Buchanan, el peor presidente de Estados Unidos

James Buchanan, en el centro, de pie, rodeado por su gabinete, aproximadamente en 1860 
 Getty Images

Autor: Joaquín Luna

Fuente: La Vanguardia 25/10/2020

El único presidente soltero de la historia fue el rey del estropicio: fracturó su partido, trató de adquirir Cuba en vano y legó a Lincoln la guerra civil

Visión, rumbo, determinación. El abogado James Buchanan llegó a la Casa Blanca, pero careció de estas y otras virtudes pese a su experiencia diplomática y legislativa, por lo que su presidencia (1856-1860) está considerada la peor de la historia de Estados Unidos, según la mayoría de índices presidenciales. Lo suyo era el estropicio.

“Buchanan era perezoso, temeroso, pusilánime y estaba confundido”, señala el profesor Paul Johnson en su libro Estados Unidos. La historia (Ediciones B). Más allá de su preparación y experiencia en los asuntos públicos, cuesta dar con elogios sobre James Buchanan, dada la magnitud de los desastres que originó, “su inflexible visión de la Constitución” y una terquedad que algunos biógrafos atribuyen a su soltería.

Aún hoy, James Buchanan es el único de los 45 presidentes de EE.UU. que nunca se casó, como tampoco dejó rumores sobre su sexualidad en una ciudad propicia al cotilleo sobre la Casa Blanca como Washington DC. Una de sus biógrafas, Jean H. Baker, apunta que Buchanan era asexual y recoge la teoría de que buena parte de su torpeza política guarda relación con el tópico de que un soltero ignora los mecanismos de los compromisos cotidianos.

El estado civil de los presidentes, no obstante, no figura en ninguna de las casillas en las que historiadores, académicos y especialistas en la Casa Blanca puntúan a cada presidente, las que permiten elaborar los llamados “índices de los presidentes”: una forma científica y con ambición de objetividad para situar a cada presidente en su lugar bajo el sol. El sol y la historia de Estados Unidos.

Buchanan es el único soltero entre los 45 presidentes de EE.UU.

Buchanan es el último de la fila en la mayoría de estos índices, y cuando no lo es –caso de la lista de la cadena pública C-Span–nunca está fuera de los tres peores. El escalafón de esta cadena, por ejemplo, desbancó en 2017 a Buchanan para ceder el farolillo rojo a… Donald Trump. Un panel de historiadores evaluaron conforme a diez cualidades que se asignan a un inquilino de la Casa Blanca. He aquí algunos baremos: “autoridad moral”, “liderazgo en tiempos de crisis”, “visión y agenda”…

Desde que, en 1948, Arthur M. Schlesinger Sr. elaboró desde su atalaya en Harvard una lista con base en las puntuaciones de los más distinguidos historiadores, han sido numerosos los medios de comunicación y centros docentes que han elaborado sus propias listas. Ya forman parte de la tradición política de Estados Unidos y son una de sus particularidades (ningún país europeo las ha reproducido a similar escala).

Revuelta de transporte de esclavos con destino a Cuba, en 1839
Revuelta de transporte de esclavos con destino a Cuba, en 1839 Getty Images

Hijo de un irlandés que hizo fortuna, Buchanan parecía preparado para el cargo. Había servido en el Capitolio, como representante de Pensilvania tanto en el Senado como en la Cámara baja, fue embajador ante la corte de los zares, secretario de Estado (1845-49) en una época de gran dinamismo y embajador en Londres, desde donde trató de comprar la isla de Cuba a España por las buenas o por las malas. Y lo hizo no sólo por fidelidad a la doctrina del presidente Monroe –“América para los americanos”, dijo un 2 de diciembre de 1823–, sino también para contentar a los estados del Sur, partidarios de apropiarse del Caribe a fin de disponer de más esclavos y a mejores precios.

La cristalización del apetito de Buchanan por Cuba se hizo patente en el manifiesto de Ostende (1854), en el que los principales embajadores de EE.UU. en Europa reunidos en la ciudad belga daban por legítima una intervención militar caso de que el Gobierno español no a se aviniese a pactar la venta. La declaración tuvo un recorrido muy corto porque pretendía ser secreta y terminó conociéndose en las capitales europeas, reacias al expansionismo territorial (tanto Gran Bretaña como Francia tenían colonias en el continente americano).

Comprar la isla fue una obsesión a fin de contentar a los estados esclavistas

¿Por qué ese apetito estadounidense a lo largo del siglo XIX y especialmente en los años en torno a la presidencia de Buchanan? Cuba formaba parte de la “política doméstica”. La cercana isla se presentaba como una atractiva cantera de esclavos (en 1850, la población constaba de 651.000 ciudadanos libres y 322.514 esclavos). Para los estados sureños, más desarrollados y ricos a principios del siglo XIX que los del norte de EE.UU., se trataba sencillamente de garantizar en el futuro la mano de obra para el algodón y el tabaco. Washington y Madrid nunca llegarían a un acuerdo, y el mero hecho de negociar con el palo y la zanahoria despertó el orgullo patrio en España, resumido en la altisonante respuesta del general Prim: “Vender Cuba sería una deshonra. A España se la vence pero no se la deshonra”.Lee también

James Buchanan era un político demócrata del Norte que trató de conciliar el esclavismo de los estados del Sur –y apaciguarles para ganar sus votos de cara a la elección presidencial– con el pujante desarrollo industrial del Norte, plasmado en el liderazgo mundial de Nueva York y su región en los años cincuenta del siglo XIX, coincidiendo con la presidencia de Buchanan.

Left to Right: Photograph of Allan Pinkerton (1819-1884) President Abraham Lincoln (1809-1865) and John Alexander McClernand (1812-1900) during the Battle of Antietam. Dated 19th Century. (Photo by: Universal History Archive/ Universal Images Group via Getty Images)
Lincoln, en el centro, en la batalla de Antietam  Universal Images Group via Getty

Nuestro hombre see presentó a la elección con la promesa de que sería el presidente capaz de preservar la Unión y compaginar las reivindicaciones del Sur –cuyo modelo era antagónico al proteccionismo que reclamaba el Norte– con las del resto del país. “La Guerra Civil, impensable una década atrás, se convirtió en inevitable al acabar la presidencia de Buchanan”, ha escrito la profesora Jane H. Baker. Había prometido ocupar la presidencia un único mandato y cumplió pero su mayor fiasco fue acelerar irreversiblemente el camino a la guerra civil.

Todos los historiadores acusan a James Buchanan de una grave inacción durante los meses de transición entre la elección de Lincoln, el primer presidente republicano, en noviembre de 1860 y el relevo efectivo el 4 de marzo de 1861. Seis semanas después de que Lincoln asumiese la presidencia, la guerra de Secesión estallaba como colofón al secesionismo del Sur en cuanto se conoció la victoria electoral de Lincoln. “Un fuerte despliegue de determinación presidencial hubiese podido detener el crecimiento del sentimiento secesionista. Buchanan hizo lo contrario: se rindió”, señaló a la BBC David C. Eisenbach, experto en historia presidencial de EE.UU. de la Universidad de Columbia.

Llegó a la Casa Blanca prometiendo reconciliación y dejó a EE.UU. en llamas

James Buchanan se pasó el resto de sus días –falleció ocho años después de abandonar la Casa Blanca– tratando de defender su gestión, a la vista de que sus contemporáneos le señalaban como uno de los grandes responsables del desastre de la guerra civil. “Los tiempos críticos elevan a menudo a los mejores presidentes y a la inversa. James Buchanan fue uno de los que desaprovechó la oportunidad”, estima Baker. Su sucesor, Abraham Lincoln, no. Todo o contrario: figura siempre entre los cinco mejores presidentes de la historia.

El relato (y las muchas dudas) del primer magnicidio de EEUU.

Autor: VÍCTOR ÚCAR.

Fuente: El Mundo, 15/04/2015.

La noche del 14 de abril de 1865, Lincoln acudió a la representación Nuestro primo americano en el Teatro Ford de Washington acompañado por su esposa, el comandante Rathbone y su novia Clara Harris. De forma paralela, alguien había tramado aproximarse al palco presidencial para ejecutar una conspiración contra el hombre que había abolido la esclavitud. Su nombre John Wilkes Booth, un actor simpatizante de la causa confederada que pasaría a la Historia por llevar a cabo el asesinato de Abraham Lincoln. Durante los días que siguieron al magnicidio, Booth se convirtió en el hombre más buscado de Norteamérica.

Los hechos de una noche fatídica

Son muchas las incógnitas que todavía existen sobre lo que ocurrió ese 14 de abril de 1865. Mucho se ha escrito y con discursos variados. Uno de los relatos que más éxito ha tenido en la sociedad estadounidense lo escribieron el periodista y popular presentador de la Fox Bill O’Reilly y el historiador Martin Dugard: Matar a Lincoln, una obra que después el canal de televisión National Geographic adaptó en un documental televisivo a cargo de Ridley Scott.

La función estaba a punto de concluir, pero con un final que solo Booth y los conspiradores conocían

Según el relato de O’Reilly, en el momento del suceso, el escolta del presidente se encontraba en el bar, en lugar de estar protegiendo el acceso al palco presidencial. Tan solo un botones de la Casa Blanca -no armado- montaba guardia en la puerta. Booth entregó su tarjeta de visita y cruzó el umbral sin que nadie le hiciese ninguna pregunta.

La función teatral estaba a punto de terminar, pero con un final que solo Booth y los conspiradores esperaban. Tenían todo bajo su control. Conocían el Teatro Ford a la perfección, y habían comprobado todas las salidas, siguiendo un plan que les permitirá escapar tras ejecutar su misión. El reloj marcaba ya las 22:15. Había llegado la hora. Solo faltaba que el personaje de Harry Hawk, Asa Trenchard, pronunciase su frase «vieja busca-maridos». En ese instante todo habría acabado.

Booth sacó entonces, según O’Reilly, una Deringer cargada del bolsillo del abrigo, la empuñó con la mano derecha y con la izquierda desenfundó un largo y afilado cuchillo. Respiró hondo y abrió la puerta con la mano que sujetaba el cuchillo. Nadie sabía que estaba allí. «Vieja busca-maridos», se escuchó en el teatro. La frase hizo que el público comenzara a reírse a carcajadas. En ese instante, mientras Lincoln se inclinaba hacia adelante y miraba a la izquierda de la audiencia, una bala se introducía en su cráneo, provocando que el cuerpo del presidente se derrumbara hacia delante en su mecedora.

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