La desamortización española

Autor: EDMUNDO FAYANAS ESCUER

Fuente: Nueva Tribuna 18/12/2020

La Real Academia de la Lengua defines el término desamortización como Proceso por el cual se liberalizan los bienes que estaban en las llamadas manos muertas, por lo que no podían ser enajenados, bien por estar vinculados a un linaje (mayorazgo) o a instituciones (Iglesia, ayuntamientos, Estado, hospitales, etc.).

La desamortización fue un largo proceso histórico, económico y social iniciado a finales del siglo XVIII con la denominada “desamortización de Godoy” en el año 1798, aunque ya hubo un antecedente en el reinado de Carlos III.

Consistió en poner en el mercado, previa expropiación forzosa y mediante una subasta pública, las tierras y bienes que hasta entonces no se podían vender, hipotecar o ceder y se encontraban en poder de las llamadas “manos muertas”, es decir, la iglesia católica y las órdenes religiosas que los habían acumulado como habituales beneficiarias de donaciones, testamentos y abintestatos (1) y los llamados baldíos (2) y las tierras comunales de los municipios, que servían de complemento para la precaria economía de los campesinos.

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Como dice Francisco Tomás y Valiente, la desamortización española presentó las características siguientes: apropiación por parte del Estado y por decisión unilateral suya de bienes inmuebles pertenecientes a “manos muertasventa de los mismos y asignación del importe obtenido con las ventas a la amortización de los títulos de la deuda”.

Sucedió un fenómeno de características más o menos parecidas en otros países. La finalidad prioritaria de las desamortizaciones realizadas en España fue conseguir unos ingresos extraordinarios para amortizar los títulos de Deuda Pública fundamentalmente los vales reales (3) que expedía el Estado para financiarse o extinguirlos, porque en alguna ocasión también se admitieron como pago en las subastas.

Persiguió acrecentar la riqueza nacional y crear una burguesía y clase media de labradores que fuesen propietarios de las parcelas, para que cultivaran y crearan las condiciones capitalistas y de esta forma el Estado pudiera recaudar más y mejores impuestos.

La desamortización fue una de las armas políticas con la que los liberales intentaron modificar el sistema de la propiedad del Antiguo Régimen con la finalidad de implantar el nuevo “estado liberal” durante la primera mitad del siglo XIX.

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LAS PRIMERAS DESAMORTIZACIONES

Los ilustrados mostraron una gran preocupación por el atraso de la agricultura española. Todos coincidían en que una de las causas principales del problema agrario del país era la enorme extensión que alcanzaba en España la propiedad amortizada en poder de la Iglesia y de los municipios.

Las tierras que detentaban estaban en general mal cultivadas, además de que quedaban al margen del mercado, pues no se podían enajenar, ni vender, ni hipotecar, ni ceder, con el consiguiente aumento del precio de la tierra libre, y además no tributaban a la Hacienda Real por los privilegios de sus propietarios. Se calcula que un tercio de las tierras agrícolas pertenecían a la Iglesia.

El conde de Floridablanca, que era ministro de Carlos III, en su famoso “Informe reservado” del año 1787 se quejaba de los perjuicios principales que provoca la propiedad de la tierra de la iglesia. Así dice:

“El principal problema es que estos bienes de la iglesia no pagan impuestos. Pero también hay otros dos problemas como es la recarga que sufren los demás vasallos y quedar estos bienes expuestos a deteriorarse y perderse luego que los poseedores no puedan cultivarlos o sean desaplicados o pobres, como se experimenta y ve con dolor en todas partes, pues no hay tierras, casas ni bienes raíces más abandonados y destruidos que los de capellanías(4) y otras fundaciones perpetuas, con perjuicio imponderable del Estado”.

Una de las propuestas que hicieron los ilustrados, especialmente Pablo de Olavide y Gaspar Melchor de Jovellanos, fue poner en venta los bienes llamados baldíos. Se trataba de tierras incultas y despobladas que pertenecían a los Ayuntamientos y que se solían destinar a pastos para el ganado.

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Para Olavide la protección que se había dado hasta entonces a la ganadería era una de las causas del atraso agrario, por lo que propugnaba que todas las tierras deben producir y por eso los baldíos debían venderse en primer lugar a los ricos, porque disponen de medios para cultivarlas, aunque una parte debía reservarse a los campesinos que tuvieran dos pares de bueyes.

Se constituiría con el dinero obtenido una Caja provincial que serviría para la construcción de obras públicas. De esta forma se conseguirían “vecinos útiles, arraigados y contribuyentes, logrando al mismo tiempo la extensión de la labranza, el aumento de la población y la abundancia de los frutos”.

La propuesta de Jovellanos respecto de los bienes de los municipios era mucho más radical, ya que a diferencia de Olavide, que solo proponía la venta de los baldíos respetando con ello la parte más importante de los recursos de los Ayuntamientos, también incluía en la privatización las tierras concejiles, por lo que se incluía los bienes propios, que eran las tierras que procuraban más rentas a las arcas municipales.

Jovellanos era partidario ferviente del liberalismo económico y decía: “el oficio de las leyes… no debe ser excitar ni dirigir, sino solamente proteger el interés de sus agentes, naturalmente activo y bien dirigido a su objeto”.

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Defendió la venta libre y absoluta de estos bienes, sin hacer distinciones entre los posibles compradores, porque para Jovellanos: “la liberación de baldíos y tierras concejiles es un bien en sí mismo, pues al dejar de estar tales tierras amortizadas, pasan a depender del interés individual y pueden ser inmediatamente puestas en cultivo”.

Los ilustrados no defendieron la desamortización de las tierras de la iglesia, sino que propugnaron que se limitara la adquisición de más tierras por parte de las instituciones eclesiásticas, aunque esta propuesta tan moderada fue rechazada por la Iglesia y también por la mayoría de los miembros del Consejo Real cuando se sometió a votación en junio del año 1766.

Los dos folletos donde se argumentaba la propuesta fueron incluidos en el Índice de libros prohibidos de la Inquisición:

  • “El Tratado de la regalía de Amortización” de Pedro de Campomanes, que fue publicado en el año 1765.
  •  “El Informe sobre la ley agraria” de Jovellanos, publicado en el año 1795.

La moderación del reformismo ilustrado se pone muy claramente de manifiesto cuando solo defiendan la limitación o paralización en el futuro de la amortización eclesiástica y la resistencia de la Iglesia a hacer concesiones en el terreno económico.

Carlos III

Las tímidas medidas desamortizadoras acordadas durante el reinado de Carlos III hay que situarlas en el contexto de los motines que tuvieron lugar en la primavera del año 1766 y que son conocidos con el nombre del motín de Esquilache.

La medida más importante fue una iniciativa del corregidor intendente de Badajoz que para aplacar la revuelta ordenó entregar en arrendamiento las tierras municipales a los “vecinos más necesitados, atendiendo en primer lugar a los senareros(5) y braceros que por sí o a jornal puedan labrarlas, y después de ellos a los que tengan una canga de burros, y labradores de una yunta, y por este orden a los de dos yuntas(6) con preferencia a los de tres, y así respectivamente”.

El conde de Aranda, recién nombrado ministro por Carlos III, extendió la medida a toda Extremadura mediante la Real Provisión del dos de mayo del año 1766. A partir del año 1767 se extendió a todo el Reino. Esta medida fue desarrollada por una Orden Real a lo largo del año 1768, donde se explicaba que la medida estaba destinada a atender a los jornaleros y campesinos más pobres, pues buscaba el común beneficio.

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Sin embargo, esta medida que no era una desamortización, porque las tierras eran arrendadas y seguían siendo propiedad de los municipios, estuvo vigente apenas tres años, pues fue derogada el veintiséis de mayo del año 1770.

Se justifica diciendo: “los inconvenientes que se han seguido en la práctica de las diferentes provisiones expedidas anteriormente sobre repartimiento de tierras”. Se dice esto como consecuencia de que muchos jornaleros y campesinos pobres que habían recibido lotes de tierras, no las habían podido cultivar adecuadamente, dejando de pagar los censos, porque carecían de los medios necesarios para ello, ya que las concesiones no fueron acompañadas de créditos que les permitieran adquirirlos.

Las tierras de los municipios pasaron a manos de las oligarquías de los municipios. Eran los mismos que habían criticado abiertamente las primeras medidas, porque estimaban que los braceros carecían de medios para poner en plena explotación las tierras que se les entregasen.

Para Francisco Tomás y Valiente, los políticos de Carlos III “actuaron movidos más por razones económicas que por otras de índole social, que o no aparecen en sus planes y en los preceptos legales, o cuando surgieron en éstos se vieron sofocadas en primer lugar por la falta de medios adecuados para su aplicación real, y en segundo término, por la resistencia que la plutocracia provinciana opuso a cualquier reforma social… con todo… las medidas desamortizadoras de Carlos III e incluso los correlativos planes de quienes entonces se ocuparon de esta cuestión poseen en común una característica importante y positiva: su conexión con un más amplio plan de reforma o regulación de la economía agraria”.

La desamortización de Godoy

Carlos IV obtuvo permiso de la Santa Sede, en el año 1798, para expropiar los bienes de los jesuitas y de obras pías (7) que, en conjunto, venían a ser una sexta parte de los bienes eclesiásticos. Se desamortizaron bienes de los jesuitas, sus hospitales, hospicios, Casas de Misericordia y de Colegios mayores universitarios e incluía también bienes no explotados de particulares.

Tomás y Valiente dice que con la desamortización de Godoy se da un giro decisivo al vincular la desamortización a los problemas de la Deuda Pública, a diferencia de lo ocurrido con las medidas desamortizadoras de Carlos III que buscaban, aunque de forma muy limitada, la reforma de la economía agraria.

Las desamortizaciones liberales del siglo XIX seguirán el planteamiento de la desamortización de Godoy y no el de las medidas de Carlos III.

LAS DESAMORTIZACIONES LIBERALES

José Bonaparte decretó, el dieciocho de agosto del año 1809, la supresión de todas las Órdenes regulares, monacales, mendicantes y clericales. Sus bienes pasarían automáticamente a propiedad de la nación.

Muchas instituciones religiosas quedaron de esta forma disueltas de hecho. La guerra de la Independencia produjo con frecuencia idénticos efectos en muchos conventos y monasterios.

José Bonaparte realizó también una pequeña desamortización que no implicó la supresión de la propiedad, sino la confiscación de sus rentas para el avituallamiento y gastos de guerra de las tropas francesas, de forma que se devolvieron en el año 1814.

Las Cortes de Cádiz

Los diputados de las Cortes de Cádiz reconocieron después de un intenso debate que tuvo lugar en marzo del año 1811, la enorme deuda acumulada en forma de Vales Reales producido durante el reinado de Carlos IV y que el Secretario de Hacienda interino, José Canga Argüelles calculó en unos 7.000 millones de reales.

Tras rechazar que los vales reales solo fueran reconocidos por su valor en el mercado, muy por debajo de su valor nominal, lo que significaba la ruina de sus detentadores y la imposibilidad de obtener nuevos créditos.

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José Argüelles presentó una Memoria Económica que proponía desamortizar determinados bienes que estuviesen en las llamadas manos muertas para que se pusiesen a la venta, siendo esta propuesta aprobada.

Se realizaron las subastas por el importe de los dos tercios del precio que había de pagarse mediante “títulos de la deuda nacional”, lo que incluía los vales reales de Carlos IV y los nuevos “billetes de crédito liquidados” que se habían emitido desde el año 1808 para sufragar los gastos de la guerra de la Independencia.

El dinero en efectivo obtenido en las subastas también se dedicaría al pago de los intereses y de los capitales de la Deuda del Estado.

La propuesta de Argüelles quedó realizada en el Decreto, de trece de septiembre, y por la cual se consideraban bienes nacionales a las propiedades que iban a ser incautadas por el Estado para venderlas en pública subasta.

Se trataba de los bienes confiscados o por confiscar a Manuel Godoy, a sus partidarios y a los denominados afrancesados. Además, los bienes de las Ordenes militares de San Juan de Jerusalén, Santiago, Alcántara, Calatrava y Montesa. Fueron vendidos los conventos y monasterios suprimidos o destruidos durante la guerra, las fincas de la Corona, salvo los Reales Sitios destinados a servicio y recreo del rey y la mitad de los baldíos y realengos (8) de los municipios.

Tomás y Valiente valora que “este decreto de 13 de septiembre de 1813, que en cierto modo constituye la primera norma legal general desamortizadora del siglo XIX, apenas pudo aplicarse debido al inmediato retorno de Fernando VII y del Estado absolutista. Pero junto con la Memoria de Canga Argüelles encierra todos los principios y mecanismos jurídicos de la posterior legislación desamortizadora”.

Para alcanzar estos tres fines a la vez se dividirían los bienes a desamortizar en dos mitades. La primera estaría vinculada al pago de la Deuda Nacional, por lo que serían vendidas en pública subasta, admitiéndose el pago por todo su valor en títulos de créditos pendientes desde el año 1808 o subsidiariamente en vales reales.

La segunda mitad se repartiría en lotes de tierras gratuitas en favor de los que hubiesen prestado servicios en la guerra y a los vecinos sin tierras, aunque estos últimos debían pagar un canon y si dejaban de hacerlo, perdían el lote asignado definitivamente, lo que invalidaba en gran parte la finalidad social proclamada en el Decreto.

Esto daba la razón a aquellos diputados como José María Calatrava y Vicente Terrero que se habían opuesto al Decreto, especialmente a la venta de los bienes de propios, patrimonio sobre el que descansa el gobierno económico y la política rural de los pueblos.

Terrero afirmó durante uno de los debates:

“Me opongo a la venta de propios y baldíos…¿para quién será el fruto de semejantes ventas? Acabo de oírlo: para tres o cuatro poderosos, que con harto poco estipendio engrasarían con perjuicio común sus propios intereses”.

El Trienio Liberal

Los gobiernos liberales del Trienio tuvieron que hacer frente de nuevo al problema de la deuda que durante el sexenio absolutista, entre los años 1814 y 1820 no se había resuelto.

Las nuevas Cortes revalidaron el Decreto de las Cortes de Cádiz, del trece de septiembre del año 1813, mediante un nuevo Decreto del nueve de agosto del año 1820 que añadió a los bienes a desamortizar las propiedades de la Inquisición recién extinguida.

La diferencia del Decreto del año 1820 sobre el del año 1813 era, que en el pago de los remates de las subastas no se admitiría dinero en efectivo sino solo por medio de vales reales y otros títulos de crédito público, y por su valor nominal a pesar de que su valor en el mercado era muy inferior. Tomás y Valiente lo consideró como el Decreto más radical de los que vinculaban desamortización con Deuda Pública.

A causa del bajísimo valor de mercado de los títulos de la deuda respecto de su valor nominal, el desembolso efectivo realizado por los compradores fue muy inferior al importe del precio de tasación. Sirva como ejemplo, que en alguna ocasión no pasó del 15 % de este valor. Ante tales ventas escandalosas, hubo diputados, en el año 1823, que propusieron su suspensión y la entrega de los bienes en propiedad a los arrendatarios de los mismos.

Uno de estos diputados declaró: “que por defecto de la enajenación, las fincas han pasado a manos de ricos capitalistas, y éstos, inmediatamente que han tomado posesión de ellas, han hecho un nuevo arriendo, generalmente aumentando la renta al pobre labrador, amenazándole con el despojo en el caso de que no la pague puntualmente”. No obstante de aquellos resultados y estas críticas, el proceso desamortizador siguió adelante, sin modificar su planteamiento.

Por una Orden, de ocho de noviembre del año 1820, que sería sustituida por un Decreto de veintinueve de junio del año 1822, las Cortes del Trienio también restablecieron el Decreto, del cuatro de enero del año 1813 de las Cortes de Cádiz, sobre la venta de baldíos y bienes de propios de los municipios.

La desamortización eclesiástica, a diferencia de las Cortes de Cádiz que no legisló nada al respecto, sí fue abordada por las Cortes del Trienio en relación con los bienes del clero regular.

El Decreto, del uno de octubre del año 1820. suprimió: “todos los monasterios de las Órdenes Monacales, los canónigos regulares de San Benito, de la congregación claustral tarraconense y cesaraugustana, los de San Agustín y los premonstratenses, los conventos y colegios de las Órdenes Militares de Santiago, Calatrava, Montesa y Alcántara, de la Orden de San Juan de Jerusalén, los de la de San Juan de Dios y los betlemitas, y todos los demás hospitales de cualquier clase”.

Sus bienes muebles e inmuebles quedaron sujetos al crédito público, por lo que fueron declarados bienes nacionales sujetos a su inmediata desamortización. Unos días después, por la Ley del once de octubre del año 1820, se prohibía adquirir bienes inmuebles a todo tipo de las denominadas “manos muertas” con lo que se hacía realidad la medida propugnada por los ilustrados del siglo XVIII, como Campomanes o Jovellanos.

Desamortización de Mendizábal

Durante la primera guerra carlista, que enfrentó a los partidarios de la reina Isabel II con los defensores de Carlos María Isidro como aspirante al trono español, Mendizábal debía encontrar recursos financieros para hacer frente a los gastos de la contienda.

El ministro decide aplicar y desarrollar un plan que había sido diseñado con anterioridad por el conde de Toreno: expropiar y vender los bienes eclesiásticos, tanto de órdenes regulares como seculares.

El gobierno presidido por el conde de Toreno aprobó la Real Orden de Exclaustración Eclesiástica, del veinticinco de julio del año 1835 por la que se suprimían todos los conventos en los que no hubiera al menos doce religiosos profesos. Tras la dimisión del conde de Toreno, Mendizábal pasó a ser presidente del Consejo de Ministros. Inmediatamente decretó, el once septiembre del año 1835, la supresión de todos los monasterios de órdenes monacales y militares. Los siguientes Decretos serían:

  • Desarrollo del Decreto del once de octubre del año 1835.
  • El diecinueve de febrero del año 1836 se decretó la venta de los bienes inmuebles de esos monasterios.
  • Se amplió, el ocho de marzo del año 1836, la supresión a todos los monasterios y congregaciones de varones.
  • El Reglamento, del veinticuatro de marzo del año 1836, especificaba todos los cometidos de las juntas diocesanas encargadas de cerrar los conventos y monasterios y, en general, de todo lo necesario para la aplicación del Decreto del ocho de marzo.

Los pequeños labradores no pudieron entrar en las pujas y las tierras fueron compradas por nobles y burgueses urbanos adinerados, de forma que no pudo crearse una verdadera burguesía o clase media en España que sacase al país de su marasmo.

Los terrenos desamortizados por el gobierno fueron únicamente los pertenecientes al clero regular. Por esto, la Iglesia tomó la decisión de excomulgar tanto a los expropiadores como a los compradores de las tierras, lo que hizo que muchos no se decidieran a comprar directamente las tierras y lo hicieron a través de intermediarios o testaferros.

No podemos entender este proceso sin la Real Orden, de diecinueve de octubre de 1836, que dice:

Conformándose S.M…. se ha servido resolver, que el término para los plazos de pago de las cuatro quintas partes del importe en subasta de las fincas Nacionales que se enajenan, principie a contarse desde el día en que satisfecha la primera quinta parte, se le de posesión de ellas, extendiéndose con la misma fecha las obligaciones que deben firmar los compradores, a fin de evitar que éstos hagan suyos simultáneamente en el intermedio desde la toma de posesión hasta el día de la fecha de las obligaciones, los rendimientos de las fincas y los intereses del papel… y que sirva de rectificación a lo dispuesto por el artículo 14 de…”.

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La desamortización tuvo tres objetivos:

  • El objetivo principal fue financiero. Buscar ingresos para pagar la Deuda Pública del Estado, además de conseguir fondos para financiar la guerra carlista.
  • Había también un objetivo político: ampliar la base social del liberalismo con los compradores de bienes desamortizados. Además, buena parte del clero regular apoyaba a los carlistas.
  • Finalmente, se planteó de forma muy tímida un objetivo social: crear una clase media agraria de campesinos propietarios.

Los resultados no fueron todo lo positivos que se podría haber esperado:

  • No solucionó el grave problema de la Deuda Pública.
  • En el terreno político, el liberalismo ganó adeptos, pero también se creó una serie de enemigos que perduró largo tiempo entre el liberalismo y el cristianismo católico.
  • En el terreno social, la mayor parte de los bienes desamortizados fueron comprados por nobles y burgueses urbanos adinerados. Los campesinos pobres no pudieron pujar en las subastas.
  • La desamortización no sirvió para mitigar la desigualdad social, de hecho, muchos campesinos pobres vieron como los nuevos propietarios burgueses subieron los alquileres.

Los resultados de la desamortización explican por qué la nobleza, en general, apoyó al liberalismo, y por qué muchos campesinos se hicieron antiliberales (carlistas) al verse perjudicados por las reformas.

La Iglesia vio desmanteladas las bases económicas de su poder. A cambio de la expropiación, el Estado se comprometió a subvencionar económicamente al clero. El primer ejemplo presupuestario fue la Dotación de Culto y Clero del año 1841.

Mendizábal expresó con toda claridad que su objetivo primordial estribaba en extinguir el mayor número posible de títulos de la deuda y en ello puso todo su afán. No creemos que sea correcto calificar de fracaso el planteamiento de Mendizábal que era restablecer el crédito público, porque no persiguió otros fines o porque la deuda no sólo no se redujo sino que fue aumentando en años posteriores como resultado de la gestión de los gobiernos que le sucedieron.

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No se puede atribuir a Mendizábal esa responsabilidad, ni mucho menos considerarle el responsable material del estado de bancarrota en que se encontraba la Bolsa de Madrid a fines del año 1836.

La Desamortización de Espartero

El dos de septiembre del año 1841 el recién nombrado Regente del Reino, Baldomero Espartero, impuso la desamortización de bienes del clero secular, proyecto que elaboró Pedro Surra Rull. Esta ley durará escasamente tres años y al hundirse el partido progresista, la ley fue derogada.

En el año 1845, bajo la llamada Década Moderada, el Gobierno intentó restablecer las relaciones con la Iglesia, lo que lleva a la firma del Concordato del año 1851.

La Desamortización de Madoz

Durante el bienio progresista que coincidió con el gobierno de los generales Espartero y O’Donnell, el ministro de Hacienda, Pascual Madoz realiza una nueva desamortización en el año 1855 que fue ejecutada con mayor control que la realizada por Mendizábal.

Se publicaba en La Gaceta de Madrid, el tres de mayo del año 1855 y el tres de junio la Instrucción para desarrollarla y llevarla a la práctica.

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Se declaraban en venta todas las propiedades principalmente comunales del ayuntamiento, del Estado, del clero, de las cinco Órdenes Militares, cofradías, obras pías, santuarios, del ex infante Don Carlos, de los propios y comunes de los pueblos, de la beneficencia y de la instrucción pública, con las excepciones de las Escuelas Pías y los hospitalarios de San Juan de Dios, dedicados a la enseñanza y atención médica respectivamente, puesto que con estas actividades se reducían el gasto del Estado en estos ámbitos. Igualmente se permitía la desamortización de los censos pertenecientes a las mismas organizaciones.

Fue ésta la desamortización que alcanzó un mayor volumen de ventas y tuvo una importancia superior a todas las anteriores. Sin embargo, los historiadores se han ocupado tradicionalmente mucho más de la de Mendizábal, cuya importancia reside en su duración, el gran volumen de bienes movilizados y las grandes repercusiones que tuvo en la sociedad española.

Tras haber sido motivo de enfrentamiento entre conservadores y liberales, llegó un momento en que todos los partidos políticos reconocieron la necesidad de rescatar aquellos bienes inactivos, a fin de incorporarlos al mayor desarrollo económico del país.

Se habían vendido en total 198.523 fincas rústicas y 27.442 urbanas en el año 1867. El Estado ingresó 7.856.000.000 de reales entre los años 1855 y 1895, casi el doble de lo obtenido con la desamortización de Mendizábal.

Este dinero se dedicó fundamentalmente a cubrir el déficit del presupuesto del Estado, amortización de deuda pública y obras públicas, reservándose treinta millones de reales anuales para la reedificación y reparación de las iglesias de España.

La ley Madoz del año 1855 supone la fusión de las normas desvinculadoras, tanto en el campo de la desamortización civil como en el religioso y representa la última disposición que va a regir y mantener en vigor, a lo largo del siglo XIX, estas políticas expropiadoras.

Se calcula que de todo lo desamortizado en su conjunto, el 35% pertenecía a la iglesia, el 15% a beneficencia y un 50% a las propiedades municipales, fundamentalmente de los pueblos.

Afectó esencialmente a las tierras de los municipios y supuso la liquidación definitiva de la propiedad amortizada en España.

Sus resultados tampoco fueron muy positivos:

  • Empobreció a los Ayuntamientos, que, entre otras cosas, estaban al cargo de la instrucción pública.
  • No solucionó el sempiterno problema de la Deuda Pública.
  • Perjudicó a los vecinos más pobres que se vieron privados del aprovechamiento libre de las tierras comunales.

El Estatuto Municipal de José Calvo Sotelo del año 1924, bajo la dictadura del general Primo de Rivera derogó definitivamente las leyes sobre desamortización de los bienes de los pueblos y con ello la desamortización de Madoz.

La ley General de Desamortización del uno de mayo de 1855, conocida como la Ley Madoz, decía:

“Se declaran en estado de venta, con arreglo a las prescripciones de la presente ley, y sin perjuicio de cargas y servidumbres a que legítimamente estén sujetos, todos los predios rústicos y urbanos, censos y foros pertenecientes al Estado, al clero, a las órdenes militares de Santiago, Alcántara, Montesa y San Juan de Jerusalén, a cofradías, obras pías y santuarios, al secuestro del ex infante Don Carlos, a los propios y comunes de los pueblos, a la beneficencia, a la instrucción pública. Y cualesquiera otros pertenecientes a manos muertas, ya estén o no mandados vender por leyes anteriores”.

Consecuencias sociales de la desamortización

Pese a sus insuficiencias y errores, las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz cambiaron de forma radical la situación del campo español. Baste con señalar que afectaron a una quinta parte del conjunto del suelo. Lamentablemente, el atraso técnico y el desigual reparto de la propiedad de la tierra siguieron siendo problemas clave de la sociedad y de la economía española.

Tomás y Valiente considera: “Personalmente, creo que la desamortización eclesiástica era necesaria por razones económicas y sociales, y, por lo tanto, justa”.

Si seguimos los trabajos de Richard Herr, veremos como si dividimos España en una zona sur con predominio del latifundismo y una franja norte en la cual existe una mayoría de explotaciones medias y pequeñas, podemos extraer, que el resultado de la desamortización fue concentrar la propiedad en cada región en proporción al tamaño existente previamente, por lo que no se produjo un cambio radical en la estructura de la propiedad.

Las parcelas pequeñas que se subastaron fueron compradas por los habitantes de localidades próximas, mientras que las de mayor tamaño las adquirieron personas más ricas que vivían generalmente en ciudades a mayor distancia de la propiedad.

En la zona sur del país, de predominio latifundista, no existían pequeños agricultores que tuvieran recursos económicos suficientes para pujar en las subastas de grandes propiedades, con lo cual se reforzó el latifundismo. Sin embargo, esto no ocurrió en términos generales en la franja norte del país.

Otra cuestión diferente es la privatización de los bienes comunales que pertenecían a los municipios. Muchos campesinos se vieron afectados al verse privados de unos recursos que contribuían a su subsistencia pues empleaban los terrenos comunales para la obtención de la leña para calentar sus casas y el uso de los pastos comunales para sus ganados, etc. por lo cual se acentuó la tendencia emigratoria de la población rural, que se dirigió a zonas industrializadas del país o a América. Este fenómeno migratorio alcanzó niveles muy altos a finales del siglo XIX y principios del XX.

Otra de las consecuencias sociales fue la exclaustración de miles de religiosos que fue iniciada por el gobierno del conde de Toreno que aprobó la Real Orden de Exclaustración Eclesiástica, del veinticinco de julio del año 1835, por la que se suprimían todos los conventos en los que no hubiera al menos doce religiosos profesos. Bajo el gobierno presidido por Mendizábal se precisó por Real Orden del once de octubre de 1835 que sólo subsistirían ocho monasterios en toda España.

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Finalmente, el ocho de marzo del año 1836, se publica el Decreto que suprimía todos los conventos de religiosos con las excepciones de las órdenes de los escolapios y los hospitalarios. Se publica, el veintinueve de julio del año 1837, un nuevo Decreto que suprime los conventos femeninos con la excepción de las Hermanas de la Caridad.

Así relató A. Fernández de los Ríos veinte años después la exclaustración, que fue dirigida en Madrid por Salustiano de Olózaga:

“La operación se hizo con suma facilidad: la mayor parte de los frailes estaban provistos de vestidos profanos, y pocos pidieron compañía para salir de los conventos, de los cuales se marcharon con la presteza de quien anticipadamente tuviera dispuesta y organizada la mudanza. A las once de la mañana, todos los alcaldes habían dado parte de haber cumplido el primer extremo de su misión, el de desocupar los conventos: Don Manuel Cantero, que ejercía las funciones de alcalde, era el único de quien nada se sabía.

 Olózaga le escribió estas líneas:”Todos han dado ya parte de haber despachado menos usted”. Cantero contesto: “Los demás solo han tenido que vestirlos; yo tengo que afeitarlos”. Cantero tenía razón: en su distrito había ciento y tantos capuchinos de la Paciencia”.

Julio Caro Baroja se fija en la figura del viejo fraile exclaustrado pues, a diferencia del joven que trabajó donde pudo o se sumó a las filas carlistas o la de los milicianos nacionales, pero estos frailes vivieron “soportando su miseria, escuálido, enlevitado, dando clases de latín en los colegios, o realizando otros trabajillos mal pagados”.

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Como nos indica Caro Baroja, además de las económicas, la supresión de las órdenes religiosas, tuvo unas “consecuencias enormes en la historia social de España”. Caro Baroja cita al liberal progresista Fermín Caballero quien en el año 1837, poco después de la exclaustración, escribió lo siguiente:

“La extinción total de las órdenes religiosas es el paso más gigantesco que hemos dado en la época presente; es el verdadero acto de reforma y de revolución. A la generación actual le sorprende no hallar por parte alguna las capillas y hábitos que viera desde la niñez, de tan variadas formas y matices como eran multiplicados los nombres de benitos, gerónimos, mostenses, basilios, franciscos, capuchinos, gilitos, etc., ¡pero no admirarán menos nuestros sucesores la transformación, cuando tradicionalmente solo por los libros sepan lo que eran los frailes y cómo acabaron, y cuando para enterarse de sus trajes tengan que acudir a las estampas o a los museos! ¡Entonces sí que ofrecerán novedad e interés en las tablas El diablo predicador, La fuerza del sino y otras composiciones dramáticas en que median frailes!”.

Estos cambios sociales debidos a la desamortización se dejan notar en el cambio del aspecto exterior de las ciudades. Por ejemplo, Madrid gracias a Salustiano de Olózaga, que era el gobernador de la capital, mandó derribar diecisiete conventos, dejando de estar “ahogada por una cadena de conventos”.

LA ECONOMÍA

Las principales consecuencias económicas fueron:

  • Saneamiento de la Hacienda Pública, que ingresó más de 14. 000 millones de reales procedentes de las subastas.
  • Se produjo un aumento de la superficie cultivada y de la productividad agrícola; asimismo se mejoraron y especializaron los cultivos gracias a nuevas inversiones de los propietarios.
  • Se extendió considerablemente el olivar y la vid en Andalucía. Todo ello sin embargo influyó negativamente en el aumento de la deforestación.
  • La mayoría de los pueblos sufrieron un revés económico que afectó negativamente a la economía de subsistencia, pues las tierras comunales que eran utilizadas fundamentalmente para pastos pasaron a manos privadas.
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DESASTRE CULTURAL

Muchos cuadros y libros de monasterios fueron vendidos a precios bajos y acabaron en otros países, aunque gran parte de los libros fueron a engrosar los fondos de las bibliotecas públicas o universidades.

Muchos fueron a parar a manos de particulares, que sin tener noción del valor real de los mismos, se perdieron para siempre.

Quedaron abandonados numerosos edificios de interés artístico, como iglesias y monasterios, con la subsecuente ruina de los mismos, pero otros en cambio se transformaron en edificios públicos y fueron conservados para museos u otras instituciones

Consecuencias Políticas

Uno de los objetivos de la desamortización fue permitir la consolidación del régimen liberal y que todos aquellos que compraran tierras formaran una nueva clase de pequeños y medianos propietarios adeptos al régimen.

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Sin embargo, no se consiguió este objetivo, al adquirir la mayor parte de las tierras desamortizadas, particularmente en el sur de España, los grandes propietarios, como ya se ha comentado.

La mitad de las tierras que se vendían habían formado parte del comunal, las tierras comunes a los campesinos y gente rural. Las zonas rurales aún hoy suponen el 90 % del territorio de España. Las tierras comunales completaban la precaria economía de los campesinos, ya que suponían recolección de frutos o pasto y eran mantenidas y gestionadas por toda la comunidad.

Su desamortización significaba la destrucción de sistemas de vida y organizaciones populares de autogestión centenarias.

AFECCIONES AL MEDIO AMBIENTE

La desamortización supuso el paso a manos privadas de millones de hectáreas de montes, que acabaron siendo talados y roturados, causando un inmenso daño al patrimonio natural español, lo cual aún hoy es perceptible. En efecto, el coste de las reforestaciones, en curso desde hace setenta años, supera en mucho a lo que entonces se obtuviera de las ventas.

Las desamortizaciones del siglo XIX fueron seguramente la mayor catástrofe ecológica sufrida por la Península Ibérica durante los últimos siglos, particularmente la llamada desamortización de Madoz. Enormes extensiones de bosques de titularidad pública fueron privatizadas en esta desamortización.

Las clases poderosas compraron las tierras, en su mayor parte, pagaron las tierras haciendo carbón vegetal del bosque mediterráneo adquirido. Así esquilmaron todos los recursos de esos montes inmediatamente después de adquirirlos, y buena parte de la deforestación ibérica se originó en esa época, causando la extinción de gran número de especies vegetales y animales en esas regiones.

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Las ciudades

La desamortización de los conventos contribuyó a la modernización de las ciudades en el aspecto urbanístico. Se pasó de la ciudad conventual, con grandes edificios religiosos, a la ciudad burguesa, con construcciones de más altura, ensanches y nuevos espacios públicos.

Los antiguos conventos se transformaron en edificios públicos, museos, hospitales, oficinas, cuarteles, otros se derribaron para ensanches y nuevas calles y plazas, y algunos se convirtieron en parroquias o tras subasta pasaron a manos privadas.


BIBLIOGRAFIA

Caro Baroja, Julio. “Historia del anticlericalismo español”. 2008. Caro Raggio. Madrid.
Giménez López, Enrique (1996). “El fin del Antiguo Régimen. El reinado de Carlos IV”. 1996. Historia 16-Temas de Hoy. Madrid.
Tomás y Valiente, Francisco. “El marco político de la desamortización en España”. 1972. Ariel. Barcelona.
Martín Martín, Teodoro. “La desamortización Textos político-jurídicos”. 1973. Editorial Narcea. Madrid.


NOTAS

(1) Es un término jurídico procedente del latín ab intestato (sin testamento), que se refiere al procedimiento judicial sobre la herencia y la adjudicación de los bienes del que muere sin testar o con un testamento nulo, pasando entonces la herencia, por ministerio de la ley, a los parientes más próximos.
(2) Se denomina bien baldío o terreno baldío al terreno urbano o rural sin edificar o cultivar que forma parte de los bienes del Estado porque se encuentra dentro de los límites territoriales y carece de otro dueño.
(3) El vale real fue un título de deuda pública de la Monarquía de España creado en el año 1780 bajo el reinado de Carlos III y con valor de papel moneda, aunque no de curso forzoso, para hacer frente al grave déficit de la Real Hacienda provocado por la intervención de España en favor de los colonos rebeldes durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos.
(4) La capellanía o beneficio eclesiástico es una «institución hecha con autoridad de Juez Ordinario y fundación de rentas competente con obligación de Misas y algunas con asistencia a la Horas Canónicas. Las hay colativas, perpetuas y otras ad nutum amovibles.
(5) Senareros son los que cultivaban una “senara”: un pedazo de tierra pequeño que le cedía el dueño de la tierra a su capataz o a sus jornaleros para que la cultivaran en provecho propio. Casi siempre se consideraba como una parte del pago del jornal.
(6) Pareja de bueyes, mulas o cualquier otro animal que trabajan unidos, por medio de un yugo, con el fin de realizar labores en el campo.
(7) Las obras pías eran fundaciones que implicaban la donación de un capital, destinado a apoyar a los sectores desprotegidos de la sociedad, como huérfanos, viudas, doncellas sin dote y pobres.
(8) Realengo es la calificación jurisdiccional que tienen los lugares dependientes directamente del rey, es decir, cuyo señor jurisdiccional es el mismo rey. Se utiliza como término opuesto a señorío. Es propia del Antiguo Régimen en España, pero similar a la situación del resto de Europa Occidental.

La pandemia franquista de la que nadie habla

La poliomielitis adquirió carácter pandémico a finales de los años 40, y alcanzó mayor intensidad entre los 50 y principios de los 60.

Autor: Javier Merino

Fuente: elsaltodiario.com 19/11/2020

La dictadura nacionalcatólica ocultó deliberadamente la pandemia de poliomielitis, acaecida entre los años 50 y 60, en aras de construir una artificiosa raza española. Hoy viven en el Estado español entre 40.000 y 50.000 supervivientes de una enfermedad hoy dada prácticamente por erradicada. Reclaman un reconocimiento como víctimas del franquismo.

“Dios mató a mi madre cuando estaba dando a luz. Dios me dio un ladrón por padre. Cuando era veinteañero, Dios me dio la polio, que contagié una vez a una docena de niños, probablemente más, incluida la hermana de Marcia, incluido usted, casi con toda seguridad. (…) ¿Hasta dónde debería llegar mi amargura? Dígamelo usted”.

Philip Roth, Némesis.

A finales del pasado mes de agosto, los medios de comunicación pasaron de puntillas por una noticia de una importancia histórica considerable: se había logrado erradicar la poliomielitis en África, un virus que mata la musculatura. Hubo quien lo hizo notar en redes sociales con excesiva euforia creyendo que lo habíamos vencido definitivamente —entre los que me incluyo— pero lo cierto es que el virus todavía no ha sido erradicado totalmente en el mundo. Aún hay casos en Afganistán y Pakistán. No obstante, es una noticia de enorme relevancia, puesto que se trata de una enfermedad de consecuencias terribles para la que no existe cura y a la que solo es posible eliminar mediante la prevención, es decir, con una vacuna que es efectiva al 100%.

La poliomielitis siempre ha estado entre nosotros y, como en muchas otras cosas, los egipcios fueron los primeros en dejarnos una clara evidencia de su existencia en una estela del Reino Nuevo. Pero entre los siglos XVIII y XIX se comenzaron a experimentar brotes hasta que en el siglo XX se declaró una pandemia. A lo largo de la historia, grandes personajes han sido víctimas de ella, entre ellos, el emperador Claudio, Franklin Delano Roosevelt, Frida Kahlo, Arthur C. Clarke, Francis Ford Coppola o el físico Robert Oppenheimer.

Ahora todo es covid-19. Yo suelo decir que, incluso quienes no hemos padecido el virus (o eso creemos), sufrimos las consecuencias de su existencia. Desde marzo, ni un solo día hemos dejado de hablar de ello; ni un solo día hemos podido ver un programa en televisión en el que no se hable de ello; ni un solo día hemos podido leer un periódico o revista que no mencione el virus; ni un solo día sin temor. El virus nos ha infectado doblemente, y su impacto ha sido tan grande que, rápidamente, se buscaron precedentes de pandemias en la historia, apareciendo al momento la peste negra del siglo XIV, la gripe de 1918 o la viruela. Pero apenas ningún medio ha rescatado la pandemia de poliomielitis que hubo en la España franquista entre finales de los años 50 y principios de los 60 del siglo pasado. ¿Por qué motivo? Puedo entender que esto lo omita el panfleto que dirige Jiménez Losantos, pero no concibo que los grandes medios de comunicación se lo hayan callado.

Al ser de pago, la mayor parte de la población no pudo permitírse la vacuna

La poliomielitis podía matar fulminantemente y, en el mejor de los casos, dejaba gravísimas secuelas paralíticas. En nuestra memoria quedan los famosos pulmones de acero, que se convirtieron en una cárcel de la que muchos no podían salir si querían seguir vivos. Ahora vemos por las calles personas en sillas de ruedas, con muletas, con bastones, con órtesis o prótesis en las piernas que les son absolutamente imprescindibles para desplazarse. Forman parte del paisaje, son las víctimas vivientes de la polio, un virus que ha afectado a uno de los grupos poblacionales más vulnerables: los niños. A modo de comparación, podemos decir que el número reproductivo básico (R0, variable por la que se estima la velocidad con que una enfermedad puede propagarse) de la covid-19 oscila entre 1 y 3,5, mientras que el de la polio oscila entre 5 y 7. La poliomielitis pasó a ser el problema de salud pública más aterrador de la época de la posguerra, tanto en EE UU como en Europa. Sobran las palabras.

España, con la instauración de la dictadura franquista, quedó excluida hasta 1950 de varios organismos internacionales. A consecuencia de ello, hubo un retroceso científico y en la modernización sanitaria por los efectos de la contienda y por el exilio forzoso de grandes figuras de la ciencia y de la medicina. Además, la pobreza y las condiciones de posguerra provocaron una elevación de la morbilidad y mortalidad por enfermedades infecciosas. La poliomielitis adquirió carácter pandémico a finales de los años 40, y alcanzó mayor intensidad entre los 50 y principios de los 60 hasta la primera campaña de inmunización; casi nueve años después de disponerse de la vacuna inyectable Salk, y tres después de contarse con la vacuna oral Sabin. Este hecho refleja la resistencia del régimen franquista a reconocer que la polio constituía un importante problema de salud pública en nuestro país. No lo hizo hasta 1958, en la inauguración del V Simposio de la Asociación Europea contra la Poliomielitis celebrado en Madrid.

A partir de ese año, la Dirección General de Sanidad (DGS) dio comienzo a una campaña de vacunación engañosa. A pesar de que Salk se negó a hacerse multimillonario patentando la vacuna (su respuesta “no hay patente, ¿acaso se puede patentar el sol?”, ha quedado para los anales de la historia), los dirigentes españoles consideraron que las características de la vacuna complicaban la labor, tanto por administrarse en tres dosis inyectables —lo que implicaba tiempo y personal— como por la necesidad de conservación —lo que se traducía en un encarecimiento para su traslado y aplicación—. Este fue el motivo esgrimido por el Gobierno para que la vacunación no fuese gratuita. Como consecuencia, al ser de pago, la mayor parte de la población no pudo permitírsela.

No hubo ninguna tipo de ayuda a las víctimas de la poliomielitis, ni durante la pandemia ni en los años que siguieron

Agobiado por las presiones internacionales, el 26 de enero de 1963 el Ministerio de Gobernación español dictaba las pautas para proceder a la vacunación antipoliomielítica en los niños a través de una Orden enmascarada bajo el título Normas en cuanto a las obligaciones y facultades de la Dirección General de Sanidad en materia de Medicina Preventiva (vacunación antipoliomielítica). Nuestra dictadura fascista dictaba políticas para la “protección de la infancia” —interpretada por el franquismo como bien social antes que como sujetos—, que habían derivado más hacia la enseñanza y el adoctrinamiento que hacia una mejora de la sanidad pública. En este contexto, la enfermedad y sus secuelas fueron un desafío al discurso del régimen pronatalista y regeneracionista; el niño poliomielítico chocaba con el pueblo sano y fuerte concebido para forjar una España imperial, grande y libre.

No hubo ninguna tipo de ayuda a las víctimas de la poliomielitis, ni durante la pandemia ni en los años que siguieron. Los afectados tuvieron que utilizar sus propios medios económicos, por un lado, para salir adelante, encontrar la información necesaria y acceder a medidas de rehabilitación; y, por otro, para mejorar su calidad de vida mediante la adquisición de aparatos ortopédicos, la realización de adaptaciones en su vivienda, así como procurarse una formación profesional que les permitiera su integración en la sociedad y su independencia económica.

No existe estadística fiable sobre cuántos sobrevivientes de la poliomielitis de mediados del siglo pasado existen en la actualidad. En el mundo se estima que pueden ser unos 20 millones de personas, distribuidas por todos los países. En España cabe pensar entre 40.000 y 50.000. Por tanto, podemos concluir que la cantidad de contagiados fue mayor, pero los datos son imposibles de contrastar puesto que con la modernización sanitaria llevada a cabo con el advenimiento de la democracia, muchos expedientes e informes fueron destruidos en hospitales y centros sanitarios. Lo cierto es que se desconoce el número de muertos reales en estos últimos 70 años.

Pero esto no es todo, desgraciadamente no hemos llegado aún al final de este vía crucis. La enfermedad produce unas secuelas que deterioran gravemente la calidad de vida durante el proceso de envejecimiento. Es el llamado Síndrome Pospolio (SPP). El término hace referencia al desarrollo de nuevos síntomas neurológicos, en especial debilidad muscular, atrofia y fatiga musculares nuevas que no son explicables por ninguna otra causa médica, y que aparecen después de más de 15 años de la infección aguda. Se estima que afecta del 20% al 85% de individuos con antecedentes de poliomielitis en la infancia. Las secuelas son terribles: los afectados experimentan una mayor sensibilidad al frío y los dolores en espalda, extremidades superiores e inferiores, zona lumbar y zona del cuello son el pan nuestro de cada día. Otras partes del cuerpo que en principio se vieron libres del virus, ahora también experimentan dolor y deterioro al haber tenido que ser utilizadas más de la cuenta para auxiliar a las partes infectadas. Nada mejor que ver el documental de la TV3 Polio, crónica de una negligencia para comprender el alcance de la pandemia.

La dictadura impidió la vacunación universal gratuita, y cuando se vio forzada a actuar, era demasiado tarde. Miles de niños vieron sus vidas truncadas

Traer estos terribles hechos aquí y ahora tiene una doble motivación. En primer lugar, reflejar en qué consiste exactamente la responsabilidad de un gobierno en cuanto a la salud de los ciudadanos. Estamos viendo y oyendo a diario, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales, hablar de la actuación criminal del actual gobierno. Soy el primero que admite, sin reservas ni concesiones, que ni este ni ningún otro gobierno en el mundo han actuado de la mejor manera posible en la lucha contra la pandemia. Pero esto se ha debido más a la facilidad con la que se contagia el virus, a que la movilidad es un elemento catalizador de su propagación, a nuestra propia irresponsabilidad personal que deriva en actitudes insolidarias, y a que nos enfrentamos a algo para lo que no existe antídoto.

Más que negligencia ha habido desconocimiento. Más que premeditación o alevosía, ha habido improvisación. Pero con lo ocurrido en España con la pandemia de polio tenemos un claro ejemplo de lo que es una actitud claramente criminal. La dictadura impidió la vacunación universal gratuita, y cuando se vio forzada a actuar, era demasiado tarde. Miles de niños vieron sus vidas truncadas.

En segundo lugar, evidenciar públicamente algo que quienes contrajimos la enfermedad ya sabemos: somos, afortunadamente, una especie en vías de extinción. Cuando nosotros hayamos desaparecido del mapa, el virus ya habrá sido totalmente derrotado y no habrá más enfermos de polio. Y no queremos indemnizaciones, no queremos compasión, no buscamos venganza, ni siquiera justicia porque eso ya es imposible. Lo que nos gustaría a muchos como yo es que se nos reconozca como víctimas del franquismo. Porque a pesar de que los partidarios de la República asistimos con resignación a la muerte o desaparición de nuestros padres o abuelos, con la polio también sufrieron las consecuencias muchos partidarios del régimen, convirtiéndonos así a todos en una secuela viviente de aquella infame dictadura nacionalcatólica que ocultó deliberadamente el problema en aras de construir una artificiosa raza española. Los anticuerpos españoles no funcionaron y dieron pie a una prolongación en el tiempo de la Leyenda Negra.

Por Navidad, todos a casa

Soldados británicos en la I GM

Autor: JESÚS ESPELOSÍN

Fuente: nuevatribuna.es 20/11/2020

Julio 1914. Europa se encuentra en máxima tensión después de varios años de prolongación de aquella paz que Bismarck había propiciado manteniendo el equilibrio entre las cinco potencias europeas. Pero aquello no se sostenía y la guerra parecía inevitable, además de que, se pensaba, podía ser una solución. «La guerra que acabaría con todas las guerras» llegó a decirse.

Por otra parte, la experiencia de las guerras del siglo XIX, después de las napoleónicas, decía que una guerra era cosa de pocos meses, no más de seis en el peor de los casos. Por eso, en Reino Unido se hizo famosa la frase de «Por Navidad, todos a casa«. Se refería a la vuelta de los muchachos que había enviado al frente en tierras francesas y belgas. Después, es sabido que, dividido en dos guerras mundiales, aquello no acabó hasta 1944.

La guerra contra el coronavirus, que debiera ser más mundial que las dos tan famosas del siglo pasado, no la estamos tratando como tal, los norteamericanos, al igual que en las dos guerras mundiales ya mencionadas, entraron tarde

Misma preocupación, la Navidad de 2020, parece existir hoy en la guerra contra el  coronavirus. Puede leerse que se están haciendo planes para que el virus nos dé una tregua en Navidad que permita a las familias reunirse en torno al belén, al abeto y, sobre todo, al pavo, en esos días tan entrañablemente distintos en los que hasta los cuñados son bien recibidos. Pero resulta que el coronavirus no es como aquellos soldados franceses y alemanes que en la noche del 24 de diciembre de 1914 salieron momentáneamente de las trincheras y dejaron de dispararse durante unas horas para pasar su Navidad. El virus, como no tiene sentimientos, no puede ponerse sentimental y, por tanto, no va a dar una tregua navideña. Mas bien, es de esperar que, favorecido por la cercanía de las personas, la concentración de las mismas y cierta efusividad, derivada de la situación, el virus haga su agosto en diciembre.

El hombre, y también la mujer desde las leyes de igualdad, es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y, parece, que estamos dispuestos a tropezar nuevamente con esta piedra navideña pensando que la realidad va a ser como la deseamos sin hacer mucho para que así sea. Porque, además, esto de la Navidad no es lo único que no hemos aprendido.

La guerra contra el coronavirus, que debiera ser más mundial que las dos tan famosas del siglo pasado, no la estamos tratando como tal. Primero, porque hemos renunciado a tener un Estado Mayor. La Organización Mundial de la Salud, que debiera haber cumplido ese papel, está tan desprestigiada que nadie hace caso de sus recomendaciones. Debido a eso, cada cual hace la guerra por su cuenta, y nunca mejor empleada la frase. Frente a la unidad de acción del virus, cuya única estrategia, táctica, actividad y ocupación es reproducirse, cosa que hace con enorme facilidad y eficacia, los demás utilizamos multitud de respuestas.

Los norteamericanos, al igual que en las dos guerras mundiales ya mencionadas, entraron tarde. Esta vez no les podemos atribuir la «zona cero» de la gripe llamada «española» de 1918, pero el que el virus haya podido extenderse en una población de más de 300 millones de personas antes de que Trump se enterase del problema, no ha ayudado al caso. Y, mas, habida cuenta del papel de líder del mundo occidental que tienen atribuido. Quizás ese papel de liderazgo ha podido influir en que paises como México o Brasil, con gobernantes trumpistas y poblaciones millonarias, siguieran su ejemplo de negar la evidencia.

Pero es que, en Europa la respuesta ha sido, aunque temprana, dispersa. Habrá mucha reunión telemática entre responsables sanitarios y/o políticos pero la falta de unas directivas de Bruselas tan precisas como las que marcan el tamaño de las naranjas, por ejemplo, ha evitado la acción conjunta. Luego, la soberanía de cada país se ha encargado de que la lucha europea contra el coronavirus pueda recordarnos al gran Pancho Villa de sus mejores tiempos.

Excepto en España donde, además, el coronavirus nos pilló con el pie cambiado de una sanidad descentralizada en 17 responsables de su gestión, una por cada una de las comunidades autónomas en que está dividido nuestro país. Eso ha hecho que Sánchez no haya podido actuar como la admirada Merkel, la ciudadana prusiana que no tenía que convencer a 17 personas de lo que debía hacerse y ha actuado con la determinación de sus antecesores, no voy a decir como Hitler (que no era prusiano) pero si como Bismarck. Y he empezado por decir que excepto en España porque, estoy escribiendo de memoria, creo que somos la excepción en esa forma de proceder.

Eso de tomar decisiones por comunidades se ha llevado, no solo hasta el nivel territorial del municipio, si no al de barrios y, en algún sitio como Madrid, hasta la división administrativa de «zona sanitaria». Bien, no voy a ser yo, desde mi ignorancia en la materia, quien diga cómo debe hacerse, pero me extrañaría mucho que una pandemia mundial se combatiese como se hace en el mus cuando las cosas van mal: cada uno con las suyas.

Y, desde luego, que nadie piense en una tregua viral navideña. Podemos empeñarnos en levantar las restricciones una vez que se enciendan las luces multicolores de muchas calles españolas, pero, en ese caso, quien se va a dar un atracón en esas fiestas va a ser el virus.

Ah, y ya que estamos, Feliz Navidad.

¡Ejerced la caridad! Comprad botas y zapatos para que los niños no vayan nunca descalzos

Zaragoza 1920. Vendiendo roscones frente Iglesia San Pablo. Fotografía de M.M. Chivite.

Autor: CÁNDIDO MARQUESÁN MILLÁN

Fuente:nuevatribuna.es 12/05/2020

El Boletín de Híjar (provincia de Teruel), cuyo Director era mosén Luís Turón, inserto en la “Hoja Catequística Semanal”, impresa por el Arzopispado de Zaragoza y creada por mosén Pedro Dosset, sacerdote hijarano y cuyo ministerio lo desempeñaba en los años 20 del siglo XX en la parroquia de San Pablo de Zaragoza, nos sirve para conocer el mensaje de la iglesia católica, claro y diáfano y profundamente conservador a nivel social, dirigido a los campesinos de Híjar.

En algunos Boletines de Híjar, en concreto, en los números 143, de 5 de diciembre de 1920; y en el nº 149 de 5 de abril de 1921, aparece un artículo, que por su amplitud debe insertarse en varios Boletines, bajo el título de “Origen de la propiedad”. Las razones de ocuparse de esta cuestión se debía a que desde los movimientos socialista, comunista y anarquista preconizaban la abolición de la propiedad privada. La Iglesia católica debía buscar argumentos para que los propietarios pudieran sentirse aliviados, ante la posibilidad de su desaparición.

Las ideas principales del artículo susodicho son las siguientes. Comienza señalando que sobre el origen de la propiedad se han barajado fundamentalmente tres teorías.

1ª) La teoría del “Pacto Social”, defendida por Van Pufendorf, Ronrean y Hobbes. Según ella la propiedad surgió de un pacto o convenio que hicieron los hombres en un principio. Anteriormente todo era de todos, pero esto generaba problemas, ya que todo el mundo quería coger siempre lo mejor. Todo el mundo quería el mejor campo, los mejores frutos, los mejores productos, que ofrecían la naturaleza. Como consecuencia de las tensiones generadas ya que todos los hombres deseaban lo mejor para sí, se llegó a una situación en la que era imposible vivir en paz y concordia. Por ello en determinado momento, los hombres reunidos, acordaron, pactaron, convinieron que cada uno tuviese un trozo de tierra para cultivar, aunque no puede saberse si este reparto se hizo por sorteo, por mayoría de votos o por la fuerza. Este acuerdo, este pacto es, según esta teoría, el origen de la propiedad. El articulista la rechaza argumentando que en ningún pueblo ha quedado constancia de este proceder. Y si este hubiera sido el origen de la propiedad debería haber permanecido alguna documentación histórica. Y no la vemos por ninguna parte. Está teoría del pacto social debemos rechazarla como falsa. Es la que defienden en estos momentos los comunistas y los bolcheviques.

2ª) El derecho de propiedad se basa en una “Ley humana”. El derecho de propiedad, según el articulista, no puede tener  su fundamento en ninguna Ley humana. Esta teoría no tiene menos inconvenientes que la del pacto social, y puede rechazarse con los mismos argumentos. Si una Ley humana crea el derecho de propiedad, ese derecho podría ser suprimido por los poderes públicos, a través de una nueva Ley derogando la Ley anterior. Esto es lo que persiguen los socialistas, quieren alcanzar una mayoría en el Parlamento para cambiar la Ley y privar de los bienes a los propietarios con una indemnización. Esta teoría es falsa y no vale, el derecho de propiedad es anterior a la Ley. La Ley no puede crear el derecho de propiedad en todo caso lo único que hace es sancionarlo.

3ª) El derecho de propiedad  tiene un “Origen divino”. Es según el articulista la única verdadera. Argumenta del siguiente modo. Dios ha creado al hombre para vivir en sociedad; le dio el derecho de formar una familia, le impuso la obligación de criar a los hijos, le dotó de inteligencia y de razón previsora. Para poder cumplir todos estos objetivos le confirió el derecho de propiedad. Sin ella el hombre no puede socializarse, ni tener una familia, ni mantener a unos hijos. La propiedad es sagrada e ir contra ella es ir en contra de los designios divinos.

En otro Boletín de Híjar, de abril de 1921, nuestro redactor se adentra en un problema arduo y difícil, como es el poder explicar y justificar las enormes desigualdades que se presentan en la sociedad. ¿Hasta qué punto  se puede mantener incólume la propiedad privada frente a la miseria de muchos hombres? Aparece una respuesta clara y contundente a esta pregunta. La argumentación es la siguiente.

Nadie, dice León XIII en su Encíclica Rerum Novarum, está obligado a aliviar el prójimo, disponiendo de lo que le es necesario para sí o para su familia, ni disminuyendo nada de lo que el decoro impone a su persona; pero, una vez satisfecha la necesidad y el decoro, es un deber emplear lo superfluo en beneficio de los pobres y menesterosos. Pero ahí está el problema; ¿Qué podemos entender por superfluo?

Nuestro articulista continua argumentando que según Santo Tomás existen tres tipos de bienes; los primeros, los que son necesarios para poder vivir y mantener a la familia; los segundos, los que nos permiten vivir conforme a nuestra condición social (pagar a los criados, mantener la casa con todos sus lujos, coches, conforme al nivel social de cada uno); los terceros son aquellos no indispensables ni para vivir ni para mantener nuestro rango social. Hecha esta distinción de raíz tomista, afirma que los primeros no debemos ni tenemos la obligación de usarlos para socorrer a los pobres; los segundos podemos darlos pero no es obligatorio; los terceros si que debemos usarlos para satisfacer las necesidades del prójimo necesitado. Como vemos, se inclina por la vía de la caridad como solución de los problemas sociales, sin entrar a fondo en la auténtica raíz de las injustas desigualdades sociales, que no es otra que la insultante e injusta repartición de la propiedad. Esa vía de la caridad queda perfectamente reflejada en la poesía del final del artículo, de la cual he extraído un fragmento para titular el escrito.

En el Boletín de Híjar, nº 148, de 9 de enero de 1921, aparece una especie de parodia, bajo el título “Un Ensayo de Comunismo”. El objetivo es claro, transmitir la idea de que es inviable cualquier doctrina de carácter socialista o comunista, pero, dicho todo ello, en un lenguaje claro que lo pudiera entender cualquiera. Didácticamente es todo un alarde en el uso de unos medios adecuados para transmitir claro un mensaje, para un público con muy escaso nivel cultural. Merece la pena reparar en el desprecio que se vislumbra a la hora de caracterizar a determinados personajes, difícil de comprender siendo un Boletín de la Iglesia católica. Es como sigue:

“En el pueblo de Villatonta, provincia de Babia, y partido judicial de Bóbilis, arraigaron tan hondamente las teorías socialistas y comunistas que un día se llegó a proclamar la república de los soviets, para imitar a la afortunada Rusia. Elegido jefe del Soviet el barbero de Villatonta, en cuya casa venía funcionando el Club comunista, se procedió al ensayo del reparto social en la forma que van a ver mis lectores.

Ciudadanos- decía el barbero presidente del Soviet a los vecinos de Villatonta, congregados en asamblea magna-, llegó por fin la hora feliz en que vamos a proceder al reparto de bienes entre los vecinos del pueblo. Si, señores, se procederá a hacer justicia equitativa y se atenderán todas las reclamaciones de los pobres. Los ricos… ¡Qué se revienten! ¡Ya era hora!

-¡Bravooooo!- vociferaron a una todos los que solamente poseían la camisa que llevaban.

-¡Mueran los ricos!- gritó el Canillas, el enterrador.

-Pido la palabra- dijo un jornalero- Yo quiero que se apruebe su mercé al presidente y los que repartan de que mi amo traga como un buitre, y tiene auto, y yo quiero el auto y mucho parné, y fumar buenas brevas… Mi amo será mi chofer.

-Bueno, se concederá lo que pide el ciudadano.

-¡Viva la igualdaaaaaa! ¡Vivaaaa!

-Yo también quiero auto-vociferó otro -y fumar buenos puros, y beber champán y comer bien, y descansar, que ya hi trabajao bastante.

-¡Y yo también! ¡Y yooo! -gritaron todos.

-Señores, eso no puede ser -dijo el barbero- porque no habrá autos, ni brevas, ni champán para todos.

-¡Abajooo!, contestaron muchos.

-Señores, repitió Rapabarbas, disimulando el mieditis que sentía al ver aquella tormenta incipiente, haiga calma y serenidá en el pueblo soberano. Exponga cada cual sus justas aspiraciones y se atenderán las reclamaciones endeviduales de cada uno.

-Pués yo lo que pido es mucho parné -gritó un zanganote muy devoto del dios Baco.

-Y nosotros lo mismo -contestaron a una todos los malos trabajadores de Villatonta.

-Pero señores -repuso el presidente Rapabarbas-, ustedes piden la luna y eso no puede ser. Todos quieren mucho dinero y no hay dinero para todos. Hay que armonizar el capital con le trabajo, y limitar las aspiraciones para que así se pueda conceder a los ciudadanos lo que pidan.

-Pues yo -contestó un vago de profesión- nunca hi trabajao, ni pienso, porque me prueba muy mal, y ahora que va a ser el reparto de bienes, menos que menos. Lo que quiero es vivir muchos años pa gozar. ¡Viva la igualdaaa ¡

-¡Que trebajen los ricos!- gritó el Chupahuevos que, desde su más tierna infancia, le pegó 5 tiros al trabajo.

-Señores- replicó el presidente Rapabarbas- si no limitan sus aspiraciones no nos entenderemos. Tengan muy presente que el trabajo es la fuente de la riqueza, y si todos quieren el dinero. ¿Quién trabajará? Y si no quieren trabajar. ¿Para qué servirá el dinero? Hay que armonizar el capital con el trabajo, entiéndanlo bien.

-¡Viva la armonía y la igualdá!- gritó Crispín el zapatero.

-Pido la palabra- gritó el tío Cuco- Yo quiero que cuando hagan el reparto, me den el olivar del Seco y la viña del Caparranas, que están junto a mis campos.

-El olivar es mío, ¡so mostillo!- vociferó el Seco.

-Y si alguien me quita la viña- añadió Caparranas- lo trataré como a las ranas; mi trabajo me ha costao.

-Es que ahora- replicó Rapabarbas- ya no hay mío, ni tuyo, sino que todo es de todos.

-¡Fuera, ese embustero!- gritaron varios propietarios, al ver los humos que gastaba el Caparranas; y al mismo tiempo voló por los aires un pedrusco anónimo que aterrizó en las costillas del repartidor, y le hizo besar el santo suelo.

-¡Burros, animales!- vociferó el barbero, levantándose y huyendo acosado de puntapiés y cachetes sin firma.

Entonces se armó la más gorda. Unos pedían dinero en abundancia, otros los mejores campos de la huerta, etc, etc.

-La casa de Caparranas será mía desde hoy- vociferó el enterrador que sólo tenía las sepulturas donde caerse muerto.

Y acto continuo, Caparranas defendió su derecho de propiedad, alegando como prueba justificante un garrote de carrasca con el cual dio al pretendiente una paliza fenomenal.

Unas mujeres se agarraron del moño por disputar de quién habían de ser 8 lechoncitos y la puerca criadera del molinero.

-¡Ladrona, más que ladrona!- decíanse mutuamente-, los lechoncitos son míos. Y tirón va, tirón viene, llegaron a decirse raca, se arrancaron el moño, los maridos tomaron parte en la cuestión, y allí hubo gritos, palos, y sobró leña para toda la generación de Villatonta.

Si antes de la cacareada repartición no se entendieron los villatontinos. ¿Qué sería cuando llegará a ser un hecho? Esto es lo que se preguntaban, al retirarse a sus casas después de la pelea, mustios los semblantes, y rascándose en las costillas el escozor, que les habían dejado como recuerdo los estacazos repartidos, antes de la repartición de bienes.

Y esto deben de preguntarse también los bobalicones que se tragan las famosas patrañas del comunismo.”

En la misma línea, sin apartarse lo más mínimo de las líneas anteriores, en otro Boletín de Híjar, el nº 132, de 19 de septiembre de 1920, aparece la siguiente poesía:

-Siendo ayer día de moda
¿Por qué no fuiste al teatro?
-Preguntó a la niña Pura
su buena amiguita Amparo.
-Porque ayer vi a un pobre niño
pisando nieve descalzo,
y hoy voy a comprarle botas
con lo que costaba el palco.-
Imitad, jóvenes bellas,
de Purita el noble rasgo;
privaos algunos días
de ir a ciertos espectáculos,
y con el mismo dinero
que allí pensabais gastaros,
¡ejerced la caridad!
comprad botas y zapatos
para que los niños pobres
no vayan nunca descalzos.

Los católicos y la política en la Europa de finales del XIX

León XIII

Autor: EDUARDO MONTAGUT

Fuente: Nueva Tribuna, 18/07/2020

El catolicismo tuvo un evidente protagonismo en todos los movimientos contrarrevolucionarios, de signo legitimista (el carlismo en España, por ejemplo) o muy conservador en la época revolucionaria. Su gran formulación sería el ultramontanismo con un fuerte carácter integrista frente a los modernos Estados. Roma no aceptaba la nueva situación política generada por el triunfo del liberalismo, el avance del laicismo, ni por la creciente secularización de la sociedad ni, por supuesto, por un cada vez más extendido anticlericalismo.

El ultramontanismo se fomentó con el papa Pío IX. El Vaticano perseguía con esta idea liberar al Papado de la dependencia de los poderes civiles y dar más libertad de acción a la Iglesia, especialmente, cuando se consideró como prisionero en Roma, ya que la recién creada Italia le había despojado de los Estados Pontificios.

Pero cuando León XIII fue elegido papa se introdujeron cambios importantes en la forma en la que los católicos debían afrontar la vida política, superando, al menos, la hostilidad beligerante del pasado. En Alemania se produjo el conflicto del Kulturkampf, provocando un fenómeno que tendría fuertes influencias en el resto de Europa, la creación de un partido político específicamente confesional, el Zentrum católico, y que tuvo un enorme peso como oposición política en Alemania a partir de la década de los años setenta hasta el final de la República de Weimar.

El Zentrum defendía el catolicismo, los católicos y los estados alemanes con fuerte presencia de esta confesión, como Baviera o determinadas zonas del Rhin. Unía esa defensa, junto con la libertad religiosa, con una evidente preocupación social frente al poder prusiano, vertebrador del nuevo Reich. Aunque, por lo otro lado, sería un partido gobernado por la aristocracia y la alta burguesía católicas.

En Francia, la intensa política secularizadora iniciada en la década de los años ochenta, coincidiendo con la estabilización definitiva de una República, la Tercera, nacida con muy poco vigor republicano de las cenizas de Sedán y la Comuna, provocó un evidente enfrentamiento con la Iglesia Católica. Pero el papa León XIII optó por una política conciliadora en los inicios de la siguiente década. En 1892 se publicó la encíclica Au milier des sollicitudes que establecía que la Iglesia no estaba vinculada a ninguna forma de gobierno y que, por lo tanto, aceptar la República no implicaba aceptar la legislación secularizadora de la misma.

En ese momento nacería lo que se ha llamado el “catolicismo institucional”, o “derecha constitucional”, así como sus integrantes los “rallies”. Este grupo de católicos impulsados por la decisión papal deciden influir en la Tercera República en un sentido religioso tanto en lo político como en lo social. La gran figura de este grupo fue el conde Albert Marie de Mun (1841-1914), que había comenzado su carrera política en posturas muy extremas, pero que fue moderando. Interesa destacar cómo al calor de la RerumNovarum (1891), Mun y el catolicismo institucional defendieron las reformas sociales que se plantearon en la época, junto con el socialismo independiente de Aristide Briand.

En el caso español habría que citar a Alejandro Pidal y Mon (1846-1913) y su Unión Católica, fundada en 1881. Pidal pretendía buscar la unidad de los católicos que deseaban participar en el sistema político de la Restauración, aunque unos años antes criticara su establecimiento y su inductor, Antonio Cánovas del Castillo, por demasiado revolucionario. Pero Pidal no era un integrista como los Nocedal, y prefirió optar por una especie de posibilismo para influir siempre a favor de la Iglesia y de la moral católica en todos los debates legislativos que afectaran a ambas, como la confesionalidad del Estado, o contra el matrimonio civil, entre otras cuestiones. En 1883, el papa León XIII le instó a que participara intensamente en la política española, aunque no creando un partido sino apoyando al que considerara más afín. Debemos recordar que la Unión Católica no era un partido sino una asociación que en cada diócesis presidía el obispo correspondiente. Esta entrevista en Roma, junto una anterior con Alfonso XII, le animan a aceptar el puesto de ministro de Fomento, una cartera muy importante, con competencias educativas, en un gobierno del anteriormente denostado Cánovas, integrándose en el Partido Conservador. Posteriormente, tendría otras responsabilidades en el sistema de la Restauración.

Felipe V “se creía rana” y “apenas se aseaba”: cómo el rey español más trastornado pasó a la historia como un gran monarca

Montaje sobre el retrato de Felipe V que Jean Ranc hizo en 1723. El cuadro original se encuentra en el Museo del Prado de Madrid. Montaje: Pepa Ortíz

Autora: Sara Navas

Fuente: El País, 08/06/2020

Felipe V llegó a pasar 15 días postrado en la cama del palacio del Buen Retiro afirmando a gritos que estaba muerto. Tal y como confirma Eduardo Juárez, doctor en Historia Moderna, lo repetía insistentemente con la intención de demostrarse a sí mismo que seguía estando vivo. El monarca fue el primer Borbón que reinó en España y vivía obsesionado con la muerte y la enfermedad: Estuvo 30 años asegurando a todo el que quería escuchar que fallecería de forma inminente («es triste no ser creído, pero no tardaré en morir y se verá que tenía razón», le decía al cardenal Alberoni) y apenas comía porque decía que todo le sentaba mal. El quinto Felipe de la historia española, nacido en Versalles en 1683, era maníaco-depresivo, se negaba a cortarse las uñas de los pies hasta que apenas podía caminar, dormía de día y reunía a la corte de madrugada. Tampoco quería cambiarse de ropa porque tenía miedo a ser envenenado a través de ella, no se dejaba asear y sufría delirios. «Una madrugada Felipe quiso montar uno de los caballos que aparecían dibujados en los tapices del Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, pues creía que eran tan reales como él mismo», reconoce a Icon Eduardo Juárez.

«Una madrugada Felipe V quiso montar uno de los caballos que aparecían dibujados en los tapices del Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, pues creía que eran tan reales como él mismo», reconoce el doctor en Historia Eduardo Juárez

Creía ser una rana y negaba su condición humana

En otras ocasiones, el Borbón alucinaba creyendo ser una rana y como tal se comportaba en palacio. Croaba y brincaba por las estancias de La Granja negando su condición humana, pues estaba seguro de que carecía de brazos y piernas. Pero estos problemas no eran algo nuevo en la familia: su madre, María Ana Victoria de Baviera, sufrió fuertes depresiones que la llevaban a encerrarse durante días en sus aposentos sin querer ver a nadie y finalmente murió a los 30 años, cuando Felipe tenía solo seis.

Sin embargo, cómo trasciende un personaje al imaginario colectivo no siempre es un reflejo fiel de lo que realmente aconteció. A pesar de las escenas que el rey montaba en palacio de forma recurrente, logró tener muy buena prensa y ha pasado a la historia como un monarca reformador del Estado español y al que se le llamaba de forma benevolente El animoso. «Apenas se habla de que Felipe era demente, como tampoco se destaca que en el Tratado de Utrecht perdió todos los territorios españoles europeos», señala Juárez. La doctora en Historia Marina Alfonso Mola reconoce que se sabe muy poco de Felipe V, «un rey al que se le ha dedicado muy poco tiempo». La historiadora recuerda que fue el primer rey extranjero que tuvo España y eso se nota en el trato que le ha dado la historia. «Un ejemplo es que siempre se dice que la IIustración la comenzó su hijo Carlos III, pero la realidad es que fue él quien la inició», matiza Marina Alfonso.

Un rey incapaz de gobernar solo

Otro agravante que desembocó en sus salidas de tono es que al sucesor de Carlos II no se le educó para ser rey, y menos rey de España. «Siempre fue el segundón de sus hermanos y de pronto se encontró con una responsabilidad que le superaba, no se sentía capaz de estar a la altura y sufría por ello», anota Marina Alfonso. Tenía 17 años cuando, en 1700, cambió Versalles por la corte española solo y sin apenas hablar español. De ahí que el idioma que se hablara en la corte durante su reinado fuera el francés. «En La Granja todos los topónimos del jardín son palabras en francés adaptadas al castellano y tanto la abdicación como el codicilo de su testamento están escritos en ese idioma», apunta Juárez.

El primer Borbón de España fue un joven culto y abierto de mente, pero tenía serias dificultades para adaptarse. Su padre, Luis de Francia (hijo de Luis XIV), y su hermano Luis, murieron cuando él ya se encontraba en España. Estas pérdidas acrecentaron aún más la sensación de soledad y desamparo que tanto le angustiaba. «Felipe V tuvo tutores que le ayudaban a reinar porque las depresiones que padecía le impedían hacerlo. Estuvo rodeado de políticos muy capaces que terminaron gobernando por él. Felipe no quería ser rey de España, lo que quería era quedarse en Francia, por eso mandó construir La Granja, un palacio real al estilo francés donde pensaba retirarse en cuanto pudiera abdicar en su hijo Luis», explica a Icon el historiador.

Llamaba la atención el fervor sexual del rey. El mismo que sentía por la religión y que le llevaba a vivir en constante contradicción, pues cada vez que tenía relaciones sexuales, algo que ocurría a menudo, sentía la necesidad de confesarse inmediatamente para desembarazarse del pecado que acababa de cometer

Su fervor sexual le llevaba a confesarse constantemente

Además de sus manías y delirios, llamaba la atención el fervor sexual del rey. El mismo que sentía por la religión y que le llevaba a vivir en constante contradicción, pues cada vez que tenía relaciones sexuales, algo que ocurría a menudo, sentía la necesidad de confesarse inmediatamente para desembarazarse del pecado que acababa de cometer. «Le aterraba morir en pecado y, como se pasó media vida creyendo que se estaba muriendo, iba a misa a diario para que le absolvieran lo antes posible», afirma Juárez.

Felipe V se casó solo unos meses después de ser coronado rey de España con María Luisa Gabriela de Saboya, de quien terminó enamorándose con la misma obsesión que dominaba su existencia. La vida sexual del matrimonio fue ajetreada y juntos tuvieron cuatro hijos, pero en 1714 ella murió, con 25 años, a causa de la tuberculosis. Al poco tiempo de enviudar, el monarca se casó con Isabel de Farnesio, con quien tuvo siete hijos más. «El rey era muy activo sexualmente, pero muy fiel. No concebía mantener relaciones con otras mujeres que no fueran su esposa cuando se encontraba lejos de casa y se ofendía muchísimo si le ofrecían la posibilidad de hacerlo», explica Marina Alfonso Mola, que también incide en el hecho de que el Animoso fue el último rey español en ir a la guerra y dar ejemplo participando personalmente en una batalla. Precisamente durante los meses que pasaba fuera de palacio concentrado en estrategias militares su salud mental mejoraba y sus obsesiones y delirios -a los que se referían como «vapores»- apenas hacían acto de presencia.

Era ciclotímico: pasaba de no levantarse a una actividad sin freno

Sin embargo, cuando regresaba a la corte volvían sus miedos e inseguridades. Era ciclotímico: pasaba de ser incapaz de levantarse a llevar una actividad sin freno. Como explica Marina Alfonso Mola, el rey era muy responsable pero sentía una inseguridad absoluta que le paralizaba porque pensaba que se equivocaba constantemente en sus decisiones. A Felipe V le pudo una presión para la que nadie le había preparado en Versalles y su sueño no era otro que abdicar en su hijo Luis para poder retirarse a La Granja. «Él habría sido feliz siendo un noble sin ambiciones políticas», reconoce la doctora en Historia. Finalmente, logra apartarse de la corona en 1724, pero Luis I muere de viruela ocho meses después de acceder al trono, a los 17 años, y Felipe no tiene más opción que volver a tomar el mando. Aunque ya es tarde. A partir de entonces el rey nunca recobraría la cordura.

Felipe V murió a los 60 años entre enajenaciones y desvaríos a los que se sumaba una falta de higiene personal tal que cuando trataron de amortajarle al quitarle la ropa que llevaba puesta se iba también la piel

Le obsesionaba la muerte y no quería bañarse

«El rey está bajo una continua tristeza. Dice que siempre cree que se va a morir, que tiene la cabeza vacía y que se le va a caer. Y no es que tenga miedo de la muerte pues no la teme en absoluto pero le absorbe involuntariamente esta idea y no puede desprenderse de ella. Quisiera estar siempre encerrado y no ver a nadie más que las personas, muy pocas, a que está acostumbrado. A cada momento me manda a buscar al padre Daubenton o a su médico, pues dice que esto le alivia». En la biografía Felipe V, de Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw, se recoge esta carta que envió el marqués de Louville, amigo y confidente de Felipe V, al canciller Torcy.

Las salidas de tono que sufría Felipe V tuvieron lugar, en más de una ocasión, en presencia de diplomáticos que las dejaron reflejadas en la correspondencia que enviaban. «Lo cierto es que es imposible tener una visión real de lo que le ocurría al rey porque tenemos que fiarnos de lo que otros decían», opina Mola. Lo que ha trascendido es que a los 45 años la locura del rey no tenía marcha atrás. Murió a los 60 entre enajenaciones y desvaríos a los que se sumaba una falta de higiene personal tal que cuando trataron de amortajarle al quitarle la ropa que llevaba puesta -y que durante tanto tiempo se negó a quitarse- se iba también la piel. «Tuvieron que momificarle. Es el único rey de España momificado, pero fue imposible hacer otra cosa con él», afirma Eduardo Juárez.

El motivo por el que su locura que no pasó a la historia

Como afirma Juárez lo más sorprendente del caso de Felipe V es que «su locura» no haya trascendido más. Como sí ocurrió, por ejemplo, y con menos motivos, con Juana I de Castilla, popularmente conocida como Juana la Loca. El historiador lo explica así: «Por motivos políticos y dinásticos, en el caso de Juana interesó que se la tomara por loca. Con Felipe, sin embargo, no convenía». Juárez recuerda que cada persona histórica es una caricatura asociada a un momento histórico (véase el caso de Carlos II, el Hechizado). Felipe V estuvo al frente de un proceso reformista borbónico en el que no encajaba un protagonista débil y trastornado, de ahí que para conocer los padecimientos que dominaron su azarosa vida haya que profundizar en la historia.

El Seiscientos, un símbolo social de la España del desarrollismo

Fuente: marca.com

Autora: Isabel Martín-Sánchez

Fuente: Revista de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco, nº 61, 2019, 935-969 (https://doi.org/10.1387/hc.19535).

Resumen:

Uno de los símbolos más emblemáticos de la segunda mitad del siglo XX en España es el Seiscientos. Este vehículo, que recibió múltiples acepciones populares, como “pelotilla”, “Seílla”, “garbancito”, forma parte de la memoria colectiva y marcó a varias generaciones, debido, no solo a su alta demanda y difusión, sino a la amplitud del periodo de producción, que abarcó dieciséis años, desde los inicios de su fabricación, en mayo de 1957, hasta agosto de 1973, en los que se produjeron 794.406 unidades.

Pero el Seiscientos fue también el símbolo del periodo de “desarrollismo” de los años sesenta, en los que España experimentó una profunda transformación económica, social y cultural. Este utilitario fue representativo de un mayor status social: el de la clase media surgida de ese crecimiento económico.

Texto completo.

Torrijos, la forja de un héroe liberal

Autor: Juan Ignacio Samperio Iturralde

Fuente: La Aventura de la Historia, número 247.

Cuando se cumplen 150 años de la nacionalización de las colecciones del Prado, el museo dedica una exposición, El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros1886-88. Una pintura para una nación, al famoso cuadro de GisbertLa obra fue un encargo del Gobierno español presidido por el liberal Sagasta –cuyo retrato por Casado del Alisal también se expone– con destino específico para el museo. El lienzo muestra el fusilamiento de Torrijos y sus compañeros al amanecer de un domingo, el 11 de diciembre de 1831, después de ser traicionado por el general Vicente González Moreno y ser condenado a muerte por Fernando VII, en la playa de San Andrés.

Gisbert se había asociado con los liberales y, en 1860, había pintado Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo, que es un claro antecedente, y que en la exposición se ha situado frente al fusilamiento. Torrijos era un héroe nacional vinculado a la independencia española y a la lucha por la libertad. Era culto, amigo de intelectuales como Espronceda y el duque de Rivas, que le retrató en su exilio londinense en un cuadro que también se expone. En Cambridge fascinó a poetas como Shelley y Robert Boyd, que sería fusilado con él.

José María de Torrijos, 1826, por el duque de Rivas, Madrid, Museo de Historia.

Su memoria fue rehabilitada durante la regencia de María Cristina. También se hicieron grabados, alguno de los cuales están en la exposición, e incluso se levantó un obelisco en su memoria en la malagueña plaza de la Merced.

Antonio Gisbert fue director del Museo del Prado entre 1868 y 1873, y en 1885 propuso la realización del cuadro al ministro de Fomento, aprovechando que, en 1881, el Congreso había adquirido la carta que Torrijos le dirigió a su esposa antes de morir. El atrevimiento de Gisbert fue grande, pues el antecedente a superar era Los fusilamientos de la Moncloa, de Goya.

El trabajo de Gisbert es una alegoría de la dignidad ante la muerte. Para ello, flexibilizó la veracidad de los hechos, ya que Torrijos y sus compañeros fueron los primeros fusilados, y en el cuadro aparecen por el suelo varios cadáveres. También sabemos que fueron abatidos de rodillas y que no se dejó a Torrijos dar la orden de disparar, aunque Gisbert deja clara su condición de militar por las botas que calza.

La escena transcurre en una atmósfera de serena nobleza. La mano suelta en primer plano recuerda a Géricault y el sombrero de copa está sacado de un cuadro de Gerôme. Con sus rostros serenos, los que van a morir se llenan de dignidad. Sabemos que murieron dando vivas a la libertad, atados, vendados y de rodillas. Este cuadro es el equivalente a un resumen de nuestra historia durante el siglo XIX.

El programa diplomático socialista en 1918.

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Autor: Eduardo Montagut

Fuente: Nueva Tribuna.

 El Partido Socialista dedicó mucha atención en su programa a la Administración del Estado en el XI Congreso, celebrado en el otoño de 1918. En este trabajo nos acercaremos a las cuestiones diplomáticas debatidas, ya que suponían cambios profundos en un mundo tan tradicional.

Los socialistas aprobaron en la Ponencia denominada “Legislación General” la democratización de los servicios diplomáticos, junto con cambios tendentes a fomentar la eficacia de los mismos, en un momento clave de las relaciones internacionales, justo cuando finalizaba la Gran Guerra y debía construirse un nuevo orden mundial. En opinión del PSOE si no se emprendía una profunda reforma de la política internacional española se agravaría el desprestigio internacional del país. Esa reforma debía abarcar todos los órganos de la actividad exterior española para, además, contribuir a la formación de una “conciencia internacionalista en España”.

El Ministerio de Estado (Asuntos Exteriores) debía ser transformado profundamente, con una intensa reorganización del cuerpo diplomático y también del consular, equiparándolos, es decir, se pretendía una democratización de toda la estructura diplomática española, potenciando a los cónsules. Por fin, se defendía la dimensión cultural de las embajadas españolas, además de incluir la representación obrera en las mismas.

Por su parte, Antonio Fabra i Ribas planteó la necesidad de establecer un plan de estudios para el Cuerpo consular. El socialista catalán era muy conocedor de la realidad internacional.

Fabra pretendía que los cónsules recibiesen una completa formación teórica y práctica sobre las materias que abarcaba su carrera. Había que cambiar casi completamente el temario de las oposiciones porque tenía un carácter “especulativo y memorista”. Interesaba que los cónsules adquiriesen conocimientos en Geografía comercial e industrial, Estadística y Legislación social comparada.

El cónsul debía residir el mayor número posible de años en el mismo país. Debería estudiar, además, las características sobre la agricultura, industria y comercio de dicho país.

Los cónsules tendrían que redactar una memoria semestral indicando las condiciones en que vivían los españoles residentes en el país, la mayor o menor aceptación de los productos españoles importados en comparación con los de otros países, y los productos propios que fueran de interés para España.

Los Consulados debían estar dotados del personal necesario, debidamente remunerado para que pudiera atender todos los servicios asignados a estos organismos con el fin de que los españoles residentes en el extranjero estuviesen atendidos adecuadamente.

El Congreso del PSOE aprobó por unanimidad esta proposición, que se añadió a la Ponencia.

Hemos consultado los números 3414 y 3552 de El Socialista.  Es recomendable acudir a la obra de Miguel Ángel Ochoa BrunHistoria de la diplomacia española, Tomo XI-XII. La Edad Contemporánea, publicada por el Ministerio de Asuntos Exteriores en 1995.

 

La República en guerra. Abril por la República.

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Autor: Victor Arrogante.

Fuente: Nueva Tribuna.

La Segunda República, fue una etapa de la historia caracterizada por favorecer el progreso social, político y de las libertades públicas. Quedó rota en 1936 por la sublevación militar fascista y la guerra. En su corta historia nada le fue fácil.

Miguel de Unamuno, que contribuyó al restablecimiento de la República, cuando apenas habían transcurrido seis meses de su proclamación, manifestó a un amigo: «Me pregunta usted que cómo va la República. La República, o res-pública, si he de ser fiel a mi pensamiento, tengo que decirle que no va: se nos va. Esa es la verdad». Y así fue. El advenimiento de la Segunda República coincidió con una etapa de crisis económica internacional de 1929 y de crisis de los sistemas democráticos; en Europa existía un predominio de dictaduras, que hará más difícil el desarrollo de reformas en España.

Durante los meses de abril a diciembre de 1931, se aprobó la Constitución republicana. En el primer bienio (1931-1933) la coalición republicano-socialista presidida por Manuel Azaña, llevó a cabo diversas reformas que pretendían modernizar el país. El segundo bienio (1933-1935), llamado por las izquierdas bienio negro, estuvo gobernado por el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux, apoyado desde el parlamento por la derecha católica de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que pretendió derogar las reformas del primer bienio.

La tercera etapa viene marcada por el triunfo de la coalición de izquierdas del Frente Popular, en las elecciones generales de 1936, y que solo pudo gobernar en paz durante cinco meses. En la tarde del 17 de julio, se conocía que en el Protectorado de Marruecos se había iniciado una sublevación militar. Al día siguiente la sublevación se extendió a la península y las organizaciones obreras (CNT y UGT) reclamaron «armas para el pueblo», a lo que el gobierno de Casares Quiroga se negó, teniendo que dimitir por ello.

El nuevo Gobierno presidido por Martínez Barrio, líder de Unión Republicana, incluyó en su gabinete a políticos moderados, dispuestos a llegar a algún tipo de acuerdo con los sublevados que no resultó. Emilio Mola se negó a cualquier tipo de transacción, lo que provocó la caída del Gobierno. Azaña nombró el mismo domingo 19 de julio a José Giral, que formó un gobierno únicamente integrado por republicanos de izquierda, con el apoyo explícito de los socialistas. Giral tomó la decisión de entregar armas a las organizaciones obreras. Se inició una revolución social para defender la República.

Tras el golpe de Estado fascista, el Frente Popular controlaba el 72% del territorio, que albergaba una población de 15,2 millones, sobre un total de 24,2 millones. Contaba con el aparato completo de la Administración; disponía de todas las reservas de oro del Banco de España. El Frente Popular podía contar con casi toda la industria militar y civil, industria química, las minas de carbón y de hierro, industria metalúrgica, los altos hornos, la mayoría de los cultivos de regadío, con la mitad de la producción de cereales y ganadería. Bajo su control, quedaron las fábricas de armas de Toledo, Murcia, Trubia, Reinosa, Eibar y Plasencia. Dependía del Gobierno, algo más del 50% de los soldados; el 81% de los aviones disponibles, y casi toda la armada. Con todos estos recursos, el Frente Popular perdió la guerra, por diferentes factores claves.

Muy favorable resultó la unidad política y del mando militar del ejército de Franco −nombrado a finales de septiembre de 1936 jefe del Estado, título que ostentó y mantuvo hasta su muerte en 1975−. Franco unificó en un solo partido los movimientos carlistas y falangistas. En general los recursos externos fueron favorables al ejército de Franco. Los franquistas contaron con la neutralidad de Inglaterra y EEUU. Inglaterra identificó al bando republicano como revolucionario y de alto riesgo de dictadora comunista si ganaban.

Julián Besteiro, en mensaje por Unión Radio la noche del 5 de marzo de 1939, dejó su opinión de cómo se había gestionado la República desde la Batalla del Ebro. «La verdad real: estamos derrotados por nuestras propias culpas». Venía a decir que la derrota se producía «por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizás los siglos». A continuación tomo la palabra el anarquista Cipriano Mera, albañil de profesión, que había llegado a mandar el IV Cuerpo de Ejército, quien pronunció el discurso más duro, vertiendo graves acusaciones contra Negrín. La última intervención sería la del coronel Segismundo Casado, quien leería un discurso más dedicado a los que le escuchaban al otro lado de las trincheras que a los de la zona republicana. Se estaba fraguando un golpe de Estado.

Tras la dimisión de Giral, el presidente de la república Manuel Azaña encargó la formación de un «gobierno de coalición» a Francisco Largo Caballero, líder socialista de UGT. Largo Caballero, que asumió también el ministerio de Guerra, dio entrada en el gabinete al mayor número posible de representaciones de los partidos y sindicatos. La formación no se completó hasta dos meses después, con la integración de cuatro ministros de la CNT, entre ellos la primera mujer ministra en España, Federica Montseny. Las tropas sublevadas ya estaban a las afueras de Madrid.

El nuevo gobierno de Largo Caballero, autoproclamado «gobierno de la victoria», dio prioridad a la guerra. El programa político que puso en marcha, tuvo como principal medida, la creación de un nuevo ejército y la unificación de la dirección de la guerra. Los dirigentes sindicales de UGT y CNT, al aceptar e impulsar el programa, «estuvieron de acuerdo en que la implantación del comunismo libertario, a que aspiraba la CNT, o de la sociedad socialista, que pretendía la UGT, debía esperar al triunfo militar«.

El siguiente nuevo gobierno que formó el socialista Juan Negrín en mayo de 1937 respondió al modelo de las coaliciones de Frente Popular. Según Santos Juliá (Un siglo de España, 1999), detrás de este gobierno estaba Azaña, que pretendía «un gobierno capaz de defenderse en el interior y de no perder la guerra en el exterior. Con Prieto a cargo de un Ministerio de Defensa unificado, sería posible defenderse; con Negrín en la presidencia, se podían abrigar esperanzas de no perder la guerra en el exterior.

Poco antes de que finalizara la batalla del Ebro se produjo un hecho determinante para la derrota de la República. El 29 de septiembre de 1938 se firmaban los Acuerdos de Múnich entre Gran Bretaña y Francia, por un lado, y Alemania e Italia, por otro, que cerraba toda posibilidad de intervención de las potencias democráticas a favor de la República. De nada sirvió que Negrín anunciara ante la Sociedad de Naciones, la retirada unilateral de los combatientes extranjeros que luchaban en la España republicana. El 15 de noviembre de 1938, las Brigadas Internacionales desfilaban como despedida por la avenida Diagonal de Barcelona.

La última operación militar de la guerra fue la campaña de Cataluña, que acabó en un nuevo desastre para la República. El 26 de enero de 1939 las tropas de Franco entraban en Barcelona. El 1 de febrero de 1939, en la sesión del Congreso en el castillo de Figueras, Negrín redujo los 13 puntos que asentaban las bases para una futura convivencia entre todos los españoles, a las tres garantías que presentaría a las potencias democráticas como condiciones de paz: independencia de España, que el pueblo español señalara cuál habría de ser su régimen y su destino y que cesara toda persecución y represalia en nombre de una labor patriótica de reconciliación. Juan Negrín, marca con palabras lapidarias el final de la contienda: «La paz negociada, siempre; la rendición sin condiciones para que fusilen a medio millón de españoles, nunca«.

El coronel Segismundo Casado, jefe de los ejécitos del centro, consideraba que no era posible continuar la resistencia debido a la gran desmoralización de las tropas y la escasez de armamento. Pretende deponer al gobierno Negrín y sustituirle por otro que negocie el fin de la guerra con Franco, poner fin a la contienda sin derramamiento de sangre. No lo consiguió. Había mantenido contactos con la red de espías franquistas y con la Quinta Columna d Madrid; con el apoyo del socialista Julián Besteiro, Wenceslao Carrillo, Cipriano Mera, y el general José Miaja. El golpe traidor, provocó un duro enfrentamiento entre republicanos, entre los que apoyaban la negociación de paz con Franco y los que pretendían resistir hasta el final e intentar que la guerra de España, enlazase con el comienzo de la que se cernía sobre Europa. En una semana, se produjeron más de 20.000 víctimas.

El Consejo Nacional de Defensa, presidido por el general Miaja se hace con el control de Madrid, tras duros enfrentamiento entre las tropas republicanas e inicia las diligencias con el Gobierno de Burgos con el objetivo de acordar la paz. Franco no aceptó ninguna de las concesiones que le habían prometido a Casado si daba el golpe. Había fracasado.

Manuel Azaña en La velada en Benicarló, enumeraba, por orden de importancia, a los enemigos de la República: «la política franco-inglesa; la intervención armada de Italia y Alemania; los desmanes, la indisciplina y los fines subalternos que han menoscabado la reputación de la República y la autoridad del Gobierno»; por último señalaba a las fuerzas propias de los rebeldes. «La situación de España no tiene remedio. Allí no queda nada: ni Estado, ni riqueza, ni comercio, ni industria, ni hábitos de trabajo, ni posibilidad de encontrarlo, ni respeto que no sea impuesto por el terror. Dos millones de españoles menos, entre muertos, emigrados y presos. Solamente en Madrid hay ciento cincuenta mil presos». Todo fue una conspiración.

El 26 de marzo, Madrid es tomado por las tropas franquistas. El Ejercito Popular republicano ya no opuso resistencia. En el 1 de abril, la guerra y la República habían terminado, dando paso a la dictadura y la represión.