Argelia, la independencia que París quiso detener a toda costa

Comando francés en la guerra de Argelia.
 Dominio público

Autor: Diego Carcedo

Fuente: La Vanguardia 1/11/2020

El 1 de noviembre de 1954 se desataba una guerra durísima que sumió a Francia en una complicada crisis política

Argelia fue uno de los últimos países árabes en acceder a la independencia y sin duda alguna el que más sufrió para conseguirla. Francia, que se había desprendido de Túnez y Marruecos sin ofrecer demasiada resistencia, empleó con Argelia todos los medios –y toda la fuerza– para retenerla como principal recuerdo de su imperio colonial en liquidación.

Para justificar la diferencia de trato con los distintos territorios que tenía bajo su control en el norte de África, París adujo unos argumentos jurídicamente sólidos, pero pueriles en la práctica. Meras estratagemas para mantener la teoría de que Argelia no era una colonia, sino una prolongación de Francia.

Tanto Marruecos como Túnez, a los que había concedido la independencia en 1956, eran protectorados, mientras que Argelia tenía estatus de departamento y, en consecuencia, consideración de territorio soberano francés. Así había sido declarada en 1948 en un intento baldío por calmar las reivindicaciones independentistas surgidas en el país ya un decenio antes.

Vista del puerto de Argel en 1921.
Vista del puerto de Argel en 1921. Dominio público

A finales de los años cincuenta, la frustración argelina ante la falta de eco de sus deseos se convertía en rabia al ver cómo otros pueblos de su misma cultura, religión e idioma lograban sus objetivos. La humillante derrota francesa en Indochina en 1954 también estaba contribuyendo a estimular sus ansias de emancipación.

El 1 de noviembre de 1954 varios líderes del llamado Comité Revolucionario de Unidad y Acción argelino (CRUA) decidieron dar un paso adelante en la lucha armada. Entre ellos figuraba Ahmed Ben Bella, quien con el tiempo se convertiría en el primer presidente de la República de Argelia.

Crearon el Frente de Liberación Nacional (FLN), una organización militar y política que desde ese momento extendería sus redes por todo el país. Sus golpes, a menudo atentados contra instalaciones de valor estratégico, enseguida se convertirían en una seria amenaza.

Los seis líderes históricos del FLN: Rabah Bitat, Mostefa Ben Boulaïd, Mourad Didouche, Mohammed Boudiaf, Krim Belkacem y Larbi Ben M'Hidi.
Los seis líderes históricos del FLN: Rabah Bitat, Mostefa Ben Boulaïd, Mourad Didouche, Mohammed Boudiaf, Krim Belkacem y Larbi Ben M’Hidi. Dominio público

En París, la situación argelina no tardaría en constituirse en el principal motivo de preocupación y enfrentamiento político. El conflicto, que cobraba virulencia por momentos, hizo caer de manera más o menos directa varios gobiernos.

Eran gabinetes débiles, sumidos aún en las secuelas de la guerra mundial y perdidos en las tensiones de la Guerra Fría. Y se mostraban además indecisos ante la presión de los militares y ante la resistencia que ofrecían los centenares de miles de colonos franceses de varias generaciones que consideraban Argelia su tierra y su hogar y se oponían a cualquier género de concesiones a la población autóctona.

Los independentistas argelinos unían a sus sentimientos patrióticos otras ideas nuevas, las que irradiaba el nuevo régimen egipcio. Tras llegar al poder en 1959, Nasser había desafiado a Gran Bretaña con la nacionalización del canal de Suez y propugnaba la unidad de los pueblos árabes bajo un socialismo de corte panárabe que estaba prendiendo entre muchos intelectuales y gobiernos, como los de Irak y Siria. Y lo más preocupante para Occidente: que la Unión Soviética estaba detrás.

No se puede decir que los independentistas argelinos constituyesen una piña ideológica, pero entre sus dirigentes predominaban los que luchaban con un doble objetivo: lograr la proclamación de su propio estado y la puesta en marcha de una revolución capaz de transformar las estructuras capitalistas en otras de corte colectivista.

Esta pretensión, que acabaría triunfando en parte, constituía un motivo más de temor y rechazo de los colonos franceses, propietarios de muchas tierras y negocios. Además del respaldo de los militares, contaban con influencias y capacidad para presionar en París.

Guerra sin cuartel

La guerra, que se prolongó de 1954 a 1962, fue larga y cruenta –la cifra de víctimas ronda el medio millón o tal vez más–. Tanto los militares franceses, imbuidos de un fanatismo impropio de una sociedad democrática, como los guerrilleros del FLN rivalizaron en el recurso a la violencia, la tortura y el asesinato a menudo indiscriminado.

Militantes del FLN.
Militantes del FLN. Dominio público

La crónica del conflicto está repleta de hechos terribles, como el asesinato de 123 colonos franceses en la provincia de Constantina en agosto de 1955 y la reacción de los soldados galos, que respondieron con la matanza de cerca de 12.000 argelinos.

Los intentos, siempre a remolque de los hechos, de los gobiernos franceses por encontrar una salida negociada fracasaban uno tras otro conforme evolucionaban los acontecimientos. Había pasado el tiempo del trapicheo de concesiones políticas y los argelinos solo aspiraban a una: la soberanía.

Las guerrillas del FLN, que en algunos momentos se daban ingenuamente por derrotadas en París, renacían con más fuerza de sus propias cenizas, sumaban más células y activistas, incrementaban su apoyo popular y mantenían el control de amplias regiones.

La batalla de Argel, en la que se cometieron incontables atrocidades, tuvo unos efectos devastadores para la imagen de los franceses

La desproporción entre 40.000 guerrilleros y 500.000 soldados regulares era enorme. Francia no parecía ver otra salida que la de las armas, y acababa atendiendo la demanda de más soldados y más armamento que formulaban sus generales.

El envío de contingentes llevaba incluido equipamiento renovado, que le suponía al país una sangría económica insostenible. Y lo que finalmente iba a resultar más pernicioso para los intereses de Francia: disposiciones defensivas que permitían a los militares actuar sobre el terreno con una libertad ilimitada de movimientos.

Las pusieron en práctica sin el menor respeto a los derechos humanos. Sin embargo, lo único que conseguirían sería estimular el odio y el deseo de venganza. La llamada batalla de Argel, en la que fueron cometidas incontables atrocidades, tuvo unos efectos devastadores para la imagen de los franceses y de rechazo popular a su presencia.

Restos de una casa destruida en Argel tras una explosión.
Restos de una casa destruida en Argel tras una explosión. Saber68 / CC BY-S.A 3.0

Vecinos y aliados

En el ámbito internacional, la contienda de Argelia era seguida con desazón y pasividad al mismo tiempo. Al peso diplomático que ejercía Francia se unía su condición de miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que le concedía derecho de veto a las resoluciones.

Incluso los países árabes ya independientes se mostraban cautelosos. Los dos vecinos del conflicto, Marruecos y Túnez, recibieron y alojaron con dificultades a decenas de miles de refugiados, entre ellos algunos cabecillas de la insurrección. Pero ambos estados evitaban que actuasen desde su territorio.

En 1958, el FLN creó un gobierno provisional (el GPRA) e instaló su sede en Túnez, aunque aceptando para ello muchas limitaciones a su capacidad de movimientos. Fue el presidente Burguiba quien inclinó la balanza en ayuda de los argelinos. Pero sus iniciativas eran observadas con desconfianza desde París. El apoyo del resto del mundo árabe, comedido al principio, aumentaba conforme se intuía que el final de la guerra estaba próximo. En Marruecos, mientras tanto, empezaban a aflorar temores en torno al trazado de la frontera entre los dos países.

El presidente de Túnez Habib Burguiba
El presidente de Túnez Habib Burguiba Dominio público

El país árabe que más apoyó la lucha de Argelia fue Egipto. Nasser, enfrentado a Gran Bretaña y Francia, resentido por el apoyo occidental a la proclamación de Israel y muy concienciado sobre la vejación que suponía el colonialismo a la nación árabe, proporcionó armas, asesoramiento militar y cobertura diplomática a los líderes guerrilleros. Su régimen intentaba convertirse en la avanzadilla del nuevo mundo árabe, y confiaba en que la Argelia independiente fuese el país abanderado de sus ideales en el Magreb.

Estados Unidos y la Unión Soviética no desaprovechaban la ocasión para criticarse recíprocamente, pero en cuestiones de descolonización respondían al mismo principio: las dos superpotencias apoyaban el final de los imperios coloniales existentes.

Por lo que respecta a la URSS, cautelosa en África, canalizaba en muchos casos su actuación a través de iniciativas de sus satélites. Fue lo que ocurrió en Argelia. Además del apoyo de Egipto, país que contaba con la protección de Moscú, surgió el de la Cuba castrista. Empezó a proporcionar armamento a las guerrillas y apoyo diplomático a su gobierno en el exilio.

El debate sobre el conflicto de Argelia desembocó en el desplome de la IV República

Francia tardó en percatarse de que el comunismo cubano estaba detrás de abastecimientos, campañas de propaganda y gestión de respaldos internacionales. Cuando decidió adoptar medidas, el proceso de solución del conflicto, que no podía ser otro que la independencia, ya estaba en marcha y casi podría decirse que encarrilado.

La salida de «De Gaulle»

La solución llegó de la forma y de las manos más inesperadas. En 1958, las consecuencias del conflicto en la metrópoli menoscababan la moral ciudadana, que sufría aterrada el horror del aumento de víctimas, muchas de ellas jóvenes que cumplían el servicio militar obligatorio. Afectaban también al clima político y a la situación económica, sumergida en un grave deterioro.

Y entonces estalló la crisis. El 13 de mayo, el debate sobre el conflicto de Argelia, que ya se había llevado por delante varios gabinetes, desembocó en el desplome de la IV República. Ante la gravedad, el general Charles de Gaulle, el héroe de la liberación frente a los nazis, fue llamado para encabezar un gobierno capaz de sacar al país del atasco. Detrás estaban los generales y la derecha colonialista, y con ellos la confianza puesta en que De Gaulle sabría salvar a Francia de la derrota y mantener a Argelia bajo soberanía francesa.

Consiguió lo primero. Francia no pasaría por la humillación de ser derrotada militarmente en Argelia. Pero se encontraba al borde, y De Gaulle, consciente de ello, reaccionó contra todas las previsiones. Descartó la escalada militar y abrió el camino a negociaciones.

Charles De Gaulle en 1961.
Charles De Gaulle en 1961. Bundesarchiv, B 145 Bild-F010324-0002 / Steiner, Egon / CC-BY-SA 3.0

La iniciativa desató la ira sobre todo en la propia Argelia, donde varios generales del sector duro, respaldados por la población colonial, encabezaron un pronunciamiento. Fracasó, pero dejó como secuela la creación de una organización clandestina, la OAS (Organización Armada Secreta), cuya actividad contra la nueva política francesa complicaría más el desenlace.

Los últimos meses de la guerra estuvieron fijados en cuatro frentes. Los franceses se hallaban divididos entre los que desde París propugnaban la descolonización y los que desde el interior luchaban por conservar el territorio. Los argelinos se encontraban igualmente enfrentados. Ante la independencia, unos tenían la mente puesta en una revolución. Otros aspiraban a un país abierto al libre mercado y fiel a la cultura árabe, a los principios del islam y a la tradición tribal, que seguía siendo un fundamento importante de poder en la región.

Las negociaciones de paz cristalizaron en 1962 con los llamados Acuerdos de Evian. La independencia formal fue proclamada en 1962. El gobierno provisional asumió el poder hasta que, un año después, Ahmed Ben Bella fue nombrado presidente de la República.

Voluntario en la guerra de Argelia.
Un harki, o combatiente alineado con los franceses, en la guerra de Argelia. Dominio público

Un pésimo fin para los harkis

Los argelinos que lucharon al lado de los franceses o respaldaron de alguna manera la perpetuación del colonialismo tuvieron que pagar con dolor, desprecio, penurias y persecución su posición en el conflicto. Se les conocía y aún se les conoce como harkis. Su nombre deriva de la palabra árabe haraka, que significa movimiento.

Alrededor de 150.000 estuvieron enrolados en las unidades militares autóctonas (harkas), otros eran funcionarios de la administración, trabajadores en empresas francesas, miembros de familias mixtas…

Los Acuerdos de Evian no contemplaron medidas de protección para ellos, y las nuevas autoridades de Argel no mostraron contemplación alguna. La consideración de traidores se consolidó con la independencia. Muchos fueron juzgados y condenados. Otros, probablemente más de 100.000, pagaron con su vida en acciones de venganza llevadas a cabo por los escuadrones de excombatientes incontrolados.

Varias decenas de miles de harkis se exiliaron a países europeos, especialmente a Francia, donde aún subsiste una numerosa colonia de descendientes.

Cómo una epidemia en Haití ayudó a Estados Unidos a convertirse en una potencia

La revuelta de los esclavos haitianos puso en marcha cambios que terminaron afectando la geopolítica mundial.

Autor: Ángel Bermúdez

Fuente: BBC 28/06/2020

Fue una epidemia cuyos efectos cambiaron la geopolítica mundial por muchos siglos.

A finales de 1801, Napoleón Bonaparte envió a Haití una de las mayores flotillas desplegadas hasta entonces por la Armada de Francia y sus fuerzas terminaron sucumbiendo ante un mosquito.

Decenas de miles de soldados franceses murieron víctimas de la mayor epidemia de fiebre amarilla registrada en el Caribe en 300 años.

Así naufragaron los planes de Bonaparte para las Indias Occidentales, en los cuales Haití era una pieza central.

Su fracaso creó las condiciones propicias para la consolidación de una pujante pero aún joven nación: Estados Unidos, cuyo ascenso transformaría el tablero internacional en los siglos por venir.

Pero ¿de dónde surgía tanto interés de Bonaparte por Haití?

Un imperio de azúcar y café

Tras haberse establecido a inicios del siglo XXVII de forma informal en la parte occidental de La Española -como se conocía entonces al territorio que hoy ocupan República Dominicana y Haití-, Francia logró que la corona española le cediera formalmente un tercio de la isla en 1697 con la firma del Tratado de Rijswijk.

Barcos franceses en Saint Domingue.
Image captionMás de 700 barcos recalaban en Saint Domingue cada año para exportar sus productos, sobre todo, azúcar y café.

Bautizada entonces como Saint Domingue, pronto se convirtió en la más próspera posesión de Francia en todo el Nuevo Mundo gracias a su producción de azúcar y café, de los que era el principal exportador a Europa, y, en menor medida, de cacao y añil.

A inicios de la década de 1780, más de 700 barcos recalaban cada año a cargar productos de esta colonia que por entonces representaba dos tercios de las inversiones francesas en el extranjero.

Toda esa prosperidad, sin embargo, se erigía sobre la base del uso masivo y brutal de la mano de obra de esclavos africanos.

Estos estaban atrapados en un círculo vicioso pues los hacendados dedicaban a su manutención la menor cantidad posible de recursos, persuadidos de que no merecía la pena gastar más debido a su alta tasa de mortalidad.

Como consecuencia de ello, la mitad de los esclavos morían durante su primer año en Haití debido a las duras condiciones de vida.

Esto hacía necesario «importar» cada año decenas de miles de humanos, lo que -a su vez- convertía la trata de esclavos en un suculento negocio.

Socialmente, Saint Domingue era una bomba de tiempo con múltiples clases que se odiaban y se temían mutuamente. Como describió el historiador francés Paul Fregosi:

«Blancos, mulatos y negros se aborrecían entre sí.

«Los blancos pobres no toleraban a los blancos ricos; los blancos ricos despreciaban a los blancos pobres; los blancos de clase media estaban celosos de los blancos aristócratas; los blancos nacidos en Francia menospreciaban a los blancos locales.

«Los mulatos envidiaban a los blancos, repudiaban a los negros y eran despreciados por los blancos.

«Los negros libres vejaban a los que aún eran esclavos; los negros nacidos en Haití consideraban como salvajes a aquellos traídos de África.

«Todo el mundo -con mucha razón- vivía con terror de los demás…Haití era un infierno, pero Haití era rico«.

En 1791, paradójicamente inspirados en la Revolución Francesa y en su Declaración de los Derechos del Hombre, los esclavos de Saint Domingue iniciaron una revuelta que 13 años más tarde culminaría en la declaración de independencia, la primera de un país de América Latina.

Muchos hacendados murieron en manos de sus esclavos y numerosas plantaciones fueron quemadas.

Levantamiento de esclavos en gran plantación en Cap-Français
Image captionMuchos hacendados blancos fueron asesinados y muchas plantaciones quemadas durante la revuelta de esclavos de 1791.

El alzamiento derivó en una guerra civil entre castas, en la que interesadamente también se inmiscuyeron otras grandes potencias coloniales como España e Inglaterra, que apoyaron a uno u otro grupo según sus conveniencias.

La presión de la revuelta fue logrando extraer concesiones de las autoridades francesas, que comenzaron a ofrecer la libertad a los esclavos que se sumaran a sus filas, haciendo de la necesidad, virtud.

Para 1794, Francia abolió la esclavitud en todas sus colonias en el Caribe.

A inicios de la década siguiente, François-Dominique Toussaint Louverture, un exesclavo devenido en jefe militar que formalmente juraba lealtad a Francia, se hizo con el control de Saint Domingue y en 1801 se hizo nombrar «gobernador general vitalicio».

Sus movimientos no pasarían inadvertidos en París.

Una invasión, un engaño

Decidido recuperar el control efectivo sobre la antigua colonia y restaurar su «grandeur«, en el otoño de 1801, Bonaparte envió una flotilla conformada por 26 fragatas, 35 navíos de línea, 22.000 soldados y unos 20.000 marinos, según datos recogidos por el historiador estadounidense J.R. McNeill.

Desembarco de las tropas francesas en Saint Domingue.
Image captionCon tropas mejor entrenadas y apertrechadas, Leclerc no tuvo dificultades para conquistar terreno en Saint Domingue.

A finales de enero de 1802, esta fuerza inicial llegó a su destino, desembarcando en tres puertos distintos.

En los meses siguientes recibirían más refuerzos, aunque no hay consenso entre los expertos sobre la magnitud de los mismos. Se estima que la fuerza total enviada a Saint Domingue osciló entre los 60.000 y los 85.000 hombres.

Al frente de esta expedición iba el general Victor Emmanuel Charles Leclerc, esposo de Pauline, la hermana menor y favorita de Napoleón.

El jefe militar había recibido instrucciones secretas sobre su misión.

«Napoleón planeaba que Leclerc, por medio de engaños o por la fuerza, restaurara la economía de plantación, restituyera Saint Domingue a Francia y pusiera fin a la independencia de facto impuesta por Toussaint», escribe McNeill en su libro «Mosquito Empires: Ecology and War in the Greater Caribbean, 1620-1914«.

Sus designios también incluían la reinstauración de la esclavitud pero solamente cuando se hubiera desarmado a los negros y deportado a sus líderes a Francia, por lo que había que mantener la discreción sobre estos planes.

Napoleón también instruyó a Leclerc para que actuara con astucia ante Touissant: primero debía mostrarle respeto para que bajara su guardia y, entonces, debía capturarlo.

François-Dominique Toussaint Louverture
Image captionPara 1801, el líder haitiano Toussaint Loverture se había hecho con el control de Saint Domingue.

Con unas tropas experimentadas y bien apertrechadas frente a las mal equipadas milicias locales, no fue difícil para Leclerc ir ganando cada vez más terreno hasta que en mayo de 1802 acordó un armisticio con Toussaint, quien accedió a retirarse a una de sus muchas haciendas en el campo.

Un mes más tarde, sin embargo, el líder haitiano cometió la imprudencia de acudir a una cita con Leclerc, quien lo arrestó para luego deportarlo a Francia, donde murió en un calabozo menos de un año más tarde.

Un enemigo pequeño y mortal

Algunos historiadores consideran que la captura de Toussaint se precipitó luego de que Leclerc descubrió que el líder haitiano, en realidad, estaba intentando ganar tiempo a la espera de que los franceses se retiraran derrotados por un enemigo implacable: la fiebre amarilla.

Mosquito Aedes aegypti.
Image captionEl pequeño Aedes aegypti puso fin a los planes de Bonaparte en el Nuevo Mundo.

«Toussaint tenía conocimiento médico y conciencia de cuándo y dónde las fiebres golpearían a sus enemigos europeos. Aparentemente él sabía que maniobrando para llevar a los blancos hacia los puertos y las tierras bajas durante la temporada de lluvias, estos morirían en masa», señalan los historiadores médicos John S. Marr y John T. Cathey.

Esta estrategia parece insinuarse en una carta que el general haitiano le escribió a Jean-Jacques Dessalines, quien le sucedería como líder y se convertiría en el primer mandatario del Haití postcolonial.

En su texto, Toussaint le da instrucciones a Dessalines para que incendie un puerto donde los franceses tenían una guarnición y le indica: «No olvides que mientras esperamos a la temporada de lluvia, que nos librará de nuestros enemigos, solamente tenemos la destrucción y el fuego como nuestras armas».

Sus cálculos estaban bien orientados, una vez iniciada la temporada de lluvias en 1802, las tropas francesas empezaron a caer bajo los ataques del pequeño pero implacable mosquito Aedes aegypti.

Leclerc da cuenta de que cuán difícil era esa batalla en una carta que por entonces envió al ministro de Defensa francés, Denis Descres:

«Un hombre no puede trabajar duro acá sin arriesgar su vida y es imposible para mí quedarme acá más de seis meses… ¡Mi salud es tan precaria que me consideraría afortunado si logro durar ese tiempo! La mortalidad sigue y el miedo causa estragos… usted verá que el ejército que calcula en 26.000 hombres está reducido en este momento a 12.000… en este momento tengo 3.600 hombres en el hospital», escribió.

«En las noches recientes he perdido entre 30 y 50 hombres al día en la colonia, y no pasa un día sin que entre 200 y 250 hombres entren en el hospital, de los cuales no más de 50 salen», agregó.

Victor Emmanuel Charles Leclerc,
Image captionEl general Leclerc, cuñado de Bonaparte, tenía instrucciones de reinstaurar la esclavitud en Haití.

Las condiciones en las que vivían las tropas francesas en fuertes atestados o en barcos en los puertos ofrecían un ambiente propicio para la reproducción y los ataques del mosquito.

Las fuerzas recién llegadas del extranjero no poseían, además, una cierta inmunidad a la enfermedad como la que podían haber desarrollado quienes llevaban tiempo residiendo en la isla.

Como consecuencia, las tropas de Leclerc se vieron diezmadas por la fiebre amarilla.

Según estimaciones de McNeill, entre 80% y 85% de los soldados franceses enviados a Haití perdieron la vida, la mayor parte de ellos debido a la enfermedad y solo unos pocos en combate.

«Según todos los estándares, el número de fallecidos y la tasa de mortalidad (en este caso) son difíciles de entender a menos que uno tome en cuenta la convergencia de factores ambientales y ecológicos ideales para un desastre epidemiológico«, resumieron John S. Marr y John T. Cathey.

Una de esas víctimas mortales fue el propio Leclerc, quien falleció en noviembre de 1802. Un año más tarde, las fuerzas francesas terminarían por retirarse de la isla y abandonar formalmente su intento de reconquista.

A su derrota contribuyeron algunos errores estratégicos como la captura de Toussaint, la decisión de Napoleón de reinstaurar la esclavitud en la isla de Guadalupe y las despiadadas acciones del sucesor de Leclerc, general Donatien Rochambeau, que llevaron a Francia a encontrar con cada vez mayor resistencia entre los negros y mulatos.

Ninguno de estos elementos, sin embargo, tuvo un efecto tan demoledor como la fiebre amarilla.

El nacimiento de una potencia

El intento de Napoleón de retomar el control de Saint Domingue fue seguido con interés por el resto de potencias pero causaba gran inquietud, especialmente, en un país recién independizado y aún en formación: Estados Unidos.

Thomas Jefferson
Image captionThomas Jefferson preveía que la ocupación francesa de Luisiana llevaría a conflictos con Estados Unidos.

A finales de 1800, España cedió a Francia a través de un acuerdo secreto la colonia de Luisiana.

Ese territorio abarcaba los actuales estados de Arkansas, Iowa, Misuri, Kansas, Oklahoma y Nebraska, así como partes de Minesota, Nuevo México, Dakota del Sur, Texas, Wyoming, Montana y Colorado; además del propio estado de Luisiana y de porciones de las provincias canadienses de Alberta y Saskatchewan.

Pero al gobierno de Thomas Jefferson no le preocupaba tanto la extensión del territorio sino su ubicación: controlaban el río Misisipi y el puerto de Nueva Orleans, por donde transitaban tres octavos de los productos que exportaba Estados Unidos.

Otro motivo de intranquilidad era el hecho de que el nuevo propietario fuera una potencia en pleno auge, como la Francia de Napoleón.

«Esto cambia completamente todas las relaciones políticas de Estados Unidos y generará una nueva época en el acontecer político», escribió el mandatario estadounidense en abril de 1802, poco después de haber recibido confirmación sobre la cesión de Luisiana.

«España habría podido retenerla tranquilamente durante años… no puede esperarse que esto ocurra nunca en las manos de Francia. La impetuosidad de su temperamento, la energía y lo inagotable de su carácter, la ponen en un punto de fricción eterna con nosotros…resulta imposible que Francia y Estados Unidos puedan seguir siendo amigos cuando se hallan en una situación tan irritante«, dijo el presidente estadounidense, según relata en su biografía el historiador Jon Meacham.

Intentando solucionar la crisis antes de que esta se presentara, Jefferson envió a inicios de 1803 a James Monroe como su enviado especial a París para negociar la compra de Nueva Orleans con Napoleón.

James Monroe
Image captionJames Monroe fue enviado a Francia a negociar la compra de Nueva Orleáns y adquirió toda la colonia de Luisiana.

El objetivo se consiguió pero con una sorpresa añadida: a la propuesta de compra de Nueva Orleans, Francia añadió la oferta de entregar toda la colonia de Luisiana.

Pero, ¿por qué tomó esta decisión?

«Para Francia mantener y defender tierras tan lejos de Europa se estaba haciendo cada vez más costoso y problemático. La derrota a manos de las fuerzas de los esclavos en Saint Domingue era especialmente irritante para Napoleón, quien creía que tenía que destinar sus recursos a campañas más próximas a casa», explica Meacham.

Así fue como el 30 de abril de 1803 se firmó el acuerdo mediante el cual Estados Unidos compraba Luisiana, con lo que ponía fin a cualquier preocupación sobre las ambiciones territoriales de Francia en su entorno más próximo y lograba duplicar su territorio a un precio de oferta: US$15 millones de la época, equivalentes a unos US$340 millones de 2020.

Historiadores como Bob Corbett colocan a Saint Domingue en el centro de la estrategia de Francia para el Nuevo Mundo, en la cual Luisiana estaba destinada a servir como productor de productos para alimentar a los esclavos de la isla.

«Sin la isla, el sistema tenía manos, pies e incluso cabeza pero no cuerpo. ¿De qué servía Luisiana cuando Francia había perdido la principal colonia que Luisiana debía alimentar y fortalecer?«, se preguntaba el historiador Henry Adams.

Otros investigadores creen -sobre la base de algunos indicios- que Bonaparte, en realidad, tenía planes para hacerse con el control de Luisiana y desde allí conquistar Estados Unidos o, al menos, establecerse como una gran fuerza en ese territorio, que había estado dividido entre estadounidenses, franceses y españoles.

Aún si alguno de esos escenarios hubiera fuera el correcto, la derrota en Saint Domingue parece haber puesto fin a esas ambiciones.

La compra de Luisiana abrió las puertas para la futura expansión estadounidense hacia el oeste, incluyendo la guerra con México tras la cual Estados Unidos se anexó Texas formalmente y compró California y el resto de los territorios al norte del Río Bravo.

Mapa de la compra de Luisiana.
Image captionLa compra de Luisiana permitió a EE.UU. duplicar su territorio y abrió las puertas para su expansión hacia el oeste.

Esta consolidación territorial no solamente ayudó a convertirle en el cuarto país con mayor territorio del mundo sino que además limitó a dos el número de países con los que compartía frontera terrestre y dejó a los océanos Atlántico y Pacífico como barreras naturales que le protegían de agresiones.

Todos estos elementos han sido fundamentales para evitar que el territorio continental de Estados Unidos sea atacado por enemigos externos y ha evitado que sus infraestructuras (y en gran medida su economía) se vean afectadas por conflictos bélicos.

Y todos estos cambios fueron posibles por la epidemia de fiebre amarilla que azotó a las tropas francesas en Haití.

Queda claro por qué el investigador Erwin Ackerknecht llegó a decir que probablemente esa haya sido «la epidemia más importante de la historia»

Los 36 héroes republicanos que humillaron a 1.000 nazis en la batalla de La Madeleine

Guerrilleros de La Madeleine. Entre ellos una mujer, de la que se ignora incluso el nombre.

Autor: Julen Berrueta

Fuente: El Español 09/04/2020

«¡Aquí no estáis en vuestra casa!». Es el grito que muchos españoles como Henri Melich tuvieron que soportar cuando, vencidos y decaídos por la victoria del franquismo en España, se vieron obligados a huir a Francia. En España se enfrentaban a ser castigados y en el país vecino no eran bienvenidos. Melich se instaló junto a su familia en la comuna de Quillan y comenzó a trabajar como aprendiz de carpintero en una fábrica. Ni siquiera allí le dejaban en paz. «Eres un español del ejército vencido«, se burlaban.

En 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial y tanto franceses como exiliados españoles, muchos refugiados en campos de concentración, se vieron obligados a cambiar sus vidas. Nueve meses después, el gobierno francés capitulaba y el Tercer Reich controlaba el país galo. Tal y como explica a EL ESPAÑOL la periodista y escritora Evelyn Mesquida, oficialmente se decía que la Resistencia había comenzado en 1942 pero desde el inicio de la contienda ya había españoles saboteando y tejiendo redes de contacto entre antifascistas que pretendían expulsar a los alemanes.

Mediante su nuevo libro Y ahora, volved a vuestras casas (Ediciones B), la alicantina expone las vidas de figuras ocultas que combatieron y participaron en la guerra y que por ser españolas han permanecido en la sombra. «Son hechos históricos ocultos y era necesario sacarlos a la luz», subraya a este periódico. Por una parte, a Franco no le sedujo jamás conmemorar a un puñado de españoles republicanos y a los franceses les interesaba glorificar su propia patria.

No estaba la España de Franco, estaba la España republicana

Pero sus hazañas son una realidad histórica y, según Mesquida, «tienen que estar presentes en los libros de texto y en los colegios«. En el desembarco de Normandía, en la campaña de Provenza y en los bosques de Francia hubo españoles. «No estaba la España de Franco, estaba la España republicana», comenta.

«La hazaña heroica de La Madeleine»

A lo largo del país, miles de españoles se unieron a las filas francesas. En mayo de 1944, las unidades españolas incluidas en los FTP (Francotiradores y Partisanos) fueron reconocidas como totalmente españolas bajo el nombre de Agrupación de Guerrilleros Españoles y fueron inmediatamente integrados en las FFI (Fuerzas Francesas del Interior). A esas alturas del conflicto había más de 10.000 combatientes españoles en la Resistencia francesa.

De esta manera, el 23 de agosto, Miguel Arcas y Gabriel Pérez recibieron la orden de dirigir el combate contra el destacamento alemán que se acercaba a su posición. «Bajo el mando de ambos, 36 españoles y 4 franceses fueron distribuidos entre los muros del castillo, en el cruce de La Madeleine», escribe Mesquida. Por su parte, la columna alemana llegaba desde Toulouse y agrupaba más de 1.000 soldados alemanes.

Ante una desventaja tan abismal, los españoles tuvieron que preparar todo tipo de trampas. El oscense Joaquín Arasanz Raso, alias Villacampa, fue uno de los guerrilleros que organizó el devenir de la batalla bloqueando carreteras y dificultando el tránsito de los alemanes: «Decidimos también como estrategia hacer creer a los alemanes que estaban en presencia de un importante grupo de resistentes. Nuestros hombres debían desplazarse a toda velocidad para que sus tiros llegaran de lugares diferentes».

Monumento conmemorativo a los combatientes de la batalla de La Madeleine.

Las órdenes de Arcas eran claras: «Ni un solo tiro antes de la primera ráfaga de ametralladoras». Mesquida explica cómo fue la secuencia. Primero apareció un sidecar con dos soldados alemanes que los guerrilleros dejaron pasar y neutralizaron algo más lejos, sin necesidad de disparar. Después llegaron los primeros coches y detrás 60 camiones, 4 half-tracks y numerosos cañones, algunos de ellos antitanque y antiaéreos. Todo ello acompañado por más de mil soldados.

La batalla se decantaba por los guerrilleros ante la imposibilidad de avanzar de los nazis. «Los alemanes, acosados, solicitaron una tregua para parlamentar«. Tregua que ni Gabriel Pérez ni Miguel Arcas aceptaron. La batalla se reanudó y los Aliados contaban esta vez con dos aviones ingleses que ametrallaron la columna alemana. Finalmente, tras numerosas bajas y mas de 180 heridos, el Alto Mando pidió negociar con los atacante con una excepción. No negociarían con los españoles

Así, el general se rindió ante los superiores de los mandos británicos y franceses uniformados. «El jefe alemán pudo constatar que el ejército que él creía desplegado frente a ellos era solo un grupo de varias decenas de combatientes españoles sin uniforme y casi desarrapados, y que ese puñado de hombres había hecho capitular a más de 1.000 soldados de la Wehrmacht«, relata la escritora. Humillado y avergonzado, el general Konrad A. Nietzsche empuñó su pistola y se suicidó allí mismo. Fue «incapaz de aceptar la realidad de haber sido engañados y vencidos por un puñado de españoles harapientos«.

Mujeres ocultas

Evelyn Mesquida declara que en los libros franceses se menciona a las FFI como los vencedores de la batalla. No obstante, «si uno busca los nombres todos ellos eran españoles». Pedro Abellán, Luis Andrada, Mariano Cales, Diego Cuenca o Martín Vidal fueron algunos de los hombres que lucharon contra el millar de nazis. «Por la hazaña heroica de La Madeleine, por su combate sin repliegue», los 36 guerrilleros españoles fueron condecorados.

Todos ellos fueron condecorados con la estrella de plata en Marsella por el general Olleris. Todos menos ellas. Dos mujeres participaron también en la batalla de La Madeleine, pero «hasta hoy no se ha conseguido saber quiénes eran. Para ellas no hubo medallas«.

Mesquida admite a este periódico la dificultad de encontrar los nombres y las vidas de estos españoles olvidados, y más aún si eran mujeres. Para el libro ha consultado en Francia incontables archivos regionales, locales y departamentales. «He hecho lo que he podido», afirma y se muestra esperanzadora con que los historiadores futuros continúen con este legado. Acerca de las dos mujeres españolas que lucharon contra los alemanes lo tiene claro: «En algún sitio tienen que estar sus nombres«.

Lujo, ostentación y hedor en el palacio de Versalles

Luis XIV recibe en una muy concurrida Galería de los Espejos al embajador persa, en 1715 (Heritage Images / Getty)

Autora: MOLLY ANTIGONE HALL

Fuente: La Vanguardia 25/01/2020

“Versalles era resplandeciente y grandioso; Versalles era feo y asqueroso; Versalles también podría ser extraño y grotesco”, afirmó el siglo pasado el escritor Louis Kronenberger. El legendario palacio asociado con el lujo y la ostentación de la corte francesa de los siglos XVII y XVIII y sobre todo con Luis XIV, Luis XVI y María Antonieta, era también conocido por su escasa salubridad.

Al lado de la estricta etiqueta, las intrigas y el exagerado refinamiento convivían unos malos olores y una falta de higiene cuya fama ha llegado hasta nuestros días. ¿A qué se debe esta mala reputación? Una ubicación desafortunada, la falta de instalaciones adecuadas y una etiqueta social muy diferente a la de hoy son algunas de las respuestas

Varios relatos de los siglos XVII y XVIII glosan el hedor del palacio de las más de 2.000 ventanas. Una de las razones era que había pocos sanitarios dentro del complejo, que acogía una multitud de nobles y subalternos, de poderosos y sirvientes. En total, se ha calculado que unas 20.000 personas llegaron a vivir en él. En muchos lugares de las instalaciones, en lugar de excusados y retretes, había sirvientes que traían un recipiente cuando se los reclamaba.

La Galería de los Espejos en el Palacio de Versalles
La Galería de los Espejos en el Palacio de Versalles (Wikipedia Commons)

Por desgracia, no siempre llegaban a tiempo, por lo que en ocasiones extremas, algunos hacían sus necesidades en el rincón disponible más cercano. “Mendigos, sirvientes y visitantes aristocráticos utilizaban las escaleras, los pasillos y cualquier lugar apartado para aliviarse”, escribió el británico Horace Walpole, un aristócrata del siglo XVIII que describió el palacio de Versalles como un “gran pozo negro”, cuyo olor se aferraba a la ropa, a la peluca e incluso la ropa interior.

El duque de Saint-Simon relató en su Memorias de Luis XIV que la Princesse d’Harcourt una noble francesa, a veces orinaba mientras caminaba, sin ninguna vergüenza, “dejando un rastro terrible detrás de ella que hacía que los sirvientes desearan mandarla al diablo”. No era lo más normal, pero tampoco excepcional, que algunos sirvientes y visitantes aristocráticos orinaran entre cortinas y tapices. Y, por lo que respecta a María Antonieta , tenía dos perros de raza carlino a quienes se les permitía aliviarse donde quisieran.

Los pocos sanitarios fijos -sillas con agujeros y un recipiente de cerámica debajo que se vaciaba tras llenarse -que estaban disponibles podrían derramarse; Voltaire se alojó en una habitación del palacio que describió como “el agujero de mierda con peor olor en todo Versalles”.

Y luego estaba el problema de la ubicación del gran palacio, construido sobre antiguos pantanos que causaban problemas de olor. Además, incluso tras estar terminado, en un complejo de tales dimensiones había siempre obras de algún tipo, lo que producía más polvo y suciedad. Todo ello formaba un cóctel que, sumado al olor de los perfumes e incluso el de las intensas flores de los jardines, resultaba, literalmente, embriagador. “El aire era tan intenso con el perfume mezclado de violetas, flores naranjas, jazmines tuberosas, jacintos y narcisos que el Rey y sus visitantes a veces se veían obligados a huir de los dulces abrumadores”, según un autor inglés del siglo XIX citado en The Story of Versailles de Francis Loring Payne.

En invierno, debido a chimeneas ineficientes, el humo y el hollín impregnaban la tapicería, las alfombras y los tapices. El rey Luis XIV trataba de ocultar los numerosos olores a través de vaporizadores de esencia de azahar y cuencos de líquidos perfumados que colocados por su personal por el palacio. Se empleó una técnica similar para combatir los olores corporales y de las prendas. Porque mientras la nobleza se cambiaba la ropa interior a diario, igual que la ropa de cama, los vestidos no se podían lavar y acumulaban polvo y suciedad.

Un ostentoso baile en Versalles, durante el reinado de Luis XV
Un ostentoso baile en Versalles, durante el reinado de Luis XV (DEA / G. DAGLI ORTI / Getty)

Hélène Delalex, historiadora y conservadora en el palacio de Versalles, explica en un documental de Toute L’Histoire que los aristócratas trataban de enmascarar los olores rancios con perfumes fuertes como el almizcle y el ámbar, tan potentes que el rey Luis XIV les atribuía sus dolores de cabeza. También se colocaban bolsitas perfumadas en los bolsillos de los vestidos, debajo de las axilas y en otros lugares, y se perfumaban y espolvoreaban las pelucas con harina para absorber cualquier grasa.

Otras prácticas de higiene personal, hoy cuestionables, incluían frotarse los dientes con plantas astringentes como el romero o el ciprés, mezclados con aromáticas como el tomillo, la canela o la menta, para combatir la halitosis; una aristócrata francesa en Versalles describió cómo usaba esencia de orina en una carta escrita a un miembro de su familia. No fue suficiente para prevenir caries dentales, y William Renwick Riddell apunta en un artículo publicado en The Public Health Journal que con 47 años el rey Luis XIV prácticamente no tenía dientes sino un absceso crónico que goteaba pus.

Las constantes obras, los perfumes, los malos equipamientos sanitarios y el hollín hacían el aire del palacio difícilmente respirable para nuestros estándares

Los baños calientes, además eran una rareza. Suponían un proceso arduo que consistía en transportar una bañera de metal a una habitación, llenarla con agua caliente y luego vaciarla a mano, cosa que solo la aristocracia se podría permitir. Muchos médicos del momento desaconsejaban bañarse en agua cálida ya que creían que abriría los poros de la piel y permitiría la entrada de enfermedades, algo que el rey Luis XIV acabó creyendo. Él comenzaba su día lavándose las manos y la cara con agua, y pasando una toallita por su cuerpo.

No es que los franceses de la época fueran especialmente sucios; que en otras cortes de la época ocurría lo mismo. En Inglaterra, según un escritor del siglo XVII, el rey Carlos II vivía en un palacio “repugnante y apestoso”, y se cuenta también que, en el siglo XVIII, la futura Catalina la Grande quedó impactada cuando llegó a Rusia desde su relativamente limpio hogar de su familia alemana. Pero por su parte, “el rey Luis XIV estaba convencido de que era excepcionalmente limpio”, afirma Georges Vigarello, un académico francés especializado en la historia de la higiene. ¿Quién sabe cómo se verán los actuales patrones de limpieza por sociedades diferentes a la de hoy?

La vergüenza de la madre de Napoleón: “Mi útero contenía un monstruo”

La madre de Napoléon en 1770. FOTO: GETTY

Autora: Paula Corroto.

Fuente: elpais.es 31/08/2019

Se llamaba Letizia y llegó a ser la madre de un emperador odiado y amado a lo largo de todos los confines europeos. Pero su biografía es mucho más grande que el título maternal: administró sus bienes e inversiones de forma personal para vivir sin la necesidad de depender de su hijo, y cuando tuvo que despegarse de este, por su altanería y ambición desmesurada, lo hizo. A María Letizia Ramolino, madre de Napoleón, de cuyo nacimiento se cumple este 15 de agosto el 250 aniversario, no le tembló la mano en las cartas que le escribió en los años en los que su vástago estaba fuera de sí conquistando todas las tierras europeas (y hasta Rusia si hacía falta). “¿Qué haces, aborto del abismo?”, le preguntó en una de sus misivas que hoy se puede consultar en la Biblioteca Digital Hispánica (Biblioteca Nacional de España). Casi nadie había podido olisquear las verdaderas pretensiones de Napoleón cuando este era solamente un general del ejército francés; pero su madre, sí. Las madres calan hasta al emperador más astuto.

María Letizia Ramolino (Ajaccio, Córcega, 1750-Roma, 1836) fue una noble, hija de familia bien y con un fuerte sentimiento nacionalista corso. En su juventud la isla todavía pertenecía a Génova y allí no se hablaba en francés. Es más, todo lo francés le provocaba cierta repulsión. Recibió la educación que estaba prevista para todas las mujeres de su posición en su época: cuidado del hogar y de los hijos. Sin embargo, desde muy joven tuvo otros intereses más ligados con la política y la economía. A los 14 años, considerada como una de las bellezas de la isla, la casaron con el abogado Carlo Bonaparte, con quien, pese a haber sido un matrimonio concertado, llegó a llevarse bien. Tuvieron trece hijos y entre ambos administraron su capital. De hecho, Bonaparte solía pedirle consejo en los pleitos en los que trabajaba.

En 1769, cuando María Letizia estaba embarazada de Napoléon y tenía un hijo de un año, José –quien después sería José I de España–, Córcega fue conquistada por Francia. Para Ramolino fue un shock ideológico y sentimental y no dejó de inculcar en sus hijos su aversión hacia los franceses. El propio Napoleón, en su más temprana juventud, fue un firme seguidor del nacionalista Pasquale Paoli, que abogaba por la independencia de la isla. Las contradicciones de la vida.

Otro duro impacto fue la muerte de su marido Bonaparte en 1785, que la dejó viuda a los 35 años. Y, además, sin ingresos, con una prole importante y en una isla donde ya nadie la quería por sus afinidades políticas nacionalistas. Ahí comenzó el verdadero crecimiento personal de Ramolino, que empezó a rodearse de banqueros, políticos y empresarios con el fin de llevar a cabo inversiones –principalmente en bienes físicos como muebles y joyas– que pudieran sacar a su familia adelante.

Retratada por Francois Gerard. FOTO: GETTY

Por aquel entonces ya había estallado la Revolución francesa y sus hijos, sobre todo Napoleón, habían empezado a hacer carrera en el ejército. Este se uniría rápidamente a los jacobinos, que abogaban por la indivisibilidad de la nación y por un Estado central fuerte. El joven nacionalista observó por dónde podía subir en el escalafón militar y la mejor manera era ponerse en contra de los independentistas corsos. Su madre nunca estuvo de acuerdo, pero en 1793 abandonó Córcega para irse con él a Francia.

El siguiente enfrentamiento entre madre e hijo no fue por la política, sino por una mujer: Josefina de Beauharnais, con quien Napoleón se casó en 1796. Josefina era viuda de Alejandro de Beauharnais, terrateniente en la isla de Martinica que después había hecho carrera política durante la revolución. No acabó bien: fue guillotinado por contrarrevolucionario durante la época del Terror impuesto por los jacobinos. Pero Josefina había podido introducirse en los círculos políticos, donde conocería a Napoleón, quien se enamoró perdidamente de ella. Josefina no tanto. Su anterior matrimonio no había sido bueno y no perdió el tiempo con otros hombres mientras su nuevo marido batallaba fuera de Francia. Y eso a su suegra no le gustaba.

Más allá de los asuntos matrimoniales, lo que era evidente es que la carrera de Napoleón estaba disparada. Llevó a su ejército por Europa para anexionarse nuevos territorios. Incluso llegó a las costas más orientales del Mediterráneo causando varias masacres en ciudades como Jaffa, en la actual Tel Aviv. Su madre no estaba conforme y ni siquiera quería hacer vida en París. Pero su hijo sí tenía muy claro su objetivo y el 9 de noviembre de 1799 –el 18 de brumario– dio un golpe de Estado para autoproclamarse primer cónsul de Francia. Era admirado por muchos por sus ingeniosas estrategias militares y por el impulso a políticas liberales y progresistas. Uno de sus mayores admiradores era Beethoven. Aquellos fueron los mejores años de Napoleón.

Pero como siempre que se empieza a crecer de forma desmesurada, rápida, descontrolada y con mucho palmero alrededor, la historia no podía acabar bien. A Napoleón no le bastó ser cónsul y en 1804 se autoproclamó emperador de los franceses –ese antiguo nacionalista corso– con unción papal incluida. Para diciembre de aquel año montó un fastuoso acto en la catedral de Notre-Dame al que acudió la flor y nata del país. María Letizia se negó a asistir. No quería participar de un festejo que consideraba una pantomima. Ni siquiera vivía en la Corte. Eso sí, su hijo insistió en que apareciera en el cuadro que pintó Jean-Jacques David sobre la coronación. A veces se eliminan personajes de las fotografías o las pinturas y otras veces se incluyen. Y no contento con eso la nombró “su alteza imperial, madre del emperador”. Ramolino hizo caso omiso y continuó con sus particulares empresas económicas, sin depender de la riqueza que le ofrecía su hijo.

A partir de su autonombramiento como emperador, Napoleón emprendió sus verdaderas conquistas. Se iniciaron así las guerras napoleónicas contra Reino Unido –en las que implicó a España– y se dedicó a colocar a sus hermanos en los diversos reinos que iba anexionando. Así a José lo coronó en Nápoles y después en España, a Luis en Holanda, y a Jerónimo en Westfalia, en el norte de Alemania. Sólo a Luciano lo dejó sin territorios. Ambos estaban muy enemistados. Y en esta relación fraternal tuvo particular importancia la influencia de la madre.

De esta época data la carta enviada por ella a Napoleón que hoy se puede leer en la Biblioteca Nacional. Es una misiva muy dura con respecto a su hijo. En ella escribe, entre otras cosas, “cuánto mejor me hubiera estado la esterilidad, que haber contenido en mi desgraciado útero un monstruo”, en alusión a la ambición desmesurada del hijo y cómo ha llevado al resto de sus hermanos a la desgracia. Se pone del lado de Luciano, “que siempre abominó tus empresas ruidosas. El conocía bien tu carácter dominador” y destaca cómo “Luis, el desgraciado Luis, al que colocaste en el trono de Holanda, ya me anuncia que vacila la corona sobre su cabeza”, al sentirse un usurpador, “como lo fuiste tú del trono de Francia”. María Letizia es contundente: “Me has robado a mis tiernos hijos”. Y no duda en compararle con Calígula, Nerón y Caracalla, “monstruos, oprobios de la humanidad”. “¿Qué haces, aborto del abismo?”, le conmina, pese a que al final de la carta se despide con un tono entre cariñoso y resignado: “Pero soy tu madre y todavía te amo. Te amo, Napoleón, te ama tu desgraciada madre, Leticia”. Solo una alegría le dio en ese tiempo, que fue la firma del divorcio con Josefina en 1810 porque no le había dado un hijo. María Letizia estuvo presente durante aquel acto notarial. Como para perdérselo.

Sin embargo, no parece que Napoleón hiciera demasiado caso a su madre, ya que inició una campaña contra Rusia de la que no salió bien parado y que precipitó su final. Un buen número de países estaba en su contra y el emperador había perdido a muchos aliados, también dentro de Francia, por lo que acabó recluyéndose en la isla de Elba, a donde lo acompañó su madre, que pretendía que cambiara la relación con los hermanos. Desde allí, donde se enteró de la muerte de Josefina, lanzó su última campaña para recuperar el poder, que consiguió durante cien días en 1815. Pero otra batalla, en Waterloo, acabó definitivamente con sus delirios de grandeza.

Fue enviado por los británicos a la isla de Santa Elena, en medio del Atlántico, mientras María Letizia se trasladaba a Roma con toda la fortuna que había amasado con las inversiones que había realizado a lo largo de su vida. Ella ya pareció intuir que el final de su hijo sería desgraciado. Las relaciones entre ellos siempre fueron complicadas por los deseos ególatras del hijo, por el matrimonio con Josefina y por rechazar la religión católica y fomentar la laicidad del Estado. El narcisista Napoleón sabía que, de alguna manera, su madre llevaba razón: “Cuando ella muera, solo me quedarán inferiores”, afirmó en una ocasión. No le dio tiempo a comprobarlo, ya que murió en 1821 de un cáncer de estómago en Santa Elena. Completamente solo. María Letizia le sobreviviría quince años más. Falleció en 1836 a los 85 años de edad. Millonaria. Tal y como había nacido.

La multimillonaria multa que Haití le pagó a Francia por convertirse en el primer país de América Latina en independizarse.

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Entre todos los pesares de Haití, hay uno que llama especialmente la atención por su incongruencia.

Fuente: BBC, 30/12/2018.

Hace 215 años Haití se convirtió en la primera nación independiente en América Latina, la república negra más antigua del mundo y la segunda república más antigua del hemisferio occidental después de Estados Unidos.

Todo esto se logró tras la única revuelta de esclavos exitosa en la historia humana.

Esas son muchas razones de orgullo para una nación que, desde hace mucho tiempo, encabeza otras listas mucho más dolorosas.

Haití es el país más pobre de América y uno de los más pobres del mundo, según cualquiera de los organismos que elabora esas clasificaciones, incluidos el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Las razones son tantas que quienes quieren ayudar se quedan atónitos.

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Haití es un país que ha sido golpeado por múltiples tragedias.

Haití ha sido escenario de esclavitud, revolución, deuda, deforestación, corrupción, explotación y violencia. Sin olvidar la colonización, la ocupación por EE.UU., revueltas, golpes de Estado y dictaduras hasta la llegada en 1957 de François «Papa Doc» Duvalier, quien impuso uno de los regímenes más corruptos y represivos de la historia moderna que duró 28 años y causó muchas atrocidades y malversaciones.

No sorprende que ni la infraestructura, ni la educación, ni la salud, ni ningún otro bien público haya sido prioridad.

Eso en un país con el infortunio de estar ubicado sobre la falla principal entre las placas tectónicas de Norteamérica y el Caribe y en la pista principal de huracanes de la región, lo que hace que los desastres naturales sean aún más desastrosos.

En medio de tantos pesares, hay uno que resalta por incongruente a ojos contemporáneos: por declarar su independencia Haití tuvo que pagarle una cuantiosa indemnización al poder colonial del que se liberó.

De Ayiti a La Española a Saint-Domingue

Cristóbal Colón llegó a la isla que hoy alberga las Repúblicas de Haití y Dominicana en diciembre de 1492.

Mapa de cuando era colonia española y francesaDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionUno de los primeros lugares con los que se topó Colón.

Asumiéndola como territorio de la corona española, Colón bautizó la isla La Hispaniola o La Española, conoció a los nativos, que eran taínos, los llamó «indios» y con ellos pasó su primera Navidad en el Nuevo Mundo.

Aunque inicialmente la explotación de yacimientos de oro y la producción azucarera entusiasmó a los colonizadores, el descubrimiento de una enorme riqueza en el continente americano hizo que el interés por La Española menguara, particularmente el interés por la parte occidental de la isla.

Así, los bucaneros ingleses, holandeses y franceses se disputaron lo que los nativos taínos habían conocido como Ayiti.

Los que viajaban con la bandera de Luis XIV, «el Rey Sol» francés, asumieron gradualmente el control de esa esquina de la isla y en 1665 Francia la reclamó formalmente y la nombró Saint-Domingue.

30 años más tarde, Madrid le cedió formalmente un tercio de La Española a París.

La perla de las Antillas

Los franceses convirtieron Saint-Domingue en una de las colonias más ricas del mundo, y la más lucrativa del Caribe.

Llegando a Santo Domingo, grabado del siglo XVII.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionLos bucaneros franceses llegan en la costa occidental de la isla española de Hispaniola, también llamada Santo Domingo/Saint-Domingue, en el Caribe.

Para 1789, el 75% de la producción de azúcar del mundo provenía de Saint-Domingue, así como gran parte de la riqueza y gloria de Francia.

La llamada perla de las Antillas producía además café, tabaco, cacao, algodón e índigo, y lideró el mundo en la producción de cada uno de estos cultivos en un momento u otro durante el siglo XVIII.

La enorme riqueza que producía la fabulosa colonia era extraída gracias a la importación de decenas de miles de esclavos al año y la implementación de un duro sistema de esclavitud.

Azúcar amarga

Es aquí donde los números se tornan amargos: a finales de ese económicamente exitoso siglo XVIII, la perla de las Antillas fue el destino de un tercio de todo el comercio de esclavos en el Atlántico.

La alta demanda era resultado de la alta tasa de mortalidad de los esclavos: su promedio de vida era 21 años, y muchos morían tan solo tres meses después de haber llegado.

Enfermedad, exceso de trabajo y el sadismo de los supervisores eran los causantes de la mayoría de las muertes.

Grabado de un boceto del soldado británico Marcus Rainsford que muestra cómo entrenaban a los sabuesos en Santo Domingo usando esclavos, 1791-1803.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionGrabado de un boceto del soldado británico Marcus Rainsford que muestra cómo entrenaban a los sabuesos en Santo Domingo usando esclavos, 1791-1803.

Un escrito del autor haitiano Pompée Valentin, a menudo citado por su rareza y su elocuencia, ilustra el tratamiento que se le daba a los esclavos en las plantaciones haitianas:

¿No han colgado hombres con la cabeza hacia abajo, los han ahogado en sacos, los han crucificado en tablas, los han enterrado vivos, los han aplastado con morteros?

¿No los han obligado a consumir las heces?

Y, después de haberlos desollado con el látigo, ¿no los han arrojado vivos para ser devorados por gusanos o sobre hormigueros, o los han atado a estacas en el pantano para ser devorados por mosquitos? ¿No los han echado en calderos de jarabe de caña hirviendo?

¿No han puesto hombres y mujeres dentro de barriles tachonados con púas y los han hecho rodar por las laderas de las montañas hasta el abismo?

¿No han consignado estos negros miserables a los perros que se comen al hombre hasta que estos últimos, saciados por la carne humana, dejaron a las víctimas destrozadas para ser rematadas con bayoneta y puñal?

La Revolución de les gens de couleur de Saint-Domingue

El eco de la Revolución Francesa de 1789 llegó a la rica colonia donde los denominados gens de couleur y los esclavos se empezaron a preguntar cómo aplicaba la Declaración de los Derechos Humanos del Hombre a su situación.

En 1791, un hombre de origen jamaicano llamado Boukman se convirtió en el líder de los esclavos africanos en una gran plantación en Cap-Français.

Siguiendo el modelo de la revolución en Francia, el 22 de agosto de ese año, los esclavos destruyeron las plantaciones y ejecutaron a todos los blancos que vivían en la región.

Levantamiento de esclavos en gran plantación en Cap-FrançaisDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionPrimer ataque de una lucha que se extendería por 12 años.

Fue la primera acción de un levantamiento que se convirtió en guerra civil y luego en batalla frontal contra las fuerzas de Napoleón Bonaparte, y que tardó 12 años en alcanzar su objetivo: expulsar a los franceses.

El 1 de enero de 1804, Haití declaró su independencia y Jean-Jacques Dessalines se convirtió en su primer gobernante, inicialmente como gobernador general, y después como emperador Jacques I de Haití, título que él mismo se asignó.

Dessalines dio la orden de que todos los hombres blancos fueran condenados a muerte.

Y así fue: desde principios de febrero hasta mediados de abril de ese año tuvo lugar la masacre de Haití, que se cobró la vida de entre 3.000 y 5.000 hombres y mujeres blancos de todas las edades.

Sin intención de ocultar lo sucedido, Dessalines hizo una declaración oficial: «Hemos dado a estos verdaderos caníbales guerra por guerra, crimen por crimen, indignación por indignación. Sí, he salvado a mi país, he vengado a América».

La cuenta de cobro

La larga lucha por la independencia les había dado a los esclavos autonomía, pero también había destruido la mayoría de las plantaciones y la infraestructura del país.

El costo humano era también enorme: se calcula que de los 425.000 esclavos quedaron sólo 170.000 en condiciones de trabajar para reconstruir el flamante país.

Dessalines con cabeza de blanco cortadaDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionDessalines siguió el ejemplo de la Revolución Francesa, pero sin guillotinas.

La brutal venganza contra los blancos tomada después de que Francia se rindiera trajo el desprecio de muchas naciones.

ninguna reconoció a Haití diplomáticamente.

Sumado a esto, lo que había ocurrido en Saint-Domingue era la peor pesadilla de todos los poderes que tenían colonias en la vecindad, por lo que dejaron a Haití en «cuarentena» para prevenir el contagio.

Fue así que ocurrió lo difícilmente imaginable.

El 17 de abril de 1825, el presidente haitiano Jean-Pierre Boyer firmó la Real Ordenanza de Carlos X.

Callejón con una sola salida

La ordenanza le prometía a Haití reconocimiento diplomático francés a cambio de un arancel del 50% de reducción a las importaciones francesas y una indemnización de 150.000.000 francos (unos US$21.000 millones de hoy), pagadera en cinco cuotas.

¿Por qué una indemnización?

Porque el nuevo país tenía que compensar a los plantadores franceses por las propiedades que habían perdido, no sólo tierra sino también esclavos.

François-Dominique Toussaint L'ouverture, alias El Napoleón Negro, uno de los héroes de la Revolución que tan caro les costó. George De BaptisteDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionFrançois-Dominique Toussaint L’ouverture, alias El Napoleón Negro, uno de los héroes de la Revolución que tan caro les costó.

Y si el gobierno haitiano no firmaba el acuerdo, el país no sólo seguiría aislado diplomáticamente sino que sería bloqueado por una flotilla de buques de guerra franceses que ya estaba en la costa haitiana.

Esos 150.000.000 francos en oro equivalían a los ingresos anuales del gobierno haitiano multiplicados por 10, de manera que no sorprendió que cuando llegó el momento de hacer el primer pago Haití tuviera que pedir un préstamo.

Francia no tenía problema con que lo hiciera, siempre y cuando acudiera a un banco francés.

La deuda de la Independencia

Así empezó formalmente lo que se conoce como la deuda de la Independencia.

Dibujo de la bandera de 1838Derechos de autor de la imagen GETTY IMAGES
Image captionDibujo de la bandera de 1838, cuando ya el país estaba irremediablemente endeudado.

Un banco francés le prestó a Haití 30.000.000 francos -el monto de la primera cuota que debía- y le dedujo automáticamente 6.000.000 francos por comisiones.

Con lo que quedó, 24.000.000 francos, Haití le empezó a pagar reparaciones a Francia, lo que quiere decir que ese dinero pasó directo de las bóvedas del banco francés a las de la tesorería francesa.

En ese mismo instante, Haití quedó debiéndole 30.000.000 francos al banco francés y 6.000.000 francos más de la deuda total a Francia que lo que debía antes de hacer el primer pago.

Era una espiral sin fin para pagar una deuda inmensa que incluso cuando fue rebajada a la mitad en 1830 era demasiado alta para el país caribeño.

Tuvo que pedir enormes préstamos a bancos estadounidenses, franceses y alemanes con tasas de interés exorbitantes que le obligaban a destinar la mayor parte del presupuesto nacional en reembolsos.

Finalmente, en 1947 Haití terminó de compensar a los dueños de las plantaciones de aquella colonia francesa que fue la perla de las Antillas.

Le tomó 122 años pagar su deuda de la Independencia.

Marie Curie: 10 veces número uno

curieFuente: Muy Historia.

Inteligencia, rigor, voluntad, imaginación, pasión… Estas y muchas otras fueron las cualidades que describirían a Marie Curie a lo largo de su vida. Plagada de dificultades y piedras en su camino, Marie Curie demostró una constancia y compromiso para con la ciencia que la llevarían a luchar durante toda su vida por el derecho a seguir su sueño.

En 1895, dos años después de acabar la carrera de Física en la Sorbona, se casaría con el que fue su compañero en lo personal y en lo profesional: Pierre Curie. Mostrando gran interés por los trabajos sobre radiación de Roentgen y BecquerelMarie centró sus esfuerzos en medir las radiaciones de uranio en la pechblenda (uraninita) empleando para ello las técnicas piezoeléctricas inventadas por su marido. Esta investigación atrajo la atención de Pierre, que dejó sus estudios y se unió a su mujer para descubrir, en 1898, los elementos radiactivos polonio y radio.

A pesar de que ella había sido la principal responsable de la investigación, la sociedad de la época seguía rechazando la idea de que una mujer pudiese destacar en el mundo científico y Marie Curie quedó en un segundo plano hasta después de la muerte de su marido en 1906. Aun sin Pierre, Curie siguió dedicando su vida a la ciencia y obtuvo el reconocimiento que merecía. Muchos la conocen porque fue la primera mujer en ganar el Premio Nobel, pero hubo más cosas en las que fue pionera. Te las enumeramos a continuación:

 

1. La primera de su clase cuando terminó a los 15 años los estudios de bachillerato (1883). Le otorgaron una medalla de oro.

2. La primera mujer graduada en Física en la Universidad de la Sorbona. Aquel año (1893) solamente dos mujeres se graduaron en toda la Universidad de París. Marie fue, también, la primera de la clase.

3. La primera persona en utilizar el término radiactividad (1898).

4. La primera mujer en Europa que recibió el doctorado en Ciencias (1903).

5. La primera mujer en recibir un Premio Nobel de Física (1903). El galardón le fue otorgado, conjuntamente con su esposo Pierre y con Henri Becquerel, por el descubrimiento de la radiactividad.

6. La primera mujer que fue profesora y jefe de laboratorio en la Universidad de la Sorbona (1906).

7. La primera persona en tener dos Premios Nobel. El segundo sería de Química, en 1911, por haber preparado el radio e investigado sus compuestos.

8. La primera mujer que fue miembro de la Academia Francesa de Medicina (1922).

9. La primera madre Nobel con una hija Nobel. En 1935 su hija Irene obtuvo el galardón en Química.

10. La primera mujer en ser enterrada bajo la cúpula del Panteón por méritos propios (1995).

Nacida en una familia polaca de clase media e hija de un profesor de física y una maestra que falleció cuando Maria Sklodowska (su nombre de nacimiento) tenía 11 años, destacó desde muy temprana edad como una alumna brillante y que sentía gran interés por el mundo de las ciencias. En la Polonia de la época las mujeres no podían asistir a la universidad, por lo que decidió trasladarse a París con 24 años para tener la oportunidad de desarrollar una carrera científica y malviviendo con los ahorros que había ganado trabajando como institutriz y la escasa ayuda que le daban su padre y su hermana.

Todo lo que murió en la Gran Guerra.

Un niño herido toca el violín vestido de militar en las calles de Belgrado durante el invierno de 1918. CORBIS
Un niño herido toca el violín vestido de militar en las calles de Belgrado durante el invierno de 1918. CORBIS

Autor: Alberto Rojas.

Fuente: El Mundo, 11/11/2018.

Una sola bala, la que disparó el nacionalista bosnio Gavlilo Princip contra el archiduque Francisco Fernando, heredero del imperio austrohúngaro, en la esquina de la calle Franz Josef de Sarajevo, provocó que la historia descarrilara el 28 de junio de 1914. Un mes después, entre vítores y fuegos de artificio, se desató una política de alianzas en la que unos países se declaraban la guerra a otros con los que jamás habían tenido un solo conflicto. Se abrieron banderines de enganche para que medio continente acabara con el otro medio. Millones de soldados de todas las clases sociales, vestidos como si fueran a un carnaval (los franceses, con unos ridículos pantalones rojos y los alemanes, con un casco coronado por un pincho) se apuntaron a la pesadilla pensando que sería cosa de pocos días.

Lo primero que murió en la Gran Guerra de 1914 fue el concepto de guerra en sí misma. El ejército alemán enfiló hacia París y recorrió cientos de kilómetros en pocos días hasta que algún soldado cavó la primera trinchera y mató al conflicto clásico del siglo XIX. Se acabaron de golpe las cargas a caballo y sable y nacieron artilugios mucho más abyectos: los gases venenosos, la ametralladora, el tanque, el bombardero, el lanzallamas, el zepelín. A partir de ese momento, para avanzar unos metros se destinaron divisiones enteras con miles de muertos.

Con la Gran Guerra se fueron por el sumidero de la Historia la Belle Époque, la paz armada, la era de la seguridad y todo aquello que parecía inamovible. Cuatro imperios cayeron: zarista, otomano, alemán y austrohúngaro, así como sus territorios coloniales y casas dinásticas, nada menos que los Habsburgo, Romanov, Hohenzollern y la Sublime Puerta.

Todas las alianzas se hicieron trizas: tres de los dirigentes de las principales potencias eran primos: el zar Nicolás II, el káiser Guillermo II y el rey Jorge V de Inglaterra, de enorme parecido entre ellos, eran nietos de la reina Victoria. Una de las ficciones en las que vivía la realeza anterior a 1914 decía que emparentar a las grandes dinastías europeas era una garantía para la paz y contra el republicanismo. Murieron 16 millones de personas, ocho de ellos, civiles. Cada nueva leva era mayor que la anterior. Había miles de muertos que reemplazar de golpe en batallas como Verdún (diez meses, la más larga), Arrás, Galípoli o el Somme (la más sangrienta, con un millón de muertos).

La guerra, como una enfermedad bíblica, tumbó a todos los gobiernos en línea recta desde Alemania hasta Japón y se extendió por todos los confines del mundo. Las potencias enviaron armamento y soldados a sus colonias africanas y asiáticas. Las tropas alemanas se rindieron en Namibia en septiembre de 1915 mientras el conflicto avanzaba en Camerún, Togo, Tanzania, Kenia, el Congo y Gabón, con la movilización de cientos de miles de hombres procedentes de ejércitos tribales, algunos armados tan sólo de una lanza y un escudo. En Rusia engrasó la revolución bolchevique, un cataclismo ideológico en el siglo XX.

Cinco continentes participaron en la matanza. Además de Europa, donde prendió la mecha, el conflicto saltó a las colonias. Australia y Nueva Zelanda enviaron a sus jóvenes a luchar por el imperio británico, mientras que EEUU entró en la contienda después de que un submarino alemán hundiera el RMS Lusitania en mayo de 1915. En 1918, los grandes imperios habían perdido el 60% de su Producto Interior Bruto, se habían llenado de tullidos en sus calles y se encontraban exhaustos, sin moral ni recursos. Las primeras en pedir un alto el fuego fueron las potencias centrales.

A las 11 de la mañana y 11 minutos del día 11 del mes 11 de 1918, los silbatos sonaron en todos los frentes de batalla y se detuvieron las ofensivas y los bombardeos. Se había firmado el armisticio que ponía fin a cuatro años de la mayor carnicería creada por el ser humano hasta la fecha, pero la paz que se ofrecía contenía bombas de acción retardada que iban a provocar conflictos aún peores por todo el planeta. En diversos parques y castillos se firmaron los tratados de paz de Versalles (con Alemania), Saint Germain (con Austria), Trianon (con Hungría), Sèvres (con Turquía) y Neuilly (con Bulgaria) en los que se impusieron sanciones durísimas, reparaciones imposibles y responsabilidades inasumibles.

La delegación alemana recién llegada a París fue recibida por una turba borracha de odio que les despojó de todo su equipaje, les insultó, zarandeó y escupió hasta la llegada de su hotel. Cuando tuvo que firmar la humillante rendición, la pluma que les cedió el vengativo presidente galo Clemenceau no tenía tinta. El enviado alemán se esforzó por hacer un garabato legible ante la mirada glacial de todos los presentes en el salón de los espejos de Versalles. «Bueno, esto es el final», dijo Clemenceau cuando al fin pudieron firmar los alemanes con otra pluma prestada por el propio líder francés. El historiador Arthur J. Toynbee, presente en la sala, masculló en voz baja: «No, esto es sólo el principio». El revanchismo, el antisemitismo y el nacionalismo ya se incubaban en aquella encerrona. Muchos millones de muertos después, otra bala, la que disparó Adolf Hitler contra sí mismo con una pistola Walther PPK, la favorita de James Bond, terminó con el ciclo de violencia que abrió la de Princip en Sarajevo.

La creación de la SFIO.

 

Imagen tomada de la Biblioteca Nacional de Francia

Autor: Eduardo Montagut

Fuente: Diario digital Nueva Tribuna, 5/10/2018

El socialismo francés llegaba muy dividido al siglo XX, aunque estaba viviendo un proceso previo de unificación de los distintos grupos. A 1905 llegaba el Partido Socialista Francés, que se había creado en 1902 por la fusión de la Federación de Trabajadores Socialistas de Francia de Paul Brousse, el Partido Obrero Socialista Revolucionario de Jean Allemane, y un grupo de personalidades socialistas, entre las que destacaba, sin lugar a dudas, Jean Jaurès.

La Federación se había creado en 1879 en el Congreso de Marsella, bajo el liderazgo de Jules Guesde, pero llamándose Federación del Partido de los Trabajadores Franceses. En principio, defendía el colectivismo, pero en el Congreso de Le Havre (1880) adoptó el marxismo, con las elaboraciones de Guesde y de Paul Lafargue. Pero, muy pronto se vivió una clara división entre la fracción marxista de Guesde, y otra más posibilista de Paul Brousse. En 1882 se produciría la escisión. Por un lado, Guesde y Lafargue fundaban el Partido Obrero Francés, y la mayoría posibilista o reformista adoptaba durante un tiempo el nombre de Partido Obrero Socialista Revolucionario, para muy pronto pasar a ser la Federación de Trabajadores Socialistas de Francia. Pero la Federación sufriría una escisión, la liderada por Allemane, mucho más radical y con un gran acento sindicalista.

A 1905 también llegaba el Partido Socialista de Francia, aunque antes se había llamado Unidad Socialista Revolucionaria, una organización política nacida por el acuerdo de guesdistas y blanquistas, y la Alianza Comunista Revolucionaria. El Partido Socialista de Francia había nacido en 1902 cuando se unieron el Partido Obrero Francés de Guesde, que ya hemos mencionado y el Partido Socialista Revolucionario de tendencia blanquista, y liderado por Édouard Vaillant.

La creación de la SFIO, es decir, la Section Française de I’Internationale Ouvrière (Sección Francesa de la Internacional Obrera) en 1905, uniendo los partidos socialistas existentes, fue recibida con intensa alegría por parte del PSOE. Por fin, Francia contaba con un único Partido Socialista, como en los principales países occidentales.

Para que la clase obrera tuviera fuerza en su lucha contra el capitalismo se hacía indispensable que hubiera un único partido socialista en cada país

El Socialista constituye una fuente que nos interesa no sólo para ahondar en el momento fundacional de la SFIO, sino también porque nos permite ahondar en el conocimiento de las ideas del PSOE en ese momento. El periódico español informaba que esta fusión se había producido en el Congreso de París de los días 23, 24 y 25 de abril, gracias al trabajo de una comisión compuesta por miembros de todas las “fracciones”. En el Congreso se había votado la organización por la que debía de regirse, siguiendo lo dispuesto por el Congreso de Ámsterdam de la Segunda Internacional del año anterior. Como es sabido, en dicho Congreso se aprobó una resolución sobre la unidad. Para que la clase obrera tuviera fuerza en su lucha contra el capitalismo se hacía indispensable que hubiera un único partido socialista en cada país, enfrente de los partidos burgueses, como había un único proletariado. En consecuencia, todos los militantes, fracciones u organizaciones que se considerasen socialistas tenían el deber de trabajar para conseguir la unidad sobre la base de los principios establecidos por los Congresos internacionales. La Segunda Internacional y los Partidos de las naciones donde existiese tal unidad tenían el deber de ponerse a disposición para ayudar a que este acuerdo tuviese éxito.

Se informaba también que Le Socialiste, hasta ahora órgano del Partido Socialista de Francia, la fracción más numerosa, pasaba a ser el órgano de la nueva organización política. También se informaba de la composición de la Comisión Administrativa del Consejo Nacional.


Hemos consultado los números 965, 1001 y 1004 de El Socialista. Para ahondar en la compleja, pero, sin lugar a dudas, fascinante historia del socialismo francés previo a la creación de la SFIO es imprescindible acudir al tomo correspondiente de la Historia General del Socialismo, que trata de la etapa histórica entre 1875 y 1914, que coordinó en su día Jacques Droz, y que en España publicó Destino libro.

Bailén: la batalla en la que los españoles humillaron a Napoleón.

Autor: Ángel Viñas,

Fuente: El Mundo, 19/07/2018

Tal día como hoy de hace 210 años se descubrió algo que, a esas alturas, parecía impensable: los ejércitos de Napoleón que dominaban Europa no eran invencibles. Ocurrió en una pequeña localidad española que desde entonces pasó a la historia, Bailén. Allí tuvo lugar la primera derrota en una batalla digna de tal nombre del ejército francés. Fue al poco de empezar lo que nosotros conocemos como Guerra de la Independencia, los ingleses como Peninsular War y Napoleón como la maldita guerra de España.

El chispazo fue la sublevación madrileña del Dos de Mayo. Sofocada por los franceses, dio paso, en las semanas siguientes, a una cascada de declaraciones de guerra por parte de las provincias y regiones españolas. A partir de entonces, los franceses ya no tenían que soportar sólo las miradas de odio, los encontronazos y altercados con los paisanos de aquel país montaraz y atrasado. Ahora se enfrentaban a una situación de guerra abierta, una guerra para la que, además, no estaban preparados.

En ese mes de junio es nombrado rey de España José Bonaparte, hermano del emperador, y éste le envía rápidamente a Madrid para que ocupe el trono. Antes, y tras ver cómo se ponían aquí las cosas tras el Dos de Mayo, ha mandado a uno de sus mejores generales, Pierre Dupont, a controlar Andalucía. El 7 de junio, Dupont toma Córdoba, defendida mayoritariamente por paisanos armados, cuyo empeño por expulsar a los franceses no se corresponde con su capacidad de combate. Pero, frente al espontaneísmo del paisanaje, las tropas regulares del Ejército español en Andalucía se han organizado bajo el mando del general Castaños y se disponen a atacarle.

Las tropas que manda Dupont no están, por otra parte, a la altura de la fama de la Grand Armée. Como señala Emilio de Diego, uno de los máximos especialistas en la Guerra de la Independencia, en su imprescindible España, el infierno de Napoleón (La Esfera de los Libros), «en cuanto a su preparación, tanto sus cuadros como la tropa dejaban mucho que desear», algo extensible al conjunto de los ejércitos franceses en la península, de los que sólo un 20% contaba con experiencia de la guerra, y, entre estos, la mayoría tenía una edad excesiva.

El francés afronta unos inconvenientes muy claros: un frente demasiado largo entre Andújar y las estribaciones de Sierra Morena, con las consiguientes dificultades de aprovisionamiento, la hostilidad de la población, la adversidad del terreno y del clima, y la mala información.

En cuanto al ejército mandado por el español Castaños, es más numeroso, pero tiene también sus propias dificultades, empezando por la de ser un conglomerado heterogéneo de militares y paisanos. Demos la palabra al gran Pérez Galdós: «Cuerpos reglamentados españoles, con algunos suizos y walones; regimientos de línea que eran la flor de la tropa española; regimientos provinciales que ignoraban la guerra, pero que se disponían a aprenderla; honrados paisanos que en su mayor parte eran muy duchos en el arte de la caza, y por lo general tiraban admirablemente; y por último, contrabandistas, granujas, vagabundos de la sierra, chulillos de Córdoba, holgazanes convertidos en guerreros al calor de aquel fuego patriótico que inflamaba el país… Se formó de lo que existía; entraron a componer aquel gran amasijo la flor y la escoria de la Nación; nada quedó escondido, porque aquella fermentación lo sacó todo a la superficie, y el cráter de nuestra venganza esputaba lo mismo el puro fuego, que las pestilentes lavas».

En la primera quincena de julio Dupont recibe algunos refuerzos, de modo que sus tropas superan los 20.000 hombres, pero 2.000 de ellos están dedicados a asegurar las comunicaciones con Madrid entre La Carolina y Manzanares. El resto estaban en Andújar y entre Guarromán, Bailén, Mengíbar y Linares.

José Sánchez-Arcilla, codirector, junto con el citado Emilio de Diego, de otra obra imprescindible, el Diccionario de la Guerra de la Independencia (Actas, dos tomos), se ocupa en él de la entrada correspondiente a Bailén. Ahí explica cómo el plan de ataque del ejército español se elaboró en Porcuna el 11 de julio, cómo unas informaciones erróneas y la preocupación por no perder la línea de comunicación con Madrid llevaron a los franceses a una serie de movimientos que dejaron desguarnecidos algunos puntos esenciales, además de provocarles un desgaste que les pasaría factura.

Las divisiones españolas mandadas por Reding y Coupigny se adelantaron a Dupont, ocupando unos cerros estratégicos en Bailén. Tras las escaramuzas de los días previos, a las tres de la madrugada del 18 de julio empezó la batalla con el ataque francés al campo español. Frenado éste, el ataque español se dirigió a los dos flancos del enemigo. Tras una serie de ataques y contraataques con diversas alternativas, se produjo un intenso combate artillero en el que se impuso el mayor calibre de las piezas españolas. Los dos bandos temían la llegada de refuerzos para el enemigo (Vedel, en el caso francés, y el propio Castaños para los españoles). Eso empujó a Dupont a un último esfuerzo que acabó dejándole exhausto a mediodía. Las esperadas tropas de Vedel, que habían estado moviéndose un tanto erráticamente por las localidades cercanas (La Carolina, Andújar) llegaron a Bailén cuando todo estaba decidido. «¡Ay!, ¡si Vedel hubiese llegado un momento antes, poniéndonos entre dos fuegos! Pero Dios, protector en aquel día de la España oprimida y saqueada, permitió que Vedel llegase cuando estaba convenida ya la tregua, y se había principiado a negociar la capitulación», escribe Galdós.

Muchos soldados franceses acabaron deportados en la isla de Cabrera, en condiciones infrahumanas, en uno de los capítulos más negros de una guerra que abundó en ellos. Las consecuencias de Bailén no se hicieron esperar. Enseguida llegaron rumores a Madrid. José Bonaparte, que había llegado a la capital el día 20 y había sido proclamado públicamente Rey de España el día 25, tuvo la confirmación definitiva de la derrota el 28 de julio. El 1 de agosto salía de la capital junto con sus generales. Bailén supuso también que se levantara el sitio de Zaragoza. García de Cortázar ha recordado cómo la batalla inspiró a gente como Shelley, Wordsworth o Turguénev y «fue una gran esperanza para los europeos que luchaban contra Napoleón».

Luego habría más batallas, Napoleón entraría en España y José I volvería a Madrid. Pero Bailén demostró la vulnerabilidad del ejército francés a causa de lo que también se llamó la úlcera española.