Franco creó 300 campos de concentración en España, un 50% más de lo calculado hasta ahora

Los prisioneros abarrotan el campo de concentración habilitado en la plaza de toros de Santander BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

Autora: Belén Remacha

Fuente: eldiario.es 11/03/2019

Franco creó en España un centenar más de campos de concentración de los que se creía hasta ahora. Una investigación del periodista Carlos Hernández plasmada en su libro Los campos de concentración de Franco documenta 296 en total, a partir sobre todo de la apertura de nuevos archivos municipales y militares. Por los campos pasaron entre 700.000 y un millón de españoles que sufrieron «el hambre, las torturas, las enfermedades y la muerte», la mayoría de ellos además fueron trabajadores forzosos en batallones de esclavos. Estuvieron abiertos desde horas después de la sublevación militar hasta bien entrada la dictadura.

El estudio anterior más completo, de Javier Rodrigo, había documentado hasta 188 campos de concentración en todo el país. También en torno a 10.000 víctimas mortales entre los asesinados y los fallecidos a consecuencia de las condiciones vividas ahí, pero Hernández cree que «esa cifra se queda corta con estos nuevos datos. Es imposible documentar todos los asesinatos y muertes porque no dejaban registro, pero en solo 15 campos que han podido ser investigados en esto ya calculamos entre 6.000 y 7.000. No es una proporción exacta porque entre esos 15 estaban algunos de los más letales, pero nos hacemos una idea de que hay muchas más víctimas».

Mapa elaborado por Ana Ordaz

La comunidad autónoma que más campos albergó fue Andalucía, pero hubo por todo el territorio: el primero fue el de la ciudad de Zeluán, en el antiguo Protectorado de Marruecos, abierto el 19 de julio de 1936, y el último fue cerrado en Fuerteventura a finales de los años 60. El 30% eran «lo que imaginamos estéticamente como campos de concentración, es decir, terrenos al aire libre con barracones rodeados de alambradas. El 70% se habilitaron en plazas de toros, conventos, fábricas o campos deportivos, hoy muchos reutilizados», explica Hernández. Ninguno de los presos había sido juzgado ni acusado formalmente ni siquiera por tribunales franquistas, y pasaron ahí una media de 5 años. Sobre todo eran combatientes republicanos, aunque también había «alcaldes o militantes de izquierdas» capturados tras el golpe de estado en localidades que cayeron en manos del ejército franquista.

Prisioneros de las Brigadas Internacionales en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos).
Prisioneros de las Brigadas Internacionales en el campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos). BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

Trabajos forzosos, hambre y torturas

En los campos de concentración de Franco se hacía una labor de «selección». Se investigaba a cada uno de los prisioneros, principalmente mediante informes de alcaldes, curas, y de los jefes de la Guardia Civil y la Falange de las localidades natales. A partir de ahí, clasificaban a los prisioneros en tres grupos, en términos franquistas: los «forajidos», considerados «irrecuperables», iban directamente a juicio, en el que se les decretaba cárcel o paredón. Los «hermanos forzados», es decir, los que creían en las ideas fascistas pero obligados a combatir en el bando republicano; y los «desafectos» o «bellacos engañados», los que estaban del lado republicano pero los represores valoraban que no tenían una ideología firme y que eran «recuperables».

Los «desafectos» poblaron de manera estable los campos de concentración y fueron condenados a trabajos forzosos. Durante la guerra estuvieron obligados a cavar trincheras, y al término del conflicto, principalmente a labores de reconstrucción de pueblos o vías. Sufrieron torturas físicas, psicológicas y lavados de cerebro: tenían que comulgar, ir a misa, o cantar diariamente el Cara al Sol, como ha documentado Hernández. También hay testimonios explícitos de hambrunas extremas, «la peor pesadilla de los prisioneros», enfermedades como el tifus o tuberculosis y plagas de piojos. Muchos de ellos fueron asesinados en el propio campo o por tropas falangistas que iban a buscarles, y otros muchos no sobrevivieron a la falta de alimento, higiene y atención sanitaria.

En noviembre de 1939, meses después del fin de la guerra, se cerraron muchos campos, «pero lo que sucede realmente es una transformación», relata el periodista. «La represión franquista era tan bestia y tenía tantas patas que evolucionó en función de las circunstancias. Franco, aunque aliado con Italia y Alemania, quería dar una buena imagen ante Europa, quería emitir una propaganda de respeto de los derechos humanos. Por eso oficialmente los campos terminan, pero algunos perduran durante mucho tiempo». El último oficial, también el más longevo, fue el de Miranda de Ebro (Burgos), que duró de 1937 a 1947.

Después hubo lo que Hernández denomina «campos de concentración tardíos», creados durante los años 40 y 50 y con denominaciones ya distintas. Fueron el de Nanclares de Oca (Álava), La Algaba (Sevilla), Gran Canaria y Fuerteventura, estos dos últimos para prisioneros marroquíes de la guerra del Ifni y cerrados en el 59. Durante el resto de la dictadura siguieron quedando vestigios: por ejemplo, en 1966 se clausuró la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía (Fuerteventura), en la que se encarcelaba y «reeducaba» a homosexuales.

Prisioneros haciendo el saludo fascista en el campo de concentración de Irún en Guipúzcoa
Prisioneros haciendo el saludo fascista en el campo de concentración de Irún en Guipúzcoa BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

«Ha habido miedo a hablar»

Según Hernández, hay que «rehuir» la comparación que parece inevitable con los campos nazis. En primer lugar porque «al lado de Auschwitz, de millones de víctimas en la cámara de gas, cualquier crimen brutal parece menos crimen». Y en segundo porque el sistema franquista era muy diferente: así como en la Alemania nazi todo estaba más o menos estructurado y los dividían entre los de exterminio directo y los de exterminio por trabajo, los españoles eran mucho más heterogéneos y todo más «caótico». Los campos de Franco variaban mucho en tamaño, y la suerte y destino de los prisioneros dependía en muchos casos de las decisiones del propio oficial, que los había más y menos sanguinarios.

Sobre el papel, estos centros estaban destinados solo a hombres: «En la mentalidad machista y falsamente paternalista de los dirigentes franquistas, las mujeres no encajaban en los campos de concentración». Aunque sí hubo grupos de cautivas en algunos como en el de Cabra (Córdoba), ellas fueron sometidas a idénticas torturas sobre todo en las cárceles. Las prisiones, al igual que las unidades del Patronato de Redención de Penas que construyeron el Valle de los Caídos, no están incluidas en esta investigación. Hernández la ha limitado a lo que la propia documentación del régimen categoriza como ‘campos de concentración’ –además de los cuatro tardíos– porque «la represión fue de tal magnitud y tuvo tantas estructuras que para poder explicarla tienes que parcelarla».

La segunda parte del libro de Hernández, que se publica el próximo 14 de marzo, consta de testimonios de víctimas. Quedaban pocos supervivientes que pudieran contarlo pero el autor conversó directamente con media docena de los que fueran presos en uno o varios de los casi 300 campos de concentración. Todos ellos han fallecido en los últimos tres años, el último el pasado jueves, Luis Ortiz, quien pasó por el de Irún, por el de Miranda de Ebro y por el de Deusto.

Durante muchas décadas «ha habido vergüenza y miedo» a hablar. Además de esas conversaciones con los antiguos presos, mucho de lo recuperado por Hernández parte de publicaciones elaboradas durante la Transición y de documentos familiares: «Hubo mucha gente que dejó escritos a sus hijos y nietos de lo que ocurrió». Él anima a eso, «a preguntar a la abuela, al abuelo, por lo que pasó: en todas las familias españolas hay alguien cercano con historias sobre esto. No quiero que esto sea un punto y final a la investigación sobre los campos de concentración, sino un estímulo para reabrir el tema».

Prisioneros del campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos) trabajando en la construcción de una carretera cercana.
Prisioneros del campo de concentración de San Pedro de Cardeña (Burgos) trabajando en la construcción de una carretera cercana. BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

El primer convoy a Auschwitz: 999 adolescentes judías

Momentos felices…de su vida anterior a la experiencia del Holocausto. En la imagen se ve a Edie Friedman, Lea Friedman y dos amigas sin identificar en Kapušany (Eslovaquia). Las dos primeras jóvenes formaban parte del primer convoy enviado a Auschwitz. El de las 999 chicas. (Andrew Elias.)

Autora: NÚRIA ESCUR, 

Fuente:La Vanguardia 25/01/2020

No eran combatientes de la resistencia, no eran prisioneros de guerra. No había hombres. El primer convoy, el primer transporte oficial de judíos a Auschwitz, estaba formado por un grupo de chicas a quienes engañaron.

Partieron de Eslovaquia creyendo que iban a trabajar para su gobierno durante unos pocos meses. “Algunas familias pensaban que iban a una fábrica de calzado”. Una oportunidad laboral que no podían rechazar, eso les dijeron con todo el cinismo que implica.

Así que la cifra maquiavélica se las llevó: 999 mujeres judías destinadas a construir con sus manos Birkenau, cuyas dimensiones, “equivalentes a 319 campos de fútbol, siguen resultando inmensas”.

Muy pocas sobrevivieron. La reconstrucción de sus vidas nos la ofrece ahora Heather Dune Macadam en Las 999 mujeres de ­Auschwitz (Roca editorial en castellano y Comanegra en catalán), un relato conmovedor que ofrece las claves precisas para entender todo el horror –y toda la solidaridad entre sus víctimas– que encierra la barbarie.

Estas 999 mujeres jóvenes fueron consideradas indignas, víctimas perfectas para ser carne de cañón

La mayoría eran apenas unas niñas que tenían alrededor de 16 años. Y ese 25 de marzo de 1942, en su condición de judías y solteras, abandonaron sus hogares para subir a un tren. Bien vestidas y peinadas, a la expectativa, arrastraban sus maletas llenas de ropa y comida casera. No tenían ni idea de la vida, muchas jamás habían pasado una noche fuera de casa, pero se habían ofrecido voluntarias para trabajar durante tres meses en época de guerra. ¡Trabajar no podía ser algo tan malo!

Ninguno de sus progenitores sospechó que el gobierno acababa de vender a sus hijas a los nazis para que trabajaran como verdaderas esclavas. Ninguno sabía que su destino era Auschwitz.

Las crónicas han podido pasar por alto este hecho, pero lo cierto es que el primer grupo de judíos deportados a Auschwitz para trabajar como esclavos fueron chicas adolescentes. No había ni un solo hombre prisionero en esos vagones de ganado.

Estas 999 mujeres jóvenes (¿por qué ese número? ¿Tiene que ver con las meticulosas manías de Himmler?) fueron consideradas indignas, víctimas perfectas para ser carne de cañón. Peones humanos. Pero algunas lograron sobrevivir, volvieron y contaron su historia. Hoy, su testimonio, está en este libro que dará que hablar.

El 27 de enero de 1945 –se cumplen ahora 75 años– tropas soviéticas liberan el campo de exterminio de Auschwitz. “Lo primero con lo que se toparon las chicas eslovacas es con que las abroncaban, las desnudaban en público, las rapaban y las sometían a interminables chequeos médicos en plena nieve”. Días después seguirían comprobando su trabajo: obligadas a caminar descalzas sobre el barro, peleándose por una misérrima ración de pan, haciendo colas inacabables para llegar a unas letrinas vomitivas, trabajando sin descanso hasta el agotamiento y desinfectadas con un producto que les arrancaba la piel… Al final del día les quedaba un último encargo: tenían que arrastrar los cuerpos de las que habían muerto hasta el exterior.

En un principio la autora del libro buscó supervivientes. Contacta con Ruzena, la prisionera número 1649, que ya es nonagenaria, pero de entrada ella no quiere recordar, aunque acabaremos sabiendo todo su relato.

Entre sus trabajos estaba cavar carreteras con las manos y derrumbar muros

Finalmente encuentra una vía que le abre todas las puertas: Edith Friedman. Ella le cuenta, a sus 94 años, episodios terribles de su experiencia, también la de su hermana Lea. El álbum de recuerdos de varias familias: los Friedman, los Grosman, los Gross, se convierte en un catálogo del horror interminable. “Madge consolaba por las noches a las que habían perdido el juicio”.

Entre sus trabajos estaba cavar carreteras con las manos y derrumbar muros. Chicas que no llegaban a pesar cincuenta kilos, contra muros de toneladas. Cuando finalmente lo conseguían, la primera línea de chicas quedaba aplastada. Si una compañera quería ayudarles, un pastor alemán atacaba. Otras, en su delirio, se dirigían deliberadamente a la zona electrificada buscando el fin.

El libro concluye con una nota y un ruego de Edith Friedman: “Tienes que entender que en una guerra no hay ganadores. Incluso los ganadores pierden hijos, pierden casas, pierden bienes y pierden de todo. ¡Eso no es ganar! (…) Yo he vivido el Holocausto. Y he vivido con él más de 78 años (…) A decir verdad, yo no creía que pudiera sobrevivir. Pero me dije a mí misma: ‘Haré lo que pueda’. Y sigo viva”.

A finales de 1942 dos tercios de las mujeres del famoso primer convoy habían muerto. Una de las que permanecía allí logró hacer llegar a un maquinista –nadie sabe cómo– una nota. Decía así: “Pase lo que pase, no dejéis que os cojan y os deporten. Aquí nos están matando”. El ferroviario consiguió entregarla a su familia.

La historia menos conocida del ‘fotógrafo de Mauthausen’.

Imagen tomada entre 1938 i 1939, que muestra a Francesc Boix con una ametralladora. (Cedida / Arxiu Nacional de Catalunya)

Autora: Agnérs LLorens

Fuente: La Vanguardia, 25/10/2018

El frío, la nieve, el hambre, el miedo, las cabezas rapadas, los números tatuados como una matrícula en el brazo. Los pijamas de rayas, salpicados de barro, pánico y vergüenza. Todas estas imágenes surgen en el imaginario colectivo cuando las palabras campo de concentración y campo de exterminio surcan la mente. En este contexto de prisioneros y trabajos forzados se alza la película El fotógrafo de Mauthausen , dirigida por Mar Targarona y basada en una historia basada en hechos reales, y que este viernes llega al cine.

La cinta tiene como protagonista al fotógrafo de Barcelona Francesc Boix que se valió de su trabajo forzado en el campo de Austria al servicio de las SS para esconder y conservar los negativos de las imágenes con las que inmortalizaban las condiciones de vida de los deportados. Las fotografías fueron de gran utilidad para conseguir una sentencia en los Procesos de Nuremberg, en 1946. De hecho, el libro de Benito de Bermejo -con el mismo título que la película y publicado en 2002- ya profundiza en la figura e imágenes capturadas por Boix en el campo de exterminio.

Junto a la popularidad de la historia de Francesc Boix, planea otra cuestión ligada al fotógrafo de TortosaAntonio Garcia, sobre la colaboración que pudo ofrecer para salvar los negativos. Pero para llegar hasta allí, es necesario empezar por el principio.

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La película protagonizada por el actor Mario Casas es un trampolín que acerca al gran público la figura de este fotógrafo que, años antes de contemplar en primera persona el horror del holocausto, fue uno de los principales cronistas visuales catalanes que tomó imágenes de las tropas que combatieron en la Guerra Civil, en el frente de Aragón.

Cuando se agotaron las opciones de los republicanos, Boix partió hacia un exilio que le trasportaría hasta Francia, a los campos de refugiados, a las brigadas de trabajo del ejército francés y, durante la Guerra Mundial (1939-1945), a la captura a manos del ejército alemán, que le trasladaría hasta Mauthausen.

Francesc Boix revive con el 80 aniversario de la Batalla de l’Ebre

El perfil de Boix como cronista de la Guerra Civil es un importante testimonio del conflicto que, en muchas ocasiones, se difumina por su estancia en Mauthausen. Por este motivo, los impulsores delCongrés Internacional 80 anys de la Batalla de l’Ebre que se ha celebrado este otoño en Tortosa han rendido homenaje a este joven, nacido el 1920 en el Poble Sec de Barcelona. Con apenas 16 años Boix se enroló para seguir con su cámara a los combatientes comunistas que participaron en la batalla hasta el fin del conflicto.

Los organizadores de la conmemoración de la efeméride que recuerda las ocho décadas de una de las batallas más sangrientas de la Guerra Civil han llevado hasta Tortosa la exposición Els trets de Francesc Boix, que recoge algunas de las imágenes que tomó entre 1936 y 1938, antes de su experiencia en los campos de concentración que se rememoran en el filme.

Una fotografia tomada por Francesc Boix, en 1938, muestra a un grupo de quintos de la quinta del 40 y del 28 de la 30ª División formando instrucción.
Una fotografia tomada por Francesc Boix, en 1938, muestra a un grupo de quintos de la quinta del 40 y del 28 de la 30ª División formando instrucción. (Cedida / Arxiu Nacional de Catalunya)
 

“Durante las últimas semanas, cerca de un centenar de personas han visitado la exposición, lo que creemos que es una cifra significativa”, explica Marc March, uno de los organizadores del Congrés Internacional 80 anys de la Batalla de l’Ebre. March recuerda que Boix tenía la misma edad que los combatientes de la Quinta del Biberón. Con este nombre se conoció la respuesta agónica y desesperada del bando Republicano para afrontar el avance de las tropas franquistas que hizo que con 18 años o menos participaran en las Batallas de l’Ebre y el Segre, a partir de 1938.

“Boix no participó en la primera línea del enfrentamiento porque ya estaba unido al conflicto desde hacía tiempo como voluntario, siguiendo a la 30ª División del ejercito republicano”, explica March, miembro de la asociación Amics i Amigues de l’Ebre, que ha organizado los actos del aniversario de la batalla que puso la cicatriz en las comarcas de l’Ebre.

Asimismo, el comisario de la exposición Els trets de Francesc Boix, Ricard Marco, destaca la “gran implicación” que el joven Boix demostró con diecisiete años recién cumplidos con la facción comunista de los combatientes, para quienes publicó fotografías durante la Guerra Civil en medios de esta inclinación política, como Juliol -relacionada con el PSUC- o medios revolucionarios, como Combate.

Soldados del Ejército Popular de la República con una metralleta en Sant Mamet, en una instantánea tomada por Boix en 1938.
Soldados del Ejército Popular de la República con una metralleta en Sant Mamet, en una instantánea tomada por Boix en 1938. (Cedida / Arxiu Nacional de Catalunya)

“Boix seguía la vida de los soldados desde la retaguardia y nos muestra a líderes del partido comunista y comandantes, especialmente Jaume Girabau o Nicanor Felipe, y también tenía relación con Teresa Pàmies y los hermanos Joaquim y Gregorio López Raimundo”, detalla Marco. Añade que la relación de Francesc Boix con este movimiento político “ya es estable en 1936 cuando el partido comunista establece su sede estable en la primera planta del antiguo Hotel Colon de Barcelona, ubicado en Plaça Catalunya”.

Un joven Francesc Boix (derecha) con el líder comunista Gregorio López Raimundo (izquierda).
Un joven Francesc Boix (derecha) con el líder comunista Gregorio López Raimundo (izquierda). (Cedida / Arxiu Nacional de Catalunya)
 

Las imágenes tomadas por Boix provenían de una cámara Leica “seguramente un regalo de un diplomático a las tropas comunistas” y de otra de medio formato, según explica Marco. Su incorporación de facto al batallón llegaría en 1937 y, en este período de tiempo, Boix retrató a los combatientes durante sus momentos libres.

“En cierto modo, las imágenes de Francesc Boix retratan el mismo ambiente que se ilustra en el libro de Orwell, Homenaje a Cataluny a, y muestra a los combatientes republicanos también en momentos de descanso con las carencias del momento”, detalla el comisario de la muestra que reúne las principales imágenes del fotógrafo de Barcelona en el frente del Segre.

Una imagen tomada por Boix, en 1938, muestra a Jaume Girabau, comisario de la 30ª División republicana, y dos soldados caminando entre edificios parcialmente derruidos en Vilanova de la Barca (Segrià).
Una imagen tomada por Boix, en 1938, muestra a Jaume Girabau, comisario de la 30ª División republicana, y dos soldados caminando entre edificios parcialmente derruidos en Vilanova de la Barca (Segrià). (Cedida / Arxiu Nacional de Catalunya)
 

Un hallazgo casual permitió identificar sus primeras fotografías

A menudo, las colaboraciones de Boix durante la Guerra Civil en revistas de la época aparecían sin firmar, por lo que identificar las imágenes que tomó en este período -que ilustran este artículo- es casi un hallazgo.

Las fotografías se consiguieron a través de la asociación cultural Fotoconnexió, entidad que localizó el paquete de negativos en una subasta por Internet. Cuando se supo que los negativos pertenecían al período histórico de la Guerra Civil, la Comissió de la Dignitat inició una campaña para la recogida de fondos para hacer una oferta por el lote, que sumó aportaciones de particulares y algunos medios de comunicación. A partir de esta iniciativa, Fotoconnexió adquirió los negativos por un importe de 7.500 euros en 2013.

El lote estaba compuesto por negativos de nitrato de celulosa, de 35 mm y de formato 127, que guardaban imágenes de la II República y de la Guerra Civil. El material se hallaba conservado en cajas de madera, latón y fundas de archivador de plástico. Los negativos estaban en buen estado y se acompañaban de anotaciones manuscritas. Un trabajo de investigación grafológico permitió identificar a Boix como el autor e las instantáneas, que desde 2016 se conservan en el Arxiu Nacional de Catalunya.

El joven fotógrafo Francesc Boix, con su cámara, en 1938.
El joven fotógrafo Francesc Boix, con su cámara, en 1938. (Cedida / Arxiu Nacional de Catalunya)
 

“De hecho, el libreto de la exposición Els trets de Francesc Boix, elaborada a partir de las fotografías del Arxiu Nacional fue la primera aproximación del equipo de guión de la película al personaje”, explica Marco.

¿Traicionó Boix a un fotógrafo de Tortosa?

Un personaje de mil caras. En el momento que la figura de Boix llega al celuloide, cobran también valor las voces que sugieren que su tarea de esconder los negativos del campo de exterminio de Mauthausen no fue un gesto individual sino que otros fotógrafos como Antoni García de Tortosa, le ayudaron sin que sus méritos hayan gozado de la misma notoriedad.

Así lo defiende el profesor emérito de historia contemporánea y política de la American University of Paris, David Wingeate Pike, que en su libro Dos fotógrafos en Mauthausen -editado en castellano por Ediciones del Viento- apunta que tanto Boix como García fueron los encargados del servicio fotográfico del campo y fue su actuación conjunta la que logró salvar las imágenes.

“¿Por qué acabaron enfrentados después de la guerra? ¿De qué se acusaban?”, se pregunta Pike en la sinopsis de su texto. De hecho, el mismo autor, en varias entrevistas, apunta que podría ser que Boix se hubiera atribuido el trabajo de más de una persona.

“Existe una polémica sobre quién salvó las fotos. Garcia salvó 200 copias Boix salvó 2.000 negativos. Antonio confió a Boix sus doscientas copias y permanecieron ocultas en el mismo sitio que los negativos pero, cuando Antonio salió del hospital donde fue internado después de la liberación de Mauthausen, las copias habían desaparecido, es decir, las había trasladado Boix”, explica el historiador en varios medios de comunicación, mientras añade que “Antonio se puso furioso y se sintió traicionado”.

Según sostiene Pike, “Garcia quedó resentido el resto de su vida y nunca perdonó a Boix”, aunque aclara que la primera versión que le dio Garcia -a quién el historiador conoció personalmente- puede ser “que estuviera distorsionada” y añade que, al parecer, “las imágenes de los dos fotógrafos están mezcladas desde 1945”.

La historia de Boix también recoge éxitos en versión comic

Lo cierto es que la película que se estrena este viernes no es el primer intento de llevar a la pantalla grande la historia del cronista visual del Poble Sec. Entre 2005 y 2006, el guionista e historiador Salva Rubio entró en contacto con el libro publicado por Benito de Bermejo y se planteó rodar una película con el mismo título. “Finalmente, por falta de financiación, en 2008 abandoné en proyecto, principalmente a causa de la crisis económica, que dificultó que siguiera adelante”, cuenta.

En su lugar, Rubio decidió contar la historia en formato de novela gráfica, un documento que se editó primero en Francia y posteriormente por la editorial española Norma Editorial, donde ya suma una segunda edición. “Además se ha traducido también al inglés y al italiano”, explica Rubio, que añade que la solución de reconvertir la historia en un cómic, del que él es autor y cuenta con ilustraciones de Pedro J. Colombo, permite “poder contar la historia con toda su fuerza y sin tener problemas de recursos económicos”.

Portada de la novela gráfica 'El fotógrafo de Mauthausen', editado por Norma i escrito por Salva Rubio, que ya ha llegado a la segunda edición.
Portada de la novela gráfica ‘El fotógrafo de Mauthausen’, editado por Norma i escrito por Salva Rubio, que ya ha llegado a la segunda edición. (Cedida / Arxiu Nacional de Catalunya)

 

Francisco Boix, el español que fotografió el horror nazi.

Francisco Boix, tras la liberación de Mauthausen.Autora: Montserrat Llor

Fuente: La aventura de la Historia. 23/10/2018.

Tras la liberación de Mauthausen (Austria), en mayo de 1945, el mundo tuvo noticia de las atrocidades cometidas por los nazis en el campo de concentración gracias a la iniciativa y la valentía de algunos deportados españoles, que arriesgaron sus vidas para sustraer del laboratorio fotográfico del complejo las imágenes que mostrarían la barbarie sufrida por los presos, esclavizados, torturados y asesinados por las SS.

Para ello, fue imprescindible la participación de unos jóvenes, todos españoles y menores de veinte años, bautizados como Poschacher, apellido del propietario de una cantera privada de las inmediaciones del pueblo, que lograron sacar de Mauthausen y poner a buen recaudo las fotografías conseguidas hábilmente porFrancisco Boix, en colaboración con Antonio García.

Ambos trabajaban en el Erkennungsdienst, el laboratorio fotográfico destinado oficialmente a los retratos de identificación de los presos. Allí revelaban, guardaban y clasificaban negativos y clichés de fotos que los nazis tomaban del campo: retratos, escenas cotidianas del trabajo de los presos, experimentos médicos, ejecuciones y, muy especialmente, las visitas de altos cargos. Este preciado material sería aportado, tras la liberación, por el propio Boix en los juicios de Nuremberg y Dachau como prueba de la crueldad nazi.

Portada del número 140 de la revista "La Aventura de la Historia".
Portada del número 140 de la revista “La Aventura de la Historia”.

En Mauthausen, Francisco Boix había sido un prominente, al igual que otros españoles que desempeñaban trabajos especiales. Consiguió un trato directo y habitual con algunos SS y, durante un tiempo, fue secretario del laboratorio. Pronto se dieron cuenta del valor histórico de las fotografías que pasaban por sus manos, la prueba que permitiría documentar en el futuro los crímenes cometidos en el campo de concentración desde el año 1940. Idearon la forma de sacarlas de él y, aunque en un principio fueron escondidas en diversos lugares por algunos presos, enseguida advirtieron el grave peligro de ser descubiertos. Por ello, Boix entró en contacto con un grupo de jóvenes que, desde 1942 y hasta finales de 1944, trabajaron fuera del campo: los Poschacher.

Fueron algunos integrantes de este comando, compuesto por unos cuarenta chicos de entre 13 y 19 años, los que llevaron a cabo la tarea. Jacinto Cortés y Jesús Grau sacaron las fotos fuera de los muros de Mauthausen y José Alcubierreconvenció a la austriaca Anna Pointner –vecina del campo– para que las escondiera en su casa hasta la liberación. Otros Poschacher colaboraron manteniendo absoluto silencio en un mundo en el que la traición era recompensada por los nazis. Aquel mutismo y el apoyo de todos los compañeros fueron armas decisivas para la misión.

Fotograma de "El fotógrafo de Mauthausen".
Fotograma de “El fotógrafo de Mauthausen”.

Francisco Boix, sobre cuya figura el viernes 26 de octubre se estrena la película El fotógrafo de Mauthausen(dirigida por Mar Targarona e interpretada por Mario Casas), había nacido en Barcelona, en 1920, en una familia modesta cuyo padre era un sastre de ideas izquierdistas, amante de la fotografía. Tenía 15 años cuando empezó la Guerra Civil. Ya era aprendiz de fotógrafo y había llegado a trabajar al lado de Gregorio López Raimundo y Teresa Pàmies en la revista Juliol, de las Juventudes Socialistas Unificadas de Catalunya, en las que militó. Desde entonces, su figura iría unida a una cámara.

Con talento innato para los idiomas –aprendió francés durante su exilio y, más tarde, alemán en un Stalag al caer prisionero de las tropas del Reich– fue conducido a Mauthausen con otros 1.500 republicanos españolesy llegó al campo el 27 de enero de 1941.

Consiguió trabajar en la tercera oficina del centro, el Erkennungsdienst, o servicio de identificación de los presos, donde se conservaban fotografías de altos mandos y actividades comprometedoras que tomaban los SS para su archivo. Junto con otro catalán destinado al laboratorio, Antonio García Alonso –llegaría después un tercer español, José Cereceda–, lograron esconder un verdadero tesoro: copias que ellos mismos hacían de las fotografías. En un primer momento, fueron sustraídas unas 200 fotos en papel y 800 negativos. Gracias a los Poschacher pudo esconderse el material.

Derribo del águila nazi a la entrada del campo de Mauthausen, una de las instantáneas tomadas por Francisco Boix tras la liberación del campo.

Ante la inminente derrota alemana, recibió la orden de destruir los archivos y los negativos, algo que hizo sólo parcialmente, pues efectuó una exhaustiva selección, salvando material histórico. Durante la liberación, logró hacerse con una Leica y tomó numerosas fotos de aquel momento pletórico: sus compañeros liberados; la muerte de Franz Ziereis (comandante del campo); el derribo del águila nazi en la entrada al campo, o la recogida del material de casa de Anna Pointner, entre otras. Se convirtió así en el reportero de la liberación de Mauthausen.

Durante el Juicio de Nuremberg, Francisco Boix afirmó que su tarea en el laboratorio fotográfico, dirigido por el suboficial SS Paul Ricken, consistió en revelar las películas Leica de los fusilados. Mostró y documentó algunas de las fotos más significativas, que probaban que Kaltenbrunner había ido a Mauthausen y conocía la existencia de los campos, visitas de altos mandos como Himmler, detalles de la cantera de Wienergraben, cadáveres lanzados desde lo alto de la cantera, el trabajo en las vagonetas, el ahorcamiento público del fugado Bonarewitz, judíos y otros presos colgados, etcétera.

Francisco Boix, declarando en los juicios de Nuremberg.
Francisco Boix, declarando en los juicios de Nuremberg.

Tras la liberación de Mauthausen, se estableció en París. Su salud estaba quebrantada a consecuencia del campo y, tras largas estancias hospitalarias, murió en 1951. Fue enterrado en el cementerio de Thiais, al sur de París.

Un libro revela que Franco colaboró con Hitler en las deportaciones de españoles y judíos a campos de concentración.

Franco y Hitler, en Hendaya, el 23 de octubre de 1940. / picture-alliance/Judaica-Samml/Newscom/Efe

Autor: Hugo Domínguez

Fuente: eldiario.es, 20/01/2015

Documentos hasta ahora inéditos demuestran que Franco colaboró con Hitler en la deportación de más de 9.000 españoles que acabaron en los campos de concentración nazi. La mitad de ellos no salieron con vida. Las pruebas y los testimonios que lo prueban los ha recopilado el periodista Carlos Hernández en el libro Los últimos españoles de Mauthausen. Pero hay más. Telegramas nunca vistos apuntalan la responsabilidad de Franco en el asesinato de más de 50.000 judíos de origen sefardí (descendientes de los judíos expulsados de la Península Ibérica a finales de la Edad Media).

«Escribiendo me he dado cuenta de que nos han engañado. La educación maniquea que se nos ha impartido ha intentado reescribir la historia», lamenta Hernández en conversación telefónica con eldiario.es. El libro surgió de las ganas de dar carpetazo al cargo de conciencia que sufrió al morir su tío Antonio, prisionero en Mauthausen. «Nunca le pregunté sobre el asunto de la deportación y tenía una espina clavada», apostilla.

Se puso manos a la obra y empezó a bucear por archivos, bibliotecas y hemerotecas hasta gestar una obra de más de 500 páginas con la que poner punto y final a esa tesis tan extendida de que la dictadura española no se inmiscuyó en la Segunda Guerra Mundial. Con un vasto material, alguno desconocido hasta el momento, el periodista consigue llegar a una conclusión: Franco, desde España, y Hitler, desde Alemania, se conjuraron con la idea de enviar a los campos de exterminio nazi a 9.328 ciudadanos españoles. De ellos, más de 5.000 no consiguieron sobrevivir a las terroríficas condiciones de los campos de concentración.

El germen de esta historia se remonta al 31 de julio de 1938. Ese día la policía franquista y la Gestapo –policía secreta nazi– acordaron un protocolo de actuación para agilizar los procesos de extradición y el intercambio de información sobre sus enemigos comunes. A partir de ahí, la comunicación no se cortó, sino más bien, se intensificó. En una de las cartas, Madrid admite que se «desentiende» de la suerte que puedan correr los españoles que todavía no han sido capturados por la Francia ocupada y devueltos a España.

Pero el día ‘D’ estaba aún por llegar. El mismo día en el que el ministro español de Gobernación Ramón Serrano Suñer visitaba Berlín, el Reich emitió una orden que despejó el camino para que miles de presos españoles acabarán en campos de concentración.

«Es ridículo pensar que todo responde a una casualidad», apunta el autor del libro, quien no duda de que «Hitler hizo el trabajo sucio a Franco para que el dictador español se pudiera librar de los ciudadanos que consideraba sería peligroso que volvieran a España». En el libro se mencionan además distintos documentos que demostrarían que Alemania informó «puntualmente» de sus planes de deportar a los españoles capturados en el país galo.

Lo desalentador viene a continuación. Según el relato de Carlos Hernández, Franco tuvo en sus manos la posibilidad de salvar a muchos españoles de una muerte segura y no lo hizo. «El régimen español tuvo capacidad de decisión sobre el destino de los españoles. Es más, salvó a dos personas que tenían vínculos con los franquistas. Lo intentó con algunos otros pero la respuesta que llegó desde Alemania es que ya era tarde. Estaban muertos», explica.

Pero ¿quiénes eran esos españoles? El escritor perfila tres grupos: los que sirvieron en las filas del Ejército francés en la Segunda Guerra Mundial, miembros de la Resistencia, y los hombres, mujeres y niños refugiados en la pequeña ciudad francesa de Angulema y que formaron parte del ‘Convoy de los 927’. En total, más de 9.000 españoles, de los que 5.180 murieron, 330 figuran como desaparecidos y 3.800 sobrevivieron. Como el murciano Francisco Griéguez, que a estas alturas todavía sigue sin poder conciliar el sueño y cuyo testimonio se incluye en el libro.

50.000 judíos que Franco podría haber salvado

Franco tuvo responsabilidad en el exterminio de judíos; en concreto, de 50.000 de origen sefardí. Lo asegura el periodista aludiendo a los telegramas que ha conseguido reunir. «Antes de que el Gobierno alemán pusiera en marcha la solución final, aprobó un decreto por el que se permitía a sus aliados repatriar a sus judíos», cuenta. Pero en España se optó por una postura de indiferencia: la circular que se hizo llegar fue la de salvar exclusivamente a los judíos que pudieran demostrar sobradamente su nacionalidad española, una condición muy difícil en ese momento para muchos.

En la captura que se muestra a continuación se puede leer como un diplomático español destinado en el extranjero se desentiende de las consecuencias que puedan tener las restrictivas instrucciones salidas de Madrid y subraya que, si no se levanta la mano, los repatriados «serán pocos». Con estas pruebas en la mano, se deduce, por tanto, que Franco conocía las intenciones de Hitler respecto a los judíos de toda Europa.

Telegrama incorporado por el autor en el libro y facilitado a eldiario.es
Telegrama incorporado por el autor en el libro y facilitado a eldiario.es.

«Simplemente con que hubiera tenido voluntad, podría haber salvado a decenas de miles de judíos de origen sefardí que en los años 40 residían en Europa, principalmente en Salónica y en Budapest», relata el autor. «No es muy moral para un régimen católico pedir a los judíos que en un momento como ese se entrara en el juego de la nacionalidad. Los que se salvaron finalmente no superaron los 700», señala. El origen español de los sefarditas, y por tanto su derecho a acceder a la nacionalidad, sí acredita su condición, se remonta a la época de los Reyes Católicos, cuando los judíos fueron expulsados de la Península Ibérica.

Con todo el material recopilado, ¿ha sido difícil escribir este libro? Responde Carlos Hernández de manera automática, sin rodeos: «Resultó más sencillo encontrar documentación fuera de España. Aquí hay más trabas, como las que puso la Fundación Francisco Franco o la Fundación Ramón Serrano Suñer para poder bucear en los archivos que guardan, y que no se han hecho públicos. «Espero que sigan saliendo más datos», lanza al aire como último deseo.

Un invento español poco conocido: los campos de concentración.

Más se perdió en Cuba… Imagen de Latin American Studies.

El primer campo de concentración de la era moderna lo puso en marcha el general Valeriano Weyler en Cuba en 1895, en vísperas de la guerra con EEUU que finalizaría con la pérdida de las colonias de ultramar, en 1898. La idea del general era “reconcentrar” a los campesinos, con el fin de evitar que ayudaran al Ejército Libertador, conocidos como “mambises“.

La proclama que daba inicio a la reconcentración decía:

1. Todos los habitantes de las zonas rurales o de las áreas exteriores a la línea de ciudades fortificadas, serán concentrados dentro de las ciudades ocupadas por las tropas en el plazo de ocho días. Todo aquel que desobedezca esta orden o que sea encontrado fuera de las zonas prescritas, será considerado rebelde y juzgado como tal.

2. Queda absolutamente prohibido, sin permiso de la autoridad militar del punto de partida, sacar productos alimenticios de las ciudades y trasladarlos a otras, por mar o por tierra. Los violadores de estas normas serán juzgados y condenados en calidad de colaboradores de los rebeldes.

3. Se ordena a los propietarios de cabezas de ganado que las conduzcan a las ciudades o sus alrededores, donde pueden recibir la protección adecuada.

El general Weyler (izquierda) y algunos de los cubanos que sufrieron los campos de “reconcentración”.

Los cerca de 400.000 cubanos encerrados en estos campos hacia finales de 1896 vivían en “condiciones higiénicas deplorables” y carecían de una alimentación suficiente. Además, la privación de libertad de los campesinos provocó una hambruna que cercenó a un tercio de la población de la isla. La cifra de fallecidos en los campos entre 1895 y 1898 se estima entre 300.000 y 600.000, según el historiador Miguel Leal Cruz.

Por los servicios prestados a la Corona española, el general Valeriano Weylerostenta desde hace décadas una placa en el Paseo del Pintor Rosales: “Modelo de lealtad constitucional”, según puede leerse sin aparente ironía.

Tal fue el éxito de los campos de concentración que los ingleses no tardaron en copiar la idea y aplicarla en su guerra contra los boers en Sudáfrica, aunque fueron los nazis los que llevaron la idea de concentrar -y aniquilar- civiles hasta el paroxismo durante la Segunda Guerra Mundial.

Mauthausen: 9 fotografías que reflejan el horror.

Fuente: Huffingtonpost.es, 05/065/2015.

El campo de concentración nazi de Mauthausen fue liberado por el ejército estadounidense el 5 de mayo de 1945. En él fueron internadas más de 71.000 personas de las que murieron unas 35.800. Entre ellos, miles de republicanos que fueron enviados por Franco tras la guerra.

Setenta años después de la liberación del campo nazi de Mauthausen, en Austria, resultan estremecedoras esta serie de fotografías. Fueron robadas a las SS por Francisco Boix con ayuda de otros prisioneros españoles. Su historia ha sido recreada por el historiador Benito Bermejo en el libro El fotógrafo del horror.

Apasionado de la fotografía y militante socialista, primero, y luego comunista, Boix (Barcelona, 1920-París, 1951) llegó en 1941 a Mauthausen, donde el colectivo de republicanos españoles fue de los más numerosos. La mayoría de ellos (3.893) murieron en el campo vecino de Gusen y 431 gaseados en el castillo de Hartheim.

Boix fue «un privilegiado» porque en 1941 entró a trabajar en el servicio fotográfico que los alemanes tenían en Mauthausen, que sirvió para fotografiar la vida y la muerte en el campo. Algún prisionero contabilizó hasta 35 formas de morir allí.

En 1943, tras la rendición alemana en Stalingrado, los SS dieron la orden de destruir los archivos fotográficos porque eran «comprometedores», pero, según declaró Boix en los juicios de Núrenberg y Dachau, se lograron salvar unas veinte mil fotos de las sesenta mil que se habían hecho.

Estas son algunas de ellas:

  • FRANCISCO BOIX / EFE
    Por Mauthausen, liberado por el ejército estadounidense el 5 de mayo de 1945, y por otros campos de concentración dependientes de él, como Gusen, pasaron unos 200.000 prisioneros de diferentes nacionalidades, de los cuales murieron la mitad, entre ellos 4.761 de los 7.200 republicanos españoles que estuvieron confinados allí.
  • FRANCISCO BOIX / EFE
    La escalera de la cantera de Mauthausen, de 186 peldaños, donde se dejaron la vida cientos de prisioneros. Según Francisco Boix, la historia del campo calcula un hombre muerto por losa de peldaño. Trabajar en las canteras de granito del campo de concentración austríaco de Mauthausen significaba la muerte casi segura para los prisioneros. Por esa escalera subían cargados con pesados bloques de granito. A veces, cuando llegaban arriba, los guardianes de los SS los empujaban y los hacían caer en cadena.
  • FRANCISCO BOIX / EFE
    Centenares de prisioneros desnudos a la espera de una desinfección general en el campo nazi de Mauthausen
  • FRANCISCO BOIX / EFE
  • FRANCISCO BOIX / EFE
    Un grupo de presos españoles arrastran una vagoneta de tierra en el campo de Mauthausen
  • FRANCISCO BOIX / EFE
    Un prisionero de Mauthausen muerto junto a una de las alambradas electrificadas del campo nazi.
  • FRANCISCO BOIX / EFE
    Un grupo de prisioneros derriba el símbolo nazi instalado en la entrada del campo de Mauthausen, el mismo día de la liberación
  • FRANCISCO BOIX / EFE
    Un grupo de prisioneros derriba el símbolo nazi instalado en la entrada del campo de Mauthausen, el mismo día de la liberación
  • FRANCISCO BOIX / EFE
    Fotografía realizada por Francisco Boix el día de la liberación de Mauthausen, que muestra a cientos de muertos en el campo nazi.