los métodos de la investigación y con la expresión literaria que exigen los tiempos actuales.

”Una cosa es la sustancia del depositum fidei, es decir, de las verdades que contiene nuestra venerada doctrina, y otra la manera cómo se expresa, y de ello ha de tenerse gran cuenta –con paciencia si fuese necesario– ateniéndose a las normas y exigencias de un magisterio de carácter predominantemente pastoral.

”Al iniciarse el Concilio Ecuménico Vaticano II, es evidente como nunca que la verdad del Señor permanece siempre.Vemos, en efecto, que las opiniones de los hombres se suceden excluyéndose mutuamente y que los errores se desvanecen como la niebla ante el sol. Siempre se opuso la Iglesia a estos errores, frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestros tiempos, sin embargo, la esposa de Cristo prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos.

La Iglesia tiene que mirar al presente, considerando las nuevas condiciones y formas de vida introducida en el mundo moderno, que han abierto nuevas rutas al apostolado católico”

Juan XXIII

”No es que falten doctrinas falacesopinionesconceptos peligrosos que hay que prevenir disipar, pero ellos están así en evidente contraste con la recta norma de la honestidad y han dado frutos tan perniciosos que ya los hombres, por sí solos, hoy día parece que están por condenarlos, y, en especial, aquellos de la técnica dominadora o del bienestar fundado exclusivamente sobre las comodidades de la vida. Lo que más cuenta es que la experiencia les ha enseñado que la violencia causada a otros, el poder de las armas, el predominio político nada sirven para una feliz solución de los graves problemas que los afligen.

”Estando así las cosas, la Iglesia católica, al elevar la antorcha de la verdad religiosa, quiere mostrarse madre amable de todos benigna para con los hijos separados de ella. La Iglesia, pues, no ofrece riquezas caducas a los hombres de hoy, no promete una felicidad sólo terrena, sino que los hace participantes de los bienes de la gracia divina, que elevando a los hombres a la dignidad de hijos de Dios, constituye una poderosísima tutela y ayuda para una vida más humana, abre las fuentes de su doctrina vivificadora, que permita a los hombres iluminados por la luz de Cristo el comprender aquello que son realmente su excelsa dignidad, su fin.

Nuestro deber no es sólo custodiar este tesoro precioso como si únicamente nos ocupásemos de la antigüedad, sino también dedicarnos con voluntad diligente, sin temores, a la labor que exige nuestro tiempo

JUAN XXIII

”Ella, finalmente, por medio de sus hijos, extiende por doquier la amplitud de la caridad cristiana, que más que ninguna otra cosa contribuye a extirpar las semillas de las discordias y con mayor eficacia que con cualquier otro medio fomenta la concordia, la justa paz y la unión fraternal de todos.

”La solicitud de la Iglesia en promover y defender la verdad deriva del hecho de que, según el designio de Dios, ‘el cual quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad’, no pueden los hombres, sin la ayuda de toda la doctrina revelada, conseguir una completa y firme unidad de ánimos a la que está ligada la verdadera paz y la salvación eterna. Desgraciadamente, la familia cristiana no ha conseguido plenamente esta visible unidad en la verdad.

”La Iglesia católica estima, por lo tanto, como un deber suyo el trabajar denodadamente a fin de que se realice el gran misterio de aquella unidad que Jesucristo ha invocado con ardiente plegaria del Padre Celestial en la inminencia de su sacrificio. Y, finalmente, la unidad en la estima y en el respeto hacia la Iglesia católica de parte de quienes todavía siguen religiones no cristianas. A este propósito es motivo de dolor considerar que la mayor parte del género humano –a pesar de que todos los hombres han sido redimidos por la sangre de Cristo– no participa aún de esas fuentes de gracia divina que se hallan en la Iglesia.

En nuestros tiempos, la Iglesia prefiere usar de la medicina de la misericordia más que de la severidad. Piensa que hay que remediar a los necesitados mostrándoles la validez de su doctrina sagrada más que condenándolos”

Juan XXIII

”Venerables hermanos: esto es lo que se propone el Concilio Ecuménico Vaticano II, el cual prepara y consolida ese camino hacia la unidad del género humano que constituye el fundamento necesario para que la ciudad terrenal se organice a semejanza de la ciudad celeste, “en la que reina la verdad, dicta ley la caridad y cuyas fronteras son la eternidad”.

”Ahora, ‘nuestra voz se dirige a vosotros’. Venerables hermanos en el episcopado: henos aquí juntos, reunidos en esta basílica vaticana, en torno a la cual gira ahora la historia de la Iglesia, donde el cielo y la tierra se unen en estos momentos estrechamente, aquí, junto al sepulcro de Pedro, junto a tantas tumbas de nuestros santos predecesores, cuyas cenizas parecen alborozarse en esta hora solemne con un estremecimiento arcano. El Concilio que comienza aparece en la Iglesia como un día prometedor de luz resplandeciente. Todo esto pide de vosotros serenidad de ánimo, concordia fraternal, moderación en los proyectos, dignidad en las discusiones y sabidurías en las deliberaciones.

”Quiera el Cielo que vuestros esfuerzos y vuestros trabajos satisfagan abundantemente las aspiraciones comunes”.

El arte español expoliado por los Bonaparte

‘Napoleón cruzando los Alpes’ (1801), de Jacques-Louis David. (Dominio público)

Autor: CARLOS JORIC 

Fuente: La Vanguardia 11/02/2020

Primero fueron Bélgica y Holanda (1794), después Italia (1796), luego Egipto (1798) y más tarde Austria y Prusia (1806). Cuando las tropas napoleónicas entraron en España en 1808, llevaban más de una década saqueando el patrimonio artístico de los territorios que habían conquistado. La excusa para perpetrar estos expolios fue la creación en París del Muséum central des Arts (luego rebautizado como Museo Napoleón y más tarde como Louvre), una gran pinacoteca destinada a albergar los tesoros artísticos que, según las autoridades francesas, habían permanecido ocultos o ignorados en sus países de origen.

Inspirada por los ideales de la Ilustración, la Francia posrevolucionaria pretendía erigir un gran templo de las artes accesible a todos los franceses, una síntesis del arte mundial que sirviera como instrumento de instrucción pública y como expresión del poder y nivel cultural de la nueva nación.

Como dijo Napoleón Bonaparte en su discurso ante el Directorio: “La República Francesa, por su fuerza, la superioridad de su luz y de sus artistas, es el único país del mundo que puede proporcionar un asilo inviolable a estas obras maestras”. En la práctica, como veremos, este “deber cultural” será utilizado en muchas ocasiones como justificación para otro tipo de actividades mucho menos elevadas.

Las “plazuelas” de José I

La llegada al trono español en 1808 del hermano mayor de Napoleón, José Bonaparte , favoreció la implementación de una serie de medidas que contribuyeron a poner en circulación buena parte del patrimonio artístico español; unas obras de gran riqueza, muchas de las cuales habían permanecido inalteradas y prácticamente ignotas durante siglos en el interior de conventos y palacios. El mandato más importante fue un Real Decreto del 18 de julio de 1809 por el cual se suprimieron las órdenes religiosas masculinas y se incorporaron sus bienes –obras de arte, joyas, terrenos, edificios– al Estado.

Una de las medidas adoptadas por el nuevo gobierno fue un proyecto para crear un gran museo público en Madrid

Con esta desamortización, el nuevo monarca pretendía paliar la mala situación económica en la que se encontraba el país e iniciar una serie de reformas que le permitieran ganarse el favor del pueblo y afianzarse en su cuestionadísimo trono. Tanto el rey como los distintos gobernadores militares se afanaron en mejorar el estado de sus ciudades a través de la puesta en marcha de diversas obras de carácter público: se modernizaron los saneamientos, se trasladaron los cementerios a las afueras de las urbes y se abrieron plazas y paseos para descongestionar los abigarrados e insalubres centros urbanos.

Estas obras, que provocaron el derribo de decenas de edificios religiosos, fueron recibidas con desdén por gran parte de la población. Un menosprecio que tiene más que ver con el rechazo al rey intruso, a quien los madrileños empezaron a referirse como “Pepe Plazuelas”, que con el carácter de las reformas.

Otra de las medidas adoptadas por el nuevo gobierno fue un proyecto para crear un gran museo público en Madrid. Inspirado en el de Napoleón, el Museo Nacional de Pinturas, como se llamó inicialmente, iba a ser el equivalente español de otros museos nacionales creados por los Bonaparte en Europa, como la Pinacoteca de Brera en Milán o los museos de Bellas Artes de Bruselas y Ámsterdam.

Jose I fue proclamado rey de España por su hermano Napoleón.
Jose I fue proclamado rey de España por su hermano Napoleón. (Dominio público)

El objetivo era que el museo madrileño albergara una muestra representativa de las diferentes escuelas españolas de pintura con obras provenientes de los conventos y colecciones privadas incautados. Con este propósito, se hizo acopio de unos mil quinientos cuadros, que fueron depositados –la mayoría en muy malas condiciones de conservación– en varios edificios religiosos de toda España. El lugar elegido como sede fue el palacio de Buenavista (actual Cuartel General del Ejército), que había sido propiedad de la duquesa de Alba y posteriormente del defenestrado primer ministro Manuel Godoy.

De museo a botín

El Museo Josefino, como también se denominó, se proyectó como la punta de lanza de otros museos públicos que se irían abriendo en otras ciudades, como Sevilla (en el Alcázar), Granada (en el palacio de Carlos V) o Barcelona (en la Lonja). Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones, el museo nunca se abrió. La inestabilidad política y el cambio de signo de la guerra lo impidieron.

¿Cuál fue el destino de todos esos cuadros? Paradójicamente, lo que empezó siendo una medida dispuesta para centralizar, proteger y dar a conocer el patrimonio artístico español terminó como la principal causa de su dispersión.

El proceso de recolección de estas obras fue aprovechado por gobernadores y marchantes para robarlas y comerciar con ellas. Uno de los máximos responsables de este saqueo fue el francés Frédéric Quilliet. Este oscuro personaje, mezcla de marchante y aventurero, había llegado a España antes de la guerra, durante el reinado de Carlos IV. Al cabo de poco tiempo logró introducirse en los círculos gubernamentales madrileños trabajando como asesor artístico.

Quilliet fue el encargado de inventariar las colecciones reales, en especial la del monasterio de El Escorial, de la que desarrolló un gran conocimiento, y otras importantes colecciones privadas, como la de Godoy. Cuando José I subió al trono, el marchante estaba considerado uno de los máximos expertos en pintura española. El hecho de que fuera francés influyó también para que el nuevo rey le nombrara comisario de Bellas Artes y agregado artístico del cuerpo expedicionario de Andalucía.

Gracias a su posición y conocimiento de las colecciones, Quilliet logró apropiarse de muchas de las obras que estaban destinadas a los depósitos reales. Su ambición y descaro llegaron a tal punto que, en 1810, fue cesado de su cargo acusado de apropiación indebida. Según las declaraciones de sus ayudantes, Quilliet les obligaba a borrar las señas de identificación de los cuadros para poder comerciar luego con ellos.

Regalos para todos

El saqueo institucional del patrimonio artístico español no se limitó a las artimañas de personajes como Quilliet. El propio rey contribuyó en gran medida al expolio. Por medio de varios decretos, José I utilizó los bienes incautados a las órdenes religiosas para ofrecerlos a los militares más renombrados “como testimonio particular de nuestra satisfacción por los servicios que nos han hecho”.

De esta manera, el mariscal Soult, comandante general de las fuerzas francesas en España, fue recompensado con seis cuadros, cinco de ellos procedentes de El Escorial. El general D’Armagnac, gobernador militar de Burgos y Cuenca, con cuatro. El general Sebastiani, que dirigió la ofensiva contra Andalucía, recibió tres. Y el general Dessolles, que tuvo un papel destacado en la victoriosa batalla de Ocaña, otros tres. Sin embargo, con quien más generoso se mostró el rey fue con su hermano Napoleón.

Real monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Real monasterio de San Lorenzo de El Escorial. (bluejayphoto / Getty Images/iStockphoto)

Por iniciativa propia, o quizá presionado por Vivant Denon, director del Museo Napoleón, José Bonaparte quiso contribuir a la pinacoteca parisina enviando una muestra representativa de pintura española. A través de un Real Decreto de 1809, ordenó que se formara una colección de obras de “pintores célebres de la escuela española, que ofreceremos a nuestro augusto hermano el Emperador de los franceses, manifestándole nuestros deseos de verla colocada en una de las salas del Museo Napoleón”.

La donación estaría compuesta de cincuenta cuadros de gran valor artístico, aunque, para evitar empobrecer la colección nacional, ninguno de ellos proveniente de los Reales Sitios. La tarea fue encomendada a Quilliet, quien todavía no había sido cesado de su cargo. El comisario de Bellas Artes, haciendo caso omiso a las recomendaciones del rey –y posiblemente azuzado por Denon–, realizó una selección que incluía destacadísimos lienzos pertenecientes a las colecciones reales, en especial de El Escorial, y muy pocos procedentes de los conventos suprimidos.

A pesar de las protestas del director del museo napoleónico, molesto por la tardanza, el rey no transigió. Aprovechó el expediente que se abrió al poco tiempo a Quilliet para justificar la realización de una nueva selección. Para ello nombró una comisión integrada por tres nuevos expertos: el conservador Manuel Napoli y los pintores de cámara Mariano Salvador Maella y Francisco de Goya.

Tradicionalmente se ha tendido a rebajar el grado de colaboración de esta comisión, difundiendo la idea de que sus componentes sabotearon el proyecto, de que eligieron a propósito las obras más mediocres para salvar las más sobresalientes. Sin embargo, actualmente esta versión está muy cuestionada. Algunos especialistas sostienen que esto fue más una excusa creada para limpiar el nombre de Goya, principalmente, que una realidad.

Retrato del artista Francisco de Goya.
Retrato del artista Francisco de Goya. (Archivo)

La “baja” calidad de las obras seleccionadas seguramente responde más a los deseos del rey de no donar las pinturas más importantes que a una audaz maniobra patriótica. Aunque la selección fue aprobada, el encargo continuó sufriendo retrasos a causa del mal estado de conservación de algunas obras, la desaparición de otras y las rectificaciones de última hora del monarca, que cambió varias veces de opinión sobre algunas de ellas.

Para recomponer el pedido se formó una nueva comisión. En ella ya no estaba Goya, pero sí, oficiosamente, Denon. El gerente del Museo Napoleón, harto de esperar, se había trasladado a Madrid para agilizar el envío. Durante su estancia, Denon aprovechó para elegir personalmente doscientos cincuenta lienzos más de los que se habían acordado, la mayoría pertenecientes a colecciones de la nobleza. Justificó su decisión explicando que era una indemnización por la campaña militar de España.

De los cuadros enviados, solo doce se consideraron apropiados para ser expuestos; el resto no se devolvió

De esta manera, el 26 de mayo de 1813 salieron hacia Francia trescientas pinturas. Aunque el convoy estuvo a punto de ser interceptado en la batalla de Vitoria, librada en julio de ese año, los lienzos llegaron a París en perfectas condiciones. Al final, de todos los cuadros enviados, solo doce se consideraron apropiados para ser expuestos en el museo. ¿Qué ocurrió con el resto? No se devolvió. Fueron dejados en depósito a la espera de su destino: servir como decoración para las residencias imperiales.

Patrimonio en venta

La acumulación de obras recogidas con destino al Museo Josefino excedió con mucho la capacidad de este. Para sacar partido al excedente, José I dispuso su venta como bienes nacionales. La medida fue recibida con escaso interés por los nobles españoles, muchos de ellos en el exilio y con sus propiedades intervenidas.

Pero no ocurrió lo mismo con los compradores extranjeros. Marchantes y coleccionistas de toda Europa, muchos de ellos “armados” con el Diccionario histórico de los más ilustres profesores de las Bellas Artes en España (una guía impresa por el historiador Juan Ceán Bermúdez en 1800), llegaron a España en busca de oportunidades de negocio.

Las encontraron de forma legal en las diferentes subastas públicas que se organizaron (como la gran almoneda de pinturas celebrada en julio de 1811 en la basílica madrileña de San Francisco el Grande), pero también en subastas anónimas y operaciones encubiertas, como las llevadas a cabo por el mencionado Quilliet.

'La Venus del espejo', obra de Velázquez conservada en la National Gallery de Londres y único desnudo femenino del artista.
‘La Venus del espejo’, obra de Velázquez conservada en la National Gallery de Londres y único desnudo femenino del artista. (.)

Sirva como ejemplo la transacción realizada por el pintor británico George Wallis, quien, comisionado por el anticuario William Buchanan (que dejó escrito en sus memorias que en España se conseguía pintura italiana más barata que en Italia), logró que Quilliet le vendiera de forma fraudulenta una de las joyas de la colección de Godoy: La Venus del espejo, de Velázquez . Otros marchantes prefirieron acompañar a las tropas napoleónicas en su avance por España y seguir el rastro de los botines de guerra.

Aprovechando la situación de caos y abandono en la que se encontraban las zonas en conflicto, estos comerciantes compraban a precios irrisorios todo tipo de joyas y obras de arte que los soldados habían obtenido mediante el pillaje y querían vender lo antes posible. Una práctica que representó Goya en toda su crudeza en su célebre grabado Así sucedió, perteneciente al ciclo “Los desastres de la guerra”, donde muestra a un soldado huyendo cargado de objetos preciosos tras haber matado al fraile custodio.

Para evitar estos robos, los religiosos optaron por dos soluciones: adelantarse y vender ellos mismos los tesoros de sus iglesias y conventos o esconderlos, normalmente bajo tierra o en casas particulares. Fue el caso del cabildo de la catedral de Sevilla, que decidió embarcar en un velero todo su patrimonio personal antes de que llegaran los franceses. El expolio fue tan generalizado que hasta los diplomáticos extranjeros realizaron provechosos negocios vendiendo en sus países obras adquiridas a bajo precio en España.

El rey prohibió la extracción de metales preciosos y ordenó la confiscación de todo lo que se hubiera ocultado

La situación llegó a tal extremo que el gobierno tuvo que intervenir. El 12 de septiembre de 1809, el rey prohibió la extracción de metales preciosos y ordenó la confiscación de todo lo que se hubiera ocultado. Solo se añadió una excepción: los oficiales del Ejército quedaban exentos, con la excusa de que podían haber traído sus propias joyas desde Francia. Casi un año después, el 1 de agosto de 1810, otro decreto prohibió la salida de obras de arte del país. Sin embargo, nuevamente el rey hizo excepciones.

Con la ley en vigor, muchos generales continuaron obteniendo licencias para exportar cuadros a Francia. Estas prerrogativas ponen de manifiesto una de las características del gobierno de José Bonaparte: el enorme poder que tenían los gobernadores militares de las distintas provincias y su alto grado de independencia con respecto a Madrid.

Soult, el gran expoliador

La mayoría de los mariscales franceses no se conformaron con los regalos recibidos por parte del rey. Con la excusa de la incautación de los bienes de la Iglesia, y aprovechando su gran capacidad de maniobra, muchos generales se hicieron con un considerable botín de obras de arte que luego enviaron a Francia.

Los mencionados Sebastiani, Dessolles y D’Armagnac, junto a otros como Charles Eblé, que saqueó Valladolid, o el príncipe Murat (esposo de Carolina Bonaparte, hermana del rey), que tenía predilección por la pintura italiana y flamenca, lograron sacar de España una gran cantidad de obras, que luego venderían, ellos o sus herederos, en subastas públicas.

Jean-de-Dieu Soult, uno de los principales responsables del saqueo napoleónico en España. Obra de Louis-Henri de Rudder.
Jean-de-Dieu Soult, uno de los principales responsables del saqueo napoleónico en España. Obra de Louis-Henri de Rudder. (Dominio público)

Todo ello sin olvidar el expolio perpetrado también por diplomáticos y empleados franceses. De entre todos los generales, el que destacó por su codicia y por la dimensión y calidad del botín fue el mariscal Soult. Desde su posición como general jefe del ejército de Andalucía, y tras la conquista de la región en 1810, logró apropiarse de una gran cantidad de cuadros para su disfrute personal. Para conseguirlo utilizaba habitualmente el método del chantaje.

Tras ocupar una ciudad, entraba en los conventos e iglesias y “ofrecía” su clemencia a los religiosos a cambio de que le vendieran a precios ridículos las obras de arte que más le interesaban. Más adelante, una vez instalado en Sevilla, Soult se buscó un cómplice. Este fue, nuevamente, Quilliet. Como agregado artístico del cuerpo expedicionario de Andalucía, el corrupto funcionario consiguió robar numerosos lienzos del millar de obras que se habían depositado en el Alcázar de Sevilla con vistas a trasladarse a los museos de Madrid y París.

Nadie pudo frenar el ansia depredadora de Soult. Ni los decretos imponiendo restricciones a la salida de obras de arte ni la mala relación que tuvo con el rey al término de su mandato. El mariscal estuvo enviando regularmente pinturas a su esposa en Francia hasta casi el final de la ocupación, en 1813.

Se han contabilizado diez partidas con ciento nueve óleos en total. Soult se saltaba las prohibiciones gracias a los contratos de compraventa que poseía de las obras, la mayoría obtenidos mediante coacción. Cuando no los tenía, hacía pasar las pinturas por regalos o por imitaciones sin ningún valor.

Los lienzos, que habían sido desclavados y enrollados, fueron enviados por Wellington a Inglaterra

Para facilitar su transporte, ordenaba a sus ayudantes que quitaran los marcos de los lienzos y enrollaran estos dentro de unos tubos. De esta manera, el mariscal consiguió reunir una fabulosa colección en la que destacaban los cuadros de Murillo y Zurbarán, sus pintores españoles predilectos y, en el caso del primero, el más conocido y cotizado fuera de España. Una colección que mantuvo durante toda su vida y exhibió con orgullo en su domicilio parisino y su castillo de Soult-Berg.

El equipaje del rey

Quien no lo tuvo tan fácil para sacar de España su propia colección fue José Bonaparte. En el verano de 1813, el monarca emprendió la huida hacia Francia junto a su ejército ante el rápido avance de las tropas anglo-españolas. Al llegar a Vitoria, el 21 de julio, fue interceptado por los soldados del británico duque de Wellington. Tras la decisiva batalla que se libró, saldada con la derrota francesa, el rey logró escapar y llegar hasta Francia. Sin embargo, dejó atrás parte de su equipaje.

¿Qué contenía? Además de mapas, cartas, documentos de Estado, joyas y hasta un orinal de plata, el convoy del destronado monarca portaba dibujos, grabados y más de doscientas pinturas que habían formado parte de los depósitos del frustrado Museo Josefino.

Los lienzos, que habían sido desclavados de sus bastidores y enrollados, fueron enviados por Wellington a Inglaterra. Tras ser catalogados y comprobarse que la mayoría pertenecían a las colecciones reales españolas, el general británico decidió restituirlos a España.

Las tropas británicas subastan el botín tomado durante la batalla de Vitoria.
Las tropas británicas subastan el botín tomado durante la batalla de Vitoria. (Dominio público)

A través de su hermano Henry Wellesley, entonces embajador británico en España, escribió al “deseado” Fernando VII, que había vuelto ya a ocupar el trono en Madrid, comunicándole su intención de devolverle las pinturas. No recibió respuesta. Lo volvió a intentar por medio del embajador de España en Londres. En esta ocasión sí recibió contestación.

Fue esta: “Su Majestad, conmovido por vuestra delicadeza, no desea privaros de lo que ha llegado a vuestra posesión por cauces tan justos como honorables”. De esta forma, a través de este acto de generosidad, ochenta y tres pinturas robadas por José Bonaparte de las colecciones reales, entre ellas, tres de Velázquez, cuelgan hoy de las paredes del Wellington Museum en la Apsley House de Londres.

Florence Nightingale, la enfermera revolucionaria

Grabado sobre Florence Nightingale en el hospital de Scutari durante la guerra de Crimea (Duncan1890 /Getty Images/iStockphoto)

Autora: Marta Ricart.

Fuente: La Vanguardia, 26/01/2020

Florence Nightingale es un caso peculiar: es una de las pocas mujeres que ya fue reconocida en su época y por su obra, como impulsora de la enfermería moderna. Por eso, es un símbolo feminista. En mayo se cumplirán los 200 años de su nacimiento.

Le pusieron el nombre de la ciudad donde nació, Florencia, pero era hija de una familia inglesa acaudalada y liberal para lo que era la época. Su abuelo materno, William Smith, fue un parlamentario cristiano disidente, abolicionista de la esclavitud y simpatizante de la revolución francesa y parece que su nieta heredó su espíritu revolucionario y su reformismo social.

Quería trabajar, algo inaudito entre las damas de su época

En ese tiempo, lasmujeres, o eran criadas o señoras o cogían los hábitos y Florence Nightingale no encajaba bien en ninguno de esos papeles, como señala Anna Ramió, especialista en historia de la enfermería, profesora en el campus de Sant Joan de Déu y vocal del Col.legi d’Infermeres de Barcelona (COIB). Nightingale fue educada más que muchas damas de su época y, a diferencia de la mayoría de ellas, se negó a casarse y dedicarse a una familia.

Solo con 17 años dijo haber vivido “una llamada de Dios para hacer el bien”, pero no ingresó en un convento. Quería trabajar de enfermera o educadora de pobres o delincuentes. Ella misma reconoció que entonces solo se trabajaba si eras una mujer pobre o viuda sin recursos.

Uno de los pocos retratos de Florence Nightingale
Uno de los pocos retratos de Florence Nightingale (HENRY HERING/WIKIMEDIA COMMONS)

Al regreso de un viaje por Grecia y Egipto visitó (según algunas fuentes, enfermó y fue atendida allí) el hospital luterano de Kaiserswerth, en Alemania, y conoció el trabajo de sus diaconisas (cuidadoras). Decidió volver allí para aprender, pese a la oposición familiar.

Poco después, asumió un cargo en un centro asistencial de mujeres en Londres y empezó a analizar la asistencia que prestaban hospitales de esa ciudad y de París. En 1854, gracias a su amistad con Sidney Herbert, secretario de Estado de Guerra, logró que la mandara al frente de un grupo de 38 enfermeras a la guerra de Crimea (1853-1856), que se libraba en el aún imperio otomano.

La prensa la idealizó como “la dama de la lámpara”

La prensa,como The Times, reseñaba las penosas condiciones de los soldados y en un artículo creó su leyenda como “la dama de la lámpara”, que durante la noche iba por el hospital británico en Scutari (hoy, una zona de Estambul) cuidando de los heridos y enfermos. Se elogió su figura de “ángel cuidador”, pero su verdadero papel fue organizador.

Siguiendo las corrientes higienistas de un incipiente concepto de salud pública que luego arraigaría en Gran Bretaña, cambió los hospitales militares: acabó con las camas compartidas por soldados vestidos con sus sucias ropas, consiguió ropa de cama, habilitó una lavandería, hizo alejar el vertedero y logró ventilar las salas y mejorar la alimentación de los enfermos. Había pocos medicamentos y morían más soldados de infecciones y epidemias que por heridas de guerra. Nightingale mantenía que mejorar las condiciones ayudaba al organismo a curarse, ideas que formulaba desde un poso más religioso que científico, pero eran acertadas.

Sus estudios mostraron que aumentaba la supervivencia. Por que, además, introdujo en los hospitales la epidemiología y la estadística (hacía gráficas, formularios sobre las causas de enfermedad y de muerte…), otro campo en el que fue pionera. Fue la primera mujer admitida en la Royal Statistical Society británica, aunque no consiguió que se abriera una cátedra de estadística en la Universidad de Oxford.

Florence Nightingale, dentro del monumento a los héroes de la guerra de Crimea en Londres
Florence Nightingale, dentro del monumento a los héroes de la guerra de Crimea en Londres (GETTY IMAGES/ISTOCKPHOTO)

Peleó con militares, funcionarios gubernamentales y médicos. Ella criticaba su ineficacia y mala preparación y ellos tampoco tenían buena opinión de esa mujer que se metía en sus asuntos. Pero estando en Crimea ya se hizo muy conocida, se la homenajeó y se creó el Fondo Nightingale para formar a enfermeras, lo que le permitió seguir haciendo estudios, informes, teorizando sobre cómo mejorar los hospitales, la asistencia en India, la enfermería… Por ejemplo, influyó para que en 1860 se creara la primera escuela de Medicina Militar del Reino Unido.

En 1860 abrió una escuela de entrenamiento de enfermeras en el hospital Saint Thomas (hoy es la Escuela Florence Nightingale de Enfermería y Ccomadronas). Su escrito Notas sobre enfermería, qué es y qué no es (1859) se considera el primer plan de estudios de enfermería. A ella se debe también el código ético de la profesión y la mejora de la enfermería que atendía a domicilio, que se considera el primer paso del futuro Instituto Nacional de Salud británico. Su formación se exportó a otros países, desde India hasta Australia y Estados Unidos.

En 1860 creo la primera escuela de enfermeras

Pese a que poco después del regreso de Crimea empezó a sufrir problemas de salud (hoy se cree que pudo padecer un trastorno neurológico), se mantuvo activa incluso durante unos años que estuvo en cama. Murió a los 90 años (1910). Al parecer, su familia rechazó que se la enterrara en Westminster, donde reposaría junto a personalidades como Newton, Dickens, David Livingstone, Rudyard Kipling…

Su figura ha sido a veces de heroína romántica y se le dedicaron hasta poesías y pinturas (y estatuas y se le hizo biografías aún en vida). En el otro extremo, hay quien la ha tildado de beata, de ignorante (por negar los “gérmenes contagiosos”), se le ha criticado que no creyera en las aptitudes de las mujeres, en su profesionalidad (era contraria a una titulación y registro de enfermeras) o que pudieran votar.

Sus puntos de vista pueden parecer contradictorios, porque veía la atención a los enfermos desde un enfoque humanitario pero, por ejemplo, hizo que se pagara a las enfermeras y se opuso a que este trabajo lo hicieran las órdenes religiosas, como solía ocurrir en los países católicos. Ramió recuerda que en ese tiempo, ya se había implantado el anglicanismo y corrientes protestantes.

Anna Ramió apunta que, para ser justos con Florence Nightingale, hay que verla en la perspectiva de su tiempo. En esa Inglaterra victoriana rompió esquemas. “Desde luego, es de las pocas mujeres que salen en los libros de historia (al menos en los ingleses)”, comenta, aludiendo a que hay pocas figuras femeninas históricas reconocidas más allá de las reinas. Y, en ensayos suyos como Cassandra se lamenta que las mujeres eran tratadas como incapaces y reivindica que reciban una educación más amplia y puedan aplicarla, explicaba en un artículo para la UNESCO en 1998 Alex Attewell, director entonces del museo dedicado a la pionera de la enfermería.

Ramió defiende que hay que ver su figura en la perspectiva de su época

Ramió destaca que Nightingale dio visibilidad a los cuidados a enfermos y, al estandarizar la formación, los profesionalizó. En 1887 ya habían salido de la escuela Nightingale 520 enfermeras y sus ex alumnas dirigían la enfermería de 42 hospitales. Henri Dunant reconoció que le inspiró para crear la Cruz Roja (1863) y la misma Florence fue una de las impulsoras de la filial británica de la organización. Fue una mujer peculiar, por suerte, no la única de su tiempo: al parecer, en su círculo de conocidos estuvo la hija de lord Byron, hoy más conocida como Ada Lovelace, pionera de la programación informática.

El 2020 ha sido declarado Año Internacional de la Enfermera y la Comadrona por la Organización Mundial de la Salut (OMS), en el bicentenario de Nightingale, y se le rendirá tributo. En Barcelona, el COIB, junto a la Universitat de Barcelona y el hospital Clínic, preparan una exposición para mayo sobre la historia de la enfermería.