Azaña en la Primera Guerra Mundial: lo que aprendió en Verdún y no pudo practicar en la Batalla del Ebro.

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Destrucción en la ciudad de Reims. Al fondo, su catedral.

Autor: DARÍO PRIETO

Fuente: El Mundo, 18/12/2018

Una exposición sobre su viaje al frente francés en la I Guerra Mundial

 

«Estábamos detrás de la alambrada, a donde habíamos llegado arrastrándonos como lombrices por un tubo empapado de barro viscoso. Acurrucados en un hoyo atisbábamos la línea alemana, queriendo descubrir un movimiento cualquiera, una señal de actividad, percibir una voz, un ruido… ¡Nada! Un silencio de muerte pesaba sobre el campo (…) Pensábamos en los pobres soldados obligados a vivir meses y meses bajo tierra, como topos, vigilantes como serpientes, enervados por el acecho».

Mucho antes de liderar uno de los dos bandos de la Guerra Civil, Manuel Azaña(Alcalá de Henares, 1880 – Montauban, 1940) conoció de primera mano los desastres de otra gran contienda, la mayor que hasta entonces había conocido el ser humano. Siendo secretario del Ateneo de Madrid, realizó una serie de viajes a varios frentes de los Aliados durante la Primera Guerra Mundial. La destrucción que presenció le hizo tomar conciencia de que había que hacer algo y, a su vuelta, plasmó sus experiencias en una serie de conferencias y en una crónica, Nuestra misión en Francia, publicada en el Bulletin Hispanique en invierno de 1917.

De aquellos viajes Azaña trajo consigo una serie de placas fotográficas de cristal, tomadas en colaboración con las agencias de prensa que trabajaban para el ejército francés, que ilustraban la devastación causada por los bombardeos alemanes. Dichas imágenes tenían como objetivo conmover a unos españoles que entonces gozaban de la relativa calma de la neutralidad. Aquellas placas desaparecieron, pero fueron redescubiertas tiempo después en el Palomar del Ateneo de Madrid, la institución que ahora las expone, acompañadas de los textos de las crónicas y conferencias, en la exposición Manuel Azaña en Reims y Verdún. Impresiones de un viaje a Francia (1916).

La muestra ha sido realizada en colaboración entre el Ateneo, la Universidad de Alcalá de Henares, la Fundación Francisco Largo Caballero, el ayuntamiento complutense y la Fundación General de la Universidad alcalaína, que se ha encargado de la restauración de las piezas centenarias. Tras pasar por Montauban, localidad donde descansan los restos de Azaña, la exposición llega ahora al lugar donde empezó todo, comisariada por Jesús Cañete Ochoa.

«Verdún es un montón de escombros», describe Azaña una de las imágenes. «Hay casas que han sido rajadas de arriba abajo como por un hachazo y muestran la mitad interior de sus viviendas con muebles abiertos y enseres y menajes domésticos, todavía en el lugar de uso. Esto da la impresión de una catástrofe que instantáneamente hubiese acabado allí con la vida humana». Sin embargo, «ninguna fotografía puede dar idea del estado de destrucción en que la ciudad se encuentra, porque enseguida se hacen antiguas, enseguida las ruinas se añaden a las ruinas y los escombros se van pulverizando. Todo ello tiene un aspecto torvo».

Cañete Ochoa explica que, «de los intelectuales españoles, Azaña fue el que conoció más de cerca la guerra y el que visitó más veces el frente. Viajó en octubre de 1916 a Francia junto con Américo Castro, Ramón Menéndez Pidal y Rafael Altamira. Luego visitó el frente italiano en septiembre de 1917 con Miguel de Unamuno. Y a final de año volvió a Francia en compañía de Ramón Casas y Santiago Rusiñol, entre otros». Fue, según el comisario, «un defensor de la causa aliada y se comprometió con ella». Así, pronunció en enero de 1917 en el Ateneo la conferencia Reims y Verdún (Impresiones de un viaje a Francia), situada aquel escenario de destrucción. Las placas que trajo eran «como una especie de power point para ilustrar sus palabras», explica Cañete Ochoa. Sin embargo, «pide al público que no se quede con lo pintoresco». Para el futuro presidente de la República, «se estaba destruyendo lo mejor que había conseguido la civilización europea».

Destrucción del «patrimonio cultural europeo»

La catedral de Reims fue el lugar de coronación de los monarcas franceses. Y los alemanes se empeñaron a fondo en la destrucción de la ciudad, igual que en Verdún. «Lo primero que le sorprende», abunda el comisario sobre las impresiones de Azaña, «es la aniquilación, la cantidad de muertos y heridos. Y también la destrucción de ese patrimonio cultural europeo, entendiendo como patrimonio aquello que no nos pertenece a nadie y que debemos legar a las futuras generaciones».

También le llama la atención la situación ejército francés, que dos años después plasmaría en un libro de estudios de política militar gala. Entonces lo describe así: «Hormigueaba la tropa bajo los árboles, ocupada en sus faenas: lavar, cortar leña, limpiar los caballos. Algunos hombres se hacían la toilette al aire libre, mostrando su torso desnudo: otros, tendidos en la tierra, fumaban tranquilamente. Era, en fin, un tráfago vigoroso; la vida plena de la guerra, de la que no veíamos los horrores. Todos aquellos caminos canalizaban el fruto de la energía nacional, la absorbían, la chupaban, vertiéndola a pocos pasos de allí en el horno que la consumía sin agotarla».

Todo ello tenía un propósito claro: «El de movilizar; su misión era que España rompiera la neutralidad y entrase en la guerra», sentencia el comisario de la exposición. «Mientras la postura de Valle-Inclán y Unamuno se podría comparar a la de cronistas de guerra, en el caso de Azaña fue netamente política contra la neutralidad». Al no conseguir ese objetivo, «durante la Guerra Civil sentirá el abandono a las potencias aliadas, que él interpretará, en parte, como consecuencia remota de la falta de intervenció»».

Pero Azaña se fue de la Gran Guerra con otra lección. «Lo que descubre allí, y lo lo que le va a suponer un enfrentamiento con Negrín y el general Vicente Rojo, es la idea de que ya no hay batallas decisivas. Verdún es una lucha de desgaste, de resistencia». En la Guerra Civil, apunta Cañete Ochoa, «se esperaba que hubiese una que marcase definitivamente el curso de la contienda, pero ni siquiera sucedió así con la Batalla del Ebro. Azaña es consciente de que la estrategia militar contemporánea no va a por ese lado».

También se maravilló con las redes de protección civil y el importantísimo papel de las mujeres y de los inmigrantes (vietnamitas en su mayoría) en el esfuerzo de guerra. Una industria coordinada que le causó admiración y que marcaría su posterior proyecto de renovación del ejército español. «No lo culminó y las consecuencias son las que todos sabemos», reflexiona el comisario.