Primavera de Praga: la disidencia aplastada.

Los tanques del Pacto de Varsovia acabaron con el sueño reformista de Checoslovaquia la noche del 20 al 21 de agosto de 1968. La invasión se venía fraguando desde hacía semanas

Autor: Albert Garrido

Fuente: El Períodico. 21/07/2018

Algo flotaba en el ambiente de la Europa de 1968 que hizo posible la llegada de la Primavera de Praga. Más allá del deseo de activar los resortes para poner al día el socialismo real, la economía planificada y el Estado que todo lo puede, las sociedades europeas a ambos lados de la divisoria, bautizada telón de acero por Winston Churchill, reunían todos los ingredientes para un cambio de paradigma. Al mismo tiempo, la lógica aplastante de la guerra fría, el reparto en áreas de influencia y el equilibrio del terror –los arsenales nucleares– imponían un ‘statu quo’ sin resquicios para salirse de él. En este clima nació la Primavera de Praga, que generó una gran esperanza y sucumbió a la ‘realpolitik’.

Jóvenes checos con banderas acaban de subirse a  un camión volcado mientras otros rodean tanques soviéticos en el centro de Praga el 21 de agosto de 1968. / AP (LIBOR HAJSKY)

Cuando los tanques del Pacto de Varsovia cercenaron el experimento checo la noche del 20 al 21 de agosto de 1968, el proceso de liberalización del régimen, el socialismo con rostro humano defendido por la facción aperturista del Partido Comunista, encabezada por Alexander Dubcek, había emitido con generosa claridad suficientes señales de cambio como para alarmar a la Unión Soviética. Después de la desestalinización (1956) y de la caída en desgracia de Nikita Jruschov (1964), la ‘troika’ formada por Leonid Brézhnev, Alekséi Kosygin y Nikolái Podgorni instauró en la URSS un reparto de poder que acabó con las conspiraciones de palacio de la ‘nomenklatura’, consagró la doctrina de la soberanía limitada aplicada a los aliados –los socios del Pacto de Varsovia– y desoyó las advertencias de agotamiento del modelo. Frente a este muro, la Primavera de Praga tuvo los días contados.

Ota Sik, presidente de Eslovaquia –Checoslovaquia era entonces un Estado binacional–, señaló con insistencia durante 1967 la necesidad de abrir la economía y descentralizarla; Dubcek, primer secretario del partido desde el 5 de enero de 1968, remarcó que era preciso democratizar las instituciones; los jóvenes universitarios y una parte muy importante del profesorado, seguramente mayoritaria, los intelectuales que colaboraban en la revista ‘Literarni Noviny’ y los artistas que habían dejado a un lado el acartonamiento del realismo socialista reclamaban que se remozara el régimen y se asentara el pluralismo. François Fetjö (1909-2008), un clásico de la historiografía de los regímenes comunistas, escribió en 1969: «Otro de los crímenes checoslovacos consistió en las medidas adoptadas con el fin de transformar el Estado en algo verdaderamente jurídico».

La libertad de prensa y el apego de los jóvenes a la cultura pop alteraban el pulso de Moscú

Para Fetjö y otros estudiosos de su generación, desde Moscú se justificó la intervención de agosto como un movimiento en defensa del socialismo y de las «posiciones de clase», cuando en realidad la reforma promovida por el PC checo se ajustaba como un guante a una mano a aquello enunciado en el programa del PCUS: hacer del partido una organización representativa de todo el pueblo y no solo de la clase obrera. Medio siglo después de la liquidación de la Primavera es más verosímil entender que la reacción soviética obedeció a la incompatibilidad entre la iniciativa de los reformistas checos y la sumisión a toda costa que exigía el Kremlin (no tenían cabida el revisionismo, la disidencia y el pluralismo).

Lo mismo alteraba el pulso a Moscú la libertad de prensa que el apego de los jóvenes a las manifestaciones de la cultura pop, especialmente las musicales; la misma desconfianza provocaban los discursos de Dubcek que la libertad de circulación y la presencia en Praga de intelectuales extranjeros.

Miguel Delibes, invitado

Uno de invitados fue el escritor Miguel Delibes, que acudió a la capital checa para dar varias conferencias sobre novela española. De vuelta a Valladolid, publicó en el semanario progresista ‘Triunfo’ una serie de cinco reportajes a partir del 25 de mayo de 1968, donde puso de manifiesto sus dudas: «Praga –si no se pliega o no la pliegan– puede alumbrar unas bases de convivencia con una amplia perspectiva de futuro. Es decir, Checoslovaquia puede consumar su evolución hacia un socialismo humanista y democrático o puede fracasar, abrumada por las presiones de su poderoso enemigo».

Puede decirse que el eurocomunismo echó a andar como proyecto tras la ruptura del PCI con la URSS

Sucedió esto último. Los acontecimientos se precipitaron a partir del momento en que la URSS tuvo la seguridad de que en el congreso del PC checo que debía celebrase en septiembre de 1968 los delegados prescindirían de 73 miembros del comité central –los afectos al diktat soviético– de los casi 200 que formaban parte de él. Y se precipitaron asimismo a causa del temor de que el ejemplo checo cundiera en otros países, de manera especial en aquellos donde la implantación de regímenes comunistas careció desde el principio de apoyo social, especialmente Polonia y la República Democrática Alemana (la heterodoxia de Nicolae Ceaucescu, que apoyó la Primavera, nunca preocupó al Kremlin).

Señales de decadencia

Hoy resulta sorprendente que los gobernantes soviéticos no percibieran por aquel entonces que el modelo emitía las primeras señales de decadencia o desgaste a causa de dos costosísimas empresas: la carrera armamentista y la carrera espacial, acaso dos caras de la misma moneda, que dinamizaron la economía de Estados Unidos, pero proyectaron sombras sobre el futuro soviético. Para los ideólogos del socialismo realmente existente, Mijail Suslov entre ellos, el centralismo económico y el reparto de papeles en el Comecon, el mercado común del Este, eran innegociables y debían ser los motores de una economía moderna y competitiva. La llamada normalización checa, capitaneada por Gustav Husak, consistente en liquidar el programa primaveral, trajo consigo, entre otras cosas, la vuelta a aquel ruinoso modelo.

Un hombre ayuda a los heridos en el centro de Praga, en el primer día de la invasión del Pacto de Varsovia. / AP (LIBOR HAJSKY)

La URSS temía que el ejemplo checo cundiera en otros países vecinos, como Polonia y la RDA

¿Qué otras cosas incluyó la normalización? «La intervención en Checoslovaquia destruye la fe en la propia narrativa marxista, no solo en la Unión Soviética, ni solo en el leninismo, sino en el marxismo y su planteamiento del mundo moderno», afirma Tony Judt (1948-2010) en ‘Pensar el siglo XX’. En el análisis de los acontecimientos que hizo el gran historiador dominan dos ideas: la Primavera creó la ilusión de que había un espacio para la disidencia hasta que los tanques llegaron a Praga y, a partir de aquel momento, hubo una dinamización de la crítica del marxismo desde el marxismo.

Eric Hobsbawm (1917-2012) fue aún más lejos: la acometida del Pacto de Varsovia «demostró ser el fin del movimiento comunista internacional con centro en Moscú, que ya se había resquebrajado con la crisis de 1956 (el levantamiento popular en Hungría)».

La impresión de que algo se había desmoronado con la cancelación de la vía checa se puso de manifiesto en el discurso que Dubcek pronunció desde la sede de la presidencia, en el castillo de Praga, el 27 de agosto, después de tres días de dramáticas conversaciones en Moscú. La periodista Margita Kollarova, que trabajaba en la radio estatal, describió así el momento: «Comenzó a hablar. Se notaba que estaba sumamente agotado y emocionado. Trataba de explicar que la nación superaría la crítica situación. Exhortaba a la ciudadanía a mantener la calma. Cuando tocó el tema del desarrollo de las conversaciones en Moscú, casi no pudo hablar. Se confundía y hacía pausas. Dubcek lloraba y no podía concentrarse».

Desfondamiento

El convencimiento del líder de la Primavera de Praga de que era posible renovar el sistema desde dentro explica su desfondamiento. «Hacía vida social, iba a la piscina pública y se unía a la gente sencilla para asistir a los partidos de fútbol y de hockey sobre hielo. Pero ¿tenía una política clara? Era ante todo comunista y jamás quiso salirse de ese marco», explica el historiador Oldrich Tuma. Otros comunistas, militantes desde los días de la ocupación nazi como el propio Dubcek, sufrieron un parecido impacto emocional, agravado muchas veces por la experiencia del exilio. Si las reformas económica y política no las podía hacer el partido, quién estaba legitimado para hacerlas, quién tenía derecho a impedirlas, se preguntaba Ota Sik muchos años más tarde.

La repercusión de las fallidas reformas en toda la izquierda occidental fue enorme

La repercusión del drama checo en la izquierda occidental fue enorme. Al mismo tiempo que los gobiernos se limitaban a una retórica condenatoria, sujetos a la lógica de las áreas de influencia, se abrió un debate político en el que participaron todos los registros del pensamiento marxista y no marxista. Puede decirse que el eurocomunismo echó a andar como proyecto político a partir de la ruptura con la URSS, rotunda y sin reservas, del Partido Comunista italiano (PCI) dirigido por Luigi Longo; más tardía y contenida en el Partido Comunista francés (Waldeck Rochet); llena de complejas tensiones en el Partido Comunsita español, en la clandestinidad y con un pasado de dirigentes exiliados en la URSS al final de la guerra civil, incluidos Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo.

Aún hoy, medio siglo más tarde, la reflexión abierta por el PCI sigue siendo motivo de análisis. Los herederos del pensamiento de Antonio Gramsci abrieron la caja de Pandora al reconocer la imposibilidad de realizar la revolución socialista en los países capitalistas, al renunciar a la tutela soviética, al poner sobre la mesa el hecho inapelable de que la izquierda estaba lejos de ostentar la hegemonía cultural. La decisión de Enrico Berlinguer, secretario general a partir de 1972, de sentar al partido frente al espejo de la realidad y de renunciar a los eslóganes de antaño impregnó a toda la izquierda, fuese o no comunista, y puso los cimientos del compromiso histórico, que Longo nunca apoyó y que frustró el asesinato de Aldo Moro (1978).

Un asunto interno

Al volver sobre los sucesos de hace 50 años adquiere especial relevancia la hipótesis desarrollada por el historiador y activista Tariq Ali, integrante del comité editorial de la ‘New Left Review’: la contención de los países occidentales durante la crisis se debió en gran parte a su temor a que un eventual éxito de la reforma checa pusiera en discusión su modelo social. Resulta más convencional, y quizá más cercana a lo sucedido entonces, la versión según la cual el presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, en el ocaso de su mandato, se atuvo a las reglas del juego y entendió que el caso checo era un asunto interno del bloque del Este; entendió que una actitud más militante, entrañaba demasiados riesgos en plena efervescencia de la guerra de Vietnam. Este era el sistema de pesas y medidas de la guerra fría.

PROTAGONISTAS

Jirina Siklova
Socióloga (1935)

Depurada por reformista

Militante comunista desde su juventud, estudió Historia y Filosofía y emprendió una brillante carrera académica como socióloga, con una dedicación especial en los estudios de género en su país y en otras sociedades del Este. Fue una figura destacada de la facción comunista que apoyó a Alexander Dubcek, y abandonó el partido a raíz de la intervención soviética. Perdió su puesto en la universidad, trabajó de conserje y luego de trabajadora social en un hospital. En 1981 pasó por la cárcel y fue detenida con frecuencia en tanto que una de las impulsoras de la ‘Carta 77’, promovida entre otros por Vaclav Havel. En sus trabajos en la clandestinidad o publicados en el extranjero acuñó la expresión ‘zona gris’ para referirse a la colaboración entre los disidentes y los comunistas reformistas encuadrados en el partido.


Milan Kundera
Escritor (1929)

Desposeído de la nacionalidad

Hijo del pianista y musicólogo Ludvik Kundera, creció en un ambiente culto y abierto a la innovación. Como muchos otros intelectuales de su generación, la democratización impulsada por Alexander Dubcek aguzó su espíritu crítico y la revisión del socialismo real, tan presente en las páginas de la revista ‘Literarni Noviny’, que llegó a vender 300.000 ejemplares. En ‘La broma’ (1968) retrata con ironía la lógica de los regímenes totalitarios y en ‘La insoportable levedad del ser’ (1984), su novela más vendida, la peripecia nacional de Checoslovaquia. Se exilió en Francia en 1975, fue desposeído de la nacionalidad checa en 1979 y dos años después adquirió la francesa. En ‘El libro de la risa y el olvido’ (1978) ha dejado escrito: «La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido».


Gustav Husak
Político (1913-1991)

Piloto de la ‘normalización’ del país

Militante comunista desde 1933, estudió Derecho, formó parte de la resistencia contra la ocupación alemana, pero después de la guerra fue víctima de una de las últimas purgas stalinistas: juzgado y condenado a cadena perpetua, salió de la cárcel a raíz de la apertura que siguió al 20º congreso del PCUS. Combatió al presidente Antonin Novotny, apoyó las primeras iniciativas de Alexander Dubcek, pero a raíz de la intervención soviética se puso al frente de la llamada ‘normalización’. En 1969 fue nombrado secretario general del Partido Comunista y en 1975 sucedió en la presidencia del país a Ludvik Svoboda. Allí permaneció hasta el 10 de diciembre del año 1989, superado por los acontecimientos que siguieron a la caída del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989).


Alexander Dubcek
Político (1921-1992)

Condenado al ostracismo

Ingresó en el Partido Comunista checoslovaco durante la ocupación alemana del país. A partir de 1949 ocupó cargos de responsabilidad en el partido, estudio Derecho y entre 1955 y 1958 asistió a la escuela de cuadros en Moscú. El anquilosamiento político, la crisis económica y el ‘diktat’ soviético le llevaron a encabezar la corriente reformista del partido hasta alcanzar la secretaría general el 5 de enero de 1968, de la que desplazó al stalinista Antonin Novotny. La intervención del Pacto de Varsovia en agosto del mismo año le condenó al ostracismo –acabó de agente forestal–, aunque no cejó en su empeño renovador. En 1989 fue acogido como un héroe en Praga y ocupó la presidencia del Parlamento. Murió en un accidente de coche poco antes de la división de su país en dos estados.

 

La ciencia que desmanteló Franco.

Franco visita el Instituto Nacional de Investigaciones Agronómicas, en 1954. UAM

Autor: MANUEL ANSEDE

Fuente: El País, 25/07/2015

“Al carro de la cultura española le falta la rueda de la ciencia”, sentenció Santiago Ramón y Cajal, único científico 100% español que ha ganado un premio Nobel. El investigador recibió el galardón en 1906 por descubrir las neuronas del cerebro y un año después predicó con el ejemplo y se transformó en el carretero del país: se puso al frente de la nueva Junta para Ampliación de Estudios (JAE), una institución que pagaba a los mejores científicos españoles estancias en las grandes universidades europeas y americanas.

La JAE contribuyó al florecimiento de la Edad de Plata de las letras y las ciencias en España durante el primer tercio del siglo XX. Hasta el físico Albert Einstein aceptó dirigir una cátedra extraordinaria en la Universidad Central de Madrid en 1933. Pero el golpe de Estado de 1936 y la Guerra Civil barrieron este progreso. El 8 de diciembre de 1937, el general Francisco Franco disolvió la JAE y creó otra institución para colocar la “vida doctoral bajo los auspicios de la Inmaculada Concepción de María”.

El libro Enseñanza, ciencia e ideología en España (1890-1950), editado por la Diputación de Sevilla y Vitela Gestión Cultural, repasa ahora el desmantelamiento de la ciencia en España ejecutado por la dictadura franquista. “A los que estudiamos en la Universidad española entre finales de los sesenta y principio de los setenta nos hacían creer que antes de 1940 la ciencia estaba atrasada y fue casi inexistente, que todo lo que se estaba haciendo entonces provenía del actual régimen, el cual había puesto los medios materiales y las personas adecuadas para que la ciencia española progresara y saliera del atraso en que se encontraba en la década de 1930. Pero nada más lejos de la realidad”, reflexiona el historiador Manuel Castillo, catedrático emérito de Historia de la Ciencia en la Universidad de Sevilla y coautor del libro.

De los 580 catedráticos que había, 20 fueron asesinados, 150 expulsados y 195 se exiliaron, señala el historiador Manuel Castillo

Castillo recuerda que José Ibáñez Martín, ministro de Educación entre 1939 y 1951, asumió la decisión de “recristianizar la sociedad”. La represión vació la universidad. De los 580 catedráticos que había, 20 fueron asesinados, 150 expulsados y 195 se exiliaron, señala Castillo. “La Iglesia supervisó o participó en cada una de estas denuncias”, afirma.

Uno de los primeros en huir fue el físico Blas Cabrera, un experto en magnetismo que había sido elegido miembro de la Academia de Ciencias de París en sustitución del fallecido Svante August Arrhenius, premio Nobel de Química. “A México llegaron medio millar de médicos e investigadores de ciencias biomédicas”, prosigue Castillo. También escaparon grandes figuras de las ciencias naturales, como Ignacio Bolívar, sucesor de Ramón y Cajal al frente de la JAE en 1934, y Odón de Buen, pionero de la oceanografía en España y un divulgador de la ciencia cuyos libros fueron prohibidos por el papa León XIII por defender las teorías de Darwin.

Las matemáticas españolas perdieron a Luis Santaló, uno de los padres de la Geometría Integral, que se exilió en Argentina y continuó investigando en la Universidad de Buenos Aires. En 1983, con 72 años, recibió el premio Príncipe de Asturias de investigación científica. La química también se resintió. Antonio García Banús, catedrático de Química Orgánica en la Universidad de Barcelona, se exilió en Colombia y allí creó la Escuela de Química en la Universidad de los Andes, en Bogotá. Enrique Moles, autoridad mundial en la determinación de los pesos atómicos, también fue depurado, como firmante del manifiesto “Contra la barbarie fascista” publicado tras el bombardeo aéreo de Madrid.

El CSIC nació para buscar “la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias destruida en el siglo XVIII”

Son solo algunos de los ejemplos que aparecen en Enseñanza, ciencia e ideología en España (1890-1950), cuyo segundo autor es Juan Luis Rubio, profesor de Historia de la Educación en la Universidad de Sevilla. El Decreto del 8 de noviembre de 1936, dictado por Franco en Salamanca, había ganado. Era una orden de eliminar “las ideologías e instituciones disolventes, cuyos apóstoles han sido los principales factores de la trágica situación a que fue llevada nuestra Patria”.

Sobre las cenizas de la JAE, y bajo la batuta de José María Albareda, miembro del Opus Dei más tarde ordenado sacerdote, se creó en 1939 el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Albareda propuso en un primer momento que se denominase Nacional en lugar de Superior, pero en cualquier caso el CSIC nació para intentar “la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias destruida en el siglo XVIII”, según la ley que lo creó el 24 de noviembre de 1939.

Aquel texto criticaba la supuesta “pobreza y paralización” de la ciencia en España durante el primer tercio del siglo XX. Franco decretaba el olvido de la JAE, una falta de memoria que se repitió de manera sorprendente en 2014, en el 75 aniversario del CSIC, cuando el organismo pasó de puntillas por su pasado de exilios y depuraciones en los actos de celebración. El actual presidente del CSIC es Emilio Lora-Tamayo, hijo de Manuel Lora-Tamayo, ministro de Educación con Franco y también presidente del CSIC, entre 1967 y 1971.

El franquismo convirtió a España en uno de los países «más subdesarrollados del continente en ciencia», según Castillo

Con la llegada de la dictadura, El origen de las especies de Charles Darwin se convirtió en una obra totalmente prohibida. El ministro Ibáñez Martín incluyó pasajes del Génesis bíblico en algunos libros de Ciencias Naturales. La investigación de la evolución humana, que había empezado a despuntar gracias a la JAE, fue sustituida por Adán y Eva. La paleontología “se retrotraía hasta el Cuarto Concilio de Letrán”, organizado por el papa Inocencio III en el año 1215, según Castillo.

“Hay que reconocer que en esto el franquismo fue pionero: se adelantó decenas de años a la corriente creacionista tan en boga hoy en algunas universidades norteamericanas que afinan la inventiva para introducir sus teorías como avaladas por la ciencia”, ironiza el catedrático emérito.

“La falta de libertad de pensamiento y de expresión durante casi 40 años taró al país y lo convirtió en uno de los más subdesarrollados del continente en ciencia y en cultura general”, sentencia Castillo. El Auditorio de la Residencia de Estudiantes, una de las joyas de la JAE en Madrid y sede de importantes conferencias científicas internacionales, fue demolido parcialmente y se convirtió en una iglesia. “Si de las basílicas romanas surgieron las primitivas iglesias cristianas, por qué de un teatro o cine, en donde se pensaba ir ensuciando y envenenando, con achaques de cultura y de arte, a la juventud española, no puede surgir un oratorio, una pequeña iglesia para que sea el Espíritu Santo el verdadero orientador de esta nueva juventud de España”, escribió tras la Guerra Civil su arquitecto, Miguel Fisac, por entonces miembro del Opus Dei.

El informe olvidado que sacó las vergüenzas a Franco.

El dictador Francisco Franco inaugura el Sanatorio Militar del Generalísimo, en la sierra madrileña, en 1949. EFE

Autor: MANUEL ANSEDE

Fuente: El País, 6/07/2018

Un día de 2010, la historiadora Rosa Ballester se encontraba husmeando en los archivos de la Organización Mundial de la Salud en la ciudad suiza de Ginebra, en busca de informes antiguos sobre la poliomielitis en España. De pronto, entre la montaña de papeles descoloridos, apareció un documento de 43 páginas mecanografiadas en francés, con el título Informe sobre la organización de los servicios sanitarios en España. Misión efectuada entre el 28 de septiembre y el 15 de diciembre de 1967 por el doctor Fraser Brockington. Ballester se quedó con la boca abierta.

“Nadie conocía la existencia de este informe”, recuerda ahora. “Brockington inventó la medicina social y fue una de las grandes figuras de la salud pública en el siglo XX. Y nos descubrió las vergüenzas”, relata la investigadora, de la Universidad Miguel Hernández de Elche. Brockington, que había sido catedrático de Medicina en la Universidad de Manchester, visitó España durante casi tres meses como consultor de la OMS y logró un acceso inédito a los despachos que manejaban la sanidad franquista. Su diagnóstico, una bofetada a la propaganda de la dictadura, ve ahora la luz por primera vez, más de medio siglo después de ser redactado.

“Básicamente no existen consultas para protección de la infancia más que en las capitales de provincia”, denunciaba Brockington

El informe de 1967 denunciaba multitud de carencias. “Básicamente no existen consultas de especialidad ni consultas para cuidado prenatal, protección de la infancia, enfermedades venéreas y enfermedades pediátricas más que en las capitales de provincia”, sostenía Brockington. El médico también constataba “el fracaso de la Escuela Nacional de Sanidad en lo que respecta a la formación y a la investigación en Salud Pública” y alertaba del “desierto estadístico” que impedía conocer el estado real de la sanidad en España. “Los principios de la medicina social y preventiva”, escribía, “brillan por su ausencia”.

El denominado Informe Brockington deja claro que el estado de la sanidad española era “peor que el de muchos otros países en vías de desarrollo”, según subraya el historiador Esteban Rodríguez Ocaña, que acaba de publicar la traducción del documento en la revista especializada Gaceta Sanitaria. El expediente firmado por el médico británico era demoledor. Criticaba que Franco todavía no hubiese creado a esas alturas un Ministerio de Sanidad y que mantuviese descuartizadas las competencias en diferentes ministerios: la Dirección General de Sanidad pertenecía al Ministerio de Gobernación, pero la salud escolar dependía del Ministerio de Educación, los hospitales de la Seguridad Social se desarrollaban bajo la jurisdicción del Ministerio de Trabajo y la higiene ambiental recaía en los ministerios de Vivienda y Obras Públicas.

Fraser Brockington, en 1952.
Fraser Brockington, en 1952. NPG

Era un caos con “efectos desastrosos”, según advirtió Brockington en 1967. “El escalón central se esfuerza poco o nada por coordinar su política. No existe un diálogo habitual entre los distintos ministerios”, alertaba. “Urge con premura resolver esta situación”.

Rodríguez Ocaña ha estudiado el origen de este embrollo organizativo. Tras el fin de la guerra civil en 1939, las facciones del bando ganador pelearon por repartirse el poder. Los militares católicos se hicieron con el Ministerio de la Gobernación y su Dirección General de Sanidad. Los falangistas, por su parte, se quedaron con el Ministerio de Trabajo y con el Instituto Nacional de Previsión, desde el que continuaron el programa de seguros sociales diseñado durante la República. El seguro obligatorio de enfermedad se aprobó en 1942, dejando fuera a la gran mayoría de los trabajadores del campo y a los desempleados. Con esta cobertura sanitaria, «el trabajador ya no sería un pobre que debería acogerse a la Beneficencia pública y vivir el rubor de ser hospitalizado entre mendigos, sino que sería un soldado a quien la sanidad de su ejército de paz atiende cuando ha sido baja en el servicio», aseguró en 1944 el ministro de Trabajo, José Antonio Girón de Velasco.

El estado de la sanidad española era “peor que el de muchos otros países en vías de desarrollo”, según el historiador Esteban Rodríguez Ocaña

“La propaganda insiste en que el seguro de enfermedad lo inventó Franco, pero la ley del seguro de enfermedad estaba en julio de 1936 admitida en las Cortes. No se la inventaron los franquistas. Ya había fake news entonces”, explica Rodríguez Ocaña, de la Universidad de Granada. Tras el seguro de enfermedad se aprobaron el de vejez e invalidez, en 1947; el de desempleo, en 1961; y todos ellos se unificaron en un sistema de seguridad social en 1963, según relata Rodríguez Ocaña en su libro Salud pública en España. De la Edad Media al siglo XXI.

Otros expertos ya han mostrado que la propaganda franquista no coincidía con la realidad, como constató Brockington en 1967. “Los hechos no encajan con el interés mediático mostrado por la dictadura hacia el problema sanitario”, señalan la historiadora Jerònia Pons y la economista Margarita Vilar en su libro El seguro de salud privado y público en España. Su análisis en perspectiva histórica, publicado en 2014. “La partida de presupuestos destinados a la Dirección General de Sanidad como porcentaje del presupuesto total del Estado permaneció estancada entre 1943 (1,05%) y 1958 (1,02%)”, apuntan las autoras.

Primera página del 'Informe Brockington'.
Primera página del ‘Informe Brockington’. ESTEBAN RODRÍGUEZ OCAÑA
“Las recomendaciones de Brockington se quedaron en un cajón”, lamenta Rodríguez Ocaña. En 1936, el Ministerio de Sanidad era una bandera enarbolada por la República. La anarquista Federica Montseny había cogido las riendas del gabinete, convirtiéndose en la primera mujer ministra de un Gobierno español. Pero todo desapareció con la guerra civil. El Ministerio de Sanidad no se recuperó hasta 1977, dos años después de la muerte del dictador.

Durante su estancia en España, Brockington dispuso de un despacho en la Dirección General de Sanidad, en Madrid. Desde allí, viajó por varias provincias españolas para obtener información de primera mano. En su informe, el experto también denunciaba el pluriempleo de los médicos españoles. Rodríguez Ocaña ha encontrado unas notas autobiográficas en los archivos de la Universidad de Manchester en las que Brockington recuerda asombrado que el director de la Escuela Nacional de Sanidad, Valentín Matilla, compaginaba su empleo con otros 16 cargos. “Esa no era manera de trabajar”, sentencia el historiador.

Brockington alertó del “desierto estadístico” que impedía conocer el estado real de la sanidad en España

Rodríguez Ocaña y Ballester sí reconocen algunas mejoras llevadas a cabo por el régimen franquista, como la erradicación de la malaria y la disminución de la mortalidad infantil. Antes de la guerra civil, entre 1930 y 1934, de cada 1.000 nacidos vivos morían 120 niños antes de cumplir un año, frente a los 80 de Francia. El número fue cayendo durante la dictadura, llegando a 70 en 1950 (52 en Francia) y a 28 en 1970 (15 en Francia), según los estudios de la socióloga Rosa Gómez Redondo.

Ballester pone el foco en el “desierto estadístico” que confirmó Brockington. “Ni siquiera había estadísticas. ¿Cómo iban a actuar las autoridades?”, reflexiona Rosa Ballester. “En el caso de la polio, había niños pequeños que quedaban paralíticos o no podían respirar. Cuando algunos de los gerifaltes españoles acudían a congresos internacionales presumían de contar con respiradores, los llamados pulmones de acero, en todas las provincias, pero cuando venían los observadores de la OMS veían que había tan pocos aparatos que los médicos tenían que elegir qué niño moría y cuál vivía”.

La historia de una espeluznante foto: el primer hombre que murió en una misión espacial.

Fuente: grandesmedios.com. 17/05/2018

En la imagen: un grupo de agentes de la Unión Soviética se mantiene custodiando unos restos. Se trata de una escena triste y el final de un personaje histórico de la carrera espacial internacional. Vladimir Komarov fue el primer cosmonauta de ese país en volar al espacio exterior en más de una oportunidad. También fue el primer ser humano en morir en una misión espacial.

Junto con Yuri Gagarin, quien se convirtió en el primer ser humano en alcanzar el espacio exterior, Komarov dedicó su vida a la aviación y se hicieron grande amigos. En el año 1967 tanto Komarov como Gagarin fueron asignados a la misma misión en la órbita terrestre. Los 2 estaban al tanto de que la cápsula espacial no garantizaba un vuelo seguro. Komarov afirmó entre sus amigos que era muy probable que falleciera en el vuelo. No obstante, nunca desistió debido a que no quería de Gagarin muriera. Quien fuera su amigo sería su reemplazo.

Misión complicada

Meses antes el líder de la Unión Soviética, Leonid Brezhnev, propuso realizar una misión que sería una cita entre 2 naves espaciales.

El plan a ejecutar era el siguiente: lanzar la cápsula Soyuz 1 con Komarov en su interior. Un día después lanzar un segundo vehículo con otros 2 cosmonautas. La idea era que ambas naves se encontraran. Para ello Komarov iría de una nave a otra e intercambiaría lugares con uno de sus colegas para luego volver a casa en la segunda cápsula.

Vladimir Komarov
Vladimir Komarov estaba entre los mejores amigos de Gagarin. Aquí se los ve cazando juntos.

Lo que deseaba Brezhnev era celebrar un triunfo en medio del 50 aniversario de la revolución comunista. El líder dejó claro que la misión debía realizarse sin ningún tipo de negativa.

El deseo de Brezhnev enfrentaba diversos problemas. Gagarin, quien ya era un héroe en su país, y un grupo de especialistas evaluaron la Soyuz 1 y encontraron más de 200 problemas serios en la estructura de la máquina. En resumen, la cápsula era muy peligrosa para navegar en el espacio. Para Gagarin la misión debía al menos posponerse.

En un intento para que esto sucediera, Gagarin redactó un memo de 10 páginas y se lo entregó a su mejor amigo en la KGB, V. Russayev. Nadie quien tuvo conocimiento del memo se atrevió a enviarlo a la cadena de mando. De hecho, los militares o agentes que tuvieron acceso al documento fueron enviados a Siberia, degradados o despedidos. A 1 mes para el lanzamiento, Komarov se percató que la suspensión no sería algo viable. Entonces decidió reunirse con el ya degradado agente Russayev y le mencionó: “No regresaré de ese vuelo. Si me niego a volar entonces enviarán al piloto de respaldo”. Ese era Yuri Gagarin.

Día del lanzamiento

El 23 de abril de 1967 sería el lanzamiento. Ese día un periodista local dio a conocer que Gagarin llegó al lugar y exigió colocarse un traje espacial. Su actitud fue catalogada como un “capricho repentino”. Muchos pensaron que estaba tratando de salvar a su amigo de una muerte segura.

Al final la nave despegó con Komarov a bordo.

Vladimir Komarov
Nave espacial Soyuz 1 (representación artística), el sitio del accidente y Vladimir Komarov.

Una vez que la Soyuz inició su órbita sobre la Tierra los problemas comenzaron a aparecer. El primero fue que las antenas no abrieron de la forma correcta, lo que dejó sin energía eléctrica a la nave limitando la función de los equipos de navegación. Esto produjo que el lanzamiento del día siguiente fuera cancelado. Lo peor era que las posibilidades de que Komarov regresara con vida disminuían a cada hora.

Otros problemas que se presentaron fue la degeneración del sistema de control térmico, las comunicaciones con la Tierra eran irregulares y la nula orientación astronómica debido a la falta de energía eléctrica. En pocas palabras, había que regresar a Komarov en la primera oportunidad posible.

Durante unas 5 horas Komarov intentó sin éxito orientar el módulo. No obstante, a pesar de sus esfuerzos lo peor estaba por llegar. La nave reingresó a la atmósfera terrestre, pero cuando la cabina descendía, el paracaídas principal tuvo un despliegue errado, mientras que el segundo quedó enredado. Los 2 fallos fueron advertidos por Gagarin en el memo que había escrito.

Último minutos antes de morir

Komarov, sabiendo que iba a morir, se comunicó con los oficiales de control en Tierra. Alexei Kosygin, quien para ese entonces era el primer ministro soviético, lo llamó para decirle que era un héroe. La esposa de Komarov también estuvo presente durante la llamada para hablar sobre qué se les diría a sus hijos. Se trató de una escena llena de tristeza con el mismo Kosygin llorando.

Muerte de Vladimir Komarov
Valentina Komarov, la viuda del cosmonauta soviético Vladimir Komarov, besa una fotografía de su esposo muerto durante su funeral oficial, celebrado en la Plaza Roja de Moscú el 26 de abril de 1967.

Posteriormente, la nave se estrelló en la superficie terrestre a más de 200 kilómetros por hora con Komarov en su interior. Con el impacto la cápsula explotó. Cuando llegaron los equipos de la Fuerza Aérea Soviética solo había restos metálicos. Solo pudieron identificar la parte superior de la Soyuz.

Los restos fueron inmortalizados en la imagen con la que se abre el artículo. Al poco tiempo las cenizas de Komarov fueron enterradas en la necrópolis de la muralla del Kremlin en la Plaza Roja. Como homenaje a Komarov se le otorgó póstumamente una segunda orden Lenin y la Orden del Héroe de la Unión Soviética.

En cuanto a Gagarin, este murió en un accidente aéreo en 1968, un año antes de que los astronautas de los Estados Unidos llegaran a la Luna.

Los datos sobre la muerte de Hitler que no habían sido revelados.

Fuente; grandesmedios.com

Transcurría el 30 de abril del año 1945, al líder nazi Adolf Hitler lo rondaba la paranoia, desconfiando de todo aquel que se le acercaba al verse cercado por las fuerzas Aliadas. Ante tal escenario de derrota por la inminente caída del Tercer Reich, Hitler tomó la determinación de quitarse la vida junto con su compañera Eva Braun al interior del búnker que había construido en el centro de Berlin.

Por muchos años se habló de diferentes hipótesis sobre la muerte del Führer. ¿Sucedió? ¿Se trató simplemente de un montaje? Pese a todas estas teorías, una investigación publicada en mayo de 2018 por el European Journal of Internal Medicine revela datos que hasta hoy se desconocían.

Los dientes del dictador alemán se encontraban demasiado deteriorados teniendo en cuenta los 52 años que había vivido. Solo contaba con cuatro dientes naturales y los otros eran prótesis metálicas en las que se descubrieron algunos depósitos azules, algo que señalaba una posible reacción química.

Luego de efectuar rigurosos análisis, los científicos revelaron que, aparte de haberse propinado un disparo en la cabeza, Adolf Hitler utilizó también una ampolla de cianuro para provocarse una intoxicación letal.

Los cadáveres de la pareja fueron exhumados por la KGB tras 25 años del suicidio. Funcionarios de la agencia efectuaron la cremación completa de los dos cuerpos y sus cenizas fueron lanzadas al río Elba.

Los Romanov, últimos meses antes de la ejecución.

La familia Romanov, en 1913 (de izquierda a derecha, Olga, María, Nicolás II, la zarina Alejandra, Anastasia, Alekséi y Tatiana. / PERIODICO

Autora: Anna Abella

Fuente: El Periódico, 03/07/2018

En la habitación de 5×6 metros del sótano de la casa Ipatiev de Ekaterimburgo, en la noche del 16 al 17 de julio de 1918, fueron ejecutados a tiros por los bolcheviques el zar Nicolás II, la zarina Alejandra Fiodorovna, su hijo y heredero, el pequeño y hemofílico Alekséi, y sus cuatro hijas, María, Olga, Tatiana y Anastasia. Junto a ellos, murieron tres sirvientes y su médico. El comisario del Sóviet de los Urales Yákov Yurovski, al frente de nueve hombres, cumplió la orden de matarlos y de hacer desaparecer sus cuerpos, cubriéndolos con ácido y enterrándolos en secreto a varios kilómetros. Un destino que las víctimas nunca sospecharon y del que está a punto de cumplirse un siglo. “Ni el zar ni la zarina creo que supieran algo de su final trágico. Al revés, con toda su devoción y preocupación por sus hijos, no querían perder la esperanza hasta el último minuto”, opina desde Rusia la traductora Tatiana Shavaliova, basándose en las cartas y telegramas, diarios y memorias de la familia imperial pero también del tutor y profesor de francés Pierre Gilliard y otros testigos de aquellos meses.

Con una selección de ese material, armado cronológicamente y traducido del ruso original, Shavaliova ha construido ‘Romanov. Crónica de un final: 1917-1918’ (Páginas de Espuma), un relato epistolar que desnuda fragmentos de la vida cotidiana y del ánimo y pensamiento de los últimos zares en sus últimos meses de vida, los que pasaron confinados desde el inicio de la Revolución rusa en febrero de 1917, cuando el pueblo, golpeado por el hambre y la primera guerra mundial, salió a la calle al grito de “Pan, tierra y paz”. Las condiciones de los encierros, primero en Tsárskoye Seló (cerca de Petrogrado, luego San Petersburgo) y Tobolsk (Siberia) y, finalmente, en Ekaterimburgo, cada vez fueron peores y más restrictivas.

El sótano de la casa de Ekaterimburgo, tras la ejecución.

Numerosas fotos, notas a pie de página y textos contextualizadores completan un libro, propuesto por el editor de Páginas de Espuma, Juan Casamayor, que ha contado con la colaboración de Ezra Alcázar, director de la revista mexicana de literatura ‘Inundación Castálida’, donde Shavaliova publicó un artículo sobre los Romanov del que surgió la idea.

Mucho se ha escrito de la leyenda y el mito que rodeó el final de los zares o de la influencia que el oscuro monje Rasputín ejerció sobre la zarina. La ausencia de cadáveres (no fue hasta los años 90 que se reveló el hallazgo de los restos) y las noticias contradictorias abonaron rumores como el de la supuesta supervivencia de Anastasia. “Pero la historia de la familia y de sus últimos días es poco conocida”, constata Shavaliova. Las misivas muestran a un zar que, con el diminutivo de Nicky, llamaba a su mujer “Solecito lindo”, y a una zarina que se dirigía a él como “mi querido, mi amado, mi tesoro” o “mi ángel, luz de mi vida”. A Alcázar, lo que más le sorprendió “fue la devoción a la familia”, cuenta desde México: “el descubrir a un Nicolás II que era un mal político pero un gran padre. A Alejandra como una mujer sumamente pasional, en la política y en la vida personal. Descubrir una monarquía muy sencilla, las chicas habían sido voluntarias y durante el encierro cortaban leña y hacían otros trabajos”, añade el periodista.

Anastasia y Tatiana, trabajando durante uno de los encierros.

De hecho, el zar también serraba árboles junto a sus hijos y cuidaba la huerta. Aunque viven con incertidumbre, desasosiego y angustia por la falta de noticias del exterior y el saber que sus cartas y conversaciones son controladas, pasean y leen (el primer Sherlock Holmes de ‘Estudio en escarlata’, de Conan Doyle; ‘Guerra y paz’, de Tolstói; novelas históricas de Merezhkovski…), van a misa y Nicolás II disfruta de sus hijos y juega con ellos, a cartas, al backgamonn… “Ahora paso mucho más tiempo con mi linda familia”, escribe en mayo, tras cumplir 49 años y lamentar cuánto añora también a su “querida madre”.

El zar y su hijo Alekséi, serrando troncos en Tobolsk.

Zar y zarina apelaban ‘Baby’ o ‘Rayito de sol’ a su único hijo varón, por el que toda la familia se desvivía, ya que su hemofilia hacía que un hematoma tardara días en curar y limitaba sus movimientos. “Alekséi tiene un dolor en la mano y por eso ha tenido que pasar todo el día acostado”, escribe Nicolás II en su diario, en mayo de 1917. Antes, el chaval, de 13 años, y sus cuatro hermanas han pasado el sarampión y Alejandra mantiene puntualmente informado a su marido (antes de que este se vea obligado a abdicar en marzo y antes de que le confinen junto a la familia en Tsárskoye Seló) de la fiebre de cada uno y de que se les cayó tanto el pelo que tuvieron que raparlos a todos.

Las hijas de los zares, rapadas tras el sarampión.

“Me siento grave, herido y triste”, escribe tras abdicar el ya ex-zar, a pesar de que su esposa, aún invocando a Rasputín, le reclama que “ejerza mano dura y muestre su poder”, al tiempo que le anima: “Todo nuestro amor ardiente y caluroso te rodea, mi maridito, mi único, mi todo (…) Siente mis manos, que te abrazan, mis labios unidos a los tuyos cariñosamente, siempre juntos, siempre inseparables”.

La zarina, «soberbia, severa y majestuosa»

Kerenski, ministro del Gobierno provisional revolucionario y supervisor del primer encierro, detectó “la diferencia de carácter y temperamento de la pareja”. “En su posición de prisionero, Nicolás II disfrutaba de su nuevo modo de vida (…) -decía en sus memorias-. Su mujer pasaba un tiempo difícil por la pérdida del poder, y no podía resignarse a su nueva posición. Tenía ataques psicóticos”. “Era una mujer soberbia, severa y majestuosa”, “atractiva e inteligente”, que a “pesar de estar quebrantada e irritada en aquel momento, tenía una voluntad férrea”.

“Ella, con la lejana sombra de Rasputín –opina Casamayor-, es la muestra de un orgullo familiar y dinástico heredado de 300 años atrás. No les importa el pueblo, del que están muy distanciados”. Los recuerdos de un ayuda de cámara del zar revelan cómo un oficial de la guardia rezachó dar la mano a Nicolás II, quien le preguntó ¿Por qué, querido mío?’. ‘Soy del pueblo –le respondió-. Usted no ha querido darle la mano al pueblo y yo tampoco lo haré”.

El zar y su familia, rodeados de soldados de la guardia cosaca, en 1916.

“No sabían mucho de la situación del pueblo, pero lo que sabían les preocupaba”, señala la traductora citando a la zarina en una carta a una amiga: “¡Oh, gente, gente! Pobres flacos. No tienen carácter, amor patrio, ni a Dios. Por eso castiga al país. Pero no quiero pensarlo ni voy a creer que Él (Dios) lo deje morir. Como los padres castigan a sus hijos desobedientes, así Él actúa con Rusia”.

“Rusia tenía problemas, sí; los zares vivían como en otro mundo, seguramente sí, no sabían cómo vivía un campesino, pero los bolcheviques tampoco -reflexiona Alcázar- La revolución era necesaria y fue buena hasta que se convirtió en el horror totalitarista. Y desde el principio hubo chispazos de violencia y autoritarismo: eso fue el asesinato de los Románov, un aviso del horror que vendría después”.

“Sé que todo esto no durará mucho”, escribía la zarina, esperanzada, a una amiga en diciembre de 1917. Siete meses después llegaba la inesperada masacre, de la que aún hoy no existen pruebas de si la ordenó Lenin, como apuntó Trotski. Aquella sangrienta noche de agosto, el Ejército rojo también mató a dos de los tres perros de la familia, solo se salvó Joy, el springer spaniel del zarévich, que, como apuntaba el propio Nicolás II en su diario un año antes, ya había sobrevivido a la mordedura de una serpiente durante un paseo. Joy sería adoptado por un coronel del Ejército blanco que llegó al lugar a los pocos días de la ejecución. Meses antes, su joven amo, de 13 años, preguntaba a su tutor: “Si ya no hay más zar, ¿quién va a dirigir Rusia?”.

El hijo del zar, Alekséi, con su perro Joy.

La memoria de los zares, en la Rusia actual

“Ahora, en Rusia, la dinastía Romanov se percibe con más objetividad. Ya pasamos la época soviética y la negación del régimen monárquico. Gobernaron durante 300 años, son inherentes a la historia rusa y sin ellos Rusia hubiera sido distinta. Para los rusos la época de los zares es una época histórica”, explica la traductora Tatiana Shavaliova, que recuerda que la canonización de los Romanov por la Iglesia ortodoxa rusa en 1981 y en el 2000, “tiene que ver con la resignación y devoción de la familia en sus últimos días”, no con la valoración política del zar.


De hecho, cada año se celebran en Ekaterimburgo “los días zarinos”, del 10 al 20 de julio, con exhibiciones, lecturas y conciertos y una procesión de 20 kilómetros hasta la catedral, construida cerca de donde tiraron los cadáveres.

Delacroix, un símbolo de Francia.

Autora: 

Fuente: La Vanguardia, 03/07/2018.

La exposición dedicada al pintor Eugène Delacroix (1798-1863) permite detectar el sentir de Francia en la actualidad. Hay que ir al Museo del Louvre y soportar las clásicas colas para sumergirse en el esprit de un pintor excepcional y de una época única en la historia europea de la magistral mano de los comisarios Sébastien Allard y Côme Fabre. Hallaremos un homenaje sentido, bien presentado y excelentemente explicado del pintor de la larga cabellera negra, las espesas cejas, los ojos oscuros y la tez cetrina que fue capaz de poner las reglas a su servicio para dar a entender al público de su tiempo, pero también del nuestro, el valor de la agitación revolucionaria, la agonía del alma creadora; no en vano Baudelaire llegaría a decir de él que era como “un volcán disimulado artísticamente bajo ramilletes de flores”. Por esa aura de héroe byroniano que tenía, Delacroix afrontó como ningún otro francés de su tiempo (en pintura, claro) que la transfiguración del espacio escénico es una respuesta a la noción del tiempo histórico.

Romanticismo, en definitiva. Con las fuerzas irracionales tratando de salir a flote, entre gritos de rabia y desespero pero también de alegría, de fiesta ciudadana, el mismo día en que el viejo general Lafayette volvió a cabalgar sobre su caballo blanco para ver si se ponía fin de una vez por todas a la dinastía de los Borbones. Y mientras recorremos las salas nos hacemos la gran pregunta cuya respuesta es precisamente la exposición: ¿qué tiene Delacroix que fascina cuando nos acercamos a él? Tiene que es el testigo de un momento estelar de Francia, los tres días de julio de 1830, “las tres gloriosas” que dignificaron el sentido de la revuelta del pueblo contra ese Antiguo Régimen que se negaba a ser lo que al cabo ya era, un resto de una historia acabada pues Carlos X con su incapacidad innata para entender el curso de los acontecimientos ofreció sin pretenderlo argumentos para el desarrollo del movimiento romántico.

Un mismo espíritu

Eso ya estaba claro unos años antes, en 1815, cuando Delacroix se reunía, junto a Géricault, otro gran pintor de ese tiempo, en el estudio de Horace Vernet para hacer frente amigablemente a los que se reunían en Barbizon en pleno bosque de Fontainebleau (Corot, Daubigny). A los ojos de los escritores como Victor Hugo o Alfred de Vigny no eran cenáculos rivales, eran partes de un mismo espíritu que se elevaba en Francia para canalizar los impulsos que venían del espíritu de la época. Fueron quince años de espera, que sirvieron para madurar las ideas, las formas de pintar, pero también el estilo de vida, que a Delacroix le llevó hasta el dandismo inglés, pues era en Londres donde se hacía los trajes, no en vano era hijo natural de Tayllerand. Pero siempre atento a todo lo nuevo, a lo más avanzado, como el recurso a la litografía para ilustrar en 1828 el Fausto de Goethe.

El ambiente cosmopolita de Londres le llevó a compartir confidencias con Chopin o George Sand, sus grandes amigos: confidencias sobre su amor por Elisabeth Salter, a la que escribía en inglés, “esa endemoniada lengua” como solía decir. Fue entonces, mientras estudiaba los colores del gran pintor John Constable, cuando encontró el tono de sus grandes obras, comenzando por La masacre de Quíos, con la que respondía a las exigencias de la ­intelectualidad de su época sobre la ­liberación de Grecia de la opresión otomana, ofreciendo como tema para el Salón de 1824 una atrocidad turca que había provocado repudio en toda Europa. Esta pintura donde ya queda clara su deuda con Miguel Ángel y Rubens labró su reputación de la noche a la mañana. No puede extrañarnos ya que aquí el tema principal son las escenas de la ­masacre y la batalla forma parte de un telón de fondo apenas entrevisto. Fue un éxito que le hizo profundizar en el alma humana de la mano de sus tres autores preferidos: Walter Scott, William Shakespeare y Lord Byron.

Efecto inglés

Desde ese momento hay un efecto inglés en su pintura que se percibe con fuerza en otro lienzo de reivindicación de Grecia en las ruinas de Missolongui, donde ya aparece el motivo de la mujer con los brazos abiertos pidiendo ayuda. Es una suerte de ensayo de su obra maestra con la que Delacroix rindió homenaje a la revolución de 1830: La Libertad guiando al pueblo, “en las barricadas” como él solía llamarla, donde madame France mira hacia atrás para ver si la sigue el pueblo, y avanza imparable adelante, advirtiendo al espectador que o bien se une a ella, o terminará aplastado por los ideales.

La libertad mira hacia atrás para ver si la sigue el pueblo, y avanza imparable hacia delante

Una vez vista esta bella obra de Delacroix descubrimos que constituye una verdad eterna para todo aquel que aliente el deseo de una vida honesta al servicio del pueblo. Tiene ese toque que se intuye también en el Hernani de Hugo (estrenado en París en febrero de 1830) o en la Sinfonía Fantástica de Berlioz (compuesta en 1830): sueños de una generación de jóvenes audaces que coincidieron en París en 1830: Gautier con diecinueve años, Chopin y De Musset con veinte, Berlioz y George Sand con veintisiete, Hugo con veintiocho, Balzac treinta y uno, Delacroix treinta y dos, Thiers y De Vigny treinta y tres. Al final cada uno de ellos, y en particular Delacroix convertido en el pintor oficial de la monarquía de Julio, apostaron por el poder del pueblo, del demos, es decir, por la democracia.

Ocho exmilitares chilenos, condenados a 18 años de cárcel por el asesinato de Víctor Jara en 1973.

El cantautor chileno Víctor Jara, en una imagen sin fechar facilitada por la fundación que lleva su nombre. EFE

Autor: JAVIER SÁEZ LEAL

Fuente: El País, 04/07/2018

Ocho exmiembros del Ejército chileno han sido condenados este martes por el asesinato del famoso cantautor y director de teatro chileno Víctor Jara —militante comunista— en septiembre de 1973, cuando comenzaba la dictadura encabezada por el entonces comandante en jefe Augusto Pinochet. La decisión fue adoptada el martes por el ministro Miguel Vázquez Plaza, miembro de la Corte de Apelaciones designado para causas de violaciones a los Derechos Humanos. Además, al grupo de militares en retiro se les condenó por el homicidio de Littré Quiroga Carvajal, director de prisiones en esa época.

Hugo Sánchez Marmonti, Raúl Jofré González, Edwin Dimter Bianchi, Nelson Haase Mazzei, Ernesto Bethke Wulf, Juan Jara Quintana, Hernán Chacón Soto y Patricio Vásquez Donoso fueron condenados a penas de 15 años y un día como autores de los homicidios y a tres años de presidio como autores del delito de secuestro simple de ambas víctimas. Adicionalmente, el antiguo oficial Rolando Melo fue condenado a cinco años y un día de presidio como encubridor de los asesinatos y a 61 como encubridor de los secuestros. El Estado chileno, además, deberá pagar más 2,1 millones de dólares como indemnizaciones a las familias de las víctimas.

El fallo se conoce a casi 45 años del 11 de septiembre de 1973, día en que ocurrió el golpe de Estado liderado por las Fuerzas Armadas contra el gobierno socialista de Salvador Allende con un bombardeo al Palacio de La Moneda. Entre ese día y el siguiente, los militares intervinieron en la Universidad Técnica del Estado y entre los retenidos estaba el cantautor, director y docente del plantel Víctor Jara. Según consigna el documento judicial, cuando fue ingresado al centro de detención Estado Chile, Jara fue reconocido por los militares “siendo agredido verbal y físicamente desde su llegada (…) sin formulásele cargo alguno”. Días después, un grupo de detenidos fue trasladado al Estadio Nacional, pero Littré Quiroga y el propio Jara se mantuvieron en el Estadio Chile, donde fueron ejecutados. El informe señala que Jara recibió al menos 23 impactos de bala. Ambos cadáveres fueron lanzados a la vía pública con otras personas de identidad desconocida y terminaron siendo enterrados de manera clandestina por sus familiares.

Por largo tiempo la autoría de la muerte de Víctor Jara fue uno de los grandes misterios de la dictadura de Pinochet. En junio de 2009 el cuerpo de la figura emblemática de la cultura popular chilena fue exhumado para confirmar que fue acribillado en septiembre de 1973 gracias a los estudios realizados por el instituto Genético de Innsbruck (Austria). A fines de ese mismo año, la viuda Joan Turner encabezó junto a la fundación que lleva el nombre del artista un funeral público que congregó a más de 12.000 personas.

La histórica condena ha generado la reacción positiva de quienes admiran el legado de Jara. El diputado y presidente del Partido Comunista, Guillermo Teillier, se felicitó por el fallo en su cuenta de Twitter: “Saludamos fallo que condena a militares que torturaron, asesinaron y tiraron los cuerpos de Víctor Jara y Littré Quiroga en terreno baldío de Lo Espejo. Un abrazo a sus familias y a tod@s quienes seguimos bregando por ¡verdad, justicia y reparación!”.

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La decepción de De Gaulle con Franco.

 

 

Francisco Franco, Máximo Cajal y Charles de Gaulle, en su encuentro en junio de 1970. EFE

Autor:  MARC BASSET

Fuente: El País, 03/07/20188.

El resumen de la reunión, la primera y única entre dos de los generales más célebres del siglo XX, fue breve pero elocuente. “Ah, pero si es un anciano”, contó el general De Gaulle después de ver a Francisco Franco en Madrid. Como si hubiera poco que contar, como si el diálogo entre ambos se hubiera parecido más a un intercambio superficial en una visita de cortesía que al cara entre dos figuras a la historia contemporánea. De Gaulle tenía 79 años; Franco, 77.

El abogado Gregorio Marañón, nieto del ilustre científico y humanista del mismo nombre, aún recuerda cada una de las palabras del estadista francés tras el encuentro de los dos estadistas. Él se encontraba ahí, junto a su padre, Gregorio Marañón Moya, y su tío, Tom Burns. Pasaron un buen rato hablando los cuatro. El lugar del encuentro fue el Cigarral, la finca de los Marañón en las afueras de Toledo. El día, el 8 de junio de 1970, después de haber comido en El Pardo De Gaulle y Franco. “A Franco le dedicó tres palabras”, dice Marañón.

Hacía un año que De Gaulle —el líder de la Francia libre contra la ocupación nazi, el fundador de la V República, el estadista que quiso devolverle la grandeur a su nación y cayó arrastrado por la onda expansiva del 68— había abandonado el poder. Franco —el sublevado que ganó la Guerra Civil con la ayuda por los nazis, el proscrito de lo que entonces no se llamaba comunidad internacional, que lo acabó tolerando por las necesidades de la Guerra Fría— llevaba más de tres décadas en el poder. De Gaulle había emprendido junto a su mujer y un ayudante un viaje privado por aquella España, mitificada por él, de Don Quijote y Carlos V. Y Franco no había desaprovechado la ocasión para agasajarlo, en la medida que el esquivo general lo permitió.

El encuentro es un episodio poco conocido en la biografía de ambos. Un libro recién publicado en Francia lo aborda e imagina qué ocurrió.

En Un déjeuner à Madrid (Un almuerzo en Madrid), el periodista Claude Sérillon, conocido presentador de telediarios y asesor durante un tiempodel presidente François Hollande, especula con qué pudo pasar aquel mediodía en el Pardo, la residencia del dictador.

“Estos dos personajes de la Historia, en campos opuestos, personalidades con parecidos y diferencias, ¿qué pudieron decirse? Mi libertad de novelista era hacer esto”, dice Sérillon. “Es posible que se conformasen con lugares comunes, y charlasen sin más, pero quise imaginar, un poco como en una obra de teatro, que en confrontación fueron un poco más allá”. Y añade: “En la voluntad del general de ir a ver a Franco, había el deseo de ver la cara a su enemigo pero también de medirse a otro personaje de la historia”.

El debate es si la conversación fue un cúmulo de banalidades protocolarias o si llegaron a tratar cuestiones sustanciales. Marañón, que escuchó a De Gaulle resumir la reunión con el escueto “…pero si es un anciano”, cree que la frase es reveladora. “Él fue a ver a este militar ilustre, y se encontró a un anciano decrépito que no hablaba”, dice Marañón, que entonces tenía 28 años.

Como en los buenos misterios, hay un tercer hombre en el duelo entre Franco y De Gaulle. Y es quien aporta la solución: no hacía falta fabular para conocer detalles de la reunión.

El tercer hombre es Máximo Cajal (1935-2014), entonces un joven diplomático, que estuvo presente. Cajal contó el episodio en sus memorias, Sueños y pesadillas. Memorias de un diplomático (Tusquets, 2010), fuente que Sérillon no tiene en cuenta. Allí explica que el ministro de Exteriores, Gregorio López Bravo, le encargó una doble misión: hacer de intérprete y tomar notas. Recuerda que, ya en la reunión, cuando De Gaulle le vio apuntando, le “fulminó con la mirada”.

Franco, escribe Cajal, tenía la “voz débil y fatigada, difícilmente audible”. Hablaba poco: parecía impresionado. El francés le dijo a Cajal: “Él es el general Franco, es mucho; yo era el general De Gaulle, era suficiente”. Y añadió: “Pero era otra época”.

De Gaulle, el enemigo de Hitler y el liberador de Francia, declaró su admiración por Franco, al haber «sabido mantener a España al margen de conflictos internacionales, de tal forma que sobre todo había primado el interés de su país”. Coincidieron en otros puntos. “Yo he debilitado mucho a los partidos políticos, pero no los he destruido”, dijo De Gaulle. “Sucede que en un Estado de opinión los partidos políticos existen, pero pugnan por debilitar al país; luchan contra su unidad”, corroboró Franco.

La conversación duró 45 minutos. Después De Gaulle y Franco fueron a almorzar. Por la tarde, los De Gaulle viajaron a Toledo. El expresidente francés rechazó dormir en Madrid invitado por Franco, y la embajada francesa hizo las gestiones necesarias para que se hospedasen en una residencia privada, escribe Gregorio Marañón en su libro Memorias del Cigarral (Taurus, 2015).

Vista la altura de De Gaulle, 1,96 metros, tuvieron que traer una cama del Parador de Toledo, porque no cabía en las del Cigarral, recuerda Marañón. La impresión no se le ha borrado. “Es la sensación de estar hablando de un personaje de dimensiones históricas que era consciente de ello. En el gesto, en la mirada, en la palabra”, dice.

De Gaulle murió seis meses después —cinco años antes que Franco— sin poder realizar su otro gran sueño, además de viajar a España: conocer China.

MALRAUX Y MAURIAC LO VIVIERON COMO UNA OFENSA

La vista del general Charles De Gaulle a Franco en junio de 1970 decepcionó a dos de los intelectuales más próximos, André Malraux y François Mauriac. Malraux, que combatió contra Franco en la Guerra Civil y fue ministro de Cultura del general, declaró a Jean Lacouture, biógrafo de De Gaulle, que si De Gaulle hubiese visitado al dictador español siendo aún presidente de Francia, él hubiera dimitido. Mauriac escribió: “Me dejó helado. Lo sufrí como una ofensa”.

Para De Gaulle, retirado del poder, el viaje a España fue un ejercicio de ambigüedad. Así explicó la conversación de El Pardo al periodista Michel Droit: “Debí de decirle algo así como: ‘A fin de cuentas, usted ha sido positivo para España’. Y usted sabe bien lo que este ‘a fin de cuentas’ sobreentendía…”. Y añadió: “Pues sí, positivo, pese a todas las represiones, todos los crímenes. Stalin también los cometió, e incluso mucho más…”.

Lacouture cuenta en la biografía esta y otras anécdotas sobre un viaje y una reunión que fueron quizá el último acto político de un gigante del siglo XX. Con su esposa, Yvonne, visitaron Santiago de Compostela, Ávila, Madrid, Toledo, Jaén, Córdoba… Jean Mauriac, periodista de la agencia France Presse (e hijo de François Mauriac) que cubrió la visita, escribió: “Al general le gustó, en España, la rudeza del clima, la austeridad de los sitios, el aislamiento de los pueblos que, en el curso de los siglos, determinaron el carácter nacional”.