Felipe V “se creía rana” y “apenas se aseaba”: cómo el rey español más trastornado pasó a la historia como un gran monarca

Montaje sobre el retrato de Felipe V que Jean Ranc hizo en 1723. El cuadro original se encuentra en el Museo del Prado de Madrid. Montaje: Pepa Ortíz

Autora: Sara Navas

Fuente: El País, 08/06/2020

Felipe V llegó a pasar 15 días postrado en la cama del palacio del Buen Retiro afirmando a gritos que estaba muerto. Tal y como confirma Eduardo Juárez, doctor en Historia Moderna, lo repetía insistentemente con la intención de demostrarse a sí mismo que seguía estando vivo. El monarca fue el primer Borbón que reinó en España y vivía obsesionado con la muerte y la enfermedad: Estuvo 30 años asegurando a todo el que quería escuchar que fallecería de forma inminente («es triste no ser creído, pero no tardaré en morir y se verá que tenía razón», le decía al cardenal Alberoni) y apenas comía porque decía que todo le sentaba mal. El quinto Felipe de la historia española, nacido en Versalles en 1683, era maníaco-depresivo, se negaba a cortarse las uñas de los pies hasta que apenas podía caminar, dormía de día y reunía a la corte de madrugada. Tampoco quería cambiarse de ropa porque tenía miedo a ser envenenado a través de ella, no se dejaba asear y sufría delirios. «Una madrugada Felipe quiso montar uno de los caballos que aparecían dibujados en los tapices del Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, pues creía que eran tan reales como él mismo», reconoce a Icon Eduardo Juárez.

«Una madrugada Felipe V quiso montar uno de los caballos que aparecían dibujados en los tapices del Palacio Real de La Granja de San Ildefonso, pues creía que eran tan reales como él mismo», reconoce el doctor en Historia Eduardo Juárez

Creía ser una rana y negaba su condición humana

En otras ocasiones, el Borbón alucinaba creyendo ser una rana y como tal se comportaba en palacio. Croaba y brincaba por las estancias de La Granja negando su condición humana, pues estaba seguro de que carecía de brazos y piernas. Pero estos problemas no eran algo nuevo en la familia: su madre, María Ana Victoria de Baviera, sufrió fuertes depresiones que la llevaban a encerrarse durante días en sus aposentos sin querer ver a nadie y finalmente murió a los 30 años, cuando Felipe tenía solo seis.

Sin embargo, cómo trasciende un personaje al imaginario colectivo no siempre es un reflejo fiel de lo que realmente aconteció. A pesar de las escenas que el rey montaba en palacio de forma recurrente, logró tener muy buena prensa y ha pasado a la historia como un monarca reformador del Estado español y al que se le llamaba de forma benevolente El animoso. «Apenas se habla de que Felipe era demente, como tampoco se destaca que en el Tratado de Utrecht perdió todos los territorios españoles europeos», señala Juárez. La doctora en Historia Marina Alfonso Mola reconoce que se sabe muy poco de Felipe V, «un rey al que se le ha dedicado muy poco tiempo». La historiadora recuerda que fue el primer rey extranjero que tuvo España y eso se nota en el trato que le ha dado la historia. «Un ejemplo es que siempre se dice que la IIustración la comenzó su hijo Carlos III, pero la realidad es que fue él quien la inició», matiza Marina Alfonso.

Un rey incapaz de gobernar solo

Otro agravante que desembocó en sus salidas de tono es que al sucesor de Carlos II no se le educó para ser rey, y menos rey de España. «Siempre fue el segundón de sus hermanos y de pronto se encontró con una responsabilidad que le superaba, no se sentía capaz de estar a la altura y sufría por ello», anota Marina Alfonso. Tenía 17 años cuando, en 1700, cambió Versalles por la corte española solo y sin apenas hablar español. De ahí que el idioma que se hablara en la corte durante su reinado fuera el francés. «En La Granja todos los topónimos del jardín son palabras en francés adaptadas al castellano y tanto la abdicación como el codicilo de su testamento están escritos en ese idioma», apunta Juárez.

El primer Borbón de España fue un joven culto y abierto de mente, pero tenía serias dificultades para adaptarse. Su padre, Luis de Francia (hijo de Luis XIV), y su hermano Luis, murieron cuando él ya se encontraba en España. Estas pérdidas acrecentaron aún más la sensación de soledad y desamparo que tanto le angustiaba. «Felipe V tuvo tutores que le ayudaban a reinar porque las depresiones que padecía le impedían hacerlo. Estuvo rodeado de políticos muy capaces que terminaron gobernando por él. Felipe no quería ser rey de España, lo que quería era quedarse en Francia, por eso mandó construir La Granja, un palacio real al estilo francés donde pensaba retirarse en cuanto pudiera abdicar en su hijo Luis», explica a Icon el historiador.

Llamaba la atención el fervor sexual del rey. El mismo que sentía por la religión y que le llevaba a vivir en constante contradicción, pues cada vez que tenía relaciones sexuales, algo que ocurría a menudo, sentía la necesidad de confesarse inmediatamente para desembarazarse del pecado que acababa de cometer

Su fervor sexual le llevaba a confesarse constantemente

Además de sus manías y delirios, llamaba la atención el fervor sexual del rey. El mismo que sentía por la religión y que le llevaba a vivir en constante contradicción, pues cada vez que tenía relaciones sexuales, algo que ocurría a menudo, sentía la necesidad de confesarse inmediatamente para desembarazarse del pecado que acababa de cometer. «Le aterraba morir en pecado y, como se pasó media vida creyendo que se estaba muriendo, iba a misa a diario para que le absolvieran lo antes posible», afirma Juárez.

Felipe V se casó solo unos meses después de ser coronado rey de España con María Luisa Gabriela de Saboya, de quien terminó enamorándose con la misma obsesión que dominaba su existencia. La vida sexual del matrimonio fue ajetreada y juntos tuvieron cuatro hijos, pero en 1714 ella murió, con 25 años, a causa de la tuberculosis. Al poco tiempo de enviudar, el monarca se casó con Isabel de Farnesio, con quien tuvo siete hijos más. «El rey era muy activo sexualmente, pero muy fiel. No concebía mantener relaciones con otras mujeres que no fueran su esposa cuando se encontraba lejos de casa y se ofendía muchísimo si le ofrecían la posibilidad de hacerlo», explica Marina Alfonso Mola, que también incide en el hecho de que el Animoso fue el último rey español en ir a la guerra y dar ejemplo participando personalmente en una batalla. Precisamente durante los meses que pasaba fuera de palacio concentrado en estrategias militares su salud mental mejoraba y sus obsesiones y delirios -a los que se referían como «vapores»- apenas hacían acto de presencia.

Era ciclotímico: pasaba de no levantarse a una actividad sin freno

Sin embargo, cuando regresaba a la corte volvían sus miedos e inseguridades. Era ciclotímico: pasaba de ser incapaz de levantarse a llevar una actividad sin freno. Como explica Marina Alfonso Mola, el rey era muy responsable pero sentía una inseguridad absoluta que le paralizaba porque pensaba que se equivocaba constantemente en sus decisiones. A Felipe V le pudo una presión para la que nadie le había preparado en Versalles y su sueño no era otro que abdicar en su hijo Luis para poder retirarse a La Granja. «Él habría sido feliz siendo un noble sin ambiciones políticas», reconoce la doctora en Historia. Finalmente, logra apartarse de la corona en 1724, pero Luis I muere de viruela ocho meses después de acceder al trono, a los 17 años, y Felipe no tiene más opción que volver a tomar el mando. Aunque ya es tarde. A partir de entonces el rey nunca recobraría la cordura.

Felipe V murió a los 60 años entre enajenaciones y desvaríos a los que se sumaba una falta de higiene personal tal que cuando trataron de amortajarle al quitarle la ropa que llevaba puesta se iba también la piel

Le obsesionaba la muerte y no quería bañarse

«El rey está bajo una continua tristeza. Dice que siempre cree que se va a morir, que tiene la cabeza vacía y que se le va a caer. Y no es que tenga miedo de la muerte pues no la teme en absoluto pero le absorbe involuntariamente esta idea y no puede desprenderse de ella. Quisiera estar siempre encerrado y no ver a nadie más que las personas, muy pocas, a que está acostumbrado. A cada momento me manda a buscar al padre Daubenton o a su médico, pues dice que esto le alivia». En la biografía Felipe V, de Marina Alfonso Mola y Carlos Martínez Shaw, se recoge esta carta que envió el marqués de Louville, amigo y confidente de Felipe V, al canciller Torcy.

Las salidas de tono que sufría Felipe V tuvieron lugar, en más de una ocasión, en presencia de diplomáticos que las dejaron reflejadas en la correspondencia que enviaban. «Lo cierto es que es imposible tener una visión real de lo que le ocurría al rey porque tenemos que fiarnos de lo que otros decían», opina Mola. Lo que ha trascendido es que a los 45 años la locura del rey no tenía marcha atrás. Murió a los 60 entre enajenaciones y desvaríos a los que se sumaba una falta de higiene personal tal que cuando trataron de amortajarle al quitarle la ropa que llevaba puesta -y que durante tanto tiempo se negó a quitarse- se iba también la piel. «Tuvieron que momificarle. Es el único rey de España momificado, pero fue imposible hacer otra cosa con él», afirma Eduardo Juárez.

El motivo por el que su locura que no pasó a la historia

Como afirma Juárez lo más sorprendente del caso de Felipe V es que «su locura» no haya trascendido más. Como sí ocurrió, por ejemplo, y con menos motivos, con Juana I de Castilla, popularmente conocida como Juana la Loca. El historiador lo explica así: «Por motivos políticos y dinásticos, en el caso de Juana interesó que se la tomara por loca. Con Felipe, sin embargo, no convenía». Juárez recuerda que cada persona histórica es una caricatura asociada a un momento histórico (véase el caso de Carlos II, el Hechizado). Felipe V estuvo al frente de un proceso reformista borbónico en el que no encajaba un protagonista débil y trastornado, de ahí que para conocer los padecimientos que dominaron su azarosa vida haya que profundizar en la historia.

Juegos, erotismo y sexo en los primeros Borbones

Autor: EDMUNDO FAYANAS ESCUER

Fuente: nuevatribuna.es 20/05/2020

La influencia francesa en la corte española durante el reinado del primer Borbón, Felipe V, alteró la tradicional austeridad que rodeaba la Corte de los Austrias. El exagerado culto a la belleza y los placeres mundanos fueron importados desde Versalles con juegos sexuales y libertinos. Unas prácticas en las que el morbo y el pecado lo invaden todo hasta alcanzar el ámbito clandestino del placer humano. El universo más íntimo, donde no caben leyes ni límites.

Felipe V fue el primer Borbón en España. Destaca por su obsesión sexual, que se convierte en una patología. Nunca renunció al coito diario e introdujo en la Corte real española numerosas prácticas sexuales, tales como “el impávido”o “la gallina de vida o ciega” que escandalizaron a los puritanos.

f1Felipe V de Borbón, el rey de la infamia de Xátiva

Un aspecto muy llamativo del reinado de Felipe V es su poco apego a la higiene personal, llegando a celebrar reuniones diplomáticas en su habitación, medio desnudo, sin asear y con un fuerte olor personal.

Su primer matrimonio fue con María Luisa Gabriela de Saboya, conocida como la reina niña. Tuvieron dos hijos fruto de su relación, ambos fueron reyes de España,Luis I el breve y Fernando VI. El primer encuentro sexual del matrimonio fue de antología: gritos, llantos, golpes y forcejeos, al parecer debido al miedo de ella y a la ansiedad de él.

La princesa de los Ursinos informa a Luis XIV de lo bien que iba la pareja y le dice “no hay manera de que el Rey abandone la alcoba y por su gusto estaría todo el día en la cama con la Reina”. María Luisa muere el catorce de febrero de 1714, debido a una larga enfermedad que padecía y a la desmedida afición al sexo de Felipe V, siendo sometida sexualmente hasta su último día.

No sólo impuso a sus sucesivas esposas la práctica del coito diario, sino que él mismo se entregaba siempre que podía a la masturbación. Le causaba grandes torturas morales en la adolescencia, que cubría acudiendo al confesor tras cada masturbación

El duque de Saint-Simon, que era embajador especial de Francia para asuntos relacionados con Luisa Isabel de Orléans, contó que, unos días antes, en la noche de bodas en Guadalajara, “la real pareja permaneció encerrada a cal y canto veinticuatro horas ininterrumpidas…”.

Ante el fallecimiento de la reina, el gobierno plantea la necesidad de buscarle rápidamente una nueva esposa, pues era de conocimiento público su afición al sexo. Hubo muchas pretendientes y entre las candidatas destaca Isabel de Farnesio, propuesta por el cardenal Julio Alberoni, que era consejero de Felipe V y la definía de la siguiente manera “una buena muchacha de veintidós años, feúcha, insignificante, que se atiborra de mantequilla y de queso parmesano y que jamás ha oído hablar de nada que no sea coser o bordar”.

La princesa de los Ursinos ante semejante definición la eligió, pensando, que podría seguir gobernando como había hecho con María Luisa Gabriela de Saboya. Sin embargo, la realidad era muy distinta pues tenía un carácter fuerte y un gran talento para gobernar su vida y las de su entorno. El engaño a la princesa de los Ursinos fue total.

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La princesa de los Ursinos salió a recibir a Isabel de Farnesio en Jadraque adelantándose a Felipe V, que la esperaba en Guadalajara. Al recibirla, la princesa de los Ursinos no hizo la reverencia y la trató con familiaridad. Isabel de Farnesio reaccionó de forma violenta, expulsándola de su presencia y de España de manera inmediata.

Supo conquistar al rey negándole la consumación del matrimonio, hasta que lo tuvo a sus pies. A partir de entonces Isabel de Farnesio reinó.

Nada más poner un pie por primera vez en el Palacio del Buen Retiro, la residencia de la familia real, Isabel de Farnesio fue conducida directamente a la alcoba en la que había fallecido su predecesora. La habitación, oscura y asfixiante, llevaba sin ventilarse los diez meses transcurridos desde la muerte de María Luisa Gabriela. Felipe cumplió con el capricho morboso de yacer con su segunda esposa por primera vez en palacio en el mismo tálamo en el que había agonizado la primera.

La postura ortodoxa para el coito, en aquella época, era la tradicional del misionero, el hombre arriba y la mujer abajo. El primer Borbón nunca fue muy dado a la ortodoxia, al menos en el aspecto sexual. Los confesores permitían, que dicha postura se invirtiera siempre y cuando el hombre acabara polucionando en lo que la Iglesia llamaba el “vaso natural” de la mujer y cuya finalidad era la procreación.

Durante toda su vida, Felipe V tuvo una descarada adicción al orgasmo múltiple, considerado por él como una de las razones fundamentales de la existencia. No sólo impuso a sus sucesivas esposas la práctica del coito diario, sino que él mismo se entregaba siempre que podía a la masturbación. Le causaba grandes torturas morales en la adolescencia, que cubría acudiendo al confesor tras cada masturbación.

Durante una separación de su primera esposa, en lugar de requerir los servicios de prostitutas, prefería practicar el placer solitario, por más que le torturara. De hecho, le preguntó al clérigo si podría ser perdonado por ello en caso de haberlo hecho con el pensamiento puesto en su esposa. La respuesta fue, que por supuesto contaría con la comprensión de Dios.

Veamos algunos de los juegos que se desarrollan en esta primera Corte de Felipe V.

LOS LABERINTOS

El Palacio de la Granja conserva intactos algunos de los rincones en los que disfrutaron Felipe V e Isabel de Farnesio junto a su Corte. El laberinto es el único de Europa que se conserva en su diseño original de su época.

Será empleado para los juegos eróticos del Nocturnal, que posteriormente veremos y el de la gallina ciega.

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LOS BOLOS

Era uno de los preferidos en el palacio de la Granja. Los jardines de este palacio tenían cuatro pistas, de las que ya no queda nada. Se habían construido rebajando el suelo, entre setos y con dobles muretes adosados con flores. Todo estaba medido, para que los jugadores y espectadores se aislasen del mundo y se concentrasen en el juego.

EL MALLO

Es también único en Europa. Se trata de la antesala del golf. Se jugaba con una maza y una bola, que debía colarse por una portería metálica pequeña. Se jugaba a pie o a caballo. Se hacía de forma individual, por parejas o por equipo. Se apostaba mucho dinero.

La Reina siempre se dejaba ganar por Felipe V porque tenía muy mal perder. El mallo había sido un juego del populacho, hasta que pasó a ser aristocrático. Cualquier gran palacio barroco de la época debía tener una de estas pistas en sus jardines. Se construían planos inclinados para salvar los desniveles del suelo.

EL NOCTURNAL

Se conoce como eran las estructuras de este juego, pero se desconoce como era la maquinaria que se empleaba en él. Se dice, que fue inventado por Luis XIV y constaba de dos anillos concéntricos, era como una especie de tío vivo. En el círculo interior colgaban unas anillas con números inscritos. El círculo exterior era un circuito circular con caballos de madera que giraban. Montando los caballos en este círculo exterior se trataba de conseguir los catorce puntos necesarios para buscar a la mujer que tenía ese número y tener una noche sexual con ella.

Los caballeros sobre los caballos de madera lucharían por conseguir una de las cifras clavadas en la anilla.

Las damas tenían cada una un número y se debían esconder por los rincones de los jardines. El que conseguía sumar 14 buscaría en los lugares más recónditos del jardín para encontrar a la dama.

LA GALLINA DE LA VIDA

Conocida popularmente el juego de la gallina ciega, ha sido retratado magistralmente por diversos pintores como Fragonad, Eugen Pierre Francois y Francisco de Goya.

Consiste en vendar los ojos a uno/a de los participantes, sin que pueda ver nada y mientras los que están a su alrededor hacen todo tipo de tocamientos libidinosos y eróticos. Juego que provocaba grandes risas y era muy popular dentro de la corte de Felipe V.

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EL IMPÁVIDO

Otro de los juegos que se practicaba en su Corte era el denominado “El Impávido” que consistía en lo siguiente:

“En un pequeño salón se había dispuesto una amplia mesa redonda cubierta por un elegante mantel blanco que llegaba hasta el suelo. Una sala adyacente albergaba varios percheros donde dejaban las calzas que vestían y su ropa íntima los seis varones invitados a la fiesta privada organizada por los monarcas.

Después fueron ocupando los seis asientos alrededor de la mesa, desnudados de la cintura para abajo. Cuando todos estaban sentados, se entreabrió sigilosamente la puerta del salón para permitir la entrada de una elegante dama, claramente aristocrática por su parte, que llevaba los ojos cubiertos por un antifaz y vestía un ligero déshabillé bajo el que no llevaba ropa interior.

Con agilidad se inclinó para colocarse debajo de la mesa. El espectáculo allá abajo era verdaderamente curioso y también obsceno: los genitales de los seis hombres se ofrecían procaces a los deseos e insanas intenciones de la dama.

Comenzaba así el libertino juego del Impávido, una invención de la corte versallesca que estaba haciendo furor en los salones de la aristocracia en el país vecino.

La dama eligió un miembro viril al azar, sin reparar demasiado en cómo era. Cerró los ojos, lo tomó suavemente con una mano y acercó su boca hasta acertar a introducirlo en ella y comenzó a succionar con la delicadeza de la ingravidez.

El caballero no tardó en perder la compostura, por lo que quedó eliminado y tuvo que retirarse ya que el juego consistía en aguantar impávido mientras la dama se empleaba a fondo en el reto de la excitación.

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Juguetes sexuales del siglo XVIII

Ganaba aquel a quien no se le notara que estaba siendo elegido de la lujuria desatada debajo de la mesa… a través de una doble y oculta mirilla estratégicamente colocada, Isabel de Farnesio y Felipe V espiaban el juego sin perderse ni uno solo de los movimientos.

La mujer fue realizando una felación tras otra, e iban cayendo eliminados los hombres. Cundo el triunfo se dirimía ya sólo entre dos de los participantes, a cada cual con más férrea fuerza de voluntad, lo que hacía el juego más intenso y excitante. Era el momento en que Felipe V se colocaba detrás de Isabel de Farnesio, le subía las faldas y le separaba las piernas.

Dildo que usaba Felipe V con Isabel de Farnesio con camafeo

Emitió un grito ahogado al tiempo que su cuerpo se arqueó al sentir cómo era penetrada por un objeto extraño y frío, que parecía tener forma de cuerno… de falo terso y duro, que el rey comenzó a mover en cadencias cortas una vez y otra, y fue llegando hasta lo más hondo de Isabel.

Felipe V se aproximó otra vez a su rostro sin dejar descansar la mano que mecía el artilugio mientras susurraba con lenta cadencia:

Es un dildo… un juguete que despierta fantasía…

¿Espero a que sentís como si yo mismo os estuviera horadando en los más profundo de vos…?

Os lo enseñare cuando acabéis, no antes…

A esto se le llama también biyoux de religieuse… alhaja de religiosa… a ve si adivináis por qué…“

En la libertina Francia del s. XVIII se impuso clandestinamente a modo de consolador un objeto al que llamaban dildo. Su forma fálica y el extraordinario pulido de la superficie de madera hacían las delicias de las nobles damas parisinas. Normalmente estos dildos usados por las elites, solían llevar un camafeo.

Mientras la corte se entretenía con todo este tipo de juegos, los españoles se morían de hambre, devastado como se encontraba el país debido a la larga guerra de Sucesión.

Luisa Isabel de Orleans, la esposa de Luis I el breve

Nació en el Palacio de Versalles. Debido a que casi nadie le prestaba atención cuando era niña, Luisa Isabel recibió poca educación y parecía destinada a casarse con algún príncipe alemán o italiano, que no fuera muy conocido. Al igual que su hermana menor, Diana, fue educada en un convento. Estuvo muy unida a su hermano, LuisDuque de Chartres por nacimiento, pero al morir su padre en el año 1723, heredaría el título de Duque de Orleans.

Con apenas doce años, contrajo matrimonio por poderes con el Príncipe de Asturias en el año 1721, el futuro rey Luis I de España, que contaba con quince años de edad. A pesar de la fría acogida de la familia real española, especialmente por parte de Isabel de Farnesio, la madrastra de su futuro marido, se casó con Luis el veinte de enero del año 1722 en el palacio de Lerma (Burgos).

Luisa Isabel de Orléans tenía catorce años cuando se convirtió en reina consorte del rey Luis I al abdicar su padre, Felipe V. Será la primera reina de España con inclinaciones lésbicas. La primera y la única, que se sepa.

Luisa Isabel era nieta de Luis XIV por la rama bastarda. Era hija de una hija bastarda habida por el rey francés con madame de Montespan. Los padres esperaban un niño y cuando vieron, que era niña, se sintieron tan decepcionados que ni siquiera se preocuparon de educarla.

Luisa Isabel llegó a la edad de poderse casar tan desprovista de modales e instrucción como si se hubiera criado en las alcantarillas de París. El embajador Saint Simón, que la trajo a Madrid expresó su descontento ante el comportamiento nada tímido de su tutelada: “No puede disimular su carencia de educación. Altiva con sus damas, abusa de la bondad de los reyes… es desatenta con todo el mundo y caprichosa”.

Como exigía el protocolo, Saint Simón fue a despedirse de ella antes de regresar a Francia. Así se describe la situación:

“Estaba Luisa Isabel bajo un dosel, en pie, las damas a un lado, los Grandes al otro. Hice mis tres reverencias y después mi cumplido. Me callé luego, pero en vano porque no me respondió ni media palabra. Tras el embarazoso silencio, quise darle tema para contestarme y le pregunté si algo deseaba para el rey, para la infanta y para madame, el duque y la duquesa de Orleans. Me miró y soltó un eructo estentóreo.

Mi sorpresa fue tan grande que quedé confundido. Un segundo eructo estalló tan ruidoso como el primero, perdí la serenidad y no pude contener la risa; y mirando a derecha e izquierda vi que todos tenían la mano sobre la boca y que aguantaban la risa.

Finalmente, un tercer eructo, más fuerte aun que los dos primeros, descompuso a todos los presentes y a mí me puso en fuga con cuantos me acompañaban, con carcajadas tanto mayores cuando que forzaron las barreras que cada uno había intentado oponerles.

Toda la gravedad española quedó desconcertada; todo se desordenó, nada de reverencias: cada uno torciéndose de risa salió corriendo como pudo, sin que la princesa perdiera un átomo de seriedad”.

Llegó a sufrir un encierro ordenado por su esposo harto de los permanentes escándalos. Abundando en lo mismo, el marqués de Santa Cruz apunta, “Esta mañana la reina se fue al jardín y por segunda vez volvió a almorzar con las criadas …. después anduvo paseando en ropa interior por todas las galerías de palacio dando locas carreras … a continuación se hizo guisar un pichón y esta tarde se ha hinchado de rábanos escabechados, que no sé cómo no revienta”.

Peor para la rígida moral española eran los juegos lésbicos, que tenían lugar en la alcoba privada de la reina, en la que se encerraba en compañía de sus más distinguidas criadas. Completamente desnudas, las jóvenes, incluida Luisa Isabel, se entregaban a los más mundanos placeres.

Todo ello tenía cabida en una corte en la que la máxima autoridad, Felipe V, era el primero en salirse de las normas establecidas para los comportamientos íntimos. En los círculos cortesanos no se hablaba de otra cosa que no fuera el desenfreno sexual del rey, como puede leerse en la novela “La corona maldita,” de Mari Pau Domínguez en la que se muestra la desenfrenada lucha que mantenía el primer Borbón contra la muerte a través del sexo.

La extravagante conducta de Luisa Isabel se convirtió en la comidilla de las cortes europeas. El embajador inglés Stanphone escribe lo siguiente “El alejamiento cada vez más patente de Luis hacia la reina se debe a sus extravagancias, como jugar desnuda en los jardines de palacio; a su pereza, desaseo y afición al mosto”.

Para sorpresa de todos, cuando el desventurado Luis enfermó de viruela Luisa Isabel cambió totalmente de conducta, sentó cabeza, asumió el papel de esposa devota y apenas se separó de su cabecera en los diez días que duró la enfermedad y agonía, aún sabiendo que era muy contagiosa, de hecho también contrajo la viruela, pero la superó.

Muerto el rey Luis I, su padre Felipe V, regresó a Madrid para hacerse cargo del gobierno y devolvió a Francia a la reina viuda.

LOS BORBONES FRANCESES

LUIS XIV

Luis XIV convirtió al Palacio de Versalles en el centro de la vida social y cultural de la aristocracia francesa. Lo que no se sabía es cómo era la intimidad de los encuentros entre los nobles. Si seguimos el libro escrito por Michel Vergé-Franceschi y Anna Moretti “Una historia erótica de Versalles”, las fiestas sexuales estaban a la orden del día.

f12Palacio de Versalles

La historia de Ninon de Lenclos

Nació, el diez de noviembre del año 1620, en París. Su madre era una religiosa devota, pero su padre era conocido por sus andanzas en los burdeles de la ciudad. Ninon combinó influencias de ambos. Si bien no era religiosa, era una estudiosa de la literatura y de las artes. Pero al mismo tiempo, fue una ávida exploradora de los placeres humanos.

A la edad de diecisiete años quedó huérfana y heredó una interesante fortuna. La administró de manera ejemplar. Compró una casa y la ambientó como pocas. No pasó mucho tiempo, hasta que pasó a ser un sitio de encuentro de buena parte de la nobleza francesa.

Ninon tenía una gran cultura literaria, además de su belleza. Luego mostraba sus dotes sexuales. Algunas veces con hombres que elegía individualmente para encuentros íntimos. Otras con muchos a la vez. Algunas estimaciones se animan a aventurar que tuvo sexo con más de 5.000 personas, la mayoría miembros de la nobleza. Se dice que nadie dejó de pasar por su cama, con la única excepción del rey.

Ninon despertaba pasiones tan exacerbadas que muchos hombres, especialmente sus amantes más jóvenes, terminaron suicidándose, sin que a ella le importara demasiado. Por otro lado, testimonios de la época dan cuenta de que entre sus parejas sexuales estuvo su propio hijo, cuando ella tenía ya más de cincuenta años.

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Retrato de Ninon de Lenclos

La presión de una parte de la corte que rechazaba sus prácticas, la obligó a pasar más de un año confinada en un convento. Eso no la hizo perder el deseo. Al contrario, allí descubrió el lesbianismo. Sus aventuras eróticas continuaron cuando salió y se extendieron hasta que pasó los 60 años. Después se convirtió en una especie de asesora sexual para muchas mujeres que la iban a consultar. Murió el diecisiete de octubre del año 1705 a los 84 años.

EL MATRIMONIO DE LUIS XIV CON LA ESPAÑOLA MARÍA TERESA DE AUSTRIA

Luis XIV se había convertido en un maravilloso bailarín y en un caballero de porte grave que amaba los placeres: bailes, caza, banquetes, mujeres. Poseía una inagotable energía y una salud robusta, que le permitirían resistir no sólo la enfermedad de la gota, la operación de una fístula y los estragos de un asombroso apetito, sino los tratamientos de los médicos y la falta de higiene de la época, que se traducía en una dentadura tan estropeada como la de la mayoría de sus contemporáneos.

La corte parisina creía, que Luis XIV sólo estaba preocupado por sus amores con María Mancini, la sobrina del cardenal Mazarino. Sin embargo, el rey preparaba en secreto su verdadera entrada en la política. 

Luis XIV sometió el amor a las exigencias de la diplomacia en el año 1660, cuando se produce su casamiento con la hija del rey de España Felipe IVMaría Teresa de Austria, que además era prima hermana suya. Fue la ratificación del Tratado de Paz de los Pirineos, que puso fin a la guerra entre los dos países.

La boda se celebró en San Juan de Luz, el nueve de septiembre, y un año después los dos jóvenes esposos entraban solemnemente en París, con la aprobación de la reina madre, feliz por esta unión dinástica.

María Teresa había renunciado a los derechos de sucesión de la corona española, a cambio de una dote de 500.000 escudos. Mazarino sabía que las agotadas arcas españolas jamás podrían pagar esta cifra, con lo que dejaba abierta a Luis XIV la posibilidad de reclamar en el futuro la sucesión real, como así sucedió con la imposición de Felipe V como rey de España.

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Luis XIV no encontró de su gusto a aquella española gordita, de dientes estropeados y con un peinado horrible, que hablaba con dificultad el francés y prefirió la compañía de sus amantes, primero la duquesa de Valliere, que le dio cuatro hijos al monarca, y después la marquesa de Montespan.

Fruto de este matrimonio fueron seis hijos, todos fallecidos en la infancia a excepción del que será el Gran Delfín de Francia.

Ignorada por el rey, María Teresa gozó de pocas simpatías en la corte de Versalles. Por otra parte, su procedencia de un país rival de Francia despertaba recelos. Así las cosas vino a alegrar la soledad de la reina un diminuto pigmeo, al que bautizaron con el nombre de Nabo.

Algunos creen que fue regalo del duque de Beaufort, almirante de Francia, que sentía cierta simpatía por la reina española. Otros que fue el propio rey que lo había recibido del embajador de Issiny, un reino africano entre las actuales Ghana y Costa de Marfil.

El pigmeo Nabo era la alegría de la reina y su única distracción, de tal forma que alcanzaron una gran amistad y complicidad, hasta que un día la esposa de Luis XIV quedó embarazada y no era como consecuencia de su relación sexual con Luis XIV, pues hacía tiempo que no mantenían ningún contacto sexual.

El embarazador había sido el pigmeo Nabo, el cual al saberse el estado de gestación de la reina se le hizo desaparecer para siempre. El espectáculo vino cuando María Teresa de Austria dio a luz a una niña negra, con las sonrisas que había en los presentes en el parto. A la niña se le bautizó con el nombre de Ana Isabel de Francia y al poco tiempo murió aduciendo, que era una niña muy débil y delicada.

La historiografía francesa siempre ha procurado saltarse este acontecimiento, puesto que el gran Luis XIV el denominado rey Sol fuera cornudo y además de un pigmeo negro, resultaba totalmente negativo, cuando para los franceses su rey era el campeón en el sexo.

Aquí cabe recordar un capítulo posterior que pasó en España, cuando Carlos III comentaba con su hijo la preparación de su boda con María Luisa de Parma. Carlos III le recordó la posibilidad que todo hombre tiene que sufrir alguna infidelidad. Carlos IV, le dijo muy seguro de sí mismo “Pienso que los reyes están libres de las preocupaciones que tienen el resto de los maridos porque sus esposas no les pueden engañar con otras, ya que una reina no tiene otro rey cerca más que su esposo”.

Carlos III no pudo aguantarse ante la simpleza del razonamiento de su hijos Carlos IV y le respondió: “Carlos, Carlos, que tonto eres, las princesas también pueden ser putas, hijo mío”.

LAS AMANTES DE LUIS XIV

Luis XIV tuvo hasta treinta y seis amantes oficiales, que le dieron entre dieciséis o diecisiete hijos bastardos con distintas damas de su corte. De hecho, en asuntos de amor, el monarca francés era de lo más democrático, desde una princesa real hasta una simple sirvienta, siempre y cuando fueran bellas, todas eran aptas para calmar su ardiente temperamento, tal y como lo indicó en su día su cuñada la Princesa Palatina, segunda mujer de su hermano Felipe, Duque de Orleans.

La amante del rey tenía un cierto papel en la Corte de Versalles y lograba convertirse en un personaje concreto, al menos algunas de sus amantes. No todas lograron ser elevadas a la categoría de duquesas y sentarse en un lugar destacado cuando el rey iba a misa o tener sus propios apartamentos en el palacio, como no todos los hijos nacidos de estas relaciones lograban tener el mismo status.

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La marquesa de Montespan

Luis XIV enamoró a la sobrina de Mazarino, Olimpia Mancini, esposa del príncipe de Saboya, condesa de Soissons y madre del célebre príncipe Eugenio, fue la protagonista de uno de esos largos trances sentimentales que acabó con la expulsión de la bella italiana de la corte, en la que había logrado ser nombrada para ejercer un cargo de importancia en el escalafón de las damas de palacio.

El régimen de las amantes oficiales había empezado al poco tiempo de su casamiento, cuando el rey estableció una estrecha relación con su cuñada madame Enriqueta, duquesa de Orleans y, para evitar el escándalo, tomó por amante a una dama de honor de ésta, Louise de La Valliére.

f17Louise de La Valliére

Era una muchacha tímida y algo coja, de dieciséis años, le dio cuatro hijos ilegítimos, a quienes crió la esposa de Colbert. Dos hijos fallecieron pronto. Los otros dos, los supervivientes, fueron legitimados por el rey y recibieron los títulos de Vermandois y de Blois.

En el año1667, Luis XIV decide cambiar a su amante La Valliére por Atenaida de Rochechuart, la espléndida marquesa de Montespan, que durante diez años dominó al rey y a la corte como la verdadera sultana de las fiestas de Versalles.

La marquesa de Montespan, que era descarada, inteligente, ingeniosa, bella y experta. Tenía entonces veintiséis años, y le bastaba un guiño para seducir al rey, que envía al exilio al poco conforme esposo de la marquesa.

La marquesa de Montespan pasa a ser la favorita única hasta el año 1679. Única hasta donde el apetito insaciable del rey lo permite. Para ella construye el exótico Trianon de Porcelana que era un complejo palaciego. Juntos tienen ocho hijos, que entregan para su cuidado a Françoise d’Aubigné. Dos murieron de corta edad. Los seis restantes fueron legitimados y ennoblecidos por el monarca.

La Montespan se hizo famosa por sus críticas a los personajes de la corte, por sus burlas e imitaciones, por su desenfado y su enorme capacidad de intriga. El mando de la Montespan se hizo más visible al ser nombrada superintendente de la casa de la reina en el año 1680.

Los años, y los sucesivos partos, no perdonan. Sus siete partos fueron tema del Parlamento, que legitimó a los cuatro hijos bastardos que sobrevivieron.

Aquellos pechos de la marquesa que hacían pecar a un santo van perdiendo atractivo mientras al rey se le va pasando la fiebre, la lujuria desmedida, y empieza a sentirse atraído por la maternal d’Aubigne, que era viuda.

Luis XIV cansado de sus cóleras y de sus celos, se separó de ella cuando la marquesa se vio implicada en un sonado escándalo. El caso de los venenos, que salpicó a un número importante de personalidades, acusadas de brujería y asesinato y se retira a un convento de monjas en el año 1670.

El peso del matrimonio es mucho más agradable si se lleva entre tres. Luis XIV no tiene ningún reparo en dejarse ver con ambas favoritas a la vez. Incluso ordena que sus habitaciones del palacio de Versalles comuniquen con las habitaciones de una y otra. Esas relaciones conformarán un enjambre de pasillos y pasadizos que es hoy el palacio, que poco a poco va ganando terreno física y metafóricamente.

f19La marquesa de Maintenon

Muere María Teresa de Austria en el año 1863. Luis XIV contrae un matrimonio morganático con la ya marquesa de Maintenon. No tuvieron hijos, pero más de treinta años de vida en común borraron la sonrisa maliciosa de quienes la rebautizaron como madame Maintenant sin entender por qué, pese a seguir coleccionando amantes, el monarca siempre volvía a la cama de aquella mujer sin el atractivo, ingenio ni descaro de otras.

Fue la unión de dos seres muy distintos que se amaron mutuamente y que seguían cohabitando, sexualmente, hasta los últimos años de la vida del rey. La presencia de esta mujer madura, formada en la tribulación, en la miseria y en un primer matrimonio atroz, con un viejo marido enfermo, fue un sedante para los excesos de la corte misma, que a partir de esa fecha mantuvo un tono de mayor austeridad en los lujos y en el derroche de las fiestas.

Luis XIV

Luis XIV tuvo otras amantes como Anne de Rohan Chabot de la que se sintió atraído por su cintura de avispa y la esbeltez de su cuerpo, para lo que Anne se sometía a un severo régimen alimenticio y sólo comía “pollo, ensalada, fruta, algunos productos lácteos y un poco de vino mezclado con agua”.

Todas tuvieron orígenes diversos y algunas tuvieron una gran influencia en aspectos culturales, sociales e incluso en la política. Muchas de ellas marcaron modas y costumbres como la importancia del aseo, entre ellas debemos destacar a Moretti y Vergé Fransceschi.

El destino de estas amantes de Luis XIV fue dispar, unas murieron jóvenes, otras cayeron en desgracia, otras acabaron en conventos y Madame de Maintenon que acabó casándose con el rey.

Luis XIV muere en el año 1715. Había conseguido convertir el palacio de Versalles en un templo de la lujuria y el libertinaje. Mientras el pueblo francés vive en la miseria más absoluta.