Guerra de Vietnam: sangre, napalm y lágrimas.

 

Autor: JULIO MARTÍN ALARCÓN29/04/2015

Fuente: elmundo.es

Matar más. La guerra es una cuestión de número y quien tenga una mayor lista de cadáveres acabará perdiendo la contienda. Básicamente, estas fueron las conclusiones del Mando Conjunto del Ejército de EE UU en Vietnam -MACV- y la consigna que aplicaron para afrontar una realidad bélica radicalmente distinta a la experiencia de la II Guerra Mundial.

El comandante en jefe de las tropas estadounidenses entre 1964 y 1968, el general William Westmoreland, formuló las claves del drama tras la decisión de Lyndon B. Johnson de incrementar la ayuda militar de EE UU al gobierno de Vietnam del Sur y comenzar, de facto, una guerra total en el Sudeste Asiático. Todo se precipitó el 12 de agosto de 1964, tras un incidente en la bahía de Tonkín entre dos lanchas lanzatorpedos norvietnamitas y el destructor Maddox, que patrullaba en la zona. El Pentágono elaboró un informe que lo calificó de agresión y que sirvió al presidente para una mayor implicación en la guerra civil entre el norte comunista y la Junta Militar del sur, con el resultado de la mayor escalada bélica desde la victoria sobre Alemania y Japón en 1945.

No podían invadir territorio enemigo, o se arriesgaban a una confrontación directa con China, sobre todo, aunque también con la URSS

Johnson aprobó en el Congreso para tal efecto la denominada Resolución del golfo de Tonkín, que desataría un infierno de prácticamente diez años, y la peor derrota de los norteamericanos en toda su historia.

La resolución facultaba al presidente para una casi total movilización del Ejército, aunque nunca se declarase formalmente la guerra, por cuestiones políticas. Estas serían las que determinarían decisivamente el contexto en el Sudeste Asiático: EE UU solo apoyaba a Vietnam del Sur en contra de los comunistas de Ho Chi Minh del norte y, por tanto, no tenía como objetivo recuperar terreno y traspasar el paralelo 17º por el que estaba divido el país desde el fin de la Guerra de Indochina en 1954. No podían invadir territorio enemigo, o se arriesgaban a una confrontación directa con China,sobre todo, aunque también con la URSS, que apoyaban de forma indirecta al régimen de Ho Chi Minh. Por tanto, no se practicó una guerra convencional consistente en recuperar territorio al enemigo para expulsarle, sino en una pura cuestión de desgaste humano.

Matar más, la estrategia del ‘Body Count’

La estrategia de Westmoreland se basó en aniquilar al Viet Cong -la guerrilla comunista survietnamita infiltrada- y el NVA -Ejército de Vietnam del Norte-, para que la población se echara en brazos del Gobierno de Vietnam del Sur y la amenaza comunista fuera neutralizada. La triste realidad es que, a pesar del difundido derrotismo sobre la campaña militar de Vietnam, el Ejército acertó en lo primero: EE UU salió claramente victorioso del Body Count -estadística de muertos-, pero se equivocó totalmente en lo segundo.

Aniversario Guerra de Vietnam

Al contrario, los comunistas ganaron cada vez más apoyo en el sur durante el desarrollo de la guerra, una realidad que constató la CIA, pero que el Ejército se negó a admitir. Prefirieron cifrar su éxito en pérdidas del enemigo respecto a las propias, el denominado Kill Ratio, otro de los principales argumentos de la época que filtró el Pentágono para convencer a los ciudadanos de que la guerra se estaba ganando. Si la estrategia era arriesgada, brutal y poco factible desde el punto de vista técnico, la táctica para llevarla a cabo resultó un auténtico calvario: había que localizar a un enemigo escurridizo en la jungla, su terreno, y eliminarlo.

El célebre Seek and destroy -buscar y destruir- se convirtió en el concepto referencial de la lucha durante la primera fase, de 1964-1968, denominada War of Attrition -guerra de agotamiento-. Cuando se localizaban unidades enemigas, un batallón o incluso un pelotón se trasladaba a la zona para acabar con el enemigo, se entablaba combate y se le bombardeaba. Después de cada operación regresaban a las zonas seguras. No había, pues, límites claros, ni frentes. La unidad básica de combate más usual fue el pelotón -la más pequeña en un ejército- y los helicópteros se convirtieron en la pieza básica, ya que transportaban y retornaban a los soldados en cada operación. Estos ascendían ya a medio millón hacia 1966. Jonhson, que había infravalorado la determinación norvietnamita, creía realmente que podría ganar la guerra con la alternativa de los números que le ofrecía Westmoreland y embarcó a la juventud norteamericana en una auténtica pesadilla.

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Adolf Hitler, el gallinita

Adolf Hitler y Eva Braun

Autor: Carlos Prieto, 17/05/2015.

fuente: El Confidencial

Hitler no está vivo. Lo decimos porque, ahora que se cumplen siete décadas de su suicidio, quizá se topen ustedes con algún artículo asegurando que el icono del Tercer Reich está tomando las aguas en Bariloche, compartiendo bungaló brasileño con Elvis o en la mismísima Luna… En efecto, lo crean o no, una de las teorías de la conspiración más populares asegura que los nazis enviaron a Hitler a la Luna en un cohete poco antes de la toma rusa de Berlín; si esto es así, a Neil Armstrong le debió dar un infarto cuando se topó en el satélite con un tipo con bigote completamente desaforado…

Bromas aparte, los últimos pasos de Hitler están lo suficientemente documentados como para que existan ensayos como La máscara del mando (Turner), de John Keegan, estudio que compara el liderazgo militar de cuatro figuras históricas: Alejandro Magno, Wellington, Grant y Hitler.

Aunque cada uno de estos líderes es hijo de su época –a Alejandro Magno le gustaba jugarse el pescuezo en el frente, loca costumbre que ha ido perdiendo fuerza con el tiempo­–  el análisis de las particularidades militares de Hitler nos permite comprender mejor los últimos días del Tercer Reich.

El título del largo capítulo dedicado al líder nacionalsocialista (90 páginas) no deja lugar a muchas dudas:  El falso heroísmo: Hitler como jefe supremo. ¿Era Hitler un gallinita?

He aquí las palabras del Führer al pueblo alemán el día (22 de diciembre de 1941) que decidió asumir el mando pleno de las operaciones militares:

“Conozco la guerra desde el tremendo conflicto en el frente occidental de 1914 a 1918. Experimenté personalmente los horrores de casi todas las batallas como soldado raso. Fui herido en dos ocasiones y después estuve a punto de quedarme ciego. Es el ejército el que carga con el peso de la batalla. He decidido, por lo tanto, en mi condición de jefe supremo de las fuerzas armadas alemanas, asumir personalmente la jefatura del ejército. De este modo, nada de lo que os atormente, de lo que os pese y de lo que os angustie me será desconocido”.

¿Conclusiones de Keegan sobre el arrojo militar del líder? Que no pisaba el frente bélico ni en pintura.

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Historia del vestido, el siglo XIX.

Fuente: Revista de Historia.

Durante las dos primeras décadas del siglo XIX hay una continuidad del estilo Imperio que había empezado en el siglo anterior. El traje femenino llegaba hasta el tobillo y tenía un amplio escote, lo que puso de moda enormes chales para cubrirse.

Historia del vestido, el siglo XIX

Las conquistas napoleónicas también influían en el vestir; tras la expedición de Napoleón en Egipto la moda se tiñó de cierta orientalidad y se puso de actualidad el turbante.

Historia del vestido, el siglo XIX

La Guerra de la Independencia volvió a despertar interés hacia lo español. Los hombres adoptaron nuevamente la capa española, y la mantilla, la peineta y el abanico reclamaban la atención de las mujeres.

Historia del vestido, el siglo XIX

Por su parte, el vestuario masculino acusó una gran influencia inglesa. Aparece el fenómeno del dandy, el hombre que destaca por su elegancia sin llamar la atención. Se ponen de moda los fracs, chalecos y corbatas. A partir de ahora será la mujer la que se convierta en la gran protagonista de la moda.

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Sixto Cámara (1824-1859), un aldeano revolucionario

Fuente: Anatomía de la Historia.

Autor: Roberto Pastor Cristóbal, 13/05/2015

El siglo XIX es el momento de las grandes revoluciones pero también, y valga la obviedad, el de los héroes revolucionarios.

En la época del romanticismo se elevaron los espíritus y pasiones, contribuyendo a forjar los grandes mitos nacionales encarnados en acontecimientos y personajes. Así nació la Historia como disciplina formalizada, para contar las grandes hazañas que habían llevado al hombre hasta el camino del progreso. El recuerdo es, sin embargo, selectivo y a pesar de que poseemos crónicas y biografías que narran multitud de hechos únicamente algunos han prevalecido en la memoria de las naciones europeas.

La Rioja dio al liberalismo español a Salustiano de Olózaga (1805-1873) y a Práxedes Mateo Sagasta (1825-1903). Mas en un humilde pueblo de la ribera del Ebro nació un quizás más desconocido pero no menos singular protagonista de grandes sucesos en la convulsa etapa decimonónica española. Hablamos de Sixto Cámara, un socialista utópico español.

La forja de un rebelde

Sixto Sáenz de la Cámara y Echarri nació el 6 de agosto de 1824 en Aldeanueva de Ebro (actualmente, en la comunidad autónoma de La Rioja), un pueblo con una gran historia en movimientos y hombres contrarios al statu quo. Fue hijo de Escolástica Echarri y de Saturio Sáenz de la Cámara, quien había sido escribano del ayuntamiento y alcalde en pleno final del Trienio Liberal (1823). La familia era humilde y poca formación pudo darle pero sí le inculcaron el ardor de la lucha, y en plena adolescencia se alistó en una milicia para combatir al carlismo. La Rioja era tierra fronteriza entre el bando cristino o liberal y los absolutistas partidarios de Carlos, hermano de Fernando VII.

Sixto Cámara nació, vivió y murió en plena época de transformación de España, a todos los niveles. Políticamente se estaba constituyendo un régimen liberal-burgués basado en la constitución de un nuevo Estado controlado por oligarquías. Un control al servicio del régimen de la propiedad, nuevo definidor del sistema social. Débil pero constante fue el cambio económico con una agricultura que debía orientarse al mercado capitalista y una frágil industrialización periférica. Madrid aunaría todos estos cambios y además, quizás junto a Barcelona, se convertiría en el gran epicentro de los acontecimientos y de las nuevas ideas que venían de Europa.

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Los españoles que defendieron la URSS.

Soldados españoles que lucharon del lado de la URSS.

Autor: LEONCIO SORIANO

Fuente:  Diario Público.

Muchos de ellos habían soñado con verla al menos desde hace tres años, también noviembre de 1936 cuando conocieron a los primeros soviéticos, vieron los chatos y los moscas, como llamaban en España los cazas I-15 e I-16, los tanques T-26 y BT-5.

Algunos ya habían estado aquí hace dos años, nada más llegar a la URSS. Entonces, inundada por multitudes, risa, color y alegría, la Plaza Roja les pareció mucho más pequeña de lo que imaginaban por las fotos y sus imágenes de cine. Ahora, cubierta por la nieve y la oscuridad, sumida en el silencio, se hacía inmensa. Parecía increíble que a contados kilómetros estuvieran las columnas acorazadas alemanas. Igual que hace cinco años en España, las avanzadas fascistas estaban a contados kilómetros del corazón de Rusia y la presencia de la unidad española en la Plaza Roja era prueba de la confianza que gozaban en la URSS los «españoles de Stalin».

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