Leopoldo II, el rey belga que cometió en África «los abusos más atroces» del colonialismo europeo

La estatua de Amberes había sido quemada y atacada con pintura antes de ser retirada.

Fuente: BBC 10/06/2020

Una estatua del rey Leopoldo II que durante 150 años estuvo en el centro de Amberes fue retirada en las últimas horas de la ciudad belga.

Y es que desde hace años grupos activistas piden que se deje de honrar la figura del monarca, que se considera cometió como propietario del Congo algunas de las peores atrocidades de colonialismo europeo.

Leopoldo II sigue dividiendo a los belgas, a los que durante décadas se les enseñó que fue el responsable de llevar la civilización a esa parte África.

Una muestra de lo controvertido que es este personaje, es que en las últimas horas un portavoz de la alcaldía de Amberes aseguró que la retirada de la estatua no tiene nada que ver con las recientes protestas que se han dado en todo el mundo en contra del racismo, y dijo que la figura será llevada a un museo para ser restaurada y que no se descarta que vuelva a ser instalada en el espacio público.

«El mayor y más horrible legado de todos»

Leopoldo II
Image captionLeopoldo II se declaraba «propietario» del Congo.

«De los europeos que luchaban para hacerse con el control de África a finales del siglo XIX, se puede decir que el rey belga Leopoldo II dejó el mayor y más horrible legado de todos«, escribió en 2004 Mark Dummet, excorresponsal de la BBC en Kinshasa, en una nota sobre el monarca.

«Mientras las grandes potencias competían por conseguir territorios en otros lugares, el rey de uno de los países más pequeños de Europa esculpió su propia colonia privada de 100 kilómetros cuadrados en la selva tropical centroafricana», agregó Dummet.

Leopoldo II extendió sus dominios hasta controlar un territorio equivalente a 60 veces el tamaño de Bélgica.

Pero no sería tanto el tamaño de esas posesiones sino lo que allí ocurriría y las condiciones en las que sucedió lo que marcaría su legado.

Colonia privada

Leopoldo II, quien reinó en Bélgica entre 1865 y 1909, buscó convertir su pequeño país en una potencia imperial para lo cual lideró los esfuerzos para desarrollar la cuenca del río Congo.

Poco antes de morir, Leopoldo II entregó a Bélgica la administración de los territorios en el Congo.
Image captionPoco antes de morir, Leopoldo II entregó a Bélgica la administración de los territorios en el Congo.

Argumentando su deseo de llevar a los nativos africanos los beneficios del cristianismo, de la civilización occidental y del comercio, el monarca convenció a las potencias euroasiáticas de permitirle tomar el control de esa extensa región a través de una organización que llamó Asociación Internacional Africana y que en 1885 transformó en el Estado Libre del Congo.

Esta institución privada no estaba vinculada con el estado belga sino que dependía directamente del monarca, quien se presentaba como su «propietario». Era la única colonia privada del mundo.

Pero detrás del discurso filantrópico de Leopoldo II había un gran interés en hacerse con las grandes riquezas del territorio.

Primero, del marfil, que era inmensamente apreciado en la época previa a la creación del plástico por ser un material que podía ser utilizado para crear infinidad de piezas, desde estatuillas hasta teclas de piano pasando por piezas de joyería y dientes falsos.

De allí surgió la mayor parte de la riqueza obtenida por el monarca durante los primeros años del Estado Libre del Congo. Los abusos y las extremas condiciones a las que eran sometidos los nativos africanos allí para obtener este preciado material fueron retratados por el escritor británico de origen polaco Joseph Conrad en su novela «El corazón en las tinieblas».

Manos mutiladas

Gradualmente, el interés por el marfil fue desplazado por la fiebre del caucho, cuando en la década de 1890 su uso se disparó para producir ruedas de bicicletas y de autos, para recubrir cables así como para fabricar cintas de transporte para automatizar el trabajo en las fábricas.

Ilustración de un hombre negro atrapado por una serpiente con la cabeza del rey belga
Image captionA inicios del siglo XX crecieron las críticas hacia lo que ocurría en el Estado Libre del Congo.

El negocio del caucho tenía sus complejidades, pues la materia prima se extrae de un árbol que tarda muchos años en crecer, por lo cual quienes controlaran territorios con abundancia de estos árboles tenían una fortuna entre sus manos. Y el Estado Libre del Congo tenía muchos de ellos.

También abundan los relatos sobre la crudeza con la que se explotaba este material en los territorios controlados por Leopoldo II.

«Él convirtió su ‘Estado Libre del Congo’ en un campo de trabajo masivo, hizo una fortuna para sí mismo con la recolección del caucho y contribuyó en gran medida a la muerte de quizá unos 10 millones de inocentes«, señaló Dummet.

La cifra de las posibles víctimas es controvertida.

En 1998, el historiador estadounidense Adam Hochschild publicó un libro en el que Leopoldo II quedaba señalado como el responsable de una suerte de holocausto africano, que superaría en cantidad de víctimas al número de judíos muertos a manos de la Alemania nazi.

En Bélgica, algunos expertos rechazaron las conclusiones del polémico texto. «Ocurrieron cosas terribles, pero Hochschild está exagerando. Es absurdo decir que murieron tantos millones«, le dijo entonces Jean Stengers, un historiador especializado en la época de Leopoldo II, al diario británico The Guardian.

Stengers reconoció que la población del Congo mermó de forma dramática durante los 30 años siguientes a la toma de control de ese territorio por parte de Leopoldo II, pero advirtió que era imposible saber cuántas víctimas hubo pues nadie sabía cuántas personas habitaban allí en ese momento.

En los jardines del Palacio Real de Laeken, Leopoldo II ordenó construir este invernadero para celebrar la adquisición del Congo.
Image captionEn los jardines del Palacio Real de Laeken, Leopoldo II ordenó construir este invernadero para celebrar la adquisición del Congo.

En lo que sí hay coincidencia entre los estudiosos fue en los métodos brutales utilizados por los representantes de Leopoldo II para obligar a la población nativa a explotar el caucho.

El Estado Libre del Congo estaba controlado por un ejército privado de unos 19.000 hombres conocido como Fuerza Pública.

Miembros de esta organización aterrorizaban a las poblaciones nativas para obligarlas a trabajar.

El método era el siguiente: entraban en una aldea por la fuerza, tomaban a las mujeres y a las niñas como rehenes y ordenaban a los hombres adentrarse en la selva para recolectar una cuota determinada de caucho.

Mientras los hombres cumplían con la tarea impuesta para salvar a sus esposas e hijas, estas morían de hambre o eran sometidas a abusos sexuales.

Además, quienes no fueran capaces de completar la cuota que les había sido impuesta estaban amenazados con la amputación de una de sus manos o de las de alguno de sus hijos.

Este castigo también era una práctica habitual por otros motivos. Los miembros de la Fuerza Pública tenían que demostrar que no «malgastaban» las balas de las que disponían, pues estas debían ahorrarse para ser usadas en caso de un motín.

Leopoldo II, rey de Bélgica
Image captionAunque rigió sobre el destino de millones de personas en Congo, Leopoldo II nunca visitó ese territorio.

Entonces, por cada bala gastada se les exigía que presentaran la mano cortada a uno de los rebeldes muertos. Como resultado, cuando los soldados regresaban de una expedición para sofocar una revuelta traían consigo cestas repletas de manos cortadas.

Pero esta medida de «ahorro» también se prestaba a otros adicionales abusos. Así, cuando un soldado erraba el tiro o cuando simplemente usaba sus balas para jugar al tiro al blanco, en ocasiones le cortaba la mano a un nativo para poder justificarse ante su oficial a cargo.

La biógrafa británica de Leopoldo II, Barbara Emerson, asegura que el monarca se sintió consternado cuando escuchó sobre los terribles abusos que ocurrían en sus dominios africanos -los cuales, por cierto, nunca conoció personalmente. «Estos horrores deben terminar o me retiraré del Congo. No seré salpicado de sangre y lodo», le habría escrito a su secretario de Estado.

Sin embargo, también se refiere a que comentó: «Cortar las manos. Es algo idiota. Yo les cortaría todo lo demás, pero no las manos. Eso es lo único que necesito en el Congo».

Un legado polémico

Durante la primera década del siglo XX se fueron acumulando las críticas en contra de los abusos que se cometían en el Estado Libre del Congo.

«Robo legalizado y ejecutado con el uso de la violencia», afirmó Dummet que era la forma como se describía en aquella época lo que ocurría en África bajo Leopoldo II.

Algunos historiadores señalan que esas críticas eran, en parte, impulsadas por otras potencias coloniales europeas que buscaban desviar la atención de sus propios abusos.

En todo caso, la presión ejercida sobre el monarca derivó en la decisión de este de transferir en 1908 su «propiedad» en África a Bélgica, con lo cual el Estado Libre del Congo se convirtió en el Congo Belga.

Leopoldo II murió poco después, pero dentro de los proyectos que había dejado en marcha estaba la construcción del Museo Real de África, en las afueras de Bruselas, que se convirtió en el primer museo de Congo en el mundo.

El Museo de África, a las afueras de Bruselas, es parte del controvertido legado de Leopoldo II.
Image captionEl Museo de África, a las afueras de Bruselas, es parte del controvertido legado de Leopoldo II.

Pensado, en parte, como un instrumento de propaganda sobre el proyecto colonial, esta institución fue reabierta en 2018 luego de pasar cinco años cerrada en labores de adaptación de su colección a los nuevos tiempos.

Guido Gryseels, director general del museo, explicó en una entrevista concedida al diario The New York Times que parte del trabajo que hicieron tiene que ver con los esfuerzos para cambiar la visión positiva del colonialismo que ofrecía la institución.

«Generaciones enteras de belgas vinieron acá y recibieron el mensaje de que el colonialismo era algo bueno, de que trajimos civilización, bienestar y cultura al Congo», señaló.

Para combatir esa narrativa, el museo reorganizó la colección y colocó información que destaca los problemas causados por el colonialismo.

Pero ¿y qué hay del legado de Leopoldo II?

Derechos humanos

Mark Dummet, excorresponsal de la BBC en Kinshasa, señaló que el país nunca se había recuperado realmente de aquella experiencia colonial.

«Los soldados del Congo nunca se alejaron del rol que les atribuyó Leopoldo como una fuerza para ejercer la coerción, atormentar y violar a la población civil desarmada», apuntó en su texto de 2004.

Sin embargo, aquellos abusos al parecer sí tuvieron una consecuencia positiva aunque no buscada.

Según Dummet, la campaña para revelar lo que había ocurrido en el Estado Libre del Congo, liderada por el diplomático Roger Casement, se convirtió en el primer movimiento masivo moderno en defensa de los derechos humanos.

«La aparición de sucesores como Amnistía Internacional, Human Rights Watch o la organización con sede en Kinshasa Voix de San Voix (‘La voz de los que no tiene voz’) significa que en la actual República Democrática de Congo los abusos no pueden ocultarse por mucho tiempo», apuntó Dummet.

La memoria de Annual: una incierta gloria

El general Berenguer y su Estado Mayor. Postal de la época. Colección particular.

Autor: JOAN PALOMÉS

Fuente: ctxt.es 24/09/2019

La patria está en peligro, dicen en el Congreso de los Diputados. Y esos mismos apelan a nostalgias nocturnales. Los Reyes Católicos velan las esencias y los redobles de los Tercios de Flandes apuran el sueño. La derecha se refuerza con espadones. Vox, por ejemplo, ha presentado cinco generales como cabezas de lista en las elecciones generales. La patria está en peligro…

La Ley de Memoria Histórica, tantas veces diferida, tantas veces cuestionada, es la bestia negra de una narrativa que dormitaba en el mausoleo del Valle desde la Transición y que resurge, ahora ya sin escrúpulos, para reivindicar la historia fascista plasmada en aquella parcial “Causa General instruida por el Ministerio Fiscal sobre la dominación roja en España” de 1940. Sólo existe una verdad, la de los vencedores –que todavía lo son– y que debiera quedar atada y bien atada. “Quien controla el pasado controla el futuro; quien controla el presente controla el pasado”, decía George Orwell.

España es tierra de excelsas impunidades y notables falsificaciones. El siglo XX, todo él, es una buena prueba de ello. Se consagran las gestas épicas y los contados héroes entorchados, pero se omiten las muchas vergüenzas y los numerosos descalabros con miles y miles de muertos a costa del pobrerío. Las guerras de Marruecos y la dolorosa aventura colonial española en África están trufadas de desastres silenciados y responsabilidades olvidadas. El Protectorado de Marruecos, al fin y al cabo, marcó las horas de la política española durante cincuenta años: 25.000 soldados muertos, la Semana Trágica y otras revueltas, las recurrentes crisis gubernamentales con 15 presidentes de Gobierno entre 1917 y 1923, el fin de la Restauración borbónica y el exilio de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, las tensiones en el seno del ejército entre africanistas y junteros… De Melilla salen las primeras tropas sublevadas contra la República y los generales africanistas son golpistas, salvo algunas excepciones que se mantuvieron fieles al gobierno (Riquelme, Miaja…).

El Protectorado

La entrada española en la rapiña africana fue accidental. A la greña franceses, británicos y alemanes en el expolio del continente, acordaron esas potencias que la estratégica puerta del Mediterráneo –las regiones de Rif y Yebala del norte marroquí, equivalente a la provincia de Badajoz– quedara asignada a una potencia menor, decadente y sin mayores pretensiones. España estaba sumida en una depresión existencial –el unamuniano “me duele España”–  después de perder en 1898 de manera humillante los últimos jirones del Imperio de ultramar, Filipinas, Cuba, Guam y Puerto Rico, tras vergonzosas derrotas navales en Santiago de Cuba y Cavite, incompetencia militar estratégica incluida. El país había quedado sin honra ni barcos.

El tratado de Fez de 1912, en definitiva, no era más que un subarriendo a España de una zona del Protectorado francés de Marruecos, la más áspera, yerma e indómita que ni el sultán había podido domeñar y que complementaría las plazas españolas de Ceuta, Melilla, Alhucemas y Vélez de la Gomera. Así, el Protectorado español de Marruecos se percibió como una oportunidad de recuperar el prestigio nacional y el honor de un ejército desolado.

Y luego estaba eso que se denominaba “misión civilizadora”, exquisito eufemismo de las potencias coloniales para justificar el saqueo. El conocimiento científico que se tenía del territorio y los autóctonos no era excesivamente sofisticado. “El berberisco es astuto, cauteloso, sanguinario y traidor. La conmiseración y el perdón los suele tomar siempre por debilidad. Sólo el castigo le puede meter en orden y en disciplina”, se lee en el tratado de 1910 Geografía Militar de Marruecos del capitán de Infantería Antonio García Pérez. Y más adelante, reivindica con soltura las “sobradas pruebas que acreditan las excepcionales condiciones de la raza española para colonizar pueblos, por muy apartados que éstos se hallen y por muy diferentes que sean sus cualidades étnicas; las aptitudes de nuestra raza márcanse en la historia de la humanidad de modo brillante, unas veces por el genio, otras por la bravura y siempre por la abnegación más contagiosa”.

Pero España, en esos años, no estaba para demasiadas misiones civilizadoras en tierras africanas: la tasa de analfabetismo entre la soldadesca superaba el 60% y en la península, también en esos años, una comitiva encabezada por un campechano Alfonso XIII y el obispo de Coria descubría el inframundo de las Hurdes, tierra de hambre y miseria, atraso endémico, bocio y cretinismo y donde la civilización estaba ausente.

Antecedentes nada gloriosos

Las hazañas bélicas del ejército español en territorio rifeño nunca han sido especialmente gloriosas. Habría que remontarse a mediados del siglo XIX con las victorias del general Prim en Wad-Ras y Castillejos contra el sultán de Marruecos, plasmadas en los óleos de Mariano Fortuny y en el callejero de las ciudades españolas. Poco después, finalizando el siglo XIX, tiene lugar la denominada “guerra de Margallo”, donde se produce la primera desbandada de las tropas españolas frente a los rifeños en la que muere el general y gobernador de Melilla García Margallo. Refiere Manuel Ciges Aparicio en su libro España bajo la monarquía de los Borbones que fue un joven oficial llamado Primo de Rivera –el futuro dictador– quien le descerrajó un tiro en la cabeza al general por su conexión con un lucrativo negocio de venta de armas a los mismos rifeños a los que combatía. El historiador Gerald Brenan también mantiene la tesis según la cual el general y gobernador Margallo y su camarilla hicieron una cuantiosa fortuna con el contrabando de armas al enemigo. La corrupción con galones será una constante a lo largo de todo el Protectorado.

En el mes de julio de 1909 se dieron los prolegómenos de lo que vendría pocos años después. Un batallón al mando del general Pintos es sorprendido en el barranco del Lobo, en las estribaciones del monte Gurugú. La retirada vulnera las más elementales reglas de la estrategia militar y se produce la escabechina: casi 200 muertos, entre ellos el general Pintos, y 600 heridos. La historia oficial bautizó el revés como el Desastre del Barranco del Lobo. Fue el primer Desastre oficial y las coplas de luto inundarán las calles españolas:

 “Melilla ya no es Melilla,

Melilla es un matadero

donde van los españoles

a morir como corderos”.

Ese mismo mes, en Barcelona, los barrios populares se levantaron contra el sistema de leva que convertía Marruecos en un moridero de pobres. Las prácticas tan extendidas de la redención a metálico y la sustitución permitían a los hijos de las clases acomodadas y de la burguesía librarse de la guerra o ser sustituidos por otro mozo por la módica cantidad de 2.000 pesetas. Un obrero de los Altos Hornos de Bilbao ganaba en esa época 5 pesetas diarias. En 1912 esa infame práctica se “democratizó”: se derogaban las circunstancias eximentes pero nacía el soldado de cuota que a cambio de una aportación económica –entre 1500 y 3000 pesetas– tenía el privilegio de elegir destino, pernoctar en su domicilio y limitaba su estancia a cinco meses en el cuartel en lugar de los tres años que duraba el servicio militar para el resto de desdichados. Eso sí: el equipo y el uniforme corrían por su cuenta. “Hijo quinto y sorteao, hijo muerto y no enterrao”, se decía en la calle.

Juan Pando, en su memorable Historia secreta de Annual, aporta otra de las diversas maneras de escaqueo entre la oficialidad. La familia del movilizado en el Rif donaba a la unidad donde se hallaba destinado el beneficiario un coche rápido, así llamados los Ford 20HP, que costaban unas 4.000 pesetas, a condición de que el oficial o suboficial en cuestión fuese el conductor del vehículo más un ayudante por él designado. Estos rápidos cargados de jefes y oficiales huyendo hacia Melilla simbolizarían la imagen de la suprema cobardía cuando se produce el derrumbe de Annual en 1921.

Annual

El Desastre de Annual es la mayor derrota que un ejército colonial haya sufrido nunca. Entre julio y agosto de 1921, 14.000 soldados en desbandada dejaron la vida en los pedregales, veredas, vaguadas, poblados, destacamentos, blocaos y montes del Rif. “Había tantos muertos en algunas partes del trayecto entre Uestía y Río Seco que el camión tenía que ir pisando los cadáveres”, relata el soldado Vicente Garrido, testimonio recogido en el Expediente Picasso. En apenas dos meses, una amplia ofensiva de las cabilas lideradas por el líder rifeño Abdelkrim Al Jatabi, de la cabila de Beni Urriaguel, provocó la debacle que aniquiló la Comandancia General de Melilla.

Abarrán, Sidi Dris, Igueriben, Annual, Izzumar, Arruit, Zeluan, Nador… son nombres cubiertos de luto que deberían fijarse en la memoria colectiva y, sin embargo, ausentes en los libros de texto. No hay ninguna calle de Annual o plaza de Monte Arruit en las ciudades españolas. La retórica patriótica glosa las gestas heroicas, las muertes vanamente gloriosas y los oropeles del valor pero omite con pudor la cobardía y el pavor del mando, la ineptitud del general, la corrupción del oficial, la incompetencia de la comandancia y, en fin, la responsabilidad del rey.

De Annual los patriotas recuerdan con arrobo la gesta del Regimiento de Caballería Alcántara 14, al mando del teniente coronel Primo de Rivera –hermano del futuro dictador–,  porque con sus cargas a galope tendido protegió la huida desesperada de las tropas que huían de Annual  hacia Monte Arruit a un alto precio: de un contingente de 700 hombres, apenas sobrevivió un centenar. La hazaña todavía se recuerda entre los nostálgicos. En el año 2012, noventa años después, el Consejo de Ministros decidió conceder al regimiento la Laureada de San Fernando por aquella actuación.

EL DESASTRE DE ANNUAL ES LA MAYOR DERROTA QUE UN EJÉRCITO COLONIAL HAYA SUFRIDO NUNCA

Del puñado de Laureadas que se repartieron en Annual destaca la del cabo Arenzana, que con un reducido contingente de soldados resistió durante trece días en el destacamento del Pozo nº 2 de Tistutín frente a cientos de moros aviesos. La numantina resistencia incluía asaltos a bayoneta calada, luchas cuerpo a cuerpo a cuchilladas y decenas de moros muertos. Un par de años después, durante un interrogatorio a uno de los soldados integrantes del destacamento, que hasta entonces había permanecido en el hospital, se destapa la trola. Ni épica ni gloria: que se habían rendido desde el primer día; que habían permanecido en calidad de prisioneros en el propio destacamento; que salvaron la vida a cambio de hacer funcionar el motor que sacaba el agua del pozo para la aguada de los animales de la zona; que cuando se acabó la gasolina los despojaron de todas sus pertenencias y los dejaron libres dirigiéndose hacia la zona francesa, unos kilómetros al sur. Al cabo Arenzana, ascendido a sargento, le respetaron el grado pero lo desposeyeron de la condecoración en total y absoluto silencio y discreción. El bochorno era abrumador y, al fin y al cabo, no abundaban los héroes del pueblo.

Un glorioso ejército

Y es que, en definitiva, las condecoraciones, medallas, ascensos y galones son la savia que alimenta el espíritu militar. El Ejército español era especialmente pródigo en ese capítulo, tanto como mezquino con el rancho y las alpargatas de los soldados. Entre 1909 y 1914, se produjo una verdadera tómbola de entorchados repartiéndose 132.925 condecoraciones y 1.587 ascensos por méritos de guerra, una cifra inaudita habida cuenta de las pocas victorias a reseñar o batallas memorables que recordar. El despropósito quedaba así: 54 Cruces de San Fernando, 878 Cruces de María Cristina, 28.771 Cruces Rojas del Mérito Militar pensionadas y otras 100.605 sin pensionar, amén de otros abalorios de menor calado. Ojo al dato de las cruces pensionadas tan anheladas por los señores oficiales…

Poco después, durante el Desastre del 21, los caminos y veredas que presenciaron la desbandada de las tropas quedarían regados de estrellas, galones y medallas de la oficialidad –de aquella oficialidad gloriosamente condecorada– de las que se despojaban para confundirse con los soldados de a pie. “El testigo encontró que mucha gente se acogía entre los mulos, aguardando la primera ocasión de montarlos, bajo pretexto de estar heridos o enfermos” (…) “y otros oficiales se arrancaban las divisas, las gorras y hasta los leggins, para que no conocieran su condición”, relata el teniente de Artillería Fernando Gómez López en el expediente Picasso. Otro testimonio, el del paisano Verdú, refiere que “pasaban muchos rápidos con oficiales, y a eso de las catorce del día 23, vieron llegar a dos que dijeron ser oficiales y que iban con alpargatas y guerreras de soldados, que fueron los primeros en llegar a pie, pues los anteriores pasaban en rápidos” .

El teniente coronel Fernández Tamarit, también interrogado, reconocía que “no hubo quien restableciera el orden, brillando por su ausencia el Mando. Muertos unos, arrastrados otros por el torrente, nadie pudo ni supo contenerlo” (…) “la retirada terminó en un sálvese quien pueda desdichado, fatal consecuencia de errores que eran de todos, y de los que la oficialidad del Ejército, ni aún muriendo, pueden redimir a éste”.

El expediente está repleto de testimonios relatando la inopia del Mando, incluso entre las conclusiones del propio general Picasso: “Es necesario exigir responsabilidades a cuantos, con olvido del honor militar y del prestigio de las armas, no han sabido responder al cumplimiento de sus indeclinables deberes en el general fracaso de la moral, absteniéndose, eludiendo o excusando su participación personal, suscribiendo capitulaciones incomprensibles, evadiéndose del territorio, desamparando posiciones o abandonándose a desalentada fuga presa de pánico insuperable”.

La falta de empaque ya se anticipaba en una carta del teniente coronel Fernández Tamarit al general Silvestre, comandante general: “Es una vergüenza eso de que los coroneles pasen la vida en la plaza (Melilla) o en España con permiso, rascándose la barriga, y solo suban al campo cuando va a hacerse una operación con la columna de  recompensas”. En los días críticos de julio de 1921, cuando empieza la debacle, la mitad de jefes no se encontraba en sus puestos y el general Picasso se asombra del número de permisos por enfermedad concedidos.

En cuanto a las capitulaciones incomprensibles, destaca el relato que hace el general Picasso de la rendición de Monte Arruit por el general Navarro, en ese momento Comandante General de Melilla tras la muerte –o suicidio– del general Silvestre en Annual. “El día 11 de agosto, al fin, mientras se corrían las órdenes para el desarme y salida de las tropas, a la una de la tarde, el general con algunos oficiales, buscando un lugar de sombra, salieron de la posición acompañados de unos jefes moros que, poco a poco, fueron alejándolos hasta la estación de ferrocarril, donde entraron, y en ese momento los moros irrumpieron en la posición, abriendo a traición el fuego sobre las tropas, agotadas e indefensas en su mayoría, dedicándose los moros al saqueo”. La guarnición fue aniquilada tras la salida del general y sus oficiales en busca de una sombra. En apenas treinta minutos de fuego graneado y degüello a discreción el campamento y sus alrededores quedaron sembrados con 2.600 cadáveres de desdichados. Dos años después, el general Navarro y sus oficiales, junto con otros oficiales, tropa y algunos civiles capturados en otras guarniciones, hasta alcanzar la cifra de 357, fueron canjeados a cambio de 4,3 millones de pesetas. 

Una estructura obsoleta

El ejército de la Restauración que heredó Alfonso XIII en 1902 era un ejército de camarillas y favoritos, de estómagos agradecidos y compadreo, de espadones y ambiciosos, tan anquilosado como sobredimensionado, tan costoso como anticuado. La decisiva participación de la cúpula en la vida política era proverbial y contaba con admiradores tanto entre las filas liberales como conservadoras.  El propio rey constituyó su particular lobby –quizá el más influyente junto al de los industriales– con sus allegados, gerifaltes y generales que medraron a su amparo. Un ejército pretoriano, como lo definió el historiador e hispanista Stanley Payne. De hecho, los dos grandes responsables del Desastre, los generales Dámaso Berenguer, Alto Comisario de Marruecos, y Manuel Fernández Silvestre, Comandante General de Melilla, eran gentilhombres del rey, sus compañeros de francachelas e instalados en sus cargos africanos a instancias de Alfonso XIII.

En esos años, en el escalafón figuraban 529 generales y casi 24.000 oficiales para una tropa de poco más de 100.000 hombres: un oficial por cada cuatro soldados. Una ratio delirante si la comparamos con la proporción de los ejércitos británico y francés, que era de 1 a 20. Y aún en 1921, el Anuario Militar registraba 466 generales en activo. No es extraño, pues, que entre la guerra y las onerosas mamandurrias de las charreteras el presupuesto militar de 1922 devorase el 51% de los fondos del Estado. El editorial del diario ABC, en su edición del 10 de noviembre de 1922, era rotundo al respecto: “España paga un presupuesto de guerra muy superior a sus recursos. Y, sin embargo, no hay ejército. Desde los 157 millones de pesetas en 1906, el presupuesto de guerra ha llegado a los 581 millones de 1921, que representa, en tan breve periodo, un aumento del 267%. Y no hay ejército”.

La vida alegre de Melilla

Melilla, durante el protectorado, era la perla del sur, el dinero corría a espuertas y no había compañía de variedades que se preciara que no incluyera Melilla en sus giras. Las tonadilleras Lola Montes y Concha Piquer regalaban sus coplas en el Teatro Reina Victoria y a la plaza de toros de la ciudad acudía lo más granado de la península: Juan Belmonte, Machaquito…  En el barrio del Real abundaban los prostíbulos de tronío para los jefes y oficiales y eran legendarias las casas de juego, las apuestas y las timbas en las que los militares con galones derrochaban auténticas fortunas. El juego y la corrupción, ambos muy extendidos, llegarían a ser una de las múltiples causas del hundimiento de la Comandancia General de Melilla. 

El diputado socialista Indalecio Prieto, poco después del Desastre del 21, iniciaba uno de sus discurso en el Congreso de Diputados con un “Melilla es un lupanar y una ladronera” y el diputado Crespo de Lara, tras exigir y obtener determinada información reservada al ministro de la Guerra, hizo enmudecer el Congreso: entre 1920 y 1921 “se han suicidado 47 jefes y oficiales; han perdido su carrera, por fallos del Tribunal de Honor, 63 (…) y a 144 oficiales se les había ofrecido retirarse para no ser sometidos a un Tribunal de Honor”. La mayoría de ellos a causa del juego. Y en el apartado de lo que benévolamente se denominaban inmoralidades administrativas, es decir, desfalcos, malversaciones y corrupciones varias, “hay un número considerable, 59, y de éstos 30 corresponden a jefes y oficiales del ejército de operaciones de África”. Durante el año 1920, hasta 11 capitanes cajeros de Cuerpos de Melilla pidieron la separación del ejército, la mayoría de ellos por haber dispuesto indebidamente del dinero de sus cajas.

La corrupción estaba tan extendida que afectaba a todos los estamentos y beneficiaba a demasiados en mayor o menor medida, en función del escalafón. De ahí, la displicencia reglamentaria.  El Expediente Picasso recoge el peculiar caso del auxiliar de Intendencia Julio Lompart que, durante el asedio de Zeluán, “realizaba la venta a dinero, tanto a soldados como a unidades, de los artículos del depósito de víveres a su cargo”. En Zeluán sobrevivieron muy pocos. No fue el caso de Lompart que, sin embargo, murió con la satisfacción de haber hecho una buena caja.

Una práctica muy frecuente, casi rutinaria, era la de tasar los convoyes de mercancías duplicando el coste real. En el territorio había numerosos destacamentos y guarniciones que requerían de avituallamiento periódicamente.  En Meserah, una de tantas posiciones, se consumían semanalmente cerca de 500 cargas y mientras la contabilidad oficial valoraba cada carga en 36 pesetas, el coste real era de 19,85 pesetas. A medida que se ascendía en la jerarquía, los negocios eran más rotundos y voluminosos.

ESPAÑA TIENE EL DUDOSO HONOR DE HABER SIDO EL PRIMER PAÍS EN BOMBARDEAR DESDE EL AIRE CON GAS MOSTAZA ADUARES, ZOCOS EN DÍAS DE MERCADO Y CABILAS RIFEÑAS

Incluso, la prensa de la época se hizo eco de un escándalo que estalló en el Parque de Larache y al que se dio amplia cobertura a lo largo del juicio. El diario La Voz señalaba que “en Larache se repartían algunos oficiales de Intendencia de los que manejan fondos, del más alto al más bajo, la cantidad de 300.000 pesetas mensuales que obtenían haciendo diversos equilibrios y operaciones”. Eso que actualmente se denominaría contabilidad creativa. La cantidad mensual a repartir entre los socios era considerable habida cuenta que el sueldo de una capitán era de 600 pesetas y el negocio llevaba algunos años funcionando. Los comandantes Muñoz Calchineri, director del Parque, y José García Restrebada, Jefe de Administración, los capitanes García Bremón, Jordán y Rodríguez Aller, el comisario de Guerra Francisco Montes del Castillo, entre otros, se repartían entre 40.000 y 20.000 pesetas cada mes. Durante el proceso, la prensa reveló detalles de las fastuosas vidas de los imputados, como la del comandante Montes del Castillo, que ni siquiera vivía en Larache sino en Tánger, en la lujosa Villa Porchet, con numerosa servidumbre y una flotilla de coches de lujo o la del capitán Jordán que se pasaba meses en Puerto de Santa María, donde vivía su amante, y en Ronda, donde poseía una finca valorada en tres millones de pesetas.

Mientras tanto, morían los soldados, galeotes de la patria, en el Kert, en Abarrán, en Arruit o en Nador. El soldado Viance, protagonista de la novela Imán, de Ramón J. Sender, define crudamente su condición: “Nosotros somos lo que en la prensa y en las escuelas llaman héroes. Llevar sesos de un compañero en las alpargatas, criar piojos y beber orines: eso es ser héroes. Yo soy un héroe. ¡Un héroe!”.

El expediente Picasso

El Desastre de  Annual fue un sacrificio inútil de miles y miles de hijos de la clase trabajadora y jóvenes campesinos que conmocionó  la sociedad española hasta el punto que el ministro de la Guerra, vizconde de Eza, se vio obligado a enviar al general Juan Picasso a Melilla para investigar los hechos y depurar responsabilidades. Tras nueve meses de recabar documentación y testimonios surge el llamado Expediente Picasso, 2500 folios de honestidad y de memoria que retratan el pozo infecto en que se había convertido la Comandancia General de Melilla con responsabilidades que apuntaban al propio Alfonso XIII.

Las conclusiones contemplan un cúmulo de incongruencias estratégicas, errores militares, desidia ante la corrupción y decisiones equivocadas. Desde la insensata ofensiva del general Silvestre, Comandante General,  que desguarneció numerosas posiciones a la pusilanimidad del general Berenguer, Alto Comisario, que negó la ayuda a los destacamentos sitiados. De la ubicación de las posiciones, en altozanos, sin aljibe ni depósitos de víveres ni municiones, que convertiría las aguadas en un siniestro pimpampum que teñiría las aguas de sangre, a la instrucción de la tropa llevada al matadero, que “no conocían el manejo del arma, no habían salido nunca al campo, según sus propias manifestaciones, ni hecho práctica de fuego”, según relata el cabo Antonio Padró. Y todo ello bajo la sombra fúnebre de los 14.000 muertos contabilizados en el expediente.

A pesar de las limitaciones que se le impusieron, como la prohibición de acceder a documentación, correspondencia o informes que involucraran al Alto Estado Mayor y al rey, el general Picasso no pudo evitar incluir al general Dámaso Berenguer, Alto Comisario y máxima autoridad en el Protectorado, en el listado de 39 oficiales -20 de ellos superiores al grado de capitán- que debieran ser sometidos a juicio ante un tribunal militar. Una lista que, pocos meses después, aumentaría hasta 77 jefes y oficiales.

Cuando se hizo público el Expediente Picasso las calles estallaron de indignación y en el Congreso de Diputados se constituyó una comisión parlamentaria para depurar responsabilidades.  Pero en septiembre de 1923, una semana antes de la reunión prevista de la comisión investigadora en las Cortes, el general Primo de Rivera da un golpe de estado e instaura la dictadura, con el aplauso del rey Alfonso XIII, que respiraría aliviado. Una de las primeras medidas que tomó fue la de amnistiar a los militares que habían sido procesados, incluido Berenguer, y zanjar así la cuestión de Annual. Aunque el Protectorado seguiría siendo un matadero. En diciembre de 1924, y con el dictador asumiendo el mando en África, la retirada de Xauen enterraría 2.000 muertos más en el cementerio del Rif.

Dice la historia que Dámaso Berenguer fue nombrado Jefe de la Casa Militar del rey y, posteriormente, Jefe del Gobierno, sucediendo a Primo de Rivera. La vida seguía y la venganza no tardaría en llegar al Rif: España tiene el dudoso honor de haber sido el primer país en bombardear desde el aire con iperita –el gas mostaza– aduares, zocos en días de mercado y determinada cabilas rifeñas, violando el Tratado de Versalles que prohibía su uso.

La memoria histórica es un ejercicio de simple y elemental  justicia. La omisión, el silencio o el olvido de las atrocidades y las vergüenzas del Rif han falsificado impunemente la historia oficial, la de los héroes que mueren estúpidamente por la patria, la de las banderas al viento hacia la victoria, la de los caballeros del honor, la de los generales gloriosos, la de los desembarcos triunfales. Sin embargo, aquella mortandad, aquellos miles y miles de jóvenes llevados al pudridero merecen un reconocimiento. Eso sería memoria histórica.

¿Qué define una colonia?

Fragmento de una caricatura de Le Petit Journal de 1898 en la que se representa la disputa colonial por China de forma alegórica. De izquierda a derecha la reina Victoria del Reino Unido, el káiser Guillermo II de Alemania, el zar Nicolás II de Rusia, Marianne —la personificación de Francia— y un samurái japonés se reparten la tarta china. Fuente: Wikimedia.

Autor y fuente: elordenmundial.com

Cuando se creó la ONU nada más terminar la Segunda Guerra Mundial, un buen número de países —entre ellos algunos ganadores de la guerra— tenían bajo su control una gran cantidad de territorios enmarcados en un régimen colonial. En su artículo 1, la Carta de las Naciones Unidas indica “el respeto por el principio de la igualdad de derechos y por el de la libre determinación de los pueblos”. Y aquí aparecía un concepto clave: libre determinación de los pueblos. Como indica la propia ONU, ese derecho significa que “el pueblo de una colonia o Territorio dependiente decide sobre la futura condición de su país”. Relacionado con eso, también surgía la duda de qué se podía considerar una colonia o territorio dependiente, y la ONU lo definió como “un territorio cuyo pueblo todavía no ha alcanzado un nivel pleno de autogobierno”.

Esta idea a menudo se ha confundido con una especie de derecho a la independencia, cuando no es exactamente así. El derecho a la autodeterminación estipula que los territorios coloniales tenían derecho a decir qué querían ser en el futuro. La mayoría, por motivos obvios, han acabado eligiendo la independencia, pero otros territorios, a menudo insulares y bastante dependientes, han preferido mantenerse ligados a otro país, normalmente europeo —como ocurrió recientemente con Nueva Caledonia, territorio francés—. Incluso llegó a haber extraños inventos federales y confederales en un último intento de las metrópolis europeas por conservar estos territorios atados —y eludir en lo posible las obligaciones descolonizadoras—, como la Unión Francesa o la Unión Indonesio-Neerlandesa.

Para ampliar: “El derecho a la autodeterminación y los límites a la independencia”, Trajan Shipley en El Orden Mundial, 2018

Hoy todavía quedan 17 territorios pendientes de descolonizar en todo el mundo, con cinco potencias administradoras distintas: Reino Unido, Estados Unidos, Francia, España y Nueva Zelanda.

Ante las dilaciones de las potencias coloniales en aplicar el derecho a la autodeterminación, la ONU insistió en 1960 con la Resolución 1514, donde se exponía que “En los territorios en fideicomiso y no autónomos y en todos los demás territorios que no han logrado aún su independencia deberán tomarse inmediatamente medidas para traspasar todos los poderes a los pueblos de esos territorios”seguida de la Resolución 1541, que era algo así como una guía para saber cuándo un territorio se consideraba descolonizado y en la que, para garantizar que esto se cumplía, creó el llamado Comité Especial de Descolonización.

Este comité es el que pilota y asesora a los territorios para poder ejercer su derecho a la autodeterminación, aunque es la Asamblea General de la ONU la que decide si incluir o no a un territorio en la lista de los lugares pendientes de descolonización. Hoy esa lista consta de 17 territorios que aún no han ejercido el derecho a la autodeterminación. La mayoría son islas y archipiélagos, además de dos territorios continentales: Gibraltar y el Sáhara Occidental. Cada uno de ellos tiene una potencia administradora, que es el país que es responsable de garantizar que la descolonización se haga efectiva. De igual manera, todavía existen cinco potencias coloniales: Reino Unido, Francia, Estados Unidos, España y Nueva Zelanda.

En cuanto a la segunda pregunta —si las colonias tienen que ser necesariamente territorios de ultramar—, la respuesta es no. Al menos no es un requisito imprescindible, si bien existe correlación en que, tanto históricamente como en la actualidad, las colonias estaban muy alejadas de la metrópolis. Hay que tener en cuenta que el estatus de colonia lo marca el hecho de que el territorio aún no haya decidido su futuro libremente, no el tipo de futuro por el que se decanten —sea cual sea—. Así, un territorio como Mayotte, situado en el Índico, es un departamento francés de ultramar que también está dentro de la Unión Europea. De hecho, varios países de la Unión Europea tienen territorios de ultramar que no tienen estatus de colonia, caso de Portugal —Azores y Madeira—, España —las Canarias— o el Reino de los Países Bajos, con varias islas en el Caribe.

La multimillonaria multa que Haití le pagó a Francia por convertirse en el primer país de América Latina en independizarse.

104978773_haiti-nina
Entre todos los pesares de Haití, hay uno que llama especialmente la atención por su incongruencia.

Fuente: BBC, 30/12/2018.

Hace 215 años Haití se convirtió en la primera nación independiente en América Latina, la república negra más antigua del mundo y la segunda república más antigua del hemisferio occidental después de Estados Unidos.

Todo esto se logró tras la única revuelta de esclavos exitosa en la historia humana.

Esas son muchas razones de orgullo para una nación que, desde hace mucho tiempo, encabeza otras listas mucho más dolorosas.

Haití es el país más pobre de América y uno de los más pobres del mundo, según cualquiera de los organismos que elabora esas clasificaciones, incluidos el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Las razones son tantas que quienes quieren ayudar se quedan atónitos.

104978588_gettyimages-918394562
Haití es un país que ha sido golpeado por múltiples tragedias.

Haití ha sido escenario de esclavitud, revolución, deuda, deforestación, corrupción, explotación y violencia. Sin olvidar la colonización, la ocupación por EE.UU., revueltas, golpes de Estado y dictaduras hasta la llegada en 1957 de François «Papa Doc» Duvalier, quien impuso uno de los regímenes más corruptos y represivos de la historia moderna que duró 28 años y causó muchas atrocidades y malversaciones.

No sorprende que ni la infraestructura, ni la educación, ni la salud, ni ningún otro bien público haya sido prioridad.

Eso en un país con el infortunio de estar ubicado sobre la falla principal entre las placas tectónicas de Norteamérica y el Caribe y en la pista principal de huracanes de la región, lo que hace que los desastres naturales sean aún más desastrosos.

En medio de tantos pesares, hay uno que resalta por incongruente a ojos contemporáneos: por declarar su independencia Haití tuvo que pagarle una cuantiosa indemnización al poder colonial del que se liberó.

De Ayiti a La Española a Saint-Domingue

Cristóbal Colón llegó a la isla que hoy alberga las Repúblicas de Haití y Dominicana en diciembre de 1492.

Mapa de cuando era colonia española y francesaDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionUno de los primeros lugares con los que se topó Colón.

Asumiéndola como territorio de la corona española, Colón bautizó la isla La Hispaniola o La Española, conoció a los nativos, que eran taínos, los llamó «indios» y con ellos pasó su primera Navidad en el Nuevo Mundo.

Aunque inicialmente la explotación de yacimientos de oro y la producción azucarera entusiasmó a los colonizadores, el descubrimiento de una enorme riqueza en el continente americano hizo que el interés por La Española menguara, particularmente el interés por la parte occidental de la isla.

Así, los bucaneros ingleses, holandeses y franceses se disputaron lo que los nativos taínos habían conocido como Ayiti.

Los que viajaban con la bandera de Luis XIV, «el Rey Sol» francés, asumieron gradualmente el control de esa esquina de la isla y en 1665 Francia la reclamó formalmente y la nombró Saint-Domingue.

30 años más tarde, Madrid le cedió formalmente un tercio de La Española a París.

La perla de las Antillas

Los franceses convirtieron Saint-Domingue en una de las colonias más ricas del mundo, y la más lucrativa del Caribe.

Llegando a Santo Domingo, grabado del siglo XVII.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionLos bucaneros franceses llegan en la costa occidental de la isla española de Hispaniola, también llamada Santo Domingo/Saint-Domingue, en el Caribe.

Para 1789, el 75% de la producción de azúcar del mundo provenía de Saint-Domingue, así como gran parte de la riqueza y gloria de Francia.

La llamada perla de las Antillas producía además café, tabaco, cacao, algodón e índigo, y lideró el mundo en la producción de cada uno de estos cultivos en un momento u otro durante el siglo XVIII.

La enorme riqueza que producía la fabulosa colonia era extraída gracias a la importación de decenas de miles de esclavos al año y la implementación de un duro sistema de esclavitud.

Azúcar amarga

Es aquí donde los números se tornan amargos: a finales de ese económicamente exitoso siglo XVIII, la perla de las Antillas fue el destino de un tercio de todo el comercio de esclavos en el Atlántico.

La alta demanda era resultado de la alta tasa de mortalidad de los esclavos: su promedio de vida era 21 años, y muchos morían tan solo tres meses después de haber llegado.

Enfermedad, exceso de trabajo y el sadismo de los supervisores eran los causantes de la mayoría de las muertes.

Grabado de un boceto del soldado británico Marcus Rainsford que muestra cómo entrenaban a los sabuesos en Santo Domingo usando esclavos, 1791-1803.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionGrabado de un boceto del soldado británico Marcus Rainsford que muestra cómo entrenaban a los sabuesos en Santo Domingo usando esclavos, 1791-1803.

Un escrito del autor haitiano Pompée Valentin, a menudo citado por su rareza y su elocuencia, ilustra el tratamiento que se le daba a los esclavos en las plantaciones haitianas:

¿No han colgado hombres con la cabeza hacia abajo, los han ahogado en sacos, los han crucificado en tablas, los han enterrado vivos, los han aplastado con morteros?

¿No los han obligado a consumir las heces?

Y, después de haberlos desollado con el látigo, ¿no los han arrojado vivos para ser devorados por gusanos o sobre hormigueros, o los han atado a estacas en el pantano para ser devorados por mosquitos? ¿No los han echado en calderos de jarabe de caña hirviendo?

¿No han puesto hombres y mujeres dentro de barriles tachonados con púas y los han hecho rodar por las laderas de las montañas hasta el abismo?

¿No han consignado estos negros miserables a los perros que se comen al hombre hasta que estos últimos, saciados por la carne humana, dejaron a las víctimas destrozadas para ser rematadas con bayoneta y puñal?

La Revolución de les gens de couleur de Saint-Domingue

El eco de la Revolución Francesa de 1789 llegó a la rica colonia donde los denominados gens de couleur y los esclavos se empezaron a preguntar cómo aplicaba la Declaración de los Derechos Humanos del Hombre a su situación.

En 1791, un hombre de origen jamaicano llamado Boukman se convirtió en el líder de los esclavos africanos en una gran plantación en Cap-Français.

Siguiendo el modelo de la revolución en Francia, el 22 de agosto de ese año, los esclavos destruyeron las plantaciones y ejecutaron a todos los blancos que vivían en la región.

Levantamiento de esclavos en gran plantación en Cap-FrançaisDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionPrimer ataque de una lucha que se extendería por 12 años.

Fue la primera acción de un levantamiento que se convirtió en guerra civil y luego en batalla frontal contra las fuerzas de Napoleón Bonaparte, y que tardó 12 años en alcanzar su objetivo: expulsar a los franceses.

El 1 de enero de 1804, Haití declaró su independencia y Jean-Jacques Dessalines se convirtió en su primer gobernante, inicialmente como gobernador general, y después como emperador Jacques I de Haití, título que él mismo se asignó.

Dessalines dio la orden de que todos los hombres blancos fueran condenados a muerte.

Y así fue: desde principios de febrero hasta mediados de abril de ese año tuvo lugar la masacre de Haití, que se cobró la vida de entre 3.000 y 5.000 hombres y mujeres blancos de todas las edades.

Sin intención de ocultar lo sucedido, Dessalines hizo una declaración oficial: «Hemos dado a estos verdaderos caníbales guerra por guerra, crimen por crimen, indignación por indignación. Sí, he salvado a mi país, he vengado a América».

La cuenta de cobro

La larga lucha por la independencia les había dado a los esclavos autonomía, pero también había destruido la mayoría de las plantaciones y la infraestructura del país.

El costo humano era también enorme: se calcula que de los 425.000 esclavos quedaron sólo 170.000 en condiciones de trabajar para reconstruir el flamante país.

Dessalines con cabeza de blanco cortadaDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionDessalines siguió el ejemplo de la Revolución Francesa, pero sin guillotinas.

La brutal venganza contra los blancos tomada después de que Francia se rindiera trajo el desprecio de muchas naciones.

ninguna reconoció a Haití diplomáticamente.

Sumado a esto, lo que había ocurrido en Saint-Domingue era la peor pesadilla de todos los poderes que tenían colonias en la vecindad, por lo que dejaron a Haití en «cuarentena» para prevenir el contagio.

Fue así que ocurrió lo difícilmente imaginable.

El 17 de abril de 1825, el presidente haitiano Jean-Pierre Boyer firmó la Real Ordenanza de Carlos X.

Callejón con una sola salida

La ordenanza le prometía a Haití reconocimiento diplomático francés a cambio de un arancel del 50% de reducción a las importaciones francesas y una indemnización de 150.000.000 francos (unos US$21.000 millones de hoy), pagadera en cinco cuotas.

¿Por qué una indemnización?

Porque el nuevo país tenía que compensar a los plantadores franceses por las propiedades que habían perdido, no sólo tierra sino también esclavos.

François-Dominique Toussaint L'ouverture, alias El Napoleón Negro, uno de los héroes de la Revolución que tan caro les costó. George De BaptisteDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionFrançois-Dominique Toussaint L’ouverture, alias El Napoleón Negro, uno de los héroes de la Revolución que tan caro les costó.

Y si el gobierno haitiano no firmaba el acuerdo, el país no sólo seguiría aislado diplomáticamente sino que sería bloqueado por una flotilla de buques de guerra franceses que ya estaba en la costa haitiana.

Esos 150.000.000 francos en oro equivalían a los ingresos anuales del gobierno haitiano multiplicados por 10, de manera que no sorprendió que cuando llegó el momento de hacer el primer pago Haití tuviera que pedir un préstamo.

Francia no tenía problema con que lo hiciera, siempre y cuando acudiera a un banco francés.

La deuda de la Independencia

Así empezó formalmente lo que se conoce como la deuda de la Independencia.

Dibujo de la bandera de 1838Derechos de autor de la imagen GETTY IMAGES
Image captionDibujo de la bandera de 1838, cuando ya el país estaba irremediablemente endeudado.

Un banco francés le prestó a Haití 30.000.000 francos -el monto de la primera cuota que debía- y le dedujo automáticamente 6.000.000 francos por comisiones.

Con lo que quedó, 24.000.000 francos, Haití le empezó a pagar reparaciones a Francia, lo que quiere decir que ese dinero pasó directo de las bóvedas del banco francés a las de la tesorería francesa.

En ese mismo instante, Haití quedó debiéndole 30.000.000 francos al banco francés y 6.000.000 francos más de la deuda total a Francia que lo que debía antes de hacer el primer pago.

Era una espiral sin fin para pagar una deuda inmensa que incluso cuando fue rebajada a la mitad en 1830 era demasiado alta para el país caribeño.

Tuvo que pedir enormes préstamos a bancos estadounidenses, franceses y alemanes con tasas de interés exorbitantes que le obligaban a destinar la mayor parte del presupuesto nacional en reembolsos.

Finalmente, en 1947 Haití terminó de compensar a los dueños de las plantaciones de aquella colonia francesa que fue la perla de las Antillas.

Le tomó 122 años pagar su deuda de la Independencia.

Quién era Leopoldo II, el rey belga que fue «dueño» de un trozo de África en el que se cometieron los peores abusos.

104919226_gettyimages-152240383
Leopoldo II se declaraba «propietario» del Congo.

Autor-Fuente: BBC. 22/12/2018

Si el próximo domingo 30 de diciembre se logran celebrar las elecciones presidenciales previstas en la República Democrática de Congo (RDC) y después todo sale bien, ese país vivirá su primera transición democrática del poder en su historia.

No será un logro menor. Desde que se independizó de Bélgica en 1960, todos los cambios en el poder en ese país se dieron por la vía violenta.

El primer presidente del país, Joseph Kasa-Vubu, fue derrocado en un golpe de Estado en 1965 por el general Mobutu Sese Seko, quien gobernó hasta 1997, cuando fue desplazado del poder por Laurent-Désiré Kabila.

Este murió asesinado en 2001 a manos de uno de sus guardaespaldas y fue sustituido en la presidencia por su hijo Joseph Kabila, quien debía entregar el poder a un nuevo mandatario que debía ser elegido en 2016 en unos comicios que fueron postergados hasta ahora.

Pero si esta parte de la historia de la RDC parece rocambolesca y traumática, más aún lo fue su creación como país y su pasado colonial cuando estuvo bajo el mando del rey belga Leopoldo II.

«De los europeos que luchaban para hacerse con el control de África a finales del siglo XIX, se puede decir que el rey belga Leopoldo II dejó el mayor y más horrible legado de todos«, escribió en 2004 Mark Dummet, excorresponsal de la BBC en Kinshasa, en una nota sobre el monarca.

«Mientras las grandes potencias competían por conseguir territorios en otros lugares, el rey de uno de los países más pequeños de Europa esculpió su propia colonia privada de 100 kilómetros cuadrados en la selva tropical centroafricana», agregó Dummet.

Leopoldo II extendió sus dominios hasta controlar un territorio equivalente a 60 veces el tamaño de Bélgica.

Pero no sería tanto el tamaño de esas posesiones sino lo que allí ocurriría y las condiciones en las que sucedió lo que marcaría su legado.

Colonia privada

Leopoldo II, quien reinó en Bélgica entre 1865 y 1909, buscó convertir su pequeño país en una potencia imperial para lo cual lideró los esfuerzos para desarrollar la cuenca del río Congo.

104919230_gettyimages-515298688
.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES. Image caption. Poco antes de morir, Leopoldo II entregó a Bélgica la administración de los territorios en el Congo

 

Argumentando su deseo de llevar a los nativos africanos los beneficios del cristianismo, de la civilización occidental y del comercio, el monarca convenció a las potencias euroasiáticas de permitirle tomar el control de esa extensa región a través de una organización que llamó Asociación Internacional Africana y que en 1885 transformó en el Estado Libre del Congo.

Esta institución privada no estaba vinculada con el estado belga sino que dependía directamente del monarca, quien se presentaba como su «propietario». Era la única colonia privada del mundo.

Pero detrás del discurso filantrópico de Leopoldo II había un gran interés en hacerse con las grandes riquezas del territorio.

Primero, del marfil, que era inmensamente apreciado en la época previa a la creación del plástico por ser un material que podía ser utilizado para crear infinidad de piezas, desde estatuillas hasta teclas de piano pasando por piezas de joyería y dientes falsos.

De allí surgió la mayor parte de la riqueza obtenida por el monarca durante los primeros años del Estado Libre del Congo. Los abusos y las extremas condiciones a las que eran sometidos los nativos africanos allí para obtener este preciado material fueron retratados por el escritor británico de origen polaco Joseph Conrad en su novela «El corazón en las tinieblas».

Manos mutiladas

Gradualmente, el interés por el marfil fue desplazado por la fiebre del caucho, cuando en la década de 1890 su uso se disparó para producir ruedas de bicicletas y de autos, para recubrir cables así como para fabricar cintas de transporte para automatizar el trabajo en las fábricas.

104913509_gettyimages-116051110
Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES Image captionA inicios del siglo XX crecieron las críticas hacia lo que ocurría en el Estado Libre del Congo.

El negocio del caucho tenía sus complejidades, pues la materia prima se extrae de un árbol que tarda muchos años en crecer, por lo cual quienes controlaran territorios con abundancia de estos árboles tenían una fortuna entre sus manos. Y el Estado Libre del Congo tenía muchos de ellos.

También abundan los relatos sobre la crudeza con la que se explotaba este material en los territorios controlados por Leopoldo II.

«Él convirtió su ‘Estado Libre del Congo’ en un campo de trabajo masivo, hizo una fortuna para símismo con la recolección del caucho y contribuyó en gran medida a la muerte de quizá unos 10 millones de inocentes«, señaló Dummet.

La cifra de las posibles víctimas es controvertida.

En 1998, el historiador estadounidense Adam Hochschild publicó un libro en el que Leopoldo II quedaba señalado como el responsable de una suerte de holocausto africano, que superaría en cantidad de víctimas al número de judíos muertos a manos de la Alemania nazi.

En Bélgica, algunos expertos rechazaron las conclusiones del polémico texto. «Ocurrieron cosas terribles, pero Hochschild está exagerando. Es absurdo decir que murieron tantos millones«, le dijo entonces Jean Stengers, un historiador especializado en la época de Leopoldo II, al diario británico The Guardian.

Stengers reconoció que la población del Congo mermó de forma dramática durante los 30 años siguientes a la toma de control de ese territorio por parte de Leopoldo II, pero advirtió que era imposible saber cuántas víctimas hubo pues nadie sabía cuántas personas habitaban allí en ese momento.

104913511_gettyimages-526532196
Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES Image captionEn los jardines del Palacio Real de Laeken, Leopoldo II ordenó construir este invernadero para celebrar la adquisición del Congo.

En lo que sí hay coincidencia entre los estudiosos fue en los métodos brutales utilizados por los representantes de Leopoldo II para obligar a la población nativa a explotar el caucho.

El Estado Libre del Congo estaba controlado por un ejército privado de unos 19.000 hombres conocido como Fuerza Pública.

Miembros de esta organización aterrorizaban a las poblaciones nativas para obligarlas a trabajar.

El método era el siguiente: entraban en una aldea por la fuerza, tomaban a las mujeres y a las niñas como rehenes y ordenaban a los hombres adentrarse en la selva para recolectar una cuota determinada de caucho.

Mientras los hombres cumplían con la tarea impuesta para salvar a sus esposas e hijas, estas morían de hambre o eran sometidas a abusos sexuales.

Además, quienes no fueran capaces de completar la cuota que les había sido impuesta estaban amenazados con la amputación de una de sus manos o de las de alguno de sus hijos.

Este castigo también era una práctica habitual por otros motivos. Los miembros de la Fuerza Pública tenían que demostrar que no «malgastaban» las balas de las que disponían, pues estas debían ahorrarse para ser usadas en caso de un motín.

104919304_gettyimages-3134835
Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES Image captionAunque rigió sobre el destino de millones de personas en Congo, Leopoldo II nunca visitó ese territorio.

Entonces, por cada bala gastada se les exigía que presentaran la mano cortada a uno de los rebeldes muertos. Como resultado, cuando los soldados regresaban de una expedición para sofocar una revuelta traían consigo cestas repletas de manos cortadas.

Pero esta medida de «ahorro» también se prestaba a otros adicionales abusos. Así, cuando un soldado erraba el tiro o cuando simplemente usaba sus balas para jugar al tiro al blanco, en ocasiones le cortaba la mano a un nativo para poder justificarse ante su oficial a cargo.

La biógrafa británica de Leopoldo II, Barbara Emerson, asegura que el monarca se sintió consternado cuando escuchó sobre los terribles abusos que ocurrían en sus dominios africanos -los cuales, por cierto, nunca conoció personalmente. «Estos horrores deben terminar o me retiraré del Congo. No seré salpicado de sangre y lodo», le habría escrito a su secretario de Estado.

Sin embargo, también se refiere que comentó: «Cortar las manos. Es algo idiota. Yo les cortaría todo lo demás, pero no las manos. Eso es lo único que necesito en el Congo».

Un legado polémico

Durante la primera década del siglo XX se fueron acumulando las críticas en contra de los abusos que se cometían en el Estado Libre del Congo.

«Robo legalizado y ejecutado con el uso de la violencia», afirmó Dummet que era la forma como se describía en aquella época lo que ocurría en África bajo Leopoldo II.

104919308_gettyimages-461786572

Algunos historiadores señalan que esas críticas eran, en parte, impulsadas por otras potencias coloniales europeas que buscaban desviar la atención de sus propios abusos.

En todo caso, la presión ejercida sobre el monarca derivó en la decisión de este de transferir en 1908 su «propiedad» en África a Bélgica, con lo cual el Estado Libre del Congo se convirtió en el Congo Belga.

Leopoldo II murió poco después, pero dentro de los proyectos que había dejado en marcha estaba la construcción del Museo Real de África, en las afueras de Bruselas, que se convirtió en el primer museo de Congo en el mundo.

Pensado, en parte, como un instrumento de propaganda sobre el proyecto colonial, esta institución fue reabierta a inicios de este mes luego de pasar cinco años cerrada en labores de adaptación de su colección a los nuevos tiempos.

Guido Gryseels, director general del museo, explicó en una entrevista concedida al diario The New York Times que parte del trabajo que hicieron tiene que ver con los esfuerzos para cambiar la visión positiva del colonialismo que ofrecía la institución.

«Generaciones enteras de belgas vinieron acá y recibieron el mensaje de que el colonialismo era algo bueno, de que trajimos civilización, bienestar y cultura al Congo», señaló.

Para combatir esa narrativa, el museo reorganizó la colección y colocó información que destaca los problemas causados por el colonialismo.

104919312_gettyimages-1068712646
Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES Image captionEl Museo de África, a las afueras de Bruselas, es parte del controvertido legado de Leopoldo II.

Pero ¿y qué hay del legado de Leopoldo II?

Mark Dummet, excorresponsal de la BBC en Kinshasa, señaló que el país nunca se había recuperado realmente de aquella experiencia colonial.

«Los soldados del Congo nunca se alejaron del rol que les atribuyó Leopoldo como una fuerza para ejercer la coerción, atormentar y violar a la población civil desarmada», apuntó en su texto de 2004.

Sin embargo, aquellos abusos al parecer sí tuvieron una consecuencia positiva aunque no buscada.

Según Dummet, la campaña para revelar lo que había ocurrido en el Estado Libre del Congo, liderada por el diplomático Roger Casement, se convirtió en el primer movimiento masivo moderno en defensa de los derechos humanos.

«La aparición de sucesores como Amnistía Internacional, Human Rights Watch o la organización con sede en Kinshasa Voix de San Voix (‘La voz de los que no tiene voz’) significa que en la actual República Democrática de Congo los abusos no pueden ocultarse por mucho tiempo», apuntó Dummet.

Un invento español poco conocido: los campos de concentración.

Más se perdió en Cuba… Imagen de Latin American Studies.

El primer campo de concentración de la era moderna lo puso en marcha el general Valeriano Weyler en Cuba en 1895, en vísperas de la guerra con EEUU que finalizaría con la pérdida de las colonias de ultramar, en 1898. La idea del general era “reconcentrar” a los campesinos, con el fin de evitar que ayudaran al Ejército Libertador, conocidos como “mambises“.

La proclama que daba inicio a la reconcentración decía:

1. Todos los habitantes de las zonas rurales o de las áreas exteriores a la línea de ciudades fortificadas, serán concentrados dentro de las ciudades ocupadas por las tropas en el plazo de ocho días. Todo aquel que desobedezca esta orden o que sea encontrado fuera de las zonas prescritas, será considerado rebelde y juzgado como tal.

2. Queda absolutamente prohibido, sin permiso de la autoridad militar del punto de partida, sacar productos alimenticios de las ciudades y trasladarlos a otras, por mar o por tierra. Los violadores de estas normas serán juzgados y condenados en calidad de colaboradores de los rebeldes.

3. Se ordena a los propietarios de cabezas de ganado que las conduzcan a las ciudades o sus alrededores, donde pueden recibir la protección adecuada.

El general Weyler (izquierda) y algunos de los cubanos que sufrieron los campos de “reconcentración”.

Los cerca de 400.000 cubanos encerrados en estos campos hacia finales de 1896 vivían en “condiciones higiénicas deplorables” y carecían de una alimentación suficiente. Además, la privación de libertad de los campesinos provocó una hambruna que cercenó a un tercio de la población de la isla. La cifra de fallecidos en los campos entre 1895 y 1898 se estima entre 300.000 y 600.000, según el historiador Miguel Leal Cruz.

Por los servicios prestados a la Corona española, el general Valeriano Weylerostenta desde hace décadas una placa en el Paseo del Pintor Rosales: “Modelo de lealtad constitucional”, según puede leerse sin aparente ironía.

Tal fue el éxito de los campos de concentración que los ingleses no tardaron en copiar la idea y aplicarla en su guerra contra los boers en Sudáfrica, aunque fueron los nazis los que llevaron la idea de concentrar -y aniquilar- civiles hasta el paroxismo durante la Segunda Guerra Mundial.

Colonias de poblamiento en África. Las islas blancas.

Mujeres argelinas durante la colonización francesa.
Mujeres argelinas durante la colonización francesa.

Autor: Arturo Arnalte, 

Fuente: La Aventura de la Historia.

En Argelia, Túnez, Sudáfrica, Rhodesia, las tierras altas de Kenia, Angola y Mozambique unos pocos millones de europeos -franceses, italianos, ingleses y portugueses- establecieron desde mediados del siglo XIX hasta el último tercio del XX colonias de población, una experiencia de proyección exterior europea que presenta más similitudes que diferencias, según el análisis que el historiador francés Joël Michel hace de lo que llama las “islas blancas” en África. Necesitados de la mano de obra indígena, pero ajenos a su cultura, los creadores de estas colonias acabaron construyendo sociedades claustrofóbicas y a la defensiva, condenadas a un fracaso estrepitoso en muy breve plazo.

En Colonies de peuplement, Michel lleva a cabo un estudio comparativo de estas colonias experimentales en tierras africanas, que atrajeron muchos menos emigrantes europeos por los mismos años que los que viajaron a Australia, EE UU, Canadá o algunos países de América del Sur. Deja el autor deliberadamente fuera del objeto de su estudio el caso de los italianos en Etiopía, de los belgas en el Congo y de los españoles en Guinea Ecuatorial por ser numéricamente muy modestos o muy breves en el tiempo.

El ensayo no analiza estas colonias caso por caso, sino que se centra en grandes ejes temáticosque estructuraron esas experiencias. La ocupación de la tierra tuvo que obligar a un proceso de expolio de los nativos que en todos los casos se llevó a cabo por extorsión, compra forzada o expulsión para a continuación obligarlos a emplearse para los nuevos ocupantes. El recurso al trabajo forzado será la constante en todas las colonias. Bien aprovechando la población reclusa, bien obligando a los jefes tradicionales a proporcionar trabajadores durante determinados periodos al año, bien restringiendo la libertad de movimientos para evitar las fugas y castigando con la cárcel o elevadas multas a quienes trataran de evadirse. Cuando la presión provocaba revueltas, como la de Maji Maji en el África Oriental alemana, la represión era sangrienta e iba seguida de la quema de cosechas y el desplazamiento forzoso de poblaciones.

Alfareros valencianos en Orán, hacia 1915,
Alfareros valencianos en Orán, hacia 1915.

Caso aparte es el de la Argelia francesa, uno de los mejor estudiados, donde también hubo miles de europeos más pobres que los franceses que acudieron a trabajar como aparceros en cultivos similares a los de sus países de origen. Es particularmente el ejemplo de losespañoles (y en menor medida de italianos y malteses), que suplieron inicialmente a la mano de obra árabe porque demandaban poco salario y eran de la misma cultura que la potencia colonial. La mayor parte de los españoles (procedentes de Menorca, Alicante, Murcia, Málaga, Almería y Valencia) se establecieron en el Oranesado. Una emigración favorecida por las autoridades españolas que firmaron un convenio con Francia en 1862 que facilitaba el desplazamiento. Así en los primeros años de la colonización, los españoles fueron punta de lanza de la ocupación del país, avanzando con el ejército incluso antes que los propios colonos franceses y constituyendo un proletariado rural indispensable. En la primera mitad del siglo XX los veremos mucho menor situados económicamente, gracias a su conocimiento de las técnicas de irrigación, especialmente a los valencianos, y empleando en una segunda generación a marroquíes, que los sustituyeron a partir de 1900 en las tareas más duras y peor pagadas. El estudio de este contingente es uno de los aspectos que más atraerá al lector español de la obra.

Familia de colonos británicos en las tierras altas de Kenia.
Familia de colonos británicos en las tierras altas de Kenia.

Pero si los europeos de segunda acababan integrándose y cruzando la barrera de casta en poco tiempo, los nativos siempre serán marginados en su propia tierra y esa frontera solo se podía mantener en las colonias mediante una violencia que el autor califica de “estructural”: exclusión racial, humillación colectiva, negación de las mismas posibilidades educativas, imposición del derecho europeo, control de la policía y de las cárceles y castigos corporales contemplados por la ley, lo que Michel denomina como “la política del látigo”, que se convierte en el “instrumento que regula las relaciones laborales” en las colonias, sea en las plantaciones de café de Angola o de Kenia, en las minas de Rhodesia o Sudáfrica o en el propio ámbito doméstico, una violencia que a largo plazo se convertirá en un bumerán.

Castigos corporales en el Congo belga durante el reinado de Leopoldo II.
Castigos corporales en el Congo belga durante el reinado de Leopoldo II.

Psicológicamente, las colonias implican a su vez la negación del otro, la puesta en duda de su humanidad, el racismo. Curiosamente, ese racismo obliga a los colonos a tratar de evitar la presencia de blancos pobres -que restan prestigio a su colectivo- y a resolver mal la situación de los mestizos, más producto de la explotación sexual que de la supuesta tolerancia y que tendrán en general un futuro difícil una vez se produzca la descolonización.

Las “islas blancas” imponen la segregación al océano de color que las rodea y del que se nutren. La discriminación en las colonias se refleja en el urbanismo, la creación de ciudades europeas donde el indígena solo entra a trabajar y que debe abandonar al finalizar la jornada laboral. Donde esa segregación se hizo más visible y odiosa es en Sudáfrica, pero Michel sostiene que el apartheid no fue un fenómeno exclusivo sudafricano, sino universal en todas las sociedades coloniales, aunque estuviera codificado de manera distinta.

El sueño de Cecil Rhodes: unir África de El Cairo al Cabo.
El sueño de Cecil Rhodes: unir África de El Cairo al Cabo.

Pretendidos reductos de Europa, las “islas blancas” pronto empiezan a estar lejos de la metrópoli, en su problemática y a su vez en su progresivo olvido o alienación de las sociedades de las que proceden. El colono veterano se queja de que es incomprendido en su país de origen, no quiere que la lejana patria le dicte qué hacer y a la vez es un espejo deformado de esa sociedad que no deja de ser su elemento de referencia, lo que le hace sentirse por encima de su mano de obra

Iguales entre sí y superiores a los nativos, los colonos crean“democracias de señores” que el autor compara a lasociedad espartanaun grupo de hombres libres que se hace servir por los ilotas mediante el terror. Una especie de socialismo de blancos que cultiva el espíritu de resistencia y vive en la claustrofobia moral y la vulgaridad intelectual.

A finales de los años 50 comenzó el proceso de emancipación que supone en dos décadas la desaparición de todas estas colonias. En Argelia, tras una traumática guerra colonial. En el caso portugués, tras unos largos conflictos en Angola y Mozambique que condujeron paradójicamente al fin de la dictadura en la metrópoli. En el de Kenia, a una retirada forzosa tras la represión tan brutal como a la postre inútil del Mau Mau.

Policías británicos custodiando a detenidos del Mau Mau.
Policías británicos custodiando a detenidos del Mau Mau.

Solo quedó Sudáfrica, un caso excepcional porque, recuerda el autor, mientras los demás colonos tenían un lugar al que volver, una patria lejana pero real, los boers habían perdido el contacto con su metrópoli siglos antes. Cuando se produjo el desmantelamiento del apartheid, bajo el mandato de De Klerk, los boers ya habían sufrido, sostiene Michel, un proceso de cambio por el que aceptaron en su mayoría desaparecer como tribu dominante a cambio de mantener su privilegio económico y su supervivencia física. Eso, y el liderazgo moral de Nelson Mandela con su capacidad contagiosa para superar el rencor, explica el “milagro” sudafricano, que ha desafiado hasta la fecha a las predicciones más pesimistas.

Mandela y De Klerk a principio de la década de 90.
Mandela y De Klerk a principio de la década de 90.

Original, bien argumentado, rigurosamente documentado y con todas su afirmaciones respaldadas por un denso aparato crítico, el libro merece sin duda ser traducido al español.