El gran expolio nazi en Segovia: los tesoros visigodos que Himmler se llevó a Alemania

Himmler ordenó llevarse varias de las joyas excavadas en la necrópolis de Castiltierra (Segovia)

Autor: Julen Berrueta

Fuente: elespanol.com 2020/10/29

Castiltierra es una pequeña localidad de Segovia que pertenece al municipio de Fresno de Cantespino y que no llega a 300 habitantes. Pese a su reducido tamaño, su historia alberga un gran pasado que no reluce; al menos no en la superficie. Para comprender la relevancia histórica de este recóndito lugar se ha de retroceder hasta el año 1247, primera vez que es citada como Castiel de Tierra. Sin embargo, sus secretos anteriores tardarían siete siglos más en salir a la luz.

Hasta la década de 1930, Castiltierra era conocida por la pequeña ermita del Santísimo Cristo del Corporario. No obstante, mientras se construía una carretera que enlazaba la localidad con Fresno de Cantespino, emergieron unos restos arqueológicos que posteriormente se catalogarían como una gran necrópolis de la era visigoda.

Hasta aquel momento, únicamente los habitantes de Castiltierra tenían conocimiento de ciertos elementos enterrados cuando araban el campo. Tras un proceso de expolio por parte de los vecinos, el historiador Joaquín María de Navascués y el arqueólogo Emilio Camps Cazorla acudieron a la provincia de Segovia para examinar el terreno. Entre 1932 y 1935, en plena Segunda República, dirigieron la excavación de aquella necrópolis datada entre los siglos VI y VII.

Croquis de la necrópolis. Diario, 6 de septiembre de 1933. MAN

La campaña se llevó a cabo en distintos procesos y, en total, los expertos documentaron un total de 469 tumbas. Además, junto a las sepulturas se hallaron todo tipo de joyas y reliquias pertenecientes al pueblo germano que cruzó los Pirineos para asentarse en la Península Ibérica. Cuando en 1936 estalló la Guerra Civil, Camps depositó algunos materiales en el Instituto de Valencia Don Juan, con el fin de protegerlas.

Regalo para Himmler

Al terminó de la contienda, la excavación, que se había detenido por motivos evidentes, se reanudó. Esta vez, los protagonistas eran diferentes. La necrópolis visigoda, una de las más extensas e importantes halladas en tierras hispanas, quedaba en manos de Julio Martínez Santa-Olalla, un arqueólogo germanófilo que había militado en la Falange durante la Guerra Civil española.

Tal y como se explica en una publicación del Museo Arqueológico Nacional sobre el sitio, se precisó «la realización urgente de una breve campaña en el yacimiento que dejase visibles varias decenas de sepulturas, para mostrarlas a la delegación alemana de alto nivel, que se disponía a visitar España». Aquella delegación estaba liderada, nada más y nada menos, que por Heinrich Himmler, oficial nazi de alto rango y mano derecha de Adolf Hitler.

Himmler viajó a España en octubre de 1940 —apenas una semana antes de la reunión entre Hitler y Franco en Hendaya—. Realmente la visita del oficial nazi fue principalmente turística aunque se interesó por conocer ciertos monumentos que podían estar relacionados con el Santo Grial, una de las grandes obsesiones del alemán.Martínez Santa-Olalla al lado de Himmler en El Escorial.

Martínez Santa-Olalla al lado de Himmler en El Escorial. Archivo General de la Administración

Santa-Olalla, por su parte, también estaba obsesionado por demostrar que España era un pueblo ario influenciado por civilizaciones como la céltica. De esta forma, además de Burgos, Madrid o Barcelona, el itinerario marcado para Himmler contaba con una breve visita a Castiltierra. Sin embargo, la apretada agenda y la intensa lluvia que se descargó sobre la zona central de la Meseta en esos días impidió que el nazi observara con sus propios ojos la necrópolis visigoda.

De todas formas, eso no significó que los hallazgos de Castiltierra permanecieran en España. Varios ajuares y elementos de bronce y hierro encontrados en las excavaciones fueron enviados a Alemania para que se restaurasen restauradas. Sin embargo, jamás regresaron.

En este sentido, las valiosas piezas visigodas que se habían excavado gracias a la intervención de Joachim Werner, subdirector del Instituto Romano-Germánico de Frankfurt en 1941, se repartieron por toda Alemania con el visto bueno de Franco. El propósito era restaurar los ajuares, organizar conferencias y, en general, teorizar sobre los hallazgos visigodos en suelo español. El transcurso de la guerra, empero, dificultó que las intenciones se materializaran.Hebilla de un cinturón visigodo hallado en Castiltierra (actualmente en Nuremberg).

Hebilla de un cinturón visigodo hallado en Castiltierra (actualmente en Nuremberg).

Poco a poco, España comenzó a alejarse del nazismo —aunque siempre mantendrían las relaciones diplomáticas— y Alemania se interesó por los yacimientos visigodos del frente del este. De alguna manera, el régimen de Franco dejó olvidar todo un tesoro que había sido entregado a los alemanes.

Desde que Werner ordenara trasladar joyas de la necrópolis a Alemania, con el beneplácito de Himmler, han pasado casi 80 años. La caída del Tercer Reich no derivó en el regreso de las joyas visigodas de Castiltierra. A día de hoy, habría que demostrar que aquellos materiales viajaron a Alemania temporalmente para que se ordenara su vuelta definitiva a España. Según se expresa en el Boletín del Museo Arqueológico Nacional, «de estos materiales no han regresado a España sino los de inferior calidad, permaneciendo los mejores dispersos en varios museos alemanes, como los de Nurember, Berlín y Colonia entre otros».

Por su parte, el MAN preserva todavía varios de los materiales encontrados en las primeras campañas realizadas en la década de los treinta —antes de que los nazis llegaran a España para llevárselo—. Actualmente, diferentes tejidos frágiles, fíbulas y demás materiales se encuentran tras los muros del Museo Arqueológico Nacional, a falta de la colección completa que permanece amputada en Alemania.

Los Laxalt, una familia vasca al servicio de Estados Unidos, 1941-1945

Foto oficial del 7º Batallón del 20º Regimiento de Ingenieros, en Camp American University, Washington, DC, antes de su despliegue en febrero de 1918, en el que se encontraba Jean Pierre Laxalt Etchart (Compañía C / Compañía 21) (http://www.20thengineers.com/images/ww1-7bn-before.jpg).

Autor: Asociación Sancho de Beurko

Fuente: eldiario.es 25/06/2020

Con 36 años, el suletino Jean Pierre Laxalt Etchart se encontraba en Ardentes, en el centro de Francia, —a unos 650 kilómetros de su localidad natal de Aloze-, inmerso en la Gran Guerra de 1914 que asolaría parte del país. La diferencia con sus coetáneos en cuanto a su participación en el conflicto se encontraba en que Jean Pierre fue reclutado por el Ejército de Estados Unidos (EEUU), país en el que residía desde 1902. Regresó a defender Francia en marzo de 1918, por primera (y última) vez desde su salida, 16 años antes. Fue uno de los “luchadores forestales” del Regimiento de Ingenieros —el mayor regimiento del ejército norteamericano que haya existido. Durante el mismo periodo de tiempo, en uno de estos temibles frentes de trincheras se hallaba el soldado del ejército francés, Jean Michel (Alpetche) Bassus, nacido en 1894 en Buenos Aires, Argentina, de padres bajo navarros, y cuya vida, se entrelazaría impredeciblemente con la de los Laxalt en un futuro no muy lejano.

Tras su desmovilización, Jean Pierre retomó su vida como criador de ovejas en Nevada. Previamente le habían acompañado en su labor, y de manera exitosa, desde 1910 y durante unos cuantos años, sus hermanos Pierre y Dominique Laxalt Etchart, llegados a EEUU en 1904 y 1906, respectivamente. Ambos habían nacido en Liginaga; Pierre, en 1878, y Dominique en 1886. En 1914, Pierre “Pete” Laxalt Etchart se casó con Marie “Mary” Ucarriet, nacida en 1892, en Aldude, Baja Navarra, y llegada al país con sus padres en 1912. Tuvieron cuatro hijos: Gabriel “Gabe” Peter (1915-1979), Adelle Marie (1917-2003), Robert John (1920-1972) y Lucille Catherine (1921-1980). Tres de ellos, Gabriel, Robert y Lucille tomaron parte activa en la Segunda Guerra Mundial (SGM).

Gabriel y Robert se alistaron en las Fuerzas Áreas en 1941. Gabriel Laxalt Ucarriet lo hizo ocho meses antes del ataque a Pearl Harbor, mientras Robert Laxalt Ucarriet se presentó voluntario dos días después de la agresión japonesa. Gabriel fue destinado al personal de mantenimiento de la flota aérea, y sirvió al final de la guerra en el 534º Grupo de Servicio Aéreo, siendo licenciado con el rango de sargento en 1945. Robert fue destinado a la Base de Islandia, establecida por el ejército de EEUU el 7 de julio de 1941 para la defensa de la isla y como punto estratégico entre Europa y Norte América. Allí permaneció durante todo el conflicto bélico.

En agosto de 1941, Lucille Laxalt Ucarriet se inscribió en el Children’s Hospital, en San Francisco, California, para capacitarse como enfermera. Mientras estaba en la escuela de enfermería, Lucille fue admitida en los Cuerpos de Enfermeras Cadetes de EEUU el 1 de julio de 1943, fecha de su creación por parte del Congreso de EEUU. Tenían por objetivo el de capacitar a enfermeras para las fuerzas armadas y hospitales gubernamentales y civiles. Más de 124.000 enfermeras que se inscribieron en este programa federal se graduaron durante el curso de la guerra para suplir la grave escasez de enfermeras, tanto en el país como en el extranjero. El gobierno volvía a requerir la participación activa de las mujeres, pero no en los mismos términos de igualdad que el hombre. A fecha de hoy las mujeres de los Cuerpos de Enfermeras Cadetes son las únicas de todos los cuerpos uniformados que sirvieron en la SGM que no han sido todavía reconocidas como veteranas de guerra por parte del gobierno estadounidense.

En diciembre de 1920, una joven bajo navarra de 29 años, Therèse Alpetche Bassus, arribaba al Puerto de Nuevo York desde Burdeos, Francia, donde su familia regentaba el Hotel Amerika y una de las primeras agencias de viaje entre Europa y las Américas. Therèse “Theresa”, nacida en 1891 en Baigorri, Baja Navarra, tenía como destino San Francisco. Es en esta ciudad, en el Hotel España, propiedad de una familia vasca, donde residía su hermano Jean Michel, quién, tras el fin de la Gran Guerra, había llegado en octubre de 1919, siguiendo los pasos de su hermano Maurice, residente en EEUU desde 1914. Jean Michel se estaba muriendo por los efectos de un ataque con gas venenoso usado durante la guerra. Therèse tenía por objetivo el de regresar con su hermano a Francia. Desgraciadamente Jean Michel falleció en 1921 y fue enterrado en Reno, Nevada, donde su hermana erigió un monolito en su memoria. Therèse decidió permanecer en el país, contrayendo matrimonio, al de poco tiempo, con Dominique Laxalt Etchart. Tuvieron seis hijos: Paul Dominique (1922-2018), Robert Peter “Bob” (1923-2001), Suzanne Marie (Hermana Mary Robert de la Orden de la Sagrada Familia; 1925-2019), John Maurice (1926-2011), Marie Aurelie (1928-2019) y Peter Dominique “Mick” (1931-2010).

Al igual que sus primos, tres de los Laxalt-Alpetche también contribuyeron al esfuerzo de la guerra. Paul Dominique Laxalt Alpetche fue reclutado en 1942 y durante tres largos años, y de éstos 18 meses en el extranjero, sirvió en los Cuerpos Médicos del Ejército (una unidad no combatiente), hasta su licenciamiento con el grado de sargento. Es durante la Batalla de Leyte, en Filipinas, donde cuidó de un joven oficial vasco-nevadense, Leon Etchemendy Trounday (un héroe de las Aleutianas), gravemente herido. “Demasiada sangre, demasiados heridos y soldados muriéndose”, escribiría Paul, décadas más tarde, en sus memorias (1). Paul llegó a ser elegido vicegobernador de Nevada (1962-1964), gobernador de Nevada (1967-1971), y finalmente senador de EEUU por el Estado de Nevada (1974-1987). Paul se convirtió en el primer senador vasco en la historia estadounidense. Fue la mano derecha e íntimo amigo del presidente Ronald Regan. Paul fue enterrado con honores militares en el Cementerio Nacional de Arlington, Virginia.

Su hermano Robert Laxalt Alpetche interrumpió sus estudios para alistarse en el ejército. Sin embargo, no fue aceptado debido a un leve soplo cardíaco. A través de las conexiones políticas de la familia, Robert finalmente consiguió un trabajo con el Servicio Diplomático del Departamento de Estado en Washington DC. Fue asignado como oficial de cifras a la Legación Diplomática y enviado al Congo Belga en 1944. Sirvió en un puesto avanzado en la selva en el contexto de una guerra secreta de espías entre los Aliados (la Oficina de Servicios Estratégicos, la actual CIA) y los alemanes por el control de una mina en la provincia de Katanga que producía un mineral poco conocido (en aquel momento) llamado uranio —el ingrediente esencial de la bomba atómica (2). Robert enfermó de malaria y fue repatriado en marzo de 1945. Tenía 21 años. En 1951, Robert acompañó a su padre a su lugar de nacimiento por primera vez después de 47 años como pastor de ovejas en Nevada y el norte de California. Basado en la historia de su padre, escribió Sweet Promised Land (1957), su segunda novela y uno de sus libros más conocidos. Robert fundó la University of Nevada Press en 1961 y fue su director hasta 1983. Junto a William A. Douglass y Jon Bilbao fundaron el Programa de Estudios Vascos en la Universidad de Nevada en 1967. Robert fue un prolífico escritor de ficción y no ficción. Se convirtió en la “voz de los vascos” en el oeste americano (3).

Casi al final de la guerra, John Maurice Laxalt Alpetche fue reclutado por la Armada, sirviendo a bordo del barco de municiones USS Mount Katmai en el Oeste del Pacifico. Fue licenciado con el grado de administrativo de segunda clase en julio de 1946. Abandonó su bufete de abogados para participar en las campañas electorales de su hermano Paul, estableciéndose posteriormente en Washington DC.

Tras la muerte de Paul en 2018, a los 96 años, la de Suzanne Marie (la Hermana Mary Robert), en octubre del pasado año, a la edad de 94, supuso el fin de la primera generación vasca de los Laxalt nacida en EEUU. Los Laxalt-Ucarriet, aunque fallecieron relativamente jóvenes, dejaron tras de sí un legado de superación y de defensa de libertades que hoy en día intentamos preservar a toda costa. Los Laxalt-Alpetche, quizás la cara más visible de esta extraordinaria familia vasco-americana, son posiblemente el paradigma de una historia de emigración exitosa, de lucha por la supervivencia, y de la conquista social, económica y política de una familia en una sola generación. Hicieron del lejano oeste americano, y especialmente de Nevada, su hogar, siendo este un valor que los Laxalt continúan atesorando con gran ahínco.

Si quieres colaborar con “Ecos de dos guerras” envíanos un artículo original sobre cualquier aspecto de la SGM o la Guerra Civil y la participación vasca o navarra al siguiente email: sanchobeurko@gmail.com

Los artículos seleccionados para su publicación recibirán una copia firmada de “Combatientes Vascos en la Segunda Guerra Mundial”.“Combatientes Vascos en la Segunda Guerra Mundial”

Laxalt, Paul. (2000). Nevada’s Paul Laxalt. A Memoir. Reno, Nevada: Jack Bacon & Co.

Robert Laxalt escribió en 1998 sus peripecias en el Congo Belga durante la SGM, bajo el título de, A private war: an american code officer in the Belgian Congo. (Reno: University of Nevada Press).

Río, David. (2007). Robert Laxalt: The voice of the Basques in American literature. Reno: Center for Basque Studies, University of Nevada, Reno.

Qué fueron las «ratlines», las rutas de escape por las que miles de nazis huyeron a América del Sur y otros destinos tras la Segunda Guerra Mundial

Tras la caída del Tercer Reich, miles de nazis huyeron a través de las ratlines.

Autora: Veronica Smink

Fuente: bbc.com/mundo 01/08/2020

or su nombre en inglés, ratlines (líneas de ratas), uno podría pensar que el apodo que se le dio a las rutas clandestinas que usaron muchos nazis para escapar de Europa después de la Segunda Guerra Mundial se refiere a una hilera de roedores, huyendo bajo tierra.

De hecho, muchos en español las llaman «rutas de las ratas«.

Pero aunque ese término podría resultar apropiado para imaginar la huida de miles de fugitivos de la justicia, entre ellos algunos de los mayores criminales de guerra de la historia, en realidad ratline no tiene que ver con ratas, sino con barcos.

En la jerga náutica, así se llama a los pequeños trozos de cuerda colocados de forma horizontal que sirven como peldaños de escalera, para poder subir por el mástil (en español se las conoce como flechaste).

En el pasado, escalar el mástil usando estas cuerdas era el último y desesperado recurso que tenía un marinero para evitar ahogarse si su barco se hundía.

Por ese motivo, ratline se convirtió en un sinónimo de «última vía de escape«.

Para muchos jerarcas nazis que buscaban huir de las manos Aliadas después de la caída de la Alemania de Adolf Hitler, en 1945, esa «última vía de escape» se dio en la forma de un viaje transatlántico por barco, por lo cual el origen náutico de la palabra ratline resultó ser irónicamente adecuada.

Las ratlines de un barco
Image captionLas ratlines de un barco… el medio de transporte a través del cual muchos jerarcas nazis escaparon a Sudamérica y otros destinos.

Pero estas «rutas de las ratas» no fueron escapes improvisados de fugitivos desesperados. Fueron trayectos planificados y organizados por personas de poder, dedicadas a proteger a prófugos no solo alemanes sino también croatas, eslovacos y austríacos.

Y no hubieran tenido éxito sin la colaboración, a veces involuntaria, de dos de las instituciones internacionales más asociadas con la ayuda humanitaria: la Iglesia católica y la Cruz Roja.

Tres rutas, un destino

Las tres ratlines más utilizadas eran vías que atravesaban distintos países europeos con un solo fin: llegar hasta un puerto y allí escapar en barco.

La llamada «ruta nórdica» pasaba por Dinamarca con destino a Suecia, donde se embarcaba.

La «ruta ibérica» era coordinada por colaboradores nazis que vivían en España y utilizaba puertos como los de Galicia, presuntamente con el visto bueno del general Franco.

Pero se cree que hasta el 90% de los nazis que huyeron de Europa continental lo hicieron a través de Italia, el principal aliado de Alemania durante la guerra.

Aunque algunos escaparon hacia Reino Unido, Canadá, Estados Unidos, Australia y Medio Oriente, la gran mayoría huyó a Sudamérica.

Y en ese continente hubo un país que atrajo a más fugitivos nazis que ningún otro: Argentina.

Juan Domingo Perón con su esposa, Eva Duarte de Perón
Image captionEl gobierno de Perón (quien en la imagen aparece con su famosa esposa, «Evita»), permitió el ingreso de miles de prófugos nazis.

Documentos secretos nazis revelados en 2012 por las autoridades alemanas indicaron que unos 9.000 militares y colaboradores del Tercer Reich huyeron a América del Sur tras la guerra.

De ellos, unos 5.000 se quedaron en Argentina, el lugar al que el famoso «cazador de nazis» Simon Wiesenthal llamaba el «Cabo de Última Esperanza» para los nacionalsocialistas.

Muchos de los que terminaron en otros países, como Brasil (que albergó a entre 1.500 y 2.000 criminales de guerra), Chile (que recibió a entre 500 y 1000) y otras naciones con cifras menores como Paraguay, Bolivia y Ecuador, viajaron allí tras haber arribado a Argentina.

Por qué Argentina

Muchos atribuyen la elección de Argentina como país de destino a la abierta simpatía que mantenía el gobernante de esa nación, Juan Domingo Perón (quien llegó a la presidencia en 1946), con el Tercer Reich.

Pero el periodista argentino Uki Goñi, una de las personas que más investigó la llegada de criminales nazis a su país, asegura que el vínculo entre Argentina y la Alemania de Hitler era anterior a la llegada al poder de Perón.

Según Goñi, ya desde 1943 había un acuerdo secreto entre lasSchutzstaffel, las fuerzas de seguridad alemanas, más conocidas como SS, y el servicio secreto de la marina argentina.

El acuerdo consistía en que Argentina le daba documentos de ese país a agentes secretos de las SS para que se puedan mover libremente por Sudamérica, donde operaban una gran red de espionaje.

A cambio, el país latinoamericano recibía información confidencial sobre sus vecinos.

En un libro que publicó en 2002, donde describe en detalle la «fuga nazi a la Argentina», Goñi señala que después de que Alemania perdió la guerra, los argentinos mantuvieron el acuerdo de cooperación y siguieron dándoles documentación falsa a agentes nazis, solo que entonces ya era con la intención de rescatarlos.

La portada de "La Auténtica Odessa", la investigación del periodista argentino Uki Goñi.
Image captionLa portada de «La Auténtica Odessa», la investigación del periodista argentino Uki Goñi.

Odessa

El libro de Goñi se titula «La auténtica Odessa», en referencia al acrónimo con el que se conoció al principal grupo que habría planificado las ratlines: la Organisation der ehemaligen SS-Angehörigen u organización de exmiembros de las SS.

Esta organización saltó a la fama gracias a una obra de ficción basada en algunos hechos reales: la novela de suspenso The Odessa File («El expediente Odessa) de Frederick Forsyth, publicada en 1972.

En ese thriller, Odessa aparece como una organización nazi internacional establecida antes de la derrota de Alemania con el propósito de proteger a los exmiembros de las SS después de la guerra.

El libro plantea que, tras lograr ese fin, los exnazis agrupados en Odessa planeaban eliminar el Estado de Israel.

Hoy en día, muchos historiadores cuestionan la existencia de una red de la magnitud y el poder que supuestamente tuvo Odessa.

«La ‘ruta de las ratas’ no fue un plan estructurado, sino que consistió de muchos componentes individuales», le dijo a la cadena alemana Deutsche Welle (DW) el historiador Daniel Stahl, del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad Friedrich Schiller.

Bill Niven, profesor de Historia Contemporánea Alemana en la Universidad Nottingham Trent (Inglaterra), coincide: «No hay evidencia convincente de que tal organización (Odessa) existiera«, escribió en marzo pasado en el sitio BBC History Extra.

«Probablemente había grupos nazis más pequeños, en gran medida independientes, que operaban para asegurar el escape (de criminales de guerra)», explicó.

Otto Skorzeny con Benito Mussolini, tras su liberación
Image captionOtto Skorzeny, famoso por haber rescatado a Benito Mussolini tras su arresto en Italia, organizó una de las ratlines.

«Uno de estos grupos, según se dice, fue ‘La araña’, que involucró a líder de la unidad de asalto de las SS Otto Skorzeny, famoso por rescatar al dictador italiano Benito Mussolini del encarcelamiento en la región Gran Sasso, en el sur de Italia, en 1943»

Niven resaltó que no fueron solo nazis los que coordinaron las ratlines, sino también las fuerzas de inteligencia de Estados Unidos y Reino Unido, que ayudaron a escapar a sus informantes nazis, y a decenas de científicos alemanes, para que colaboraran con ellos en su lucha contra el comunismo.

«La ruta vaticana»

Fue este temor a una invasión soviética de Europa y a que se impusiera el comunismo tras la Segunda Guerra Mundial lo que habría llevado a lo que muchos consideran el aspecto más escandaloso detrás de las ratlines:el papel fundamental que jugó la Iglesia católica en el escape de los fugitivos nazis a Sudamérica.

La llamada «ruta vaticana», vía Roma y Génova, fue la más utilizada por los nazis que huyeron del continente europeo.

También se la conoce como «la ruta de los monasterios», ya que la huida, a través de los Alpes a Italia, incluía paradas en monasterios en Tirol del Sur, Merano y Bolzano.

Algunos de los prófugos permanecieron en estos lugares por años, muchas veces alojados al lado de las víctimas de sus delitos, en particular judíos en viaje hacia la región de Palestina.

Para llegar hasta Sudamérica, los fugitivos debían pasar primero por Roma, donde recibían documentos de identidad falsos de la Comisión de Refugiados del Vaticano o, en algunos casos, directamente de manos de altos cleros de la Iglesia católica.

El paso final era el pasaporte que recibían del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), que les permitía viajar utilizando su nueva identidad.

Los pasaportes de la Cruz Roja, con nombres falsos, usados por Josef Mengele, Klaus Barbie y Adolf Eichmann.
Image captionLos pasaportes de la Cruz Roja, con nombres falsos, usados por Josef Mengele, Klaus Barbie y Adolf Eichmann.

Abrumados por los millones de refugiados que dejó la guerra, la Cruz Roja dependía de las referencias del Vaticano a la hora de entregar sus pasaportes y el organismo ha reconocido que no logró evitar que algunos criminales de guerra se aprovecharan del caos para huir sin ser detectados.

Entre quienes pudieron escaparse a Sudamérica con pasaportes de la Cruz Roja -con nombres falsos-, estuvieron algunos de los máximos jerarcas nazis como Josef Mengele, Klaus Barbie, Franz Stangl, Walter Rauff y Adolf Eichmann.

Algunos, como Mengele, que falleció en Brasil, y Rauff, que murió en Chile, lograron evadir la justicia toda su vida.

Pero otros fueron detenidos y extraditados años más tarde.

El caso más famoso fue el del llamado «arquitecto del Holocausto», Eichmann, quien fue capturado en Buenos Aires en 1960 por la agencia de inteligencia israelí, el Mossad, y trasladado a Jerusalén, donde fue juzgado, condenado y ejecutado.

Complicidad

Los historiadores aún hoy siguen debatiendo sobre si la complicidad de la Iglesia católica con los nazis fue institucional o si se trató de casos aislados dentro del Vaticano.

En su libro Ratlines, publicado 1991, los autores Mark Aarons y John Loftus sostienen que el primer sacerdote que se dedicó a planificar ratlines para los nazis fue el obispo austríaco Alois Hudal.

Hudal residía en Roma, donde era rector de un colegio austríaco-alemán, y en 1937 había escrito un libro, «Los fundamentos del nacional-socialismo», en el que elogiaba a Hitler.

Algunos incluso lo han acusado de ser un informante de la inteligencia alemana.

La ratline que organizó el obispo austríaco desde la sede del Vaticano fue la que permitió la fuga de varios de los prófugos de más alto perfil del nazismo, incluyendo a Eichmann, Mengele y Eduard Roschmann, el llamado «carnicero de Riga».

El Vaticano en 1946
Image captionMuchos fugitivos nazis obtuvieron su documentación falsa con ayuda del Vaticano, aunque aún se investiga cuánto sabía la Iglesia católica.

Franz Stangl, quien había sido comandante del campo de exterminio de Treblinka, le contó a la periodista Gitta Sereny, tras su captura, que Hudal no solo le entregó papeles falsos sino que también le consiguió alojamiento en Roma mientras esperaba sus documentos.

Otro sacerdote que se hizo famoso por organizar ratlines desde Roma fue el bosnio-croata Krunoslav Draganovic, quien ayudó a escapar a los cabecillas de la organización nacionalista croata Ustacha, aliada del nazismo.

El fundador del movimiento, Ante Pavelić, fue uno de los muchos prófugos que terminaron en Argentina.

En su libro, Uki Goñi detaca el rol que tuvo el cardenal argentino Antonio Caggiano en la llegada de nazis a ese país.

Cuenta que por orden del gobierno de Perón, Caggiano se reunió en 1946 en el Vaticano con su par francés Eugène Tisserant a quien le informó que Argentina estaría dispuesta a recibir a los franceses que colaboraron con el nazismo.

Así, dice Goñi, fue que comenzó el contrabando de criminales de guerra al país sudamericano.

Pío XII

Más allá de la participación de algunos miembros de la Iglesia, lo que se preguntan muchos es cuánto sabía el Papa Pío XII sobre las ratlines.

El Pontífice, quien asumió meses antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, ha sido acusado de hacer la vista gorda ante el asesinato sistemático de judíos, por su silencio durante el Holocausto.

Pío XII
Image captionDocumentos desclasificados este año por el Vaticano podrían revelar cuánto sabía Pío XII sobre las ratlines.

Si bien en 1998 el Vaticano se disculpó públicamente por su inacción durante el régimen nazi, hasta ahora siempre ha defendido el papel de Pío XII.

Pero el verdadero veredicto sobre la responsabilidad del Papa podría llegar pronto.

En marzo pasado, el actual líder de la Iglesia, el papa Francisco, de origen argentino, autorizó que se abran todos los archivos del mandato de Pío XII.

Uno de los que revisará los cientos de miles de documentos será el historiador eclesiástico alemán Hubert Wolf.

Wolf le dijo a la cadena DW que, aunque podría tardar años, finalmente se sabrá si Pío XII «dio instrucciones directas» de ayudar a escapar a los prófugos nazis con el fin de «combatir el peligro comunista».

O si «el Papa no sabía de la ayuda concreta y algunas personas de su entorno se aprovecharon de eso».

Benito Mussolini, a 75 años de su muerte

Benito Mussolini fue capturado por los partisanos el 27 de abril de 1945 cerca de la frontera entre Italia y Suiza y ejecutado al día siguiente.

| «La gran mentira sobre Mussolini es que fue un dictador bueno que quería a su pueblo: fue él quien mató a más italianos en la historia del país»

Autor: Angelo Attanasio

Fuente: bbc.com 28/04/2020

En Italia, una de cada cinco personas cree que «Mussolini fue un gran líder que solo cometió algunos errores», según una encuesta del centro estadístico Eurispes de enero de 2020.

Es decir, que 75 años después de la muerte de «Il Duce» y casi 100 desde su toma de poder, millones de italianos creen que a Mussolini le deben el actual sistema de jubilaciones, la construcción de carreteras y acueductos o la reducción de los índices de criminalidad.

En definitiva, muchos italianos creen que el legado de Mussolini no es tan negativo, sobre todo si se le compara con la clase política actual.

Pero, ¿son ciertas todas estas creencias?

Según Francesco Filippi (Italia, 1981), historiador de las mentalidades y colaborador de la Universidad de Trento, no.

En su libro, titulado irónicamente Mussolini ha fatto anche cose buone («Mussolini hizo también cosas buenas», en castellano, editorial Bollati Boringhieri), Filippi explica cómo se generaron las que él define como «fake news del fascismo» y por qué consiguieron circular casi intactas hasta hoy, imponiéndose en las redes sociales y en los discursos públicos.

Francesco Filippi
Image captionEl historiador Francesco Filippi imparte talleres de memoria histórica para adolescentes en la asociación Deina.

«Mi intención era utilizar los instrumentos de la investigación histórica para desmontar algunos de los mitos más radicados sobre el fascismo», explica Filippi en conversación con BBC Mundo.

El libro salió en marzo de 2019 y sigue siendo un éxito comercial en el país europeo. Algo que claramente enorgullece a su autor, pero que también le preocupa.

«Porque», aclara Filippi, «si 75 años después de la muerte de Mussolini todavía hace falta un manual como este para arrojar luz sobre el régimen más sanguinario de la historia de Italia, quiere decir que todavía tenemos problemas con la memoria pública sobre el fascismo».

BBC

¿Cuál de las ideas sobre Mussolini es las más arraigada en la cultura italiana?

Seguramente, la madre de todas las fake news sobre Mussolini es la que pinta al «Duce» como un dictador bueno, que quiso a su pueblo, como si hubiese sido un padre para toda la nación.

En realidad, fue él quien, con sus decisiones, mató a más italianos en las historia del país, que provocó una guerra en la que murieron centenares de miles de personas, que causó daños irreparables al patrimonio cultural, social y económico de este país.

Benito Mussolini
Image captionBenito Mussolini fundó los «Fasci italiani di combattimento» el 23 de marzo de 1919, en Milán, Italia.

Hay una anécdota muy representativa a este respecto. Según cuenta Galeazzo Ciano, su cuñado y ministro de Exteriores, durante el invierno de 1940, seis meses después de que Italia entrara en guerra al lado de la Alemania nazi, Mussolini miraba desde su despacho cómo nevaba sobre Roma. ‘Me alegra de que haga tanto frío’, le dijo el Duce a Ciano, «así nos libramos de todos los blandengues’.

Eso muestra que Mussolini odiaba a una parte de sus «súbditos’. Por suerte nunca hubo un genocidio del pueblo italiano, pero podemos decir que el fascismo fue el momento en el que el pueblo italiano en su totalidad estuvo más en peligro.

Habría que preguntarse por qué, a pesar de eso, una quinta parte de los italianos lo siguen considerando un buen líder.

Entonces, ¿cuál es tu respuesta?

Hay dos razones principales. Por lo que respecta a la primera, parte de la culpa la tenemos los historiadores. Porque si, 75 años después de su muerte y a pesar del enorme número de libros publicados, aún se desconoce la verdad, quiere decir que hay una separación entre la academia y la sociedad, y nosotros tenemos parte de responsabilidad.

Y eso es algo que pasa no solo en Italia, sino en muchos países europeos.

Benito Mussolini dando un discurso
Image captionLa retórica del «Duce», según Filippi, fue una revolución mundial, y por eso sus mensajes y su lenguaje siguen circulando con fuerza hasta hoy.

¿Y la segunda?

Un segundo problema es cómo la figura del hombre fuerte, del padre autoritario, atrae a las sociedades cuando atraviesan períodos de crisis.

Hay períodos en los que las personas necesitan respuestas sencillas a problemas complejos. Es lo que yo llamo «infantilismo social»: así como los niños, delante de determinados problemas, no quieren entender de soluciones difíciles, algunas sociedades, en determinados momentos, esperan que un adulto les resuelva los problemas con una varita mágica.

En el momento en que personajes históricos como Mussolini consiguen encarnar ese papel de solucionador de problemas, a la gente ya no le importa si eso es verdad o no, porque se siente tranquilizada.

Benito Mussolini en Palacio venezia
Image captionEl «Duce»celebraba periódicamente discursos desde el balcón de Palacio Venezia, en Roma, a los que asistían miles de personas.

¿Qué es lo que preocupa tanto a los italianos como para añorar a Mussolini?

La generación más joven está comprimida entre un presente en constante mutación y un futuro incierto, donde sus condiciones de trabajo y de vida serán peores que las de sus padres.

Entonces, no le queda otra que refugiarse en un pasado mítico, tranquilizador, aunque sea falso: un pasado donde, por ejemplo, se podía salir de casa dejando la puerta abierta o donde todos vivían mejor.

En realidad, ese pasado sirve para proyectar las esperanzas que el presente y el futuro no pueden cumplir.

Según repiten muchos italianos, sin embargo, Mussolini sí consiguió numerosos logros como gobernante. Tú dedicas cada capítulo a analizar y desmontar uno de ellos. ¿Cuál es el más significativo?

Uno de los convencimientos más sólidos en Italia es que Mussolini introdujo el sistema de jubilaciones para los ancianos. En realidad existían desde el 1895, ¡cuando el «Duce» tenía 12 años!

Pero insistir en que Mussolini introdujo las jubilaciones quiere decir contar el cuento del dictador que quiso mucho a nuestros abuelos y que les dio seguridad. Es dibujar el perfil de un atento arquitecto de una sociedad que piensa en los más débiles. Es mostrarlo como un dictador simpático.

Benito Mussolini
Image captionEn las imágenes de propaganda más comunes del fascismo aparecía Benito Mussolini mientras realizaba trabajos manuales como cortar el trigo en el campo.

¿Por qué son tan fuertes algunos mensajes de Mussolini como para ser considerados actuales?

Si hay algo que el fascismo hizo muy bien fue hablar de sí mismo. La propaganda fascista fue muy eficaz porque era primitiva, sencilla y directa.

La retórica del «Duce» fue una revolución mundial, y por eso sus mensajes y su lenguaje siguen circulando con fuerza hasta hoy.

Mussolini fue el primero en entender la importancia de los medios de comunicación y del contacto directo con las masas.

Luego tanto Hitler, quien declaró su admiración por Mussolini, como las democracias occidentales entienden la importancia de visibilizar al líder.

Mussolini y Hitler
Image captionBenito Mussolini y Adolf Hitler fueron aliados durante la Segunda Guerra Mundial y tenían una fuerte relación personal.

Esto es lo mismo que pasó con las redes sociales. Si pensamos en lo que pasa en la democracia por excelencia del día de hoy, Estados Unidos, vemos cómo su presidente publica decenas y hasta centenares de tuits cada día y dialoga directamente con su base electoral. Pero esto pasa en todos los países occidentales.

Esta forma vertical de comunicar es la versión 2.0 de la revolución comunicativa de Mussolini: sus eslóganes funcionaban tan bien en las plazas de los años 20 del siglo pasado como lo hacen ahora en las plazas virtuales.

Justamente, en un plaza de Milán se puso final hace 75 años la vida de Mussolini y la experiencia del fascismo en Italia. ¿Qué representa hoy en día la imagen del «Duce» colgado de los pies delante de la población italiana enfurecida que se ensañaba con su cuerpo?

Il Duce y sus compinches, colgados bocabajo en la Piazzale Loreto de Milán.
Image captionLos cuerpos del «Duce», de su pareja Claretta Petacci y de otros fascistas fueron colgados por los pies y expuestos en Piazzale Loreto de Milán el 29 de abril de 1945.

Fue el último acto de la parábola retórica del fascismo, de la relación corpórea entre el dictador y la muchedumbre.

Esa misma muchedumbre que lo había apoyado se siente ahora traicionada y humillada pero también huérfana, y se rebela contra ese padre y se ensaña con su cuerpo.

Fue el fascismo que se devoraba a sí mismo.

Proyecto Manhattan: todo por la bomba atómica

Autora: Eva Millet.

Fuente: La Vanguardia 16/07/20250

Hace 75 años estallaba en un desierto de Nuevo México la bomba Trinity, que revelaba el éxito del proyecto liderado por Robert Oppenheimer y cambiaba el mundo para siempre

Todo empezó con una carta, del 2 de agosto de 1939, dirigida al presidente de Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt. La firmaba Albert Einstein, cuya ecuación E = mc² puso las bases del desarrollo de la energía atómica. Ante el auge del nazismo, Einstein había abandonado su Alemania natal en 1933, instalándose en América. Ese verano estaba en Long Island, en una agradable casa alquilada frente al mar, con un jardín frondoso y un porche de madera.

Cuentan que era un pésimo navegante y apenas sabía nadar, pero disfrutaba de aquel lugar tranquilo. Sin embargo, el genio recibía numerosas visitas. Quizá ninguna fue tan relevante como la que le hicieron los físicos húngaros Leo Szilard y Eugene Wigner ese agosto de hace poco más de ochenta años.

Nacido en Budapest en 1898, Leo Szilard era un físico nuclear que también huyó de Alemania en 1933. Su primer destino fue Londres, donde ayudaba a otros académicos refugiados a encontrar trabajo.

Lord Rutherford aseguraba que no era posible utilizar la energía atómica con fines prácticos

Aquel mismo año, frente a un semáforo del barrio de Bloomsbury, tuvo su momento eureka. Había leído en The Times un artículo sobre lord Rutherford, el padre de la física nuclear, en el que este aseguraba que no era posible utilizar la energía atómica con fines prácticos. Furioso ante aquel rechazo, y al tiempo que cruzaba la calle, a Szilard se le ocurrió la idea de una reacción nuclear en cadena: la base de la bomba atómica.

La fisión nuclear

Szilard no fue el único que teorizaba sobre las posibilidades de la energía atómica. Había otras mentes brillantes –como la del italiano Enrico Fermi– que trabajaban sobre ella en las universidades de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña. También se investigaba en Alemania, entonces en la vanguardia de la ciencia y la tecnología mundiales, con premios Nobel como el físico Werner Heisenberg. Por ello, cuando Szilard se enteró, a finales de 1938, de que los químicos alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann habían descubierto la fisión nuclear, no dudó de la veracidad de la información.

La prueba Trinity, desarrollada en el marco del Proyecto Manhattan, fue la primera detonación de un arma nuclear de la historia.
La prueba Trinity, desarrollada en el marco del Proyecto Manhattan, fue la primera detonación de un arma nuclear de la historia. (Dominio público)

Hahn y Strassmann demostraron que el núcleo del uranio podía ser dividido en dos o más partes mediante el bombardeo de neutrones, partículas descubiertas en 1932 por el británico James Chadwick. Esta división provocaba un desprendimiento enorme de energía y la emisión de dos o tres neutrones que, a su vez, ocasionaban más fisiones al interactuar con nuevos núcleos, que emitían nuevos neutrones… El efecto multiplicador de la reacción en cadena.

Unos meses antes de la invasión de Poloniala Alemania de Hitler estaba en vías de fabricar una bomba nuclear. En este contexto se gesta la carta de Einstein a Roosevelt, firmada en el porche de la casa de Long Island. La redactó Szilard, pero era necesaria la firma de alguien como Einstein para que el presidente reaccionara. Hasta entonces, los esfuerzos de Szilard y Fermi para conseguir financiación con que investigar la energía nuclear habían tenido muy poco éxito.

La carta de Einstein informaba a Roosevelt de que ya era posible conseguir una reacción en cadena sobre una cantidad importante de uranio, lo que permitiría “generar ingentes cantidades de energía”. Este nuevo fenómeno “podría desembocar en la construcción de bombas” extremadamente potentes, con capacidad “de destruir un puerto entero y el territorio adyacente”.

Estos proyectiles serían tal vez demasiado pesados para su transporte, pero Einstein instaba al presidente a que su administración mantuviera un “contacto permanente” con los físicos que trabajaban en la reacción en cadena en Estados Unidos.

El presidente ordenó la creación de un nuevo grupo de trabajo para construir la bomba atómica

La carta tardó más de dos meses en llegar a Roosevelt, pero su reacción fue rápida: decidió establecer el Comité del Uranio como enlace entre gobierno y laboratorios. Sin embargo, el compromiso pleno de su gobierno no llegó hasta julio de 1941. Fue entonces cuando el espionaje británico informó de que, para los alemanes, la fabricación de una bomba, de uranio o plutonio, lo suficientemente pequeña como para ser transportada en avión era viable.

Ante aquello, el presidente ordenó la creación de un nuevo grupo de trabajo, integrado por militares y políticos de alto rango, para construir la bomba atómica. Un arma capaz de decidir el desenlace de la guerra en Europa, que parecía estar ganando Alemania. Sin dilación, el llamado Comité S-1 se dispuso a materializar un proyecto todavía sin nombre.

El Proyecto Manhattan

El 7 de diciembre de 1941, tras el ataque de Japón a su flota estacionada en Pearl HarborEstados Unidos entró en la Segunda Guerra Mundial. Con ello, el Departamento de Guerra se adhirió al Comité S-1. Lo hizo a través de los US Army Corps of Engineers: el cuerpo de ingeniería pública más grande del mundo. Debido a que la mayor parte de la investigación nuclear se había hecho en la Universidad de Columbia, en Manhattan, los Corps de este distrito fueron puestos al mando.

El general Leslie R. Groves dando un discurso en agosto de 1945.
El general Leslie R. Groves dando un discurso en agosto de 1945. (Dominio público)

De ahí surge el nombre en código “Proyecto Manhattan”, para el que no se escatimaron recursos: dos mil millones de dólares de la época para construir las diferentes infraestructuras que lo integraron. A la cabeza de las actividades se puso al coronel Leslie R. Groves.

Miembro del Cuerpo de Ingenieros, había sido fundamental en la construcción del recién estrenado Pentágono. Un éxito organizativo que él quería dejar atrás para combatir en el frente. Pero las órdenes fueron permanecer en Estados Unidos para una nueva misión que, si resultaba un éxito, haría que su país ganase la guerra. Una vez accedió a su nuevo puesto, la primera orden de Groves fue comprar 1.200 toneladas de uranio mineral del entonces Congo Belga.

A Groves le impresionó “la arrogante ambición” de Oppenheimer. “Es un genio”, resumió

Brusco, eficaz y físicamente intimidante, Groves, que fue ascendido a general al serle asignado el Proyecto Manhattan, era lo opuesto al otro hombre clave en el mismo: Julius Robert Oppenheimer. Este físico teórico, nacido en Nueva York, de aspecto y gustos sofisticados, fue el escogido por el militar para dirigir la parte científica.

Una decisión controvertida, porque Oppenheimer, profesor de la Universidad de Berkeley, ni tenía un Nobel ni experiencia en gestión de equipos. Pero ya en su primer encuentro a Groves le impresionó “la arrogante ambición” de Oppenheimer, quien parecía saberlo “todo”, y no solo de física teórica. “Es un genio”, resumió el general.

Los Álamos

Groves supo ver en Oppenheimer una mente brillante, capaz de encontrar la solución a problemas de distintas disciplinas. Le gustó su idea de que el laboratorio donde se construyera la bomba se ubicase en un lugar aislado, lo que facilitaba la seguridad. Oppenheimer sugirió situarlo en Nuevo México, donde poseía un rancho. Los paisajes prístinos de aquel estado al sur del país eran su pasión.

Conocía bien la zona y sabía de la existencia, al norte de Santa Fe, de un internado para niños llamado Los Álamos, en una de las mesas que rodeaban la llamada llanura de Pajarito. El lugar era aislado y bellísimo, perfecto para un trabajo que requería tanto concentración como asueto. Groves sentenció que habían encontrado el sitio perfecto para la “sede Y” del Proyecto Manhattan: el laboratorio donde se diseñaría la primera bomba atómica de la historia.

Dio la orden de adquirir los terrenos y envió la maquinaria de los Corps para construir el complejo, al que Oppenheimer se mudó en la primavera de 1943. Años más tarde, el físico manifestaría sentirse culpable por haber destrozado un paisaje maravilloso. En ese momento no se le ocurrió que la logística derivada del Proyecto Manhattan podría causar impacto en esa naturaleza espléndida.

Lo cierto es que, mientras él se encargaba de reclutar a los científicos que necesitaba, Groves construía, en un tiempo récord, un flamante laboratorio nuclear, rodeado de una pequeña ciudad en mitad de la nada.

Por sugerencia de Oppenheimer, las familias del personal del proyecto residirían también en Los Álamos. Mientras las obras avanzaban, Oppenheimer convocaba a los científicos más brillantes de su generación para unirse a la empresa.

Entre otros, estaban Leo Szilard, por supuesto, y Enrico Fermi (Nobel en 1938). Los químicos Harold C. Urey (Nobel en 1934) y Willard Frank Libby (Nobel en 1960). James Chadwick, el descubridor de los neutrones (Nobel en 1935). Los físicos Isidor Rabi (Nobel en 1944) y Hans Bethe (Nobel en 1967). El físico teórico Richard Feynman (Nobel en 1965), el físico de origen español Luis Walter Álvarez (Nobel en 1968) y el físico de origen húngaro Edward Teller, futuro padre de la bomba de hidrógeno y, según Fermi, “el más inteligente de todos nosotros”.

El general Groves temía filtraciones (y, de hecho, las hubo)

El potente equipo humano fue aumentando a medida que pasaban los meses. Como explicaría Rose, la hija de Hans Bethe, la idea inicial de Oppenheimer era reclutar a treinta científicos, más un grupo de apoyo de unas cien personas. Pero la cifra se disparó, y en 1945, en Los Álamos trabajaban unas seis mil. A veces, seis premios Nobel intervenían en un mismo proyecto. Los egos eran enormes. Pero, con un savoir-faire que sorprendería a muchos, Oppenheimer resultó idóneo para dirigir a ese grupo de divos de la ciencia.

Lo que se hacía en Los Álamos era secreto de Estado. También la existencia de la instalación, cuya única dirección de correo era el apartado postal 1663, Santa Fe, Nuevo México. Groves estaba obsesionado por la seguridad y temía filtraciones (y, de hecho, las hubo). Todos necesitaban una acreditación para entrar y salir del recinto. Oppenheimer iba siempre con guardaespaldas, y a los científicos les estaba prohibido comentar su trabajo, incluso con sus más allegados.

Cambio de turno en la instalación de enriquecimiento de uranio Y-12.
Cambio de turno en la instalación de enriquecimiento de uranio Y-12. (Dominio público)

En Santa Fe se rumoreaba que el internado se había convertido en una base para reparar submarinos o en una maternidad de la rama femenina del Ejército. Lo cierto es que en Los Álamos hubo un inesperado baby boom que no agradó a Groves. Cuando se lo hizo saber a Oppenheimer, este tuvo poco que argumentar: su segunda hija nació allí, en 1944. Como con los otros bebés, en su certificado, el lugar nacimiento constaba como “apartado postal 1663”.

En el Proyecto Manhattan coincidieron las maneras de hacer de la ciencia y lo militar. Mientras Oppenheimer consideraba clave el intercambio de ideas en un ambiente distendido, Groves abogaba por el secretismo y la formalidad. Aquella divergencia provocaba discrepancias entre los máximos responsables del proyecto, pero, en general, la relación fue de mutuo respeto.

Pese a la gravedad y urgencia de la tarea encomendada, en aquella joven comunidad existía una vida social intensa. Oppenheimer era el primero en organizar fiestas en su casa, donde preparaba unos perfectos dry martinis. El magnífico entorno era idóneo para las caminatas que tanto gustaban a científicos como Enrico Fermi. Se organizaban también excursiones a caballo y pícnics junto al río. Incluso se construyó una pista de esquí: George Kistiakowsky, el químico al mando de la implosión de la bomba, se encargó de limpiar parte del bosque. Con explosivos, naturalmente.

Una cuestión ética

Pese a aquellos hobbies, el trabajo era intenso: jornadas de diez, doce y hasta catorce horas para crear “el artefacto” –como se lo llamaba– antes que los nazis. Ese era el objetivo de los científicos involucrados, muchos de ellos refugiados del fascismo. Qué pasaría si Estados Unidos conseguía antes la bomba era una cuestión que ni se planteaba.

Pero, en 1944, tras el desembarco aliado del 6 de junio en Normandía, las cosas cambiaron. Los aliados iban camino de ganar la guerra en Europa, y estaba claro que Alemania no lograría fabricar la bomba. ¿De qué servía seguir adelante con aquella arma de destrucción masiva? Empezaron a surgir voces críticas. Como la del físico polaco Joseph Rotblat, que se quedó helado cuando, en una cena en casa de James Chadwick, escuchó al general Groves decir que el fin de la bomba no era derrotar a Hitler, sino dominar a los soviéticos.

Rotblat sabía que Stalin no era un santo, pero también sabía que miles de rusos seguían muriendo cada día en el frente en su mismo bando. Percibió las palabras del general como una traición, y pocos meses después abandonó Los Álamos. No podía seguir participando, dijo, en la creación de un arma cuyo objetivo, vencer al nazismo, había quedado obsoleto. Dedicó el resto de su vida a la erradicación de las armas nucleares, lo que le valió el Nobel de la Paz en 1995.

El secretismo del Proyecto Manhattan era tal que Truman no lo conoció hasta poco antes de ser investido

La de Rotblat no fue la única voz disidente. A finales de 1944, el estadounidense Robert Wilson, jefe de la división de física experimental, convocó una reunión en el complejo para discutir la ética del proyecto. Aunque se había adherido “con la vocación de un soldado profesional”, también empezaba a albergar dudas con el cambio de rumbo de la guerra. Acudieron una veintena de personas, incluido Oppenheimer, que les convenció de seguir adelante.

Su argumento estaba inspirado en el de su mentor, el eminente físico danés Niels Bohr, que había visitado Los Álamos un año antes. Para Bohr, la bomba era algo terrible, pero también la “Gran Esperanza”. Bien manejada, podría ser garante de la paz en el mundo, cambiar las dinámicas de la guerra como tal. Pero para ello era necesario un control internacional de la energía atómica y la cooperación entre científicos del mundo capitalista y el comunista.

Así, el trabajo en Los Álamos siguió a toda marcha: los equipos, coordinados por Oppenheimer, iban solucionando los problemas para la construcción del artefacto, que, en su mayoría, estaban relacionados con la implosión. Los explosivos necesarios (el uranio y el plutonio enriquecidos) eran suministrados desde los reactores de los complejos de Oak Ridge (Tennessee) y Hanford (Washington), también construidos para el proyecto.

En paralelo, la historia se desarrollaba a toda velocidad: el 12 de abril de 1945 falleció Roosevelt, a quien sucedió en la Casa Blanca Harry Truman . Una buena prueba del secretismo del Proyecto Manhattan es que Truman desconoció su existencia hasta poco antes de su investidura como presidente. En Europa, Hitler se suicidó el 30 de abril en su búnker de Berlín. Ocho días después, Alemania se rendía.

Con el nazismo derrotado, fueron más los que se preguntaron qué sentido tenía seguir con aquello. Pero en el Pacífico la guerra continuaba con virulencia, y el Ejército ya había seleccionado diecisiete posibles blancos en Japón para el bombardeo atómico. El proyecto continuaba; solo había cambiado el objetivo.

Aquello horrorizó a Leo Szilard, ya convencido de que el uso del arma sería nefasto. En junio de 1945 impulsó, junto a otros destacados científicos, el llamado Informe Franck, donde instaban al presidente a no utilizar la bomba. Sin embargo, la decisión parecía estar tomada, y el arma, cada vez más cerca

El 16 de julio tuvo lugar la prueba Trinity en el desierto de Jornada del Muerto, en Nuevo México. La explosión de la primera bomba nuclear de la historia se produjo a las 5.30 h de la madrugada. Fue un éxito. La detonación, con la característica nube en forma de hongo, superó todas las expectativas.

Pero fue la brillantísima luz que produjo lo que más impactó a los testigos. “Fue como descorrer una cortina en una habitación oscura”, recordaría Teller. “Pensé que algo había salido mal y que el mundo entero estaba en llamas”, dijo James Conant, presidente de la Universidad de Harvard. Isidor Rabi declaró que, pese al calor, “tenía la piel de gallina”. Hans Bethe sintió “que habían hecho historia”. Oppenheimer declaró que fue una explosión “terrible” a la que “muchos niños no nacidos aún le deberán su vida”.

El hongo sobre Hiroshima producido por la explosión de la Little Boy el 6 de agosto de 1945.
El hongo sobre Hiroshima producido por la explosión de la Little Boy el 6 de agosto de 1945. (Dominio público)

El 6 de agosto de 1945, el bombardero Enola Gay despegó de la base americana de la isla de Tinián, en las Marianas, a las 7.30 h de la mañana. En sus tripas llevaba el resultado del Proyecto Manhattan: Little Boy, o la primera bomba atómica a punto de ser arrojada sobre una población civil.

El artefacto fue lanzado sobre Hiroshima, ciudad que no había sido atacada hasta ese día. Tras la explosión, el piloto dijo que “no vio nada más que oscuridad”. Sin embargo, debajo del hongo nuclear quedaron una ciudad arrasada, 70.000 muertos y muchos más (casi el doble), que fallecerían a causa de la radiación. El mundo ya no sería el mismo.

Este artículo se publicó en el número 615 de la revista Historia y Vida.

Los 36 héroes republicanos que humillaron a 1.000 nazis en la batalla de La Madeleine

Guerrilleros de La Madeleine. Entre ellos una mujer, de la que se ignora incluso el nombre.

Autor: Julen Berrueta

Fuente: El Español 09/04/2020

«¡Aquí no estáis en vuestra casa!». Es el grito que muchos españoles como Henri Melich tuvieron que soportar cuando, vencidos y decaídos por la victoria del franquismo en España, se vieron obligados a huir a Francia. En España se enfrentaban a ser castigados y en el país vecino no eran bienvenidos. Melich se instaló junto a su familia en la comuna de Quillan y comenzó a trabajar como aprendiz de carpintero en una fábrica. Ni siquiera allí le dejaban en paz. «Eres un español del ejército vencido«, se burlaban.

En 1939 estalló la Segunda Guerra Mundial y tanto franceses como exiliados españoles, muchos refugiados en campos de concentración, se vieron obligados a cambiar sus vidas. Nueve meses después, el gobierno francés capitulaba y el Tercer Reich controlaba el país galo. Tal y como explica a EL ESPAÑOL la periodista y escritora Evelyn Mesquida, oficialmente se decía que la Resistencia había comenzado en 1942 pero desde el inicio de la contienda ya había españoles saboteando y tejiendo redes de contacto entre antifascistas que pretendían expulsar a los alemanes.

Mediante su nuevo libro Y ahora, volved a vuestras casas (Ediciones B), la alicantina expone las vidas de figuras ocultas que combatieron y participaron en la guerra y que por ser españolas han permanecido en la sombra. «Son hechos históricos ocultos y era necesario sacarlos a la luz», subraya a este periódico. Por una parte, a Franco no le sedujo jamás conmemorar a un puñado de españoles republicanos y a los franceses les interesaba glorificar su propia patria.

No estaba la España de Franco, estaba la España republicana

Pero sus hazañas son una realidad histórica y, según Mesquida, «tienen que estar presentes en los libros de texto y en los colegios«. En el desembarco de Normandía, en la campaña de Provenza y en los bosques de Francia hubo españoles. «No estaba la España de Franco, estaba la España republicana», comenta.

«La hazaña heroica de La Madeleine»

A lo largo del país, miles de españoles se unieron a las filas francesas. En mayo de 1944, las unidades españolas incluidas en los FTP (Francotiradores y Partisanos) fueron reconocidas como totalmente españolas bajo el nombre de Agrupación de Guerrilleros Españoles y fueron inmediatamente integrados en las FFI (Fuerzas Francesas del Interior). A esas alturas del conflicto había más de 10.000 combatientes españoles en la Resistencia francesa.

De esta manera, el 23 de agosto, Miguel Arcas y Gabriel Pérez recibieron la orden de dirigir el combate contra el destacamento alemán que se acercaba a su posición. «Bajo el mando de ambos, 36 españoles y 4 franceses fueron distribuidos entre los muros del castillo, en el cruce de La Madeleine», escribe Mesquida. Por su parte, la columna alemana llegaba desde Toulouse y agrupaba más de 1.000 soldados alemanes.

Ante una desventaja tan abismal, los españoles tuvieron que preparar todo tipo de trampas. El oscense Joaquín Arasanz Raso, alias Villacampa, fue uno de los guerrilleros que organizó el devenir de la batalla bloqueando carreteras y dificultando el tránsito de los alemanes: «Decidimos también como estrategia hacer creer a los alemanes que estaban en presencia de un importante grupo de resistentes. Nuestros hombres debían desplazarse a toda velocidad para que sus tiros llegaran de lugares diferentes».

Monumento conmemorativo a los combatientes de la batalla de La Madeleine.

Las órdenes de Arcas eran claras: «Ni un solo tiro antes de la primera ráfaga de ametralladoras». Mesquida explica cómo fue la secuencia. Primero apareció un sidecar con dos soldados alemanes que los guerrilleros dejaron pasar y neutralizaron algo más lejos, sin necesidad de disparar. Después llegaron los primeros coches y detrás 60 camiones, 4 half-tracks y numerosos cañones, algunos de ellos antitanque y antiaéreos. Todo ello acompañado por más de mil soldados.

La batalla se decantaba por los guerrilleros ante la imposibilidad de avanzar de los nazis. «Los alemanes, acosados, solicitaron una tregua para parlamentar«. Tregua que ni Gabriel Pérez ni Miguel Arcas aceptaron. La batalla se reanudó y los Aliados contaban esta vez con dos aviones ingleses que ametrallaron la columna alemana. Finalmente, tras numerosas bajas y mas de 180 heridos, el Alto Mando pidió negociar con los atacante con una excepción. No negociarían con los españoles

Así, el general se rindió ante los superiores de los mandos británicos y franceses uniformados. «El jefe alemán pudo constatar que el ejército que él creía desplegado frente a ellos era solo un grupo de varias decenas de combatientes españoles sin uniforme y casi desarrapados, y que ese puñado de hombres había hecho capitular a más de 1.000 soldados de la Wehrmacht«, relata la escritora. Humillado y avergonzado, el general Konrad A. Nietzsche empuñó su pistola y se suicidó allí mismo. Fue «incapaz de aceptar la realidad de haber sido engañados y vencidos por un puñado de españoles harapientos«.

Mujeres ocultas

Evelyn Mesquida declara que en los libros franceses se menciona a las FFI como los vencedores de la batalla. No obstante, «si uno busca los nombres todos ellos eran españoles». Pedro Abellán, Luis Andrada, Mariano Cales, Diego Cuenca o Martín Vidal fueron algunos de los hombres que lucharon contra el millar de nazis. «Por la hazaña heroica de La Madeleine, por su combate sin repliegue», los 36 guerrilleros españoles fueron condecorados.

Todos ellos fueron condecorados con la estrella de plata en Marsella por el general Olleris. Todos menos ellas. Dos mujeres participaron también en la batalla de La Madeleine, pero «hasta hoy no se ha conseguido saber quiénes eran. Para ellas no hubo medallas«.

Mesquida admite a este periódico la dificultad de encontrar los nombres y las vidas de estos españoles olvidados, y más aún si eran mujeres. Para el libro ha consultado en Francia incontables archivos regionales, locales y departamentales. «He hecho lo que he podido», afirma y se muestra esperanzadora con que los historiadores futuros continúen con este legado. Acerca de las dos mujeres españolas que lucharon contra los alemanes lo tiene claro: «En algún sitio tienen que estar sus nombres«.

El enigma de Albert Speer, el arquitecto de Hitler que intentó pasar a la Historia como el ‘nazi bueno’

Albert Speer (segundo por la izda.) y Hitler en Weimar.Hulton-Deutsch Collection/CORBIS

Autor: Igor López

Fuente: El Mundo 22/03/2020

Casi 40 años después de su muerte, Albert Speer continúa siendo un enigma. ¿Cómo un ministro de Armamento y Guerra del Tercer Reich consiguió blanquear su imagen ante la opinión pública y librarse de la horca en los juicios de Núremberg? Su trayectoria en el nazismo despegó con 26 años cuando conoció a Adolf Hitler en un mitin para estudiantes.

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Paralelismos ultras cien años después

Autor: PABLO FERNÁNDEZ-MIRANDA DE LUCAS

Fuente: Nueva Tribuna 20/03/2020

“La libertad es una deidad nórdica, adorada por los anglosajones…/… el fascismo conoce ídolos, no adora fetiches y, si es necesario, volverá a pasar de nuevo con calma sobre el cuerpo más o menos descompuesto de Diosa Libertad…/…. Para las juventudes intrépidas, inquietas y duras que se asoman al crepúsculo matutino, hay otras palabras que ejercen un atractivo mucho mayor, y son: orden, jerarquía, disciplina”.

Esto lo decía Benito Mussolini en “Gerarchia”, en marzo de 1923. Y así lo recoge Antonio Scurati en “El hijo del siglo” en el que desvela con la precisión de un entomólogo, el ADN del fascismo italiano desde la nada hasta su llegada al poder.

Por supuesto que la historia cambia con los tiempos y no es cíclica. Es de desear que las circunstancias no se repitan, pero el ascenso de las corrientes ultras en Hungría, Francia, Italia, Alemania y España; y también en otros continentes como es el caso de Brasil o Ecuador, obliga a echar la vista atrás para no repetir viejos errores.

Pero sobre todo llama la atención cómo en la Italia de los años 20 del pasado siglo, llega un momento, al igual que en el caso de Hitler en Alemania, en el que las alianzas con otros sectores ideológicos hasta entonces mayoritarios con respecto al propio fascismo, resultan imprescindibles para que estos últimos “toquen” poder y  los utilicen como trampolín para después acapararlo en su totalidad, momento en el que esos aliados, que creían poder embridarles, reciben la coz.

Las pautas y argucias para que se produzca la inicial alianza son siempre similares: el desorden, el desbarajuste, la supuesta o real debilidad del estado para hacer frente a las crisis bien ante  potencias extranjeras tras la primera guerra mundial en el caso de Italia, o Alemania, o el espantajo de la invasión de inmigrantes que nos arrebatan el trabajo y nuestra forma de vida, aderezado con el peligro de ruptura de la “patria” en el caso español.

Los esperpentos son agitados y el desorden social orquestado como planteamiento y nudo en el teatro político, para que tenga como desenlace la recuperación del Estado fuerte: “…el fascismo reivindicará la plena libertad de acción y reemplazará al Estado que una vez más habrá dado pruebas de impotencia” (Cesaré Rossi. 1º de agosto de 1922)

Pero para ser riguroso, que canten los datos numéricos del cómo y con cuanto llega Mussolini al poder: en las elecciones de 1923 el parlamento nombra a Mussolini presidente del gobierno. Para lograrlo ha tenido que pactar con todo el espectro que no sea la izquierda, formando un ejecutivo en el que incluye, además de a los propios fascistas, a populares, nacionalistas, demócratas y liberales.

Ese parlamento estaba formado por 429 diputados. ¿Qué porcentaje tendrían los fascistas para el Duce fuese nombrado presidente? ¿El 60%?, ¿el 50%?, ¿el 40%? No: tenían el 8,15%; solo 35 de esos 429 diputados eran del partido fascista. La clave para que eso fuese posible fue muy simple, crear el desorden y que el centro y la derecha, con mucha más representación que ellos, pactaran creyendo que, al darles la responsabilidad del gobierno todo se encauzaría y volvería a ser un estado fuerte, contando con la fortaleza paramilitar del propio fascio. Es decir, con la promesa, de volver al orden que ellos mismos habían roto.

hitler y musoliniPor supuesto una de las primeras cosas que hizo Mussolini una vez tomó los mandos es reformar la ley electoral de tal manera que, al poco tiempo, al pasar de un sistema proporcional a un sistema de representación mayoritaria de los distritos, obtuvieron el 75% de los diputados en las siguientes elecciones, laminando a todos los demás puesto que ya no les eran necesarios.

Hay otro eje nada despreciable. La división de la izquierda facilitó el camino. En el 2020 la estrategia anterior, de la derecha, a la formación del gobierno de coalición entre los socialistas  y Unidas Podemos era impedir el acuerdo a toda costa. Incluidas las amenas personales a diputados de ámbito local o minoritario y haciendo lo posible por dividir al PSOE apelando al “patriotismo” de “varones” e “históricos”.

De haber salido bien y tener que repetir las elecciones por tercera vez, por agotamiento ciudadano ante la “inoperancia” de los instrumentos institucionales, pocas dudas hay de que el pacto tripartito hubiese sido inevitable y justificado: “más vale que haya cualquier gobierno al desgobierno”, “si la izquierda no sabe pactar que gobierne la derecha”; cantinelas repetidas desde diversos sectores.

Benito Mussolini, Milán, 4 de octubre de 1922: “lo que nos separa de la democracia no son los adminículos electorales. ¿Qué la gente quiere votar? ¡Pues que vote! ¡Votemos todos hasta el hastío y la imbecilidad!”. “El momento fugaz que los socialistas no han sabido aferrar está ahora en manos del fascismo; nosotros, hombres de acción, no lo dejaremos escapar y marcharemos”.

La muralla y la plataforma en los tiempos actuales, para hacer imposible lo que plantea esa frase, y que han demostrado su eficacia en Alemania y en los sitios donde se ha practicado es el cordón sanitario del resto de formaciones. Y, la mascarilla y los guantes para alejar ese gran riesgo político, la unidad en la materialización del programa social y de progreso en el que la crítica y la discrepancia son fundamentales para la síntesis y el avance, pero en el que la “pureza” y el  criticismo serían las cuñas para horadar el dique de contención.   

Las huellas de los nazis vuelven a pasar por Argentina

Autor: JAVIER M. GONZÁLEZ

Fuente: Nueva Tribuna

, 06/03/2020

El Centro Simon Wiesenthal divulgó hace unos días la lista de 12.000 nazis que, desde Argentina, giraron sumas millonarias a una cuenta en Suiza, presumiblemente dinero expoliado a las víctimas judías del Tercer Reich. La lista fue encontrada casualmente en el depósito donde funcionaron las dependencias de una organización nazi en Buenos Aires.

La lista contiene nombres, direcciones y fechas con las transferencias al Schweitzerische Kreditanstalt, actualmente Credit Suisse. Entidad que tendría cuentas inactivas desde la Segunda Guerra Mundial, con depósitos que alcanzarían los 35.000 millones de euros. Lo notable es que se creía que esta lista había sido quemada tras el golpe de Estado de 1943, en el que participó el entonces coronel Juan Domingo Perón.

Uno de los nombres de la lista es Ludwig Freude, afiliado al Partido Nazi con el número 405, tan amigo de Perón que le prestó su casa en vísperas del 17 de octubre de 1944 -fecha fundacional del peronismo-, cuando buscó refugio antes de ser detenido brevemente por sus compañeros de armas. El hijo de Freude sería secretario de Perón cuando éste se convirtió en presidente.

Argentina se convirtió en las décadas del 30 y el 40 en un centro de actividades nazis

La lista que dio a conocer el Centro Simon Wiesenthal había sido elaborada por la Comisión Especial para la Investigación de Actividades Anti-Argentina durante el gobierno del conservador Roberto M. Ortiz. La Comisión fue impulsada por el diputado socialista Enrique Dikmann en 1939. Además de la citada lista, se denunció la existencia de organizaciones paramilitares y una red de espionaje que comandaba el agregado naval de la embajada alemana. La misma estaba financiada por el citado Ludwig Freude. El informe de la comisión provocó en su momento la salida del país del embajador alemán, barón Edmund Von Thermann, que era oficial de las SS y muy próximo a Heinrich Himmler.  

A pesar de la citada comisión, lo cierto es que Argentina se convirtió en las décadas del 30 y el 40 en un centro de actividades nazis. Especialmente a partir del golpe del general José Félix Uriburu, de septiembre de 1930. Dicho general fue también conocido con “Von Pepe”, por sus simpatías germanófilas. A partir de ese momento el nacionalismo rancio y antiliberal se apodera de los sucesivos gobiernos argentinos, que verán con simpatía los regímenes europeos que surgen en Alemania, Italia, Francia y Portugal. El mismo Perón, enviado a Italia en misión de estudios, no esconderá nunca su simpatía por Mussolini. Y la influencia alemana fue especialmente importante en el Ejército.

Rodolfo_Freude_and_Perón

Rodolfo Freude (segundo desde la izquierda) en una imagen con Perón (Foto: Wikipedia)

La neutralidad argentina durante las dos contiendas mundiales fue interpretada siempre como un apoyo implícito a los alemanes. Y en el caso de la Segunda Guerra Mundial, fue el principal motivo de discordia con los Estados Unidos. En enero de 1942 se celebró la Conferencia de Río de Janeiro, que recomendó a todos los países de la zona la ruptura de relaciones con los países del Eje. Veinte países aceptaron la recomendación y siete declararon la guerra. Argentina esperó dos años y solo el 26 de enero de 1944, cuando la guerra ya estaba decidida. rompió relaciones, siendo el único país de América Latina que mantuvo la neutralidad hasta entonces. El secretario de Estado norteamericano de aquél entonces, Cordell Hull, dedicaría años después varios capítulos de sus memorias a la relación con Argentina, acusando al país de no responder a la política de buena vecindad del presidente Roosevelt. Señaló que las acciones del país sudamericano durante la contienda constituyeron “un crimen contra la democracia” y “el ejemplo del mal vecino”.

Según el reciente libro de la historiadora María Sáenz Quesada“1943”, había en la Argentina de ese año más de 200 establecimientos educativos alemanes y sus 15.000 alumnos fueron integrados al plan de adoctrinamiento nazi. La enseñanza la impartían solo maestros arios, debía preservarse la cultura alemana y evitar que los germanos se integraran al crisol de razas del proyecto argentino. “Sin tapujos, los símbolos del nazismo y la propaganda del régimen se introdujeron en las escuelas”, con honrosas excepciones.

El ambiente favorable a los nazis en Argentina se había intensificado a partir de 1933, llevando a los dirigentes de la comunidad alemana en el país a excluir a los judíos de las instituciones alemanes en el país, como los clubes, asociaciones culturales y benéficas. La persecución se extendió también a las empresas alemanas y a los médicos judíos que trabajaban en el Hospital Alemán. Según un estudio de María Oliveira-Cézar, fue esencial la recolección de fondos: a partir de 1937 la mayoría de alemanes que trabajaban en empresas alemanas fueron requeridos para que voluntariamente o no, entregaran entre el 6% y el 10% de sus sueldos para la causa.

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Acto nazi en el estadio Luna Park en apoyo al III Reich. (10 de abril de 1938).

En  abril de 1938 se celebró en el estadio Luna Park de Buenos Aires un acto de apoyo al Tercer Reich, siendo el más numeroso de los realizados fuera de Europa para celebrar la anexión de Austria. Acto al que asistieron algunos funcionarios del gobierno argentino, como el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Manuel Fresco. Este clima explica la famosa “Circular 11”, de julio de 1938, que durante mucho tiempo fue secreta, con instrucciones a todos los consulados argentinos para restringir al máximo los visados a judíos que huían de la Alemania nazi.

El nuevo golpe militar, de 1943, fue organizado por militares integrados en la logia del GOU (Grupo de Oficiales Unidos), en el que había muchos oficiales pro nazis. El principal impulsor del grupo fue Perón que, por su cargo miliar, en ese momento coronel, se mantuvo en un segundo plano. Los generales Rawson y Farrell ocuparían el poder formal, aunque Perón manejaba los hilos, ocupando la vicepresidencia, el ministerio de Guerra y la estratégica Secretaría de Trabajo y Previsión, desde donde construyó el poder que le llevaría a la presidencia, en las elecciones de febrero de 1946.

La tensión con los Estados Unidos fue máxima por esos años, acusando a Argentina de proteger a los nazis en su país

La tensión con los Estados Unidos fue máxima por esos años, acusando a Argentina de proteger a los nazis en su país. Entre 1942 y 1949 mantuvo un boicot económico y la tensión alcanzó su pico máximo con la llegada al país, en mayo de 1945, del nuevo embajador, Spruille Braden. Según el embajador británico en Buenos Aires, su colega americano llegaba “con la idea fija de que había sido elegido por la Providencia para derrocar al régimen Farrell-Perón”. Solo estaría en el país 127 días, ya que volvió a Washington para ocupar el cargo de Subsecretario de Estado. Pero se convirtió en el principal dinamizador de la oposición, señalando conexiones nazis y fascistas en el gobierno militar. Según el historiador Félix Luna, en su clásico libro “El 45”, la oficina de Braden, a tres manzanas de la Casa Rosada, se constituyó en la “virtual sede del estado mayor opositor”.

Estados Unidos publicaría antes de las elecciones de febrero de 1946 el Libro Azul, en el que detallaría sus denuncias. Eso le serviría a Perón para lanzar el slogan de Braden o Perón, de cara a los comicios.

Elecciones que ganaría Perón con el 52,4% de los votos. Ya en la presidencia, y acabada la Segunda Guerra Mundial, es sobradamente conocido el santuario que encontraron en Argentina muchos de los jerarcas del nazismo. Pero esta es ya otra historia.