La pandemia franquista de la que nadie habla

La poliomielitis adquirió carácter pandémico a finales de los años 40, y alcanzó mayor intensidad entre los 50 y principios de los 60.

Autor: Javier Merino

Fuente: elsaltodiario.com 19/11/2020

La dictadura nacionalcatólica ocultó deliberadamente la pandemia de poliomielitis, acaecida entre los años 50 y 60, en aras de construir una artificiosa raza española. Hoy viven en el Estado español entre 40.000 y 50.000 supervivientes de una enfermedad hoy dada prácticamente por erradicada. Reclaman un reconocimiento como víctimas del franquismo.

“Dios mató a mi madre cuando estaba dando a luz. Dios me dio un ladrón por padre. Cuando era veinteañero, Dios me dio la polio, que contagié una vez a una docena de niños, probablemente más, incluida la hermana de Marcia, incluido usted, casi con toda seguridad. (…) ¿Hasta dónde debería llegar mi amargura? Dígamelo usted”.

Philip Roth, Némesis.

A finales del pasado mes de agosto, los medios de comunicación pasaron de puntillas por una noticia de una importancia histórica considerable: se había logrado erradicar la poliomielitis en África, un virus que mata la musculatura. Hubo quien lo hizo notar en redes sociales con excesiva euforia creyendo que lo habíamos vencido definitivamente —entre los que me incluyo— pero lo cierto es que el virus todavía no ha sido erradicado totalmente en el mundo. Aún hay casos en Afganistán y Pakistán. No obstante, es una noticia de enorme relevancia, puesto que se trata de una enfermedad de consecuencias terribles para la que no existe cura y a la que solo es posible eliminar mediante la prevención, es decir, con una vacuna que es efectiva al 100%.

La poliomielitis siempre ha estado entre nosotros y, como en muchas otras cosas, los egipcios fueron los primeros en dejarnos una clara evidencia de su existencia en una estela del Reino Nuevo. Pero entre los siglos XVIII y XIX se comenzaron a experimentar brotes hasta que en el siglo XX se declaró una pandemia. A lo largo de la historia, grandes personajes han sido víctimas de ella, entre ellos, el emperador Claudio, Franklin Delano Roosevelt, Frida Kahlo, Arthur C. Clarke, Francis Ford Coppola o el físico Robert Oppenheimer.

Ahora todo es covid-19. Yo suelo decir que, incluso quienes no hemos padecido el virus (o eso creemos), sufrimos las consecuencias de su existencia. Desde marzo, ni un solo día hemos dejado de hablar de ello; ni un solo día hemos podido ver un programa en televisión en el que no se hable de ello; ni un solo día hemos podido leer un periódico o revista que no mencione el virus; ni un solo día sin temor. El virus nos ha infectado doblemente, y su impacto ha sido tan grande que, rápidamente, se buscaron precedentes de pandemias en la historia, apareciendo al momento la peste negra del siglo XIV, la gripe de 1918 o la viruela. Pero apenas ningún medio ha rescatado la pandemia de poliomielitis que hubo en la España franquista entre finales de los años 50 y principios de los 60 del siglo pasado. ¿Por qué motivo? Puedo entender que esto lo omita el panfleto que dirige Jiménez Losantos, pero no concibo que los grandes medios de comunicación se lo hayan callado.

Al ser de pago, la mayor parte de la población no pudo permitírse la vacuna

La poliomielitis podía matar fulminantemente y, en el mejor de los casos, dejaba gravísimas secuelas paralíticas. En nuestra memoria quedan los famosos pulmones de acero, que se convirtieron en una cárcel de la que muchos no podían salir si querían seguir vivos. Ahora vemos por las calles personas en sillas de ruedas, con muletas, con bastones, con órtesis o prótesis en las piernas que les son absolutamente imprescindibles para desplazarse. Forman parte del paisaje, son las víctimas vivientes de la polio, un virus que ha afectado a uno de los grupos poblacionales más vulnerables: los niños. A modo de comparación, podemos decir que el número reproductivo básico (R0, variable por la que se estima la velocidad con que una enfermedad puede propagarse) de la covid-19 oscila entre 1 y 3,5, mientras que el de la polio oscila entre 5 y 7. La poliomielitis pasó a ser el problema de salud pública más aterrador de la época de la posguerra, tanto en EE UU como en Europa. Sobran las palabras.

España, con la instauración de la dictadura franquista, quedó excluida hasta 1950 de varios organismos internacionales. A consecuencia de ello, hubo un retroceso científico y en la modernización sanitaria por los efectos de la contienda y por el exilio forzoso de grandes figuras de la ciencia y de la medicina. Además, la pobreza y las condiciones de posguerra provocaron una elevación de la morbilidad y mortalidad por enfermedades infecciosas. La poliomielitis adquirió carácter pandémico a finales de los años 40, y alcanzó mayor intensidad entre los 50 y principios de los 60 hasta la primera campaña de inmunización; casi nueve años después de disponerse de la vacuna inyectable Salk, y tres después de contarse con la vacuna oral Sabin. Este hecho refleja la resistencia del régimen franquista a reconocer que la polio constituía un importante problema de salud pública en nuestro país. No lo hizo hasta 1958, en la inauguración del V Simposio de la Asociación Europea contra la Poliomielitis celebrado en Madrid.

A partir de ese año, la Dirección General de Sanidad (DGS) dio comienzo a una campaña de vacunación engañosa. A pesar de que Salk se negó a hacerse multimillonario patentando la vacuna (su respuesta “no hay patente, ¿acaso se puede patentar el sol?”, ha quedado para los anales de la historia), los dirigentes españoles consideraron que las características de la vacuna complicaban la labor, tanto por administrarse en tres dosis inyectables —lo que implicaba tiempo y personal— como por la necesidad de conservación —lo que se traducía en un encarecimiento para su traslado y aplicación—. Este fue el motivo esgrimido por el Gobierno para que la vacunación no fuese gratuita. Como consecuencia, al ser de pago, la mayor parte de la población no pudo permitírsela.

No hubo ninguna tipo de ayuda a las víctimas de la poliomielitis, ni durante la pandemia ni en los años que siguieron

Agobiado por las presiones internacionales, el 26 de enero de 1963 el Ministerio de Gobernación español dictaba las pautas para proceder a la vacunación antipoliomielítica en los niños a través de una Orden enmascarada bajo el título Normas en cuanto a las obligaciones y facultades de la Dirección General de Sanidad en materia de Medicina Preventiva (vacunación antipoliomielítica). Nuestra dictadura fascista dictaba políticas para la “protección de la infancia” —interpretada por el franquismo como bien social antes que como sujetos—, que habían derivado más hacia la enseñanza y el adoctrinamiento que hacia una mejora de la sanidad pública. En este contexto, la enfermedad y sus secuelas fueron un desafío al discurso del régimen pronatalista y regeneracionista; el niño poliomielítico chocaba con el pueblo sano y fuerte concebido para forjar una España imperial, grande y libre.

No hubo ninguna tipo de ayuda a las víctimas de la poliomielitis, ni durante la pandemia ni en los años que siguieron. Los afectados tuvieron que utilizar sus propios medios económicos, por un lado, para salir adelante, encontrar la información necesaria y acceder a medidas de rehabilitación; y, por otro, para mejorar su calidad de vida mediante la adquisición de aparatos ortopédicos, la realización de adaptaciones en su vivienda, así como procurarse una formación profesional que les permitiera su integración en la sociedad y su independencia económica.

No existe estadística fiable sobre cuántos sobrevivientes de la poliomielitis de mediados del siglo pasado existen en la actualidad. En el mundo se estima que pueden ser unos 20 millones de personas, distribuidas por todos los países. En España cabe pensar entre 40.000 y 50.000. Por tanto, podemos concluir que la cantidad de contagiados fue mayor, pero los datos son imposibles de contrastar puesto que con la modernización sanitaria llevada a cabo con el advenimiento de la democracia, muchos expedientes e informes fueron destruidos en hospitales y centros sanitarios. Lo cierto es que se desconoce el número de muertos reales en estos últimos 70 años.

Pero esto no es todo, desgraciadamente no hemos llegado aún al final de este vía crucis. La enfermedad produce unas secuelas que deterioran gravemente la calidad de vida durante el proceso de envejecimiento. Es el llamado Síndrome Pospolio (SPP). El término hace referencia al desarrollo de nuevos síntomas neurológicos, en especial debilidad muscular, atrofia y fatiga musculares nuevas que no son explicables por ninguna otra causa médica, y que aparecen después de más de 15 años de la infección aguda. Se estima que afecta del 20% al 85% de individuos con antecedentes de poliomielitis en la infancia. Las secuelas son terribles: los afectados experimentan una mayor sensibilidad al frío y los dolores en espalda, extremidades superiores e inferiores, zona lumbar y zona del cuello son el pan nuestro de cada día. Otras partes del cuerpo que en principio se vieron libres del virus, ahora también experimentan dolor y deterioro al haber tenido que ser utilizadas más de la cuenta para auxiliar a las partes infectadas. Nada mejor que ver el documental de la TV3 Polio, crónica de una negligencia para comprender el alcance de la pandemia.

La dictadura impidió la vacunación universal gratuita, y cuando se vio forzada a actuar, era demasiado tarde. Miles de niños vieron sus vidas truncadas

Traer estos terribles hechos aquí y ahora tiene una doble motivación. En primer lugar, reflejar en qué consiste exactamente la responsabilidad de un gobierno en cuanto a la salud de los ciudadanos. Estamos viendo y oyendo a diario, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales, hablar de la actuación criminal del actual gobierno. Soy el primero que admite, sin reservas ni concesiones, que ni este ni ningún otro gobierno en el mundo han actuado de la mejor manera posible en la lucha contra la pandemia. Pero esto se ha debido más a la facilidad con la que se contagia el virus, a que la movilidad es un elemento catalizador de su propagación, a nuestra propia irresponsabilidad personal que deriva en actitudes insolidarias, y a que nos enfrentamos a algo para lo que no existe antídoto.

Más que negligencia ha habido desconocimiento. Más que premeditación o alevosía, ha habido improvisación. Pero con lo ocurrido en España con la pandemia de polio tenemos un claro ejemplo de lo que es una actitud claramente criminal. La dictadura impidió la vacunación universal gratuita, y cuando se vio forzada a actuar, era demasiado tarde. Miles de niños vieron sus vidas truncadas.

En segundo lugar, evidenciar públicamente algo que quienes contrajimos la enfermedad ya sabemos: somos, afortunadamente, una especie en vías de extinción. Cuando nosotros hayamos desaparecido del mapa, el virus ya habrá sido totalmente derrotado y no habrá más enfermos de polio. Y no queremos indemnizaciones, no queremos compasión, no buscamos venganza, ni siquiera justicia porque eso ya es imposible. Lo que nos gustaría a muchos como yo es que se nos reconozca como víctimas del franquismo. Porque a pesar de que los partidarios de la República asistimos con resignación a la muerte o desaparición de nuestros padres o abuelos, con la polio también sufrieron las consecuencias muchos partidarios del régimen, convirtiéndonos así a todos en una secuela viviente de aquella infame dictadura nacionalcatólica que ocultó deliberadamente el problema en aras de construir una artificiosa raza española. Los anticuerpos españoles no funcionaron y dieron pie a una prolongación en el tiempo de la Leyenda Negra.

Septiembre tiene el rostro de Allende

Salvador Allende. 1972

Autor: Gustavo Espinoza M.

Fuente: nuevatribuna.es 07/09/2019

El 4 de septiembre de 1970 Salvador Allende alcanzó la primera mayoría en las elecciones generales celebradas en Chile. El 11 del mismo mes, en 1973, fue derrocado y asesinado mediante un golpe de Estado fascista desencadenado en su país. Pero Allende, no es sólo una figura de Chile. Es de todos. Por eso se dice que septiembre, tiene el rostro de Allende.

Isabel, la hija el Presidente caído en combate aseguró que, muchos años estuvo convencida que su padre fue asesinado por los militares que lo derrocaron.  Dijo, además, que sólo tras la exhumación de sus restos, en 1990, admitió el suicidio como la forma de su muerte.

Después siendo ya Presidenta de la Cámara de Diputados de su país publicó sus declaraciones en «El Mercurio», el vocero más calificado de la derecha chilena, y cómplice en su momento de la tragedia del 73.

Como se recuerda, ese diario –ícono de la prensa tradicional chilena- fue financiado por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos y su propietario, el señor Agustín Edwards, recibió gruesas sumas de dinero por su campaña contra el gobierno de la Unidad Popular.

Se dice que el tiempo restaña todas las heridas, y eso puede ser verdad. Pero tiene un límite. No debe borrar de la mente de las personas su sentido de realidad, ni su conciencia. Hoy, debiéramos admitir que hay muchas formas de matar a un hombre. Una de ellas, es obligarlo a pegarse un tiro.

Los sucesos que ocurrieron en La Moneda hace 46 años, han sido motivo de prolija investigación, pero aún subsisten diversos interrogantes. Nada, sin embargo, borrará de la conciencia de los pueblos la imagen de un Presidente resuelto y heroico, que enfrentó con las armas en la mano los últimos momentos de una vida -la suya- que inmoló en defensa de su pueblo.

Nada, tampoco, borrará el hecho que el Golpe fue preparado y digitado desde Washington por el presidente Nixon con la participación activa de Henry Kissinger, operado por la Agencia Central de Inteligencia -la CIA- y bautizado con el nombre de “Proyecto FUBELT”

Muy pronto se cumplirá un nuevo aniversario de lo ocurrido. Muchos acontecimientos se recuerdan en una misma fecha. Es, en efecto, el aniversario del golpe fascista; la caída del gobierno de la Unidad Popular; el brutal asesinato de centenares de chilenos abatidos en las calles y en las poblaciones de un país al que Pablo Neruda definiera como “un largo pétalo de mar, y vino, y nieve”;  la detención de miles más, que fueron confinados en centros clandestinos de reclusión, y luego torturados y asesinados.

Para los peruanos, el 11 de septiembre de 1973 fue un día aciago. Una advertencia de lo que preparaba el imperialismo en el concierto latinoamericano contra quienes osaban levantar su voz, y enfrentar su dominio.

El fascismo en Chile no fue ciertamente el primer paso en la lucha del gran capital contra los pueblos. Ya había ocurrido, en marzo de 1964, el golpe de Estado de los militares de la Escuela Superior de Guerra del Brasil, liderado por Castello Branco. Y siete años después, la sangre había corrido por las calles de La Paz, cuando los militares golpistas dieron al traste con el régimen progresista de Juan José Torres.

En junio del mismo 73, otro país hermano, la tradicional sociedad de Uruguay -la Suiza de América- había caído abatida por los sables. Se trataba entonces de un nuevo paso en la estrategia que se afirmaría en el Perú con la caída de Velasco Alvarado, y con el zarpazo fascista de Videla en Argentina.

Las dictaduras del Cono Sur –Plan Cóndor incluido- abrieron un abismo de sangre en las sociedades latinoamericanas de fines del siglo pasado, pero se proyectan aún en nuestro tiempo. Regímenes aviesos, como el de Alberto Fujimori; administraciones perversas, como las de Carlos Andrés Pérez en Venezuela; o Álvaro Uribe, en Colombia; fueron el preámbulo de regímenes repudiables como los de Bolsonaro, Piñera o Iván Duque, hoy.

El 11 de septiembre, entonces, no es sólo un aniversario. Es también un símbolo porque después fueron cambiando las cosas. Ahora, algunos de los asesinos de ayer, viven en la secuencia de sus condenas; pero otros mantienen vigencia, y expectativas de Poder.  En muchos lugares se ha afirmado la conciencia de los pueblos, pero en otros, aún subsiste el temor y la inseguridad. 

Lo que algunos no perdonan a Salvador Allende es su conducta resuelta, su firmeza, su alianza con los comunistas, su capacidad de sacrificio, que llega mucho más allá de lo que esperan quienes hablan de su recuerdo y traicionan su memoria.

Allende no podría ser traicionado por los pueblos, del mismo modo como tampoco será olvidado por quien tenga la conciencia clara y el corazón ardiente. Los pueblos, veneran su rostro.

Ben Gurión y la proclamación del Estado de Israel

David Ben Gurion lee el acta de fundación del Estado de Israel en el Parlamento hebreo
 Arxiu La Vanguardia

Autor: Ramón Álvarez.

Fuente: lavanguardia.com 18/04/2020

EL CONTEXTO

“La paz duradera sólo será posible con una Estado de Israel fuerte”. La conocida controvertida máxima de David Ben Gurión no convenció en absoluto ni a los árabes palestinos ni a los países de mayoría árabe de alrededor, aunque sí fue una acicate definitivo para unir a la dividida y diversa comunidad hebrea y para persuadir a la comunidad internacional a establecer un nuevo orden en Oriente Medio, empezando por Estados Unidos y acabando por la Unión Soviética.

Atribuir al medio millón de judíos que vivían en Palestina acabada la Segunda Guerra Mundial el papel de arbitraje de la región que hasta ese momento ostentaba Reino Unido podría haber sido un brindis al sol de no haberse apoyado en una firme política de hechos consumados, en la creación de estructuras políticaseconómicas culturales de cohesión y en la cobertura legal de Naciones Unidas tras la intensa labor del lobby judío.https://www.youtube.com/embed/ejwM1sJZR0g?enablejsapi=1

Aunque los historiadores coinciden en atribuir a su determinación y a su liderazgo el paso definitivo: la proclamación por parte del denominado Consejo de Estado provisional de Israel en Tel Aviv un histórico 14 de mayo de 1948 el Estado de Israel mediante el discurso pronunciado por el propio Ben Gurión que sigue a estas líneas.

La declaración se amparaba en la resolución del 29 de noviembre de 1947 de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con los horrores del Holocausto muy recientes y un acelerado proceso de descolonización de Oriente Medio. En un intento de encontrar una solución salomónica a la división política y cultural de la región, la Asamblea General –que ya acogía a Israel como Estado fundador de la organización que sustituyó a la inoperante Liga de Naciones– aprobó el Plan de Partición de Palestina.

El proyecto preveía la constitución de dos estados, uno árabe y otro judío, aunque ni compactos ni homogéneos, divididos en tres porciones. El nuevo Estado judío ocupaba el 55% del territorio y su población debía constituirse por el medio millón de judíos que habían emigrado hasta ese momento a Palestina desde el siglo XIX en las diversas aliyot u olas migratorias a la Tierra Prometida por parte de la comunidad judía de todo el mundo.

La declaración se amparaba en la resolución del 29 de noviembre de 1947 de la Asamblea General de Naciones Unidas

El Estado árabe palestino, por su parte, ocuparía el 44% y acogería a una minoría de unos 10.000 judíosJerusalén y su área circundante, incluido Belén, estarían bajo la administración de Naciones Unidas. La resolución ordenaba la retirada de las tropas y el desmantelamiento de los organismos de gestión británicos.

Sin convencer a ninguna de las partes, el pragmatismo de Ben Gurión se acabó imponiendo en la autoridad provisional hebrea, que rechazó la lucha armada que mantenían en la región grupúsculos paramilitares judíos y árabes y llamó a cerrar filas, en tanto que el Alto Comité Árabe, el organismo de representación árabe-palestina, muy deudor de los estados de mayoría árabe de la región, lo rechazó por injusto irrealizable.

Pese al trabajo diplomático israelí, liderado por la futura primera ministra Golda Meir, un día después de la declaración del Estado de IsraelLíbanoSiriaTransjordaniaIrak Egipto declararon la guerra a lo que calificaron como “ente sionista”. Bien organizadas y con un mando único, las tropas hebreas no sólo resistieron, sino que tras más de un año de guerra incrementaron su control sobre un 23 % más del territorio asignado. La franja de Gaza Cisjordania fueron ocupadas por Egipto Transjordania, respectivamente.

Fue la primera de las cinco guerras declaradas hasta hoy entre Israel y los estados de la región, pero la que comportó un mayor número de desplazados y estableció un statu quo que hoy en día sigue vigente.

EL DISCURSO

“La tierra de Israel fue la cuna del pueblo judío. Aquí se formó su identidad políticareligiosa espiritual. Aquí alcanzó por primera vez la soberanía nacional, creó valores culturales de relevancia nacional y universal, y le dio al mundo el eterno Libro de los Libros. Tras haberse visto obligado a exiliarse de su tierra, el pueblo conservó la fe a lo largo de su diáspora y nunca dejó de rezar ni de albergar esperanzas de regresar restablecer su libertad política.

”Impulsadas por este compromiso tradicional e histórico, todas las generaciones posteriores de judíos lucharon por volver a establecerse en su patria ancestral. Durante las últimas décadas han regresado en masa. Colonos, retornados desafiantes, defensores que han hecho florecer los desiertos, que han devuelto la lengua hebrea a la vida, que han construido pueblos ciudades,que han creado una comunidad próspera que controla su propia economía y su cultura, en el amor por la paz, si bien conscientes de cómo defenderse, ofreciendo las bendiciones del progreso a todos los habitantes del país y con la aspiración de convertirse en una nación independiente.

”En el año 5657(1897), en respuesta a la llamada del padre espiritual del Estado judíoTheodore Herzl, el Primer Congreso Sionista se reunió y proclamó el derecho del pueblo hebreo a un renacimiento nacional en su propio país. Este derecho fue reconocido en la declaración Balfour, el 2 de noviembre de 1917, y reiterado con el mandato de la Liga de Naciones que, en concreto, otorgó validez internacional al vínculo histórico entre el pueblo judío y Eretz Israel, así como al derecho del pueblo judío a reconstruir su patria nacional.

Éste es el derecho natural del pueblo judío a ser dueño de su propio destino ,al igual que todas las naciones, en su propio Estado soberano”

David Ben Gurión

”La catástrofe que ha sobrevenido recientemente al pueblo hebreo –la masacre de millones de judíos en Europa– ha sido otra clara demostración de cuán apremiante es resolver el problema de su carencia de patria mediante la nueva fundación en Eretz Israel de un Estado judío, que abriría de par en par las puertas de la patria a todos los judíos y conferiría al pueblo hebreo la categoría de miembro de pleno privilegio de la comunidad de naciones.

”Los supervivientes del holocausto nazi de Europa, además de los judíos de otras partes del mundo, no han dejado de emigrar a Eretz Israel, impertérritos ante las dificultades, las restricciones y los peligros, y nunca han dejado de reivindicar su derecho a una vida de dignidadlibertad trabajo honrado en su patria.

”Durante la Segunda Guerra Mundial, la comunidad judía de este país contribuyó cuanto pudo a la lucha de las naciones amantes de la libertad y la paz en contra de las fuerzas de la ignominia nazi y, con la sangre de sus soldados y su lucha en la guerra, se ganó el derecho a ser incluida entre los pueblos fundadores de las Naciones Unidas.

”El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó una resolución que pedía la proclamación de un Estado judío en Eretz Israel; la Asamblea General requirió a los habitantes de Eretz Israel para que dieran los pasos que fuesen necesarios en la puesta en práctica de esa resolución. Este reconocimiento por parte de las Naciones Unidas del derecho del pueblo judío a proclamar su Estado es irrevocable. Éste es el derecho natural del pueblo judío a ser dueño de su propio destino,al igual que todas las naciones, en su propio Estado soberano.

El Estado de Israel asegurará la total igualdad de derechos sociales y políticos para todos sus habitantes, sin hacer distinción de religión , raza o sexo ”

David Ben Gurión

”Por consiguiente, nosotros, miembros del Consejo del Pueblo, representantes de la comunidad judía de Eretz Israel y del movimiento sionista, nos hemos reunido aquí en el día del fin del mandato británico sobre Eretz Israel y, en virtud de nuestro derecho histórico y natural, así como de la fuerza de la resolución de la Asamblea General de la ONU, declaramos por la presente la proclamación de un Estado judío en Eretz Israel, que será conocido como el Estado de Israel.

”Declaramos que, con efecto a partir del momento del fin del mandato británico, esta noche, víspera del sabbat 6 de iyar de 5708 (15 de mayo de 1948), y hasta la proclamación de las autoridades del Estado electas y habituales, de acuerdo con la Constitución que será adoptada por la Asamblea Constituyente electa en una fecha no posterior al 1 de octubre de 1948, el Consejo del Pueblo actuará como Consejo de Estado provisional, y su organismo ejecutivo, la Administración del Pueblo, será el Gobierno provisional del Estado judío, que será llamado Israel.

”El Estado de Israel estará abierto a la inmigración judía y al regreso de los exiliados; fomentará el desarrollo del país en beneficio de todos sus habitantes; se asentará sobre los cimientos de la libertad, la justicia y la paz, tal como las concibieron los profetas de Israel; asegurará la total igualdad de derechos sociales y políticos para todos sus habitantes, sin hacer distinción de religiónraza sexo; garantizará la libertad de credo,de pensamiento,de lengua,de educación y de cultura;salvaguardará los lugares sagrados de todas las religiones, y será leal a los principios de la Carta de las Naciones Unidas.

Apelamos al pueblo judío de toda la diáspora para que acuda a ayudar a los judíos de Eretz Israel en las tareas de inmigración y construcción”

David Ben Gurión

”El Estado de Israel está dispuesto a cooperar con las agencias y los representantes de las Naciones Unidas en la puesta en práctica de la resolución de la Asamblea General del 29 de noviembre de 1947, y dará los pasos necesarios para efectuar la unión económica de todo Eretz Israel.

”Apelamos a las Naciones Unidas para que asistan al pueblo judío en la construcción de su Estado y para que acoja al Estado de Israel en su comunidad de naciones. Apelamos –en mitad de una ofensiva lanzada contra nosotros desde hace ya meses– a los habitantes árabes del Estado de Israel para que preserven la paz y participen en la construcción del Estado sobre la base de una ciudadanía total e igualitaria,así como de la debida representación en todas sus instituciones, provisionales y permanentes.

”Tendemos nuestra mano a todos los estados vecinos y a sus pueblos con una oferta de paz y de buena convivencia, y apelamos a ellos para que se establezcan vínculos de cooperación ayuda mutua con el pueblo judío soberano, asentado en su propia tierra. El Estado de Israel está dispuesto a cumplir su parte en un esfuerzo común para el avance de todo Oriente Medio. Apelamos al pueblo judío de toda la diáspora para que acuda a ayudar a los judíos de Eretz Israel en las tareas de inmigración construcción, y para que los apoye en su enorme lucha por la realización del sueño ancestral: la redención de Israel.

”Con nuestra confianza depositada en el Todopoderoso, rubricamos esta proclamación durante esta sesión del Consejo de Estado provisional, en suelo patrio, en la ciudad de Tel Aviv, en esta víspera de sabbat, el 5 de iyar de 5708 (14 de mayo de 1948).”

Cuando Fidel Castro caía bien en Washington

Fidel Castro durante su visita a Estados Unidos en 1959.
 Dominio público

Autor: Francisco Martínez Hoyos

Fuente: La Vanguardia 21/09/2020

Hace 60 años, Castro llegaba a Nueva York como jefe de la delegación cubana ante la ONU. Todavía no se había convertido en la encarnación del mal para EE. UU.

Desde su independencia de España en 1898, Cuba vivió sometida a una humillante dependencia de los “gringos”, hasta el punto de ser considerada su patio trasero. La película El Padrino II refleja bien cómo, en la década de 1950, los gángsters estadounidenses tenían en la isla su propio paraíso. Gracias a sus conexiones con el poder, la mafia realizaba suculentos negocios en la hostelería, el juego y la prostitución. Miles de turistas llegaban dispuestos a vaciar sus bolsillos a cambio de sol, sexo y otras emociones fuertes en los casinos y los clubes que se multiplicaban sin control por La Habana.

El historiador Arthur M. Schlesinger Jr., futuro asesor del gobierno de Kennedy, se llevó una penosa impresión de la capital caribeña durante una estancia en 1950. Los hombres de negocios habían transformado la ciudad en un inmenso burdel, humillando a los cubanos con sus fajos de billetes y su actitud prepotente.

Cuba estaba por entonces en manos del dictador Fulgencio Batista, un hombre de escasos escrúpulos al que no le importaba robar ni dejar robar. Una compañía de telecomunicaciones estadounidense, la AT&T, le sobornó con un teléfono de plata bañado en oro. A cambio obtuvo el monopolio de las llamadas a larga distancia.

Barrio marginal de La Habana en 1954, junto al estadio de béisbol y a un cartel de un casino de juego.
Barrio marginal de La Habana en 1954, junto al estadio de béisbol y a un cartel de un casino de juego. Dominio público

Para acabar con la corrupción generalizada y el autoritarismo,  el  Movimiento 26 de Julio protagonizó una rebelión que el régimen, pese a la brutalidad de su política represiva, fue incapaz de sofocar. Tenía en su contra a los sectores progresistas de las ciudades, en alianza con los guerrilleros de Sierra Maestra, dirigidos por líderes como Fidel Castro o el argentino Ernesto “Che” Guevara.

Se ha tendido en muchas ocasiones a presentar la revolución antibatistiana como el fruto de una intolerable opresión económica. En realidad, el país era uno de los más avanzados de América Latina en términos de renta per cápita o nivel educativo, aunque los indicadores globales ocultaban las fuertes desigualdades entre la ciudad y el campo o entre blancos y negros. Las verdaderas causas del descontento hay que buscarlas más bien en el orden político. Entre los guerrilleros predominaba una clase media que aspiraba a un gobierno democrático, modernizador y nacionalista.

Entre la opinión pública norteamericana, Fidel disfrutó en un principio del estatus de héroe, en gran parte gracias a Herbert Matthews, antiguo corresponsal en la Guerra Civil española, que en 1957 consiguió entrevistarle. Matthews, según el historiador Hugh Thomas, transformó al jefe de los “barbudos” en una figura mítica, al presentarlo como un hombre generoso que luchaba por la democracia. De sus textos se desprendía una clara conclusión: Batista era el pasado y Fidel, el futuro.

Happy New Year

A principios de 1959, la multitud que celebraba la llegada del año nuevo en Times Square, Nueva York, acogió con alegría la victoria de los guerrilleros cubanos. El periodista televisivo Ed Sullivan se apresuró a viajar a La Habana, donde consiguió entrevistar al nuevo hombre fuerte. Había comenzado el breve idilio entre la opinión pública norteamericana y el castrismo. 

Poco después, en abril, el líder revolucionario realizó una visita a Estados Unidos, invitado por la Asociación Americana de Editores de Periódicos. Ello creó un problema protocolario, ya que la Casa Blanca daba por sentado que ningún jefe de gobierno extranjero iba a visitar el país sin invitación oficial. Molesto, el presidente Eisenhower se negó a efectuar ningún recibimiento y se marchó a jugar al golf.

Fidel Castro firma como primer ministro de Cuba el 16 de febrero de 1959.
Fidel Castro firma su nombramiento como primer ministro de Cuba el 16 de febrero de 1959. Dominio público

En esos momentos, sus consejeros estaban divididos respecto a la política a seguir con Cuba. Unos defendían el reconocimiento del nuevo gobierno; otros preferían aguardar a que se definiese la situación. ¿Qué intenciones tenía Castro? ¿No sería, tal vez, un comunista infiltrado?

Parte de la opinión pública norteamericana, sin embargo, permanecía ajena a esos temores. Algunos periódicos trataron con cordialidad al recién llegado, lo mismo que las principales revistas. Look y Reader’s Digest, por ejemplo, le presentaron como un moderno Robin Hood.

El senador demócrata John F. Kennedy, futuro presidente, le consideraba el continuador de Simón Bolívar por encarnar un movimiento antiimperialista, reconociendo así que su país se había equivocado con los cubanos al apoyar la sangrienta dictadura batistiana. Entre los intelectuales existía un sentimiento de fascinación similar.

Castro sabía que el desarrollo industrial era totalmente imposible sin el entendimiento con el coloso norteamericano

Muchos norteamericanos supusieron que el líder latinoamericano buscaba ayuda económica. Fidel, sin embargo, proclamó en público su voluntad de no mendigar a la superpotencia capitalista: “Estamos orgullosos de ser independientes y no tenemos la intención de pedir nada a nadie”. Sus declaraciones no podían interpretarse al pie de la letra. Sabía sencillamente que no era el momento de hablar de dinero, pero había previsto que un enviado suyo, quince días después, presentara a la Casa Blanca su demanda de inversiones.

En su opinión, ese era el camino para promover el desarrollo industrial, algo totalmente imposible sin el entendimiento con el coloso norteamericano. De ahí que insistiera, una y otra vez, en que no era partidario de las soluciones extremas: “He dicho de forma clara y definitiva que no somos comunistas”.

Ofensiva de encanto

Allí donde iba, Fidel generaba la máxima expectación. En las universidades de Princeton y Harvard sus discursos le permitieron meterse en el bolsillo a los estudiantes. En el Central Park de Nueva York, cerca de cuarenta mil personas siguieron atentamente sus palabras. No hablaba un buen inglés, pero supo ganarse al público con algunas bromas en ese idioma. De hecho, todo su viaje puede ser entendido como una “ofensiva de encanto”, en palabras de Jim Rasenberger, autor de un estudio sobre las relaciones cubano-estadounidenses. Castro, a lo largo de su visita, no dejó de repartir abrazos entre hombres, mujeres y niños. 

Fidel Castro en la asamblea de la ONU en 1960.
Fidel Castro en la asamblea de la ONU en 1960. Dominio público

El entonces vicepresidente, Richard Nixon, se encargó de sondear sus intenciones en una entrevista de dos horas y media, en la que predicó al jefe guerrillero sobre las virtudes de la democracia y le urgió a que convocara pronto elecciones. Fidel escuchó con receptividad, disimulando el malestar que le producía la insistencia en si era o no comunista. ¿No era libre Cuba de escoger su camino? Parecía que a los norteamericanos solo les importara una cosa de la isla, que se mantuviera alejada del radicalismo de izquierdas.

Según el informe de Nixon acerca del encuentro, justificó su negativa a convocar comicios con el argumento de que su pueblo no los deseaba, desengañado por los malos gobernantes que en el pasado habían salido de las urnas. A Nixon Castro le pareció sincero, pero increíblemente ingenuo acerca del comunismo, si es que no estaba ya bajo su égida. Creía, además, que no tenía ni idea de economía. No obstante, estaba seguro de que iba a ser una figura importante en Cuba y posiblemente en el conjunto de América Latina. A la Casa Blanca solo le quedaba una vía: intentar orientarle “en la buena dirección”.

Desde entonces se ha discutido mucho sobre quién provocó el desencuentro entre Washington y La Habana. ¿Los norteamericanos, con su política de acoso a la revolución? ¿Los cubanos, al implantar un régimen comunista, intolerable para la Casa Blanca en plena Guerra Fría?

Los jefes del crimen organizado vieron desaparecer propiedades por un valor de cien millones de dólares

El envenenamiento

La “perla de las Antillas” constituía un desafío ideológico para Estados Unidos, pero también una amenaza económica. Al gobierno cubano no le había temblado el pulso a la hora de intervenir empresas como Shell, Esso y Texaco, tras la negativa de estas a refinar petróleo soviético. Los norteamericanos acabarían despojados de todos sus intereses agrícolas, industriales y financieros. Las pérdidas fueron especialmente graves en el caso de los jefes del crimen organizado, que vieron desaparecer propiedades por un valor de cien millones de dólares.

Como represalia, Eisenhower canceló la cuota de azúcar cubano que adquiría Estados Unidos. Fue una medida inútil, porque enseguida los soviéticos acordaron comprar un millón de toneladas en los siguientes cuatro años, además de apoyar a la revolución con créditos y suministros de petróleo y otras materias primas.

En septiembre de 1960, Fidel Castro regresó a Estados Unidos para intervenir en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Fue otra visita memorable. Tras marcharse de su hotel por el aumento astronómico de las tarifas, decidió alojarse en el barrio negro de Harlem, donde disfrutó de un recibimiento entusiasta.

Fidel Castro y el revolucionario Camilo Cienfuegos antes de disputar un partido de béisbol.
Fidel Castro y el revolucionario Camilo Cienfuegos antes de disputar un partido de béisbol. Dominio público

Los periódicos norteamericanos aseguraban que los cubanos utilizaban su alojamiento para realizar orgías sexuales, pero Castro aprovechaba para recibir visitas importantes, como la del líder negro Malcolm X, el primer ministro indio Jawaharlal Nehru o Nikita Jruschov, mandatario de la Unión Soviética.

Desde la perspectiva del gobierno norteamericano, estaba claro que la isla había ido a peor. Batista podía ser un tirano, pero al menos era un aliado. Castro, en cambio, se había convertido en un enemigo peligroso. Lo cierto es que la Casa Blanca alentó desde el mismo triunfo de la revolución operaciones clandestinas para forzar un cambio de gobierno en La Habana, sin dar oportunidad a que fructificara la vía diplomática.

Por orden de Eisenhower, la CIA se encargó de organizar y entrenar militarmente a los exiliados cubanos. Era el primer paso que conduciría, en 1961, al desastroso episodio de Bahía de Cochinos, ya bajo mandato de Kennedy, en el que un contingente anticastrista fracasó estrepitosamente en su intento de invasión de la isla. Alejado entonces de cualquier simpatía por Fidel Castro, JFK le acusaba de traicionar los nobles principios democráticos de la revolución para instaurar una dictadura.

En la guerra no había razas, ¿o sí?

Autor: Jonathan Solano. Traducción: Pablo Duarte

Fuente: letraslibres.com 26/06/2020

La Guerra de Corea fue el primer conflicto armado en el que Estados Unidos participó con fuerzas armadas no segregadas, por lo menos en el papel. David Casias Silva, abuelo del autor, de origen chicano, fue uno de los soldados que combatió dentro de una de esas incipientes compañías mixtas.

La historia del sur de Texas es interesante. Está arraigada en generaciones de racismo y segregación. Mi abuelo, David Casias Silva, era un hombre simple, como la mayoría de los chicanos en el sur de Texas; creció siendo aparcero en un barrio segregado y apenas terminó la primaria. Nacido en 1930, pasó sus primeros años en Natalia, Texas, trabajando la tierra que era propiedad de un gabacho. Aunque él era nieto de campesinos de larga tradición que migraron desde México en 1892, “los gabachos eran dueños de toda la tierra, de los negocios y de las oportunidades; ellos eran los que estaban al mando”, solía decirme.

Cuando yo cumplí trece años le diagnosticaron cáncer pancreático, y mis padres pensaron que lo mejor sería que se mudara con nosotros para cuidarlo. Mi padre me dijo que pasara tiempo con él para alegrarlo y para que me diera algunos consejos en el proceso. Siempre supe que era veterano de guerra, pero mi abuelo no hablaba mucho de eso. De cuando en cuando platicábamos, y poco a poco se fue abriendo y me fue contando sus experiencias. Entre las cosas que trajo consigo en la mudanza había cajas llenas de fotos y recuerdos de la guerra.

solano 1

David Casias Silva al centro de la foto, con su compañía no segregada del ejército estadounidense en Corea del Sur, en 1952. Foto: cortesía del autor.

Este mes de junio de 2020 marca el 70 aniversario del comienzo de la que muchos estadounidenses llaman “La guerra olvidada”, es decir la Guerra de Corea. Más de 33,000 estadounidenses murieron en ese conflicto, que técnicamente no ha concluido. Sentó las bases para la Guerra Fría, fue la primera guerra en la que la recién formada Organización de Naciones Unidas estuvo involucrada, y –esto es un parteaguas– también la primera en la que participó Estados Unidos luego de que en el ejército terminara la segregación racial (por lo menos en papel). Mi abuelo fue uno de los soldados que combatió dentro de una de esas incipientes compañías no segregadas.

En nuestras charlas, mi abuelo me fue contando sus experiencias en la guerra. Tenía 20 años de edad cuando fue reclutado y cumplió su entrenamiento básico en Camp Roberts, California, en 1951. Después lo enviaron a un país del que nunca había escuchado nada antes, a pelear por razones que “no entendía del todo”. Pasó tres años en Corea.

solano 2

Izq. a der.: David Casias Silva en Corea con soldados; en Corea del Sur en 1952; en un sitio no identificado; en Corea del Sur en 1952; en Camp Roberts en 1951; en Corea con una persona no identificada. Fotos: cortesía del autor.

Esperaba que me contara historias de sangre y violencia, pero me contó algo completamente distinto: historias de hermandad y amor. Aunque creció en una Texas segregada, su compañía no lo estaba, y convivió con blancos, latinos y negros. Todos se cuidaban entre ellos porque era la única manera de volver a casa vivos. “Hacía mucho frío, hijo. Nos acomodábamos muy juntos y nos abrazábamos para mantenernos calientes. Fue la primera vez que estuve tan cerca de un gabacho”. Era un soldado raso, de modo que hacía las tareas que nadie quería. A él le tocaba hacer barridos buscando minas antipersonales, arrastrarse por la tierra para conectar las líneas de teléfono con los cables atados a la espalda, y en ocasiones cavar túneles.

Me decía que “el ejército no es para los chicanos, pero Estados Unidos sí”. En la guerra, la raza se borraba, y entre más pobres eran los soldados, menos segregada era la compañía. Peleó al lado de blancos, negros y latinos pobres en nombre de un país al que amaba, pero lo hizo sin preocuparse por sí mismo: “estábamos en una trituradora de carne”, me dijo alguna vez. El retrato que me pintó de la guerra contrastaba con su vida en Texas, donde los latinos eran vistos como ciudadanos de segunda por sus contrapartes blancos: eran una clase social aparte. ¿No se daba cuenta de eso? Recuerdo esas conversaciones y otras que he tenido con su hija –mi madre– sobre él, y nunca dijo nada habló de discriminación racial, aunque sabía “cómo tenía que actuar frente a los blancos”, como dijo mi madre.

Creció en una época en la que la segregación era un hecho de la vida cotidiana, y aceptar este trato de ciudadano de segunda garantizaba su sobrevivencia; significaba que tenía un trabajo y que podía poner comida en la mesa. Era moreno, como yo, pero si lo hubieran conocido habrían percibido que, a pesar de que el español era su lengua materna, hablaba inglés sin acento. La experiencia de los latinos en Estados Unidos antes del movimiento de derechos civiles en la década de los sesenta fue una de asimilación, de modular su identidad de persona de tez morena para adecuarse a la identidad blanca. No obstante que peleó junto a estadounidenses de todos los colores, cuando volvió de la guerra, en junio de 1953, retomó su vida segregada, con amigos y familiares que eran casi exclusivamente mexicoamericanos: un mundo aparte.

Mi abuelo dejó huella en mi conciencia chicana, tanto que conservo sus recuerdos de la guerra y he investigado sobre veteranos latinos de la Guerra de Corea. Mientras realizaba mis investigaciones, un tema recurrente fue lo “blanqueada” y escasa que era la información sobre latinos en la Guerra de Corea. ¿Nos olvidamos de estos héroes, así como hemos olvidado este conflicto? Dentro del gobierno estadounidense y antes del movimiento de derechos civiles en los sesenta, las personas mexicoamericanas eran clasificadas como “blancas”, y fue hasta 1970 que la oficina del censo comenzó a preguntar por el origen étnico de las personas a fin de distinguir por origen hispano o latino. En 1974, el departamento de Defensa de Estados Unidos por fin comenzó a realizar segmentaciones demográficas similares en sus reportes anuales de personal. Las estimaciones del número de veteranos latinos de la Guerra de Corea son solo eso, estimaciones. De los 148,000 latinos que se estima participaron en la Guerra de Corea, solo a 15 se les otorgó la medalla de honor, en una guerra en la que se entregaron 145 en total; únicamente dos fueron para personas de raza negra. Para mí, las historias de mi abuelo, y las estadísticas, plantean la pregunta sobre la cantidad de latinos y negros que merecen ser reconocidos por su sacrificio. ¿Los mexicoamericanos deben poner sus vidas en juego para luego solo recibir migajas? Quizá la guerra no borre la raza, pero tiene el efecto incendiario de revelar las fallas de la humanidad.

A pesar de sus costos humanos, la guerra ha permitido dar pasos a favor de la causa de la equidad racial para los latinos en Estados Unidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, en 1948, se fundó el American GI Forum (AGIF) en Corpus Christi, Texas, para atender las preocupaciones de muchos veteranos mexicoamericanos en temas de prestaciones médicas y educativas no otorgadas debido a la segregación. Para las personas de tez morena que buscan la equidad educativa, el AGIF fue en esencia el equivalente al fallo Brown vs. el Consejo de Educación antes de que este ocurriera.

Mi abuelo, después de sus años en el ejército y con la ayuda del AGIF, tuvo acceso a la G.I. Bill, lo que le permitió conseguir su título de preparatoria, y obtener préstamos hipotecarios sin intereses. Fue el primero de su familia en tener una propiedad en Estados Unidos. Al conseguir su casa, pudo financiar –porque los bancos en esa época “no le prestaban a los mexicanos”– las casas que sus doce hermanos y hermana aún poseen. El G.I. Bill, junto con su experiencia de guerra, le abrió la puerta al empleo estable; consiguió trabajo como mecánico aeronáutico en la base militar Kelly en San Antonio, Texas, hasta que se jubiló en 1983. Recibió una pensión y tuvo acceso a servicios de salud hasta su muerte, un día antes de que yo cumpliera catorce años.

Amo y admiro a mi abuelo, y su aceptación de la segregación y discriminación racial fue un hecho aleccionador para mí. No obstante la fraternidad que había entre sus diversos camaradas, estaba consciente de que sus superiores en la guerra, e incluso en su trabajo como mecánico, eran blancos. Claro que vivió experiencias de discriminación racial abiertas, ¿por qué no se rebeló? Aceptaba que en el campo de siembra o en el de batalla, los gabachos eran los que estaban a cargo. La no segregación tenía sus límites. ¿Ir a la guerra era la única alternativa para que un hombre de tez morena peleara por la igualdad y por mejores condiciones patrimoniales en la década de los cincuenta en Estados Unidos? Tal vez sí, aunque durante un momento breve y turbulento de su vida, mi abuelo logró vivir una equidad efímera, en las trincheras, al lado de sus compañeros de armas.

Los audios de Nixon

Autores: ÁLVARO DE CÓZAR|GONZALO CABEZA

Fuente: elpais.com 2020-06-08

A principios de los setenta, la Administración del presidente estadounidense Richard Nixon estaba preocupada por el futuro de España. Les inquietaba la mala salud del general Franco y pensaban que su muerte podría traer inestabilidad a un país que necesitaban para mantener sus bases militares y sus empresas. El Mediterráneo se había convertido en una zona disputada con los comunistas y los americanos tenían en España un firme aliado.

La preocupación de Nixon le hizo disponer de toda la maquinaria diplomática para estrechar los lazos con los protagonistas del tardofranquismo e incluso organizar misiones secretas para obtener información.

Los avatares de esa relación entre Estados Unidos y España quedaron registrados en el sistema de grabación que el presidente hizo instalar en el Despacho Oval de la Casa Blanca y en el audiodiario de un miembro de su staff. Esos audios se encuentran en la Biblioteca Presidencial de Nixon y han sido transcritos y traducidos íntegros por primera vez para la elaboración de XRey, un podcast sobre la vida del rey Juan Carlos que se emite en Spotify.

EL PAÍS los publica ahora íntegramente:

Arriba, Francisco Franco y Richard Nixon en Madrid, durante la visita del presidente de EE UU a España en 1970. Debajo, a la derecha, Nixon y su esposa en la Casa Blanca, junto a los entonces príncipes de España Juan Carlos y Sofía durante la visita de estos a Washington a primeros de 1971. Debajo, el secretario de Estado Henry Kissinger y el presidente del Gobierno de España Luis Carrero Blanco en Madrid en diciembre de 1973. Y a la izquierda, esquema de las bases militares estadounidenses en España recogido en las actas del Congreso de EE UU en 1970.EFE / US NATIONAL ARCHIVES

Enlace a los audios

Misisipi sigue ardiendo: historias de violencia racista

Autor: Salvador Giné

Fuente: La Vanguardia 05/06/2020

La muerte de George Floyd como resultado de la violencia policial es la última en una lista abrumadoramente larga y demasiado presente en la actualidad estadounidense. La tradicional impunidad de los que atentan contra sus conciudadanos por motivos racistas retrotrae a episodios tristemente célebres, como el caso MIBURN, un triple asesinato cuyo instigador tardó cuarenta años en ser juzgado.

En 1964, la población negra de Estados Unidos era de 20 millones de personas, el 11% del total. El 60% se encuentra en el sur, en los antiguos estados esclavistas , y casi la mitad subsiste por debajo del umbral de pobreza. La segregación racial, teóricamente abolida, está bien presente. En el estado de Misisipi, solo 57 niños de color asisten a colegios de blancos, y el acceso a la universidad les está socialmente vetado.

Pero es en el plano electivo donde se perpetúa de forma más patente el dominio de los blancos. Impedir que los negros voten y accedan a cargos de autoridad es la mejor manera de obstaculizar la efectiva igualdad social. La oligarquía blanca de Misisipi emplea brechas legales que, mediante métodos “civilizados”, traba el acceso al voto a los escasos osados que quieren ejercer su derecho.

Muchos locales, como este cine de Misisipi, tenían una entrada secundaria para los negros.
Muchos locales, como este cine de Misisipi, tenían una entrada secundaria para los negros. (Library of Congress / Wikipedia)

Para revertir esta situación, a principios del año siguiente, algunas asociaciones, como la NAACP (Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color) y después el COFO (Consejo de Organizaciones Federadas) y el CORE (Congreso para la Igualdad Racial), inician campañas de preparación y concienciación para que la población negra asuma como propio el derecho al voto.

La movilización

Estas asociaciones, además de asesorar sobre los derechos individuales y de voto a los residentes negros, organizan clases de alfabetización con profesores voluntarios. Los cursos se imparten en las iglesias, que se convierten en las llamadas Freedom Schools, “Escuelas de Libertad”.

Todo ello confluye con un resurgimiento del Ku Klux Klan , que fija su objetivo en eliminar de raíz cualquier intento de formación de los negros. Con la connivencia de las autoridades locales y del estado sureño, los actos de amenaza del KKK son extremadamente violentos, desde palizas hasta el asesinato.

A principios de 1964, el COFO prepara el Mississippi Freedom Summer, el “Verano de la Libertad de Misisipi”. Pide a las asociaciones homónimas de los estados del norte que envíen a unos ciento cincuenta abogados y a cerca de un millar de estudiantes voluntarios para extender las Escuelas de Libertad a un mayor número de iglesias.

Esta iniciativa se verá frenada por la violencia de los White Knights (“Caballeros Blancos”), un grupo del KKK. El COFO reduce la cifra de voluntarios y se ciñe, por seguridad, a las ciudades más grandes.

Un fatídico viaje

El clan de los White Knights vive su momento álgido precisamente en 1964, cuando alcanza en torno a siete mil miembros. Formado por blancos extremistas de clase media-baja, el clan se dedica a apalear a asistentes a los cursos y quema numerosas iglesias.

A los pocos días de llegar a Meridian, Schwerner recibe las primeras amenazas del KKK

Ante la pasividad de la policía del estado, el Departamento de Justicia obliga a intervenir al FBI, la agencia federal de investigación. La presencia del FBI no detiene los ataques a los templos, pero servirá para investigar el asesinato de tres voluntarios, un suceso que conmociona a todo el país.

Respondiendo a la petición de voluntarios, en enero de 1964 llegan a Misisipi el sociólogo Michael Schwerner, un neoyorquino blanco de 24 años, y su esposa. Schwerner, contratado por el CORE para organizar cursos, se establece en Meridian. A los pocos días recibe las primeras amenazas del KKK.

La ciudad de Meridian, en Misisipi, donde tendría lugar el juicio por la desaparición de Chaney, Goodman y Schwerner.
La ciudad de Meridian, en Misisipi, donde tendría lugar el juicio por la desaparición de Chaney, Goodman y Schwerner. (Michael Barera / CC BY-SA 4.0)

Entre los voluntarios destinados a Meridian figura el también neoyorquino Andy Goodman, un estudiante blanco de Ciencias Políticas de 20 años. Junto a ellos trabaja el local James Chaney, un negro de 21 que, siempre a la luz del día, les acompaña en sus desplazamientos fuera de la ciudad.

A finales de mayo, los tres se desplazan a una iglesia en Longdale para iniciar los cursos. Tres semanas más tarde, los asistentes son apaleados y, por la noche, el edificio es quemado por el KKK. Los White Knights también buscan a Schwerner, pero no se encuentra allí.

Es un montaje: liberar a los tres jóvenes para tenderles después una emboscada homicida

El 21 de junio, Schwerner, Chaney y Goodman visitan los restos de la iglesia. Después deciden volver a Meridian, pero su vehículo es visto por Cecil Price, ayudante del sheriff del condado de Neshoba y simpatizante del KKK, que les sigue. Chaney, al volante, ha sido instruido para no detener el coche en lugares apartados ni por indicación de policías blancos. Acelera, pero al final no tiene más remedio que parar.

Es detenido por infringir el límite de velocidad, y Schwerner y Goodman, por “sospechosos”. Los tres son encerrados en la comisaría de la pequeña localidad de Philadelphia. Por la noche son puestos en libertad y enfilan los 60 km hasta Meridian. Es un montaje del KKK: liberarles para tenderles una emboscada homicida en una carretera solitaria.

El día siguiente, la dirección del CORE comunica la desaparición del trío al FBI, que encuentra el vehículo, vacío y calcinado, entre unos cañizales. Las amenazas de muerte contra Schwerner hacen presagiar un complot criminal del KKK. El FBI bautiza la investigación como MIBURNMississippi Burning, expresión que Alan Parker utilizó para dar título a su película sobre el tema, aquí llamada Arde Mississippi.

El caso MIBURN

Los enviados del FBI interrogan a unos quinientos testigos, incluidos el ayudante del sheriff Cecil Price y el propio sheriff, Lawrence Rainey, así como Edgar Ray Killen, líder local del KKK. Decenas de periodistas y equipos de televisión llegan a la zona. El presidente Lyndon B. Johnson pide al FBI el máximo esfuerzo en la investigación.

Pero esta no avanza. El miedo paraliza a los testigos blancos. En ese entorno rural todos se conocen. Aun así, alguien informa a la agencia. Los cuerpos están enterrados cerca de una presa. El FBI encuentra una parcela en la que aparecen, a cuatro metros de la superficie, los tres cadáveres. Schwerner y Goodman tienen una bala incrustada en el tórax; Chaney, tres.

Cartel del FBI denunciando la desaparición en 1964 de Andrew Goodman, James Chaney y Michael Schwerner.
Cartel del FBI denunciando la desaparición en 1964 de Andrew Goodman, James Chaney y Michael Schwerner. (Dominio público)

Cuatro meses después, el FBI detiene por asesinato a 21 sospechosos, entre ellos, al sheriff, su ayudante y varios líderes del KKK, como Killen o Sam H. Bowers, fundador de los White Knights. La detención salta a todas las portadas. El propio Martin Luther King alaba que los crímenes no queden impunes. Las expectativas se torcerán pronto.

Un juicio interminable

El estado de Misisipi no muestra interés en juzgar a los asesinos. El código penal federal no contempla el homicidio, así que el FBI acusa ante un juez federal territorial a los arrestados de conspiración por vulnerar los derechos individuales (con penas inferiores a las de homicidio), pero pocos días después la vista preliminar desestima los cargos. La resolución: “falta de pruebas”.

En 1965, el Departamento de Justicia presenta las acusaciones ante Harold Cox, juez federal de Jackson. Este decide mantener la acusación solamente contra el sheriff Rainey y su ayudante Price, y rechaza las acusaciones para el resto de encausados. El Departamento de Justicia recurre la decisión ante el Tribunal Supremo, que en 1966 anula la decisión y ordena a Cox reabrir el proceso. En este tiempo han “caído” de la lista tres miembros del KKK acusados de encubrimiento.

El sheriff Lawrence Rainey (dcha.) y su ayudante, Cecil Price, escuchan su acusación antes de ser liberados bajo fianza.
El sheriff Lawrence Rainey (dcha.) y su ayudante, Cecil Price, escuchan su acusación antes de ser liberados bajo fianza. (Bettmann / Bettmann Archive)

El juicio empieza en octubre de 1967 en Meridian ante un jurado popular. Este, cinco hombres y siete mujeres, todos blancos, aduce que no pueden llegar a ninguna conclusión. Cox les ordena que lo hagan. Al día siguiente declaran culpable a Price y a otros seis acusados. El juez les impone penas de prisión de entre tres y diez años. Es la primera condena en Misisipi de unos blancos (y miembros del KKK) por delitos contra negros.

Entre los absueltos se cuentan el sheriff Rainey y Killen, que además de líder del KKK en el condado es pastor baptista. El jurado alega que no puede culpar de asesinato al “reverendo” Killen. Según el FBI, este, de carácter furioso e impredecible, es el verdadero organizador del crimen.

Consecuencias políticas

Aprovechando la consternación por los asesinatos, Johnson acelera la aprobación de una ley impulsada por su antecesor, JFK. En julio de 1964, el presidente ratifica la Civil Rights Act (ley de derechos civiles), que prohíbe la segregación racial en los espacios públicos, y al año siguiente, el Congreso aprueba la Voting Rights Act (ley de derechos electorales), que suspende los exámenes escritos. Esta última ley se abre paso después del “Domingo Sangriento” , dura represión policial de una marcha popular de profundo impacto social.

El puente Edmund Pettus de Selma se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos civiles de los negros.
El puente Edmund Pettus de Selma se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos civiles de los negros. (Civil Rights Trail)

El asesinato de Chaney, Schwerner y Goodman sirve para instaurar nuevas leyes de igualdad social, pero en el terreno judicial todo sigue exactamente igual. Cumplida la condena, los acusados (que nunca serán juzgados por asesinato) vuelven a sus casas. Solo el paso de los años y el cambio de mentalidad social llevarán a reabrir en los años noventa varios casos que habían quedado impunes.

El proceso por el caso MIBURN no llegará hasta 2005. Un hecho trascendental cerrará muchas heridas: la acusación formal de Edgar Ray Killen por el triple asesinato. El juicio empieza el 15 de junio. El día 21, 41 años exactos después de los hechos, el jurado declara al reverendo culpable de tres homicidios.

Killen, de 80 años, escucha la sentencia del juez: 20 años de cárcel por cada homicidio

Sentado en una silla de ruedas, Killen, de 80 años, escucha la sentencia del juez: 20 años de cárcel por cada homicidio. Apelará, pero la sentencia será ratificada por un tribunal superior. Pese a su edad, el iracundo pastor conserva intacto su genio desafiante. A su entrada en prisión, un facultativo negro le examina para valorar su estado de salud. “Sr. Killen, ¿tiene usted pensamientos suicidas?”. “Antes te mataría a ti”, responde.

El reconocimiento público de las víctimas no llegará hasta 2014. El 24 de noviembre, en un acto en la Casa Blanca, el presidente Barack Obama entrega a los parientes de James Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner la Medalla Presidencial de la Libertad.

El Pacto de Varsovia, la respuesta soviética a la OTAN

Autor: Bernardo Mendoza

Fuente: La Vanguardia 14/05/2020

En 1955, la Unión Soviética formalizó una alianza militar con sus satélites de Europa del Este. El Pacto de Varsovia no permitiría la disidencia de ninguno de sus miembros.

Con el fin de la Segunda Guerra Mundial se desató la Guerra Fría entre el poder comunista de la Unión Soviética y el capitalista de Estados Unidos. El mundo asistía a una hostilidad permanente entre ambas potencias. Mientras Moscú se hacía con el control del este de Europa, rodeándose de estados satélites, Washington ejercía su hegemonía en Occidente. La reconciliación entre ambos bloques parecía una utopía. El Viejo Continente, según palabras de Winston Churchill, quedaba dividido por un “telón de acero”.

Los capitalistas fueron los primeros en aliarse. Estados Unidos, Canadá y diez países más de Europa crearon la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), un organismo militar destinado a responder a un posible ataque del bloque comunista.

Años después, la incorporación a la OTAN de la República Federal Alemana (la “mitad” occidental del país desde su división en 1949) suscitó la formación del Pacto de Varsovia, oficialmente denominado Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua. Su artífice, el líder soviético Nikita Jruschov, consideraba esta alianza como un medio de equilibrar el poder de la OTAN.

Los miembros del Pacto de Varsovia reunidos en 1987. En el centro, el líder soviético Mijaíl Gorbachov.
Los miembros del Pacto de Varsovia reunidos en 1987. En el centro, el líder soviético Mijaíl Gorbachov. (Mittelstädt, Rainer / Bundesarchiv)

Hasta entonces, la estrategia soviética había sido defensiva. Se sustentaba en el ejército convencional, y no en las armas nucleares, aún insuficientes para inclinar la balanza en un conflicto. Sin embargo, tras la muerte de Stalin y la subida al poder de JruschovMoscú replanteó su política militar, acentuando su carácter ofensivo. Estaba preparada para lanzar un ataque con tropas convencionales que dejara a Estados Unidos sin capacidad de respuesta.

El Pacto de Varsovia pretendía crear un mando militar unificado. Para garantizar la coordinación y agilidad entre los distintos ejércitos, se designó al mariscal Iván Stepánovich Kónev, héroe de la Segunda Guerra Mundial, como jefe de las Fuerzas Armadas.

Moscú, socio privilegiado

En teoría, los estados aliados de la Unión Soviética gozaban de igualdad de derechos; en la práctica, era la URSS la que disfrutaba de una posición hegemónica. El dominio que ejercía sobre los países satélites del norte era mucho más estricto que el de los del sur, debido a su importancia estratégica. Era más probable que se produjera un ataque occidental desde Polonia o la República Democrática Alemana que desde Rumanía o Albania, sin fronteras con el bloque occidental.

Tanques soviéticos en Budapest el 31 de octubre de 1956.
Tanques soviéticos en Budapest el 31 de octubre de 1956. (FOTO:FORTEPAN / Nagy Gyula)

La razón última del Pacto de Varsovia radicaba en consolidar el imperialismo soviético. Moscú nunca se molestó en consultar a sus socios la toma de decisiones. Tampoco en cumplir el acuerdo incluido en el Pacto de no entrometerse en la política interna de los países miembros. Los ejemplos se suceden. Primero invadió Hungría para evitar que el gobierno magiar abandonara el Pacto; años después Checoslovaquia, tras la subida al poder del reformista Alexander Dubcek.

Leonid Brézhnev, sucesor de Jruschov en el gobierno, justificó estas y otras agresiones en la doctrina que lleva su nombre. La Unión Soviética tenía derecho a intervenir en cualquier país de su esfera de influencia para proteger el socialismo contra cualquier posible enemigo.

Derrumbe acelerado

Con la llegada al poder de Mijaíl Gorbachov, la URSS dio un giro a su política internacional. ¿Tenía sentido mantener su dominio en Europa oriental? Los dirigentes soviéticos creían que no. Implicaba un gasto militar excesivo para una economía frágil, capaz de enviar satélites al espacio, pero no de proveer de alimentos los supermercados. Por ello, Gorbachov renunció al derecho de intervención en otros países.

Las razones internas pesaban también en la política internacional. El nuevo inquilino del Kremlin deseaba iniciar una política de distensión con Occidente que pusiera fin a la carrera armamentística y a la Guerra Fría.

Cuando se hizo evidente que no se iba a producir un ataque soviético, los países del bloque comunista experimentaron un veloz proceso de democratización, simbolizado en la caída del muro que dividía Berlín en dos mitades, en 1989. En poco tiempo, los regímenes de la Europa del Este se derrumbaron uno tras otro.

El Pacto de Varsovia ya no tenía sentido sin un bloque comunista, por lo que se deshizo dos años después. Todos sus miembros se incorporarían de forma paulatina a la OTAN, su antigua enemiga, excepto Rusia, con la que las tensiones han arreciado en los últimos años. Con Putin al frente, se ha llegado a hablar de una segunda guerra fría.

Las huellas de los nazis vuelven a pasar por Argentina

Autor: JAVIER M. GONZÁLEZ

Fuente: Nueva Tribuna

, 06/03/2020

El Centro Simon Wiesenthal divulgó hace unos días la lista de 12.000 nazis que, desde Argentina, giraron sumas millonarias a una cuenta en Suiza, presumiblemente dinero expoliado a las víctimas judías del Tercer Reich. La lista fue encontrada casualmente en el depósito donde funcionaron las dependencias de una organización nazi en Buenos Aires.

La lista contiene nombres, direcciones y fechas con las transferencias al Schweitzerische Kreditanstalt, actualmente Credit Suisse. Entidad que tendría cuentas inactivas desde la Segunda Guerra Mundial, con depósitos que alcanzarían los 35.000 millones de euros. Lo notable es que se creía que esta lista había sido quemada tras el golpe de Estado de 1943, en el que participó el entonces coronel Juan Domingo Perón.

Uno de los nombres de la lista es Ludwig Freude, afiliado al Partido Nazi con el número 405, tan amigo de Perón que le prestó su casa en vísperas del 17 de octubre de 1944 -fecha fundacional del peronismo-, cuando buscó refugio antes de ser detenido brevemente por sus compañeros de armas. El hijo de Freude sería secretario de Perón cuando éste se convirtió en presidente.

Argentina se convirtió en las décadas del 30 y el 40 en un centro de actividades nazis

La lista que dio a conocer el Centro Simon Wiesenthal había sido elaborada por la Comisión Especial para la Investigación de Actividades Anti-Argentina durante el gobierno del conservador Roberto M. Ortiz. La Comisión fue impulsada por el diputado socialista Enrique Dikmann en 1939. Además de la citada lista, se denunció la existencia de organizaciones paramilitares y una red de espionaje que comandaba el agregado naval de la embajada alemana. La misma estaba financiada por el citado Ludwig Freude. El informe de la comisión provocó en su momento la salida del país del embajador alemán, barón Edmund Von Thermann, que era oficial de las SS y muy próximo a Heinrich Himmler.  

A pesar de la citada comisión, lo cierto es que Argentina se convirtió en las décadas del 30 y el 40 en un centro de actividades nazis. Especialmente a partir del golpe del general José Félix Uriburu, de septiembre de 1930. Dicho general fue también conocido con “Von Pepe”, por sus simpatías germanófilas. A partir de ese momento el nacionalismo rancio y antiliberal se apodera de los sucesivos gobiernos argentinos, que verán con simpatía los regímenes europeos que surgen en Alemania, Italia, Francia y Portugal. El mismo Perón, enviado a Italia en misión de estudios, no esconderá nunca su simpatía por Mussolini. Y la influencia alemana fue especialmente importante en el Ejército.

Rodolfo_Freude_and_Perón

Rodolfo Freude (segundo desde la izquierda) en una imagen con Perón (Foto: Wikipedia)

La neutralidad argentina durante las dos contiendas mundiales fue interpretada siempre como un apoyo implícito a los alemanes. Y en el caso de la Segunda Guerra Mundial, fue el principal motivo de discordia con los Estados Unidos. En enero de 1942 se celebró la Conferencia de Río de Janeiro, que recomendó a todos los países de la zona la ruptura de relaciones con los países del Eje. Veinte países aceptaron la recomendación y siete declararon la guerra. Argentina esperó dos años y solo el 26 de enero de 1944, cuando la guerra ya estaba decidida. rompió relaciones, siendo el único país de América Latina que mantuvo la neutralidad hasta entonces. El secretario de Estado norteamericano de aquél entonces, Cordell Hull, dedicaría años después varios capítulos de sus memorias a la relación con Argentina, acusando al país de no responder a la política de buena vecindad del presidente Roosevelt. Señaló que las acciones del país sudamericano durante la contienda constituyeron “un crimen contra la democracia” y “el ejemplo del mal vecino”.

Según el reciente libro de la historiadora María Sáenz Quesada“1943”, había en la Argentina de ese año más de 200 establecimientos educativos alemanes y sus 15.000 alumnos fueron integrados al plan de adoctrinamiento nazi. La enseñanza la impartían solo maestros arios, debía preservarse la cultura alemana y evitar que los germanos se integraran al crisol de razas del proyecto argentino. “Sin tapujos, los símbolos del nazismo y la propaganda del régimen se introdujeron en las escuelas”, con honrosas excepciones.

El ambiente favorable a los nazis en Argentina se había intensificado a partir de 1933, llevando a los dirigentes de la comunidad alemana en el país a excluir a los judíos de las instituciones alemanes en el país, como los clubes, asociaciones culturales y benéficas. La persecución se extendió también a las empresas alemanas y a los médicos judíos que trabajaban en el Hospital Alemán. Según un estudio de María Oliveira-Cézar, fue esencial la recolección de fondos: a partir de 1937 la mayoría de alemanes que trabajaban en empresas alemanas fueron requeridos para que voluntariamente o no, entregaran entre el 6% y el 10% de sus sueldos para la causa.

Nazi_rally_Argentina_1938_1

Acto nazi en el estadio Luna Park en apoyo al III Reich. (10 de abril de 1938).

En  abril de 1938 se celebró en el estadio Luna Park de Buenos Aires un acto de apoyo al Tercer Reich, siendo el más numeroso de los realizados fuera de Europa para celebrar la anexión de Austria. Acto al que asistieron algunos funcionarios del gobierno argentino, como el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Manuel Fresco. Este clima explica la famosa “Circular 11”, de julio de 1938, que durante mucho tiempo fue secreta, con instrucciones a todos los consulados argentinos para restringir al máximo los visados a judíos que huían de la Alemania nazi.

El nuevo golpe militar, de 1943, fue organizado por militares integrados en la logia del GOU (Grupo de Oficiales Unidos), en el que había muchos oficiales pro nazis. El principal impulsor del grupo fue Perón que, por su cargo miliar, en ese momento coronel, se mantuvo en un segundo plano. Los generales Rawson y Farrell ocuparían el poder formal, aunque Perón manejaba los hilos, ocupando la vicepresidencia, el ministerio de Guerra y la estratégica Secretaría de Trabajo y Previsión, desde donde construyó el poder que le llevaría a la presidencia, en las elecciones de febrero de 1946.

La tensión con los Estados Unidos fue máxima por esos años, acusando a Argentina de proteger a los nazis en su país

La tensión con los Estados Unidos fue máxima por esos años, acusando a Argentina de proteger a los nazis en su país. Entre 1942 y 1949 mantuvo un boicot económico y la tensión alcanzó su pico máximo con la llegada al país, en mayo de 1945, del nuevo embajador, Spruille Braden. Según el embajador británico en Buenos Aires, su colega americano llegaba “con la idea fija de que había sido elegido por la Providencia para derrocar al régimen Farrell-Perón”. Solo estaría en el país 127 días, ya que volvió a Washington para ocupar el cargo de Subsecretario de Estado. Pero se convirtió en el principal dinamizador de la oposición, señalando conexiones nazis y fascistas en el gobierno militar. Según el historiador Félix Luna, en su clásico libro “El 45”, la oficina de Braden, a tres manzanas de la Casa Rosada, se constituyó en la “virtual sede del estado mayor opositor”.

Estados Unidos publicaría antes de las elecciones de febrero de 1946 el Libro Azul, en el que detallaría sus denuncias. Eso le serviría a Perón para lanzar el slogan de Braden o Perón, de cara a los comicios.

Elecciones que ganaría Perón con el 52,4% de los votos. Ya en la presidencia, y acabada la Segunda Guerra Mundial, es sobradamente conocido el santuario que encontraron en Argentina muchos de los jerarcas del nazismo. Pero esta es ya otra historia.