Las huellas de los nazis vuelven a pasar por Argentina

Autor: JAVIER M. GONZÁLEZ

Fuente: Nueva Tribuna

, 06/03/2020

El Centro Simon Wiesenthal divulgó hace unos días la lista de 12.000 nazis que, desde Argentina, giraron sumas millonarias a una cuenta en Suiza, presumiblemente dinero expoliado a las víctimas judías del Tercer Reich. La lista fue encontrada casualmente en el depósito donde funcionaron las dependencias de una organización nazi en Buenos Aires.

La lista contiene nombres, direcciones y fechas con las transferencias al Schweitzerische Kreditanstalt, actualmente Credit Suisse. Entidad que tendría cuentas inactivas desde la Segunda Guerra Mundial, con depósitos que alcanzarían los 35.000 millones de euros. Lo notable es que se creía que esta lista había sido quemada tras el golpe de Estado de 1943, en el que participó el entonces coronel Juan Domingo Perón.

Uno de los nombres de la lista es Ludwig Freude, afiliado al Partido Nazi con el número 405, tan amigo de Perón que le prestó su casa en vísperas del 17 de octubre de 1944 -fecha fundacional del peronismo-, cuando buscó refugio antes de ser detenido brevemente por sus compañeros de armas. El hijo de Freude sería secretario de Perón cuando éste se convirtió en presidente.

Argentina se convirtió en las décadas del 30 y el 40 en un centro de actividades nazis

La lista que dio a conocer el Centro Simon Wiesenthal había sido elaborada por la Comisión Especial para la Investigación de Actividades Anti-Argentina durante el gobierno del conservador Roberto M. Ortiz. La Comisión fue impulsada por el diputado socialista Enrique Dikmann en 1939. Además de la citada lista, se denunció la existencia de organizaciones paramilitares y una red de espionaje que comandaba el agregado naval de la embajada alemana. La misma estaba financiada por el citado Ludwig Freude. El informe de la comisión provocó en su momento la salida del país del embajador alemán, barón Edmund Von Thermann, que era oficial de las SS y muy próximo a Heinrich Himmler.  

A pesar de la citada comisión, lo cierto es que Argentina se convirtió en las décadas del 30 y el 40 en un centro de actividades nazis. Especialmente a partir del golpe del general José Félix Uriburu, de septiembre de 1930. Dicho general fue también conocido con “Von Pepe”, por sus simpatías germanófilas. A partir de ese momento el nacionalismo rancio y antiliberal se apodera de los sucesivos gobiernos argentinos, que verán con simpatía los regímenes europeos que surgen en Alemania, Italia, Francia y Portugal. El mismo Perón, enviado a Italia en misión de estudios, no esconderá nunca su simpatía por Mussolini. Y la influencia alemana fue especialmente importante en el Ejército.

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Rodolfo Freude (segundo desde la izquierda) en una imagen con Perón (Foto: Wikipedia)

La neutralidad argentina durante las dos contiendas mundiales fue interpretada siempre como un apoyo implícito a los alemanes. Y en el caso de la Segunda Guerra Mundial, fue el principal motivo de discordia con los Estados Unidos. En enero de 1942 se celebró la Conferencia de Río de Janeiro, que recomendó a todos los países de la zona la ruptura de relaciones con los países del Eje. Veinte países aceptaron la recomendación y siete declararon la guerra. Argentina esperó dos años y solo el 26 de enero de 1944, cuando la guerra ya estaba decidida. rompió relaciones, siendo el único país de América Latina que mantuvo la neutralidad hasta entonces. El secretario de Estado norteamericano de aquél entonces, Cordell Hull, dedicaría años después varios capítulos de sus memorias a la relación con Argentina, acusando al país de no responder a la política de buena vecindad del presidente Roosevelt. Señaló que las acciones del país sudamericano durante la contienda constituyeron “un crimen contra la democracia” y “el ejemplo del mal vecino”.

Según el reciente libro de la historiadora María Sáenz Quesada“1943”, había en la Argentina de ese año más de 200 establecimientos educativos alemanes y sus 15.000 alumnos fueron integrados al plan de adoctrinamiento nazi. La enseñanza la impartían solo maestros arios, debía preservarse la cultura alemana y evitar que los germanos se integraran al crisol de razas del proyecto argentino. “Sin tapujos, los símbolos del nazismo y la propaganda del régimen se introdujeron en las escuelas”, con honrosas excepciones.

El ambiente favorable a los nazis en Argentina se había intensificado a partir de 1933, llevando a los dirigentes de la comunidad alemana en el país a excluir a los judíos de las instituciones alemanes en el país, como los clubes, asociaciones culturales y benéficas. La persecución se extendió también a las empresas alemanas y a los médicos judíos que trabajaban en el Hospital Alemán. Según un estudio de María Oliveira-Cézar, fue esencial la recolección de fondos: a partir de 1937 la mayoría de alemanes que trabajaban en empresas alemanas fueron requeridos para que voluntariamente o no, entregaran entre el 6% y el 10% de sus sueldos para la causa.

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Acto nazi en el estadio Luna Park en apoyo al III Reich. (10 de abril de 1938).

En  abril de 1938 se celebró en el estadio Luna Park de Buenos Aires un acto de apoyo al Tercer Reich, siendo el más numeroso de los realizados fuera de Europa para celebrar la anexión de Austria. Acto al que asistieron algunos funcionarios del gobierno argentino, como el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Manuel Fresco. Este clima explica la famosa “Circular 11”, de julio de 1938, que durante mucho tiempo fue secreta, con instrucciones a todos los consulados argentinos para restringir al máximo los visados a judíos que huían de la Alemania nazi.

El nuevo golpe militar, de 1943, fue organizado por militares integrados en la logia del GOU (Grupo de Oficiales Unidos), en el que había muchos oficiales pro nazis. El principal impulsor del grupo fue Perón que, por su cargo miliar, en ese momento coronel, se mantuvo en un segundo plano. Los generales Rawson y Farrell ocuparían el poder formal, aunque Perón manejaba los hilos, ocupando la vicepresidencia, el ministerio de Guerra y la estratégica Secretaría de Trabajo y Previsión, desde donde construyó el poder que le llevaría a la presidencia, en las elecciones de febrero de 1946.

La tensión con los Estados Unidos fue máxima por esos años, acusando a Argentina de proteger a los nazis en su país

La tensión con los Estados Unidos fue máxima por esos años, acusando a Argentina de proteger a los nazis en su país. Entre 1942 y 1949 mantuvo un boicot económico y la tensión alcanzó su pico máximo con la llegada al país, en mayo de 1945, del nuevo embajador, Spruille Braden. Según el embajador británico en Buenos Aires, su colega americano llegaba “con la idea fija de que había sido elegido por la Providencia para derrocar al régimen Farrell-Perón”. Solo estaría en el país 127 días, ya que volvió a Washington para ocupar el cargo de Subsecretario de Estado. Pero se convirtió en el principal dinamizador de la oposición, señalando conexiones nazis y fascistas en el gobierno militar. Según el historiador Félix Luna, en su clásico libro “El 45”, la oficina de Braden, a tres manzanas de la Casa Rosada, se constituyó en la “virtual sede del estado mayor opositor”.

Estados Unidos publicaría antes de las elecciones de febrero de 1946 el Libro Azul, en el que detallaría sus denuncias. Eso le serviría a Perón para lanzar el slogan de Braden o Perón, de cara a los comicios.

Elecciones que ganaría Perón con el 52,4% de los votos. Ya en la presidencia, y acabada la Segunda Guerra Mundial, es sobradamente conocido el santuario que encontraron en Argentina muchos de los jerarcas del nazismo. Pero esta es ya otra historia.

Centenario de la Constitución de Weimar (1919 – 2019)

Autor: ANTONIO BAYLOS

Fuente: NUEVATRIBUNA.ES 31/07/19

El 31 de julio de 1919 se proclamaba por la Asamblea Nacional Constituyente en la ciudad de Weimar, en la región de Turingia, la constitución de la República alemana, que sustituía así al imperio prusiano tras la derrota en la Primera Guerra Mundial, y que sería publicada diez días después, el 11 de agosto. Este año es su centenario y se multiplicarán los seminarios y estudios en su recuerdo. Ya en España se ha anunciado un importante Congreso Internacional en Madrid que tendrá lugar del 13 al 15 de noviembre bajo el sugerente título de Weimar Moments. ¿Cuáles son los elementos que cien años después de su adopción hacen que siga siendo un texto celebrado y comentado? Son muchos y en ocasiones contradictorios.

La Constitución de Weimar tuvo vida corta, realmente desde 1919 a 1933, con el ascenso de Hitler al poder, pero ha tenido una enorme influencia como modelo democrático basado en un Estado Social en el que, como señalaba de forma concisa el art. 157 de ese texto constitucional, “El trabajo gozará de la protección especial del Estado. Se establecerá en todo el Estado un derecho obrero uniforme”. Además de ello, el Estado se comprometía a luchar “por obtener una reglamentación internacional de las relaciones jurídicas de los trabajadores, con objeto de asegurar a toda la clase obrera de la humanidad, un mínimum general de derechos sociales” (art. 162). Una posición clara sobre el derecho al trabajo que todo ciudadano poseía –“Todo alemán tiene el deber moral de emplear sus fuerzas intelectuales y físicas conforme lo exija el bien de la comunidad y sin perjuicio de su libertad personal. A todo alemán debe proporcionársele la posibilidad de ganarse el sustento mediante un trabajo productivo. Cuando no se le puedan ofrecer ocasiones adecuadas de trabajo, se atenderá a su necesario sustento” (art. 163 de la Constitución)– y el reconocimiento del derecho colectivo del trabajo a través de las asociaciones de empresarios y los sindicatos de trabajadores, y la institución muy especial de los consejos obreros de empresa, de distrito y de ámbito nacional-estatal que se insertaban en un proyecto amplio de “socialización” de las relaciones económicas y sociales (art. 164 de la Constitución).

Es el momento histórico concreto que evoca la constitución de Weimar, la terrible fase temporal de entreguerras, que en el caso de Alemania marcó la victoria del nazismo y la destrucción moral y política de ese pueblo alemán unido a su Führer

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Weimar tiene una influencia directa sobre nuestra constitución republicana de 1931 cuyo art. 46 establecía que “el trabajo, en sus diversas formas, es una obligación social, y gozará de la protección de las leyes. La República asegurará a todo trabajador las condiciones necesarias de una existencia digna”, como prolegómeno de un catálogo de materias que la legislación social debía regular. Weimar es por tanto para los juristas del trabajo no sólo el momento constituyente del derecho del trabajo, que trasciende las anteriores etapas fragmentarias del derecho obrero y pietista, sino también un modelo de regulación constitucional del trabajo en el que éste aparece como un elemento central en la determinación política de la comunidad nacional y no ya como un componente importante del sistema económico como mercancía sometida a las leyes del intercambio en la producción de bienes y servicios.

La constitución de Weimar no es un texto que se base en la democracia liberal, como algunas versiones de la misma quieren recuperar. Por el contrario, lo que se conmemora en ella es que supone una respuesta democrática a la crisis de la democracia liberal y que su concepto de Estado implica una tensión hacia la “socialización” de las relaciones de producción sin por ello abolir el mercado ni la propiedad privada, cuya “función social” se reitera continuamente. Weimar es la expresión constitucional del rechazo de las ficciones perversas de la libertad y de la igualdad que se encarnaban en el pensamiento político liberal que sancionaba la escisión entre el mundo de las relaciones materiales de vida profundamente desiguales y marcadas por el dominio violento de los poderes privados, y el enaltecimiento moral del interés general concebido como el marco institucional que permite la realización del interés de los propietarios, un espacio formalmente igualitario del que resultaban expulsados las mujeres y los trabajadores como seres privados de posesiones materiales y ajenos a la religión del dinero como única fe productiva.

Lo interesante de Weimar es que ese carácter antiliberal está presente para salvar el componente democrático. Pretende por consiguiente reformar el capitalismo a través de la dirección e intervención del Estado y sus aparatos públicos que impulsaran un amplio proceso de “socialización” de las riquezas naturales y de las empresas industriales y extractivas que constituían el eje de la actividad económica del país, y mediante la introducción de la voz de los trabajadores en las empresas y en los sectores como forma de codeterminar las decisiones de estos agentes económicos. Una “democracia colectiva” como la llamará uno de sus intérpretes más autorizados, Ernst Fraenkel.

Sabemos sin embargo que este propósito fracasó de la peor manera posible. De un lado porque la resistencia de las clases propietarias, la burocracia y los aparatos de Estado del imperio guillermino que habían quedado intactos y la enorme crisis económica que primero en términos inflacionistas y luego deflacionistas generó un desempleo masivo incontrolado, impidieron las reformas sociales prometidas o proyectadas en la constitución. De otro porque el modelo social y democrático que estaba latente en Weimar era combatido fuertemente desde posiciones radicalmente antiliberales que oponían a este el modelo de un Estado obrero como el de la URSS, un proyecto político y social que quería subvertir el orden material de las relaciones económicas y sociales y fundar en ese espacio de la materialidad de la producción la legitimidad de una política concebida para las mayorías sociales negando la capacidad de decisión y de actuación a las capas propietarias o del alto funcionariado. Esa tensión entre la resistencia potente de los aparatos de estado del Imperio, las grandes corporaciones económicas y los potentes Konzern industriales y financieros, junto con los grandes propietarios agrarios, frente a la presión en sentido contrario de las reivindicaciones básicas y perentorias en términos de clase contra clase que rechazaban por tanto el componente liberal capitalista y el equilibrio pluralista democrático como unidad inescindible en el dominio de clase, forma parte del itinerario cultural de la república de Weimar, sus desencuentros políticos y sus desastres sociales, y se rastrea muy bien en el pensamiento y la elaboración doctrinal de sus juristas, en especial los constitucionalistas y los laboralistas. (Sobre estos últimos, Román Gil Alburquerque tiene un libro que puede ser muy útil para quienes deseen iniciarse en este tema, “El Derecho del Trabajo democrático en la república de Weimar”, publicado en la editorial Bomarzo en el 2017).

La erosión de proyecto social y democrático weimariano buscaba una radicalización política de la exigencia democrática a través de un cambio de lugar de toma de decisiones, haciendo emerger la centralidad del trabajo y del espacio en el que éste se desarrollaba como el emplazamiento constituyente de la capacidad de decisión y la formación de un interés general. La subjetividad colectiva que portaba en sí la clase trabajadora se expresaba de forma inmediata y violenta como fórmula de reversión de la coacción permanente del mercado, el dinero y la propiedad de los medios de producción. Había sin embargo elementos comunes entre ese proyecto y la fracasada ”socialización” que para la constitución de Weimar permitía contrarrestar democráticamente la conformación unilateral que caracterizaba la coacción del mercado y de la propiedad sobre amplias mayorías sociales, aunque los partidos políticos y los agentes culturales que protagonizaron ambas líneas de actuación fueron incapaces de verlos y de reaccionar a tiempo.

En efecto, la democratización de la economía y del mercado, la limitación de poder a los grandes grupos económicos y financieros, la desarticulación de las fuerzas represivas y de una administración de justicia claramente alineada con los poderes privados, eran todas ellas amenazas de la suficiente entidad como para que éstas fuerzas reaccionaran afirmando la consolidación de su dominio y la expansión imperialista en las colonias. Por eso surge el nazismo, como operación ideológica que niega la forma democrática liberal a través de la construcción de una alternativa política autoritaria cuyo objetivo fundamental es combatir y derrotar, por todos los medios, a la clase obrera organizada de forma autónoma y alternativa en sus partidos y sindicatos, a la vez que fabrica un sentido de pertenencia impuesto coactivamente, disolviendo la identidad de clase en la de pueblo y construyendo una fuerte pulsión de autoridad y dominio en torno al Jefe –Führer o Caudillo– que monopoliza el partido nazi y quiebra las organizaciones obreras y sindicales a través del Frente del Trabajo.

Este es por tanto el momento histórico concreto que evoca la constitución de Weimar, la terrible fase temporal de entreguerras, que en el caso de Alemania marcó la victoria del nazismo y la destrucción moral y política de ese pueblo alemán unido a su Führer, que generó una segunda guerra mundial y el mayor genocidio que se tenía noticia en la historia. El interés sin embargo por esa Constitución no es sólo el que nos liga con ese pasado terrible que siempre nos interroga y nos perturba. Es también y ante todo porque Weimar supuso una posibilidad histórica de compatibilizar capitalismo y democracia sobre la base de la sumisión de éste a los imperativos de participación y decisión colectiva de las mayorías sociales. Este dilema y los términos en los que actualmente se plantea hoy esa relación entre capitalismo y democracia real y participativa es el verdadero reto (y la promesa incumplida) de la constitución de Weimar de la que se cumplen 100 años de historia.

El dinero nazi de la poderosa familia Reimann.

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Autora: Ana Carbajosa

Fuente: El País, 3/04/2019

El escándalo ha sido sonado en Alemania tras descubrir que una de las familias más ricas del país apoyó fervientemente al régimen nazi y empleó a prisioneros de guerra en sus fábricas y villas privadas. Los miembros de la familia Reimann, propietaria de Pret a Manger o Calgon entre otras marcas, eran ferviente nazis y antisemitas, según publicó recientemente el sensacionalista Bild am Sonntag y ha confirmado posteriormente la propia familia.

Las investigaciones, que citan cartas y documentos obtenidos en Francia, Estados Unidos y Alemania revelan que Albert Reimann padre e hijo emplearon a civiles rusos y a prisioneros de guerra franceses para realizar trabajos forzados. Donaron además dinero a las SS, los paramilitares nazis. Ambos fallecieron —en 1954 y 1984— y ahora Peter Harf, uno de los dos socios del emporio familiar y portavoz del consorcio JAB Holding Company que agrupa a las marcas de la familia, ha reconocido que los Reimann ya fallecidos “fueron culpables”.

El patriarca y su sucesor amasaron una inmensa fortuna convirtiendo una pequeña industria química de ácido tartárico y cítrico en una compañía global. En 1933, banderas con esvásticas ya ondeaban a las puertas de la fábrica productora de Calgón, el disolvente antical que patentaron.

Peter Harf, socio y portavoz de JAB, conglomerado de los Reimann.
Peter Harf, socio y portavoz de JAB, conglomerado de los Reimann. SOEREN STACHE GETTY IMAGES

En 1937, Albert Reimann junior llegó a escribirle una carta a Heinrich Himmler en la que le explicaba que “somos una familia de más de 100 años de antigüedad y puramente aria. Los dueños somos partidarios incondicionales de la teoría de la raza”. El Bild asegura que hasta un 30% de los trabajadores de algunas plantas químicas e industriales de la familia, que sumaron un total de 175 personas, llegaron a ser trabajadores forzados en 1943. Ya en 1931, incluso antes de que los nazis llegaran al poder, los Reimann eran abiertos partidarios del partido nazi y donantes de las SS.

En otro documento, el hijo del patriarca se queja de cómo trabajan los prisioneros de guerra franceses en una obra de las fábricas. Asegura que la baja productividad “no se puede explicar con una vaguería normal, sino solo si se trata de un sabotaje deliberado […] Se lo comunico en calidad de concejal de la ciudad. Heil Hitler”, termina en la misiva enviada al alcalde de Ludwigshafen, en el suroeste de Alemania. La documentación contiene además decenas de testimonios de trabajadores que denuncian malos tratos y crímenes cometidos contra los prisioneros empleados. Las trabajadoras, además, sufrieron presuntamente abusos sexuales.

No solo los hombres de la familia profesaron devoción por los genocidas nazis. Else Reimann madre e hija también fueron fervientes defensoras del nacionalsocialismo. La hija llegó a casarse con un miembro de las SS en una celebración para la que decoraron la vivienda familiar con banderas nazis, como informó la prensa alemana una semana después de las primeras revelaciones. 

Edificio de las oficinas de JAB Holding Company, que agrupa las empresas de los Reimann.
Edificio de las oficinas de JAB Holding Company, que agrupa las empresas de los Reimann. SIMON HOFMANN GETTY IMAGES

Han sido los miembros más jóvenes de la familia, los que comenzaron a indagar en el pasado familiar y leyeron documentos algunos documentos de su padre a principios de los años 2000. En 2014, firmaron un contrato con un historiador Paul Erker, de la Universidad de Múnich para que llevara a cabo una investigación independiente. Cuando llegaron los resultados preeliminares, Harf, el gerente, ha explicado que se quedaron “pálidos”. “Esos crímenes son asquerosos”, llegó a decir en una entrevista con el diario alemán. La investigación se hará pública cuando haya concluido, y la familia donará 10 millones de euros a ONG, a modo de compensación simbólica. La fortuna de la familia que mantiene un perfil público muy bajo se calcula que asciende a 33.000 millones de euros.

En el año 2000, el Gobierno alemán puso en pie un fondo de 5.000 millones de euros, para ofrecer compensaciones a los trabajadores forzados del nacionalsocialismo y que han financiado parcialmente grandes empresas alemanas que se beneficiaron de esos crímenes.

Los españoles que lucharon por Hitler en las SS.

Autor: Lorenzo Silva.

Fuente: XLSemanal.

La vosstrasse es hoy una calle discreta, con descampados y bloques de viviendas. En buena parte de su longitud se encuentra en obras. Ningún letrero oficial recuerda lo que la ocupaba antes, pero el viajero avisado sabe que hay gato encerrado, como en tantos otros lugares de esta zona céntrica de Berlín, donde hasta el año 1989 se alzaba el muro que dividía la ciudad.

Eran 200. Había falangistas, anticomunistas y antiguos hombres de la Legión Azul

La única indicación nos la ofrece el restaurante chino Peking-Ente, en el número 1, en la esquina con la Wilhelmstrasse, que ha colocado un llamativo cartel publicitario rojo a mitad de la calle. En su parte inferior hay un croquis que muestra lo que había en los terrenos donde ahora se alternan la nada y los apartamentos construidos en su día para funcionarios de la extinta RDA. En el primer tramo de la calle, según el croquis, se hallaba la antigua Cancillería del Reich. A continuación, la nueva, mucho más grande, que concibió Albert Speer para Adolf Hitler. Tras ellas, en lo que hoy es descampado, estaban el patio y el búnker en el que a finales de abril de 1945 el Führer se enfrentaba a su oscuro destino.

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Un soldado español con uniforme de los Cazadores Alpinos (aún dentro de la Wehrmacht, las fuerzas armadas unificadas de los nazis) en 1944, con España ya neutral

En esos días, según los libros de Historia (y, singularmente, el excelente y vibrante Berlín, 1945, de Antony Beevor), la defensa del sector gubernamental de la capital del Reich estaba en manos de algunos restos de unidades alemanas, un puñado de niños de las Juventudes Hitlerianas y de viejos de la milicia popular Volkssturm y un contingente de voluntarios franceses y escandinavos de las Waffen-SS, extranjeros repudiados por sus países que fueron quienes de hecho llevaron el peso de los combates.

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Reverso de la postal, escrita en castellano por él mismo soldado de la imagen de arriba, prueba de que era español

Mucho menos se suele mencionar, y por tanto saber, que entre esos voluntarios de las SS había también un batallón de letones y, lo que más nos interesa, una pequeña y extraña unidad de españoles.

La mayoría murió en combate, a manos de soviéticos o en largos cautiverios tras ser apresados

Cuando el 30 de abril de 1945, a eso de las 15.30, Hitler acabó con su vida en el búnker, aún había algunos de ellos luchando en las inmediaciones de la Vosstrasse. Cumplían así el juramento de fidelidad que le habían prestado al Führer. Al principio de la batalla eran, como mucho, un par de cientos.

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Luis García Valdajos nació en 1918 en Tordesillas (Valladolid), ingresó en la Falange en 1936 y en la División Azul en 1942. Rechazó volver de Alemania cuando lo ordenó Franco e ingresó en las SS. Tras la guerra logró volver, de incógnito, a España. Preso por desertor, quedó libre en 1947. Nunca más se supo de él

Muy lejos del millón de bayonetas españolas que el día de San Valentín de 1942 había prometido Franco para el caso de que los rusos llegaran a Berlín. Pero allí estaban. Por voluntad propia y contra las órdenes del propio Franco. La mayoría murió bajo las balas soviéticas, en combate o al caer prisioneros. A unos pocos se les perdonó la vida y sufrieron largo cautiverio en Rusia. Otros lograron escapar casi milagrosamente. Su historia es una de esas que, cuando las conoce alguien cuyo oficio es el de narrar, despiertan una fascinación casi irresistible.

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Fuerza Multicultural: Miembros de las SS, en junio de 1944. Al final de la guerra, la antigua fuerza de élite del Führer era ya casi una especie de legión extranjera integrada por anticomunistas y antisemitas de diversos países

¿Quiénes eran aquellos españoles y cómo llegaron hasta allí?

La respuesta no es fácil, ni cien por cien segura. Conservamos algunas fotos y documentos que atestiguan la presencia y el itinerario de algunos de ellos. El comandante Miguel Ezquerra, el jefe de la unidad, y el alférez Ocaña dejaron su testimonio en sendos libros. Pero en el más detallado, el de Ezquerra, se observan contradicciones entre sus dos ediciones (una portuguesa poco después de la guerra y otra española muy posterior) y, aunque en su relato demuestra un conocimiento de la topografía de la ciudad y del desarrollo de la batalla que hacen difícil considerarlo un impostor, hay otros pasajes poco verosímiles o inexactos (como el de su condecoración por Hitler entre el 29 y el 30 de abril, cuando ya el líder nazi se aprestaba a suicidarse, o la defensa del hotel Kaiserhof desde las plantas superiores cuando el edificio había sido derruido por un bombardeo aéreo en 1943).

Algunos soldados eran adictos a la guerra. No luchaban por dinero. No había provecho en unirse a quienes ya habían perdido la partida

Depurando la información disponible, con la ayuda de los historiadores que se han ocupado del asunto (como Carlos Caballero Jurado, que entrevistó a algunos de los supervivientes), puede decirse que aquella unidad tenía una composición bastante heterogénea. Algunos eran antiguos combatientes de la División Azul y la Legión Azul que se habían negado a volver cuando la última fue repatriada en marzo de 1944 o que, tras regresar, y cuando ya España, por voluntad de un Franco deseoso de congraciarse con los victoriosos aliados, había adoptado el estatuto de potencia neutral, cruzaron ilegalmente la frontera para unirse a las tropas alemanas.

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Ricardo Botet Moro, uno de los pocos españoles de los que se conserva una foto, con uniforme nazi. Al terminar la guerra, logró escapar de los soviéticos haciéndose pasar por un trabajador desplazado. Desde allí huyó a la zona aliada y en 1946 logró regresar a España, donde, al parecer, murió hace unos años

Otros eran jóvenes, fervientes falangistas y anticomunistas que no habían estado en la campaña de Rusia, pero acompañaron a estos veteranos en su aventura. Tampoco faltaron, al parecer, algunos de los 50.000 españoles que se calcula que a la sazón trabajaban en la industria bélica alemana y que se alistaron como soldados para eludir la muerte que los amenazaba en los bombardeos continuos sobre sus fábricas. Incluso se dice que algunos de ellos eran antiguos combatientes republicanos, o rotspanier, en la jerga nazi, a los que hay constancia de que Hitler llegó a pensar en reclutar de forma general.

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Mito y verdad: Miguel Ezquerra, jefe de la unidad española de las SS en Berlín. Sobrevivió. Años después de la guerra escribió una autobiografía en la que algunos datos resultan, cuando menos, inexactos, lo cual no lo señala en ningún caso como un impostor

Con tan diferentes orígenes y extracciones, los vericuetos que siguieron aquellos españoles para acabar defendiendo el Tercer Reich en su batalla terminal fueron variopintos y, en algún caso, casi increíbles. Muchos iniciaron su periplo en Versalles, en el todavía hoy existente Quartier de la Reine (en el 5 de la Rue Carnot), donde se reunió hacia mayo-junio de 1944 a aquellos voluntarios que los propios alemanes no tenían gran interés en hacer demasiado visibles, porque seguían comprando materias primas estratégicas a Franco. Luego marcharon a Stablack, en Prusia Oriental, donde se los instruyó, y desde allí se repartieron por diversos frentes. Unos acabaron en Yugoslavia luchando contra los partisanos de Tito; otros, en Italia; otros, en Rumanía tratando de parar a los rusos en los Cárpatos.

Los llamaron ‘los irreductibles’ o el Batallón Fantasma. Se enfrentaron cuerpo a cuerpo a los tanques soviéticos en Berlín

Los supervivientes de estos últimos, todavía encuadrados en la Wehrmacht o ejército regular, acabaron compartiendo cuartel en Stockerau, cerca de Viena, con un contingente croata con el que mantuvieron pésimas relaciones. Eso fue lo que movió a muchos a acudir a la leva organizada por la división Wallonie, del belga Léon Degrelle, en la que constituyeron dos compañías y se pusieron por primera vez el uniforme de las Waffen-SS. Con él participaron en la dura batalla de Stargard, en Pomerania, a comienzos de 1945. Los que salieron vivos de ella constituían la columna vertebral de la unidad española de las SS, que se formó en marzo en Potsdam a las órdenes de Ezquerra y que acudió a defender a la desesperada Berlín el 21 de abril de 1945.

Los llamaron “los irreductibles” o el Batallón Fantasma. Gente a la que hoy nos cuesta comprender y que en medio de los escombros, junto a los niños feroces de las juventudes hitlerianas, se enfrentaron a cuerpo a los tanques soviéticos. Aunque no pocos, en cuanto vieron lo que había y pudieron, pusieron pies en polvorosa. No eran mercenarios, no había provecho en unirse a quienes a aquellas alturas habían perdido notoriamente la partida: algunos eran soldados crónicos, adictos a la guerra; a otros los movía el fervor anticomunista; más de uno podía alegar que lo llevó allí el azar de los acontecimientos. En cualquier caso, se trata de un grupo de españoles en el hecho histórico central del siglo XX. Recorriendo esa hoy casi clandestina Vosstrasse que los vio pasar y morir (como la Potsdamerplatz, o la Moritzplatz, o la Friedrichstrasse), es ineludible, para este contador de historias, evocar y compartir su pasmosa peripecia.

Hitler se alimentaba del público como una estrella pop.

Adolf Hitler, en 1925, simulando un discurso. HEINRICH HOFFMANN GETTY IMAGES

Autora: Jacinto Antón

Fuente: El País. 13/06/2018

El narcisismo de Hitler y su deseo insaciable de recibir cada vez más atención son factores clave en la construcción y el desarrollo de la Alemania nazi, y en su consiguiente ruina. En ese aspecto de la retroalimentación, que provocaba su relación con el público, el líder del nacionalsocialismo actuaba “de manera que encaja en la definición de una estrella del pop o el rock”. Lo dice el historiador alemán Thomas Weber, que tras haber seguido minuciosamente la pista del personaje durante la Gran Guerra en La primera guerra de Hitler(Taurus, 2012), donde desveló que en realidad no había sido cabo y que los camaradas lo consideraban un enchufado, nos lleva en su nuevo libro a la que considera la etapa clave en la construcción del líder nazi: los años en Múnich de 1919 a 1923.

En la apasionante De Adolf a Hitler (Taurus), Weber rastrea ese periodo decisivo, cuestionando con una amplia documentación los mitos y mentiras que sembró interesadamente sobre su pasado el propio Hitler en Mi lucha. Para el investigador alemán, “el camino de Damasco, la epifanía de Hitler”, no tuvieron lugar en su época de Viena antes de la Primera Guerra Mundial, ni durante esta ni al final, sino después, ya en Múnich. Weber detalla incluso el día: el 9 de julio de 1919. “Fue de lejos el día más importante de su metamorfosis, el instante de la transformación política y la radicalización de Hitler, el día en que de verdad todo cambió para él”. Ese día se ratificó el Tratado de Versalles y Hitler, como muchos alemanes, cayó en la cuenta de que habían perdido realmente la guerra (hasta entonces lo veían como un empate) y lo que les iba a acarrear.

Hitler, apuntó Weber ayer en Madrid, se había movido hasta ese momento de manera algo vaga y errática, incluso coqueteando con las ideas de izquierdas (algo que se cuidó muy mucho de eliminar de sus memorias oficiales). Sin saber adónde se dirigía. “A partir de entonces se obsesionó con cuáles habían sido las causas de la derrota de Alemania y en pensar de qué manera se podía impedir que la nación volviera a encontrarse en una situación de debilidad semejante. Empezó a buscar ideas que le sirvieran y las que encontró las mantuvo hasta el día de su muerte”.

El libro de Weber es un paseo tremendo por un camino que Hitler empieza sobre las adoquinadas calles de Múnich vestido de manera estrafalaria, medio muerto de hambre y medrando en partidos insignificantes, y que llega hasta las ruinas de la Cancilleria del Reich y de toda Alemania tras pasar frente a los hornos de Auschwitz. “No es un camino recto, pero sí menos tortuosos de lo que muchos creen”.

“Narcisista funcional”

En el Múnich de 1919 y los años inmediatamente siguientes, Hitler encontró ideas y oportunidades. De las primeras se sirvió, tomadas de diferentes sitios, dice Weber “como de un bufé, creando su propio plato combinado”. Las testó con el público, “pasando de ser un narcisista fracasado a un narcisista funcional”, y las que mejor funcionaban las llevó más allá. Eso no significa, puntualiza el historiador, que se dejara llevar solo por el aplauso. Tenía ideas fijas, más ancladas, “su meollo”, de todo o nada, y otras más flexibles. Su antisemitismo, por ejemplo, era más radical en privado que en público y solo lo fue aumentando ante las audiencias al ver que le respondían.

Las oportunidades, como se detalla en el libro, las aprovechó. ¿Tuvo suerte? “Él habría hablado de destino, pero, claro, la suerte desempeñó un papel muy importante, y la coincidencia de sucesos. Sin embargo, uno de los talentos de Hitler fue saber responder a las crisis inesperadas. Cuando aparecían crisis que parecían destruirlo las convertía en un éxito atronador”.

¿Qué impresión nos produciría hoy Hitler? “El de entonces bastante anacrónica, algo fuera de lugar como esas películas antiguas que la primera vez nos parecieron trepidantes pero han quedado lentas. Pero si de lo que se trata es de juzgar cómo sería un Hitler de hoy, que aprovechara las oportunidades que le brinda nuestro mundo, como las redes sociales, podría gustar mucho. Sin duda encajaría. Es aterrador pensarlo”, reflexiona Weber.

EL MISTERIOSO ORIGEN DE SU ANTISEMITISMO VISCERAL

Thomas Weber, ayer, en Madrid.
Thomas Weber, ayer, en Madrid. INMA FLORESEL PAÍS

De Adolf a Hitler está lleno de interesantes detalles como lo de que el grito “Sieg Heil!” provendría de las animadoras del fútbol estadounidense (vía la amistad de Hitler con Helene Hanfstaengl, una chica alemana de Nueva York) y escenas como la de Hitler tras el fracasado Putsch de 1923 paseando por el salón de ella vestido con el albornoz azul de su marido y apuntándose con una pistola en la sien (desgraciadamente no apretó el gatillo hasta 1945). También explica Weber que a Hitler le dieron una paliza tremenda unos soldados a los que trataba de aleccionar políticamente en 1919 o que tras la perorata que soltó en una fiesta de la alta sociedad de Múnich el anfitrión hizo abrir los ventanales para que corriera el aire y disipar la sensación de que “había estado en el salón la sucia esencia de algo monstruoso”.

El tema del antisemitismo de Hitler ocupa una parte esencial del libro. El líder nazi consiguió causar sensación en Múnich al ofrecer una variedad muy radical. Una variante biologizada en la que explicaba la supuesta influencia dañina de los judíos en términos médicos. Años después, en 1941, con los Einsatzgruppen de las SS exterminando por el Este, Hitler dijo que se sentía “el Robert Koch de la política”, en referencia al descubridor del bacilo de la tuberculosis. Weber reconoce que en el antisemitismo de Hitler hay algo aún no explicable y no descarta, como han hecho otros biógrafos, que tuviera parte de su origen en alguna experiencia personal. “El problema es que no hay pruebas”. Sin embargo, algunas investigaciones señalan que la clave estaría en el famoso año perdido de Hitler entre 1912 y 1913 y en la relación con una chica judía embarazada. Algunas fuentes sitúan incluso esa relación, ¡en Inglaterra! Y no es un sketch de Monty Python…

Henry Ford, el amigo americano de los nazis.

Autor: Nacho Otero.

Fuente: Muy Historia.

El lugar: Cleveland, Ohio (EE UU). La fecha: 30 de julio de 1938. Un emocionado pero vigoroso anciano que cumple ese día 75 años recibe, de manos del cónsul alemán, el mejor regalo de aniversario imaginable para un hombre como él, la Gran Cruz de la Orden del Águila Alemana –Grosskreuz des Ordens vom Deutsche Adler, consistente en una estrella de ocho puntas con una Cruz de Malta y una banda de color rojo. Es la más alta condecoración que los nazis conceden a un extranjero; el piloto Charles Lindbergh, otro “héroe americano” muy bien avenido con el hitlerismo –aunque luego redimido por su actuación en la II Guerra Mundial–, tendrá que conformarse, el 19 de octubre de ese mismo año, con una medalla de menor valor, la estrella de seis puntas. Pero es que ese anciano no es alguien cualquiera: se trata de Henry Ford, el único estadounidense mencionado por su nombre en Mein Kampf.

En efecto, Ford fue probablemente el más ilustre de los abiertos simpatizantes con que contó Hitler en las democracias occidentales, y aun más que eso: fue una de sus grandes influencias. Millonario nacido en la pobreza, inventor prolífico, fundador de la multinacional del automóvil Ford Motor Company y padre de la producción industrial en cadena –el fordismo–, era además un antisemita fanático con veleidades periodísticas. Y así, el libro El judío universal: el mayor problema mundial (1920), una recopilación de los artículos antijudíos que dictaba para su periódico The Dearborn Independent, sería leído por el dictador nazi cuando aún gestaba su ideario y se convertiría en su obra de cabecera. Hitler llegó a colgar la foto de Ford en la pared de la celda en la que pergeñó Mein Kampf (1925) y basó varias secciones de su libro en los escritos del americano, al que decía “reverenciar”: “Solo Ford mantiene su total independencia frente a los judíos (…). Haré lo que pueda para poner sus teorías en práctica en Alemania”. Dicho y hecho: el Volkswagen, el coche del pueblo orgullo del nazismo, fue modelado a imagen del Ford T.

La banca siempre gana

Pero Ford no solo proveyó a Hitler de ideas, sino también de dinero y material industrial, y en esa forma de colaboración con el enemigo no estuvo ni mucho menos solo. En su polémico libro Wall Street and the rise of Hitler (Wall Street y el ascenso de Hitler), el economista británico Antony C. Sutton afirma que, sin el apoyo de la banca y el mundo financiero e industrial americano, no habría existido Hitler, o al menos no habría logrado llevar al mundo, en 1938, al borde del abismo. Sutton ofrece contundentes testimonios y pruebas de la financiación del Partido Nazi desde sus mismos orígenes, y más tarde del ambicioso programa de obras públicas y rearme del Tercer Reich, por parte de diversos gigantes corporativos y grupos bancarios estadounidenses.

Los nombres citados no son los de ningún advenedizo. Aparte del ideológicamente afín Ford y su Ford Motor Company, aparecen otros personajes y empresas no menos señalados, aunque con motivaciones aparentemente más espurias (el mero ánimo de lucro): John D. Rockefeller y la Standard Oil; el Chase Bank y el Morgan Bank, también controlados por la familia Rockefeller; James Mooney, jefe ejecutivo para operaciones en el extranjero de General Motors –condecorado asimismo por los nazis–; la Union Banking Corporation, dirigida por Prescott Bush, padre y abuelo de sendos presidentes americanos… Se da la curiosa circunstancia de que esta última corporación sería la única castigada por la Administración Roosevelt por sus conexiones con el nazismo, si bien solo tras la entrada en la guerra de EE UU; antes, el Departamento del Tesoro había aprobado todas sus transacciones. En 1942, sus activos fueron incautados y Bush y otros directivos fueron a parar a la cárcel.