Qué fueron las «ratlines», las rutas de escape por las que miles de nazis huyeron a América del Sur y otros destinos tras la Segunda Guerra Mundial

Tras la caída del Tercer Reich, miles de nazis huyeron a través de las ratlines.

Autora: Veronica Smink

Fuente: bbc.com/mundo 01/08/2020

or su nombre en inglés, ratlines (líneas de ratas), uno podría pensar que el apodo que se le dio a las rutas clandestinas que usaron muchos nazis para escapar de Europa después de la Segunda Guerra Mundial se refiere a una hilera de roedores, huyendo bajo tierra.

De hecho, muchos en español las llaman «rutas de las ratas«.

Pero aunque ese término podría resultar apropiado para imaginar la huida de miles de fugitivos de la justicia, entre ellos algunos de los mayores criminales de guerra de la historia, en realidad ratline no tiene que ver con ratas, sino con barcos.

En la jerga náutica, así se llama a los pequeños trozos de cuerda colocados de forma horizontal que sirven como peldaños de escalera, para poder subir por el mástil (en español se las conoce como flechaste).

En el pasado, escalar el mástil usando estas cuerdas era el último y desesperado recurso que tenía un marinero para evitar ahogarse si su barco se hundía.

Por ese motivo, ratline se convirtió en un sinónimo de «última vía de escape«.

Para muchos jerarcas nazis que buscaban huir de las manos Aliadas después de la caída de la Alemania de Adolf Hitler, en 1945, esa «última vía de escape» se dio en la forma de un viaje transatlántico por barco, por lo cual el origen náutico de la palabra ratline resultó ser irónicamente adecuada.

Las ratlines de un barco
Image captionLas ratlines de un barco… el medio de transporte a través del cual muchos jerarcas nazis escaparon a Sudamérica y otros destinos.

Pero estas «rutas de las ratas» no fueron escapes improvisados de fugitivos desesperados. Fueron trayectos planificados y organizados por personas de poder, dedicadas a proteger a prófugos no solo alemanes sino también croatas, eslovacos y austríacos.

Y no hubieran tenido éxito sin la colaboración, a veces involuntaria, de dos de las instituciones internacionales más asociadas con la ayuda humanitaria: la Iglesia católica y la Cruz Roja.

Tres rutas, un destino

Las tres ratlines más utilizadas eran vías que atravesaban distintos países europeos con un solo fin: llegar hasta un puerto y allí escapar en barco.

La llamada «ruta nórdica» pasaba por Dinamarca con destino a Suecia, donde se embarcaba.

La «ruta ibérica» era coordinada por colaboradores nazis que vivían en España y utilizaba puertos como los de Galicia, presuntamente con el visto bueno del general Franco.

Pero se cree que hasta el 90% de los nazis que huyeron de Europa continental lo hicieron a través de Italia, el principal aliado de Alemania durante la guerra.

Aunque algunos escaparon hacia Reino Unido, Canadá, Estados Unidos, Australia y Medio Oriente, la gran mayoría huyó a Sudamérica.

Y en ese continente hubo un país que atrajo a más fugitivos nazis que ningún otro: Argentina.

Juan Domingo Perón con su esposa, Eva Duarte de Perón
Image captionEl gobierno de Perón (quien en la imagen aparece con su famosa esposa, «Evita»), permitió el ingreso de miles de prófugos nazis.

Documentos secretos nazis revelados en 2012 por las autoridades alemanas indicaron que unos 9.000 militares y colaboradores del Tercer Reich huyeron a América del Sur tras la guerra.

De ellos, unos 5.000 se quedaron en Argentina, el lugar al que el famoso «cazador de nazis» Simon Wiesenthal llamaba el «Cabo de Última Esperanza» para los nacionalsocialistas.

Muchos de los que terminaron en otros países, como Brasil (que albergó a entre 1.500 y 2.000 criminales de guerra), Chile (que recibió a entre 500 y 1000) y otras naciones con cifras menores como Paraguay, Bolivia y Ecuador, viajaron allí tras haber arribado a Argentina.

Por qué Argentina

Muchos atribuyen la elección de Argentina como país de destino a la abierta simpatía que mantenía el gobernante de esa nación, Juan Domingo Perón (quien llegó a la presidencia en 1946), con el Tercer Reich.

Pero el periodista argentino Uki Goñi, una de las personas que más investigó la llegada de criminales nazis a su país, asegura que el vínculo entre Argentina y la Alemania de Hitler era anterior a la llegada al poder de Perón.

Según Goñi, ya desde 1943 había un acuerdo secreto entre lasSchutzstaffel, las fuerzas de seguridad alemanas, más conocidas como SS, y el servicio secreto de la marina argentina.

El acuerdo consistía en que Argentina le daba documentos de ese país a agentes secretos de las SS para que se puedan mover libremente por Sudamérica, donde operaban una gran red de espionaje.

A cambio, el país latinoamericano recibía información confidencial sobre sus vecinos.

En un libro que publicó en 2002, donde describe en detalle la «fuga nazi a la Argentina», Goñi señala que después de que Alemania perdió la guerra, los argentinos mantuvieron el acuerdo de cooperación y siguieron dándoles documentación falsa a agentes nazis, solo que entonces ya era con la intención de rescatarlos.

La portada de "La Auténtica Odessa", la investigación del periodista argentino Uki Goñi.
Image captionLa portada de «La Auténtica Odessa», la investigación del periodista argentino Uki Goñi.

Odessa

El libro de Goñi se titula «La auténtica Odessa», en referencia al acrónimo con el que se conoció al principal grupo que habría planificado las ratlines: la Organisation der ehemaligen SS-Angehörigen u organización de exmiembros de las SS.

Esta organización saltó a la fama gracias a una obra de ficción basada en algunos hechos reales: la novela de suspenso The Odessa File («El expediente Odessa) de Frederick Forsyth, publicada en 1972.

En ese thriller, Odessa aparece como una organización nazi internacional establecida antes de la derrota de Alemania con el propósito de proteger a los exmiembros de las SS después de la guerra.

El libro plantea que, tras lograr ese fin, los exnazis agrupados en Odessa planeaban eliminar el Estado de Israel.

Hoy en día, muchos historiadores cuestionan la existencia de una red de la magnitud y el poder que supuestamente tuvo Odessa.

«La ‘ruta de las ratas’ no fue un plan estructurado, sino que consistió de muchos componentes individuales», le dijo a la cadena alemana Deutsche Welle (DW) el historiador Daniel Stahl, del Departamento de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad Friedrich Schiller.

Bill Niven, profesor de Historia Contemporánea Alemana en la Universidad Nottingham Trent (Inglaterra), coincide: «No hay evidencia convincente de que tal organización (Odessa) existiera«, escribió en marzo pasado en el sitio BBC History Extra.

«Probablemente había grupos nazis más pequeños, en gran medida independientes, que operaban para asegurar el escape (de criminales de guerra)», explicó.

Otto Skorzeny con Benito Mussolini, tras su liberación
Image captionOtto Skorzeny, famoso por haber rescatado a Benito Mussolini tras su arresto en Italia, organizó una de las ratlines.

«Uno de estos grupos, según se dice, fue ‘La araña’, que involucró a líder de la unidad de asalto de las SS Otto Skorzeny, famoso por rescatar al dictador italiano Benito Mussolini del encarcelamiento en la región Gran Sasso, en el sur de Italia, en 1943»

Niven resaltó que no fueron solo nazis los que coordinaron las ratlines, sino también las fuerzas de inteligencia de Estados Unidos y Reino Unido, que ayudaron a escapar a sus informantes nazis, y a decenas de científicos alemanes, para que colaboraran con ellos en su lucha contra el comunismo.

«La ruta vaticana»

Fue este temor a una invasión soviética de Europa y a que se impusiera el comunismo tras la Segunda Guerra Mundial lo que habría llevado a lo que muchos consideran el aspecto más escandaloso detrás de las ratlines:el papel fundamental que jugó la Iglesia católica en el escape de los fugitivos nazis a Sudamérica.

La llamada «ruta vaticana», vía Roma y Génova, fue la más utilizada por los nazis que huyeron del continente europeo.

También se la conoce como «la ruta de los monasterios», ya que la huida, a través de los Alpes a Italia, incluía paradas en monasterios en Tirol del Sur, Merano y Bolzano.

Algunos de los prófugos permanecieron en estos lugares por años, muchas veces alojados al lado de las víctimas de sus delitos, en particular judíos en viaje hacia la región de Palestina.

Para llegar hasta Sudamérica, los fugitivos debían pasar primero por Roma, donde recibían documentos de identidad falsos de la Comisión de Refugiados del Vaticano o, en algunos casos, directamente de manos de altos cleros de la Iglesia católica.

El paso final era el pasaporte que recibían del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), que les permitía viajar utilizando su nueva identidad.

Los pasaportes de la Cruz Roja, con nombres falsos, usados por Josef Mengele, Klaus Barbie y Adolf Eichmann.
Image captionLos pasaportes de la Cruz Roja, con nombres falsos, usados por Josef Mengele, Klaus Barbie y Adolf Eichmann.

Abrumados por los millones de refugiados que dejó la guerra, la Cruz Roja dependía de las referencias del Vaticano a la hora de entregar sus pasaportes y el organismo ha reconocido que no logró evitar que algunos criminales de guerra se aprovecharan del caos para huir sin ser detectados.

Entre quienes pudieron escaparse a Sudamérica con pasaportes de la Cruz Roja -con nombres falsos-, estuvieron algunos de los máximos jerarcas nazis como Josef Mengele, Klaus Barbie, Franz Stangl, Walter Rauff y Adolf Eichmann.

Algunos, como Mengele, que falleció en Brasil, y Rauff, que murió en Chile, lograron evadir la justicia toda su vida.

Pero otros fueron detenidos y extraditados años más tarde.

El caso más famoso fue el del llamado «arquitecto del Holocausto», Eichmann, quien fue capturado en Buenos Aires en 1960 por la agencia de inteligencia israelí, el Mossad, y trasladado a Jerusalén, donde fue juzgado, condenado y ejecutado.

Complicidad

Los historiadores aún hoy siguen debatiendo sobre si la complicidad de la Iglesia católica con los nazis fue institucional o si se trató de casos aislados dentro del Vaticano.

En su libro Ratlines, publicado 1991, los autores Mark Aarons y John Loftus sostienen que el primer sacerdote que se dedicó a planificar ratlines para los nazis fue el obispo austríaco Alois Hudal.

Hudal residía en Roma, donde era rector de un colegio austríaco-alemán, y en 1937 había escrito un libro, «Los fundamentos del nacional-socialismo», en el que elogiaba a Hitler.

Algunos incluso lo han acusado de ser un informante de la inteligencia alemana.

La ratline que organizó el obispo austríaco desde la sede del Vaticano fue la que permitió la fuga de varios de los prófugos de más alto perfil del nazismo, incluyendo a Eichmann, Mengele y Eduard Roschmann, el llamado «carnicero de Riga».

El Vaticano en 1946
Image captionMuchos fugitivos nazis obtuvieron su documentación falsa con ayuda del Vaticano, aunque aún se investiga cuánto sabía la Iglesia católica.

Franz Stangl, quien había sido comandante del campo de exterminio de Treblinka, le contó a la periodista Gitta Sereny, tras su captura, que Hudal no solo le entregó papeles falsos sino que también le consiguió alojamiento en Roma mientras esperaba sus documentos.

Otro sacerdote que se hizo famoso por organizar ratlines desde Roma fue el bosnio-croata Krunoslav Draganovic, quien ayudó a escapar a los cabecillas de la organización nacionalista croata Ustacha, aliada del nazismo.

El fundador del movimiento, Ante Pavelić, fue uno de los muchos prófugos que terminaron en Argentina.

En su libro, Uki Goñi detaca el rol que tuvo el cardenal argentino Antonio Caggiano en la llegada de nazis a ese país.

Cuenta que por orden del gobierno de Perón, Caggiano se reunió en 1946 en el Vaticano con su par francés Eugène Tisserant a quien le informó que Argentina estaría dispuesta a recibir a los franceses que colaboraron con el nazismo.

Así, dice Goñi, fue que comenzó el contrabando de criminales de guerra al país sudamericano.

Pío XII

Más allá de la participación de algunos miembros de la Iglesia, lo que se preguntan muchos es cuánto sabía el Papa Pío XII sobre las ratlines.

El Pontífice, quien asumió meses antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, ha sido acusado de hacer la vista gorda ante el asesinato sistemático de judíos, por su silencio durante el Holocausto.

Pío XII
Image captionDocumentos desclasificados este año por el Vaticano podrían revelar cuánto sabía Pío XII sobre las ratlines.

Si bien en 1998 el Vaticano se disculpó públicamente por su inacción durante el régimen nazi, hasta ahora siempre ha defendido el papel de Pío XII.

Pero el verdadero veredicto sobre la responsabilidad del Papa podría llegar pronto.

En marzo pasado, el actual líder de la Iglesia, el papa Francisco, de origen argentino, autorizó que se abran todos los archivos del mandato de Pío XII.

Uno de los que revisará los cientos de miles de documentos será el historiador eclesiástico alemán Hubert Wolf.

Wolf le dijo a la cadena DW que, aunque podría tardar años, finalmente se sabrá si Pío XII «dio instrucciones directas» de ayudar a escapar a los prófugos nazis con el fin de «combatir el peligro comunista».

O si «el Papa no sabía de la ayuda concreta y algunas personas de su entorno se aprovecharon de eso».

El enigma de Albert Speer, el arquitecto de Hitler que intentó pasar a la Historia como el ‘nazi bueno’

Albert Speer (segundo por la izda.) y Hitler en Weimar.Hulton-Deutsch Collection/CORBIS

Autor: Igor López

Fuente: El Mundo 22/03/2020

Casi 40 años después de su muerte, Albert Speer continúa siendo un enigma. ¿Cómo un ministro de Armamento y Guerra del Tercer Reich consiguió blanquear su imagen ante la opinión pública y librarse de la horca en los juicios de Núremberg? Su trayectoria en el nazismo despegó con 26 años cuando conoció a Adolf Hitler en un mitin para estudiantes.

Seguir leyendo

El primer convoy a Auschwitz: 999 adolescentes judías

Momentos felices…de su vida anterior a la experiencia del Holocausto. En la imagen se ve a Edie Friedman, Lea Friedman y dos amigas sin identificar en Kapušany (Eslovaquia). Las dos primeras jóvenes formaban parte del primer convoy enviado a Auschwitz. El de las 999 chicas. (Andrew Elias.)

Autora: NÚRIA ESCUR, 

Fuente:La Vanguardia 25/01/2020

No eran combatientes de la resistencia, no eran prisioneros de guerra. No había hombres. El primer convoy, el primer transporte oficial de judíos a Auschwitz, estaba formado por un grupo de chicas a quienes engañaron.

Partieron de Eslovaquia creyendo que iban a trabajar para su gobierno durante unos pocos meses. “Algunas familias pensaban que iban a una fábrica de calzado”. Una oportunidad laboral que no podían rechazar, eso les dijeron con todo el cinismo que implica.

Así que la cifra maquiavélica se las llevó: 999 mujeres judías destinadas a construir con sus manos Birkenau, cuyas dimensiones, “equivalentes a 319 campos de fútbol, siguen resultando inmensas”.

Muy pocas sobrevivieron. La reconstrucción de sus vidas nos la ofrece ahora Heather Dune Macadam en Las 999 mujeres de ­Auschwitz (Roca editorial en castellano y Comanegra en catalán), un relato conmovedor que ofrece las claves precisas para entender todo el horror –y toda la solidaridad entre sus víctimas– que encierra la barbarie.

Estas 999 mujeres jóvenes fueron consideradas indignas, víctimas perfectas para ser carne de cañón

La mayoría eran apenas unas niñas que tenían alrededor de 16 años. Y ese 25 de marzo de 1942, en su condición de judías y solteras, abandonaron sus hogares para subir a un tren. Bien vestidas y peinadas, a la expectativa, arrastraban sus maletas llenas de ropa y comida casera. No tenían ni idea de la vida, muchas jamás habían pasado una noche fuera de casa, pero se habían ofrecido voluntarias para trabajar durante tres meses en época de guerra. ¡Trabajar no podía ser algo tan malo!

Ninguno de sus progenitores sospechó que el gobierno acababa de vender a sus hijas a los nazis para que trabajaran como verdaderas esclavas. Ninguno sabía que su destino era Auschwitz.

Las crónicas han podido pasar por alto este hecho, pero lo cierto es que el primer grupo de judíos deportados a Auschwitz para trabajar como esclavos fueron chicas adolescentes. No había ni un solo hombre prisionero en esos vagones de ganado.

Estas 999 mujeres jóvenes (¿por qué ese número? ¿Tiene que ver con las meticulosas manías de Himmler?) fueron consideradas indignas, víctimas perfectas para ser carne de cañón. Peones humanos. Pero algunas lograron sobrevivir, volvieron y contaron su historia. Hoy, su testimonio, está en este libro que dará que hablar.

El 27 de enero de 1945 –se cumplen ahora 75 años– tropas soviéticas liberan el campo de exterminio de Auschwitz. “Lo primero con lo que se toparon las chicas eslovacas es con que las abroncaban, las desnudaban en público, las rapaban y las sometían a interminables chequeos médicos en plena nieve”. Días después seguirían comprobando su trabajo: obligadas a caminar descalzas sobre el barro, peleándose por una misérrima ración de pan, haciendo colas inacabables para llegar a unas letrinas vomitivas, trabajando sin descanso hasta el agotamiento y desinfectadas con un producto que les arrancaba la piel… Al final del día les quedaba un último encargo: tenían que arrastrar los cuerpos de las que habían muerto hasta el exterior.

En un principio la autora del libro buscó supervivientes. Contacta con Ruzena, la prisionera número 1649, que ya es nonagenaria, pero de entrada ella no quiere recordar, aunque acabaremos sabiendo todo su relato.

Entre sus trabajos estaba cavar carreteras con las manos y derrumbar muros

Finalmente encuentra una vía que le abre todas las puertas: Edith Friedman. Ella le cuenta, a sus 94 años, episodios terribles de su experiencia, también la de su hermana Lea. El álbum de recuerdos de varias familias: los Friedman, los Grosman, los Gross, se convierte en un catálogo del horror interminable. “Madge consolaba por las noches a las que habían perdido el juicio”.

Entre sus trabajos estaba cavar carreteras con las manos y derrumbar muros. Chicas que no llegaban a pesar cincuenta kilos, contra muros de toneladas. Cuando finalmente lo conseguían, la primera línea de chicas quedaba aplastada. Si una compañera quería ayudarles, un pastor alemán atacaba. Otras, en su delirio, se dirigían deliberadamente a la zona electrificada buscando el fin.

El libro concluye con una nota y un ruego de Edith Friedman: “Tienes que entender que en una guerra no hay ganadores. Incluso los ganadores pierden hijos, pierden casas, pierden bienes y pierden de todo. ¡Eso no es ganar! (…) Yo he vivido el Holocausto. Y he vivido con él más de 78 años (…) A decir verdad, yo no creía que pudiera sobrevivir. Pero me dije a mí misma: ‘Haré lo que pueda’. Y sigo viva”.

A finales de 1942 dos tercios de las mujeres del famoso primer convoy habían muerto. Una de las que permanecía allí logró hacer llegar a un maquinista –nadie sabe cómo– una nota. Decía así: “Pase lo que pase, no dejéis que os cojan y os deporten. Aquí nos están matando”. El ferroviario consiguió entregarla a su familia.

Dresde, el horror sigue presente

Arte en cenizas.Las bombas redujeron a escombros valiosas joyas de la arquitectura, incluidos palacios, iglesias y la ópera (P. RANDOM HOUSE)

Autor: Fernando García

Fuente: La Vanguardia 23/01/2020

Sinclair McKay narra los bombardeos que en una noche mataron a 25.000 habitantes de ‘la Florencia del Elba’

Setenta y cinco años después de la masacre que la Real Fuerza Aérea británica ( RAF) perpetró con sus dos bombardeos sobre la hermosa ciudad de Dresde, la noche del 13 al 14 de febrero de 1945, los hechos siguen horrorizando al mundo; en especial, a los descendientes de las víctimas y a la nación alemana en general, pero también a los compatriotas de los pilotos que arrojaron las bombas.

“El asunto sigue dando lugar a tremendos debates en los hogares y los pubs del Reino Unido. Los ingleses continuamos peleando en ese campo de batalla moral”, dice el escritor Sinclair McKay en su entrevista con La Vanguardia por la publicación de su libro Dresde. 1945. Fuego y oscuridad ( Taurus).

Todos en la RAF sabíamos que era una ciudad preciosa, llena de joyas artísticas, y con muchos refugiados”

WILLIAM TOPPER

La obra reúne decenas de testimonios directos rescatados del archivo de la ciudad germana –entre otras fuentes– para narrar la pesadilla que sus entonces 650.000 habitantes vivieron en la peor noche de su historia. A lo largo de sendas oleadas iniciadas a las 22.14 y la 1.23 horas, 796 aviones Mosquito y Lancaster sobrevolaron la urbe, marcaron objetivos y lanzaron 2.680 toneladas de proyectiles de demolición y bombas incendiarias sobre la Florencia del Elba . Los impactos y los consiguientes derrumbamientos, fuegos y atropellos en estampidas mataron a 25.000 personas e hirieron a unas 15.000. Joyas arquitectónicas como el teatro de la Ópera ( Semperoper), el palacio de Dresde y el Zwinger, la catedral, la iglesia de Santa Sofía o la de Frauenkirche quedaron reducidas a cenizas, lo mismo que numerosas industrias reconvertidas en fábricas de armamento y gran parte de las viviendas.

“Fue una atrocidad que desbordó los límites de la razón. Miles murieron abrasados y quedaron momificados, otros perecieron aplastados por la multitud –por ejemplo en la estación ferroviaria– o asfixiados en un sótano, pues no había refugios antiaéreos”, indica Mckay. La ciudad albergaba además a miles de refugiados que habían huido de las tropas rusas, así como ingentes cantidades de trabajadoras esclavizadas. La degradación social impuesta por los nazis había convivido extrañamente, “hasta bien avanzada la guerra”, con un ambiente obscenamente animado en cafés, tiendas y restaurantes de la Prager Strasse, uno de los focos vitales de una metrópoli hasta entonces conocida por su cosmopolitismo y su dinámica vida artística, literaria y musical.

Al caer las bombas quedé paralizada. Todos en el sótano empezaron a rezar. Incluso los que no creían en Dios”

GISELA REICHELT

¿Fueron un crimen de guerra los bombardeos del 13 y el 14 de febrero, precedidos y seguidos por otros de la fuerza aérea estadounidense. “Así lo sostienen muchos británicos”, señala McKey . Pero él no lo tiene claro, sobre todo porque tal calificación responde a un concepto jurídico complejo que además habría que extender a los terroríficos ataques aliados sobre Hamburgo, Colonia, Frankfurt, Bremen… En todo caso, el autor discrepa de aquellos que aún hoy opinan que la destrucción de Dresde fue una salvajada sin sentido porque la ciudad era insignificante desde el punto de vista militar. “No es así. Stalin pidió el bombardeo para detener el avance de tropas nazis hacia el este. Y había allí, en torno al bello casco antiguo, muchas factorías de guerra”.

Me crucé con una persona que tenía arrancada la tapa del cráneo. El interior era un cáliz rojo oscuro”

V. KLEMPERER

¿Y a quién habría que considerar culpable? ¿Al mariscal del aire británico, Arthur Harrys, El Carnicero ? ¿O también a los pilotos que cumplieron sus órdenes –aunque algunos tiraron las bombas al mar– sabiendo que 40.000 como ellos habían muerto en combate?

McKey subraya los “destellos de humanidad” que, entre tanta muerte, brillaron en pleno bombardeo. “Muchos jóvenes se jugaron la vida por ayudar a mujeres con sus hijos y a refugiados heridos”. Insiste el escritor en cómo, tras la guerra, la población se centró “en la reconstrucción y la reconciliación”, lo que incluyó un asombroso trabajo de reedificación de todo lo destruido y el hermanamiento con la villa inglesa de Coventry, ciudad muy castigada por las bombas nazis.

Esa regeneración física y moral, escenificada cada 13 de febrero con una cadena humana alrededor de la ciudad antigua y ruidosas campanadas que simulan las sirenas antes de un silencio sobrecogedor a la hora del bombardeo, viene acompañándose de un minucioso repaso y recuerdo compartido de los hechos. Pues “siempre hay que explorar la historia, y sin ella no hay posible reconciliación”. Dresde es en tal sentido “un símbolo útil”, dice McKey. Y lo dice en España, donde todavía hay quien no tiene esto claro.

Germania: así era la lunática capital imperial nazi que salvó al arquitecto de Hitler de la horca por el Holocausto

El Capitolio que Adolf Hitler diseñó junto a su arquitecto, Albert Speer, como pieza central de la nueva capital del mundo, Germania.

Autor: STEPHEN BAYLEY

Fuente: El País, 14/11/2019

El proyecto nazi se libró de caer en el ridículo gracias a los alucinantes edificios que ideó Hitler y dibujó Speer.

P: ¿Fue usted un entusiasta nazi, artísticamente hablando?

R: Hum… Eh… Sí.

Los franceses tienen un dicho: “Comprender es perdonar”; pero en el caso de Adolf Hitler era más bien «comprender es condenar».

Aunque, como apuntó el novelista Thomas Mann, es inútil negar (y necesario explicar) que las ambiciones satánicas de Hitler, sus odiosos asesinatos, sus crueles esclavizaciones y sus cultos a la muerte, fueron facilitados en gran medida por el arte. Sin los uniformes alucinantes, los edificios asombrosos y las impresionantes máquinas, el proyecto nazi habría parecido ridículo, así como malvado. La gente mala puede hacer cosas buenas, como descubrió Albert Speer.

Speer nació en 1905 y trabajó como asistente de Heinrich Tessenow, un arquitecto cuyo estilo y filosofía tendían un puente entre el clasicismo tradicional y el funcionalismo moderno. Speer se convirtió en cuanto escuchó a Hitler pronunciar un discurso en 1931. Si no necesariamente a la guerra total y al genocidio, sí a la grandilocuencia, a los gestos altisonantes y a la creencia de que él podría ser el padre del nuevo Germanisches Techtonik (edificio alemán). En 1934, pasó a ser el líder de la Schonheit der Arbeit Office (la oficina de la belleza del trabajo).

edificios nazis speer germania
Recreación del Capitolio de Germania que hace la serie ‘The Man in the Highcastle’, una ucronía de un mundo en el que Alemania y Japón ganaron la Segunda Guerra Mundial.

Speer no era un matón nazi ignorante, sino un oficial de clase, un caballero (aunque de dudosos principios). Como arquitecto de Hitler, Speer recibió el encargo de crear Germania, una reinvención de Berlín concebida por un loco, e inspirada en Babilonia y Roma. Fue pensada como un centro simbólico y práctico del nuevo imperio alemán global. Y el trabajo de Speer era realizar el Gesamtbauplan fur die Reichshauptstadt (el Plan Total para la Capital Imperial).

La modestia no tenía cabida en su concepción. Debía haber un Prachtallee (paseo de los esplendores) de cinco kilómetros que recorriera la ciudad de Norte a Sur. Tanto las avenidas ceremoniales como las pragmáticas autopistas fueron fundamentales en la visión que Hitler tenía de la dominación mundial en 1950. Había, por ejemplo, un plan de una ciudad llamada Nordstern (Estrella Polar) cerca de Trondheim, en Noruega, que se conectaría con Klagenfurt, en Austria, por una nueva carretera de 2.452 kilómetros de largo.

La superioridad alemana en granito sueco

edificios nazis speer germania
Maqueta de Germania, la Capital Imperial soñada por Hitler y cuyo proyecto, que encargó a Speer, se detuvo para atender los costes de la guerra.

La Reichshauptstadt (capital imperial) debía tener un Arco del Triunfo inspirado en el de París, pero mucho mayor, pues en opinión de Hitler, Napoleón no era más que un enano. La Cancillería de Speer doblaba en tamaño a la Galería de los Espejos de Versalles, para reflejar un ego el doble de grande que el del Rey Sol. Irónicamente, la expresión de la superioridad alemana de Germania debía construirse con granito sueco importado.

Al final, poco de Germania se llevó a término, aunque Speer llegó a presentar una calzada que iba de Este a Oeste (lo que fue posible gracias a un cruel y ambicioso programa de demolición), justo a tiempo para el 50 cumpleaños del Führer en 1939. Para 1943, la guerra acaparaba todos los esfuerzos y se detuvo el desarrollo. Y cuando el Ejército Rojo invadió Berlín, se opusieron —de forma comprensible— a la Cancillería de Speer y la destruyeron.

Es justo decir que Hitler, un artista y arquitecto frustrado de talento modesto, vio en estas disciplinas una forma convincente de articular su demente visión. Parece que sus primeras inspiraciones fueron las producciones de Wagner que vio de adolescente. Desde ese momento, Hitler quedó hipnotizado por los espectáculos de luz y fuego. Con estos artefactos teatrales, como Fafner en Parsifal, Hitler se transformó, de un pequeño gusano desagradable, en un monstruo aterrador.

edificios nazis speer germania
Recreación del interior del Capitol de Germania,
destinado a ser el edificio cubierto más grande del mundo.

Aunque no se puede negar el compromiso del Führer con la arquitectura. La Biblioteca del Congreso de Washington guarda más de 3.000 documentos sobre arquitectura de su librería privada, incluyendo el Gesamtplan para Germania. Este Plan Total, claro, hace referencia a la idea de Wagner de convertir la ópera en una Gesamtkunstwerk (obra de arte total). Y las fotografías muestran un Hitler verdaderamente absorto en discusiones sobre modelos arquitectónicos.

Hay testigos de su entusiasta participación en presentaciones de diseño, haciendo intervenciones decisivas con sus propios bocetos. Se decía que podía retener en su cabeza los detalles de hasta 15 proyectos arquitectónicos diferentes a la vez. Un compañero en un viaje en tren de Múnich a Berlín coincidió con el Führer que iba charlando sobre la Puerta del León en Micenas, la Puerta de Ishtar en Babilonia, el Propileo de la Acrópolis de Atenas y la Puerta Roma, el arco triunfal de Federico II, en Capua.

Pero, ¿qué hizo realmente el arquitecto de Hitler?

El trabajo de Speer era satisfacer a su vesánico empleador. Aparte de la gran fantasía de Germania, Speer levantó una teatral Catedral de Luz, primero en Tempelhof, luego en Nuremberg. Para esto, requirió prácticamente todas las existencias de reflectores del Luftwaffe (el Ejército del aire alemán) y colocó 130 de ellos espaciados a intervalos de 12 metros, disparando vigas verticales a más de 7.600 metros de altitud. “El efecto estético”, anotó Speer, “superaba todo lo que yo había imaginado”.

edificios nazis speer germania
Estructura de prueba de carga pesada que se levantó para comprobar si el suelo aguantaría el peso del Arco del Triunfo proyectado para Germania, mucho mayor que el de París.

Como arquitecto, Speer se basó en una fórmula de columnatas clásicas (despojadas de detalles arqueológicos), cornisas enfáticas y pórticos, inspiradas en Schinkel, pero con un tope de 11. Su mayor edificio fue el pabellón alemán para la Exposición Internacional de París de 1937. Como el pabellón soviético de B. M. Iofan, era de un neoclasicismo lumpen. Según apuntó Hellmut Lehmann-Haupt en Art Under a Dictatorship (“el arte en las dictaduras”), los regímenes autoritarios tienden a hacer réplicas de mano dura de la arquitectura de la Atenas democrática de Pericles.

Pero Speer muy probablemente exageró su papel como diseñador interno de Hitler. El propio Führer era a menudo el padre de los conceptos arquitectónicos, así como quien elegía los materiales y, por supuesto, aportaba la financiación. De algún modo, Speer era el equivalente al Dr. Porsche, otro contratista que tan voluntariosamente cumplió los deseos del Führer. Uno ideó una ciudad lunática, el otro creó el Volkswagen, que nació como el Kraft durch Freude-wagen (el coche de la fuerza a través del disfrute).

El aeropuerto Tempelhof de Berlín fue diseñado por Ernst Sagebiel, no por Speer, y el Estadio Olímpico (que podía acomodar a 74.228 personas) fue obra de Werner Julius March, mientras el edificio nazi definitivo, el Hygienemuseum (museo de la higiene) de Dresden, fue diseñado por Wilhelm Kreis.

Las verdaderas ruinas de Speer

Ruinenwerttheorie (la teoría de la ruina) fue la idea del culto a la muerte por la que los edificios debían decaer con belleza. Aunque él no utilizó el término hasta 1969, es un concepto fundamental en el mórbido punto de vista de Speer sobre los edificios. Irónicamente, Germania nunca fue una ruina porque nunca existió.

edificios nazis speer germania
Maqueta a escala del Capitolio de Germania. Se puede comprobar el colosal tamaño de la construcción basta comprarla con el edificio situado a su derecha, la Puerta de Branderburgo de Berlín, de 26 metros de altura.

En los Juicios de Nüremberg, Speer persuadió al tribunal con éxito de que, aunque él era uno de los colaboradores más habituales de Hitler, no sabía nada del Holocausto. Como resultado, consiguió que no lo ahorcaran y fue enviado en su lugar a la prisión de Spandau hasta 1966. Aquí, mantuvo un proyecto tan imaginario, y quizá tan demente, como la propia Germania: utilizando mapas y guías de viaje enviadas por benefactores, Speer caminaba por el patio de la prisión, tomando notas, como si estuviera recorriendo el mundo.

En 1955, la escritora británica-húngara Gitta Sereny publicó una monumental semblanza de Speer, que lo descubría como un embaucador y un mentiroso que siempre supo del asesinato de los judíos.

Germania nunca fue construida, pero la ciudad que más sufrió la Blitzkrieg (la guerra relámpago) del Führer fue la última ciudad que vio Speer. Cuando murió en 1981, Speer se alojaba en el Claridge’s de Londres, la fantasía Art Decó preferida de los roqueros y las estrellas de Hollywood.

(*) Stephen Bayley, consultor, reconocido escritor y crítico cultural especializado desde hace más de 30 años en diseño y arquitectura, ha sido comisario de arte y profesor de Historia del arte en la Universidad de Kent. Fue el creador, junto con Terence Conrad del Boilerhouse Project, en el Victoria and Albert Museum, que fue el germen del actual Museo del Diseño de Londres. Ha publicado 15 libros sobre estética, diseño, sexo y arquitectura (no necesariamente en ese orden).

Trece minutos para matar a Hitler: homenaje al carpintero comunista que atentó contra el dictador

El carpintero Georg Elser. Archivo Nacional de Polonia

Autora: Carmen Valero.

Fuente: El Mundo, 4/11/2019

La ciudad de Hermaringen rinde homenaje a Georg Elser, autor del primer atentado contra Hitler, hace 80 años. Elser fabricó una bomba y la escondió en una cervecería que el Führer solía visitar

Ochenta años ha tardado la ciudad de Hermaringen (al oeste de Alemania) en rendir homenaje al carpintero Georg Elser, autor de lo que se considera el primer atentado contra Adolf Hitler, el 8 de noviembre de 1939. Este lunes, la ciudad natal del hombre que podría haber cambiado el rumbo de la Historia, lo ha hecho descubriendo un monumento en su honor con la presencia del presidente Frank-Walter Steinmeier.

A diferencia de los oficiales de la operación Valkiria que luego se llevarían la gloria, el carpintero comunista actuó en solitario. Trabajó durante meses en una cantera para hacerse con explosivos y un detonador y, cuando consideró que la bomba de tiempo que construyó estaba lista, se mudó a la ciudad de Múnich. Allí comenzaba la fase mas complicada de su plan.

Era sabido que Hitler, desde su fallido golpe de Estado del 9 de noviembre de 1923, acudía todas las vísperas del aniversario a la cervecería Bürgerbräukeller, un salón con capacidad para 1.800 personas en el que realizaban mítines políticos. La cervecería era muy frecuentada por oficiales, incluido Hitler,y sus discursos incendiarios. Georg Elser decidió que el del 8 de noviembre de 1939 fuera el último. Durante 30 noches, Elser se dejó encerrar en el local. La idea era ahuecar una de las columnas de la cervecería y esconder allí la bomba. Hecho el trabajo, puso en marcha el mecanismo de relojería y abandonó Múnich en dirección a Suiza.

Hitler cumplió con la tradición, pero su discurso fue más breve. Poco después de las nueve de la noche ya había abandonado el local. Trece minutos después, la bomba estalló dejando una estela de destrucción, ocho muertos y varios heridos.

Elser fue detenido en la frontera y puesto a disposición de la Gestapo, torturado y llevado a los campos de concentración de Sachsenhausen y Dachau en calidad de «prisionero especial del Führer». Días antes de finalizar la II Guerra Mundial, el 9 de abril de 1945, fue asesinado de un tiro en la nuca.

En 1964 se hallaron las actas completas de los interrogatorios a Elser. «Quería evitar la guerra», respondió a sus torturadores. Y no, «nunca dudé de lo que hacía», aseguró.

Aunque tardío, el homenaje de la ciudad de Hermanringen a su hijo no es el primero que este carpintero recibe en Alemania: en Berlín cuenta con un monumento desde 2011. Se trata de una silueta de su rostro en acero y 17 metros de altura. Está en la Wihelmstrasser, donde se encontraba el centro de poder nazi y a pocos metros del búnker donde se suicidó Hitler.

Operación Bagratión, el Día D soviético que verdaderamente destruyó a Hitler y que ha sido silenciado

Autor: Daniel Bellaco.

Fuente: digitalsevilla.com, 6/06//2019

Hoy muchos medios del mainstream mentirán diciendo que el Desembarco de Normandía fue la batalla clave de la victoria aliada sobre Hitler tergiversando la Historia. Quizás en aras de dar valor a EEUU y Reino Unido, países símbolo del ultraliberalismo y buques insignia de la OTAN o por simple desconocimiento, quién sabe.

El gran público desconoce la operación que por aquellas fechas puso en jaque a la Alemania nazi y que realizó el Ejército Rojo, el que realizó el mayor esfuerzo para conseguir la destrucción de las tropas de Hitler.

La apertura de un segundo frente en Francia, se retrasó por parte de EEUU y Gran Bretaña, y sólo se hizo ante el temor de que la URSS acabara conquistando toda Europa.

A pesar de la tremenda derrota de la Alemania nazi en Stalingrado y el duro varapalo recibido en Kursk, el régimen de Hitler seguía siendo una amenaza para la URSS y seguía controlando gran parte de su territorio.

El mando soviético decidió en la primavera de 1944 dar un golpe mortal en el Frente del Este, donde Alemania perdió el 80% de sus tropas en la guerra. El nombre elegido fue Operación Bagratión (en honor a un príncipe ruso que había luchado contra Napoleón). Tendría lugar el 22 de junio, justo 3 años después de que la Alemania nazi invadiera la URSS causando millones de muertos, la gran mayoría civiles.

Stalin decidió sorprender a Hitler atacando en Bielorrusia a través de ríos, pantanos y bosques, algo muy difícil de realizar por el terreno y por las posibilidades de ser detectado. Allí estaba el Grupo de Ejército Centro Alemán, si este caía se acorralaba el Grupo Ejército Norte en las Repúblicas bálticas y se amenazaba seriamente al Grupo Ejército Sur en Ucrania. En resumen, un golpe decisivo en la guerra que significaría poner a las tropas soviéticas en la frontera alemana.

El alto mando soviético destinó 2,3 millones de soldados, 5.800 tanques y 7.000 aviones para el combate, agrupados en 200 divisiones. Los nazis tenían 400.000 soldados así como centenares de tanques y aviones.

Toda esa masa fue ocultada, en la mayor operación de camuflaje y desinformación de la historia. Se usaron enormes movimientos de tropas y tanques para despistar, convoyes nocturnos que viajan sin luces y órdenes dadas verbalmente o por escrito con mucho tiempo de antelación para que no fueran detectadas por los espías enemigos.

El 23 de junio se lanza la ofensiva avanzando en profundidad tras tremendos bombardeos que provocan la desbandada nazi y la captura de miles de soldados alemanes que quedan aislados.

Un ataque soviético hacia Lituania consigue reconquistar los países bálticos y gracias a los partisanos polacos conquistan además Varsovia en agosto.

El 29 de este mes, finaliza la operación ante el riesgo de sobreextender las líneas de batallas y de suministro.

Bagratión supuso el hundimiento del III Reich consiguiendo causar al Ejército alemán 350.000 bajas entre muertos, heridos y capturados, más que Stalingrado y Normandía juntas. Algunas fuentes alemanas apuntan a más de medio millón de bajas en la Wehrmacht en esos dos meses con lo cual el descalabro pudo ser incluso mayor.

Tanto en número como en consecuencias, fue la batalla más decisiva de la II Guerra Mundial, mucho más que el Desembarco de Normandía.

En la Operación Bagratión, Alemania envío el 75% de sus fuerzas militares contra el 25% del Desembarco de Normandía. Si los soviéticos no hubiesen realizado esta ofensiva, Francia no hubiese sido liberada y la historia habría cambiado.

Esta derrota costó al III Reich 1000 tanques y 2000 vehículos de todo tipo. Las bajas alemanas se estimaron en 60 000 muertos, 230 000 heridos y unos 116 000 prisioneros.

Fue con mucho la mayor victoria en términos numéricos para los aliados, reconquistando la URSS una inmensa extensión de territorio en 2 meses, recuperando prácticamente todas las áreas controladas por la URSS antes de la invasión alemana y colocándose a pocos kilómetros de Berlín.

Las mayores pérdidas sufridas hasta entonces por la Wehrmacht eran las bajas sufridas durante los 155 días de la ofensiva en Stalingrado, pero la Operación Bagratión les causó un número de bajas mucho mayor en tan solo 58 días. La ofensiva del Ejército Rojo aisló además al Grupo de Ejércitos Norte del Grupo de Ejércitos Sur, obligando a este último a retirarse prontamente del territorio soviético situado en los límites entre Ucrania y Rumanía, a fin de evitar ser cercado masivamente. Este hecho causó, indirectamente, que Rumanía y Bulgaria abandonaran su alianza con el Tercer Reich en agosto y septiembre de 1944, respectivamente, facilitando la penetración de la URSS en los Balcanes.

En el Desembarco de Normandía y en la invasión de Italia los Aliados se enfrentaron a solo un 25% de la fuerza total de unidades de la Wehrmacht disponibles en Europa; el 75% restante de las fuerzas germanas se encontraba combatiendo al Ejército Rojo en algún lugar del terrorífico Frente del Este.

Comparada con las cifras de la Operación Bagratión, la invasión de Normandía fue un teatro numéricamente inferior donde ambos bandos emplearon mucho menos hombres y recursos que en la Operación Bagratión, la cual ratificó que en el Frente Oriental de la Segunda Guerra Mundial, Alemania había perdido ya ante la URSS, país que después de años de sufrimiento y millones de muertos logró vencer, a la maquinaria nazi con la ayuda de sus aliados.

El dinero nazi de la poderosa familia Reimann.

1554220888_832164_1554277597_noticia_normal_recorte1

 

Autora: Ana Carbajosa

Fuente: El País, 3/04/2019

El escándalo ha sido sonado en Alemania tras descubrir que una de las familias más ricas del país apoyó fervientemente al régimen nazi y empleó a prisioneros de guerra en sus fábricas y villas privadas. Los miembros de la familia Reimann, propietaria de Pret a Manger o Calgon entre otras marcas, eran ferviente nazis y antisemitas, según publicó recientemente el sensacionalista Bild am Sonntag y ha confirmado posteriormente la propia familia.

Las investigaciones, que citan cartas y documentos obtenidos en Francia, Estados Unidos y Alemania revelan que Albert Reimann padre e hijo emplearon a civiles rusos y a prisioneros de guerra franceses para realizar trabajos forzados. Donaron además dinero a las SS, los paramilitares nazis. Ambos fallecieron —en 1954 y 1984— y ahora Peter Harf, uno de los dos socios del emporio familiar y portavoz del consorcio JAB Holding Company que agrupa a las marcas de la familia, ha reconocido que los Reimann ya fallecidos “fueron culpables”.

El patriarca y su sucesor amasaron una inmensa fortuna convirtiendo una pequeña industria química de ácido tartárico y cítrico en una compañía global. En 1933, banderas con esvásticas ya ondeaban a las puertas de la fábrica productora de Calgón, el disolvente antical que patentaron.

Peter Harf, socio y portavoz de JAB, conglomerado de los Reimann.
Peter Harf, socio y portavoz de JAB, conglomerado de los Reimann. SOEREN STACHE GETTY IMAGES

En 1937, Albert Reimann junior llegó a escribirle una carta a Heinrich Himmler en la que le explicaba que “somos una familia de más de 100 años de antigüedad y puramente aria. Los dueños somos partidarios incondicionales de la teoría de la raza”. El Bild asegura que hasta un 30% de los trabajadores de algunas plantas químicas e industriales de la familia, que sumaron un total de 175 personas, llegaron a ser trabajadores forzados en 1943. Ya en 1931, incluso antes de que los nazis llegaran al poder, los Reimann eran abiertos partidarios del partido nazi y donantes de las SS.

En otro documento, el hijo del patriarca se queja de cómo trabajan los prisioneros de guerra franceses en una obra de las fábricas. Asegura que la baja productividad “no se puede explicar con una vaguería normal, sino solo si se trata de un sabotaje deliberado […] Se lo comunico en calidad de concejal de la ciudad. Heil Hitler”, termina en la misiva enviada al alcalde de Ludwigshafen, en el suroeste de Alemania. La documentación contiene además decenas de testimonios de trabajadores que denuncian malos tratos y crímenes cometidos contra los prisioneros empleados. Las trabajadoras, además, sufrieron presuntamente abusos sexuales.

No solo los hombres de la familia profesaron devoción por los genocidas nazis. Else Reimann madre e hija también fueron fervientes defensoras del nacionalsocialismo. La hija llegó a casarse con un miembro de las SS en una celebración para la que decoraron la vivienda familiar con banderas nazis, como informó la prensa alemana una semana después de las primeras revelaciones. 

Edificio de las oficinas de JAB Holding Company, que agrupa las empresas de los Reimann.
Edificio de las oficinas de JAB Holding Company, que agrupa las empresas de los Reimann. SIMON HOFMANN GETTY IMAGES

Han sido los miembros más jóvenes de la familia, los que comenzaron a indagar en el pasado familiar y leyeron documentos algunos documentos de su padre a principios de los años 2000. En 2014, firmaron un contrato con un historiador Paul Erker, de la Universidad de Múnich para que llevara a cabo una investigación independiente. Cuando llegaron los resultados preeliminares, Harf, el gerente, ha explicado que se quedaron “pálidos”. “Esos crímenes son asquerosos”, llegó a decir en una entrevista con el diario alemán. La investigación se hará pública cuando haya concluido, y la familia donará 10 millones de euros a ONG, a modo de compensación simbólica. La fortuna de la familia que mantiene un perfil público muy bajo se calcula que asciende a 33.000 millones de euros.

En el año 2000, el Gobierno alemán puso en pie un fondo de 5.000 millones de euros, para ofrecer compensaciones a los trabajadores forzados del nacionalsocialismo y que han financiado parcialmente grandes empresas alemanas que se beneficiaron de esos crímenes.

La leyenda de «la chica del pelo rojo» que atemorizó a los nazis.

 

Fuente: ABC Historia, 13/03/2019

¿Había en realidad para tanto? Lo cierto es que sí. Pero no solo por la «chica del pelo rojo» (cuyo nombre verdadero era Hannie Schaft), sino también por las dos lugartenientes con las que contaba esta guerrillera: Freddie y Truus Oversteegen. Las tres formaban una suerte de comando especial que dependía del Raad van Verzet (RVV, la cúpula de la Resistencia holandesa) con un curioso cometido: seducir a soldados nazis en bares y cafés para acabar con su vida en cuanto se hallaran en un lugar apartado.

 

Mi abuelo era nazi: por eso tengo claro por qué necesitamos a la Unión Europea

adolf-hitler-nazi-munich-alemania_ediima20190222_0734_19
Adolf Hitler en 1931, a la salida de la sede del partido Nazi en Munich (Alemania). FLICKR

Autor: Matthias Bergmann
Fuente: eldiario.es, 23/02/2019

Hasta el día de su muerte, a principios de los noventa, mi abuelo fue un nazi convencido. La mayoría de sus hermanos mayores murieron de golpe una noche de la Primera Guerra Mundial, durante la batalla de Hartmannsweilerkopf y él pasó la mayor parte de los años veinte sin empleo, en una Alemania de entreguerras terriblemente traumatizada y caracterizada por los delirios de grandeza y el odio hacia los extranjeros, los judíos y la democracia.

Mi abuelo se afilió muy pronto al partido nazi. En 1940 se ofreció voluntario para luchar y llegó a sargento mayor de la Wehrmacht. En el frente oriental dirigió una unidad de lucha contra la insurgencia y participó en la toma de Kiev. Creemos que participó en la masacre de Babi Yar de septiembre de 1941, durante la que más de 33.000 judíos de Kiev fueron asesinados a tiros.

Mi abuelo siempre despotricó contra los judíos, los franceses y la pérfida Albion. Nunca volvió a salir de Alemania. Se ponía muy nervioso cada vez que estaba cerca de la frontera.

Por el otro lado, mi abuelo materno fue un maestro de Duisburg. Cuando le tocó ir a la guerra dejó en casa su cámara, su biblioteca, su esposa, sus dos hijos y toda esperanza de sobrevivir. Pasó tres años en el frente oriental. Sobrevivió, pero nunca volvió a interpretar música ni a sacar fotos. Era un hombre roto. Mi abuela pasó en Duisburg toda la guerra. En tres ocasiones, su casa recibió el impacto directo de las bombas. Hasta que falleció, el sonido de una sirena le hacía entrar en pánico.

Mi padre nació en 1944. Creció en un hogar nazi de posguerra pero comenzó pronto a leer y se unió a los Boy Scouts. Descubrió los derechos civiles y las ideas de la democracia y se convirtió en un socialdemócrata acérrimo, al que exasperaba cualquier cosa mínimamente de derechas. Mi madre nació en 1947 y le conoció en 1968 en la universidad. En una Alemania Occidental todavía marcada por la gran cantidad de nazis no arrepentidos, la participación en protestas antinazis fue la experiencia política definitoria de la pareja. Construyeron un hogar compuesto por cinco niños, lleno de música, libros, arte y el claro entendimiento de que ser alemán venía con la responsabilidad de ser prudentes con la política.

Durante mi infancia fui evacuado cuatro veces por bombas de la Segunda Guerra Mundial que no llegaron a estallar. De adulto, me volvió a ocurrir en otras dos ocasiones. En nuestros años escolares visitábamos Verdun [donde tuvo lugar una de las batallas más terribles de la Primera Guerra Mundial] y el campo de concentración de Bergen-Belsen. Además de Goethe, Schiller y Mann, leíamos ‘El diario de Ana Frank’ y ‘El Sistema de los Campos de Concentración alemanes’, de Eugen Kogon. Algunas veces pensábamos que nuestros maestros exageraban con su insistencia sobre el Tercer Reich.

En 1989 mis padres nos despertaron a todos para ver la retransmisión de la caída del Muro de Berlín. Sentados frente a la tele, tomamos nuestra primera copa de champán y vimos llorar a nuestros padres. Ese era el día en que la Segunda Guerra Mundial terminaba de verdad, me dijo mi padre. Y que nuestros amigos europeos lo habían hecho posible.

Tanto a mi como a mis cuatro hermanos nos enviaron al extranjero en muchas ocasiones. Aprendimos idiomas y siempre nos animaban a viajar por todas partes. Mi mejor amiga es una judía de Manhattan que vive en Noruega. Cada vez que voy a verla disfruto pensando en mi abuelo revolviéndose en su tumba.

Una Europa unida es nuestro legado. La Unión Europea no es un proyecto económico sino la defensora de la paz y la prosperidad en el continente. Si bien es cierto que la OTAN se encargó de asegurar que no hubiera conflictos en Europa Occidental, ha sido la UE, también en sus formas pasadas, la que ha construido la paz. Y lo ha hecho integrando, en una pacífica alianza de culturas, a naciones ligadas por unos valores y futuro en común.

Un país marcado por la identidad nacional

La imagen de mi padre jugando con mi sobrino me hace pensar en las tres generaciones consecutivas de alemanes que, por primera vez, han vivido una paz ininterrumpida. Nunca había pasado algo así. Quien quiera que haga peligrar esa estabilidad se va encontrar con una resistencia.

La diferencia más notable entre las experiencias formativas de mi abuelo y mi padre reside en la narración en torno a sus identidades nacionales. Para el primero, fue un relato de nacionalismo revanchista y autocompasivo, basado en el mito de la «puñalada trapera», que absolvía de responsabilidad por sus actos a los dirigentes y a toda la nación. La narración con la que creció mi padre fue de un realismo que había costado conseguir, basada en el reconocimiento de los crímenes y en la aceptación de la responsabilidad, con el liberalismo y la democracia como núcleo de la identidad.

Esa identidad nacional moderna no es un complejo de culpabilidad sino el entendimiento de que identificarse como alemán requiere reconocer nuestra historia en su integridad. Identificarse sacando pecho con las victorias en el Mundial de Fútbol no sirve si no somos también cuidadosos en tener presente nuestro belicismo histórico. Asimismo, sentir responsabilidad por esos crímenes sólo tiene sentido cuando se combina con una orgullosa identificación con logros como el de la participación de Alemania en la formación de la Unión Europea.

La UE de hoy es la culminación de décadas de paz y de integración política. Lejos de ser perfecta, sigue siendo la única forma de integración internacional y democrática exitosa. En un mundo globalizado, otorga un grado incomparable de libertad y estabilidad a sus ciudadanos y refuerza a los Estados nación con el respaldo económico y político de sus miembros.

En los últimos años, una ola de partidos de extrema derecha ha irrumpido en la política de los Estados miembro, desde los Demócratas Suecos hasta la AfD de Alemania o el Frente Nacional de Francia. Ahora es cuando empiezo a pensar que el interés de nuestros profesores en hablarnos del Tercer Reich tal vez no era tan exagerado.

Combinada con décadas de una retórica antieuropea a la que casi nadie hizo frente, esta oleada de la extrema derecha ha sido determinante en el Brexit del Reino Unido. Un debate del Brexit no fundamentado en hechos (por no decir contrario a los hechos), con los extremistas aumentando y los moderados sin lograr nada, representa un aterrador paralelismo con la infructuosa lucha que libró la República de Weimar contra el extremismo.

No es la única lección. El Brexit también exige de la Unión Europea que se proteja a sí misma y a los Estados miembro de los riesgos que puedan correr sus instituciones y procesos políticos. Poner en peligro los logros políticos fundamentales por satisfacer intereses económicos sería el colmo de la irresponsabilidad política.

La única forma de construir un futuro europeo común, que reconozca nuestro pasado fracturado y marque nuestro camino colectivo, es mediante un proceso conjunto, basado en normas y responsabilidades. Dejar la Unión Europea significa dejar atrás ese proceso conjunto y una identidad construida en torno a la consolidación de la paz. Es triste. Aún peor que eso, es aterrador.

Traducido por Francisco de Zárate