Estados Unidos en el Sáhara: 45 años de favores a Marruecos

Henry Kissinger durante una audiencia con Franco en 1973 Biblioteca de la Universidad de Alcalá

Autor: Carlos Hernández-Echevarría

Fuente: eldiario.es 11/12/2020

“Hubo una época de mi vida en la que no sabía dónde estaba el Sáhara español y era igual de feliz que ahora”. Era 9 de octubre de 1974 y Henry Kissinger intentaba explicarle al ministro franquista Pedro Cortina lo poco que le importaba a EEUU el conflicto con Marruecos a cuenta de la descolonización. Cortina estaba inquieto porque había leído en el Washington Post que EEUU estaba a favor de un acuerdo para que España cediera el territorio a Hassan II y quería comprobar que EEUU mantendría su neutralidad. “Nunca leo el Washington Post, salvo la sección de deportes”, respondió Kissinger, “es un disparate”. 

Por supuesto, un año después, España salió huyendo de su colonia y EEUU torpedeó en la ONU cualquier acción internacional contra la ocupación marroquí. Los documentos desclasificados muestran que a Kissinger, efectivamente, no le importaba lo más mínimo la suerte de “40.000 personas que probablemente ni saben que viven en el Sáhara español”, pero lo que menos quería era una guerra entre dos aliados fundamentales. Tampoco a Donald Trump le importan ahora los saharauis pero, reconociendo por sorpresa esta semana la soberanía marroquí sobre el territorio, ha conseguido que otro país árabe normalice relaciones con Israel. Una vez más, los saharauis son peones en el tablero internacional.

Peones en la Guerra Fría

Cada vez que se habla de la relación Washington y Rabat, se cuenta que fue el sultán de Marruecos el primer monarca del mundo en reconocer la independencia de EEUU cuando abrió sus puertos al nuevo país en 1777. Sin embargo, cuando “la marcha verde” marroquí ocupó el Sáhara 200 años después, el vínculo entre ambos países era menos romántico y mucho más estratégico.

En 1975, Marruecos quería hacerse con el Sáhara, España quería salir de allí sin hacer el ridículo ni romper sus promesas y EEUU estaba entre medias de los dos. Por un lado, tenía una profunda relación militar con la España franquista y, con el dictador gravemente enfermo, no quería que una guerra colonial desestabilizara el país en un momento de cambios fundamentales. Por otro lado, EEUU tenía que proteger a Hassan II. 

En la Guerra Fría Marruecos era oficialmente un país neutral o “no alineado”, pero durante el reinado de Hassan II el país se había acercado a EEUU. El monarca presumía de anticomunismo y había reprimido con fuerza protestas de izquierdas en la década anterior. Durante la marcha verde, el propio Kissinger le dijo al presidente Ford que si Hassan no lograba ocupar el Sáhara español “estaba acabado” y corría el riesgo de perder la corona. Por tanto, añadió, “debemos trabajar para que lo consiga” a través de una votación “amañada” en la ONU. 

Hay debate sobre si EEUU presionó a España para que aceptara las demandas marroquíes y abandonara Marruecos, pero la mayoría de los historiadores creen que, con Franco en coma, el gobierno español necesitó poca motivación para firmar los acuerdos de Madrid y entregar de forma efectiva el Sáhara a Marruecos. El número dos de la CIA en aquel momento, Vernon Walters, era amigo personal del rey Hassan y ha sido acusado de haber presionado a las autoridades españolas, pero él nunca quiso dar detalles: “parecería que el rey de Marruecos y el Rey de España son peones de EEUU y eso interesa a nadie”. 

Lo que sí hizo EEUU fue asegurarse de que Marruecos no era castigado internacionalmente por haber ocupado el territorio. Cuando arrancó la marcha verde, pactó una resolución en el Consejo de Seguridad de la ONU que “deploraba” la invasión marroquí y pedía su retirada, pero que no incluía ninguna sanción ni nada parecido. El consejo no volvió a pronunciarse sobre tema y el entonces embajador de EEUU ante Naciones Unidas, Daniel Patrick Moynihan, escribió en sus memorias que su tarea había sido que la ONU “se mostrara tremendamente inefectiva” y que lo logró. 

El embajador cantaba victoria porque consideraba al Frente Polisario un “peón” de la Unión Soviética, aunque lo cierto es que la URSS nunca ayudó directamente a la lucha saharaui. Hassan II había intentado convencer a Kissinger del peligro de que en el Sáhara se creara un nuevo estado que cayera bajo la influencia de Moscú y, aunque no está muy claro que el diplomático se lo creyera, tras la retirada española el argumento sirvió para justificar las ayudas militares y de inteligencia de EEUU a Marruecos en los siguientes 15 años de guerra contra el Polisario. 

Marruecos, siempre clave

Mientras la Guerra Fría avanzó paralela a la guerra entre Marruecos y el Polisario, todos los gobiernos estadounidenses apoyaron económica y materialmente el esfuerzo militar de Rabat. Tanto los presidentes demócratas como los republicanos mantuvieron las ayudas. La Administración Carter argumentó increíblemente que la venta de armas a Marruecos “podía contribuir a la negociación de una solución que refleje los derechos” de los habitantes del Sáhara. El equipo de Ronald Regan fue más claro al declarar en sede parlamentaria que “las decisiones sobre la venta de material militar no se condicionarán a los intentos marroquíes de mostrar progreso hacia una paz negociada”.

Sin embargo, a principios de los 90, con la URSS en agonía y el fin de la Guerra Fría a la vista, se abrió la posibilidad de que EEUU pudiera ser algo más exigente con Marruecos. La ONU logró impulsar un alto el fuego y una misión internacional para celebrar un referéndum, y la administración Bush advirtió a Rabat de que la relación entre ambos países se vería “seriamente afectada” si no cooperaba. El gobierno estadounidense incluso entró en contactos directos con los saharauis mediante un encuentro entre el secretario de Estado y el presidente de la República Árabe Saharaui Democrática.

A pesar de todo esto, el rey Hassan II consiguió anular cualquier distancia que se hubiera creado EEUU gracias a una decisión audaz: cuando Bush padre anunció en 1990 que iba a atacar al Irak de Saddam Husseín tras su conquista de Kuwait, Marruecos no solo apoyó la operación sino que envió a 1.700 de sus soldados a contribuir a la campaña contra el que había sido un histórico aliado. Aunque parte de su propia población rechazó el movimiento con multitudinarias manifestaciones, lo cierto es que la relación con EEUU mejoró.

Desde el alto el fuego con el Polisario en 1990, Marruecos lleva 30 años alargando plazos y torpedeando la celebración de un referéndum de autodeterminación, mientras que EEUU cada vez toma posiciones más favorables a su causa. Si el apoyo de Rabat a la primera Guerra del Golfo solucionó algunas tensiones surgidas por el final de la Guerra Fría, en el mundo posterior al 11-S Washington no se podía permitir estar a malas con uno de sus grandes aliados en el mundo musulmán. Cuando Bush hijo ordenó ocupar Irak en 2003, el rey Mohammed VI no mostró el entusiasmo de su padre durante la primera invasión, pero sí que se cuidó muy mucho de criticar a EEUU a pesar de las protestas en las calles de Marruecos.

Conforme Marruecos ha ido consolidándose aún más como uno de los grandes aliados musulmanes de EEUU, la tibieza de Washington con respecto a la autodeterminación del Sáhara se ha ido acrecentando más y más. Desde 2001, Washington apuesta por una autonomía saharaui dentro del reino de Mohammed VI, negando la posibilidad de un estado propio, pero ahora Trump ha dado un paso más y uno que es difícilmente reversible. Con el reconocimiento de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental solo no se acerca la paz y sino que se reduce la capacidad estadounidense de presionar a Rabat.

Unas semanas antes de dejar la Casa Blanca, Trump se apunta un tanto en la que considera su gran contribución a la política exterior de EEUU: la normalización internacional de Israel. Está por ver si Joe Biden mantiene la apuesta o da marcha atrás enfureciendo a Marruecos pero, de momento y como tantas otras veces, son los saharauis los que pagan el precio de que un líder estadounidense tenga prioridades mayores que el destino de “40.000 personas que probablemente ni saben que viven en el Sáhara español”.

Benedict Arnold, el traidor norteamericano

Autor: EDMUNDO FAYANAS ESCUER

Fuente: Nueva Tribuna 4/12/2020

Arnold nació en Norwich, el catorce de enero del año 1741, en el estado de Connecticut, como súbdito británico. Era el segundo de los seis hijos de Benedict Arnold y de Hannah Waterman King.

Su nombre fue elegido en honor a su bisabuelo Benedict Arnold, uno de los primeros gobernadores de la Colonia de Rhode Island. El padre de Arnold era un exitoso hombre de negocios y la familia se cambió a los barrios ricos de Norwich. Fue inscrito en una escuela privada en las cercanías de Canterbury, con el objetivo de que eventualmente asistiera a la Universidad de Yale.

Sin embargo, la muerte de sus hermanos dos años después puede haber contribuido a un declive en la fortuna familiar, ya que su padre comenzó a beber. Cuando tenía catorce años, no tenía dinero para pagar su educación privada.

En Norwich, en el estado de Connecticut, la ciudad natal de Arnold, alguien escribió “el traidor” junto a su registro de nacimiento en el ayuntamiento, y todas las lápidas de su familia han sido destruidas excepto la de su madre

SUS PRIMEROS AÑOS DE VIDA

El alcoholismo y la mala salud de su padre le impidieron enseñarle a Arnold en el negocio mercantil familiar. Sin embargo, las conexiones familiares de su madre le aseguraron un aprendizaje con sus primos Daniel y Joshua Lathrop, quienes operaban un exitoso boticario y comercio de mercancías en general en Norwich. Su aprendizaje con los Lathrops duró siete años.

Arnold estaba muy unido a su madre, que murió en el año 1759. El alcoholismo de su padre empeoró después de su muerte, y el joven asumió la responsabilidad de mantener a su padre y a su hermana menor. Su padre fue arrestado en varias ocasiones por embriaguez pública, su iglesia le negó la comunión y murió en el año 1761.


Arnold se sintió atraído por el sonido de las baterías de artillería en el año 1755 e intentó alistarse en la milicia provincial durante la guerra francesa e india, pero su madre se negó al permiso.

Cuando tenía dieciséis años, se alistó en la milicia de Connecticut. Se dirigió hacia Alban, Nueva York y Lake George. Los franceses habían sitiado Fort William Henry en el noreste de Nueva York, y sus aliados indios habían cometido atrocidades después de su victoria. La noticia del desastroso resultado del asedio llevó a la compañía a cambiar y Arnold sirvió solo durante trece días.

SUS NEGOCIOS

Arnold se estableció como farmacéutico y librero en New Haven, Connecticut, en el año 1762 con la ayuda de los Lathrops. Trabajó duro y tuvo éxito, y pudo expandir rápidamente su negocio.

Se asoció con Adam Babcock en el año 1764, que era otro joven comerciante de New Haven. Compraron tres barcos comerciales, utilizando las ganancias de la venta de su propiedad y establecieron un lucrativo comercio en las Indias Occidentales.

Durante este tiempo, Arnold llevó a su hermana Hannah a New Haven y la estableció en su botica para administrar el negocio en su ausencia. Viajó extensamente a través de Nueva Inglaterra y desde Quebec hasta las Indias Occidentales, a menudo al mando de uno de sus propios barcos.

En uno de sus viajes, se batió en duelo en Honduras con el capitán de un barco británico, que lo había llamado “maldito yanqui, desprovisto de buenos modales o de los de un caballero”. El capitán resultó herido en el primer tiroteo, y se disculpó cuando Arnold amenazó con apuntar a matar en el segundo.


La Ley del Azúcar del año 1764 y la Ley del Sello del año 1765 restringieron severamente el comercio mercantil en las colonias. La Ley del Timbre impulsó a Arnold a unirse al coro de voces de la oposición y también lo llevó a unirse a los Hijos de la Libertad, una organización secreta que abogaba por la resistencia a esas y otras medidas parlamentarias restrictivas.

Arnold inicialmente no participó en ninguna manifestación pública pero, como muchos comerciantes, continuó haciendo negocios abiertamente desafiando las leyes parlamentarias que legalmente equivalían al contrabando.

Se enfrentó la ruina financiera, endeudado con acreedores, que difundieron rumores de su insolvencia, hasta el punto de que emprendió acciones legales contra ellos.

Arnold y miembros de su tripulación dieron una paliza a un hombre sospechoso de intentar informar a las autoridades en la noche del veintiocho de enero del año 1767, sobre el contrabando de Arnold.

Fue condenado por alteración del orden público y multado con una cantidad relativamente pequeña de cincuenta chelines. La publicidad del caso y la simpatía generalizada por sus puntos de vista, probablemente contribuyeron a la leve sentencia.

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El veintidós de febrero del año 1767, Arnold se casó con Margaret Mansfield, hija de Samuel Mansfield, el sheriff de New Haven y miembro de la Logia Masónica local. Su hijo Benedict nació al año siguiente y fue seguido por los hermanos Richard y Henry.

Margaret murió el diecinueve de junio del año 1775, mientras que Arnold estaba en Fort Ticonderoga después de su captura. Está enterrada en la cripta de la Iglesia Central en New Haven Green. La casa estaba dominada por la hermana de Arnold, Hannah, incluso mientras Margaret estaba viva.

Se benefició de su relación con Mansfield, quien se convirtió en socio de su negocio y utilizó su puesto de sheriff para protegerlo de los acreedores.

Arnold estaba en las Indias Occidentales cuando tuvo lugar la masacre de Boston el cinco de marzo del año 1770. Escribió que estaba “muy conmocionado” y se preguntó “Dios mío, ¿están todos los estadounidenses dormidos y cediendo dócilmente sus libertades, o se han vuelto filósofos, que no toman venganza inmediata de tales malhechores?”



EL LUCHADOR POR LA INDEPENDENCIA

Comenzó la guerra como capitán de la milicia de Connecticut, cargo para el que fue elegido en marzo del año 1775. Su compañía se dirigió hacia el noreste para ayudar en el asedio de Boston, y posteriormente, en las batallas de Lexington y Concord.

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Propuso una acción al Comité de Seguridad de Massachusetts para apoderarse de Fort Ticonderoga en el norte del estado de Nueva York, pues sabía que estaba mal defendido. Inmediatamente se fue a Castleton en las disputadas New Hampshire Grants a tiempo para participar con Ethan Allen y sus hombres en la captura de Fort Ticonderoga.

Siguió esa acción con una incursión audaz en Fort Saint-Jean en el río Richelieu, al norte del lago Champlain. Tuvo una disputa con su comandante sobre el control del fuerte y renunció a su comisión en Massachusetts. Iba de camino a casa desde Ticonderoga cuando se enteró de que su esposa había muerto a principios de junio.

El II Congreso Continental autorizó una invasión de Quebec, en parte a instancias de Arnold, pero se le pasó por alto para el mando de la expedición. Fue a Cambridge, en el estado de Massachusetts y sugirió a George Washington una segunda expedición para atacar la ciudad de Quebec a través de una ruta salvaje a través de Maine.

Recibió el grado de coronel en el Ejército Continental para esta expedición y dejó Cambridge en septiembre del año 1775, con 1.100 hombres. Llegó a la ciudad de Quebec en noviembre, tras una travesía difícil en el que 300 hombres dieron media vuelta y otros 200 murieron en el camino. Richard Montgomery se unió a él y a sus hombres.

El pequeño ejército participó en el asalto del treinta y uno de diciembre a la ciudad de Quebec, en el que Montgomery fue asesinado y la pierna de le quedó destrozada.

Posteriormente viajó a Montreal, donde se desempeñó como comandante militar de la ciudad hasta que un ejército británico que había llegado a Quebec en mayo lo obligó a retirarse. Dirigió la retaguardia del Ejército Continental durante su retirada de Saint-Jean, donde James Wilkinson informó que fue la última persona en marcharse antes de que llegaran los británicos.

Dirigió la construcción de una flota para defender el lago Champlain, pero fue derrotado en la batalla de octubre del año 1776 en la isla Valcour. Sin embargo, sus acciones en Saint-Jean y Valcour Island jugaron un papel notable en el retraso del avance británico contra Ticonderoga hasta el año 1777.

Sin embargo, una enconada disputa con Moses Hazen, comandante del II Regimiento canadiense en Ticonderoga durante el verano del año 1776, hizo cambiar su situación. Sólo la acción del superior de Arnold en Ticonderoga impidió su propio arresto por contracargos formulados por Hazen.

También tuvo desacuerdos con John Brown y James Easton, dos oficiales de nivel inferior con conexiones políticas, que provocaron continuas sugerencias de irregularidades. Brown fue particularmente cruel, publicando un volante que decía de Arnold, “El dinero es el Dios de este hombre y para obtener suficiente sacrificaría su país”. Como vemos, patria y dinero se unían en Arnold.

El general Washington asignó a Arnold a la defensa de Rhode Island, tras la toma británica de Newport en diciembre del año 1776, donde la milicia estaba demasiado mal equipada para siquiera considerar un ataque contra los británicos.


Aprovechó la oportunidad para visitar a sus hijos mientras estaba cerca de su casa en New Haven, y pasó gran parte del invierno en Boston, donde cortejó sin éxito a una bella joven llamada Betsy Deblois.

Arnold se dirigía a Filadelfia para discutir su futuro cuando fue alertado de que una fuerza británica marchaba hacia un depósito de suministros en Danbury, Connecticut. Organizó la respuesta de la milicia, junto con David Wooster y el general de milicia del estado de Connecticut, Gold Selleck Silliman.

Lideró un pequeño contingente de milicias, que intentaba detener o frenar el regreso británico a la costa en la batalla de Ridgefield y nuevamente resultó herido en la pierna izquierda.

Continuó hacia Filadelfia, donde se reunió con miembros del Congreso para tratar sobre su rango. Su acción en Ridgefield resultó en su ascenso a mayor general, aunque su antigüedad no fue restaurada sobre aquellos que habían sido promovidos antes que él.

En medio de negociaciones sobre su graduación militar, escribió una carta de renuncia el once de julio, el mismo día en que llegó a Filadelfia la noticia de que Fort Ticonderoga había caído en manos de los británicos. Washington rechazó su renuncia y le ordenó ir al norte para que ayudara en la defensa de esta región.

Arnold llegó al campamento de Schuyler en Fort Edward, en el estado de Nueva York, el veinticuatro de julio. El trece de agosto, Schuyler lo envió con una fuerza de 900 hombres para aliviar el sitio de Fort Stanwix, donde logró con una artimaña levantar el sitio.

Arnold regresó al Hudson, donde el general Gates se había hecho cargo del mando del ejército norteamericano. Se distinguió en las batallas de Saratoga, a pesar de que el General Gates lo removió del mando de campo después de la primera batalla, luego de una serie de desacuerdos y disputas que culminaron en una pelea a gritos.

Durante la lucha en la segunda batalla, Arnold desobedeció las órdenes de Gates y se dirigió al campo de batalla para liderar los ataques a las defensas británicas. Volvió a ser gravemente herido en la pierna izquierda al final del combate.

Burgoyne se rindió diez días después de la segunda batalla, el diecisiete de octubre del año 1777. El Congreso restauró la antigüedad de mando de Arnold en respuesta a su valor en Saratoga. Sin embargo, interpretó la forma en que lo hicieron como un acto de simpatía por sus heridas y no como una disculpa o reconocimiento de que estaban corrigiendo un error.

Pasó varios meses recuperándose de sus heridas. Tenía su pierna toscamente ajustada, en lugar de permitir que se la amputaran, dejándola dos pulgadas más corta que la derecha. Regresó al ejército en Valley Forge, en el estado de Pensilvania, en mayo del año 1778, ante el aplauso de los hombres que habían servido a sus órdenes en Saratoga.

Allí participó en el primer juramento de lealtad registrado, junto con muchos otros soldados, como señal de lealtad a los Estados Unidos.


Los británicos se retiraron de Filadelfia en junio del año 1778 y Washington nombró a Arnold comandante militar de la ciudad. El conocido historiador John Shy afirma:

“Washington luego tomó una de las peores decisiones de su carrera, nombrando a Arnold como gobernador militar de la rica ciudad políticamente dividida. Nadie podría haber estado menos calificado para el puesto. Arnold había demostrado ampliamente su tendencia a verse envuelto en disputas, así como su falta de sentido político. Por encima de todo, necesitaba tacto, paciencia y equidad al tratar con un pueblo profundamente marcado por meses de ocupación enemiga”.

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Desde su cargo militar comenzó a planear capitalizar financieramente el cambio de poder en Filadelfia. Participó en una variedad de acuerdos comerciales diseñados para beneficiarse de los movimientos de suministro relacionados con la guerra y beneficiarse de la protección de su autoridad.

Tales esquemas no eran infrecuentes entre los oficiales norteamericanos, pero los esquemas de Arnold a veces fueron frustrados por poderosos políticos locales como Joseph Reed, quien eventualmente acumuló suficiente evidencia para emitir cargos en su contra públicamente.

Arnold exigió una corte marcial para aclarar los cargos, escribiendo a Washington en mayo del año 1779: «Habiéndome convertido en un lisiado al servicio de mi país, poco esperaba encontrar resultados ingratos».

Arnold vivió extravagantemente en Filadelfia y fue una figura prominente en la escena social. Durante el verano del año 1778, conoció a Peggy Shippen, la hija de dieciocho años del juez Edward Shippen, un simpatizante leal que había hecho negocios con los británicos mientras ocupaban la ciudad.

Se casó con Arnold el ocho de abril del año 1779. Shippen y su círculo de amigos habían encontrado métodos para mantenerse en contacto con amantes a través de las líneas de batalla, a pesar de las prohibiciones militares de comunicarse con el enemigo. Parte de esta comunicación se realizó a través de los servicios de Joseph Stansbury, un comerciante de Filadelfia.

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Arnold había sido gravemente herido dos veces en la batalla y había perdido su negocio en el estado de Connecticut, lo que lo amargaba profundamente. Se sintió resentido con varios generales rivales y más jóvenes, que habían sido promovidos antes que él y recibieron los honores que él pensaba que se merecían.

COMIENZA LA TRAICIÓN

Especialmente irritante fue una larga disputa con las autoridades civiles en Filadelfia, que condujo a su consejo de guerra. También fue condenado por dos cargos menores por usar su autoridad para obtener ganancias. El general Washington le dio una leve reprimenda, pero simplemente aumentó la sensación de traición de Arnold.

No obstante, ya había iniciado negociaciones con los británicos, antes de que comenzara su consejo de guerra. Más tarde dijo en su propia defensa, que era leal a sus verdaderas creencias. Sin embargo, mintió al mismo tiempo al insistir en que Peggy era totalmente inocente e ignorante de sus planes.

Era un pesimista sobre el futuro del país. El diez de noviembre del año 1778, el general Nathanael Greene escribió al general John Cadwalader: “Me han dicho que el general Arnold se ha vuelto muy impopular entre ustedes, debido a que se ha asociado demasiado con los conservadores”.

Unos días más tarde, Arnold escribió a Greene y se lamentó por la mala situación del país en ese momento en particular, citando la depreciación de la moneda, la desafección del ejército y las luchas internas en el Congreso.

Peggy Shippen tuvo un papel importante en la trama. Ejerció una poderosa influencia sobre su esposo. Peggy provenía de una familia leal en Filadelfia y tenía muchos vínculos con los británicos. Ella era el conducto de información para los británicos.

A principios de mayo del año 1779, Arnold se reunió con el comerciante de Filadelfia Joseph Stansbury, quien se trasladó en secreto a Nueva York con una oferta de los servicios de Arnold al jefe británico Sir Henry Clinton. Stansbury ignoró las instrucciones de Arnold de no involucrar a nadie más en el complot. Cruzó la frontera británica y fue a ver a Jonathan Odell en Nueva York.

LA CONSUMACIÓN DE LA TRAICIÓN

André consultó con el general Clinton, quien le dio amplia autoridad para seguir la oferta de Arnold. André luego redactó instrucciones para Stansbury y Arnold. Esta carta inicial abrió una discusión sobre los tipos de ayuda e inteligencia que Arnold podría proporcionar, e incluyó instrucciones sobre cómo comunicarse en el futuro.

Se debían pasar cartas a través del círculo de mujeres, del que formaba parte Peggy. Sólo ésta sabría que algunas cartas contenían instrucciones que debían transmitirse a André, escritas en código tinta invisible, se empleó a Stansbury como mensajero.

En julio del año 1779, Benedict Arnold estaba proporcionando a los británicos las ubicaciones y las fuerzas de las tropas, así como la ubicación de los depósitos de suministros, mientras negociaba la compensación. Al principio, pidió indemnización por sus pérdidas de unas diez mil libras, cantidad que el Congreso Continental le había dado por sus servicios en el Ejército Continental.

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El general Clinton estaba realizando una campaña para hacerse con el control del valle del río Hudson y estaba interesado en planes e información sobre las defensas de West Point y otras defensas del río Hudson.

También comenzó a insistir en una reunión cara a cara y le sugirió a Arnold que buscara otro comando de alto nivel. En octubre del año 1779 las negociaciones se habían detenido.

El consejo de guerra le acusó de lucro cesante, comenzó a reunirse el uno de junio del año 1779, pero se retrasó hasta diciembre del año 1779 por la captura de Stony Point, en el estado de Nueva York por parte del general Clinton, lo que provocó que el ejército se lanzara a un frenesí de actividad para reaccionar.

Varios miembros del panel de jueces estaban mal dispuestos hacia Arnold por acciones y disputas a principios de la guerra. Sin embargo, Arnold fue absuelto de todos los cargos menores excepto dos, el veintiséis de enero del año 1780.

Arnold trabajó durante los siguientes meses, sin dar a conocer este hecho. Sin embargo, George Washington publicó una reprimenda formal por su comportamiento a principios de abril, solo una semana después de haber felicitado a Arnold, el diecinueve de marzo por el nacimiento de su hijo Edward Shippen Arnold. La reprimenda dice:

“El Comandante en Jefe habría estado mucho más feliz en la ocasión de otorgar elogios a un oficial, que había prestado servicios tan distinguidos a su país como el Mayor General Arnold; pero en el presente caso, el sentido del deber y la sinceridad lo obligan a declarar que considera su conducta como imprudente e impropia”.

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Una investigación del Congreso sobre los gastos de Arnold concluyó, que no había tenido en cuenta completamente los gastos incurridos durante la invasión de Quebec y que le debía al Congreso unas mil libras, en gran parte porque no pudo documentarlos. Una cantidad significativa de estos documentos se perdió durante la retirada de Quebec. Enojado y frustrado, Arnold renunció a su mando militar en Filadelfia a fines de abril.

A principios de abril, Philip Schuyler se había acercado a Arnold con la posibilidad de darle el mando en West Point. Las discusiones no habían dado frutos entre Schuyler y Washington a principios de junio.

Arnold reabrió los canales secretos con los británicos, informándoles de las propuestas de Schuyler e incluyendo la evaluación de Schuyler de las condiciones en West Point.

También proporcionó información sobre una propuesta de invasión franco-norteamericana de Quebec, que iba a remontar el río Connecticut. Arnold no sabía, que esta propuesta de invasión era un ardid destinado a desviar los recursos británicos.

El dieciséis de junio, Arnold inspeccionó West Point mientras se dirigía a su casa en Connecticut para ocuparse de sus asuntos personales, y envió un informe muy detallado a través del canal secreto. Cuando llegó a Connecticut, Arnold arregló la venta de su casa y comenzó a transferir activos a Londres a través de sus intermediarios en Nueva York.

A Clinton le preocupaba, que el ejército de Washington y la flota francesa se unieran en Rhode Island y nuevamente se fijó en West Point como un punto estratégico para capturar.

André tenía espías e informadores que seguían a Arnold para verificar sus movimientos. Emocionado por las perspectivas, Clinton informó a sus superiores de su golpe de inteligencia, pero no respondió a la carta de Arnold del siete de julio.

Benedict Arnold escribió a continuación una serie de cartas a Clinton, incluso antes de que pudiera haber esperado una respuesta a la carta del siete de julio. En una carta del once de julio, se quejaba de que los británicos no parecían confiar en él y amenazaba con interrumpir las negociaciones a menos, que se hiciera algún progreso.

El doce de julio, volvió a escribir, haciendo explícita la oferta de entregar West Point, aunque su precio se elevó a veinte mil libras, además de la indemnización por sus pérdidas, con un anticipo de mil libras, que se entregará con la respuesta. Estas cartas fueron entregadas por Samuel Wallis, otro empresario de Filadelfia, que espiaba para los británicos, en lugar de Stansbury.

El tres de agosto del año 1780, Arnold obtuvo el mando de West Point. El quince de agosto, recibió una carta codificada de André con la oferta final de Clinton: veinte mil libras y ninguna indemnización por sus pérdidas. Las cartas de Arnold continuaron detallando los movimientos de tropas de Washington y proporcionando información sobre los refuerzos franceses que se estaban organizando. El veinticinco de agosto, Peggy finalmente le entregó el acuerdo de Clinton sobre los términos.

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El mando de Arnold en West Point también le dio autoridad sobre todo el río Hudson controlado por los norteamericanos, desde Albany hasta las líneas británicas fuera de la ciudad de Nueva York.

Una vez que Arnold se estableció en West Point, comenzó a debilitar sistemáticamente sus defensas y fuerza militar. Nunca se ordenaron las reparaciones necesarias en la cadena al otro lado del Hudson.

Las tropas se distribuyeron generosamente dentro del área de comando de Arnold o se enviaron a Washington.

También acribilló a Washington con quejas sobre la falta de suministros y escribió: “Falta de todo”. Al mismo tiempo, trató de drenar los suministros de West Point para que el asedio tuviera más posibilidades de éxito.

Sus subordinados se quejaron de la distribución innecesaria de suministros de Arnold y finalmente llegaron a la conclusión de que los estaba vendiendo en el mercado negro para beneficio personal.

El treinta de agosto, Arnold envió una carta aceptando los términos de Clinton y proponiendo una reunión a André a través de otro intermediario más, William Heron, que era miembro de la Asamblea del estado Connecticut en quien pensaba que podía confiar.

Finalmente, se fijó una reunión para el once de septiembre, cerca de Dobb’s Ferry. Esta reunión se vio frustrada cuando las cañoneras británicas en el río dispararon contra su barco, sin ser informados de su inminente llegada.

Esperaba a Washington, con quien iba a desayunar en su cuartel general en la antigua casa de verano del coronel británico, Beverley Robinson, en la orilla este del Hudson. Arnold se enteró de que Jameson había enviado a Washington los documentos que André llevaba.

Arnold huyó a la ciudad de Nueva York. Desde el barco, escribió una carta a Washington solicitando que se le diera a Peggy un pasaje seguro a su familia en Filadelfia, que Washington concedió.

Washington mantuvo la calma cuando se le presentó evidencia de la traición de Arnold. Sin embargo, investigó su alcance y sugirió, que estaba dispuesto a cambiar a André por Arnold durante las negociaciones con el general Clinton sobre el destino de André.

Clinton rechazó esta sugerencia. Tras ser juzgado por un tribunal militar, André fue ahorcado en Tappan, en el estado de Nueva York, el dos de octubre. Washington también infiltró hombres en la ciudad de Nueva York en un intento por capturar a Arnold.

Este plan casi tuvo éxito, pero Arnold cambió de vivienda antes de zarpar hacia Virginia en diciembre y así evitó la captura. Justificó sus acciones en una carta abierta titulada “A los habitantes de América”, publicada en los periódicos en octubre del año 1780.

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También escribió en la carta a Washington solicitando un pasaje seguro para Peggy: “El amor a mi país impulsa mi conducta actual, sin embargo, puede parecer inconsistente para el mundo, que rara vez juzga correctas las acciones de cualquier hombre”.

Los británicos le dieron a Arnold el cargo de general de brigada con un ingreso anual de varios cientos de libras. Además, le pagaron sólo 6.315 libras más una pensión anual de 360 libras, a pesar de que su plan había fracasado.

En diciembre del año 1780, dirigió una fuerza de 1.600 soldados a Virginia bajo las órdenes de Clinton, donde capturó Richmond por sorpresa y luego se desató por Virginia, destruyendo casas de suministros, fundiciones y molinos.

El ejército norteamericano que lo perseguía incluía al marqués de Lafayette, que tenía órdenes de Washington de colgar sumariamente a Arnold si era capturado. Los refuerzos británicos llegaron a fines de marzo liderados por William Phillip, quien sirvió bajo Burgoyne en Saratoga.

Arnold estuvo al mando del ejército sólo hasta el veinte de mayo, cuando Lord Cornwallis llegó con el ejército del sur y se hizo cargo.

A su regreso a Nueva York en junio, Arnold hizo una variedad de propuestas de ataques a objetivos económicos para obligar a los norteamericanos a poner fin a la guerra. Clinton no estaba interesado en la mayoría de sus ideas agresivas, pero finalmente lo autorizó a asaltar el puerto de New London, en Connecticut.

Dirigió una fuerza de más de 1.700 hombres, que incendió la mayor parte de New London, el cuatro de septiembre, causando daños estimados en 500.000 dólares. También atacaron y capturaron Fort Griswold al otro lado del río en Groton, en Connecticut, matando a los norteamericanos después de que se rindieron tras la Batalla de Groton Height.

Sin embargo, las bajas británicas fueron elevadas, casi una cuarta parte de la fuerza murió o resultó herida, y Clinton declaró que no podía permitirse más victorias de este tipo.

Incluso antes de la rendición de Cornwallis en octubre, Arnold había pedido permiso a Clinton para ir a Inglaterra y contarle a Lord George Germain sus pensamientos sobre la guerra en persona. El ocho de diciembre de 1781, Arnold y su familia partieron de Nueva York hacia Inglaterra.

En Londres, Arnold se alineó con los conservadores y aconsejó a Germain y al rey Jorge III que reanudaran la lucha contra los norteamericanos. En la Cámara de los Comunes, Edmund Burke expresó la esperanza de que el gobierno no pusiera a Arnold “a la cabeza de una parte del ejército británico… para que los sentimientos de verdadero honor, que todo oficial británico tiene más querido que la vida, ser afligido”.

Los whigs pacifistas habían ganado la delantera en el Parlamento, y Germain se vio obligado a dimitir, y el gobierno de Lord North cayó poco después. Luego Arnold solicitó acompañar al general Carleton, que iba a Nueva York, para reemplazar a Clinton como comandante en jefe, pero la solicitud no llegó a ninguna parte.

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Todos los demás intentos fracasaron para ganar posiciones dentro del gobierno o la Compañía Británica de las Indias Orientales durante los próximos años, y se vio obligado a subsistir con la paga reducida del servicio fuera de la guerra.

Su reputación también fue criticada en la prensa británica, especialmente cuando se la compara con el Mayor André, quien fue célebre por su patriotismo. Un crítico dijo “que era un mercenario mezquino que, habiendo adoptado una causa por el saqueo, la abandona cuando es condenado por ese cargo”. George Johnstone lo rechazó para un puesto en la Compañía de las Indias Orientales y explicó:

“Aunque estoy satisfecho con la pureza de su conducta, la generalidad no lo cree así. Si bien este es el caso, ningún poder en este país podría colocarlo repentinamente en el situación a la que apunta bajo la Compañía de las Indias Orientales”.

Arnold y su hijo Richard se mudaron a Saint John, New Brunswick en el año 1785, donde especularon con la tierra y establecieron un negocio comercial con las Indias Occidentales. Arnold compró grandes extensiones de tierra en el área de Maugerville y adquirió lotes en la ciudad de Saint John y Fredericton.

La entrega de su primer barco, el Lord Sheffield, estuvo acompañada de acusaciones del constructor de que Arnold lo había engañado. Después de su primer viaje, Arnold regresó a Londres, en el año 1786, para llevar a su familia a Saint John. Mientras estaba allí, se liberó de una demanda por una deuda impaga, que Peggy había estado luchando mientras él estaba fuera, pagando 900 libras para liquidar un préstamo de 12.000 libras, que había adquirido mientras vivía en Filadelfia.

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La familia se mudó a Saint John en el año 1787, donde Arnold creó un escándalo con una serie de malos negocios y juicios menores. El más grave de ellos fue un juicio por difamación, que ganó contra un ex socio comercial y después de esto, la gente del pueblo lo quemó en una efigie frente a su casa, mientras Peggy y los niños observaban. La familia abandonó Saint John para regresar a Londres, en diciembre de 1791.

Luchó en un duelo incruento con el conde de Lauderdale, en julio del año 1792, después de que el conde impugnara su honor en la Cámara de los Lores. Con el estallido de la Revolución Francesa, Arnold equipó a un corsario, mientras continuaba haciendo negocios en las Indias Occidentales, aunque las hostilidades aumentaron el riesgo.

Fue encarcelado por las autoridades francesas en Guadalupe en medio de acusaciones de espionaje para los británicos, y eludió por poco la horca al escapar a la flota británica que bloqueaba, después de sobornar a sus guardias. Ayudó a organizar las fuerzas de la milicia en las islas bajo control británico, recibiendo elogios de los terratenientes por sus esfuerzos en su favor.

Esperaba que este trabajo le valiera un mayor respeto y un nuevo mando; en cambio, le valió a él ya sus hijos una concesión de tierras de 15.000 acres, unas 6.100 ha en el Alto Canadá, cerca de la actual Renfrew, Ontario.

En enero del año 1801, la salud de Benedict Arnold comenzó a deteriorarse. Había sufrido de gota desde el año 1775 y ya no tenía capacidad para hacerse a la mar. La otra pierna le dolía constantemente y caminaba solo con un bastón.

Arnold fue enterrado en Londres. Como resultado de un error administrativo en los registros parroquiales, sus restos fueron llevados a una fosa común sin marcar durante las renovaciones de la iglesia un siglo después.

Arnold dejó una pequeña propiedad, reducida en tamaño por sus deudas, que Peggy se comprometió a liquidar. Entre sus legados había regalos considerables a un tal John Sage, quizás un hijo o nieto ilegítimo.

El nombre de Benedict Arnold se convirtió en sinónimo de “traidor” poco después de que su traición se hiciera pública, y a menudo se invocaban temas bíblicos. Benjamín Franklin escribió que “Judas vendió a un solo hombre, Arnold tres millones”, y Alexander Scammell describió sus acciones como “negras como el infierno”.

En Norwich, en el estado de Connecticut, la ciudad natal de Arnold, alguien escribió “el traidor” junto a su registro de nacimiento en el ayuntamiento, y todas las lápidas de su familia han sido destruidas excepto la de su madre.

Los historiadores canadienses han tratado a Arnold como una figura relativamente menor. Su difícil época en New Brunswick llevó a los historiadores a resumirlo como lleno de “controversia, resentimiento y enredos legales” y a concluir que no era del agrado de los norteamericanos y los leales que vivían allí.

El club de los cuatro años: los presidentes que perdieron la reelección

Los presidentes estadounidenses John Quincy Adams, Andrew Johnson y Jimmy Carter
 Dominio público

Autor: CARLOS HERNÁNDEZ-ECHEVARRÍA

Fuente: La Vanguardia. Historia y Vida, 9/11/2020

Donald Trump se ha pasado la vida en los clubes más exclusivos: quemó las noches de su juventud en el mítico Studio 54 de Nueva York y luego fundó clubes de golf que exigen casi 400.000 € de cuota inicial a sus nuevos socios. Por supuesto, en 2016 entró a formar parte del exclusivísimo club de los presidentes de EE. UU., al que solo han accedido 44 personas en la historia, pero si se confirma su derrota en las elecciones ingresará en una sociedad aún más selecta. Una en la que habría preferido no tomar parte: la de los presidentes que perdieron la reelección.

Desde que en 1792 George Washington convenció a los estadounidenses de que le dieran cuatro años más en el poder, solamente 10 presidentes han fracasado en las urnas. Una historia que empieza con el sucesor de Washington, John Adams, que fue el primer presidente en vivir en la Casa Blanca y también el primero en abandonarla después de solo cuatro años. Adams vivió lo suficiente como para ver a su hijo John Quincy Adams convertirse a su vez en presidente, pero murió antes de saber que también a él lo iban a echar después de un único mandato. Sus últimas palabras en el lecho de muerte fueron para el hombre que lo había derrotado: “Thomas Jefferson sigue vivo”. No sabía que su rival había muerto unas horas antes.

John Adams, por Gilbert Stuart, c. 1800-1815
John Adams, por Gilbert Stuart, c. 1800-1815 CC 0 / NGA Gift of Mrs. Robert Homans

A Adams padre lo perjudicaron las peleas internas de su partido y a Adams hijo las acusaciones de corrupción, pero al siguiente perdedor le quitaron el cargo por el que luego ha sido el motivo más habitual de despido entre presidentes: la crisis económica. Martin Van Buren ganó cómodamente las elecciones de 1836, pero solo unos meses después de jurar el cargo se desató el Pánico de 1837, que arrasó bancos por todo EE. UU., haciendo que el dinero perdiera su valor y que los precios se dispararan. Poco importó a los votantes que Van Buren acabara de llegar y que la culpa tuviera más que ver con las políticas de su antecesor. En 1840 los votantes lo mandaron a casa, e hicieron lo mismo cuando se presentó de nuevo en 1848.

Primer gabinete de Glover Cleveland, segundo por la dcha. en primera fila
Primer gabinete de Glover Cleveland, segundo por la dcha. en primera fila Dominio público

En los siguientes veinte años ningún presidente fue derrotado en las urnas, pero dos de ellos no pudieron siquiera presentarse a la reelección porque sus partidos se negaron a hacerles de nuevo candidatos: Andrew Johnson y Franklin Pierce. En 1868, fue el presidente Grover Cleveland el que se llevó el disgusto de ser desalojado después de solo cuatro años: fue una derrota amarga, ya que sacó más votos que su rival Benjamin Harrison, pero aun así perdió por el sistema electoral. Sin embargo, cuatro años después, Cleveland se cobró su venganza venciendo a su sucesor. A día de hoy, es el único presidente que ha regresado a la Casa Blanca después de una derrota.

Los perdedores del siglo XX

El primer perdedor del siglo pasado fue William Howard Taft. Según los historiadores, él mismo era el primero que no tenía muchas ganas de ser presidente. Era más feliz siendo juez, pero tanto su esposa como su antecesor, Teddy Roosevelt, tenían otros planes para él. Parece mentira que en solo cuatro años se pudiera deteriorar tanto su relación con su antiguo jefe, porque fue Roosevelt quien le condenó a la derrota cuando el expresidente se presentó contra él en 1913, dividiendo el voto republicano y otorgando una victoria fácil a los demócratas. 

Por suerte para Taft, la pérdida de la Casa Blanca tuvo una consecuencia indirecta muy positiva: ocho años después, el presidente Harding le otorgó su verdadero sueño y le nombró presidente de la Corte Suprema. Es la única persona que ha ocupado los dos cargos, aunque Taft sabía cuál prefería: “Ni me acuerdo de que fui presidente”.

Herbert Hoover y su esposa en campaña en 1932
Herbert Hoover y su esposa en campaña en 1932 Library of Congress

Cuando Herbert Hoover llegó a la presidencia en 1928, no sabía la que se le venía encima. Durante la campaña había dicho que EE. UU. estaba “más cerca del triunfo final sobre la pobreza que nunca antes en la historia de un país”. Fue como si esas declaraciones hubieran tentado al destino: no llevaba ni un año en la Casa Blanca cuando el crac del 29 destrozó la economía estadounidense y envió a millones a la pobreza. Hoover vio multiplicarse por ocho la tasa de paro y la renta de las familias descendió un 40%. A los estadounidenses no les gustó su respuesta, y en las elecciones de 1932 perdió en 42 de los 48 estados.

Ningún presidente volvió a perder la reelección en los siguientes 44 años, pero, cuando llegó el turno de Gerald Ford, no lo tenía sencillo. Los votantes ni siquiera lo habían elegido como vicepresidente de Nixon, pero le tocó sustituir primero a Spiro Agnew tras ser condenado por evasión de impuestos y luego al propio presidente cuando dimitió por el caso Watergate. Aunque Ford hubiera logrado recuperarse de su impopular decisión de indultar a Nixon, llegó a las presidenciales de 1972 con una economía floja y las terribles imágenes de la caída de Saigón a manos de Vietnam del Norte.Lee también

Los votantes se lo hicieron pagar y eligieron a Jimmy Carter, pero no tardaron en volverse también contra él. El empleo había mejorado, pero los precios estaban disparados, particularmente los del petróleo. A las imágenes de largas colas en las gasolineras se sumó el culebrón televisado de los rehenes estadounidenses en Irán: 14 meses de sufrimiento, una operación de rescate fallida y unas negociaciones con el final más humillante posible. Irán los liberó el mismo día en que Carter abandonaba la Casa Blanca, después de haber perdido las elecciones.

George H. W. Bush jura el cargo el 20 de enero de 1989
George H. W. Bush jura el cargo el 20 de enero de 1989 Dominio público

Mientras Trump no se una a este selecto club de presidentes perdedores, el último socio es George Bush padre. Ocho meses antes de las elecciones de 1992, el ejército estadounidense había arrasado a Sadam Husein en la primera guerra del Golfo y el presidente Bush tenía un nivel de aprobación del 89%. Parecía imposible derrotarlo, y muchos demócratas de primer nivel prefirieron no presentarse y esperar cuatro años más. Bill Clinton, un gobernador sureño bastante desconocido, se las apañó para ganar las primarias y a cuatro meses de las presidenciales ya podía ver cómo la popularidad de Bush se había desplomado hasta el 29%.

El presidente estaba pagando el precio de una situación económica negativa y tenía además una guerra abierta dentro de su partido por haber roto su promesa electoral estrella de no subir impuestos. Clinton fue en cabeza en las encuestas durante toda la campaña y, aunque Bush se resistía a creerlo, el día de las elecciones los votantes confirmaron que querían un cambio. A pesar del disgusto, la carta de despedida que dejó a su sucesor en el Despacho Oval de la Casa Blanca es un ejemplo de buen gusto que habría que recordar estos días: “Os deseo lo mejor a ti y a tu familia. Tu éxito ahora es el éxito del país. Tienes todo mi apoyo”.

Buchanan, el peor presidente de Estados Unidos

James Buchanan, en el centro, de pie, rodeado por su gabinete, aproximadamente en 1860 
 Getty Images

Autor: Joaquín Luna

Fuente: La Vanguardia 25/10/2020

El único presidente soltero de la historia fue el rey del estropicio: fracturó su partido, trató de adquirir Cuba en vano y legó a Lincoln la guerra civil

Visión, rumbo, determinación. El abogado James Buchanan llegó a la Casa Blanca, pero careció de estas y otras virtudes pese a su experiencia diplomática y legislativa, por lo que su presidencia (1856-1860) está considerada la peor de la historia de Estados Unidos, según la mayoría de índices presidenciales. Lo suyo era el estropicio.

“Buchanan era perezoso, temeroso, pusilánime y estaba confundido”, señala el profesor Paul Johnson en su libro Estados Unidos. La historia (Ediciones B). Más allá de su preparación y experiencia en los asuntos públicos, cuesta dar con elogios sobre James Buchanan, dada la magnitud de los desastres que originó, “su inflexible visión de la Constitución” y una terquedad que algunos biógrafos atribuyen a su soltería.

Aún hoy, James Buchanan es el único de los 45 presidentes de EE.UU. que nunca se casó, como tampoco dejó rumores sobre su sexualidad en una ciudad propicia al cotilleo sobre la Casa Blanca como Washington DC. Una de sus biógrafas, Jean H. Baker, apunta que Buchanan era asexual y recoge la teoría de que buena parte de su torpeza política guarda relación con el tópico de que un soltero ignora los mecanismos de los compromisos cotidianos.

El estado civil de los presidentes, no obstante, no figura en ninguna de las casillas en las que historiadores, académicos y especialistas en la Casa Blanca puntúan a cada presidente, las que permiten elaborar los llamados “índices de los presidentes”: una forma científica y con ambición de objetividad para situar a cada presidente en su lugar bajo el sol. El sol y la historia de Estados Unidos.

Buchanan es el único soltero entre los 45 presidentes de EE.UU.

Buchanan es el último de la fila en la mayoría de estos índices, y cuando no lo es –caso de la lista de la cadena pública C-Span–nunca está fuera de los tres peores. El escalafón de esta cadena, por ejemplo, desbancó en 2017 a Buchanan para ceder el farolillo rojo a… Donald Trump. Un panel de historiadores evaluaron conforme a diez cualidades que se asignan a un inquilino de la Casa Blanca. He aquí algunos baremos: “autoridad moral”, “liderazgo en tiempos de crisis”, “visión y agenda”…

Desde que, en 1948, Arthur M. Schlesinger Sr. elaboró desde su atalaya en Harvard una lista con base en las puntuaciones de los más distinguidos historiadores, han sido numerosos los medios de comunicación y centros docentes que han elaborado sus propias listas. Ya forman parte de la tradición política de Estados Unidos y son una de sus particularidades (ningún país europeo las ha reproducido a similar escala).

Revuelta de transporte de esclavos con destino a Cuba, en 1839
Revuelta de transporte de esclavos con destino a Cuba, en 1839 Getty Images

Hijo de un irlandés que hizo fortuna, Buchanan parecía preparado para el cargo. Había servido en el Capitolio, como representante de Pensilvania tanto en el Senado como en la Cámara baja, fue embajador ante la corte de los zares, secretario de Estado (1845-49) en una época de gran dinamismo y embajador en Londres, desde donde trató de comprar la isla de Cuba a España por las buenas o por las malas. Y lo hizo no sólo por fidelidad a la doctrina del presidente Monroe –“América para los americanos”, dijo un 2 de diciembre de 1823–, sino también para contentar a los estados del Sur, partidarios de apropiarse del Caribe a fin de disponer de más esclavos y a mejores precios.

La cristalización del apetito de Buchanan por Cuba se hizo patente en el manifiesto de Ostende (1854), en el que los principales embajadores de EE.UU. en Europa reunidos en la ciudad belga daban por legítima una intervención militar caso de que el Gobierno español no a se aviniese a pactar la venta. La declaración tuvo un recorrido muy corto porque pretendía ser secreta y terminó conociéndose en las capitales europeas, reacias al expansionismo territorial (tanto Gran Bretaña como Francia tenían colonias en el continente americano).

Comprar la isla fue una obsesión a fin de contentar a los estados esclavistas

¿Por qué ese apetito estadounidense a lo largo del siglo XIX y especialmente en los años en torno a la presidencia de Buchanan? Cuba formaba parte de la “política doméstica”. La cercana isla se presentaba como una atractiva cantera de esclavos (en 1850, la población constaba de 651.000 ciudadanos libres y 322.514 esclavos). Para los estados sureños, más desarrollados y ricos a principios del siglo XIX que los del norte de EE.UU., se trataba sencillamente de garantizar en el futuro la mano de obra para el algodón y el tabaco. Washington y Madrid nunca llegarían a un acuerdo, y el mero hecho de negociar con el palo y la zanahoria despertó el orgullo patrio en España, resumido en la altisonante respuesta del general Prim: “Vender Cuba sería una deshonra. A España se la vence pero no se la deshonra”.Lee también

James Buchanan era un político demócrata del Norte que trató de conciliar el esclavismo de los estados del Sur –y apaciguarles para ganar sus votos de cara a la elección presidencial– con el pujante desarrollo industrial del Norte, plasmado en el liderazgo mundial de Nueva York y su región en los años cincuenta del siglo XIX, coincidiendo con la presidencia de Buchanan.

Left to Right: Photograph of Allan Pinkerton (1819-1884) President Abraham Lincoln (1809-1865) and John Alexander McClernand (1812-1900) during the Battle of Antietam. Dated 19th Century. (Photo by: Universal History Archive/ Universal Images Group via Getty Images)
Lincoln, en el centro, en la batalla de Antietam  Universal Images Group via Getty

Nuestro hombre see presentó a la elección con la promesa de que sería el presidente capaz de preservar la Unión y compaginar las reivindicaciones del Sur –cuyo modelo era antagónico al proteccionismo que reclamaba el Norte– con las del resto del país. “La Guerra Civil, impensable una década atrás, se convirtió en inevitable al acabar la presidencia de Buchanan”, ha escrito la profesora Jane H. Baker. Había prometido ocupar la presidencia un único mandato y cumplió pero su mayor fiasco fue acelerar irreversiblemente el camino a la guerra civil.

Todos los historiadores acusan a James Buchanan de una grave inacción durante los meses de transición entre la elección de Lincoln, el primer presidente republicano, en noviembre de 1860 y el relevo efectivo el 4 de marzo de 1861. Seis semanas después de que Lincoln asumiese la presidencia, la guerra de Secesión estallaba como colofón al secesionismo del Sur en cuanto se conoció la victoria electoral de Lincoln. “Un fuerte despliegue de determinación presidencial hubiese podido detener el crecimiento del sentimiento secesionista. Buchanan hizo lo contrario: se rindió”, señaló a la BBC David C. Eisenbach, experto en historia presidencial de EE.UU. de la Universidad de Columbia.

Llegó a la Casa Blanca prometiendo reconciliación y dejó a EE.UU. en llamas

James Buchanan se pasó el resto de sus días –falleció ocho años después de abandonar la Casa Blanca– tratando de defender su gestión, a la vista de que sus contemporáneos le señalaban como uno de los grandes responsables del desastre de la guerra civil. “Los tiempos críticos elevan a menudo a los mejores presidentes y a la inversa. James Buchanan fue uno de los que desaprovechó la oportunidad”, estima Baker. Su sucesor, Abraham Lincoln, no. Todo o contrario: figura siempre entre los cinco mejores presidentes de la historia.

Cuando Fidel Castro caía bien en Washington

Fidel Castro durante su visita a Estados Unidos en 1959.
 Dominio público

Autor: Francisco Martínez Hoyos

Fuente: La Vanguardia 21/09/2020

Hace 60 años, Castro llegaba a Nueva York como jefe de la delegación cubana ante la ONU. Todavía no se había convertido en la encarnación del mal para EE. UU.

Desde su independencia de España en 1898, Cuba vivió sometida a una humillante dependencia de los “gringos”, hasta el punto de ser considerada su patio trasero. La película El Padrino II refleja bien cómo, en la década de 1950, los gángsters estadounidenses tenían en la isla su propio paraíso. Gracias a sus conexiones con el poder, la mafia realizaba suculentos negocios en la hostelería, el juego y la prostitución. Miles de turistas llegaban dispuestos a vaciar sus bolsillos a cambio de sol, sexo y otras emociones fuertes en los casinos y los clubes que se multiplicaban sin control por La Habana.

El historiador Arthur M. Schlesinger Jr., futuro asesor del gobierno de Kennedy, se llevó una penosa impresión de la capital caribeña durante una estancia en 1950. Los hombres de negocios habían transformado la ciudad en un inmenso burdel, humillando a los cubanos con sus fajos de billetes y su actitud prepotente.

Cuba estaba por entonces en manos del dictador Fulgencio Batista, un hombre de escasos escrúpulos al que no le importaba robar ni dejar robar. Una compañía de telecomunicaciones estadounidense, la AT&T, le sobornó con un teléfono de plata bañado en oro. A cambio obtuvo el monopolio de las llamadas a larga distancia.

Barrio marginal de La Habana en 1954, junto al estadio de béisbol y a un cartel de un casino de juego.
Barrio marginal de La Habana en 1954, junto al estadio de béisbol y a un cartel de un casino de juego. Dominio público

Para acabar con la corrupción generalizada y el autoritarismo,  el  Movimiento 26 de Julio protagonizó una rebelión que el régimen, pese a la brutalidad de su política represiva, fue incapaz de sofocar. Tenía en su contra a los sectores progresistas de las ciudades, en alianza con los guerrilleros de Sierra Maestra, dirigidos por líderes como Fidel Castro o el argentino Ernesto “Che” Guevara.

Se ha tendido en muchas ocasiones a presentar la revolución antibatistiana como el fruto de una intolerable opresión económica. En realidad, el país era uno de los más avanzados de América Latina en términos de renta per cápita o nivel educativo, aunque los indicadores globales ocultaban las fuertes desigualdades entre la ciudad y el campo o entre blancos y negros. Las verdaderas causas del descontento hay que buscarlas más bien en el orden político. Entre los guerrilleros predominaba una clase media que aspiraba a un gobierno democrático, modernizador y nacionalista.

Entre la opinión pública norteamericana, Fidel disfrutó en un principio del estatus de héroe, en gran parte gracias a Herbert Matthews, antiguo corresponsal en la Guerra Civil española, que en 1957 consiguió entrevistarle. Matthews, según el historiador Hugh Thomas, transformó al jefe de los “barbudos” en una figura mítica, al presentarlo como un hombre generoso que luchaba por la democracia. De sus textos se desprendía una clara conclusión: Batista era el pasado y Fidel, el futuro.

Happy New Year

A principios de 1959, la multitud que celebraba la llegada del año nuevo en Times Square, Nueva York, acogió con alegría la victoria de los guerrilleros cubanos. El periodista televisivo Ed Sullivan se apresuró a viajar a La Habana, donde consiguió entrevistar al nuevo hombre fuerte. Había comenzado el breve idilio entre la opinión pública norteamericana y el castrismo. 

Poco después, en abril, el líder revolucionario realizó una visita a Estados Unidos, invitado por la Asociación Americana de Editores de Periódicos. Ello creó un problema protocolario, ya que la Casa Blanca daba por sentado que ningún jefe de gobierno extranjero iba a visitar el país sin invitación oficial. Molesto, el presidente Eisenhower se negó a efectuar ningún recibimiento y se marchó a jugar al golf.

Fidel Castro firma como primer ministro de Cuba el 16 de febrero de 1959.
Fidel Castro firma su nombramiento como primer ministro de Cuba el 16 de febrero de 1959. Dominio público

En esos momentos, sus consejeros estaban divididos respecto a la política a seguir con Cuba. Unos defendían el reconocimiento del nuevo gobierno; otros preferían aguardar a que se definiese la situación. ¿Qué intenciones tenía Castro? ¿No sería, tal vez, un comunista infiltrado?

Parte de la opinión pública norteamericana, sin embargo, permanecía ajena a esos temores. Algunos periódicos trataron con cordialidad al recién llegado, lo mismo que las principales revistas. Look y Reader’s Digest, por ejemplo, le presentaron como un moderno Robin Hood.

El senador demócrata John F. Kennedy, futuro presidente, le consideraba el continuador de Simón Bolívar por encarnar un movimiento antiimperialista, reconociendo así que su país se había equivocado con los cubanos al apoyar la sangrienta dictadura batistiana. Entre los intelectuales existía un sentimiento de fascinación similar.

Castro sabía que el desarrollo industrial era totalmente imposible sin el entendimiento con el coloso norteamericano

Muchos norteamericanos supusieron que el líder latinoamericano buscaba ayuda económica. Fidel, sin embargo, proclamó en público su voluntad de no mendigar a la superpotencia capitalista: “Estamos orgullosos de ser independientes y no tenemos la intención de pedir nada a nadie”. Sus declaraciones no podían interpretarse al pie de la letra. Sabía sencillamente que no era el momento de hablar de dinero, pero había previsto que un enviado suyo, quince días después, presentara a la Casa Blanca su demanda de inversiones.

En su opinión, ese era el camino para promover el desarrollo industrial, algo totalmente imposible sin el entendimiento con el coloso norteamericano. De ahí que insistiera, una y otra vez, en que no era partidario de las soluciones extremas: “He dicho de forma clara y definitiva que no somos comunistas”.

Ofensiva de encanto

Allí donde iba, Fidel generaba la máxima expectación. En las universidades de Princeton y Harvard sus discursos le permitieron meterse en el bolsillo a los estudiantes. En el Central Park de Nueva York, cerca de cuarenta mil personas siguieron atentamente sus palabras. No hablaba un buen inglés, pero supo ganarse al público con algunas bromas en ese idioma. De hecho, todo su viaje puede ser entendido como una “ofensiva de encanto”, en palabras de Jim Rasenberger, autor de un estudio sobre las relaciones cubano-estadounidenses. Castro, a lo largo de su visita, no dejó de repartir abrazos entre hombres, mujeres y niños. 

Fidel Castro en la asamblea de la ONU en 1960.
Fidel Castro en la asamblea de la ONU en 1960. Dominio público

El entonces vicepresidente, Richard Nixon, se encargó de sondear sus intenciones en una entrevista de dos horas y media, en la que predicó al jefe guerrillero sobre las virtudes de la democracia y le urgió a que convocara pronto elecciones. Fidel escuchó con receptividad, disimulando el malestar que le producía la insistencia en si era o no comunista. ¿No era libre Cuba de escoger su camino? Parecía que a los norteamericanos solo les importara una cosa de la isla, que se mantuviera alejada del radicalismo de izquierdas.

Según el informe de Nixon acerca del encuentro, justificó su negativa a convocar comicios con el argumento de que su pueblo no los deseaba, desengañado por los malos gobernantes que en el pasado habían salido de las urnas. A Nixon Castro le pareció sincero, pero increíblemente ingenuo acerca del comunismo, si es que no estaba ya bajo su égida. Creía, además, que no tenía ni idea de economía. No obstante, estaba seguro de que iba a ser una figura importante en Cuba y posiblemente en el conjunto de América Latina. A la Casa Blanca solo le quedaba una vía: intentar orientarle “en la buena dirección”.

Desde entonces se ha discutido mucho sobre quién provocó el desencuentro entre Washington y La Habana. ¿Los norteamericanos, con su política de acoso a la revolución? ¿Los cubanos, al implantar un régimen comunista, intolerable para la Casa Blanca en plena Guerra Fría?

Los jefes del crimen organizado vieron desaparecer propiedades por un valor de cien millones de dólares

El envenenamiento

La “perla de las Antillas” constituía un desafío ideológico para Estados Unidos, pero también una amenaza económica. Al gobierno cubano no le había temblado el pulso a la hora de intervenir empresas como Shell, Esso y Texaco, tras la negativa de estas a refinar petróleo soviético. Los norteamericanos acabarían despojados de todos sus intereses agrícolas, industriales y financieros. Las pérdidas fueron especialmente graves en el caso de los jefes del crimen organizado, que vieron desaparecer propiedades por un valor de cien millones de dólares.

Como represalia, Eisenhower canceló la cuota de azúcar cubano que adquiría Estados Unidos. Fue una medida inútil, porque enseguida los soviéticos acordaron comprar un millón de toneladas en los siguientes cuatro años, además de apoyar a la revolución con créditos y suministros de petróleo y otras materias primas.

En septiembre de 1960, Fidel Castro regresó a Estados Unidos para intervenir en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Fue otra visita memorable. Tras marcharse de su hotel por el aumento astronómico de las tarifas, decidió alojarse en el barrio negro de Harlem, donde disfrutó de un recibimiento entusiasta.

Fidel Castro y el revolucionario Camilo Cienfuegos antes de disputar un partido de béisbol.
Fidel Castro y el revolucionario Camilo Cienfuegos antes de disputar un partido de béisbol. Dominio público

Los periódicos norteamericanos aseguraban que los cubanos utilizaban su alojamiento para realizar orgías sexuales, pero Castro aprovechaba para recibir visitas importantes, como la del líder negro Malcolm X, el primer ministro indio Jawaharlal Nehru o Nikita Jruschov, mandatario de la Unión Soviética.

Desde la perspectiva del gobierno norteamericano, estaba claro que la isla había ido a peor. Batista podía ser un tirano, pero al menos era un aliado. Castro, en cambio, se había convertido en un enemigo peligroso. Lo cierto es que la Casa Blanca alentó desde el mismo triunfo de la revolución operaciones clandestinas para forzar un cambio de gobierno en La Habana, sin dar oportunidad a que fructificara la vía diplomática.

Por orden de Eisenhower, la CIA se encargó de organizar y entrenar militarmente a los exiliados cubanos. Era el primer paso que conduciría, en 1961, al desastroso episodio de Bahía de Cochinos, ya bajo mandato de Kennedy, en el que un contingente anticastrista fracasó estrepitosamente en su intento de invasión de la isla. Alejado entonces de cualquier simpatía por Fidel Castro, JFK le acusaba de traicionar los nobles principios democráticos de la revolución para instaurar una dictadura.

Los Laxalt, una familia vasca al servicio de Estados Unidos, 1941-1945

Foto oficial del 7º Batallón del 20º Regimiento de Ingenieros, en Camp American University, Washington, DC, antes de su despliegue en febrero de 1918, en el que se encontraba Jean Pierre Laxalt Etchart (Compañía C / Compañía 21) (http://www.20thengineers.com/images/ww1-7bn-before.jpg).

Autor: Asociación Sancho de Beurko

Fuente: eldiario.es 25/06/2020

Con 36 años, el suletino Jean Pierre Laxalt Etchart se encontraba en Ardentes, en el centro de Francia, —a unos 650 kilómetros de su localidad natal de Aloze-, inmerso en la Gran Guerra de 1914 que asolaría parte del país. La diferencia con sus coetáneos en cuanto a su participación en el conflicto se encontraba en que Jean Pierre fue reclutado por el Ejército de Estados Unidos (EEUU), país en el que residía desde 1902. Regresó a defender Francia en marzo de 1918, por primera (y última) vez desde su salida, 16 años antes. Fue uno de los “luchadores forestales” del Regimiento de Ingenieros —el mayor regimiento del ejército norteamericano que haya existido. Durante el mismo periodo de tiempo, en uno de estos temibles frentes de trincheras se hallaba el soldado del ejército francés, Jean Michel (Alpetche) Bassus, nacido en 1894 en Buenos Aires, Argentina, de padres bajo navarros, y cuya vida, se entrelazaría impredeciblemente con la de los Laxalt en un futuro no muy lejano.

Tras su desmovilización, Jean Pierre retomó su vida como criador de ovejas en Nevada. Previamente le habían acompañado en su labor, y de manera exitosa, desde 1910 y durante unos cuantos años, sus hermanos Pierre y Dominique Laxalt Etchart, llegados a EEUU en 1904 y 1906, respectivamente. Ambos habían nacido en Liginaga; Pierre, en 1878, y Dominique en 1886. En 1914, Pierre “Pete” Laxalt Etchart se casó con Marie “Mary” Ucarriet, nacida en 1892, en Aldude, Baja Navarra, y llegada al país con sus padres en 1912. Tuvieron cuatro hijos: Gabriel “Gabe” Peter (1915-1979), Adelle Marie (1917-2003), Robert John (1920-1972) y Lucille Catherine (1921-1980). Tres de ellos, Gabriel, Robert y Lucille tomaron parte activa en la Segunda Guerra Mundial (SGM).

Gabriel y Robert se alistaron en las Fuerzas Áreas en 1941. Gabriel Laxalt Ucarriet lo hizo ocho meses antes del ataque a Pearl Harbor, mientras Robert Laxalt Ucarriet se presentó voluntario dos días después de la agresión japonesa. Gabriel fue destinado al personal de mantenimiento de la flota aérea, y sirvió al final de la guerra en el 534º Grupo de Servicio Aéreo, siendo licenciado con el rango de sargento en 1945. Robert fue destinado a la Base de Islandia, establecida por el ejército de EEUU el 7 de julio de 1941 para la defensa de la isla y como punto estratégico entre Europa y Norte América. Allí permaneció durante todo el conflicto bélico.

En agosto de 1941, Lucille Laxalt Ucarriet se inscribió en el Children’s Hospital, en San Francisco, California, para capacitarse como enfermera. Mientras estaba en la escuela de enfermería, Lucille fue admitida en los Cuerpos de Enfermeras Cadetes de EEUU el 1 de julio de 1943, fecha de su creación por parte del Congreso de EEUU. Tenían por objetivo el de capacitar a enfermeras para las fuerzas armadas y hospitales gubernamentales y civiles. Más de 124.000 enfermeras que se inscribieron en este programa federal se graduaron durante el curso de la guerra para suplir la grave escasez de enfermeras, tanto en el país como en el extranjero. El gobierno volvía a requerir la participación activa de las mujeres, pero no en los mismos términos de igualdad que el hombre. A fecha de hoy las mujeres de los Cuerpos de Enfermeras Cadetes son las únicas de todos los cuerpos uniformados que sirvieron en la SGM que no han sido todavía reconocidas como veteranas de guerra por parte del gobierno estadounidense.

En diciembre de 1920, una joven bajo navarra de 29 años, Therèse Alpetche Bassus, arribaba al Puerto de Nuevo York desde Burdeos, Francia, donde su familia regentaba el Hotel Amerika y una de las primeras agencias de viaje entre Europa y las Américas. Therèse “Theresa”, nacida en 1891 en Baigorri, Baja Navarra, tenía como destino San Francisco. Es en esta ciudad, en el Hotel España, propiedad de una familia vasca, donde residía su hermano Jean Michel, quién, tras el fin de la Gran Guerra, había llegado en octubre de 1919, siguiendo los pasos de su hermano Maurice, residente en EEUU desde 1914. Jean Michel se estaba muriendo por los efectos de un ataque con gas venenoso usado durante la guerra. Therèse tenía por objetivo el de regresar con su hermano a Francia. Desgraciadamente Jean Michel falleció en 1921 y fue enterrado en Reno, Nevada, donde su hermana erigió un monolito en su memoria. Therèse decidió permanecer en el país, contrayendo matrimonio, al de poco tiempo, con Dominique Laxalt Etchart. Tuvieron seis hijos: Paul Dominique (1922-2018), Robert Peter “Bob” (1923-2001), Suzanne Marie (Hermana Mary Robert de la Orden de la Sagrada Familia; 1925-2019), John Maurice (1926-2011), Marie Aurelie (1928-2019) y Peter Dominique “Mick” (1931-2010).

Al igual que sus primos, tres de los Laxalt-Alpetche también contribuyeron al esfuerzo de la guerra. Paul Dominique Laxalt Alpetche fue reclutado en 1942 y durante tres largos años, y de éstos 18 meses en el extranjero, sirvió en los Cuerpos Médicos del Ejército (una unidad no combatiente), hasta su licenciamiento con el grado de sargento. Es durante la Batalla de Leyte, en Filipinas, donde cuidó de un joven oficial vasco-nevadense, Leon Etchemendy Trounday (un héroe de las Aleutianas), gravemente herido. “Demasiada sangre, demasiados heridos y soldados muriéndose”, escribiría Paul, décadas más tarde, en sus memorias (1). Paul llegó a ser elegido vicegobernador de Nevada (1962-1964), gobernador de Nevada (1967-1971), y finalmente senador de EEUU por el Estado de Nevada (1974-1987). Paul se convirtió en el primer senador vasco en la historia estadounidense. Fue la mano derecha e íntimo amigo del presidente Ronald Regan. Paul fue enterrado con honores militares en el Cementerio Nacional de Arlington, Virginia.

Su hermano Robert Laxalt Alpetche interrumpió sus estudios para alistarse en el ejército. Sin embargo, no fue aceptado debido a un leve soplo cardíaco. A través de las conexiones políticas de la familia, Robert finalmente consiguió un trabajo con el Servicio Diplomático del Departamento de Estado en Washington DC. Fue asignado como oficial de cifras a la Legación Diplomática y enviado al Congo Belga en 1944. Sirvió en un puesto avanzado en la selva en el contexto de una guerra secreta de espías entre los Aliados (la Oficina de Servicios Estratégicos, la actual CIA) y los alemanes por el control de una mina en la provincia de Katanga que producía un mineral poco conocido (en aquel momento) llamado uranio —el ingrediente esencial de la bomba atómica (2). Robert enfermó de malaria y fue repatriado en marzo de 1945. Tenía 21 años. En 1951, Robert acompañó a su padre a su lugar de nacimiento por primera vez después de 47 años como pastor de ovejas en Nevada y el norte de California. Basado en la historia de su padre, escribió Sweet Promised Land (1957), su segunda novela y uno de sus libros más conocidos. Robert fundó la University of Nevada Press en 1961 y fue su director hasta 1983. Junto a William A. Douglass y Jon Bilbao fundaron el Programa de Estudios Vascos en la Universidad de Nevada en 1967. Robert fue un prolífico escritor de ficción y no ficción. Se convirtió en la “voz de los vascos” en el oeste americano (3).

Casi al final de la guerra, John Maurice Laxalt Alpetche fue reclutado por la Armada, sirviendo a bordo del barco de municiones USS Mount Katmai en el Oeste del Pacifico. Fue licenciado con el grado de administrativo de segunda clase en julio de 1946. Abandonó su bufete de abogados para participar en las campañas electorales de su hermano Paul, estableciéndose posteriormente en Washington DC.

Tras la muerte de Paul en 2018, a los 96 años, la de Suzanne Marie (la Hermana Mary Robert), en octubre del pasado año, a la edad de 94, supuso el fin de la primera generación vasca de los Laxalt nacida en EEUU. Los Laxalt-Ucarriet, aunque fallecieron relativamente jóvenes, dejaron tras de sí un legado de superación y de defensa de libertades que hoy en día intentamos preservar a toda costa. Los Laxalt-Alpetche, quizás la cara más visible de esta extraordinaria familia vasco-americana, son posiblemente el paradigma de una historia de emigración exitosa, de lucha por la supervivencia, y de la conquista social, económica y política de una familia en una sola generación. Hicieron del lejano oeste americano, y especialmente de Nevada, su hogar, siendo este un valor que los Laxalt continúan atesorando con gran ahínco.

Si quieres colaborar con “Ecos de dos guerras” envíanos un artículo original sobre cualquier aspecto de la SGM o la Guerra Civil y la participación vasca o navarra al siguiente email: sanchobeurko@gmail.com

Los artículos seleccionados para su publicación recibirán una copia firmada de “Combatientes Vascos en la Segunda Guerra Mundial”.“Combatientes Vascos en la Segunda Guerra Mundial”

Laxalt, Paul. (2000). Nevada’s Paul Laxalt. A Memoir. Reno, Nevada: Jack Bacon & Co.

Robert Laxalt escribió en 1998 sus peripecias en el Congo Belga durante la SGM, bajo el título de, A private war: an american code officer in the Belgian Congo. (Reno: University of Nevada Press).

Río, David. (2007). Robert Laxalt: The voice of the Basques in American literature. Reno: Center for Basque Studies, University of Nevada, Reno.

Esclavos, barro y burdeles: así nació Washington City

El Capitolio en construcción en 1860. Wikimedia Commons / National Archives and Records Administration

Autora: Montserrat Huguet

Fuente: theconversation.com 23/07/2020

La ciudad que hoy conocemos como Washington D.C. poco tiene que ver con el Washington City del siglo XIX. Unos pocos hitos urbanísticos y arquitectónicos se mantienen desde entonces: el Mall, la Casa Blanca o Capitol Hill, en un plano en uve entre las riberas del Potomac. Desde luego, no es una ciudad embarrada y recorrida por cuerdas de esclavos.

Proyecto inconcluso

La ciudad de Washington surgió de la concurrencia entre el proyecto urbanístico del arquitecto L´Enfant (1790) y el pragmatismo cotidiano para solventar los problemas de construcción. Los planos originales aportaban ideas: amplias avenidas como expresión de la democracia, accesibilidad sin restricción de clase a los edificios de la soberanía popular, y monumentos que expresaban el triunfo de la república virtuosa.

Plan de L’Enfant para Washington, revisado por Andrew Ellicott. Wikimedia Commons / Library of Congress

Pero no se habían considerado los imponderables: que el terreno se inundaba con las mareas o que, a la hora de avanzar en las obras, tendían a primar los intereses espurios de políticos y comerciantes. La ciudad de las imponentes avenidas, en el recién creado Distrito de Columbia, se levantaba para albergar la administración federal y ofrecer al mundo la imagen de la República, pero a finales del siglo XIX seguía inconclusa. Las arcas municipales siempre estaban vacías y las obras se frustraban por razones impredecibles.

A pesar de ello en el día a día el tejido de la urbe iba tomando cuerpo. La sociedad capitalina reclamaba soluciones eficaces en materia de alojamientos, de transportes e de infraestructuras. Y el primer alcalde, Robert Brent con los arquitectos Latrobe o Hoban, autores de las arquitecturas relevantes de la ciudad, impulsaban un proyecto complejo, al que además cada Presidente quería aportar matices. En los archivos urbanos y crónicas se constata la excepcional actividad de las autoridades ante el reto de una urbe erigida ex nihilo.

Newspaper Row, Washington, D.C. Grabado de Harper’s New Monthly Magazine (enero de 1874). Wikimedia Commons / National Archives and Records Administration

Barro y trifulcas

A la altura del segundo tercio del siglo XIX la imagen de Washington City era chocante, a juicio de los viajeros: las vías excesivas sin acabar, los edificios públicos inconclusos, los hospedajes pobretones e inadecuados a la dignidad de políticos y viajeros. Los ciudadanos estaban mal instalados pese a que había solares vacíos junto a zonas abigarradas y los saneamientos urbanos eran deficientes todavía bajo el mandato de Lincoln.

Con el deshielo y el calor, la capital de los Estados Unidos se convertía en un barrizal insalubre. Los diplomáticos detestaban ser destinados a Washington City incluso si la municipalidad les regalaba suelo para abrir legaciones. En las principales calles, reyertas y trifulcas daban fe de la enorme tensión social.

Una ciudad de hombres… aburridos

La sociedad de Washington fue en origen masculina. Las mujeres se resistían a acompañar a sus maridos hasta la capital. Debido a las pobres comunicaciones y la dureza del viaje en invierno, al principio, durante la temporada legislativa, los congresistas –también los militares– residían en la ciudad sin sus familias. Asistían a sus obligaciones en Capitol Hill y veían cómo hacer fortuna personal.

Pero se aburrían. De modo que frecuentaban las casas de esparcimiento. La prostitución fue una industria muy beneficiosa, alcanzando altas cotas en los años cincuenta. Los burdeles movían dinero, directa e indirectamente, en los negocios asociados: hoteles, juego, comercios de ropa y complementos, lavanderías, artículos de lujo, tabaco, fotos pornográficas… Hooker´s Division en Murder´s Bay fue una zona con notable actividad prostibularia.

Ciudad provinciana en muchos aspectos, Washington no era timorata. El estilo en los hábitos cotidianos entre hombres y mujeres resultaba indecoroso a ojos de los visitantes europeos como la escritora inglesa Frances Trollope.

El geógrafo Von Humboldt o el héroe Lafayette encontraron en cambio muy interesante la sociedad washingtoniana.

Subasta de esclavos. Ilustración de Narrative of the Life and Adventures of Henry Bibb, An American Slave, Written by Himself, 1815. Documenting the American South (DocSouth) – University of North Carolina at Chapel Hill

Códigos de negros

Los afrodescendientes actuales reivindican que la ciudad de Washington fue construida por sus ancestros esclavos, lo que es cierto, aunque parcialmente. A lo largo de los primeros años, para abrir avenidas, cavar canales y elevar edificios se contó además con población negra libre y, sobre todo, con miles de europeos, la mayoría de procedencia irlandesa, tan menesterosos que necesitaban la asistencia municipal para subsistir.

Slave state, free state, ilustración de Narrative of the Life and Adventures of Henry Bibb, An American Slave, Written by Himself, 1815. Documenting the American South (DocSouth) – University of North Carolina at Chapel Hill

En torno a 1800, la esclavitud era un negocio que daba buenos réditos en una ciudad en la que flojeaban las empresas. George Washington y Thomas Jefferson, primer y tercer presidentes, poseían plantaciones prósperas gracias al trabajo esclavo. John Adams, que gobernó entre ambos, fue la excepción. Abolicionista convencido, no aceptaba la presencia de esclavos en la Casa presidencial.

Pese al constante debate en torno a la esclavitud, en la capital muchos de los representantes estatales tenían a su servicio esclavos doméstico y no veían objeciones a una “industria” lucrativa que tenía en Washington City el principal mercado de esclavos con destino a las plantaciones del sur.

Negros libres y esclavos se mezclaban en tareas artesanas, comerciales y domésticas. En la práctica era difícil distinguir la condición legal de un hombre negro. Los libres, que estaban obligados a portar una cédula que acreditaba su condición, no gozaban de facto de toda su libertad. Como la de los esclavos, su vida se regía por los llamados Códigos de Negros, compendios pormenorizados sobre la interacción social de las personas negras, entre sí y con los blancos.

El abolicionismo acabaría ganando el favor público en Washington City, en parte gracias al debate fomentado por la Negro Press, como The Liberator, de William Lloyd Garrison.

En los años cincuenta del siglo XIX, en el distrito de Columbia, la economía se transformaba y los esclavos ya no representaban un recurso tan beneficioso.

Estilo digno

La gente de esta ciudad, en la avanzadilla de lo que luego sería el Sur, resultaba encantadora. Como sociedad que se esfuerza por mostrar lo mejor de sí, las crónicas muestran un Washington City que abunda en eventos sociales y soirées.

Retrato de Margaret Bayard Smith por Charles Bird King. Wikimedia Commons / Smithsonian Institute

Desde la Presidencia, Jefferson, para distinguirse del elitismo y la rigidez de las cortes europeas, perfiló un estilo relajado, aunque digno, que proporcionó a la ciudad fama de hospitalaria. A su mesa, la figura de Margaret Bayard Smith, cronista local y autora de un texto clave para la historia social de la ciudad en sus inicios: The First Forty Years of Washington Society, publicada en 1906.

Bayard fue representativa de las mujeres que lideraron la articulación social de la capital, con figuras como las esposas de los presidentes, a quienes no se llamaba aún primeras damas. Para los estadounidenses, Abigail Adams o Dolley Madison, la “Reina Dolly”, no necesitan presentación.

Afán por la educación y la prensa

Algunos aspectos del tejido de la ciudad desde sus orígenes se han mantenido dando continuidad al proyecto. Desde su fundación, los periódicos fueron clave para la ciudad de Washington y en general la cultura republicana. Imprescindible el Intelligencer, empresa privada pero herramienta gubernamental, ejemplo de la partisan press (prensa partidista).

También fue especialmente relevante el capítulo de las instituciones educativas colleges y escuelas superiores de enfermería y medicina.

El afán por educar a la gente, y no solo las élites, fue constante en los procesos de configuración de la sociedad de Washington City. A comienzos del siglo XIX, y pese a lo efímero de muchas iniciativas religiosas y laicas, a falta aún de una mentalidad colectiva propicia, se abrían en Washington locales populares de préstamo de libros y escuelas. También para las niñas, y para los escolares negros, libres o esclavos.

Tras varias décadas de elogiables, pero frustrantes desarrollos urbanísticos –dependían de los fondos del Congreso– la ciudad de Washington había adquirido fama de lugar que conviene visitar, aunque no para instalarse. Las ventajas derivadas de la capitalidad federal quedan mermadas por una cotidianidad desesperante. Hasta bien entrado el siglo XX la capital de los Estados Unidos carecería del atractivo de ciudades históricas cercanas, como Boston y Filadelfia, o el dinamismo de Nueva York.

En la guerra no había razas, ¿o sí?

Autor: Jonathan Solano. Traducción: Pablo Duarte

Fuente: letraslibres.com 26/06/2020

La Guerra de Corea fue el primer conflicto armado en el que Estados Unidos participó con fuerzas armadas no segregadas, por lo menos en el papel. David Casias Silva, abuelo del autor, de origen chicano, fue uno de los soldados que combatió dentro de una de esas incipientes compañías mixtas.

La historia del sur de Texas es interesante. Está arraigada en generaciones de racismo y segregación. Mi abuelo, David Casias Silva, era un hombre simple, como la mayoría de los chicanos en el sur de Texas; creció siendo aparcero en un barrio segregado y apenas terminó la primaria. Nacido en 1930, pasó sus primeros años en Natalia, Texas, trabajando la tierra que era propiedad de un gabacho. Aunque él era nieto de campesinos de larga tradición que migraron desde México en 1892, “los gabachos eran dueños de toda la tierra, de los negocios y de las oportunidades; ellos eran los que estaban al mando”, solía decirme.

Cuando yo cumplí trece años le diagnosticaron cáncer pancreático, y mis padres pensaron que lo mejor sería que se mudara con nosotros para cuidarlo. Mi padre me dijo que pasara tiempo con él para alegrarlo y para que me diera algunos consejos en el proceso. Siempre supe que era veterano de guerra, pero mi abuelo no hablaba mucho de eso. De cuando en cuando platicábamos, y poco a poco se fue abriendo y me fue contando sus experiencias. Entre las cosas que trajo consigo en la mudanza había cajas llenas de fotos y recuerdos de la guerra.

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David Casias Silva al centro de la foto, con su compañía no segregada del ejército estadounidense en Corea del Sur, en 1952. Foto: cortesía del autor.

Este mes de junio de 2020 marca el 70 aniversario del comienzo de la que muchos estadounidenses llaman “La guerra olvidada”, es decir la Guerra de Corea. Más de 33,000 estadounidenses murieron en ese conflicto, que técnicamente no ha concluido. Sentó las bases para la Guerra Fría, fue la primera guerra en la que la recién formada Organización de Naciones Unidas estuvo involucrada, y –esto es un parteaguas– también la primera en la que participó Estados Unidos luego de que en el ejército terminara la segregación racial (por lo menos en papel). Mi abuelo fue uno de los soldados que combatió dentro de una de esas incipientes compañías no segregadas.

En nuestras charlas, mi abuelo me fue contando sus experiencias en la guerra. Tenía 20 años de edad cuando fue reclutado y cumplió su entrenamiento básico en Camp Roberts, California, en 1951. Después lo enviaron a un país del que nunca había escuchado nada antes, a pelear por razones que “no entendía del todo”. Pasó tres años en Corea.

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Izq. a der.: David Casias Silva en Corea con soldados; en Corea del Sur en 1952; en un sitio no identificado; en Corea del Sur en 1952; en Camp Roberts en 1951; en Corea con una persona no identificada. Fotos: cortesía del autor.

Esperaba que me contara historias de sangre y violencia, pero me contó algo completamente distinto: historias de hermandad y amor. Aunque creció en una Texas segregada, su compañía no lo estaba, y convivió con blancos, latinos y negros. Todos se cuidaban entre ellos porque era la única manera de volver a casa vivos. “Hacía mucho frío, hijo. Nos acomodábamos muy juntos y nos abrazábamos para mantenernos calientes. Fue la primera vez que estuve tan cerca de un gabacho”. Era un soldado raso, de modo que hacía las tareas que nadie quería. A él le tocaba hacer barridos buscando minas antipersonales, arrastrarse por la tierra para conectar las líneas de teléfono con los cables atados a la espalda, y en ocasiones cavar túneles.

Me decía que “el ejército no es para los chicanos, pero Estados Unidos sí”. En la guerra, la raza se borraba, y entre más pobres eran los soldados, menos segregada era la compañía. Peleó al lado de blancos, negros y latinos pobres en nombre de un país al que amaba, pero lo hizo sin preocuparse por sí mismo: “estábamos en una trituradora de carne”, me dijo alguna vez. El retrato que me pintó de la guerra contrastaba con su vida en Texas, donde los latinos eran vistos como ciudadanos de segunda por sus contrapartes blancos: eran una clase social aparte. ¿No se daba cuenta de eso? Recuerdo esas conversaciones y otras que he tenido con su hija –mi madre– sobre él, y nunca dijo nada habló de discriminación racial, aunque sabía “cómo tenía que actuar frente a los blancos”, como dijo mi madre.

Creció en una época en la que la segregación era un hecho de la vida cotidiana, y aceptar este trato de ciudadano de segunda garantizaba su sobrevivencia; significaba que tenía un trabajo y que podía poner comida en la mesa. Era moreno, como yo, pero si lo hubieran conocido habrían percibido que, a pesar de que el español era su lengua materna, hablaba inglés sin acento. La experiencia de los latinos en Estados Unidos antes del movimiento de derechos civiles en la década de los sesenta fue una de asimilación, de modular su identidad de persona de tez morena para adecuarse a la identidad blanca. No obstante que peleó junto a estadounidenses de todos los colores, cuando volvió de la guerra, en junio de 1953, retomó su vida segregada, con amigos y familiares que eran casi exclusivamente mexicoamericanos: un mundo aparte.

Mi abuelo dejó huella en mi conciencia chicana, tanto que conservo sus recuerdos de la guerra y he investigado sobre veteranos latinos de la Guerra de Corea. Mientras realizaba mis investigaciones, un tema recurrente fue lo “blanqueada” y escasa que era la información sobre latinos en la Guerra de Corea. ¿Nos olvidamos de estos héroes, así como hemos olvidado este conflicto? Dentro del gobierno estadounidense y antes del movimiento de derechos civiles en los sesenta, las personas mexicoamericanas eran clasificadas como “blancas”, y fue hasta 1970 que la oficina del censo comenzó a preguntar por el origen étnico de las personas a fin de distinguir por origen hispano o latino. En 1974, el departamento de Defensa de Estados Unidos por fin comenzó a realizar segmentaciones demográficas similares en sus reportes anuales de personal. Las estimaciones del número de veteranos latinos de la Guerra de Corea son solo eso, estimaciones. De los 148,000 latinos que se estima participaron en la Guerra de Corea, solo a 15 se les otorgó la medalla de honor, en una guerra en la que se entregaron 145 en total; únicamente dos fueron para personas de raza negra. Para mí, las historias de mi abuelo, y las estadísticas, plantean la pregunta sobre la cantidad de latinos y negros que merecen ser reconocidos por su sacrificio. ¿Los mexicoamericanos deben poner sus vidas en juego para luego solo recibir migajas? Quizá la guerra no borre la raza, pero tiene el efecto incendiario de revelar las fallas de la humanidad.

A pesar de sus costos humanos, la guerra ha permitido dar pasos a favor de la causa de la equidad racial para los latinos en Estados Unidos. Después de la Segunda Guerra Mundial, en 1948, se fundó el American GI Forum (AGIF) en Corpus Christi, Texas, para atender las preocupaciones de muchos veteranos mexicoamericanos en temas de prestaciones médicas y educativas no otorgadas debido a la segregación. Para las personas de tez morena que buscan la equidad educativa, el AGIF fue en esencia el equivalente al fallo Brown vs. el Consejo de Educación antes de que este ocurriera.

Mi abuelo, después de sus años en el ejército y con la ayuda del AGIF, tuvo acceso a la G.I. Bill, lo que le permitió conseguir su título de preparatoria, y obtener préstamos hipotecarios sin intereses. Fue el primero de su familia en tener una propiedad en Estados Unidos. Al conseguir su casa, pudo financiar –porque los bancos en esa época “no le prestaban a los mexicanos”– las casas que sus doce hermanos y hermana aún poseen. El G.I. Bill, junto con su experiencia de guerra, le abrió la puerta al empleo estable; consiguió trabajo como mecánico aeronáutico en la base militar Kelly en San Antonio, Texas, hasta que se jubiló en 1983. Recibió una pensión y tuvo acceso a servicios de salud hasta su muerte, un día antes de que yo cumpliera catorce años.

Amo y admiro a mi abuelo, y su aceptación de la segregación y discriminación racial fue un hecho aleccionador para mí. No obstante la fraternidad que había entre sus diversos camaradas, estaba consciente de que sus superiores en la guerra, e incluso en su trabajo como mecánico, eran blancos. Claro que vivió experiencias de discriminación racial abiertas, ¿por qué no se rebeló? Aceptaba que en el campo de siembra o en el de batalla, los gabachos eran los que estaban a cargo. La no segregación tenía sus límites. ¿Ir a la guerra era la única alternativa para que un hombre de tez morena peleara por la igualdad y por mejores condiciones patrimoniales en la década de los cincuenta en Estados Unidos? Tal vez sí, aunque durante un momento breve y turbulento de su vida, mi abuelo logró vivir una equidad efímera, en las trincheras, al lado de sus compañeros de armas.

Los audios de Nixon

Autores: ÁLVARO DE CÓZAR|GONZALO CABEZA

Fuente: elpais.com 2020-06-08

A principios de los setenta, la Administración del presidente estadounidense Richard Nixon estaba preocupada por el futuro de España. Les inquietaba la mala salud del general Franco y pensaban que su muerte podría traer inestabilidad a un país que necesitaban para mantener sus bases militares y sus empresas. El Mediterráneo se había convertido en una zona disputada con los comunistas y los americanos tenían en España un firme aliado.

La preocupación de Nixon le hizo disponer de toda la maquinaria diplomática para estrechar los lazos con los protagonistas del tardofranquismo e incluso organizar misiones secretas para obtener información.

Los avatares de esa relación entre Estados Unidos y España quedaron registrados en el sistema de grabación que el presidente hizo instalar en el Despacho Oval de la Casa Blanca y en el audiodiario de un miembro de su staff. Esos audios se encuentran en la Biblioteca Presidencial de Nixon y han sido transcritos y traducidos íntegros por primera vez para la elaboración de XRey, un podcast sobre la vida del rey Juan Carlos que se emite en Spotify.

EL PAÍS los publica ahora íntegramente:

Arriba, Francisco Franco y Richard Nixon en Madrid, durante la visita del presidente de EE UU a España en 1970. Debajo, a la derecha, Nixon y su esposa en la Casa Blanca, junto a los entonces príncipes de España Juan Carlos y Sofía durante la visita de estos a Washington a primeros de 1971. Debajo, el secretario de Estado Henry Kissinger y el presidente del Gobierno de España Luis Carrero Blanco en Madrid en diciembre de 1973. Y a la izquierda, esquema de las bases militares estadounidenses en España recogido en las actas del Congreso de EE UU en 1970.EFE / US NATIONAL ARCHIVES

Enlace a los audios

Feminismo liberal y radical: la década de 1960 en EE. UU.

Autora:  Cristina Herrero Ferrer

Fuente: archivoshistoria.com 06/03/2020

La década de 1960 supuso la explosión, en Estados Unidos, de los feminismos. Las olas de feminismo liberal y radical nacen en un momento de boom económico que trajo consigo una etapa de nuevos cambios sociales. La sexualidad y la moralidad tuvieron un papel fundamental. Junto con la lucha por los Derechos Civiles (Ollhof, 2011), el movimiento en pro de la libre expresión (Ashbolt, 2013) o la incipiente cultura juvenil debido al baby boom de posguerra, surgió la segunda ola del feminismo (Horowitz, 1998). Esta incluyó tanto autoras y organizaciones que entroncaron con la tradición del feminismo liberal heredada desde el sufragismo de finales del XIX y principios del XX como un nuevo feminismo, el radical. El movimiento feminista despegó en estos momentos a partir del cuestionamiento de los roles sexuales tradicionales (Miles, 2006: 13).

Sin embargo, la cuestión femenina no comenzaba a tratarse ahora, sino que se trataba de una cuestión de largo alcance. Para comprender esta ola de feminismo se debe retroceder un poco en el tiempo. La Ilustración fue el periodo en el que se considera que nace el feminismo, con autores como Kant, John Stuart Mill o Condorcet que ya hablan de la exclusión «natural» de la mujer.

Pero su eclosión definitiva no es hasta la aparición de Mary Wollstonecraft, autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1792), que busca una igualdad moral entre sexos. La obra rompe con los escritos realizados hasta ese momento  por mujeres. También se habla de la exclusión femenina en la educación. Para Wollstonecraft, las mujeres son las que educan a sus hijos, por lo que es necesario que reciban una educación acorde a esta responsabilidad. Con este antecedente, comienzan a surgir las conocidas como «olas» del feminismo.

La primera ola del feminismo cobró protagonismo en Estados Unidos e Inglaterra desde finales del siglo XIX y hasta mediados del XX. En un principio, su principal objetivo era la obtención de la igualdad frente al varón en términos de propiedad o de matrimonio, entre otros. Los derechos políticos y, especialmente, el sufragio femenino, fueron las reivindicaciones clave de esta lucha. La Convención de Séneca Falls de 1848 en Nueva York fue el momento culmen de esta primera ola. Tuvo trescientos participantes y espectadores y fue firmada por unas cien mujeres. A partir de este momento, el movimiento feminista comienza a extenderse, de forma que, a principios del siglo XX las mujeres comenzaron a obtener paulatinamente el derecho al voto.

Sin embargo, esto solo supuso un comienzo para el movimiento y así lo plasmó Simon de Beauvoir en El segundo sexo (1948). En este ensayó, Beauvoir reflexionó acerca de lo que significa ser mujer. Para la autora, la mujer es un producto cultural construido por la sociedad: ser madre, esposa, hija, hermana… En esta obra, Simone de Beauvoir sostivo una tesis que ha generado y genera debates extensos en la actualidad: No se nace mujer, se llega a serlo. Con ello, Beauvoir le daba un papel preponderante a lo social en la construcción de la feminidad y la masculinidad. Según esta autora, la sociedad ha separado al ser humano entre hombres y mujeres, excluyendo a estas últimas y encasillándolas en un papel determinado.

Es por ello que, cuando surgió la segunda ola del feminismo, ésta ya no se centraba en la búsqueda de la superación de los obstáculos legales como sí había hecho el feminismo liberal. Esta vez se incorporaba el punto de vista sexual, familiar, laboral. El derecho al aborto y al acceso a métodos anticonceptivos por ejemplo, pasó al centro del debate (Nash, 2007). No obstante, los primeros años sesenta son importantes como período de transición entre una era más conservadora, cauta, complaciente, y otra más desenfrenada (Rorabaugh, 2002).

Esta nueva revolución femenina comenzó con la introducción de la píldora anticonceptiva, aprobada por la Food And Drug Administration en 1961. Fue introduciéndose lentamente y permitiendo así a las mujeres elegir su pareja sexual, decidir su maternidad o planificar sus embarazos frente a la vida laboral. Hacia 1965, el 20% de las mujeres utilizaba la píldora u otros métodos anticonceptivos. A finales de los sesenta se redujo por primera vez de modo drástico el índice de natalidad (Rorabaugh, 2002: 183). Sin embargo, la ambición de la mayoría de los estadounidenses era casarse, comprarse una bonita casa con jardín en una zona tranquila y formar una familia (Soley, 2015).

Los avances tecnológicos también tuvieron mucho que ver en estas cuestiones. A medida que los electrodomésticos surgían o mejoraban, las tareas domésticas se hacían menos arduas para las amas de casa. Eso «permitió» una inclusión mayor de las mujeres en el mercado laboral. Muchas de ellas a tiempo parcial y con salarios escasos, pero las mujeres de clase media comenzaban a incorporarse al trabajo.

Las mujeres trabajaban con una finalidad concreta, como la de comprar una casa o pagar los estudios universitarios de los hijos. Hacia 1960 trabajaba (fuera de casa) el 37% de las mujeres solteras y el 30% de las mujeres casadas. Si bien las actitudes masculinas frente al trabajo femenino cambiaron, el modelo ideal de familia se mantenía. La familia ideal estadounidense guía siendo aquella en que solo trabajaba el varón. En 1960 pocas mujeres, incluso entre la minoría trabajadora, cuestionaban este estereotipo (Rorabaugh, 2002: 117).

La situación de la mujer: antes del feminismo liberal y radical

En los primeros años sesenta, las carreras profesionales femeninas no eran aún lo habitual. El matrimonio seguía sucediendo a una edad muy temprana y conllevaba, además, unos índices de natalidad muy altos. Las mujeres contraían matrimonio con una media de 20 años. Sus maridos, con 22 años de media. En esta época, además, el número de hijos por familia había pasado de 2 a 3 (Rorabaugh, 2002: 184-185).

A pesar de ser un momento de cambios acelerados en lo social (en el ámbito religioso, en el étnico, en cuestiones de clase social) la sociedad parecía anclada aún a viejas fórmulas. La libertad sexual iba abriéndose camino, creciendo incluso la libertad para hablar de sexo. Sin embargo, el matrimonio aún parecía una institución estable y relevante a nivel general en 1960. Pocas parejas se planteaban la posibilidad de convivir sin un vínculo matrimonial. Incluso los propietarios desalojaban por sistema a las parejas no casadas. En este sentido, prevalecía una doble moral (Rorabaugh, 2002: 184-185).

El sexo prematrimonial en la mujer estaba considerado como una inmoralidad. En casos más extremos, incluso como prostitución Las mujeres jóvenes solteras tenían terror al embarazo. No obstante, a falta de métodos anticonceptivos, este sólo se podía interrumpir por medio del aborto. Era, por otra parte, una opción ilegal, cara y peligrosa. Además, el tema era tabú y no se podía tratar en público (Rorabaugh, 2002: 184-185).

La palabra “embarazada” se consideraba tan subida de tono que los conservadores la evitaban. (Rorabaugh, 2002: 184-185)

El concepto de la monoparentalidad no existía, o más bien no se planteaba como una opción con normalidad. En el caso de las mujeres viudas o divorciadas, se consentía que constituyeran familias  monoparentales. Sin embargo, nadie osaba a imaginar que una mujer soltera y/o joven decidiera voluntariamente tener un hijo que naciera fuera de un matrimonio y educarlo sola (Rorabaugh, 2002: 184-185).

Imagen de Mad Men que ilustra el ideal de familia norteamericana criticado por el feminismo liberal y radical
Ideal de familia norteamericana plasmado en la serie Mad Men

El auge de los suburbios empeoró esta situación. Estas formas de población, tan arquetípicas en el modelo familiar estadounidense, alejaban a las mujeres de sus familias, amigos o instituciones. La distancia entre los suburbios y las zonas urbanas recluía a las mujeres en nuevas zonas residenciales. Era el lugar donde la clase media protestante, católica y judía buscaba el ascenso social.

Se plasmó el nuevo ideal de familia norteamericana en todas partes. Se trata de esa imagen arquetípica que series como Los Simpsons parodian. Una familia idílica, que vivía en zonas residenciales, con una clara estructura de familia nuclear en la que el padre o cabeza de familia trabajaba. Mientras la mujer, perfecta ama de casa, se ocupaba de la casa y de los niños. El feminismo liberal en Estados Unidos fue, en parte, una reacción a la extensión de este modelo de familia ideal y hegemónico que, aún hoy, copa los medios de comunicación.

Censura de Hollywood

Portada del Código Hays

La sociedad estadounidense, como puede observarse, seguía siendo bastante tradicional. Esa moral se extendió de facto hasta la industria del cine. La existencia del Código Hays, implantado entre 1934 y 1967, censuraba todo lo que se podía o no se podía ver en las producciones estadounidenses. Regularizó la sexualidad de forma que “el carácter sagrado de la institución del matrimonio y del hogar será mantenido”.

La infidelidad era también duramente censurada. “El adulterio y todo comportamiento sexual ilícito[…], no deben ser objeto de una demostración demasiado precisa, ni ser justificados o presentados bajo un aspecto atractivo”

Las demostraciones de afecto o de erotismo tampoco eran permitidas, evidentemente, puesto que el Codigo Hays marcaba que “no sé mostrarán besos ni abrazos de una lascividad excesiva, de poses o gestos sugestivos”. Por otra parte, afirmaba también que “las perversiones sexuales y toda alusión a éstas está prohibido”. La protección sobre los esquemas tradicionales de la sociedad, entre los que se incluía el matrimonio y la familia nuclear era extrema. No obstante, la producción cinematográfica era una forma de reproducción de las mismas esencial en ese contexto. El código marcaba, de hecho, que “no debe presentar la institución del matrimonio como antipática”. Incluso, en las noticias de la NBC, el uso de las palabras “violación” o “aborto” estaba prohibido.

La mayoría de esta censura afectaba específicamente al papel de la mujer y en su actuación ante las cámaras. Sin embargo, la existencia de unas restricciones tan estrechas  provocó que comenzaran a aparecer dobles sentidos, recursos y referencias para engañar al proceso de censura.

Primeros cambios

Estas cuestiones alimentaron un caldo de cultivo perfecto para la emergencia de un feminismo liberal y, posteriomente, uno radical. Quedaban lejos de conformarse con las reivindicaciones con las que habían comenzado a manifestarse las sufragistas y el feminismo liberal en general. La sexualidad, las libertades reproductivas o las cuestiones laborales saltaron al centro del debate. La píldora anticonceptiva supuso uno de los cambios fundamentales en esta revolución sexual y feminista, pero no el único de ellos.

La incorporación de la mujer al mundo laboral había tenido sus comienzos durante la Segunda Guerra Mundial. Comenzaron ocupando cargos anteriormente desempeñados por hombres, que en esos momentos se encontraban en el frente. Y, como se mencionaba, en estos momentos comenzaba a normalizarse, si bien con unas restricciones muy concretas. Con el auge económico de posguerra, además, habían llegado también los electrodomésticos. Estos, como se ha explicado antes, facilitaron las labores del hogar, por lo que a la mujer le quedaba más tiempo libre. Este tiempo libre permitía poder encontrar un trabajo a tiempo parcial y, además, con bajos salarios.

Ante esta extensión del trabajo femenino, con la llegada de John F. Kennedy a la presidencia de Estados Unidos se creó la Comisión Presidencial sobre el Estatus de la Mujer el 14 de diciembre de 1961. El 11 de octubre de 1963 se publicó un informe que reveló la existencia de desigualdad de género en el ámbito laboral. Proponía una serie de medidas para un mayor acceso a la educación, ayudas para el cuidado de los hijos o la baja por maternidad (Hunt, 2015).

También se impulsaron leyes como la Ley de Igualdad Salarial de 1963, y el Título VII de la Ley de Derechos Civiles de 1964. Este prohíbe la discriminación de los trabajadores en base a su color, etnia, sexo, origen nacional o religión. También es relevante el fallo de la Corte Suprema Griswold v. Connecticut de 1965. En él, el estado de Connecticut prohibía el uso de anticonceptivos. Este fallo se acabó declarando inconstitucional. A su vez, se nombró a mujeres en altos cargos de su administración, como fue el caso de Esther Peterson. Muchas ciudades eligieron a mujeres como alcaldesas en los setenta (Jones, 1995: 536). Estas cuestiones supusieron un avance considerable. Sin embargo, quedaban aún lejos de todas las reivindicaciones del feminismo liberal.

Nace el feminismo liberal

La aparición de un movimiento femenino organizado llegó con la publicación de The Feminine Mystique (1963) por Betty Friedan. En él, hace referencia al “problema que no tiene nombre”. Betty Friedan criticó el carácter romántico que se le otorgaba a lo doméstico y a la idea de que la mujer solo podía sentirse realizada siendo madre y ama de casa. En 1966, y con ayuda de Friedan, se fundó la mayor organización feminista estadounidense, la Organización Nacional de Mujeres (National Organization for WomenNOW).

Esta organización tenía como fines principales la igualdad económica y de derechos y el derecho al aborto. A ello se le sumaban cuestiones como la lucha contra el racismo y la violencia de género, entre otros. Estos grupos y la existencia de algunas teóricas del feminismo liberal como la propia Friedan suponen los antecedentes más claros e influyentes sobre lo que después conformaría la segunda ola de feminismo, la del feminismo radical. La organización sirvió de inspiración para la creación de grupos de liberación de la mujer en otras partes del país.

“Para las mujeres, en las columnas, los libros y los artículos de expertos que les decían a las mujeres que su papel consistía en realizarse como esposas y madres. Una y otra vez las mujeres oían, a través de las voces de la tradición y de la sofisticación freudiana, que no podían aspirar a un destino más elevado que la gloria de su propia feminidad” (Friedan, 2009: 51).

Según Friedan, la salida de las mujeres del hogar produjo un agravamiento en su situación de desigualdad (Amorós coord., 1994: 132). Ahora la mujer tenía doble trabajo, el laboral y el del hogar. Y, en el primero de ellos, se acentuaban las desigualdades con respecto a los trabajadores masculinos. Para Betty Friedan era necesario redefinir el concepto de familia y las estructuras sociales (Amorós coord., 1994: 133-134).

Gloria Steinem trabajando como Conejita Playboy

La voz de Betty Friedan o de las teóricas del feminismo no fue la única en resaltar estas cuestiones. Puede mencionarse también el caso de Gloria Steinem, una periodista que se infiltró en la Mansión Playboy como Conejita Playboy. Pretendía documentarse para la realización de un artículo. Con ello dio a conocer las condiciones en las que se encontraban estas mujeres y las demandas sexuales que recibían, comúnmente al borde de la ley. Gracias a este artículo, se convirtió en una de las principales voces feministas del momento, junto con Betty Friedan o Jo Freeman.

Del feminismo liberal al feminismo radical: organización y radicalización

Pese a que NOW fue la primera organización feminista nacida en EEUU, surgieron muchas otras usando ésta como inspiración. Sin embargo, muchas mujeres abandonaron NOW por ser demasiado radical. Mientras, otras lo hicieron por considerarla demasiado conservadora (Ryan, 1992: 44). El aborto fue quizá el tema fundamental de estas escisiones. Las mujeres que estaban en contra del derecho al aborto formaron Women’s Equility Action League (WEAL).

Pero los derechos reproductivos no fueron la única cuestión que dividió al feminismo en estos momentos. El feminismo radical había mantenido unas premisas comunes, no sin discrepancias. Sin embargo, el movimiento se fragmentaba de forma más fuerte en estos momentos. La presencia del colectivo LGTB (concretamente, del lesbianismo) fue otro factor crucial que dividió a las feministas. No obstante, esta fue también una época de eclosión de la lucha del colectivo LGTB. A lo largo de 1968 y 1969, comenzaron a formarse pequeños grupos de liberación de mujeres en las principales ciudades del país (Ryan, 1992: 47). Paralelamente, en 1969, estallaba la mecha que prendió la lucha por los derechos de las personas homosexuales, bisexuales y trans, los disturbios de Stonewall

NOW, una de las organizaciones protagonistas de las olas de feminismo liberal y radical
National Organization for Women, NOW

Con Jo Freeman y Shulamith Firestone, autora de La dialéctica del sexo (1970) como pioneras, nace el movimiento de liberación de las mujeres (Women’s Liberation Movement, WLB). La rama WLM del feminismo radical, basada en la filosofía contemporánea, estaba compuesta por mujeres. Tenía, no obstante, trasfondos racial y culturalmente diversos. Estas plantearon que, para que las mujeres dejasen de ser ciudadanas de segunda clase en sus respectivas sociedades, era necesaria su libertad económica, psicológica y social (Bullock, Trombley y Lawrie, 1999: 314). La segunda ola de feminismo comenzaba a dejar paso, desde el feminismo liberal, al feminismo radical.

Kate Millet fue la escritora de otra de las grandes obras de esta segunda ola feminista, Sexual Politics (1969). Es un libro que une crítica literaria, antropología, economía, historia, psicología y sociología en una combinación propia de la Escuela de Frankfurt la cual inspiraba los movimientos contestatarios de la época (Amorós coord., 1994: 142). En un primer momento, Millet había militado en NOW, pero más adelante se unió al grupo de feministas radicales fundado por Pam Allen en 1967, el New York Radical Women. Paralelamente, surgieron otros grupos radicales por todo el país, como el New York Radical Feminists, entre otros. Estos tienen su apogeo ya en la década de los setenta, también en Estados Unidos.

El feminismo radical, en sus diversas ramificaciones y grupos, se originó en los movimientos contestatarios norteamericanos de los sesenta. En un contexto de eclosión de lo contracultural, la ola de feminismo radical fue resultado de la insatisfactoria respuesta que se había dado a las reivindicaciones feministas del feminismo liberal anterior. Para este feminismo radical, su lucha no se trata simplemente de ganar el espacio público. No es solamente una cuestión de igualdad en el trabajo, en la educación o en los derechos civiles y políticos.

El feminismo radical va a lo que considera la raíz del problema, como su propio nombre indica, por lo que pretende transformar también el espacio privado. Para este feminismo, el patriarcado es el sistema de dominación básico en la sociedad. Sobre él, se asientan los demás: la raza, la clase. Consideran, por lo tanto, que no puede haber una verdadera revolución si no se destruye (Amorós -coord-, 1994: 142-145). Con estas premisas, el feminismo radical va a ir ganando espacios, terrenos y capacidad de reivindicación.

Una oveja coronada Miss America 1969

Oveja coronada Miss América 1969

El 7 de septiembre de 1968, el movimiento feminista se presentó al mundo. Lo hizo interrumpir la retransmisión en directo para todo el país de la elección de Miss América 1969, celebrado en Atlantic City, Nueva Jersey (Miles, 2004: 45). Esta reivindicación fue orquestada por Robin Morgan, de la New York Radical Women y en ella participaron cientos de feministas de diferentes organizaciones y grupos defensores de los derechos civiles.Para las protestantes, los estándares de belleza y el certamen oprimían, degradaban y explotaban a la mujer.

Llamaron al desfile “el degradante símbolo de Mujer Imbécil con Tetas”. Simbólicamente, colocaron un cubo de basura al que nombraron Cubo de Basura de la Libertad (Freedom Trash Can). Arrojaron toda clase de productos considerados femeninos. Productos de higiene, pestañas postizas, fregonas, sujetadores, menaje de cocina, la revista Playboy o la Cosmopolitan, entre otros. Éstos eran objetos considerados como “instrumentos de tortura femenina” (Duffett, 1968: 4).

De esta forma y al grito de «¡No más Miss América!» (No more Miss America!) afirmaban que el concurso era comparable a una feria de ganado. Además, desde el inicio del concurso en 1921, solo habían sido aceptadas concursantes caucásicas como finalistas. Reclamaban el hecho de que nunca hubiera sido coronada una Miss América negra. Por último, decidieron coronar a una oveja como Miss América. A raíz de esta protesta surgió el mito de la quema de sujetadores, que eran símbolo de opresión femenino. La protesta fue cubierta por todos los medios de comunicación del país y fue un éxito para el movimiento.

Feminismo radical como «contracultura»

Cuando se habla de contracultura, se agrupa como tal a aquellos grupos sociales que van en contra de la sociedad establecida, del establishment. Este término fue acuñado por el autor estadounidense Theodore Roszak en su libro El nacimiento de una contracultura (1968). La contracultura de la década de 1960 en Estados Unidos se caracterizó por ser la cuna de diversos movimientos sociales. Estos irrumpieron en la sociedad norteamericana durante esta década. En esta amalgama de movimientos sociales que se opusieron a la cultura establecida pueden mencionarse el movimiento por los derechos civiles, el movimiento a favor de la libre expresión, la lucha por los derechos del colectivo LGTB la revolución sexual y el feminismo, entre otros.

Todos estos movimientos sociales se desarrollaron en un ambiente en el que dominaba la estética psicodélica. También la eclosión de nuevas fórmulas artísticas en todos los ámbitos, como la literatura, cuyo cariz contracultural puede rastrearse incluso en los poetas de la generación Beat de la década de los 50 o la música, lo cual se manifestó en la explosión de festivales como el de Altamont o Woodstock.

Angela Davis, una de las protagonistas de las olas de feminismo liberal y radical.
Angela Davis hablando ante una multitud

En su momento se consideró al movimiento feminista, incluso en sus orígenes como feminismo liberal, como un movimiento contracultural de los sesenta. Iba en contra de lo establecido por la sociedad tradicional estadounidense en lo relacionado con el rol de la mujer. Así mismo, los partidarios de los diversos movimientos sociales antes mencionados también podían vincularse a la lucha feminista o viceversa. Este es el caso de Angela Davis. Davis fue y es una de las grandes figuras de este contexto y del feminismo en general. No obstante, se trata de una mujer afroamericana, homosexual, comunista y miembro de los Black Panthers o Panteras Negras. Por todo ello, fue calificada por el FBI como una de los “criminales más buscados” del país.

En definitiva, durante los sesenta cualquier movimiento que fuera contra los valores tradicionales del país se leía como un movimiento «contra corriente» o «contra la cultura». El feminismo, en su paso desde el feminismo liberal al radical acabó siendo incorporado, junto con otros movimientos de carácter neo-izquierdista, a la lista de contraculturas.

Bibliografía

Libros

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Artículos

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Cibergrafía

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Videografía

She’s Beautiful When She’s Angry (2014). Documental dirigido por Mary Dore. Disponible en HBO.