La conmovedora historia de Henry Dunant, el rico fundador de la Cruz Roja, que acabó viviendo de la caridad

Henry Dunant, en una imagen tomada alrededor de 1893, probablemente en Ginebra. Getty

Autora: Elena Benavente

Fuente: El Mundo 3/11/2020

Dunant se dedicaba a los negocios en Argelia, pero un problema le hizo recurrir al emperador Napoleón III y tuvo que ser testigo de una batalla en Lombardía. Allí su vocación se transformó de forma drástica.

Durante los últimos siete meses, diversas organizaciones solidarias y fundaciones sin fines de lucro han jugado un rol elemental en la lucha contra el COVID. Entre ellas, la Cruz Roja, que ha puesto en marcha diversos proyectos con el fin de contribuir a la contención de la pandemia, además cuidar de los más vulnerables. «Queríamos atender a 1,3 millones de personas en tres meses y recaudar 11 millones de euros y, en dos meses, llegamos a 1,6 millones de personas y a 20 millones de euros recaudados», comentó, hace un par de días, Javier Senent, el presidente de la Cruz Roja Española.

¿Y cual será el destino de esos 20 millones de euros? La respuesta es el rescate de diversos colectivos y personas, en situación de riesgo o precariedad. Por ejemplo, trabajadores en condiciones de pobreza, emigrantes, refugiados, desempleados y, sobre todo, enfermos. Un sueño que su fundador, el banquero suizo Henry Dunant -fallecido el 30 de octubre de 1910- comenzó a imaginar en 1859 después de ser testigo de una cruda batalla en Italia.

Dunant nació en 1828, en Ginebra, dentro de una familia dedicada a los negocios y con una fuerte vocación social. De acuerdo con el Museo Virtual del Protestantismo, los Dunant tenían una formación calvinista y la ayuda al prójimo era algo que tenían interiorizado. Es por eso que, cuando Henry creció, se hizo voluntario de YMCA (La asociación cristiana de jóvenes) e incluso entregaba gran parte de su dinero a la aquella organización.

El empresario estudió en el Collège de Genève. Pero a la edad de 21 años, dejó la universidad para aprender economía en el banco Lullin et Sautter. Fue precisamente esa empresa la que le pidió que visitara Argelia y e intentara urbanizar un terreno para instalar a una comunidad de colonos suizos. Y lo consiguió… Dunant logró hacer un verdadero negocio en territorio argelino y su situación económica se elevó de manera considerable. Por otro lado, el suizo también visitó Túnez y, motivado por describir su geografía, escribió un libro llamado Notice sur la Régence de Tuni.

De esa forma, Dunant -que era un genio de las finanzas y conocía ampliamente el norte de África- se convirtió en el presidente de Compañía Financiera e Industrial de Mons-Gémila Mills, a la que se le concedió una gran extensión de tierra para explotar en Argelia. No obstante, el empresario tuvo problemas para hacerse con los derechos de agua y decidió elevar su petición directamente al emperador Napoleón III, de Francia. «Napoleón estaba en Lombardía, dirigiendo los ejércitos franceses que, junto con los italianos, se esforzaban por expulsar a los austriacos de Italia. Por lo que Dunant debió dirigirse hasta al cuartel general de Napoleón, cerca de la ciudad de Solferino», relata la biografía de Dunant, en la web de los Premios Nobel.

Dunant llegó a Solferino el 24 de junio de 1859 y vio, con sus propios ojos, las secuelas de una de las batallas más sangrientas del siglo: 23.000 heridos, moribundos y muertos. El millonario quedó conmocionado ante tanta pena, miseria y dolor, así que decidió intentar ayudar a los heridos en un pequeño pueblo. De hecho, convenció a la población civil de que era necesario organizarse y atender a los necesitados, sin importar de que bandos fueran. A raíz de ello, Dunant escribió un libro llamado Una memoria de Solferino, en el que plasmó sus sensaciones y realizó una curiosa petición: que todas las naciones del mundo formasen sociedades de socorro para brindar apoyo a los heridos de guerra.

En el texto, Dunant presentó un detallado plan para hacer realidad estas comisiones: debían crearse organizaciones patrocinadas por juntas directivas -compuestas por prominentes figuras- para, posteriormente, captar la atención de los ciudadanos y encontrar voluntarios que se ocuparan de curar a los heridos. Por supuesto, su idea fue muy bien recibida y el 9 de febrero de 1863, la Sociedad Ginebrina para el Bienestar Público optó por formar un comité para evaluar el proyecto. Ocho días después, se llevó a cabo la primera reunión de lo que hoy es considerada la Cruz Roja.

Un par de meses más tarde, el comité creado en Ginebra invitó a 14 estados para discutir el cuidado de los soldados heridos y desde entonces, la idea de Dunant tomó relevancia internacional. Pese a ello, el magnate no estaba interesado en hacerse más famoso o más rico. Es más, durante sus últimos años se desligó de su propia fundación y comenzó a vivir de la caridad y la hospitalidad de sus amigos, en Heiden, un pueblo en Suiza. En 1895, un periodista lo encontró y logró que toda Europa se enterara de su situación y honrara su trabajo. Así, en 1901, Dunant recibió el primer premio Nobel de la Paz, por su papel fundamental en la creación de Cruz Roja, y falleció nueve años después, tras sufrir numerosos problemas mentales.

Batalla de Sedán: el fin de Napoleón III, último rey francés.

Autor: Nacho Otero.

Fuente: muyhistoria.es

Carlos Luis Napoleón Bonaparte (1808-1873), sobrino del mítico Napoleón, ostenta dos curiosas marcas históricas: ser el único presidente que tuvo la efímera Segunda República Francesa (1848-1852) y, posteriormente, el último monarca y emperador de Francia con el nombre de Napoleón III (1852-1870).Su caída y, en consecuencia, la del sistema monárquico –restablecido tras las veleidades revolucionarias de 1789 y 1848–, fue consecuencia directa del desastre de Sedán, que llevó a la opinión pública y los políticos galos a la convicción de que el republicanismo era la única opción viable para Francia. Pero esta famosa batalla, que tuvo como marco la guerra franco-prusiana (1870-1871) por la posesión de las regiones limítrofes entre ambas naciones, tendría además otras consecuencias.

En los días previos al choque de Sedán, el Ejército francés de Châlons, cuyos efectivos ascendían a 120.000 soldados liderados por el mariscal MacMahon –al que inusitadamente acompañaba el emperador Napoleón III en persona–, intentó liberar Metz del asedio de los prusianos, pero fue interceptado por el Ejército del Mosa comandado por Von Moltke y derrotado en la batalla de Beaumont. Fue el antecedente inmediato del arrinconamiento de los franceses en Sedán (Las Ardenas), en una maniobra envolvente a gran escala. Napoleón III, temiendo verse atrapado, ordenó al general Auguste Ducrot que tomase el mando –MacMahon había sido herido– y rompiese el cerco a toda costa. Hay que decir que, en el lado alemán, también se hallaban presentes en Sedán las máximas autoridades del Estado: el canciller Otto von Bismarck y el rey de Prusia, Guillermo I.

El 1 de septiembre de 1870 se desató la batalla: el general De Wimpffen, comandante del V Cuerpo Francés de reserva, esperaba poder lanzar un ataque combinado de infantería y caballería sobre el XI Cuerpo Prusiano. Sin embargo, hacia las 11:00 la artillería prusiana martilleaba las posiciones francesas mientras llegaban nuevos refuerzos germanos. Tras un intenso bombardeo, cargas prusianas desde el este y noroeste y ataques bávaros desde el suroeste, los franceses capitularon. En un último intento por salir del cerco, la caballería comandada por el general Marguerite lanzó tres ataques desesperados en la cercana aldea de Floing; estas cargas no tuvieron más fruto que importantes pérdidas para los franceses. Al final de la jornada, ya sin esperanzas de romper el asedio, Napoleón III ordenó un alto el fuego: 17.000 franceses habían muerto o caído heridos y otros 21.000 habían sido capturados. Las pérdidas prusianas eran mucho menores: 2.320 muertos, 5.980 heridos y 700 capturados o desaparecidos. Al día siguiente, el 2 de septiembre, el emperador francés ordenó izar bandera blanca y se rindió con todo su ejército al rey prusiano.

Fue una enorme victoria para los prusianos, ya que no solo habían capturado a todo el ejército francés, sino también a su emperador. Dos días después de que estas noticias llegaran a París, el Segundo Imperio Francés fue derrocado en una revolución pacífica que llevó a la creación de una Junta de Defensa Nacional y al nacimiento de la Tercera República Francesa. La derrota de los franceses en Sedán y la captura de Napoleón III, además, decidieron el resultado final de la guerra a favor de Prusia. Tras la caída del Segundo Imperio, Napoleón III fue liberado de la custodia prusiana para exiliarse en Gran Bretaña, mientras el Ejército del Mosa y el Tercer Ejército Prusiano avanzaban para conquistar París. Allí, en el Palacio de Versalles, Guillermo I fue proclamado káiser del nuevo Imperio alemán.