La Belle Époque no era tan “belle”

El asesinato en un atentado del archiduque Francisco Fernando de Austria y su mujer desencadenó la Primera Guerra Mundial.
 Dominio público

Autor: FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

Fuente: La Vanguardia 18/12/2020

El terrorismo internacional no es un invento de nuestra época. A finales del siglo XIX, el mundo se vio sacudido por una sucesión espectacular de atentados, en aquel momento de signo anarquista. Tendemos a pensar en la Belle Époque como un tiempo feliz lleno de arte y glamur. En realidad, el esplendor de esta época legendaria tenía el reverso de las espantosas desigualdades sociales que se vivían en ciudades como Londres o París.

En la capital del Sena, los trabajadores vivían en barrios insalubres en los que el impacto de las enfermedades era muy superior al que sufrían las zonas más ricas. En el caso de la tuberculosis, esta desproporción era de 5 a 1 entre el distrito XX y el de la Ópera. La salud de los proletarios era mucho más frágil, algo lógico, puesto que para ellos conseguir una alimentación digna suponía una aventura épica.

Vivían inmersos en una constante incertidumbre, sin perspectivas de futuro. No había suficientes escuelas para sus hijos, pero contaban, eso sí, con infinito número de tabernas en que ahogar su desesperación con la bebida. Cuando no había manera de llegar a fin de mes, algunas mujeres no veían otro camino que el de la prostitución esporádica.

La vivienda constituía otro problema grave. En los suburbios de las grandes urbes, la gente se amontonaba en chabolas que edificaban de un día para otro.

'Al alba', cuadro de Charles Hermans.
‘Al alba’, cuadro de Charles Hermans. Dominio público

La brecha social se muestra bien en A l’aube (“Al alba”), el impactante lienzo de Charles Hermans, de 1875, conservado en el Museo de Bellas Artes de Bruselas. Un hombre con frac y sombrero de copa, ostensiblemente borracho, sale de un local. Le acompañan dos mujeres, atraídas no tanto por él como por su cartera. A la izquierda de la pintura, una familia proletaria les contempla en silencio. El mensaje del artista no puede ser más claro: mientras a unos les sobra el dinero, otros no tienen qué comer.

“Propaganda por el hecho”

Ante la magnitud de las injusticias, un sector del movimiento anarquista vio en la violencia una solución. La revolución iba a llegar, supuestamente, a través de la denominada “propaganda por el hecho”. Determinados periódicos libertarios apostaron por una apología directa de los métodos más contundentes.

Los trabajadores protestan al dueño de la fábrica, en el cuadro 'La huelga', por Robert Koehler, 1886.
Los trabajadores protestan al dueño de la fábrica en el cuadro ‘La huelga’, por Robert Koehler, 1886. Dominio público

Fue en este ambiente de crispación cuando un joven de apenas veintiún años, Émile Henry (1872-1894), lanzó un explosivo en el café Terminus de París. Era la primera vez que un libertario atacaba a personas corrientes, que no eran representantes del poder político militar. Para Henry, solo contaba su pertenencia a la burguesía. Pensaba que ningún miembro de esta clase social era inocente de la explotación de los trabajadores.

Henry buscaba rebelarse contra la tiranía del capitalismo, pero también quería asegurarse un lugar en la posteridad revolucionaria. De ahí que en ningún momento intentara defenderse para escapar a la pena de muerte.

Estado de psicosis

La sucesión de atentados anarquistas, con la muerte de políticos como el presidente francés Sadi Carnot o el español Cánovas del Castillo, generó una psicosis mundial. Los gobiernos y los periódicos supusieron que existía una organización internacional que decidía los atentados, el denominado “club de la dinamita”, que solo existía en la mente de los creadores de teorías conspiratorias.

Los poderosos veían por todas partes a escurridizos anarquistas portadores de explosivos, un estereotipo como el que utilizaría Joseph Conrad en su novela El agente secreto (1907). La prensa, con sus exageraciones sensacionalistas, contribuyó poderosamente a la propagación del pánico.

Ilustración del asesinato de Cánovas del Castillo en un libro de la época.
Ilustración del asesinato de Cánovas del Castillo en un libro de la época. Terceros

En Francia llegó un momento en que los más acomodados se lo pensaban dos veces antes de acudir al teatro o a un restaurante caro. Nadie sabía cuándo los “dinamiteros” podían entrar en acción.Lee también

En realidad, los militantes libertarios funcionaban a través de pequeños grupos sin conexión entre sí. No poseían, como señala el historiador John Merriman en su reciente libro El club de la dinamita (Siglo XXI), “una organización real ni unos líderes capaces de controlar a sus fieles”. Esta forma de proceder era coherente con sus principios filosóficos, en los que la autonomía del individuo constituía una prioridad.

En París, las fuerzas de orden tuvieron prácticamente carta blanca para actuar según su criterio y capricho

Los datos objetivos daban igual: la maquinaria represiva de los Estados no tardó en ponerse en marcha. La policía multiplicó a sus agentes encubiertos, incrementó los fondos para delatores, detuvo a gente con razón o sin ella. Se promulgaron leyes que limitaban las libertades en nombre de la seguridad pública, con lo que se desencadenaron todo tipo de abusos. Hasta contar un chiste se volvió peligroso. En París, las fuerzas de orden público tuvieron prácticamente carta blanca para actuar según su criterio y capricho.

Tantas medidas de excepción, pensadas para combatir una amenaza formidable, contrastan con el carácter muy modesto de la violencia anarquista, apenas un arañazo en la dura piel del capitalismo. En la década de 1890, un máximo de 60 personas murió en todo el mundo a consecuencia del terrorismo libertario.

Dibujo del anarquista Auguste Vaillant, quien atentó contra la Cámara de los Diputados francesa en 1893.
Retrato del anarquista Auguste Vaillant, que atentó contra la Cámara de los Diputados francesa en 1893. Dominio público

El promovido por el Estado resultaba incomparablemente más letal, en una proporción de 260 a 1, tal como relata Merriman. Así, además de contribuir a alimentar el odio, la brutalidad de las autoridades favorecía una espiral de acción-reacción que solo contribuía a multiplicar los atentados.

No faltaron, desde luego, los que vieron como héroes a Émile Henry y otras figuras similares. Sin embargo, una inmensa mayoría de anarquistas condenó su recurso a la violencia ciega: matar a inocentes no era el mejor camino para cambiar el mundo.

No obstante, de forma previsible, eso no impidió que las clases acomodadas redujeran el pensamiento libertario, sin el más mínimo matiz, a una simple apología del asesinato y del robo. Satisfecha de sí misma, la burguesía biempensante no contemplaba reformas, sino cárceles y ejecuciones para los disidentes.

Por Navidad, todos a casa

Soldados británicos en la I GM

Autor: JESÚS ESPELOSÍN

Fuente: nuevatribuna.es 20/11/2020

Julio 1914. Europa se encuentra en máxima tensión después de varios años de prolongación de aquella paz que Bismarck había propiciado manteniendo el equilibrio entre las cinco potencias europeas. Pero aquello no se sostenía y la guerra parecía inevitable, además de que, se pensaba, podía ser una solución. «La guerra que acabaría con todas las guerras» llegó a decirse.

Por otra parte, la experiencia de las guerras del siglo XIX, después de las napoleónicas, decía que una guerra era cosa de pocos meses, no más de seis en el peor de los casos. Por eso, en Reino Unido se hizo famosa la frase de «Por Navidad, todos a casa«. Se refería a la vuelta de los muchachos que había enviado al frente en tierras francesas y belgas. Después, es sabido que, dividido en dos guerras mundiales, aquello no acabó hasta 1944.

La guerra contra el coronavirus, que debiera ser más mundial que las dos tan famosas del siglo pasado, no la estamos tratando como tal, los norteamericanos, al igual que en las dos guerras mundiales ya mencionadas, entraron tarde

Misma preocupación, la Navidad de 2020, parece existir hoy en la guerra contra el  coronavirus. Puede leerse que se están haciendo planes para que el virus nos dé una tregua en Navidad que permita a las familias reunirse en torno al belén, al abeto y, sobre todo, al pavo, en esos días tan entrañablemente distintos en los que hasta los cuñados son bien recibidos. Pero resulta que el coronavirus no es como aquellos soldados franceses y alemanes que en la noche del 24 de diciembre de 1914 salieron momentáneamente de las trincheras y dejaron de dispararse durante unas horas para pasar su Navidad. El virus, como no tiene sentimientos, no puede ponerse sentimental y, por tanto, no va a dar una tregua navideña. Mas bien, es de esperar que, favorecido por la cercanía de las personas, la concentración de las mismas y cierta efusividad, derivada de la situación, el virus haga su agosto en diciembre.

El hombre, y también la mujer desde las leyes de igualdad, es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra y, parece, que estamos dispuestos a tropezar nuevamente con esta piedra navideña pensando que la realidad va a ser como la deseamos sin hacer mucho para que así sea. Porque, además, esto de la Navidad no es lo único que no hemos aprendido.

La guerra contra el coronavirus, que debiera ser más mundial que las dos tan famosas del siglo pasado, no la estamos tratando como tal. Primero, porque hemos renunciado a tener un Estado Mayor. La Organización Mundial de la Salud, que debiera haber cumplido ese papel, está tan desprestigiada que nadie hace caso de sus recomendaciones. Debido a eso, cada cual hace la guerra por su cuenta, y nunca mejor empleada la frase. Frente a la unidad de acción del virus, cuya única estrategia, táctica, actividad y ocupación es reproducirse, cosa que hace con enorme facilidad y eficacia, los demás utilizamos multitud de respuestas.

Los norteamericanos, al igual que en las dos guerras mundiales ya mencionadas, entraron tarde. Esta vez no les podemos atribuir la «zona cero» de la gripe llamada «española» de 1918, pero el que el virus haya podido extenderse en una población de más de 300 millones de personas antes de que Trump se enterase del problema, no ha ayudado al caso. Y, mas, habida cuenta del papel de líder del mundo occidental que tienen atribuido. Quizás ese papel de liderazgo ha podido influir en que paises como México o Brasil, con gobernantes trumpistas y poblaciones millonarias, siguieran su ejemplo de negar la evidencia.

Pero es que, en Europa la respuesta ha sido, aunque temprana, dispersa. Habrá mucha reunión telemática entre responsables sanitarios y/o políticos pero la falta de unas directivas de Bruselas tan precisas como las que marcan el tamaño de las naranjas, por ejemplo, ha evitado la acción conjunta. Luego, la soberanía de cada país se ha encargado de que la lucha europea contra el coronavirus pueda recordarnos al gran Pancho Villa de sus mejores tiempos.

Excepto en España donde, además, el coronavirus nos pilló con el pie cambiado de una sanidad descentralizada en 17 responsables de su gestión, una por cada una de las comunidades autónomas en que está dividido nuestro país. Eso ha hecho que Sánchez no haya podido actuar como la admirada Merkel, la ciudadana prusiana que no tenía que convencer a 17 personas de lo que debía hacerse y ha actuado con la determinación de sus antecesores, no voy a decir como Hitler (que no era prusiano) pero si como Bismarck. Y he empezado por decir que excepto en España porque, estoy escribiendo de memoria, creo que somos la excepción en esa forma de proceder.

Eso de tomar decisiones por comunidades se ha llevado, no solo hasta el nivel territorial del municipio, si no al de barrios y, en algún sitio como Madrid, hasta la división administrativa de «zona sanitaria». Bien, no voy a ser yo, desde mi ignorancia en la materia, quien diga cómo debe hacerse, pero me extrañaría mucho que una pandemia mundial se combatiese como se hace en el mus cuando las cosas van mal: cada uno con las suyas.

Y, desde luego, que nadie piense en una tregua viral navideña. Podemos empeñarnos en levantar las restricciones una vez que se enciendan las luces multicolores de muchas calles españolas, pero, en ese caso, quien se va a dar un atracón en esas fiestas va a ser el virus.

Ah, y ya que estamos, Feliz Navidad.

La gran catástrofe de la frontera grecoturca

Autor: Jaume Pi.

Fuente: La Vanguardia 18/04/2020

Lo que hoy son las fronteras entre Grecia y Turquía representan mucho más que una simple separación entre dos países del Mediterráneo. División natural entre dos continentes, han significado el linde simbólico entre las civilizaciones de Occidente y Oriente. De la legendaria guerra de Troya a la conquista turca de Constantinopla, la historia ha reservado para la región un espacio privilegiado en sus crónicas. Hoy vuelve a estar en el punto de mira como escenario de una grave crisis humanitaria que afecta a miles de refugiados llegados de las guerras de Oriente Próximo. Hoy como ayer, la frontera sigue separando dos mundos.

Desgraciadamente existe un precedente de la actual situación. Hace unos 100 años la región vivió una crisis humanitaria de aún mayores proporciones, que afectó a la vida de millones de personas y que aún hoy representa una profunda herida para ambos países. El foco principal de aquel desastre se encuentra a unos escasos 100 kilómetros de la isla de Lesbos, epicentro de la actual crisis de refugiados: es la costera y populosa ciudad turca de Izmir o Esmirna.

Desde que Grecia lograra su independencia en el siglo XIX, el objetivo de los nacionalistas fue la ‘Megali Idea’: ampliar su territorio a sus fronteras históricas y ‘refundar’ el Imperio Bizantino

Pero entender que sucedió en Esmirna en 1923, unos hechos que aún los griegos bautizan como la ‘Gran Catástrofe’, nos obliga a remontarnos todavía más años atrás. Si hubo una gran catástrofe es porque antes hubo una Gran Idea. Así, Megali Idea, es como bautizaron los nacionalistas griegos a la utopía de reconstruir una moderna Magna Grecia (aunque en este caso miraría más hacia el Imperio Bizantino que hacia el sur de Italia). Desde que Grecia lograra su independencia del Imperio Otomano en 1831, este fue el objetivo de muchos nacionalistas: recuperar un idealizado Bizancio y unir a todos los griegos diseminados a lo largo y ancho del imperio.

La Grecia que nació en el siglo XIX era un Estado pequeño comparado con sus predecesores históricos. En parte nació gracias a las potencias occidentales, que necesitaban un estado satélite en medio del Imperio Otomano y que además idealizaban el mundo griego como cuna de su civilización.

El recién nacido estado, con capital en una Atenas de poco más de 5.000 habitantes que nada tenía que ver con la gloriosa polis de Pericles, apenas comprendía entonces las regiones del sur y el Peloponeso. Pero ambicionaba conquistar Macedonia, el Épiro, el Dodecaneso, las islas del Egeo, Creta, Chipre, Tracia y las costas occidental y norte de Anatolia. Y todo ello, con capital en Constantinopla, para reinstaurar por fin el esplendor del Imperio Bizantino. Toda la política exterior del nuevo Estado el siglo XIX y primera parte del siglo XX giró en torno a este ideal.

Estos planes tuvieron predicamento no solo en Grecia, sino entre buena parte de la diáspora que aún vivía en el seno del imperio turco, especialmente en Constantinopla y Esmirna, dos grandes ciudades de mayoría griega. Cabe recordar que el imperio otomano era en aquel entonces un Estado multiétnico y multirreligioso que se expandía por los Balcanes y Asia Menor, y que las distintas comunidades nacionales no estaban concentradas en un territorio propio, sino esparcidas por todo el imperio. A los griegos les unía sobre todo la religión cristina ortodoxa y, en menor medida, el idioma.

En Asia Menor, las distintas comunidades helenas habían sufrido su propia evolución y contaban ya con sus tradiciones propias. Poco tenía que ver un griego de Esmirna con un griego de la histórica región de Ponto, al noreste. Y poco tenían que ver ambos con los griegos europeos. Algunos hablaban turco pero profesaban la religión ortodoxa, otros hablaban un griego muy arcaico pero eran de religión musulmana. Por lo tanto, una mezcla difícil de conjugar en una única nación.

Ya hacia finales del XIX y con un decadente Imperio Otomano al que llamaban “el enfermo de Europa”, los nacionalismos de los Balcanes aspiraban a la construcción y expansión de sus propios estados. Los límites étnicos no estaban nada claros y el puerto de Tesalónica era codiciado tanto por griegos como por serbios y búlgaros. Además, en 1897 la isla de Creta se alzaría contra el imperio para unirse a Grecia. El estado griego declaró la guerra a los turcos sufriendo, sin embargo, una dolorosa derrota. La Megali Idea quedaba más lejos.

Las comunidades griegas estaban esparcidas por todo el Imperio Otomano , incluida Asia Menor, y eran mayoría en Esmirna; pero había muchas diferencias entre sí: algunos eran musulmantes grecoparlantes; otros ortodoxos de lengua turca

Sin embargo, fue precisamente un cretense, Eleftherios Venizelos, el que cambiaría el rumbo de los acontecimientos. Tras su irrupción en el poder en 1910, Venizelos retomó la aspiración de la Gran Idea y lideró a Grecia en las guerras balcánicas de 1912 y 1913, años en los que primero el Imperio Otomano perdió casi todos sus territorios en Europa y después los distintos estados emergentes se disputaron las fronteras de la península.

Grecia arrebató a serbios y búlgaros las regiones históricas del Epiro, Macedonia y Tracia Occidental, quedándose con el codiciado puerto de Tesalónica, además de sumar también Creta y Samos. Los territorios agregados a la nueva Grecia sumaban un 70% más a la extensión total del país, aumentando el número de habitantes en dos millones de habitantes, casi el doble de la población griega hasta el momento.

Poco después también arrancó en los balcanes la Primera Guerra Mundial (1914-1918), capítulo clave en esta historia, especialmente porque supondrá el desmembramiento definitivo del Imperio Otomano tras cinco siglos. Pese a que Grecia comenzó como estado neutral, la entrada otomana en el bando de las potencias centrales llevó a Venizelos a apoyar a los aliados.

De nuevo, la obsesiva Gran Idea tuvo la culpa: era la oportunidad de arrebatar los territorios históricos al moribundo imperio. Esta posición dividió al país entre partidarios de Venizelos, favorable a entrar en la Gran Guerra, y leales al rey Constantino I, favorable a mantener la neutralidad. La victoria de los aliados dio la razón al político cretense que al poco tiempo quiso cobrarse su apoyo reclamando su parte del pastel.

Tropas turcas marchan dirección a Esmirna en septiembre de 1922
Tropas turcas marchan dirección a Esmirna en septiembre de 1922 (Topical Press Agency / Getty)

La Gran Guerra también trajo con ella un odio irreconciliable entre las comunidades que durante siglos habían convivido más o menos pacíficamente en el seno del imperio. Durante el conflicto, más de 450.000 griegos tuvieron que exiliarse a las regiones occidentales de lo que hoy es Turquía.

En paralelo al conocido como genocidio armenio, los nacionalistas turcos y las autoridades otomanas también la tomaron contra los griegos de Anatolia, que sufrieron numerosas atrocidades: deportaciones indiscriminadas y crímenes que todavía hoy están por esclarecer. Especialmente sangrante fue la situación en la región de Ponto, al sudeste del Mar Negro. Aún hoy Grecia exige a la comunidad internacional que reconozca esos hechos como un genocidio.

Con el fin de la guerra, Venizelos reclamó las regiones que quedaban para formar la anhelada Gran Grecia, incluyendo las provincias occidentales de Asia Menor. Aunque las negociaciones no habían alcanzado su fin, y ante el temor de que un nuevo competidor, Italia, le arrebatara ahora la región, Venizelos se adelantó y el 15 de mayo de 1919 ocupó la ciudad de Esmirna y, con ello, arrancó la guerra grecoturca. El Tratado de Sévres de 1920 permitió a Grecia gestionar los nuevos territorios de Anatolia por cinco años, aunque la soberanía seguía siendo turca. Pasados estos cinco años, las regiones pasarían bajo poder griego tras referéndum.

Con la llegada de Venizelos al poder, el sueño se acerca: Grecia se aprovecha de las guerras balcánicas y la Gran Guerra para extender su territorio a costa del desmembrado Imperio Otomano

En solo nueve años, Grecia había pasado de tener una superficie de 64.679 km2 con una población de poco más de 2,5 millones de personas a extenderse por 173.799 km2 con una población total de más de 7 millones habitantes. El sueño parecía cumplido. Sin embargo, fue el inicio de la pesadilla.

El país llevaba 9 años seguidos de guerra ininterrumpida y fue incapaz de mantener cierto orden en sus nuevas conquistas. La administración de la ciudad, todavía muy multicultural y que en ese momento había acogido a unos 100.000 refugiados de la guerra, fue un auténtico caos. Los abusos de policía y civiles contra la comunidad turca de la ciudad fueron numerosos. El odio racial estaba en el orden del día.

Los acontecimientos se precipitaron los dos siguientes años. Grecia fue perdiendo el favor del mundo occidental, que vio en la nueva Turquía un aliado de más peso en la región. La revolución del movimiento nacionalista comandado por Mustafá Kemal, posteriormente conocido como Atatürk (‘padre de los turcos’), triunfó y la guerra estaba a punto de tomar otro rumbo. Con este empuje, Grecia sumaría las posteriores batallas por derrotas.

La catástrofe de Esmirna supuso el asesinato de miles de griegos y armenios en la ciudad
La catástrofe de Esmirna supuso el asesinato de miles de griegos y armenios en la ciudad (Keystone-France / Getty)

Pronto Esmirna se convertiría en el foco de atención para los turcos que se disponían ahora de recuperar lo que consideraban suyo. El ejército avanzaba por todos los frentes y se dirigía hacia la ‘infiel’ ciudad -así era conocida entre muchos turcos- con ganas de venganza. Grecia, ahora sin ningún apoyo exterior y con un ejército debilitado, se retiraba ofreciendo una tímida resistencia y dejando a Esmirna a la merced de las tropas de Kemal. El caos volvió a apoderarse de la ciudad.

La minoría turca, sabiendo la inminente victoria de los suyos, se tomó la justicia por su mano. Aunque en un primer momento la ocupación se hizo de forma pacífica, el odio étnico volvió a manchar de sangre toda la ciudad. Los barrios armenio y griego fueron literalmente arrasados por las llamas. Sólo el barrio turco y el judío se salvaron de un aberrante ejercicio de limpieza étnica con todo tipo de atrocidades. Los barcos de refugiados se amontaban en el puerto para tratar de rescatar al máximo número de personas de una ciudad incendiada. Un fin dantesco. La Gran Catástrofe fue un hecho un 13 de septiembre de 1922.

La guerra grecoturca estuvo marcada por el odio étnico. La caída de Esmirna, el 13 de septiembre de 1922, fue dantesca: los barrios armenio y griego fueron arrasados por las llamas y miles de personas asesinadas o obligadas a exiliarse

La caída de Esmirna fue traumática en términos simbólicos para el mundo griego y puso un final abrupto al sueño nacionalista. Pero las consecuencias prácticas fueron, por supuesto, mucho peores. El Tratado de Lausana, firmado el 30 de enero de 1923, planteó como única solución viable un intercambio masivo de poblaciones que, de hecho, ya se había producido con el efecto de la guerra. Una primera estadística de 1923 habla de un total 785.000 refugiados que se movieron en condiciones paupérrimas. Se estima que en los primeros nueve meses después del influjo, se produjeron 6.000 muertos al mes.

La primera estadística oficial en 1928 fijaba los refugiados en más de 1,2 millones de personas y hoy se calcula que probablemente fueron 1,4 millones. Por el lado turco, unas 500.000 musulmanes que vivían en zonas griegas se desplazaron a Asia Menor. Se trata del segundo mayor intercambio de poblaciones del siglo XX tras el que protagonizaron India y Pakistan en la década de los años 40.

El impacto demográfico y social fue brutal, en especial en las zonas urbanas. En el Pireo, por ejemplo, se pasó de 123 habitantes a 69.000 en sólo siete años. Más allá de la precariedad social, también hubo un importante choque cultural. Cabe recordar que muchos de estos griegos ‘asiáticos’ eran completamente distintos en tradiciones a sus compatriotas europeos. Todavía hoy se arrastran las diferencias y muchos descendientes de ese éxodo forzado mantienen vivo el orgullo de sus orígenes.

Durante esos años de exilio, en el sur de una ya superpoblada Atenas, nació un suburbio bautizado como Nueva Esmirna. Es uno de los recuerdos de la ciudad de Asia Menor, que contó con presencia griega desde tiempos homéricos, y desde hace un siglo borrada del mundo helénico para siempre.

Todavía hoy descendientes de los griegos de Asia Menor recuerdan sus orígenes
Todavía hoy descendientes de los griegos de Asia Menor recuerdan sus orígenes (SAKIS MITROLIDIS / AFP)

La Gripe Española: la pandemia de 1918 que no comenzó en España

Autora: Sandra Pulido

Fuente: Gaceta Médica. 19/01/2018

La Gripe Española mató entre 1918 y 1920 a más de 40 millones de personas en todo el mundo. Se desconoce la cifra exacta de la pandemia que es considerada la más devastadora de la historia. Un siglo después aún no se sabe cuál fue el origen de esta epidemia que no entendía de fronteras ni de clases sociales.

Aunque algunos investigadores afirman que empezó en Francia en 1916 o en China en 1917, muchos estudios sitúan los primeros casos en la base militar de Fort Riley (EE.UU.) el 4 de marzo de 1918.

Tras registrarse los primeros casos en Europa la gripe pasó a España. Un país neutral en la I Guerra Mundial que no censuró la publicación de los informes sobre la enfermedad y sus consecuencias a diferencia de los otros países centrados en el conflicto bélico.

Ser el único país que se hizo eco del problema provocó que la epidemia se conociese como la Gripe Española. Y a pesar de no ser el epicentro, España fue uno de los más afectados con 8 millones de personas infectadas y 300.000 personas fallecidas.

Hospital militar de emergencia durante la epidemia de Gripe Española. Camp Funston Kansas Estados Unidos.
/ Foto: Museo Nacional de Salud y Medicina

La censura y la falta de recursos evitaron investigar el foco letal del virus. Ahora sabemos que fue causado por un brote de influenza virus A, del subtipo H1N1. A diferencia de otros virus que afectan básicamente a niños y ancianos, muchas de sus víctimas fueron jóvenes y adultos saludables entre 20 y 40 años, una franja de edad que probablemente no estuvo expuesta al virus durante su niñez y no contaba con inmunidad natural.

Fiebre elevada, dolor de oídos, cansancio corporal, diarreas y vómitos ocasionales eran los síntomas propios de esta enfermedad. La mayoría de las personas que fallecieron durante la pandemia sucumbieron a una neumonía bacteriana secundaria, ya que no había antibióticos disponibles.

Sin embargo, un grupo murió rápidamente después de la aparición de los primeros síntomas, a menudo con hemorragia pulmonar aguda masiva o con edema pulmonar, y con frecuencia en menos de cinco días.

En los cientos de autopsias realizadas en el año 1918 los hallazgos patológicos primarios se limitaban al árbol respiratorio por lo que los resultados se centraban en la insuficiencia respiratoria, sin evidenciar la circulación de un virus.

Al no haber protocolos sanitarios que seguir los pacientes se agolpaban en espacios reducidos y sin ventilación y los cuerpos en las morgues y los cementerios. Por aquel entonces se haría popular la máscara de tela y gasa con las que la población se sentía más tranquila, aunque fueran del todo inútiles.

En el verano de 1920 el virus desapareció tal y como había llegado.

Portadores de la Cruz Roja durante la Gripe Española. Washington DC.

Y ASÍ LA LLAMARON

Los periódicos españoles fueron los primeros en informar sobre una enfermedad que estaba matando a la población. En el resto de Europa, y a ambos lados de las líneas aliadas, censuraron toda información para no desmoralizar a las tropas ni mostrar debilidad ante el enemigo. Con lo cual, sólo se convirtió en noticia en los países neutrales. En un primer momento los medios de España intentaron también darle nombre extranjero bautizándola como ‘El soldado de Nápoles’ o ‘La enfermedad de moda’. Tras informar el corresponsal del The Times en Madrid, el termino de ‘La Gripe Española’ se extendería por el resto del mundo a partir del verano de 1918.

Cartel de la Gripe Española en Alberta.

‘Senderos de gloria’, una película contra todas las guerras

Autor: Ínigo Sáenz de Ugarte.

Fuente: guerraeterna.com 09/02/2020

Muchos años después del estreno de ‘Senderos de gloria’, Kirk Douglas contó en 1969 al crítico de cine Roger Ebert que estaba convencido de que la película seguiría siendo un clásico para siempre, además de su mejor actuación. «Esa es una película que siempre será buena, también dentro de muchos años. No tengo que esperar 50 años para saberlo. Lo sé ahora». Douglas era consciente de que la película se había hecho gracias a él en primer lugar. El proyecto de Stanley Kubrick no había recibido ningún apoyo en los grandes estudios de cine. El interés de Douglas por el guión y por interpretarla lo cambió todo y United Artists aceptó financiarla con 935.000 dólares.

La muerte de Kirk Douglas con 103 años el pasado 5 de febrero ha recordado ahora algunas de sus mejores actuaciones. ‘Senderos de gloria’ (1957) es una de ellas, a lo que se une el hecho de que está considerada una de las grandes películas de guerra y una con el mensaje antibelicista más claro y nítido de entre todas ellas. Desde el primer momento, su fuerza resultó evidente, aunque no fuera un éxito de taquilla. El Gobierno francés dejó claro que no permitiría su estreno en el país, con lo que la distribuidora prefirió no intentarlo. No llegó a Francia hasta 18 años más tarde, en marzo de 1975.

Kubrick, con sólo 29 años, demostró una habilidad casi impropia de su edad. Ya entonces tenía un temperamento autoritario en el rodaje al ser un hombre con las ideas muy claras sobre lo que debía hacer. Tuvo choques con Douglas, una gran estrella, lo que no impidió que dos años después el actor le ofreciera la dirección de ‘Espartaco’ después de que Anthony Mann sólo durara una semana.

Si saber engañar o cautivar a los actores es una tarea imprescindible en algún momento para un director, no cabe duda de que Kubrick demostró un gran talento al convencer a Adolphe Menjou de que interpretara el papel del general Broulard. Nacido en EEUU de padre francés, Menjou era un republicano radical que pensaba que Roosevelt era un socialista que sólo quería arrebatar a los ricos el dinero que habían ganado (incluido el suyo). Cooperó sin problemas con la caza de brujas, porque sostenía que Hollywood estaba lleno de comunistas. Había participado en la IGM como capitán en una unidad de ambulancias. Era improbable que quisiera participar en una película de mensaje antibélico.

Kubrick lo consiguió jugando la carta del ego. Le dijo que su papel era básico en la película –lo que era cierto, pero no el sentido en que pensaba Menjou– y que Broulard era un buen general que intentaba asumir la responsabilidad del mando en circunstancias difíciles. Para completar la jugada, el director sólo le entregó las páginas del guión en las que aparecía su personaje.

En el rodaje, Menjou tuvo que soportar una de las características por las que es conocido Kubrick. La repetición de las escenas hasta que quedaran exactamente como él quería. En una de esas ocasiones, el actor montó en cólera, dijo a gritos que no podía hacerlo mejor y se quejó de la inexperiencia del director en la dirección de actores. Kubrick no perdió la calma. Dejó que Menjou explotara y le dijo sin levantar la voz: «No ha quedado bien y vamos a seguir haciéndola hasta que quede bien. Y lo conseguiremos, porque vosotros sois muy buenos». La dosis justa de elogios tranquilizó al actor, que aceptó hacer una toma más.

Años después, Kubrick explicó a Gene Philips la razón de su perfeccionismo en los rodajes: «El cineasta debe recordar que tendrá que vivir con esa película el resto de su vida, una vez que la haya terminado». Si el director hace demasiadas concesiones en el rodaje con los actores o cualquier otra persona para evitar conflictos, esos errores quedarán fijos para siempre.

Al igual que en otras de sus películas como ‘La chaqueta metálica’ o ‘Barry Lyndon’, Kubrick plantea al espectador el elemento deshumanizador que caracteriza a cualquier guerra, donde los soldados sólo son carne de cañón con la que satisfacer los deseos de los gobiernos o los generales. Ambientada en la Primera Guerra Mundial, el escenario del segundo acto es un ataque imposible contra las defensas alemanas para el que el general Mireau (George Macready) no tiene en cuenta ni la fortaleza de las posiciones enemigas ni el estado de sus tropas. El coronel Dax (Kubrick) se convierte en una pieza fundamental de la maquinaria de guerra, pero al mismo tiempo es consciente del destino que espera a sus hombres. Sólo puede cumplir órdenes, aunque intuye que todo acabará en una matanza.

Será en el tercer acto –los generales ordenan la celebración de un consejo de guerra a tres soldados elegidos de forma arbitraria para castigar el fracaso del ataque– cuando Dax da un paso al frente. Defiende en el juicio a los acusados y después reprocha al general Broulard (Adolphe Menjou) su falta de humanidad. Broulard ha sabido que Mireau llegó a ordenar un ataque de artillería contra sus propias tropas para que no se retiraran. De forma astuta, le comunica que habrá una investigación, a la que resta toda importancia, y le releva del mando. De inmediato, ofrece el puesto a Dax, que no puede creer lo que oye. Convencido de que todos son como él, el general se burla de su perplejidad: «No exagere la sorpresa», le dice sonriendo. «Ha buscado ese puesto desde el principio. Todos lo sabemos, chico».  Obviamente, Broulard piensa que todos son como él. Dax ya no puede disimular: «Señor, ¿puedo sugerirle lo que puede hacer con ese ascenso?». Broulard le exige que se disculpe y Dax estalla: «Pido disculpas por no haberle dicho antes que es un viejo degenerado y sádico».

La película está basada en la novela del mismo nombre de Humphrey Cobb publicada en 1935 que a su vez estaba inspirada en un hecho real ocurrido en la IGM. El 17 de marzo de 1915, el general francés Delétoile ordenó fusilar a seis soldados elegidos al azar para castigar a una unidad por cobardía en el frente. La práctica de ejecutar a un número de soldados en representación de un grupo numeroso procede de las legiones romanas. La ‘decimatio’ consistía en dividir a una cohorte señalada por un motín o cobardía en grupos de diez soldados y ordenar que uno de ellos fuera asesinado por el resto.

Las condenas a muerte por deserción fueron frecuentes en la IGM, aunque la mayoría eran conmutadas por una pena de prisión. En el caso del Ejército británico, hubo por este motivo cuatro ejecuciones en 1914, 55 en 1915 y 95 en 1916, según cuenta Adam Hochschild en su libro ‘Para acabar con todas las guerras. Una historia de lealtad y rebelión (1914-1918). Hochschild precisa que la cifra real puede ser mayor, porque desaparecieron los registros de las ejecuciones realizadas en los destacamentos de los 100.000 soldados indios que combatieron en Europa.

Los enfermeros se llevan a un soldado herido de una trinchera alemana conquistada en la batalla del Somme en 1916. Imperial War Museum

Los mandos militares de esa guerra, como de muchas posteriores, nunca entendieron que pudiera existir algo como la neurosis de guerra. El síndrome de estrés postraumático no se empezó a considerar como una dolencia hasta los años 70. La experiencia de soportar durante largos periodos de tiempo el bombardeo de la artillería o morteros terminaba destrozando los nervios de muchos soldados y provocaba crisis nerviosas, pánico a morir o a quedar enterrado en la trinchera, o deseos irrefrenables de huir. «Aparte de la cantidad de personas que volaban en pedazos, las explosiones eran tan aterradoras que cualquiera que se encontrara en un radio de cien metros podía perder la razón después de varias horas, y el séptimo batallón tuvo que enviar lejos del frente a varios hombres en un estado de balbuceante indefensión», escribió un teniente británico después de pasar por esa experiencia en Ypres (citado por Hochschild en su libro).

Una escena de ‘Senderos de gloria’ muestra esa realidad. El general Mireau está inspeccionando las trincheras y entablando breves conversaciones con los soldados. Uno de ellos tiene la mirada pérdida y no termina de responder a las preguntas. «Tiene neurosis» (shell-shocked), dice un sargento. «Perdone, sargento. No existe tal cosa», dice Mirabeu. El soldado termina viniéndose abajo. «Compórtese. Está actuando como un cobarde», grita el general. «Yo soy un cobarde, señor», responde el soldado y Mireau le da una bofetada.

En la película, el consejo de guerra a los tres soldados se celebra en el cuartel general de las tropas francesas para el que Kubrick eligió un palacio alemán situado cerca de Múnich. El contraste entre el lujo del edificio con sus muros altos y relieves en las paredes no puede ser más llamativo con las trincheras abarrotadas de soldados que hemos visto antes. El juicio es una farsa. Está claro desde el principio que serán condenados, a pesar de todos los esfuerzos de Dax. Los soldados pagarán con su vida, porque los generales no aceptarán que el fracaso de la operación se debía a sus planes irreales.

Kubrick filma la ejecución con toda su crudeza sin hurtar al espectador el plano en el que figuran tanto el pelotón disparando como los soldados muriendo bajo las balas. No hay una elipsis ni se resume el fusilamiento en los rostros de las personas que lo presencian. Una de las víctimas está atada a una camilla al estar inconsciente a causa de un golpe en la cabeza producido por una caída en la celda la noche anterior. En una película no demasiado larga, 87 minutos, Kubrick se toma su tiempo para no obviar ningún detalle de la ejecución.

Lions led by donkeys (leones dirigidos por burros). En los años posteriores a la IGM, la devastadora carnicería extendió la idea de que los bravos soldados británicos o franceses habían sido comandados en el campo de batalla por generales imbéciles que los habían enviado a la muerte con una estrategia que no podía tener éxito. Con el paso del tiempo, ese punto de vista ha sido discutido o matizado por los historiadores. El empate estratégico producido a finales de 1914 provocó una guerra de trincheras y sucesivas ofensivas de las que ningún bando obtuvo una ventaja significativa durante mucho tiempo. El segundo acto de ‘Senderos de gloria’ refleja con verosimilitud ese escenario sin entrar en un análisis histórico preciso de las condiciones en que produjo la guerra.

Pocos acontecimientos reflejan tan bien ese drama como la batalla del Somme en 1916. El primer día de esa batalla (1 de julio) tuvo un balance estremecedor para los británicos: 57.470 bajas, incluidos 19.240 muertos. El peor día en la historia de su Ejército. Al final de los combates en noviembre, los aliados habían avanzado diez kilómetros. El precio en vidas humanas fue increíble en ambos bandos. 146.000 muertos y desaparecidos entre los aliados, 164.000 entre los alemanes. Batallas como esa fueron lo que hizo que el general Douglas Haig, jefe máximo de las fuerzas británicas, fuera denominado ‘el carnicero del Somme’. Al igual que otros militares de la época, también entre los alemanes, Haig pensaba en 1914 que la guerra duraría meses, no años.

El historiador británico Max Hastings me contó en una entrevista que esos generales se subieron superados por unas circunstancias que no podían controlar: «En los años treinta se pensaba que, si los generales (de la IGM) hubieran sido más inteligentes, habrían podido ganar la guerra sin que muriera tanta gente. Pero los académicos actuales creen que la tecnología de la defensa era mucho más fuerte que la tecnología del ataque».

Es evidente que cuando la aviación jugó en la IIGM un papel mucho más importante la posibilidad de establecer una defensa infranqueable en campo abierto era mucho más reducida (un caso distinto es el de los combates en ciudades, como Stalingrado). Entre 1914 y 1918, cuenta Hastings, los generales pensaban que esas ofensivas masivas contra posiciones bien defendidas por un alto número de soldados eran la única forma de ganar la guerra, de provocar tal desgaste en el enemigo que más tarde o más temprano tendría que ceder. Eso sólo ocurrió en 1918 en el momento en que Alemania llegó al límite de su resistencia después de sucesivas y constantes matanzas.

La realidad es que «por pura inocencia, hay gente que piensa que hay una forma humana de luchar en una guerra, pero eso no es así», decía Hastings.

La única forma de hacerlo es no empezar esa guerra.

https://youtu.be/XohngVy9cho

Cien años de Versalles: ¿puede un tratado de paz desatar una guerra?

Soldados británicos en la Primera Guerra Mundial.

Autora: KARINA SAINZ BORGO

Fuente: Vozpopuli, 28/06/2019

El mundo entero se refirió a ella como la Gran Guerra, porque nadie fue capaz de imaginar que existiría una segunda. Fue una carnicería: nueve millones de combatientes muertos, hambre, epidemias y migraciones forzadas. Incluso quienes ganaron la guerra, Francia y Gran Bretaña, la perdieron: acumularon más de dos millones de muertos y acabaron endeudados. Se trata de la Primera Guerra Mundial, aquel infierno que comenzó en 1914 y acabó, de manera definitiva, con el Tratado de Paz de Versalles, de cuya firma, el 28 de junio de 1919, se cumplen ahora cien años.

No está Europa para celebraciones y mucho menos la de este documento, a quienes muchos atribuyen la génesis de los nacionalismos, fraguados bajo el nuevo orden impuesto por los aliados tras la disolución de los cuatro imperios más importantes hasta entonces en el continente. No todas las miradas son apocalípticas y si alguien conoce a fondo los años de entreguerras en Europa es el historiador Julián Casanovas, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza y profesor de la Central European University de Budapest, quien habla en esta entrevista acerca de lo que significa hoy ese aniversario en la Europa del Brexit.

¿De qué forma las cláusulas de Versalles propiciaron el ascenso de los fascismos y los populismos?

Las negociaciones del Tratado de Versalles fueron largas y en ellas no no participaron los perdedores. Alemania se negó a firmar el documento preliminar, por considerar que en él estaban concitados todos los elementos para su hundimiento. Sin embargo, terminó por acatarlo. Los gobiernos aliados la declararon como causante y responsable de todas las pérdidas y los daños sufridos: 6.500 millones de libras, con sus intereses. A eso se sumó la devolución a Francia de Alsacia y Lorena, la pérdida de las minas del Sarre, la cesión de territorios a Bélgica, Dinamarca y Polonia, así como la pérdida de sus colonias y la limitación de su ejército a 100.000 soldados.

¿De qué forma las cláusulas de Versalles propiciaron el ascenso de los fascismos y los populismos? ¿Cuántas de aquellas identidades nacionales son hoy asuntos irresueltos? ¿Puede un tratado de paz provocar una guerra aún peor? “La historia depende de cómo la viven los ciudadanos en el presente”, esa es una de las respuestas que Julián Casanova aporta al momento de evaluar este aniversario. El catedrático tiene perspectiva suficiente para evaluar el centenario de un documento que aporta claves sobre la Europa actual. Es autor, entre otros libros, de Europa contra Europa, 1914-1945 (Crítica), El anarcosindicalismo en España, 1931-1939 o su más reciente ensayo La venganza de los siervos. Rusia, 1917 (Crítica, 2017).

¿Fue el Tratado de paz de Versalles la génesis de otra guerra, la Segunda Guerra Mundial?

Eso está bastante estudiado y descartado. El Tratado de Versalles tiene una influencia fundamental en el reparto de Europa: se quiebran los imperios y se crean nuevas naciones en Europa. Hasta la crisis de 1929, Alemania se sigue sintiendo derrotada, pero hasta ese entonces Hitler es un personaje marginal. No podemos decir que exista una relación directa entre el Tratado de Versalles y una declaración de guerra veinte años después.

«No podemos decir que exista una relación directa entre el Tratado de Versalles y una declaración de guerra veinte años después»

¿Por qué duró tan poco la paz de Versalles? ¿Fue la crisis de 1929 un desencadenante?

El Tratado de Versalles fue una solución que no funcionó bien en la Europa de entonces, aquella que sobrevino al fin de la Primera Guerra y que abarcó tres elementos:  una posguerra con paramilitarismo, lo cual abrió un proceso de violencia política sin precedentes; un contexto de una guerra que fragua la Revolución Rusa, un fenómeno que genera miedo en las clases dominantes de Europa, al mismo tiempo que suscita esperanza en las clases desposeídas y con un impacto internacional tremendo, y el tercer aspecto, que tiene que ver con la aparición de un concepto llamado fascismo.

«El crash del 29 tuvo una repercusión profunda en Europa. Eso explica por qué una guerra mayor se impone al Tratado de Versalles»

¿A qué se refiere exactamente?

A la conquista del poder a manos de movimientos contrarrevolucionarios, con una tendencia de derechas y que terminan por dominar los grandes países de Europa que habían perdido la guerra. Si a todo lo anterior se suma la crisis del 29, que guarda conexión con Versalles, por el hecho de que para ganar la guerra los aliados necesitaron créditos, y la mayoría los pidieron a los EEUU, por lo que el crash del 29 tuvo una repercusión profunda en Europa. Eso explica por qué una guerra mayor se impone al Tratado de Versalles.

¿Por qué el internacionalismo proletario no frenó los nacionalismos que surgieron en toda Europa?

El nacionalismo es mucho más importante que el internacionalismo, que era un sueño de solidaridad, pero en 1914 todos los movimientos europeos dejaron ese sueño a un lado. Los nacionalismos generaron movimientos contrarrevolucionarios mucho más fuertes.

¿No le resulta familiar esta eclosión de nacionalismos en Europa? ¿Cien años después la vieja Europa lucha con los mismos fantasmas?

Hay ecos de la historia que están regresando, pero hay que tomar en cuenta varias cosas: la historia no es de dirección única, hay cosas que no se superan para siempre. Hoy existe una mezcla de nacionalismo y populismo, junto con políticas de exclusión de inmigrantes y una crisis de expectativas en las nuevas generaciones. Aunque existen todos estos elementos, además de la crisis de la democracia, mientras eso no se plasme en violencia política podemos plantear una corrección o una mejora . La historia depende cómo la viven los ciudadanos en el presente.

«Hay ecos de la historia que están regresando, pero la historia no es de dirección única, hay cosas que no se superan para siempre»

¿En qué se parecen los problemas de la Europa que firmó del Tratado de Versalles a la actual?

Europa está mucho mejor preparada para afrontar problemas que en 1918 y 1919. En aquellos años, la democracia no tenía experiencia, el colonialismo era muy importante y las sociedades civiles están hoy mucho más fuertes. En aquel momento las mujeres ni siquiera podían votar, no existían leyes sociales, no había leyes que amparen temas esenciales asociados con la igualdad de género, lo cual no quiere decir que la historia no tenga ecos, pero la democracia está mucho más favorecida hoy. Está en vigilancia, es cierto, pero en el 1919 había una cantidad importante de detonantes que podían hacerla saltar por los aires.

Además de Alemania, la que peor lo pasó, ¿cuáles fueron los países más perjudicados en el nuevo orden creado por el Tratado de Versalles?

Alemania perdió 15% de territorio y población, Hungría perdió un 60%… mucho, pero mucho más. Sin embargo, Alemania era el referente. El tratado de Versalles no fue solo lo que ocurrió en París, hubo muchos más: Trianón, SaintGarmain, Neully… Los tratados se dictaron, pero no se cumplieron. La paz de París crea un precedente, porque cuando se juntan los vencedores en 1945 no quieren repetir el mismo error, e incorporan a algunos de los derrotados.  

«Los tratados se dictaron, pero no se cumplieron. La paz de París crea un precedente. En 1945, los aliados no quisieron repetir los mismos errores»

En Europa se crearon nuevos Estados basados supuestamente en los principios de la nacionalidad. ¿Fue un error?

Si comparamos el mapa de 1919 con el actual es muy similar. Otra cosa es que hablemos de la invasión de Hitler o el dominio Soviético, desde ese punto de vista el tratado no es el fracaso. Lo que ha pasado es que la quiebra en 1989 del URSS y la Yugoslavia, junto la crisis de expectativas en muchos de esos países, porque la democracia no trajo toda la igualdad que esperaban, todo eso ha creado una reacción hacia la democracia y una vuelta a los nacionalismos conservadores contrarios a la igualdad y la redistribución de la riqueza. Hoy no hay nostalgia de los comunismos, pero sí de los sistema autoritarios de la derecha.

¿Europa se derechiza?

La derechización de Europa va en la misma línea de las cosas que ocurren en América Latina con Bolsonaro y Trump a la cabeza. Pero más que derechización hay tendencias hacia el autoritarismo y las políticas de exclusión a quienes no se consideran parte pura, por decirlo, de la sociedad. Le podemos llamar ultraderecha o no pero huelen a cosas que hemos visto en aquella Europa.

¿En qué se parece la Europa de entonces a la de hoy?

La historia hay que conocerla. Tiene lecciones para la actualidad. Cuando a la Europa plantea políticas nacionalistas frente a políticas de igualdad se acerca a muchos de aquellos problemas, aquella Europa tenía un sentido de negociación que los políticos actuales deben retomar y del que deben aprender. Versalles es muy relevante, porque su fracaso marcó el futuro de la Europa.

Un detalle de la cubierta de este clásico de Keynes.
Un detalle de la cubierta de este clásico de Keynes.

Las consecuencias económicas de La Paz

Enviado a Francia para participar en los preparativos del tratado de Versalles, Keynes se mostró en desacuerdo con lo que se pretendía hacer, porque pensaba que lo importante no era exigir reparaciones a los alemanes, sino reconstruir la economía europea. Todas y cada una de esas razone las desocribió en las páginas de este ensayo. Según sus biógrafos, es el mejor libro del economista británico. 

Keynes pensaba que la política económica era la herramienta clave para sacar a un país de la crisis.Su idea era que los gobiernos debían tratar de estimular la demanda que había en la economía, más que imponer cortapisas.  La mejor manera de estimular la demanda sería utilizar la política fiscal, el déficit público.Basándose en ese principio, criticó la viabilidad de las sanciones del Tratado de Versalles. 

La Primera Guerra Mundial: Todo lo que necesitas saber

 

Autor: Luis Martín MIllán.

Fuente: geopolitico.es. 08/10/2018

El ser humano es la criatura más inteligente del planeta tierra, y por eso su nombre científico es Homo Sapiens, pero, a pesar de esto, en la historia de la humanidad han existido desacuerdos y peleas que han llevado estas diferencias al siguiente nivel, llegando así al punto de matar con el propósito de cumplir su cometido. Una de las guerras más significativas de la historia fue La Primera Guerra Mundial que para su momento fue la más grande conocida y existente, que no solo dejo una historia que contar sino también una huella en el continente europeo y en el resto del mundo. Pero surgen muchas preguntas sobre esta guerra, sobre las razones por las cuales estalló, cuantas vidas se perdieron o quien gano finalmente esta sangrienta batalla. Aquí encontrarás respuesta tanto a estas como a otras preguntas sobre este amargo episodio de la historia mundial, ¡La Primera Guerra Mundial!

La Primera Guerra Mundial

Se le llamó Primera Guerra Mundial cuando surgió la Segunda Guerra Mundial, pero, cuando estalló solo se le conocía como La Gran Guerra o La Guerra Mundial, y fue básicamente una confrontación bélica ocurrida principalmente en el continente europeo, su duración fue de un poco más de cuatro años, desde el 28 de Julio de 1914 hasta el 11 de Noviembre de 1918 cuando Alemania se sujetó a las condiciones y términos del Armisticio.

El numero de muertes cobradas por la Primera Guerra Mundial no se sabe con exactitud, lo que los registros arrojan es que mas de nueve millones de combatientes y al menos siete millones de civiles perdieron la vida, lo que representa según la cantidad de personas en el mundo en aquel momento, que el 1% de la población mundial perdió la vida debido a la guerra, una cifra que resulta absurdamente elevada dada la sofisticación tecnológica e industrial de los beligerantes.

Por esta razón la Primera Guerra Mundial es considerada como el quinto conflicto más mortífero que ha experimentado el mundo en la historia de la humanidad.

Protagonistas de la Primera Mundial

Muchas de las naciones envueltas en la Gran Guerra, también forman parte hoy día de Europa, esto no significa que es algo que los enorgullece, pero sin duda alguna, si es algo que ha quedado plasmado para la historia internacional. Algo que caracterizaba la guerra eran las alianzas existentes entre naciones y una de ellas era la “Triple Alianza” que era conformado principalmente por las potencias centrales, es decir: El Imperio Alemán como principal protagonista, y así también junto con Alemania, Austria-Hungría. Por otro lado, el papel de Italia, figuraba sumándose a la Triple Alianza junto a Alemania, Austria y Hungría, pero la nación dio un giro inesperado al no se unirse a las potencias centrales, dando como razón que Austria, violando los términos pactados, fue la nación agresora que desencadeno el conflicto.

Por otro lado, se encontraba otra alianza de igual manera compuesta por tres naciones, a tal alianza se le llama La Triple Entente que era básicamente compuesta por El Reino Unido, Francia y también El Imperio Ruso.

Por supuesto estas alianzas experimentaron cambios y terminaron creciendo con la integración de otras naciones a las ya establecidas alianzas, sea a uno u otro de los bandos según como fuera evolucionando La Gran Guerra, como fue el caso por ejemplo de la Triple Entente a la cual se le juntaron El Imperio del Japón, los Estados Unidos y curiosamente después de haber formado parte de la Triple Alianza, Italia terminó sumándose a la Triple Entente.

No obstante, El Imperio Otomano El Reino de Bulgaria tiempo después de haberse desarrollado la guerra, se sumaron a la Triple Alianza, compuesta por las potencias centrales. La cuenta de los participantes en la guerra era más de 70 millones de combatientes, y al menos unos 60 millones eran militares provenientes de Europa, que se movilizaron y pasaron a ser protagonistas activos del conflicto mas grande de la historia.

El Inicio de La Primera Guerra Mundial

Cuando los austrohúngaros el 28 de Julio comenzaron los actos ofensivos al intentar invadir Serbia. A su vez Rusia estaba movilizándose cuando Alemania invadió Bélgica, que por su parte había tomado la decisión de declararse neutral, y Luxemburgo en vía a Francia.

Este primer acto hostil invadido sobre la soberanía belga, llevo al Reino Unido a tomar cartas en el asunto declarando la guerra a Alemania. Aunque la Gran Guerra o Guerra Mundial se desarrolló en múltiples locaciones terrestres y marítimas dentro y fuera del territorio europeo, uno de los más importantes y concurridos de ellos fue el Frente Occidental en el cual parte de los alemanes se encontraban detenidos por las autoridades francesas a 120 kilómetros de la capital París, luego de haber intentado tomar parte del país para transportar libremente su armamento balístico; comenzando de esta manera una guerra de desgaste en las cuales las líneas de trincheras, las cuales servían como protección y resguardo para los combatientes, fueran siquiera modificadas hasta el año 1917.

Por otro lado, en el Frente Oriental, el ejército de Rusia consiguió algunas victorias frente a los astro-húngaros, pero prontamente estos fueron detenidos por el ejercito de Alemania en su esfuerzo por apoderarse de Prusia Oriental. El Imperio Otomano se unió a la guerra en noviembre de 1914, lo que tuvo como consecuencia la apertura de diversos frentes en el Cáucaso, Mesopotamia y el Sinaí. Al año siguiente Italia y Bulgaria se sumaron al conflicto, luego en 1916 se anexo Rumania y un año más tarde en 1917 los Estados Unidos, como ultimo participante del atroz conflicto.

Una característica que hizo destacar a esta guerra o conflicto de todas las demás fue la implementación de armas químicas, su empleo o utilización fue masivo a pesar de estar prohibido en las conferencias de la Haya de 1899 y 1907. Durante la Gran Guerra fue utilizado una amplia gama de gases, entre los cuales podríamos mencionar el Cloro, gas Mostaza, y el Fosgeno; mientras que se iban implementando el uso ilegal de estas armas en la guerra, también se fueron creando junto con ellas contramedidas eficaces, como las mascaras de gas, lo cual hizo que se redujera el peligro y no solo eso, también obtuvieron beneficios de usarlos ya que solo una mínima parte de las victimas heridas mortalmente fueron por causa de tales agentes químicos, aproximadamente tan solo un 3% de las muertes durante la guerra.

El desenlace de la Guerra Mundial

La Gran Guerra la Guerra Mundial tuvo un periodo que se pudiera llamar estancamiento, en la cual solo se produjeron muertes, pero ningún avance significativo para los propósitos de ninguna de las dos alianzas. No fue sino hasta marzo de 1917 cuando comenzó el desenlace de la Gran Guerra, cuando cae el gobierno ruso tras la Revolución de Febrero, así como también la firma de un tratado o acuerdo de paz, pacto hecho entre la Rusia Revolucionaria y las Potencias Centrales luego de la Revolución de Octubre, en marzo de 1918.

En noviembre de 1918 fue solicitado un armisticio por parte del imperio astro-húngaro. Por todo el frente occidental Alemania demostró una gran ofensiva a comienzos de 1918, por lo cual los aliados hicieron retroceder a la línea alemana en una serie de victorias bélicas. Siguiendo este mismo marco de ideas, Alemania durante la Revolución, solicito de la misma manera un armisticio el 11 de noviembre de 1918, poniendo un punto final a la guerra con la victoria aliada.

Consecuencias de la Primera Guerra Mundial

Uno de los efectos más evidentes a largo plazo de La Gran Guerra fue la gran ampliación de los poderes y responsabilidades gubernamentales en Francia, Estados Unidos y Reino Unido, con el objetivo de aprovechar a cabalidad el potencial que tiene el país, con la formación de instituciones y ministerios nuevos. Se elaboraron nuevos impuestos y se promulgaron otras nuevas leyes, todas ellas pensadas para reforzar el esfuerzo bélico, algunas de las cuales siguen vigentes aun hasta nuestros días.

Estados Unidos desde el año 1919 exigió a Reino Unido la reintegración de los préstamos, que procedieron al menos en parte de las reparaciones de guerra alemanas, que de la misma manera podían pagar por préstamos de Estados Unidos a Alemania. Este sistema circular se destruyó en 1931 y los pagos pendientes cesaron de reintegrarse; razón por la cual, todavía para 1934, El Reino Unido seguía debiendo a EEUU 4400 millones de dólares, deuda que nunca ha sido saldada.

La Primera Guerra Mundial también produjo un desequilibrio en el número de habitantes por género, esto debido a la cantidad de hombres que se sumaron y murieron en el conflicto, dándose un número de mujeres mucho más alto que el de hombres. Casi un millón de hombres ingleses murieron durante La Gran Guerra, lo que hizo que aumentara la diferencia en número de género en esa nación de cerca de 670.000 a 1.700.000 mujeres más que de hombres.

La cantidad de mujeres solteras que buscaban independencia económica creció de manera impresionante, no obstante, la desmovilización y el declive económico de la posguerra trajo con ella altas tasas de desempleo, y a pesar que la guerra había aumentado el número de mujeres trabajadoras, el retorno a sus países de los soldados desmovilizados, muchos de ellos trabajadores antes de la contienda, y el cierre de muchas fábricas, provocaron un descenso en el empleo femenino.

Azaña en la Primera Guerra Mundial: lo que aprendió en Verdún y no pudo practicar en la Batalla del Ebro.

15450764107809
Destrucción en la ciudad de Reims. Al fondo, su catedral.

Autor: DARÍO PRIETO

Fuente: El Mundo, 18/12/2018

Una exposición sobre su viaje al frente francés en la I Guerra Mundial

 

«Estábamos detrás de la alambrada, a donde habíamos llegado arrastrándonos como lombrices por un tubo empapado de barro viscoso. Acurrucados en un hoyo atisbábamos la línea alemana, queriendo descubrir un movimiento cualquiera, una señal de actividad, percibir una voz, un ruido… ¡Nada! Un silencio de muerte pesaba sobre el campo (…) Pensábamos en los pobres soldados obligados a vivir meses y meses bajo tierra, como topos, vigilantes como serpientes, enervados por el acecho».

Mucho antes de liderar uno de los dos bandos de la Guerra Civil, Manuel Azaña(Alcalá de Henares, 1880 – Montauban, 1940) conoció de primera mano los desastres de otra gran contienda, la mayor que hasta entonces había conocido el ser humano. Siendo secretario del Ateneo de Madrid, realizó una serie de viajes a varios frentes de los Aliados durante la Primera Guerra Mundial. La destrucción que presenció le hizo tomar conciencia de que había que hacer algo y, a su vuelta, plasmó sus experiencias en una serie de conferencias y en una crónica, Nuestra misión en Francia, publicada en el Bulletin Hispanique en invierno de 1917.

De aquellos viajes Azaña trajo consigo una serie de placas fotográficas de cristal, tomadas en colaboración con las agencias de prensa que trabajaban para el ejército francés, que ilustraban la devastación causada por los bombardeos alemanes. Dichas imágenes tenían como objetivo conmover a unos españoles que entonces gozaban de la relativa calma de la neutralidad. Aquellas placas desaparecieron, pero fueron redescubiertas tiempo después en el Palomar del Ateneo de Madrid, la institución que ahora las expone, acompañadas de los textos de las crónicas y conferencias, en la exposición Manuel Azaña en Reims y Verdún. Impresiones de un viaje a Francia (1916).

La muestra ha sido realizada en colaboración entre el Ateneo, la Universidad de Alcalá de Henares, la Fundación Francisco Largo Caballero, el ayuntamiento complutense y la Fundación General de la Universidad alcalaína, que se ha encargado de la restauración de las piezas centenarias. Tras pasar por Montauban, localidad donde descansan los restos de Azaña, la exposición llega ahora al lugar donde empezó todo, comisariada por Jesús Cañete Ochoa.

«Verdún es un montón de escombros», describe Azaña una de las imágenes. «Hay casas que han sido rajadas de arriba abajo como por un hachazo y muestran la mitad interior de sus viviendas con muebles abiertos y enseres y menajes domésticos, todavía en el lugar de uso. Esto da la impresión de una catástrofe que instantáneamente hubiese acabado allí con la vida humana». Sin embargo, «ninguna fotografía puede dar idea del estado de destrucción en que la ciudad se encuentra, porque enseguida se hacen antiguas, enseguida las ruinas se añaden a las ruinas y los escombros se van pulverizando. Todo ello tiene un aspecto torvo».

Cañete Ochoa explica que, «de los intelectuales españoles, Azaña fue el que conoció más de cerca la guerra y el que visitó más veces el frente. Viajó en octubre de 1916 a Francia junto con Américo Castro, Ramón Menéndez Pidal y Rafael Altamira. Luego visitó el frente italiano en septiembre de 1917 con Miguel de Unamuno. Y a final de año volvió a Francia en compañía de Ramón Casas y Santiago Rusiñol, entre otros». Fue, según el comisario, «un defensor de la causa aliada y se comprometió con ella». Así, pronunció en enero de 1917 en el Ateneo la conferencia Reims y Verdún (Impresiones de un viaje a Francia), situada aquel escenario de destrucción. Las placas que trajo eran «como una especie de power point para ilustrar sus palabras», explica Cañete Ochoa. Sin embargo, «pide al público que no se quede con lo pintoresco». Para el futuro presidente de la República, «se estaba destruyendo lo mejor que había conseguido la civilización europea».

Destrucción del «patrimonio cultural europeo»

La catedral de Reims fue el lugar de coronación de los monarcas franceses. Y los alemanes se empeñaron a fondo en la destrucción de la ciudad, igual que en Verdún. «Lo primero que le sorprende», abunda el comisario sobre las impresiones de Azaña, «es la aniquilación, la cantidad de muertos y heridos. Y también la destrucción de ese patrimonio cultural europeo, entendiendo como patrimonio aquello que no nos pertenece a nadie y que debemos legar a las futuras generaciones».

También le llama la atención la situación ejército francés, que dos años después plasmaría en un libro de estudios de política militar gala. Entonces lo describe así: «Hormigueaba la tropa bajo los árboles, ocupada en sus faenas: lavar, cortar leña, limpiar los caballos. Algunos hombres se hacían la toilette al aire libre, mostrando su torso desnudo: otros, tendidos en la tierra, fumaban tranquilamente. Era, en fin, un tráfago vigoroso; la vida plena de la guerra, de la que no veíamos los horrores. Todos aquellos caminos canalizaban el fruto de la energía nacional, la absorbían, la chupaban, vertiéndola a pocos pasos de allí en el horno que la consumía sin agotarla».

Todo ello tenía un propósito claro: «El de movilizar; su misión era que España rompiera la neutralidad y entrase en la guerra», sentencia el comisario de la exposición. «Mientras la postura de Valle-Inclán y Unamuno se podría comparar a la de cronistas de guerra, en el caso de Azaña fue netamente política contra la neutralidad». Al no conseguir ese objetivo, «durante la Guerra Civil sentirá el abandono a las potencias aliadas, que él interpretará, en parte, como consecuencia remota de la falta de intervenció»».

Pero Azaña se fue de la Gran Guerra con otra lección. «Lo que descubre allí, y lo lo que le va a suponer un enfrentamiento con Negrín y el general Vicente Rojo, es la idea de que ya no hay batallas decisivas. Verdún es una lucha de desgaste, de resistencia». En la Guerra Civil, apunta Cañete Ochoa, «se esperaba que hubiese una que marcase definitivamente el curso de la contienda, pero ni siquiera sucedió así con la Batalla del Ebro. Azaña es consciente de que la estrategia militar contemporánea no va a por ese lado».

También se maravilló con las redes de protección civil y el importantísimo papel de las mujeres y de los inmigrantes (vietnamitas en su mayoría) en el esfuerzo de guerra. Una industria coordinada que le causó admiración y que marcaría su posterior proyecto de renovación del ejército español. «No lo culminó y las consecuencias son las que todos sabemos», reflexiona el comisario.

La Primera Guerra Mundial marcó el devenir del siglo XX.

Fuente: dw.com.

Entrevista a Herfried Münkler, primer alemán en mucho tiempo que se ha atrevido a hacer un análisis completo de la Primera Guerra Mundial. Según él, se puede aprender mucho de esa guerra para evitar conflictos en el presente.

DW: Señor Münkler, desde principios de 2014 los medios de comunicación están publicando datos esenciales acerca del estallido de la Primera Guerra Mundial, hace 100 años. En realidad, ¿se debe solo al aniversario que tendrá lugar en verano o, por el contrario, estamos siendo testigos de una nueva forma de elaboración de la historia?

Herfried Münkler: Una cosa no excluye a la otra. A menudo, este tipo de conmemoraciones nos ofrecen la posibilidad de volver a tratar ciertos temas con tranquilidad y en profundidad. Y es que parece que la “Gran Guerra”, como la conocen los británicos, franceses e italianos, ha sido la que marcó el devenir del siglo XX. Se puede aprender mucho de ella, especialmente acerca de lo que no se debe hacer. En este sentido, puedo entender que, tratándose de un acontecimiento de este tipo, los europeos den lugar a la reflexión y se concentre en los fracasos ocurridos durante la primera mitad del siglo XX, con el fin no volver a cometer los mismos errores en el siglo XXI.

En Europa conocemos la guerra que tuvo lugar entre 1914 y 1918 como la “Primera Guerra Mundial”. ¿Por qué ha titulado usted su libro “La Gran Guerra”?

En primer lugar, el término “Gran Guerra” parece, a primera vista, algo extraño. En

Herfried Münkler, politólogo de la Universidad Humboldt de Berlín.
Herfried Münkler, politólogo de la Universidad Humboldt de Berlín.

 

segundo lugar, tiene carácter simbólico, por lo menos para el oído alemán. Es la guerra que ha definido a la Europa del siglo XX. Se puede decir que, sin esa guerra, nunca habría habido una Segunda Guerra Mundial, seguramente tampoco habrían surgido ni el nacionalsocialismo, ni el estalinismo, y habría sido difícil contemplar una toma de poder bolchevique en Petrogrado. Habría sido un siglo totalmente diferente. En este sentido, utilizar el término “Gran Guerra” es acertado.

Si, en efecto, la Primera Guerra Mundial ha sido tan determinante para el devenir del siglo XX, ¿por qué ha estado tan poco presente en Alemania en el reconocimiento de los errores del pasado? Al menos, comparándola con la elaboración que hace Alemania de la Segunda Guerra Mundial.

Es necesario diferenciar. Para nuestros vecinos europeos, como Italia, Francia o Gran Bretaña, la Primera Guerra Mundial siempre ha sido considerada como la Gran Guerra. Esto también tiene que ver con el número de víctimas que esta guerra provocó, que en el caso de estos países fue superior a las sufridas en la Segunda Guerra Mundial. En el caso de Alemania es diferente puesto que, primero, está relacionada con los desplazamientos, segundo, con los destrozos masivos ocasionados por las bombas y, tercero, con los crímenes y la culpa alemana. Si nos seguimos desplazando hacia el Este de Europa, vemos el papel clave que tiene la Segunda Guerra Mundial en el recuerdo colectivo. De hecho, se podría hablar de un declive oeste-este en la cultura europea de la memoria.

Un siglo después del final de la guerra se vuelve a abrir un debate acerca de los culpables, impulsado por la publicación del libro “El sonámbulo” del historiador australiano Christopher Clar. En la obra, el autor revé críticamente la tesis tradicionalmente aceptada acerca de la culpa exclusivamente alemana en lo referente al conflicto. Allí se señala que todas las grandes potencias fueron incapaces de impedir una guerra que tuvo su origen en los Balcanes. ¿Cuál es su posición en este debate acerca de la culpabilidad de la guerra? ¿Cree que conduce a algo?

Yo sostengo que el término culpable es poco útil en este contexto. Es, quizá, un término moral o jurídico. Al menos, así fue formulado en el Artículo 231 del Tratado de Versalles: “Alemania carga con toda la culpa”. Pero esta es una discusión que no tenemos por qué continuar hoy. Tiene más sentido hablar de responsabilidades que de culpa, y centrar la atención en las fallas de apreciación y en los desaciertos. Eso es lo que, cien años después, puede resultar útil para aprender de los errores de entonces.

¿Con qué responsabilidad cargó por aquel entonces el Gobierno alemán en el centro de Europa?

Alemania no se había percatado de su significado como centro geopolítico. Aunque no es posible descartar la idea de que ésta u otra guerra hubiesen tenido lugar de todos modos durante el siglo XX, pero el factor clave fue su localización. Lo que hicieron los alemanes es dirigir y controlar distintos focos de conflicto al mismo tiempo, como eran el manifiesto conflicto de los Balcanes y el en latente, pero no urgente conflicto de la Alsacia y Lorena o, por otro lado, el relacionado con el control del Mar del Norte. Esto fue, a fin de cuentas, una estupidez política.

¿Por qué la diplomacia no fue capaz de hacer nada? En 1914 ya estaba funcionando un sistema de alianzas entre las distintas casas reales. ¿Por qué no fueron capaces de parar la guerra?

Como usted sabe, el fracaso de la diplomacia tuvo algo que ver. Lo que parecía claro es que no seríamos capaces de llevar a cabo una gran guerra en Europa, ya que todo el continente quedaría destrozado. Debido a esta concepción, fueron acciones menores y puntuales las que, junto a las rápidas decisiones militares tomadas por los estados

Tapa de La Gran Guerra, de Herfried Münkler.
Tapa de «La Gran Guerra», de Herfried Münkler.

 

mayores, delimitaron e hicieron factible la guerra. Lo fatal para Alemania fue el condicionante que representaba enfrentarse una guerra con dos frentes abiertos –al oeste con Francia, y al este contra Rusia-. El paso a través de Bélgica al inicio de la guerra con Francia puso de manifiesto la necesidad de actuar antes y mejor organizado que el enemigo. Todo eso es parte del intento de prevenir táctica y técnicamente una gran catástrofe, que, como sucede a menudo, conduce precisamente hacia esa catástrofe.

¿Qué conclusiones podemos sacar hoy en día acerca de cómo se actuó en 1914?

Lo determinante es evitar, por medio de normativas institucionales, una escalada de desconfianza mutua. Y esto es lo que los europeos han conseguido con organismos como la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), la UE o la OTAN. Asimismo, siempre es necesario prestar atención a las chispas que pueden saltar desde la periferia. Y es que la guerra tuvo su origen en los Balcanes. Lo que podemos aprender es que ni debemos perder de vista ni debemos subestimar lo que ocurre a nuestro alrededor. Es necesario conocer el papel que desempeñan las fuerzas de seguridad, los ejércitos europeos y los incentivos económicos para los Balcanes. Pero no sólo los Balcanes nos atañen, sino también el Cáucaso y todas las crisis que tiene lugar entre Oriente Próximo y el Magreb.

En su libro cita también a Asia como una potencial región conflictiva, y compara a la actual China con el Imperio Alemán de aquel entonces.

Lo destacable es que a pesar de que China es tan grande y tan poderosa –sobre todo económicamente-, no se siente reconocida políticamente. Esta es una situación que coincide en muchos aspectos con la del Imperio Alemán de 1914. Se podría decir que algunas cosas que pasaban en la Europa de 1914 podrían pasar allí también hoy en día. Por tanto, son los hombres de Estado y los políticos chinos quienes deberían echar la vista atrás y tomar en cuenta la Primera Guerra mundial y la Crisis de Julio, con el objetivo de no volver a cometer los mismos errores.

En la actualidad se está discutiendo mucho acerca de si Alemania debería participar en el refuerzo de ciertas apuestas militares a nivel europeo. ¿Estamos viendo esto con el telón de fondo de nuestro propio pasado? ¿Le corresponde a Alemania dar la cara y, por tanto, participar en ello… o no?

O quizá le podemos invertir la pregunta: ¿Le corresponde a Alemania, en vista de su pasado, mantenerse al margen de todo tipo de conflicto y dar ante sus vecinos europeos una imagen de desidia, o acaso de aprovechador de la situación? Es como si los otros empujaran el carro y los alemanes se sentaran y se dejaran llevar mientras se benefician de esa situación. Creo que ese papel -que desempeñaron las antiguas RFA y RDA- finalizó definitivamente con la caída del Muro de Berlín, y que ahora, entre otras cosas, somos un pueblo, un país unificado. Aunque no tenemos por qué sentirnos excesivamente importantes, tampoco debemos rehuir nuestra responsabilidad.

Muchas gracias por la entrevista, señor Münkler.

Herfried Münkler es profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Humboldt de Berlín.

Para leer más: Herfried Münkler: “Der Große Krieg: Die Welt 1914-1918”. Rowohlt, 2013. 29,95€ (Aún no está traducido al español.)

Todo lo que murió en la Gran Guerra.

Un niño herido toca el violín vestido de militar en las calles de Belgrado durante el invierno de 1918. CORBIS
Un niño herido toca el violín vestido de militar en las calles de Belgrado durante el invierno de 1918. CORBIS

Autor: Alberto Rojas.

Fuente: El Mundo, 11/11/2018.

Una sola bala, la que disparó el nacionalista bosnio Gavlilo Princip contra el archiduque Francisco Fernando, heredero del imperio austrohúngaro, en la esquina de la calle Franz Josef de Sarajevo, provocó que la historia descarrilara el 28 de junio de 1914. Un mes después, entre vítores y fuegos de artificio, se desató una política de alianzas en la que unos países se declaraban la guerra a otros con los que jamás habían tenido un solo conflicto. Se abrieron banderines de enganche para que medio continente acabara con el otro medio. Millones de soldados de todas las clases sociales, vestidos como si fueran a un carnaval (los franceses, con unos ridículos pantalones rojos y los alemanes, con un casco coronado por un pincho) se apuntaron a la pesadilla pensando que sería cosa de pocos días.

Lo primero que murió en la Gran Guerra de 1914 fue el concepto de guerra en sí misma. El ejército alemán enfiló hacia París y recorrió cientos de kilómetros en pocos días hasta que algún soldado cavó la primera trinchera y mató al conflicto clásico del siglo XIX. Se acabaron de golpe las cargas a caballo y sable y nacieron artilugios mucho más abyectos: los gases venenosos, la ametralladora, el tanque, el bombardero, el lanzallamas, el zepelín. A partir de ese momento, para avanzar unos metros se destinaron divisiones enteras con miles de muertos.

Con la Gran Guerra se fueron por el sumidero de la Historia la Belle Époque, la paz armada, la era de la seguridad y todo aquello que parecía inamovible. Cuatro imperios cayeron: zarista, otomano, alemán y austrohúngaro, así como sus territorios coloniales y casas dinásticas, nada menos que los Habsburgo, Romanov, Hohenzollern y la Sublime Puerta.

Todas las alianzas se hicieron trizas: tres de los dirigentes de las principales potencias eran primos: el zar Nicolás II, el káiser Guillermo II y el rey Jorge V de Inglaterra, de enorme parecido entre ellos, eran nietos de la reina Victoria. Una de las ficciones en las que vivía la realeza anterior a 1914 decía que emparentar a las grandes dinastías europeas era una garantía para la paz y contra el republicanismo. Murieron 16 millones de personas, ocho de ellos, civiles. Cada nueva leva era mayor que la anterior. Había miles de muertos que reemplazar de golpe en batallas como Verdún (diez meses, la más larga), Arrás, Galípoli o el Somme (la más sangrienta, con un millón de muertos).

La guerra, como una enfermedad bíblica, tumbó a todos los gobiernos en línea recta desde Alemania hasta Japón y se extendió por todos los confines del mundo. Las potencias enviaron armamento y soldados a sus colonias africanas y asiáticas. Las tropas alemanas se rindieron en Namibia en septiembre de 1915 mientras el conflicto avanzaba en Camerún, Togo, Tanzania, Kenia, el Congo y Gabón, con la movilización de cientos de miles de hombres procedentes de ejércitos tribales, algunos armados tan sólo de una lanza y un escudo. En Rusia engrasó la revolución bolchevique, un cataclismo ideológico en el siglo XX.

Cinco continentes participaron en la matanza. Además de Europa, donde prendió la mecha, el conflicto saltó a las colonias. Australia y Nueva Zelanda enviaron a sus jóvenes a luchar por el imperio británico, mientras que EEUU entró en la contienda después de que un submarino alemán hundiera el RMS Lusitania en mayo de 1915. En 1918, los grandes imperios habían perdido el 60% de su Producto Interior Bruto, se habían llenado de tullidos en sus calles y se encontraban exhaustos, sin moral ni recursos. Las primeras en pedir un alto el fuego fueron las potencias centrales.

A las 11 de la mañana y 11 minutos del día 11 del mes 11 de 1918, los silbatos sonaron en todos los frentes de batalla y se detuvieron las ofensivas y los bombardeos. Se había firmado el armisticio que ponía fin a cuatro años de la mayor carnicería creada por el ser humano hasta la fecha, pero la paz que se ofrecía contenía bombas de acción retardada que iban a provocar conflictos aún peores por todo el planeta. En diversos parques y castillos se firmaron los tratados de paz de Versalles (con Alemania), Saint Germain (con Austria), Trianon (con Hungría), Sèvres (con Turquía) y Neuilly (con Bulgaria) en los que se impusieron sanciones durísimas, reparaciones imposibles y responsabilidades inasumibles.

La delegación alemana recién llegada a París fue recibida por una turba borracha de odio que les despojó de todo su equipaje, les insultó, zarandeó y escupió hasta la llegada de su hotel. Cuando tuvo que firmar la humillante rendición, la pluma que les cedió el vengativo presidente galo Clemenceau no tenía tinta. El enviado alemán se esforzó por hacer un garabato legible ante la mirada glacial de todos los presentes en el salón de los espejos de Versalles. «Bueno, esto es el final», dijo Clemenceau cuando al fin pudieron firmar los alemanes con otra pluma prestada por el propio líder francés. El historiador Arthur J. Toynbee, presente en la sala, masculló en voz baja: «No, esto es sólo el principio». El revanchismo, el antisemitismo y el nacionalismo ya se incubaban en aquella encerrona. Muchos millones de muertos después, otra bala, la que disparó Adolf Hitler contra sí mismo con una pistola Walther PPK, la favorita de James Bond, terminó con el ciclo de violencia que abrió la de Princip en Sarajevo.