Por Navidad, todos a casa

Soldados británicos en la I GM

Autor: JESÚS ESPELOSÍN

Fuente: nuevatribuna.es 20/11/2020

Julio 1914. Europa se encuentra en máxima tensión después de varios años de prolongación de aquella paz que Bismarck había propiciado manteniendo el equilibrio entre las cinco potencias europeas. Pero aquello no se sostenía y la guerra parecía inevitable, además de que, se pensaba, podía ser una solución. «La guerra que acabaría con todas las guerras» llegó a decirse.

Por otra parte, la experiencia de las guerras del siglo XIX, después de las napoleónicas, decía que una guerra era cosa de pocos meses, no más de seis en el peor de los casos. Por eso, en Reino Unido se hizo famosa la frase de «Por Navidad, todos a casa«. Se refería a la vuelta de los muchachos que había enviado al frente en tierras francesas y belgas. Después, es sabido que, dividido en dos guerras mundiales, aquello no acabó hasta 1944.

La guerra contra el coronavirus, que debiera ser más mundial que las dos tan famosas del siglo pasado, no la estamos tratando como tal, los norteamericanos, al igual que en las dos guerras mundiales ya mencionadas, entraron tarde

Misma preocupación, la Navidad de 2020, parece existir hoy en la guerra contra el  coronavirus. Puede leerse que se están haciendo planes para que el virus nos dé una tregua en Navidad que permita a las familias reunirse en torno al belén, al abeto y, sobre todo, al pavo, en esos días tan entrañablemente distintos en los que hasta los cuñados son bien recibidos. Pero resulta que el coronavirus no es como aquellos soldados franceses y alemanes que en la noche del 24 de diciembre de 1914 salieron momentáneamente de las trincheras y dejaron de dispararse durante unas horas para pasar su Navidad. El virus, como no tiene sentimientos, no puede ponerse sentimental y, por tanto, no va a dar una tregua navideña. Mas bien, es de esperar que, favorecido por la cercanía de las personas, la concentración de las mismas y cierta efusividad, derivada de la situación, el virus haga su agosto en diciembre.

El hombre, y también la mujer desde las leyes de igualdad, es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y, parece, que estamos dispuestos a tropezar nuevamente con esta piedra navideña pensando que la realidad va a ser como la deseamos sin hacer mucho para que así sea. Porque, además, esto de la Navidad no es lo único que no hemos aprendido.

La guerra contra el coronavirus, que debiera ser más mundial que las dos tan famosas del siglo pasado, no la estamos tratando como tal. Primero, porque hemos renunciado a tener un Estado Mayor. La Organización Mundial de la Salud, que debiera haber cumplido ese papel, está tan desprestigiada que nadie hace caso de sus recomendaciones. Debido a eso, cada cual hace la guerra por su cuenta, y nunca mejor empleada la frase. Frente a la unidad de acción del virus, cuya única estrategia, táctica, actividad y ocupación es reproducirse, cosa que hace con enorme facilidad y eficacia, los demás utilizamos multitud de respuestas.

Los norteamericanos, al igual que en las dos guerras mundiales ya mencionadas, entraron tarde. Esta vez no les podemos atribuir la «zona cero» de la gripe llamada «española» de 1918, pero el que el virus haya podido extenderse en una población de más de 300 millones de personas antes de que Trump se enterase del problema, no ha ayudado al caso. Y, mas, habida cuenta del papel de líder del mundo occidental que tienen atribuido. Quizás ese papel de liderazgo ha podido influir en que paises como México o Brasil, con gobernantes trumpistas y poblaciones millonarias, siguieran su ejemplo de negar la evidencia.

Pero es que, en Europa la respuesta ha sido, aunque temprana, dispersa. Habrá mucha reunión telemática entre responsables sanitarios y/o políticos pero la falta de unas directivas de Bruselas tan precisas como las que marcan el tamaño de las naranjas, por ejemplo, ha evitado la acción conjunta. Luego, la soberanía de cada país se ha encargado de que la lucha europea contra el coronavirus pueda recordarnos al gran Pancho Villa de sus mejores tiempos.

Excepto en España donde, además, el coronavirus nos pilló con el pie cambiado de una sanidad descentralizada en 17 responsables de su gestión, una por cada una de las comunidades autónomas en que está dividido nuestro país. Eso ha hecho que Sánchez no haya podido actuar como la admirada Merkel, la ciudadana prusiana que no tenía que convencer a 17 personas de lo que debía hacerse y ha actuado con la determinación de sus antecesores, no voy a decir como Hitler (que no era prusiano) pero si como Bismarck. Y he empezado por decir que excepto en España porque, estoy escribiendo de memoria, creo que somos la excepción en esa forma de proceder.

Eso de tomar decisiones por comunidades se ha llevado, no solo hasta el nivel territorial del municipio, si no al de barrios y, en algún sitio como Madrid, hasta la división administrativa de «zona sanitaria». Bien, no voy a ser yo, desde mi ignorancia en la materia, quien diga cómo debe hacerse, pero me extrañaría mucho que una pandemia mundial se combatiese como se hace en el mus cuando las cosas van mal: cada uno con las suyas.

Y, desde luego, que nadie piense en una tregua viral navideña. Podemos empeñarnos en levantar las restricciones una vez que se enciendan las luces multicolores de muchas calles españolas, pero, en ese caso, quien se va a dar un atracón en esas fiestas va a ser el virus.

Ah, y ya que estamos, Feliz Navidad.

Los acuerdos tripartitos de Madrid: papel mojado

Soldados marroquíes y de la Minurso observan con prismáticos desde el muro militar levantado por Marruecos en el Sahara Occidental. CHRISTIAN MARTÍNEZ

Autor: Equipe Media Sahara

Fuente: elsaltodiario.com 15/11/2020

A 45 años de la firma de los acuerdos entre Marruecos, Mauritania y España, con los que las potencias negaron el derecho de autodeterminación del pueblo Saharaui, Rabat insiste en su papel colonial violando el alto al fuego en la región fronteriza de Guerguerat.

l 14 de noviembre se conmemora el cuadragésimo quinto aniversario de la firma de los denominados acuerdos tripartitos de Madrid, que fueron el resultado de dos días de negociaciones entre España, Marruecos y Mauritania, y terminaron condenando al pueblo del Sahara Occidental al desplazamiento forzado,   obstaculizando su desarrollo durante medio siglo.

Las potencias imperiales competían a contra reloj, tras la resolución del Tribunal Internacional de Justicia dictada el 16 de octubre de 1975, para desvincularse de sus responsabilidades y conseguir ventajas políticas y económicas; para soslayar el enfrentamiento con un movimiento revolucionario de liberación que empezaba a desarrollarse y fortalecerse en el terreno del Sahara Occidental.

Pese al dictamen del Tribunal Internacional de Justicia que establece la necesidad de posibilitar al pueblo saharaui conseguir su inalienable derecho a la autodeterminación, y otorgarle la palabra para decidir su futuro, España estaba enfrascada en la formulación de un acuerdo a través del cual otorgaba lo que no le pertenecía a quien no se lo merecía.

Pese al dictamen del Tribunal Internacional de Justicia que establece el derecho saharaui a decidir sobre su autodeterminación, España estaba enfrascada en el que otorgaba lo que no le pertenecía a quien no se lo merecía

Los acuerdos de Madrid no tenían ningún valor legal porque se firmaron en ausencia de la parte saharaui; y no establecían el traslado de la soberanía sobre el territorio a dos países vecinos, solo establecían el traslado de la administración del mismo. Según lo dispuesto en los acuerdos de Madrid, la administración del territorio dependía de una serie de medidas cuya vigencia terminaría el 26 de febrero de 1976. Además, la Organización de las Naciones Unidas, que no reconoce los acuerdos de Madrid, tiene una postura diferente acerca del estatus del Sahara Occidental; ya que lo incluye en la lista de los territorios no autónomos y pendientes de descolonización.

Campamento Gdeim Izik

Durante la guerra entre el Frente Polisario, por un lado, y las dos potencias invasoras —Marruecos y Mauritania—, por otro lado, el vecino del sur se vio obligado a retirarse dadas la grandes pérdidas sufridas a causa del conflicto bélico, firmando un acuerdo de paz con la República Árabe Saharaui Democrática. Este hecho. que deja sin valor los acuerdos tripartitos de Madrid, dejó al descubierto otra vertiente de la naturaleza de la política expansionista de Marruecos, un estado que apuesta por la creación de guerras y tensiones para garantizar la existencia de una corona construida sobre las cadáveres de humildes personas que fueron esclavizadas y humilladas.

Ante los escollos que obstaculizan la resolución de la causa saharaui, que se deben en gran medida a la conspiración de Francia, España y Marruecos, el Frente Polisario, obligado a dolorosas cesiones, moderó sus objetivos pasando de reclamar directamente la liberación de la patria a la defender el derecho de su pueblo a decidir libre y democráticamente mediante un justo y trasparente referéndum de autodeterminación. 

En este escenario, surgieron soluciones y propuestas políticas entre las que se destacan el Plan de Paz para la autodeterminación del pueblo del Sahara Occidental, o el Plan Beker II que fue enterrado a pesar de ser admitido por el Consejo de Seguridad Internacional de la ONU, y el ayudante del exsecretario General de la ONU Hans Corriel, quien llamó a España a asumir sus responsabilidades en la administración del territorio en una fase transitoria tal y como pasó en la resolución del conflicto de Timor.

En una flagrante violación del alto el fuego, las fuerzas de ocupación marroquíes abrieron este viernes tres nuevas brechas en el muro marroquí de la vergüenza para dispersar y atacar a los manifestantes pacíficos saharauis que cerraron de forma pacífica en Guerguerat

Durante el aniversario de la firma de los acuerdos tripartitos, el pueblo saharaui, más organizado y más armado, hace frente a los intereses de las potencias imperiales que no quieren permitirle ejercer su soberanía sobre sus tierras. Así, el pueblo saharaui reitera, sus reivindicaciones legitimas conforme a los principios de las reglas del derecho internacional, tendiendo una mano para la paz y otra para la defensa armada. 

Por otra parte. en una flagrante violación del alto el fuego, las fuerzas de ocupación marroquíes abrieron este viernes tres nuevas brechas en el muro marroquí de la vergüenza para dispersar y atacar a los manifestantes pacíficos saharauis que que bloqueaban de forma pacífica Guerguerat.

Las fuerzas del Ejército Popular de Liberación saharaui respondieron a este ataque con firmeza para proteger a los civiles saharauis de esta agresión militar marroquí.

En respuesta a la brutal violación del Alto el fuego, el Frente Polisario declara la guerra necesaria de todo el pueblo.Según el Ministerio de Defensa de la RASD el ejército de liberación ha lanzado distintos ataques contra las bases marroquíes apostadas a lo largo del “muro de la vergüenza”, causando bajas y destruyendo las instalaciones en los sectores de Mahbes, Hausa, Auserd y Farsia, como respuesta a la violación del alto el fuego por parte de Marruecos en el Guerguerat.

El club de los cuatro años: los presidentes que perdieron la reelección

Los presidentes estadounidenses John Quincy Adams, Andrew Johnson y Jimmy Carter
 Dominio público

Autor: CARLOS HERNÁNDEZ-ECHEVARRÍA

Fuente: La Vanguardia. Historia y Vida, 9/11/2020

Donald Trump se ha pasado la vida en los clubes más exclusivos: quemó las noches de su juventud en el mítico Studio 54 de Nueva York y luego fundó clubes de golf que exigen casi 400.000 € de cuota inicial a sus nuevos socios. Por supuesto, en 2016 entró a formar parte del exclusivísimo club de los presidentes de EE. UU., al que solo han accedido 44 personas en la historia, pero si se confirma su derrota en las elecciones ingresará en una sociedad aún más selecta. Una en la que habría preferido no tomar parte: la de los presidentes que perdieron la reelección.

Desde que en 1792 George Washington convenció a los estadounidenses de que le dieran cuatro años más en el poder, solamente 10 presidentes han fracasado en las urnas. Una historia que empieza con el sucesor de Washington, John Adams, que fue el primer presidente en vivir en la Casa Blanca y también el primero en abandonarla después de solo cuatro años. Adams vivió lo suficiente como para ver a su hijo John Quincy Adams convertirse a su vez en presidente, pero murió antes de saber que también a él lo iban a echar después de un único mandato. Sus últimas palabras en el lecho de muerte fueron para el hombre que lo había derrotado: “Thomas Jefferson sigue vivo”. No sabía que su rival había muerto unas horas antes.

John Adams, por Gilbert Stuart, c. 1800-1815
John Adams, por Gilbert Stuart, c. 1800-1815 CC 0 / NGA Gift of Mrs. Robert Homans

A Adams padre lo perjudicaron las peleas internas de su partido y a Adams hijo las acusaciones de corrupción, pero al siguiente perdedor le quitaron el cargo por el que luego ha sido el motivo más habitual de despido entre presidentes: la crisis económica. Martin Van Buren ganó cómodamente las elecciones de 1836, pero solo unos meses después de jurar el cargo se desató el Pánico de 1837, que arrasó bancos por todo EE. UU., haciendo que el dinero perdiera su valor y que los precios se dispararan. Poco importó a los votantes que Van Buren acabara de llegar y que la culpa tuviera más que ver con las políticas de su antecesor. En 1840 los votantes lo mandaron a casa, e hicieron lo mismo cuando se presentó de nuevo en 1848.

Primer gabinete de Glover Cleveland, segundo por la dcha. en primera fila
Primer gabinete de Glover Cleveland, segundo por la dcha. en primera fila Dominio público

En los siguientes veinte años ningún presidente fue derrotado en las urnas, pero dos de ellos no pudieron siquiera presentarse a la reelección porque sus partidos se negaron a hacerles de nuevo candidatos: Andrew Johnson y Franklin Pierce. En 1868, fue el presidente Grover Cleveland el que se llevó el disgusto de ser desalojado después de solo cuatro años: fue una derrota amarga, ya que sacó más votos que su rival Benjamin Harrison, pero aun así perdió por el sistema electoral. Sin embargo, cuatro años después, Cleveland se cobró su venganza venciendo a su sucesor. A día de hoy, es el único presidente que ha regresado a la Casa Blanca después de una derrota.

Los perdedores del siglo XX

El primer perdedor del siglo pasado fue William Howard Taft. Según los historiadores, él mismo era el primero que no tenía muchas ganas de ser presidente. Era más feliz siendo juez, pero tanto su esposa como su antecesor, Teddy Roosevelt, tenían otros planes para él. Parece mentira que en solo cuatro años se pudiera deteriorar tanto su relación con su antiguo jefe, porque fue Roosevelt quien le condenó a la derrota cuando el expresidente se presentó contra él en 1913, dividiendo el voto republicano y otorgando una victoria fácil a los demócratas. 

Por suerte para Taft, la pérdida de la Casa Blanca tuvo una consecuencia indirecta muy positiva: ocho años después, el presidente Harding le otorgó su verdadero sueño y le nombró presidente de la Corte Suprema. Es la única persona que ha ocupado los dos cargos, aunque Taft sabía cuál prefería: “Ni me acuerdo de que fui presidente”.

Herbert Hoover y su esposa en campaña en 1932
Herbert Hoover y su esposa en campaña en 1932 Library of Congress

Cuando Herbert Hoover llegó a la presidencia en 1928, no sabía la que se le venía encima. Durante la campaña había dicho que EE. UU. estaba “más cerca del triunfo final sobre la pobreza que nunca antes en la historia de un país”. Fue como si esas declaraciones hubieran tentado al destino: no llevaba ni un año en la Casa Blanca cuando el crac del 29 destrozó la economía estadounidense y envió a millones a la pobreza. Hoover vio multiplicarse por ocho la tasa de paro y la renta de las familias descendió un 40%. A los estadounidenses no les gustó su respuesta, y en las elecciones de 1932 perdió en 42 de los 48 estados.

Ningún presidente volvió a perder la reelección en los siguientes 44 años, pero, cuando llegó el turno de Gerald Ford, no lo tenía sencillo. Los votantes ni siquiera lo habían elegido como vicepresidente de Nixon, pero le tocó sustituir primero a Spiro Agnew tras ser condenado por evasión de impuestos y luego al propio presidente cuando dimitió por el caso Watergate. Aunque Ford hubiera logrado recuperarse de su impopular decisión de indultar a Nixon, llegó a las presidenciales de 1972 con una economía floja y las terribles imágenes de la caída de Saigón a manos de Vietnam del Norte.Lee también

Los votantes se lo hicieron pagar y eligieron a Jimmy Carter, pero no tardaron en volverse también contra él. El empleo había mejorado, pero los precios estaban disparados, particularmente los del petróleo. A las imágenes de largas colas en las gasolineras se sumó el culebrón televisado de los rehenes estadounidenses en Irán: 14 meses de sufrimiento, una operación de rescate fallida y unas negociaciones con el final más humillante posible. Irán los liberó el mismo día en que Carter abandonaba la Casa Blanca, después de haber perdido las elecciones.

George H. W. Bush jura el cargo el 20 de enero de 1989
George H. W. Bush jura el cargo el 20 de enero de 1989 Dominio público

Mientras Trump no se una a este selecto club de presidentes perdedores, el último socio es George Bush padre. Ocho meses antes de las elecciones de 1992, el ejército estadounidense había arrasado a Sadam Husein en la primera guerra del Golfo y el presidente Bush tenía un nivel de aprobación del 89%. Parecía imposible derrotarlo, y muchos demócratas de primer nivel prefirieron no presentarse y esperar cuatro años más. Bill Clinton, un gobernador sureño bastante desconocido, se las apañó para ganar las primarias y a cuatro meses de las presidenciales ya podía ver cómo la popularidad de Bush se había desplomado hasta el 29%.

El presidente estaba pagando el precio de una situación económica negativa y tenía además una guerra abierta dentro de su partido por haber roto su promesa electoral estrella de no subir impuestos. Clinton fue en cabeza en las encuestas durante toda la campaña y, aunque Bush se resistía a creerlo, el día de las elecciones los votantes confirmaron que querían un cambio. A pesar del disgusto, la carta de despedida que dejó a su sucesor en el Despacho Oval de la Casa Blanca es un ejemplo de buen gusto que habría que recordar estos días: “Os deseo lo mejor a ti y a tu familia. Tu éxito ahora es el éxito del país. Tienes todo mi apoyo”.

El gran expolio nazi en Segovia: los tesoros visigodos que Himmler se llevó a Alemania

Himmler ordenó llevarse varias de las joyas excavadas en la necrópolis de Castiltierra (Segovia)

Autor: Julen Berrueta

Fuente: elespanol.com 2020/10/29

Castiltierra es una pequeña localidad de Segovia que pertenece al municipio de Fresno de Cantespino y que no llega a 300 habitantes. Pese a su reducido tamaño, su historia alberga un gran pasado que no reluce; al menos no en la superficie. Para comprender la relevancia histórica de este recóndito lugar se ha de retroceder hasta el año 1247, primera vez que es citada como Castiel de Tierra. Sin embargo, sus secretos anteriores tardarían siete siglos más en salir a la luz.

Hasta la década de 1930, Castiltierra era conocida por la pequeña ermita del Santísimo Cristo del Corporario. No obstante, mientras se construía una carretera que enlazaba la localidad con Fresno de Cantespino, emergieron unos restos arqueológicos que posteriormente se catalogarían como una gran necrópolis de la era visigoda.

Hasta aquel momento, únicamente los habitantes de Castiltierra tenían conocimiento de ciertos elementos enterrados cuando araban el campo. Tras un proceso de expolio por parte de los vecinos, el historiador Joaquín María de Navascués y el arqueólogo Emilio Camps Cazorla acudieron a la provincia de Segovia para examinar el terreno. Entre 1932 y 1935, en plena Segunda República, dirigieron la excavación de aquella necrópolis datada entre los siglos VI y VII.

Croquis de la necrópolis. Diario, 6 de septiembre de 1933. MAN

La campaña se llevó a cabo en distintos procesos y, en total, los expertos documentaron un total de 469 tumbas. Además, junto a las sepulturas se hallaron todo tipo de joyas y reliquias pertenecientes al pueblo germano que cruzó los Pirineos para asentarse en la Península Ibérica. Cuando en 1936 estalló la Guerra Civil, Camps depositó algunos materiales en el Instituto de Valencia Don Juan, con el fin de protegerlas.

Regalo para Himmler

Al terminó de la contienda, la excavación, que se había detenido por motivos evidentes, se reanudó. Esta vez, los protagonistas eran diferentes. La necrópolis visigoda, una de las más extensas e importantes halladas en tierras hispanas, quedaba en manos de Julio Martínez Santa-Olalla, un arqueólogo germanófilo que había militado en la Falange durante la Guerra Civil española.

Tal y como se explica en una publicación del Museo Arqueológico Nacional sobre el sitio, se precisó «la realización urgente de una breve campaña en el yacimiento que dejase visibles varias decenas de sepulturas, para mostrarlas a la delegación alemana de alto nivel, que se disponía a visitar España». Aquella delegación estaba liderada, nada más y nada menos, que por Heinrich Himmler, oficial nazi de alto rango y mano derecha de Adolf Hitler.

Himmler viajó a España en octubre de 1940 —apenas una semana antes de la reunión entre Hitler y Franco en Hendaya—. Realmente la visita del oficial nazi fue principalmente turística aunque se interesó por conocer ciertos monumentos que podían estar relacionados con el Santo Grial, una de las grandes obsesiones del alemán.Martínez Santa-Olalla al lado de Himmler en El Escorial.

Martínez Santa-Olalla al lado de Himmler en El Escorial. Archivo General de la Administración

Santa-Olalla, por su parte, también estaba obsesionado por demostrar que España era un pueblo ario influenciado por civilizaciones como la céltica. De esta forma, además de Burgos, Madrid o Barcelona, el itinerario marcado para Himmler contaba con una breve visita a Castiltierra. Sin embargo, la apretada agenda y la intensa lluvia que se descargó sobre la zona central de la Meseta en esos días impidió que el nazi observara con sus propios ojos la necrópolis visigoda.

De todas formas, eso no significó que los hallazgos de Castiltierra permanecieran en España. Varios ajuares y elementos de bronce y hierro encontrados en las excavaciones fueron enviados a Alemania para que se restaurasen restauradas. Sin embargo, jamás regresaron.

En este sentido, las valiosas piezas visigodas que se habían excavado gracias a la intervención de Joachim Werner, subdirector del Instituto Romano-Germánico de Frankfurt en 1941, se repartieron por toda Alemania con el visto bueno de Franco. El propósito era restaurar los ajuares, organizar conferencias y, en general, teorizar sobre los hallazgos visigodos en suelo español. El transcurso de la guerra, empero, dificultó que las intenciones se materializaran.Hebilla de un cinturón visigodo hallado en Castiltierra (actualmente en Nuremberg).

Hebilla de un cinturón visigodo hallado en Castiltierra (actualmente en Nuremberg).

Poco a poco, España comenzó a alejarse del nazismo —aunque siempre mantendrían las relaciones diplomáticas— y Alemania se interesó por los yacimientos visigodos del frente del este. De alguna manera, el régimen de Franco dejó olvidar todo un tesoro que había sido entregado a los alemanes.

Desde que Werner ordenara trasladar joyas de la necrópolis a Alemania, con el beneplácito de Himmler, han pasado casi 80 años. La caída del Tercer Reich no derivó en el regreso de las joyas visigodas de Castiltierra. A día de hoy, habría que demostrar que aquellos materiales viajaron a Alemania temporalmente para que se ordenara su vuelta definitiva a España. Según se expresa en el Boletín del Museo Arqueológico Nacional, «de estos materiales no han regresado a España sino los de inferior calidad, permaneciendo los mejores dispersos en varios museos alemanes, como los de Nurember, Berlín y Colonia entre otros».

Por su parte, el MAN preserva todavía varios de los materiales encontrados en las primeras campañas realizadas en la década de los treinta —antes de que los nazis llegaran a España para llevárselo—. Actualmente, diferentes tejidos frágiles, fíbulas y demás materiales se encuentran tras los muros del Museo Arqueológico Nacional, a falta de la colección completa que permanece amputada en Alemania.

Argelia, la independencia que París quiso detener a toda costa

Comando francés en la guerra de Argelia.
 Dominio público

Autor: Diego Carcedo

Fuente: La Vanguardia 1/11/2020

El 1 de noviembre de 1954 se desataba una guerra durísima que sumió a Francia en una complicada crisis política

Argelia fue uno de los últimos países árabes en acceder a la independencia y sin duda alguna el que más sufrió para conseguirla. Francia, que se había desprendido de Túnez y Marruecos sin ofrecer demasiada resistencia, empleó con Argelia todos los medios –y toda la fuerza– para retenerla como principal recuerdo de su imperio colonial en liquidación.

Para justificar la diferencia de trato con los distintos territorios que tenía bajo su control en el norte de África, París adujo unos argumentos jurídicamente sólidos, pero pueriles en la práctica. Meras estratagemas para mantener la teoría de que Argelia no era una colonia, sino una prolongación de Francia.

Tanto Marruecos como Túnez, a los que había concedido la independencia en 1956, eran protectorados, mientras que Argelia tenía estatus de departamento y, en consecuencia, consideración de territorio soberano francés. Así había sido declarada en 1948 en un intento baldío por calmar las reivindicaciones independentistas surgidas en el país ya un decenio antes.

Vista del puerto de Argel en 1921.
Vista del puerto de Argel en 1921. Dominio público

A finales de los años cincuenta, la frustración argelina ante la falta de eco de sus deseos se convertía en rabia al ver cómo otros pueblos de su misma cultura, religión e idioma lograban sus objetivos. La humillante derrota francesa en Indochina en 1954 también estaba contribuyendo a estimular sus ansias de emancipación.

El 1 de noviembre de 1954 varios líderes del llamado Comité Revolucionario de Unidad y Acción argelino (CRUA) decidieron dar un paso adelante en la lucha armada. Entre ellos figuraba Ahmed Ben Bella, quien con el tiempo se convertiría en el primer presidente de la República de Argelia.

Crearon el Frente de Liberación Nacional (FLN), una organización militar y política que desde ese momento extendería sus redes por todo el país. Sus golpes, a menudo atentados contra instalaciones de valor estratégico, enseguida se convertirían en una seria amenaza.

Los seis líderes históricos del FLN: Rabah Bitat, Mostefa Ben Boulaïd, Mourad Didouche, Mohammed Boudiaf, Krim Belkacem y Larbi Ben M'Hidi.
Los seis líderes históricos del FLN: Rabah Bitat, Mostefa Ben Boulaïd, Mourad Didouche, Mohammed Boudiaf, Krim Belkacem y Larbi Ben M’Hidi. Dominio público

En París, la situación argelina no tardaría en constituirse en el principal motivo de preocupación y enfrentamiento político. El conflicto, que cobraba virulencia por momentos, hizo caer de manera más o menos directa varios gobiernos.

Eran gabinetes débiles, sumidos aún en las secuelas de la guerra mundial y perdidos en las tensiones de la Guerra Fría. Y se mostraban además indecisos ante la presión de los militares y ante la resistencia que ofrecían los centenares de miles de colonos franceses de varias generaciones que consideraban Argelia su tierra y su hogar y se oponían a cualquier género de concesiones a la población autóctona.

Los independentistas argelinos unían a sus sentimientos patrióticos otras ideas nuevas, las que irradiaba el nuevo régimen egipcio. Tras llegar al poder en 1959, Nasser había desafiado a Gran Bretaña con la nacionalización del canal de Suez y propugnaba la unidad de los pueblos árabes bajo un socialismo de corte panárabe que estaba prendiendo entre muchos intelectuales y gobiernos, como los de Irak y Siria. Y lo más preocupante para Occidente: que la Unión Soviética estaba detrás.

No se puede decir que los independentistas argelinos constituyesen una piña ideológica, pero entre sus dirigentes predominaban los que luchaban con un doble objetivo: lograr la proclamación de su propio estado y la puesta en marcha de una revolución capaz de transformar las estructuras capitalistas en otras de corte colectivista.

Esta pretensión, que acabaría triunfando en parte, constituía un motivo más de temor y rechazo de los colonos franceses, propietarios de muchas tierras y negocios. Además del respaldo de los militares, contaban con influencias y capacidad para presionar en París.

Guerra sin cuartel

La guerra, que se prolongó de 1954 a 1962, fue larga y cruenta –la cifra de víctimas ronda el medio millón o tal vez más–. Tanto los militares franceses, imbuidos de un fanatismo impropio de una sociedad democrática, como los guerrilleros del FLN rivalizaron en el recurso a la violencia, la tortura y el asesinato a menudo indiscriminado.

Militantes del FLN.
Militantes del FLN. Dominio público

La crónica del conflicto está repleta de hechos terribles, como el asesinato de 123 colonos franceses en la provincia de Constantina en agosto de 1955 y la reacción de los soldados galos, que respondieron con la matanza de cerca de 12.000 argelinos.

Los intentos, siempre a remolque de los hechos, de los gobiernos franceses por encontrar una salida negociada fracasaban uno tras otro conforme evolucionaban los acontecimientos. Había pasado el tiempo del trapicheo de concesiones políticas y los argelinos solo aspiraban a una: la soberanía.

Las guerrillas del FLN, que en algunos momentos se daban ingenuamente por derrotadas en París, renacían con más fuerza de sus propias cenizas, sumaban más células y activistas, incrementaban su apoyo popular y mantenían el control de amplias regiones.

La batalla de Argel, en la que se cometieron incontables atrocidades, tuvo unos efectos devastadores para la imagen de los franceses

La desproporción entre 40.000 guerrilleros y 500.000 soldados regulares era enorme. Francia no parecía ver otra salida que la de las armas, y acababa atendiendo la demanda de más soldados y más armamento que formulaban sus generales.

El envío de contingentes llevaba incluido equipamiento renovado, que le suponía al país una sangría económica insostenible. Y lo que finalmente iba a resultar más pernicioso para los intereses de Francia: disposiciones defensivas que permitían a los militares actuar sobre el terreno con una libertad ilimitada de movimientos.

Las pusieron en práctica sin el menor respeto a los derechos humanos. Sin embargo, lo único que conseguirían sería estimular el odio y el deseo de venganza. La llamada batalla de Argel, en la que fueron cometidas incontables atrocidades, tuvo unos efectos devastadores para la imagen de los franceses y de rechazo popular a su presencia.

Restos de una casa destruida en Argel tras una explosión.
Restos de una casa destruida en Argel tras una explosión. Saber68 / CC BY-S.A 3.0

Vecinos y aliados

En el ámbito internacional, la contienda de Argelia era seguida con desazón y pasividad al mismo tiempo. Al peso diplomático que ejercía Francia se unía su condición de miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que le concedía derecho de veto a las resoluciones.

Incluso los países árabes ya independientes se mostraban cautelosos. Los dos vecinos del conflicto, Marruecos y Túnez, recibieron y alojaron con dificultades a decenas de miles de refugiados, entre ellos algunos cabecillas de la insurrección. Pero ambos estados evitaban que actuasen desde su territorio.

En 1958, el FLN creó un gobierno provisional (el GPRA) e instaló su sede en Túnez, aunque aceptando para ello muchas limitaciones a su capacidad de movimientos. Fue el presidente Burguiba quien inclinó la balanza en ayuda de los argelinos. Pero sus iniciativas eran observadas con desconfianza desde París. El apoyo del resto del mundo árabe, comedido al principio, aumentaba conforme se intuía que el final de la guerra estaba próximo. En Marruecos, mientras tanto, empezaban a aflorar temores en torno al trazado de la frontera entre los dos países.

El presidente de Túnez Habib Burguiba
El presidente de Túnez Habib Burguiba Dominio público

El país árabe que más apoyó la lucha de Argelia fue Egipto. Nasser, enfrentado a Gran Bretaña y Francia, resentido por el apoyo occidental a la proclamación de Israel y muy concienciado sobre la vejación que suponía el colonialismo a la nación árabe, proporcionó armas, asesoramiento militar y cobertura diplomática a los líderes guerrilleros. Su régimen intentaba convertirse en la avanzadilla del nuevo mundo árabe, y confiaba en que la Argelia independiente fuese el país abanderado de sus ideales en el Magreb.

Estados Unidos y la Unión Soviética no desaprovechaban la ocasión para criticarse recíprocamente, pero en cuestiones de descolonización respondían al mismo principio: las dos superpotencias apoyaban el final de los imperios coloniales existentes.

Por lo que respecta a la URSS, cautelosa en África, canalizaba en muchos casos su actuación a través de iniciativas de sus satélites. Fue lo que ocurrió en Argelia. Además del apoyo de Egipto, país que contaba con la protección de Moscú, surgió el de la Cuba castrista. Empezó a proporcionar armamento a las guerrillas y apoyo diplomático a su gobierno en el exilio.

El debate sobre el conflicto de Argelia desembocó en el desplome de la IV República

Francia tardó en percatarse de que el comunismo cubano estaba detrás de abastecimientos, campañas de propaganda y gestión de respaldos internacionales. Cuando decidió adoptar medidas, el proceso de solución del conflicto, que no podía ser otro que la independencia, ya estaba en marcha y casi podría decirse que encarrilado.

La salida de «De Gaulle»

La solución llegó de la forma y de las manos más inesperadas. En 1958, las consecuencias del conflicto en la metrópoli menoscababan la moral ciudadana, que sufría aterrada el horror del aumento de víctimas, muchas de ellas jóvenes que cumplían el servicio militar obligatorio. Afectaban también al clima político y a la situación económica, sumergida en un grave deterioro.

Y entonces estalló la crisis. El 13 de mayo, el debate sobre el conflicto de Argelia, que ya se había llevado por delante varios gabinetes, desembocó en el desplome de la IV República. Ante la gravedad, el general Charles de Gaulle, el héroe de la liberación frente a los nazis, fue llamado para encabezar un gobierno capaz de sacar al país del atasco. Detrás estaban los generales y la derecha colonialista, y con ellos la confianza puesta en que De Gaulle sabría salvar a Francia de la derrota y mantener a Argelia bajo soberanía francesa.

Consiguió lo primero. Francia no pasaría por la humillación de ser derrotada militarmente en Argelia. Pero se encontraba al borde, y De Gaulle, consciente de ello, reaccionó contra todas las previsiones. Descartó la escalada militar y abrió el camino a negociaciones.

Charles De Gaulle en 1961.
Charles De Gaulle en 1961. Bundesarchiv, B 145 Bild-F010324-0002 / Steiner, Egon / CC-BY-SA 3.0

La iniciativa desató la ira sobre todo en la propia Argelia, donde varios generales del sector duro, respaldados por la población colonial, encabezaron un pronunciamiento. Fracasó, pero dejó como secuela la creación de una organización clandestina, la OAS (Organización Armada Secreta), cuya actividad contra la nueva política francesa complicaría más el desenlace.

Los últimos meses de la guerra estuvieron fijados en cuatro frentes. Los franceses se hallaban divididos entre los que desde París propugnaban la descolonización y los que desde el interior luchaban por conservar el territorio. Los argelinos se encontraban igualmente enfrentados. Ante la independencia, unos tenían la mente puesta en una revolución. Otros aspiraban a un país abierto al libre mercado y fiel a la cultura árabe, a los principios del islam y a la tradición tribal, que seguía siendo un fundamento importante de poder en la región.

Las negociaciones de paz cristalizaron en 1962 con los llamados Acuerdos de Evian. La independencia formal fue proclamada en 1962. El gobierno provisional asumió el poder hasta que, un año después, Ahmed Ben Bella fue nombrado presidente de la República.

Voluntario en la guerra de Argelia.
Un harki, o combatiente alineado con los franceses, en la guerra de Argelia. Dominio público

Un pésimo fin para los harkis

Los argelinos que lucharon al lado de los franceses o respaldaron de alguna manera la perpetuación del colonialismo tuvieron que pagar con dolor, desprecio, penurias y persecución su posición en el conflicto. Se les conocía y aún se les conoce como harkis. Su nombre deriva de la palabra árabe haraka, que significa movimiento.

Alrededor de 150.000 estuvieron enrolados en las unidades militares autóctonas (harkas), otros eran funcionarios de la administración, trabajadores en empresas francesas, miembros de familias mixtas…

Los Acuerdos de Evian no contemplaron medidas de protección para ellos, y las nuevas autoridades de Argel no mostraron contemplación alguna. La consideración de traidores se consolidó con la independencia. Muchos fueron juzgados y condenados. Otros, probablemente más de 100.000, pagaron con su vida en acciones de venganza llevadas a cabo por los escuadrones de excombatientes incontrolados.

Varias decenas de miles de harkis se exiliaron a países europeos, especialmente a Francia, donde aún subsiste una numerosa colonia de descendientes.

La conmovedora historia de Henry Dunant, el rico fundador de la Cruz Roja, que acabó viviendo de la caridad

Henry Dunant, en una imagen tomada alrededor de 1893, probablemente en Ginebra. Getty

Autora: Elena Benavente

Fuente: El Mundo 3/11/2020

Dunant se dedicaba a los negocios en Argelia, pero un problema le hizo recurrir al emperador Napoleón III y tuvo que ser testigo de una batalla en Lombardía. Allí su vocación se transformó de forma drástica.

Durante los últimos siete meses, diversas organizaciones solidarias y fundaciones sin fines de lucro han jugado un rol elemental en la lucha contra el COVID. Entre ellas, la Cruz Roja, que ha puesto en marcha diversos proyectos con el fin de contribuir a la contención de la pandemia, además cuidar de los más vulnerables. «Queríamos atender a 1,3 millones de personas en tres meses y recaudar 11 millones de euros y, en dos meses, llegamos a 1,6 millones de personas y a 20 millones de euros recaudados», comentó, hace un par de días, Javier Senent, el presidente de la Cruz Roja Española.

¿Y cual será el destino de esos 20 millones de euros? La respuesta es el rescate de diversos colectivos y personas, en situación de riesgo o precariedad. Por ejemplo, trabajadores en condiciones de pobreza, emigrantes, refugiados, desempleados y, sobre todo, enfermos. Un sueño que su fundador, el banquero suizo Henry Dunant -fallecido el 30 de octubre de 1910- comenzó a imaginar en 1859 después de ser testigo de una cruda batalla en Italia.

Dunant nació en 1828, en Ginebra, dentro de una familia dedicada a los negocios y con una fuerte vocación social. De acuerdo con el Museo Virtual del Protestantismo, los Dunant tenían una formación calvinista y la ayuda al prójimo era algo que tenían interiorizado. Es por eso que, cuando Henry creció, se hizo voluntario de YMCA (La asociación cristiana de jóvenes) e incluso entregaba gran parte de su dinero a la aquella organización.

El empresario estudió en el Collège de Genève. Pero a la edad de 21 años, dejó la universidad para aprender economía en el banco Lullin et Sautter. Fue precisamente esa empresa la que le pidió que visitara Argelia y e intentara urbanizar un terreno para instalar a una comunidad de colonos suizos. Y lo consiguió… Dunant logró hacer un verdadero negocio en territorio argelino y su situación económica se elevó de manera considerable. Por otro lado, el suizo también visitó Túnez y, motivado por describir su geografía, escribió un libro llamado Notice sur la Régence de Tuni.

De esa forma, Dunant -que era un genio de las finanzas y conocía ampliamente el norte de África- se convirtió en el presidente de Compañía Financiera e Industrial de Mons-Gémila Mills, a la que se le concedió una gran extensión de tierra para explotar en Argelia. No obstante, el empresario tuvo problemas para hacerse con los derechos de agua y decidió elevar su petición directamente al emperador Napoleón III, de Francia. «Napoleón estaba en Lombardía, dirigiendo los ejércitos franceses que, junto con los italianos, se esforzaban por expulsar a los austriacos de Italia. Por lo que Dunant debió dirigirse hasta al cuartel general de Napoleón, cerca de la ciudad de Solferino», relata la biografía de Dunant, en la web de los Premios Nobel.

Dunant llegó a Solferino el 24 de junio de 1859 y vio, con sus propios ojos, las secuelas de una de las batallas más sangrientas del siglo: 23.000 heridos, moribundos y muertos. El millonario quedó conmocionado ante tanta pena, miseria y dolor, así que decidió intentar ayudar a los heridos en un pequeño pueblo. De hecho, convenció a la población civil de que era necesario organizarse y atender a los necesitados, sin importar de que bandos fueran. A raíz de ello, Dunant escribió un libro llamado Una memoria de Solferino, en el que plasmó sus sensaciones y realizó una curiosa petición: que todas las naciones del mundo formasen sociedades de socorro para brindar apoyo a los heridos de guerra.

En el texto, Dunant presentó un detallado plan para hacer realidad estas comisiones: debían crearse organizaciones patrocinadas por juntas directivas -compuestas por prominentes figuras- para, posteriormente, captar la atención de los ciudadanos y encontrar voluntarios que se ocuparan de curar a los heridos. Por supuesto, su idea fue muy bien recibida y el 9 de febrero de 1863, la Sociedad Ginebrina para el Bienestar Público optó por formar un comité para evaluar el proyecto. Ocho días después, se llevó a cabo la primera reunión de lo que hoy es considerada la Cruz Roja.

Un par de meses más tarde, el comité creado en Ginebra invitó a 14 estados para discutir el cuidado de los soldados heridos y desde entonces, la idea de Dunant tomó relevancia internacional. Pese a ello, el magnate no estaba interesado en hacerse más famoso o más rico. Es más, durante sus últimos años se desligó de su propia fundación y comenzó a vivir de la caridad y la hospitalidad de sus amigos, en Heiden, un pueblo en Suiza. En 1895, un periodista lo encontró y logró que toda Europa se enterara de su situación y honrara su trabajo. Así, en 1901, Dunant recibió el primer premio Nobel de la Paz, por su papel fundamental en la creación de Cruz Roja, y falleció nueve años después, tras sufrir numerosos problemas mentales.

Buchanan, el peor presidente de Estados Unidos

James Buchanan, en el centro, de pie, rodeado por su gabinete, aproximadamente en 1860 
 Getty Images

Autor: Joaquín Luna

Fuente: La Vanguardia 25/10/2020

El único presidente soltero de la historia fue el rey del estropicio: fracturó su partido, trató de adquirir Cuba en vano y legó a Lincoln la guerra civil

Visión, rumbo, determinación. El abogado James Buchanan llegó a la Casa Blanca, pero careció de estas y otras virtudes pese a su experiencia diplomática y legislativa, por lo que su presidencia (1856-1860) está considerada la peor de la historia de Estados Unidos, según la mayoría de índices presidenciales. Lo suyo era el estropicio.

“Buchanan era perezoso, temeroso, pusilánime y estaba confundido”, señala el profesor Paul Johnson en su libro Estados Unidos. La historia (Ediciones B). Más allá de su preparación y experiencia en los asuntos públicos, cuesta dar con elogios sobre James Buchanan, dada la magnitud de los desastres que originó, “su inflexible visión de la Constitución” y una terquedad que algunos biógrafos atribuyen a su soltería.

Aún hoy, James Buchanan es el único de los 45 presidentes de EE.UU. que nunca se casó, como tampoco dejó rumores sobre su sexualidad en una ciudad propicia al cotilleo sobre la Casa Blanca como Washington DC. Una de sus biógrafas, Jean H. Baker, apunta que Buchanan era asexual y recoge la teoría de que buena parte de su torpeza política guarda relación con el tópico de que un soltero ignora los mecanismos de los compromisos cotidianos.

El estado civil de los presidentes, no obstante, no figura en ninguna de las casillas en las que historiadores, académicos y especialistas en la Casa Blanca puntúan a cada presidente, las que permiten elaborar los llamados “índices de los presidentes”: una forma científica y con ambición de objetividad para situar a cada presidente en su lugar bajo el sol. El sol y la historia de Estados Unidos.

Buchanan es el único soltero entre los 45 presidentes de EE.UU.

Buchanan es el último de la fila en la mayoría de estos índices, y cuando no lo es –caso de la lista de la cadena pública C-Span–nunca está fuera de los tres peores. El escalafón de esta cadena, por ejemplo, desbancó en 2017 a Buchanan para ceder el farolillo rojo a… Donald Trump. Un panel de historiadores evaluaron conforme a diez cualidades que se asignan a un inquilino de la Casa Blanca. He aquí algunos baremos: “autoridad moral”, “liderazgo en tiempos de crisis”, “visión y agenda”…

Desde que, en 1948, Arthur M. Schlesinger Sr. elaboró desde su atalaya en Harvard una lista con base en las puntuaciones de los más distinguidos historiadores, han sido numerosos los medios de comunicación y centros docentes que han elaborado sus propias listas. Ya forman parte de la tradición política de Estados Unidos y son una de sus particularidades (ningún país europeo las ha reproducido a similar escala).

Revuelta de transporte de esclavos con destino a Cuba, en 1839
Revuelta de transporte de esclavos con destino a Cuba, en 1839 Getty Images

Hijo de un irlandés que hizo fortuna, Buchanan parecía preparado para el cargo. Había servido en el Capitolio, como representante de Pensilvania tanto en el Senado como en la Cámara baja, fue embajador ante la corte de los zares, secretario de Estado (1845-49) en una época de gran dinamismo y embajador en Londres, desde donde trató de comprar la isla de Cuba a España por las buenas o por las malas. Y lo hizo no sólo por fidelidad a la doctrina del presidente Monroe –“América para los americanos”, dijo un 2 de diciembre de 1823–, sino también para contentar a los estados del Sur, partidarios de apropiarse del Caribe a fin de disponer de más esclavos y a mejores precios.

La cristalización del apetito de Buchanan por Cuba se hizo patente en el manifiesto de Ostende (1854), en el que los principales embajadores de EE.UU. en Europa reunidos en la ciudad belga daban por legítima una intervención militar caso de que el Gobierno español no a se aviniese a pactar la venta. La declaración tuvo un recorrido muy corto porque pretendía ser secreta y terminó conociéndose en las capitales europeas, reacias al expansionismo territorial (tanto Gran Bretaña como Francia tenían colonias en el continente americano).

Comprar la isla fue una obsesión a fin de contentar a los estados esclavistas

¿Por qué ese apetito estadounidense a lo largo del siglo XIX y especialmente en los años en torno a la presidencia de Buchanan? Cuba formaba parte de la “política doméstica”. La cercana isla se presentaba como una atractiva cantera de esclavos (en 1850, la población constaba de 651.000 ciudadanos libres y 322.514 esclavos). Para los estados sureños, más desarrollados y ricos a principios del siglo XIX que los del norte de EE.UU., se trataba sencillamente de garantizar en el futuro la mano de obra para el algodón y el tabaco. Washington y Madrid nunca llegarían a un acuerdo, y el mero hecho de negociar con el palo y la zanahoria despertó el orgullo patrio en España, resumido en la altisonante respuesta del general Prim: “Vender Cuba sería una deshonra. A España se la vence pero no se la deshonra”.Lee también

James Buchanan era un político demócrata del Norte que trató de conciliar el esclavismo de los estados del Sur –y apaciguarles para ganar sus votos de cara a la elección presidencial– con el pujante desarrollo industrial del Norte, plasmado en el liderazgo mundial de Nueva York y su región en los años cincuenta del siglo XIX, coincidiendo con la presidencia de Buchanan.

Left to Right: Photograph of Allan Pinkerton (1819-1884) President Abraham Lincoln (1809-1865) and John Alexander McClernand (1812-1900) during the Battle of Antietam. Dated 19th Century. (Photo by: Universal History Archive/ Universal Images Group via Getty Images)
Lincoln, en el centro, en la batalla de Antietam  Universal Images Group via Getty

Nuestro hombre see presentó a la elección con la promesa de que sería el presidente capaz de preservar la Unión y compaginar las reivindicaciones del Sur –cuyo modelo era antagónico al proteccionismo que reclamaba el Norte– con las del resto del país. “La Guerra Civil, impensable una década atrás, se convirtió en inevitable al acabar la presidencia de Buchanan”, ha escrito la profesora Jane H. Baker. Había prometido ocupar la presidencia un único mandato y cumplió pero su mayor fiasco fue acelerar irreversiblemente el camino a la guerra civil.

Todos los historiadores acusan a James Buchanan de una grave inacción durante los meses de transición entre la elección de Lincoln, el primer presidente republicano, en noviembre de 1860 y el relevo efectivo el 4 de marzo de 1861. Seis semanas después de que Lincoln asumiese la presidencia, la guerra de Secesión estallaba como colofón al secesionismo del Sur en cuanto se conoció la victoria electoral de Lincoln. “Un fuerte despliegue de determinación presidencial hubiese podido detener el crecimiento del sentimiento secesionista. Buchanan hizo lo contrario: se rindió”, señaló a la BBC David C. Eisenbach, experto en historia presidencial de EE.UU. de la Universidad de Columbia.

Llegó a la Casa Blanca prometiendo reconciliación y dejó a EE.UU. en llamas

James Buchanan se pasó el resto de sus días –falleció ocho años después de abandonar la Casa Blanca– tratando de defender su gestión, a la vista de que sus contemporáneos le señalaban como uno de los grandes responsables del desastre de la guerra civil. “Los tiempos críticos elevan a menudo a los mejores presidentes y a la inversa. James Buchanan fue uno de los que desaprovechó la oportunidad”, estima Baker. Su sucesor, Abraham Lincoln, no. Todo o contrario: figura siempre entre los cinco mejores presidentes de la historia.

Lecciones de la guerra civil: pensar diferente enriquece

El General Millán Astray, Miguel de Unamuno, el Cardenal Pla y Deniel y Carmen Polo de Franco se despiden a las puertas de la Universidad de Salamanca tras el acto de celebración del denominado ‘Día de la Raza’ el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo, acto presidido por Unamuno. BNE -Biblioteca Digital HispánicaCC BY-NC-SA

Autor: Jaume Claret

Fuente: theconversation.com 16/07/2020

Mientras dure la guerra es una de las últimas exitosas aproximaciones cinematográficas a la guerra civil española. Sin entrar en el avispero de las consideraciones sobre sus valores artísticos e históricos, me gustaría fijarme en la mirada de Alejandro Amenábar sobre la curiosa tertulia conformada por el rector salmantino Miguel de Unamuno, el pastor anglicano Atilano Coco y el arabista Salvador Vila Hernández.

A pesar de sus diferencias políticas, religiosas y estéticas, el debate intelectual resultaba sugerente y adictivo para todos ellos y, cuando el fragor de la discusión desbordaba la civilidad, la amistad siempre reconducía la situación hacia el respeto y la estima. Los tres contertulios entendían perfectamente que una cosa eran las ideas y otra las personas.

Esta elemental distinción desaparece a partir de julio de 1936. La violencia ideológica y discursiva deviene violencia física, y los términos se confunden.

Así, en aquellas fechas, se publicaba en Sevilla un artículo titulado A las cabezascitado por Josep Fontana, que decía:

“No es justo que se degüelle al rebaño y se salven los pastores. Ni un minuto más pueden seguir impunes los masones, los políticos, los periodistas, los maestros, los catedráticos, los publicistas, la escuela, la cátedra, la prensa, la revista, el libro y la tribuna, que fueron la premisa y la causa de las convulsiones y efectos que lamentamos”

Y, garantizada su impunidad e incluso promovida por el nuevo poder su actuación, los verdugos se aplicaron a la tarea.

Como nos muestra la película, Atilano Coco será una de las primeras víctimas de un terror alérgico a la diferencia, al disenso, al debate, al conocimiento. De nada sirvieron las gestiones de un Unamuno que asistía anonadado a la detención y después ejecución de su amigo. Y con él y tras él, muchos más, convirtiendo Salamanca –como muchos otros lugares de la retaguardia sublevada, donde no hubo guerra, pero sí represión y violencia— en una “salvaje pesadilla”.

Justamente será en el reverso de una carta enviada por la viuda del pastor anglicano –una de entre las muchas misivas desesperadas que recibió– donde el rector salmantino anotará las líneas básicas de su intervención, no prevista, en la Fiesta de la Raza, como respuesta a las barbaridades de los discursos previos. Aquel mítico aunque quizás no literal “venceréis, pero no convenceréis” cerraba su último acto público y, aunque su figura se seguiría utilizando propagandísticamente, Unamuno fue destituido de todos sus cargos y prácticamente recluido hasta su muerte.

Revés de la carta de Enriqueta Carbonell a Miguel de Unamuno en el que escribió las notas para su intervención en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, entre las que figuran ‘Vencer y convencer’. Casa-Museo Unamuno – Universidad de Salamanca

Más cruel fue aún el destino de Salvador Vila. El tercer miembro de la tertulia salmantina –“sonriente siempre y sencillo y bueno”– desaparece del relato cinematográfico al ser detenido irregularmente. En realidad, el joven arabista fue llevado por la fuerza hasta Granada, en cuya universidad ejercía como catedrático desde diciembre de 1934 y, desde abril de 1936, como rector interino.

Precedido por su prestigio intelectual y su compromiso con la democracia y con el republicanismo de izquierdas, esta significación, junto con el hecho de ser el discípulo predilecto del ahora decantado Unamuno, significó su condena. A los 32 años, la madrugada del 22 al 23 de octubre de 1936 era ejecutado junto con 28 ciudadanos más.

No satisfechos con la sangre derramada (del poeta Federico García Lorca a ocho ex alcaldes republicanos, pasando por decenas de campesinos), las nuevas autoridades granadinas se recrearon en su ejercicio de la violencia excluyente. Así, encarcelaron a la mujer de Salvador Vila, la alemana Gerda Leimdörfer, a quien no liberaron hasta el 1 de noviembre de 1936, gracias a los buenos oficios del compositor Manuel de Falla. Sin embargo, la ‘gracia’ exigía que previamente abjurase del judaísmo –aunque provenía de una familia secularizada– y se convirtiera al catolicismo.

Con un niño de pocos meses –Ángel–, con sus padres expulsados de España, con parte del patrimonio incautado y con la incertidumbre sobre su futura suerte, la viuda tomaba el nombre de María de las Angustias, virgen patrona de Granada. Nunca más volvió a pisar suelo español.

Por fortuna, con el retorno de la democracia y sobre todo con la implicación de la profesora Mercedes del Amo, lentamente la Universidad de Granada ha recuperado la memoria de aquellos hechos y dignificado la figura de sus docentes ejecutados.

Sin embargo, hay legados de la dictadura más permanentes. La antes evocada tertulia de Mientras dure la guerra sigue siendo la excepción en nuestra sociedad. Como comentaba recientemente el politólogo Roger Senserrich, “la identificación partidista es una de las drogas más poderosas que existen”.

En la Academia, ello imposibilita la crítica pues no existe la costumbre de distinguir entre obra y autor, y todo se personaliza, cuando no directamente se cae en el compadreo paralizante o en el papel de justiciero radical. En la política, se premia al maximalista, se aplaude al polemista y se ridiculiza a quien tiende puentes, castigándose incluso la simple cortesía. Y así con todo, y así todo se empobrece.

De ahí la necesidad de romper las cómodas burbujas que habitamos y que las redes sociales simplemente han reforzado. Lo expresa inmejorablemente un grupo de intelectuales en una reciente carta abierta:

“La restricción del debate, ya sea por parte de un gobierno represivo o una sociedad intolerante, invariablemente perjudica a quienes carecen de poder y hace que todos sean menos capaces de participar democráticamente. La forma de derrotar las malas ideas es mediante la exposición, la discusión y la persuasión, no tratando de silenciarlas o desear que desaparezcan. Rechazamos cualquier falsa elección entre justicia y libertad, pues una no puede existir sin la otra”.

Evidentemente, no todos podemos acceder a una tertulia conformada por Unamuno, Coco y Vila, pero sí que está en nuestras manos algo tan sencillo como buscar voces moderadas al otro lado de la trinchera mediático-social, contrastar nuestras ideas, escuchar las suyas… Y, si es el caso, reconocerles la parte de razón que seguro incorporan y, si no la tienen, disentir civilizadamente.

Evitar la simplificación y la alergia a la diferencia se encuentra a un clic de distancia.