Por Navidad, todos a casa

Soldados británicos en la I GM

Autor: JESÚS ESPELOSÍN

Fuente: nuevatribuna.es 20/11/2020

Julio 1914. Europa se encuentra en máxima tensión después de varios años de prolongación de aquella paz que Bismarck había propiciado manteniendo el equilibrio entre las cinco potencias europeas. Pero aquello no se sostenía y la guerra parecía inevitable, además de que, se pensaba, podía ser una solución. «La guerra que acabaría con todas las guerras» llegó a decirse.

Por otra parte, la experiencia de las guerras del siglo XIX, después de las napoleónicas, decía que una guerra era cosa de pocos meses, no más de seis en el peor de los casos. Por eso, en Reino Unido se hizo famosa la frase de «Por Navidad, todos a casa«. Se refería a la vuelta de los muchachos que había enviado al frente en tierras francesas y belgas. Después, es sabido que, dividido en dos guerras mundiales, aquello no acabó hasta 1944.

La guerra contra el coronavirus, que debiera ser más mundial que las dos tan famosas del siglo pasado, no la estamos tratando como tal, los norteamericanos, al igual que en las dos guerras mundiales ya mencionadas, entraron tarde

Misma preocupación, la Navidad de 2020, parece existir hoy en la guerra contra el  coronavirus. Puede leerse que se están haciendo planes para que el virus nos dé una tregua en Navidad que permita a las familias reunirse en torno al belén, al abeto y, sobre todo, al pavo, en esos días tan entrañablemente distintos en los que hasta los cuñados son bien recibidos. Pero resulta que el coronavirus no es como aquellos soldados franceses y alemanes que en la noche del 24 de diciembre de 1914 salieron momentáneamente de las trincheras y dejaron de dispararse durante unas horas para pasar su Navidad. El virus, como no tiene sentimientos, no puede ponerse sentimental y, por tanto, no va a dar una tregua navideña. Mas bien, es de esperar que, favorecido por la cercanía de las personas, la concentración de las mismas y cierta efusividad, derivada de la situación, el virus haga su agosto en diciembre.

El hombre, y también la mujer desde las leyes de igualdad, es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y, parece, que estamos dispuestos a tropezar nuevamente con esta piedra navideña pensando que la realidad va a ser como la deseamos sin hacer mucho para que así sea. Porque, además, esto de la Navidad no es lo único que no hemos aprendido.

La guerra contra el coronavirus, que debiera ser más mundial que las dos tan famosas del siglo pasado, no la estamos tratando como tal. Primero, porque hemos renunciado a tener un Estado Mayor. La Organización Mundial de la Salud, que debiera haber cumplido ese papel, está tan desprestigiada que nadie hace caso de sus recomendaciones. Debido a eso, cada cual hace la guerra por su cuenta, y nunca mejor empleada la frase. Frente a la unidad de acción del virus, cuya única estrategia, táctica, actividad y ocupación es reproducirse, cosa que hace con enorme facilidad y eficacia, los demás utilizamos multitud de respuestas.

Los norteamericanos, al igual que en las dos guerras mundiales ya mencionadas, entraron tarde. Esta vez no les podemos atribuir la «zona cero» de la gripe llamada «española» de 1918, pero el que el virus haya podido extenderse en una población de más de 300 millones de personas antes de que Trump se enterase del problema, no ha ayudado al caso. Y, mas, habida cuenta del papel de líder del mundo occidental que tienen atribuido. Quizás ese papel de liderazgo ha podido influir en que paises como México o Brasil, con gobernantes trumpistas y poblaciones millonarias, siguieran su ejemplo de negar la evidencia.

Pero es que, en Europa la respuesta ha sido, aunque temprana, dispersa. Habrá mucha reunión telemática entre responsables sanitarios y/o políticos pero la falta de unas directivas de Bruselas tan precisas como las que marcan el tamaño de las naranjas, por ejemplo, ha evitado la acción conjunta. Luego, la soberanía de cada país se ha encargado de que la lucha europea contra el coronavirus pueda recordarnos al gran Pancho Villa de sus mejores tiempos.

Excepto en España donde, además, el coronavirus nos pilló con el pie cambiado de una sanidad descentralizada en 17 responsables de su gestión, una por cada una de las comunidades autónomas en que está dividido nuestro país. Eso ha hecho que Sánchez no haya podido actuar como la admirada Merkel, la ciudadana prusiana que no tenía que convencer a 17 personas de lo que debía hacerse y ha actuado con la determinación de sus antecesores, no voy a decir como Hitler (que no era prusiano) pero si como Bismarck. Y he empezado por decir que excepto en España porque, estoy escribiendo de memoria, creo que somos la excepción en esa forma de proceder.

Eso de tomar decisiones por comunidades se ha llevado, no solo hasta el nivel territorial del municipio, si no al de barrios y, en algún sitio como Madrid, hasta la división administrativa de «zona sanitaria». Bien, no voy a ser yo, desde mi ignorancia en la materia, quien diga cómo debe hacerse, pero me extrañaría mucho que una pandemia mundial se combatiese como se hace en el mus cuando las cosas van mal: cada uno con las suyas.

Y, desde luego, que nadie piense en una tregua viral navideña. Podemos empeñarnos en levantar las restricciones una vez que se enciendan las luces multicolores de muchas calles españolas, pero, en ese caso, quien se va a dar un atracón en esas fiestas va a ser el virus.

Ah, y ya que estamos, Feliz Navidad.

Lo que la historia nos enseña sobre las consecuencias económicas de grandes epidemias como la peste

Fotograma de La Peste, serie de Alberto Rodríguez

Autora: Marina Estévez Torreblanca

Fuente: eldiario.es 15/03/2020

Hace siglos, los barcos estaban obligados a guardar cuarentenas en los puertos durante las pestes para evitar su propagación a las ciudades costeras. Ahora se prohíben los vuelos desde Italia a España o hacia Estados Unidos desde Europa. El coronavirus es incomparablemente menos letal que la peste negra, que asoló el mundo en varias oleadas sobre todo entre los siglos XIV y XVIII, acabando con la vida de unas 100 millones de personas en Europa, África y Asia (entre el 25 y el 60% de la población europea, según estimaciones).

Los contextos históricos y de desarrollo científico son también muy diferentes, pero, con todas las distancias y sin posibilidad de hacer una comparación directa, ambas son epidemias y podrían compartir ciertos rasgos comunes sociológicos y económicos, que también se encuentran en otras crisis sanitarias de envergadura como la gripe de 1918, explica a eldiario.es la profesora de Historia Económica de la Universitat Autònoma de Barcelona Carmen Sarasúa.

Los efectos de la pandemia de coronavirus aún son imposibles de estimar en su totalidad al estar aún inmersos en esta crisis. Pero se espera que el impacto económico a corto y medio plazo sea muy alto: se interrumpen los sistemas de transporte y abastecimiento y cae la producción de muchos sectores, además de la demanda. Y al caer la demanda, como explicaba Keynes tras la Depresión de 1929, baja el empleo y cae el ingreso de los hogares, lo que aumenta aún más el desempleo (además de la recaudación fiscal, los ingresos con los que cuenta el estado para financiar servicios públicos).

En el caso de la peste negra, esta epidemia supuso cambios importantísimos en la economía y un fortísimo retroceso; el descalabro de población tardó cien años en recuperarse. «Desapareció el comercio, cayeron las ciudades, la gente se fue al campo, murieron reyes, afectó a todos los estratos sociales», expone en una entrevista con Efe Pedro Gargantilla, profesor de Historia de la Medicina de la Universidad Francisco de Vitoria y jefe de Medicina Interna del Hospital de El Escorial (Madrid).

A corto plazo, las consecuencias económicas más relevantes de la también llamada peste bubónica, originada en el desierto del Gobi, se pueden resumir en que los campos quedaron sin trabajar y las cosechas se pudrieron. De ello se derivó una escasez de productos agrícolas, acaparados únicamente por aquellos que podían pagarlos. Los precios subieron, por lo que crecieron las penalidades y el sufrimiento de los menos pudientes.

«Es indudable que esta epidemia produjo efectos económicos que supusieron la recesión más drástica de la Historia. Es relevante destacar que es en esta época, con clara influencia de la epidemia de la peste, cuando se pone fin a la construcción masiva de monasterios, iglesias y catedrales. Por todo ello, se puede decir que es el motivo del cierre del periodo medieval», recalca esta publicación de BBVA.

El hambre, la peste y la guerra que marcaron el siglo XIV acabaron trasformando la sociedad y disparando las desigualdades. Los poderosos aumentaron su poder y su riqueza y el pueblo llano quedó más empobrecido y perdió algunos derechos de las generaciones anteriores, como se explica en este artículo.

Pero cuando se habla de los efectos económicos de la peste negra que asoló Europa a mediados del XIV, a pesar de sus inicios devastadores, los historiadores coinciden en señalar otros efectos económicos y sociales positivos para los supervivientes. Como explica Carmen Sarasúa, «la tierra era abundante, al caer la oferta de trabajo los salarios aumentaron, y se ha visto por ejemplo que las mujeres encontraron muchas más oportunidades laborales en los gremios que hasta entonces las habían vetado, en los jornales agrarios, etc». Unos efectos que también se han observado tras picos de mortalidad como los que se producen en las guerras, aunque no palíen ni compensen la devastación económica y social y la pérdida de vidas iniciales.

Además, las epidemias han servido para introducir mejoras de la salubridad pública que pretenden reducir el riesgo de las aglomeraciones urbanas. En el caso de las oleadas de peste, acabaron por favorecer la recogida de basuras y aguas fecales, la regulación de la presencia de animales vivos y muertos, o la construcción de cementerios fuera de los recintos urbanos y la obligación de encalar iglesias (tras  la promulgación de la Real Cédula Carlos III en 1787).

Consecuencias de otras epidemias

Otra epidemia que hundió la economía fue la gripe de 1918 (mal llamada gripe «española» por ser uno de los primeros países donde se informó de ella, al ser ajeno a la guerra), que causó más muertos que la I Guerra Mundial (unos 50 millones según estimaciones). Entre la enfermedad y la contienda se hundió la actividad económica y hubo cambios en los movimientos migratorios, aunque es difícil discernir qué parte del hundimiento de la economía se puede achacar a cada fenómeno.

Brotes infecciosos más recientes, incluso los temores de algunos relativamente contenidos, han afectado en las últimas décadas al comercio. Por ejemplo, la prohibición de la Unión Europea de exportar carne vacuna británica duró diez años debido a un brote de la enfermedad de las vacas locas en el Reino Unido, pese a que la transmisión a humanos es relativamente limitada.

Además, algunas epidemias prolongadas, como el VIH y la malaria, desalientan la inversión extranjera directa. Un informe del Fondo Monetario Internacional sobre epidemias estima el costo anual esperado de la gripe pandémica en unos 500.000 millones de dólares (0,6% del ingreso mundial), incluidos la pérdida de ingresos y el costo intrínseco del aumento de la mortalidad.

Y aunque el efecto sanitario de un brote es relativamente limitado, sus consecuencias económicas se pueden multiplicar con rapidez. Por ejemplo, Liberia sufrió una reducción del crecimiento del PIB de 8 puntos porcentuales entre 2013 y 2014 durante el brote de ébola en África occidental a pesar de la baja tasa general de mortalidad en el país durante ese período.

Ganadores y perdedores en las epidemias

Los efectos de los brotes y epidemias no se distribuyen de manera equitativa en la economía. Algunos sectores incluso podrían beneficiarse financieramente, mientras que otros sufrirán en forma desmedida. Las farmacéuticas que producen vacunas, antibióticos u otros productos necesarios para la respuesta al brote son posibles beneficiarios. 

Como explica Sarasúa, en todas las coyunturas hay sectores económicos que se benefician. Cuando hay una demanda excepcional de determinados bienes y servicios los sectores que los proporcionan «hacen su agosto» (podría ser el caso de mascarillas o alimentos de primera necesidad estos días en España), mientras que se hunden los que proporcionan bienes y servicios que dejamos de consumir y los que se ven afectados por la interrupción de componentes y materias primas.

Pero la desigualdad también se refleja en la enfermedad y la mortalidad. Ahora mismo, una de las grandes causas de desigualdad en el impacto de una epidemia es el acceso a la asistencia médica. En los países que carecen de sistemas públicos de asistencia médica universal, donde hay que pagar las pruebas de diagnóstico, los tratamientos, y la hospitalización (caso de EEUU), el nivel de renta será determinante.

Literatura como fuente histórica sobre las pandemias

La profesora recuerda tres obras literarias que resultan fuentes históricas de gran valor sobre las epidemias: El Decamerón, de Boccaccio, describe la peste que asoló Florencia en 1348; el Diario del año de la peste, escrito por Daniel Defoe en 1722, que narra la epidemia de peste que sufrió Londres en 1665, que mató a una quinta parte de la población. Y Manzoni, en Los novios, relata la peste de Milán en 1628.

«Las tres nos hablan del miedo, de cómo la sociedad se enfrenta a la muerte masiva e inesperada, algunos buscando culpables y acusando a determinados grupos o individuos, recurriendo a la magia y a la religión…otros tratando de entender las causas científicas de lo que ocurre, buscando soluciones racionales y cívicas que hacen avanzar a la sociedad y palían los efectos económicos adversos que tienen estas crisis», concluye Sarasúa.