Feminismo liberal y radical: la década de 1960 en EE. UU.

Autora:  Cristina Herrero Ferrer

Fuente: archivoshistoria.com 06/03/2020

La década de 1960 supuso la explosión, en Estados Unidos, de los feminismos. Las olas de feminismo liberal y radical nacen en un momento de boom económico que trajo consigo una etapa de nuevos cambios sociales. La sexualidad y la moralidad tuvieron un papel fundamental. Junto con la lucha por los Derechos Civiles (Ollhof, 2011), el movimiento en pro de la libre expresión (Ashbolt, 2013) o la incipiente cultura juvenil debido al baby boom de posguerra, surgió la segunda ola del feminismo (Horowitz, 1998). Esta incluyó tanto autoras y organizaciones que entroncaron con la tradición del feminismo liberal heredada desde el sufragismo de finales del XIX y principios del XX como un nuevo feminismo, el radical. El movimiento feminista despegó en estos momentos a partir del cuestionamiento de los roles sexuales tradicionales (Miles, 2006: 13).

Sin embargo, la cuestión femenina no comenzaba a tratarse ahora, sino que se trataba de una cuestión de largo alcance. Para comprender esta ola de feminismo se debe retroceder un poco en el tiempo. La Ilustración fue el periodo en el que se considera que nace el feminismo, con autores como Kant, John Stuart Mill o Condorcet que ya hablan de la exclusión «natural» de la mujer.

Pero su eclosión definitiva no es hasta la aparición de Mary Wollstonecraft, autora de Vindicación de los derechos de la mujer (1792), que busca una igualdad moral entre sexos. La obra rompe con los escritos realizados hasta ese momento  por mujeres. También se habla de la exclusión femenina en la educación. Para Wollstonecraft, las mujeres son las que educan a sus hijos, por lo que es necesario que reciban una educación acorde a esta responsabilidad. Con este antecedente, comienzan a surgir las conocidas como «olas» del feminismo.

La primera ola del feminismo cobró protagonismo en Estados Unidos e Inglaterra desde finales del siglo XIX y hasta mediados del XX. En un principio, su principal objetivo era la obtención de la igualdad frente al varón en términos de propiedad o de matrimonio, entre otros. Los derechos políticos y, especialmente, el sufragio femenino, fueron las reivindicaciones clave de esta lucha. La Convención de Séneca Falls de 1848 en Nueva York fue el momento culmen de esta primera ola. Tuvo trescientos participantes y espectadores y fue firmada por unas cien mujeres. A partir de este momento, el movimiento feminista comienza a extenderse, de forma que, a principios del siglo XX las mujeres comenzaron a obtener paulatinamente el derecho al voto.

Sin embargo, esto solo supuso un comienzo para el movimiento y así lo plasmó Simon de Beauvoir en El segundo sexo (1948). En este ensayó, Beauvoir reflexionó acerca de lo que significa ser mujer. Para la autora, la mujer es un producto cultural construido por la sociedad: ser madre, esposa, hija, hermana… En esta obra, Simone de Beauvoir sostivo una tesis que ha generado y genera debates extensos en la actualidad: No se nace mujer, se llega a serlo. Con ello, Beauvoir le daba un papel preponderante a lo social en la construcción de la feminidad y la masculinidad. Según esta autora, la sociedad ha separado al ser humano entre hombres y mujeres, excluyendo a estas últimas y encasillándolas en un papel determinado.

Es por ello que, cuando surgió la segunda ola del feminismo, ésta ya no se centraba en la búsqueda de la superación de los obstáculos legales como sí había hecho el feminismo liberal. Esta vez se incorporaba el punto de vista sexual, familiar, laboral. El derecho al aborto y al acceso a métodos anticonceptivos por ejemplo, pasó al centro del debate (Nash, 2007). No obstante, los primeros años sesenta son importantes como período de transición entre una era más conservadora, cauta, complaciente, y otra más desenfrenada (Rorabaugh, 2002).

Esta nueva revolución femenina comenzó con la introducción de la píldora anticonceptiva, aprobada por la Food And Drug Administration en 1961. Fue introduciéndose lentamente y permitiendo así a las mujeres elegir su pareja sexual, decidir su maternidad o planificar sus embarazos frente a la vida laboral. Hacia 1965, el 20% de las mujeres utilizaba la píldora u otros métodos anticonceptivos. A finales de los sesenta se redujo por primera vez de modo drástico el índice de natalidad (Rorabaugh, 2002: 183). Sin embargo, la ambición de la mayoría de los estadounidenses era casarse, comprarse una bonita casa con jardín en una zona tranquila y formar una familia (Soley, 2015).

Los avances tecnológicos también tuvieron mucho que ver en estas cuestiones. A medida que los electrodomésticos surgían o mejoraban, las tareas domésticas se hacían menos arduas para las amas de casa. Eso «permitió» una inclusión mayor de las mujeres en el mercado laboral. Muchas de ellas a tiempo parcial y con salarios escasos, pero las mujeres de clase media comenzaban a incorporarse al trabajo.

Las mujeres trabajaban con una finalidad concreta, como la de comprar una casa o pagar los estudios universitarios de los hijos. Hacia 1960 trabajaba (fuera de casa) el 37% de las mujeres solteras y el 30% de las mujeres casadas. Si bien las actitudes masculinas frente al trabajo femenino cambiaron, el modelo ideal de familia se mantenía. La familia ideal estadounidense guía siendo aquella en que solo trabajaba el varón. En 1960 pocas mujeres, incluso entre la minoría trabajadora, cuestionaban este estereotipo (Rorabaugh, 2002: 117).

La situación de la mujer: antes del feminismo liberal y radical

En los primeros años sesenta, las carreras profesionales femeninas no eran aún lo habitual. El matrimonio seguía sucediendo a una edad muy temprana y conllevaba, además, unos índices de natalidad muy altos. Las mujeres contraían matrimonio con una media de 20 años. Sus maridos, con 22 años de media. En esta época, además, el número de hijos por familia había pasado de 2 a 3 (Rorabaugh, 2002: 184-185).

A pesar de ser un momento de cambios acelerados en lo social (en el ámbito religioso, en el étnico, en cuestiones de clase social) la sociedad parecía anclada aún a viejas fórmulas. La libertad sexual iba abriéndose camino, creciendo incluso la libertad para hablar de sexo. Sin embargo, el matrimonio aún parecía una institución estable y relevante a nivel general en 1960. Pocas parejas se planteaban la posibilidad de convivir sin un vínculo matrimonial. Incluso los propietarios desalojaban por sistema a las parejas no casadas. En este sentido, prevalecía una doble moral (Rorabaugh, 2002: 184-185).

El sexo prematrimonial en la mujer estaba considerado como una inmoralidad. En casos más extremos, incluso como prostitución Las mujeres jóvenes solteras tenían terror al embarazo. No obstante, a falta de métodos anticonceptivos, este sólo se podía interrumpir por medio del aborto. Era, por otra parte, una opción ilegal, cara y peligrosa. Además, el tema era tabú y no se podía tratar en público (Rorabaugh, 2002: 184-185).

La palabra “embarazada” se consideraba tan subida de tono que los conservadores la evitaban. (Rorabaugh, 2002: 184-185)

El concepto de la monoparentalidad no existía, o más bien no se planteaba como una opción con normalidad. En el caso de las mujeres viudas o divorciadas, se consentía que constituyeran familias  monoparentales. Sin embargo, nadie osaba a imaginar que una mujer soltera y/o joven decidiera voluntariamente tener un hijo que naciera fuera de un matrimonio y educarlo sola (Rorabaugh, 2002: 184-185).

Imagen de Mad Men que ilustra el ideal de familia norteamericana criticado por el feminismo liberal y radical
Ideal de familia norteamericana plasmado en la serie Mad Men

El auge de los suburbios empeoró esta situación. Estas formas de población, tan arquetípicas en el modelo familiar estadounidense, alejaban a las mujeres de sus familias, amigos o instituciones. La distancia entre los suburbios y las zonas urbanas recluía a las mujeres en nuevas zonas residenciales. Era el lugar donde la clase media protestante, católica y judía buscaba el ascenso social.

Se plasmó el nuevo ideal de familia norteamericana en todas partes. Se trata de esa imagen arquetípica que series como Los Simpsons parodian. Una familia idílica, que vivía en zonas residenciales, con una clara estructura de familia nuclear en la que el padre o cabeza de familia trabajaba. Mientras la mujer, perfecta ama de casa, se ocupaba de la casa y de los niños. El feminismo liberal en Estados Unidos fue, en parte, una reacción a la extensión de este modelo de familia ideal y hegemónico que, aún hoy, copa los medios de comunicación.

Censura de Hollywood

Portada del Código Hays

La sociedad estadounidense, como puede observarse, seguía siendo bastante tradicional. Esa moral se extendió de facto hasta la industria del cine. La existencia del Código Hays, implantado entre 1934 y 1967, censuraba todo lo que se podía o no se podía ver en las producciones estadounidenses. Regularizó la sexualidad de forma que “el carácter sagrado de la institución del matrimonio y del hogar será mantenido”.

La infidelidad era también duramente censurada. “El adulterio y todo comportamiento sexual ilícito[…], no deben ser objeto de una demostración demasiado precisa, ni ser justificados o presentados bajo un aspecto atractivo”

Las demostraciones de afecto o de erotismo tampoco eran permitidas, evidentemente, puesto que el Codigo Hays marcaba que “no sé mostrarán besos ni abrazos de una lascividad excesiva, de poses o gestos sugestivos”. Por otra parte, afirmaba también que “las perversiones sexuales y toda alusión a éstas está prohibido”. La protección sobre los esquemas tradicionales de la sociedad, entre los que se incluía el matrimonio y la familia nuclear era extrema. No obstante, la producción cinematográfica era una forma de reproducción de las mismas esencial en ese contexto. El código marcaba, de hecho, que “no debe presentar la institución del matrimonio como antipática”. Incluso, en las noticias de la NBC, el uso de las palabras “violación” o “aborto” estaba prohibido.

La mayoría de esta censura afectaba específicamente al papel de la mujer y en su actuación ante las cámaras. Sin embargo, la existencia de unas restricciones tan estrechas  provocó que comenzaran a aparecer dobles sentidos, recursos y referencias para engañar al proceso de censura.

Primeros cambios

Estas cuestiones alimentaron un caldo de cultivo perfecto para la emergencia de un feminismo liberal y, posteriomente, uno radical. Quedaban lejos de conformarse con las reivindicaciones con las que habían comenzado a manifestarse las sufragistas y el feminismo liberal en general. La sexualidad, las libertades reproductivas o las cuestiones laborales saltaron al centro del debate. La píldora anticonceptiva supuso uno de los cambios fundamentales en esta revolución sexual y feminista, pero no el único de ellos.

La incorporación de la mujer al mundo laboral había tenido sus comienzos durante la Segunda Guerra Mundial. Comenzaron ocupando cargos anteriormente desempeñados por hombres, que en esos momentos se encontraban en el frente. Y, como se mencionaba, en estos momentos comenzaba a normalizarse, si bien con unas restricciones muy concretas. Con el auge económico de posguerra, además, habían llegado también los electrodomésticos. Estos, como se ha explicado antes, facilitaron las labores del hogar, por lo que a la mujer le quedaba más tiempo libre. Este tiempo libre permitía poder encontrar un trabajo a tiempo parcial y, además, con bajos salarios.

Ante esta extensión del trabajo femenino, con la llegada de John F. Kennedy a la presidencia de Estados Unidos se creó la Comisión Presidencial sobre el Estatus de la Mujer el 14 de diciembre de 1961. El 11 de octubre de 1963 se publicó un informe que reveló la existencia de desigualdad de género en el ámbito laboral. Proponía una serie de medidas para un mayor acceso a la educación, ayudas para el cuidado de los hijos o la baja por maternidad (Hunt, 2015).

También se impulsaron leyes como la Ley de Igualdad Salarial de 1963, y el Título VII de la Ley de Derechos Civiles de 1964. Este prohíbe la discriminación de los trabajadores en base a su color, etnia, sexo, origen nacional o religión. También es relevante el fallo de la Corte Suprema Griswold v. Connecticut de 1965. En él, el estado de Connecticut prohibía el uso de anticonceptivos. Este fallo se acabó declarando inconstitucional. A su vez, se nombró a mujeres en altos cargos de su administración, como fue el caso de Esther Peterson. Muchas ciudades eligieron a mujeres como alcaldesas en los setenta (Jones, 1995: 536). Estas cuestiones supusieron un avance considerable. Sin embargo, quedaban aún lejos de todas las reivindicaciones del feminismo liberal.

Nace el feminismo liberal

La aparición de un movimiento femenino organizado llegó con la publicación de The Feminine Mystique (1963) por Betty Friedan. En él, hace referencia al “problema que no tiene nombre”. Betty Friedan criticó el carácter romántico que se le otorgaba a lo doméstico y a la idea de que la mujer solo podía sentirse realizada siendo madre y ama de casa. En 1966, y con ayuda de Friedan, se fundó la mayor organización feminista estadounidense, la Organización Nacional de Mujeres (National Organization for WomenNOW).

Esta organización tenía como fines principales la igualdad económica y de derechos y el derecho al aborto. A ello se le sumaban cuestiones como la lucha contra el racismo y la violencia de género, entre otros. Estos grupos y la existencia de algunas teóricas del feminismo liberal como la propia Friedan suponen los antecedentes más claros e influyentes sobre lo que después conformaría la segunda ola de feminismo, la del feminismo radical. La organización sirvió de inspiración para la creación de grupos de liberación de la mujer en otras partes del país.

“Para las mujeres, en las columnas, los libros y los artículos de expertos que les decían a las mujeres que su papel consistía en realizarse como esposas y madres. Una y otra vez las mujeres oían, a través de las voces de la tradición y de la sofisticación freudiana, que no podían aspirar a un destino más elevado que la gloria de su propia feminidad” (Friedan, 2009: 51).

Según Friedan, la salida de las mujeres del hogar produjo un agravamiento en su situación de desigualdad (Amorós coord., 1994: 132). Ahora la mujer tenía doble trabajo, el laboral y el del hogar. Y, en el primero de ellos, se acentuaban las desigualdades con respecto a los trabajadores masculinos. Para Betty Friedan era necesario redefinir el concepto de familia y las estructuras sociales (Amorós coord., 1994: 133-134).

Gloria Steinem trabajando como Conejita Playboy

La voz de Betty Friedan o de las teóricas del feminismo no fue la única en resaltar estas cuestiones. Puede mencionarse también el caso de Gloria Steinem, una periodista que se infiltró en la Mansión Playboy como Conejita Playboy. Pretendía documentarse para la realización de un artículo. Con ello dio a conocer las condiciones en las que se encontraban estas mujeres y las demandas sexuales que recibían, comúnmente al borde de la ley. Gracias a este artículo, se convirtió en una de las principales voces feministas del momento, junto con Betty Friedan o Jo Freeman.

Del feminismo liberal al feminismo radical: organización y radicalización

Pese a que NOW fue la primera organización feminista nacida en EEUU, surgieron muchas otras usando ésta como inspiración. Sin embargo, muchas mujeres abandonaron NOW por ser demasiado radical. Mientras, otras lo hicieron por considerarla demasiado conservadora (Ryan, 1992: 44). El aborto fue quizá el tema fundamental de estas escisiones. Las mujeres que estaban en contra del derecho al aborto formaron Women’s Equility Action League (WEAL).

Pero los derechos reproductivos no fueron la única cuestión que dividió al feminismo en estos momentos. El feminismo radical había mantenido unas premisas comunes, no sin discrepancias. Sin embargo, el movimiento se fragmentaba de forma más fuerte en estos momentos. La presencia del colectivo LGTB (concretamente, del lesbianismo) fue otro factor crucial que dividió a las feministas. No obstante, esta fue también una época de eclosión de la lucha del colectivo LGTB. A lo largo de 1968 y 1969, comenzaron a formarse pequeños grupos de liberación de mujeres en las principales ciudades del país (Ryan, 1992: 47). Paralelamente, en 1969, estallaba la mecha que prendió la lucha por los derechos de las personas homosexuales, bisexuales y trans, los disturbios de Stonewall

NOW, una de las organizaciones protagonistas de las olas de feminismo liberal y radical
National Organization for Women, NOW

Con Jo Freeman y Shulamith Firestone, autora de La dialéctica del sexo (1970) como pioneras, nace el movimiento de liberación de las mujeres (Women’s Liberation Movement, WLB). La rama WLM del feminismo radical, basada en la filosofía contemporánea, estaba compuesta por mujeres. Tenía, no obstante, trasfondos racial y culturalmente diversos. Estas plantearon que, para que las mujeres dejasen de ser ciudadanas de segunda clase en sus respectivas sociedades, era necesaria su libertad económica, psicológica y social (Bullock, Trombley y Lawrie, 1999: 314). La segunda ola de feminismo comenzaba a dejar paso, desde el feminismo liberal, al feminismo radical.

Kate Millet fue la escritora de otra de las grandes obras de esta segunda ola feminista, Sexual Politics (1969). Es un libro que une crítica literaria, antropología, economía, historia, psicología y sociología en una combinación propia de la Escuela de Frankfurt la cual inspiraba los movimientos contestatarios de la época (Amorós coord., 1994: 142). En un primer momento, Millet había militado en NOW, pero más adelante se unió al grupo de feministas radicales fundado por Pam Allen en 1967, el New York Radical Women. Paralelamente, surgieron otros grupos radicales por todo el país, como el New York Radical Feminists, entre otros. Estos tienen su apogeo ya en la década de los setenta, también en Estados Unidos.

El feminismo radical, en sus diversas ramificaciones y grupos, se originó en los movimientos contestatarios norteamericanos de los sesenta. En un contexto de eclosión de lo contracultural, la ola de feminismo radical fue resultado de la insatisfactoria respuesta que se había dado a las reivindicaciones feministas del feminismo liberal anterior. Para este feminismo radical, su lucha no se trata simplemente de ganar el espacio público. No es solamente una cuestión de igualdad en el trabajo, en la educación o en los derechos civiles y políticos.

El feminismo radical va a lo que considera la raíz del problema, como su propio nombre indica, por lo que pretende transformar también el espacio privado. Para este feminismo, el patriarcado es el sistema de dominación básico en la sociedad. Sobre él, se asientan los demás: la raza, la clase. Consideran, por lo tanto, que no puede haber una verdadera revolución si no se destruye (Amorós -coord-, 1994: 142-145). Con estas premisas, el feminismo radical va a ir ganando espacios, terrenos y capacidad de reivindicación.

Una oveja coronada Miss America 1969

Oveja coronada Miss América 1969

El 7 de septiembre de 1968, el movimiento feminista se presentó al mundo. Lo hizo interrumpir la retransmisión en directo para todo el país de la elección de Miss América 1969, celebrado en Atlantic City, Nueva Jersey (Miles, 2004: 45). Esta reivindicación fue orquestada por Robin Morgan, de la New York Radical Women y en ella participaron cientos de feministas de diferentes organizaciones y grupos defensores de los derechos civiles.Para las protestantes, los estándares de belleza y el certamen oprimían, degradaban y explotaban a la mujer.

Llamaron al desfile “el degradante símbolo de Mujer Imbécil con Tetas”. Simbólicamente, colocaron un cubo de basura al que nombraron Cubo de Basura de la Libertad (Freedom Trash Can). Arrojaron toda clase de productos considerados femeninos. Productos de higiene, pestañas postizas, fregonas, sujetadores, menaje de cocina, la revista Playboy o la Cosmopolitan, entre otros. Éstos eran objetos considerados como “instrumentos de tortura femenina” (Duffett, 1968: 4).

De esta forma y al grito de «¡No más Miss América!» (No more Miss America!) afirmaban que el concurso era comparable a una feria de ganado. Además, desde el inicio del concurso en 1921, solo habían sido aceptadas concursantes caucásicas como finalistas. Reclamaban el hecho de que nunca hubiera sido coronada una Miss América negra. Por último, decidieron coronar a una oveja como Miss América. A raíz de esta protesta surgió el mito de la quema de sujetadores, que eran símbolo de opresión femenino. La protesta fue cubierta por todos los medios de comunicación del país y fue un éxito para el movimiento.

Feminismo radical como «contracultura»

Cuando se habla de contracultura, se agrupa como tal a aquellos grupos sociales que van en contra de la sociedad establecida, del establishment. Este término fue acuñado por el autor estadounidense Theodore Roszak en su libro El nacimiento de una contracultura (1968). La contracultura de la década de 1960 en Estados Unidos se caracterizó por ser la cuna de diversos movimientos sociales. Estos irrumpieron en la sociedad norteamericana durante esta década. En esta amalgama de movimientos sociales que se opusieron a la cultura establecida pueden mencionarse el movimiento por los derechos civiles, el movimiento a favor de la libre expresión, la lucha por los derechos del colectivo LGTB la revolución sexual y el feminismo, entre otros.

Todos estos movimientos sociales se desarrollaron en un ambiente en el que dominaba la estética psicodélica. También la eclosión de nuevas fórmulas artísticas en todos los ámbitos, como la literatura, cuyo cariz contracultural puede rastrearse incluso en los poetas de la generación Beat de la década de los 50 o la música, lo cual se manifestó en la explosión de festivales como el de Altamont o Woodstock.

Angela Davis, una de las protagonistas de las olas de feminismo liberal y radical.
Angela Davis hablando ante una multitud

En su momento se consideró al movimiento feminista, incluso en sus orígenes como feminismo liberal, como un movimiento contracultural de los sesenta. Iba en contra de lo establecido por la sociedad tradicional estadounidense en lo relacionado con el rol de la mujer. Así mismo, los partidarios de los diversos movimientos sociales antes mencionados también podían vincularse a la lucha feminista o viceversa. Este es el caso de Angela Davis. Davis fue y es una de las grandes figuras de este contexto y del feminismo en general. No obstante, se trata de una mujer afroamericana, homosexual, comunista y miembro de los Black Panthers o Panteras Negras. Por todo ello, fue calificada por el FBI como una de los “criminales más buscados” del país.

En definitiva, durante los sesenta cualquier movimiento que fuera contra los valores tradicionales del país se leía como un movimiento «contra corriente» o «contra la cultura». El feminismo, en su paso desde el feminismo liberal al radical acabó siendo incorporado, junto con otros movimientos de carácter neo-izquierdista, a la lista de contraculturas.

Bibliografía

Libros

AMORÓS, Celia, coordinación: Historia de la teoría feminista, Madrid, Instituto de Investigaciones Feministas, 1994.

ASHBOLT, Anthony: A Cultural History of the Radical Sixties in the San Francisco Bay Area, Nueva York, Routledge, 2013.

BELTRÁN PEDREIRA, Elena; MAQUIEIRA D’ANGELO, Virginia; ÁLVAREZ, Silvina y SÁNCHEZ MUÑOZ, Cristina: Feminismos. Debates teóricos contemporáneos, Madrid, Alianza Editorial, 2001.

BRYSON, Valerie: Feminist Political Theory. An Introduction, Nueva York, Palgrave MacMillan, 1992.

BULLOCK, Alan; TROMBLEY, Stephen y LAWRIE, Alf: The New Fontana Dictionary of Modern Thought, Estados Unidos, HarperCollins, 1999.

BUTLER, Judith: Gender Trouble. Feminism and the Subversion of Identity, Nueva York, Routledge, 1999.

BUTLET, Judith, SCOTT, Joan W., editoras: Feminists theorize the political, Nueva York, Routledge, 1992.

FIRESTONE, Shulamith: La dialéctica del sexo. En defensa de la revolución feminista, Barcelona, Kairós, 1976.

FRIEDAN, Betty: La mística de la feminidad, Madrid, Cátedra, 2009.

HOROWITZ, Daniel: Betty Friedan and the Making of The Feminine Mystique. The American Left, The Cold War, and Modern Feminism, Estados Unidos, University of Massachusetts Press, 1998.

HUNT, Michael H.: The World Transformed: 1945 to the Present, Oxford, Oxford University Press, 2015.

JONES, Maldwyn A.: Historia de Estados Unidos 1607 – 1992, Madrid, Cátedra, 1995.

MILES, Barry: Hippie, Barcelona, Global Rhythm, 2004.

MILLET, Kate: Sexual Politics, Nueva York, Columbia University Press, 2016.

NASH, Mary: Mujeres en el mundo: Historia, retos y movimientos, Madrid, Alianza Editorial, 2007.

OLLHOF, Jim: The Civil Rights Movement, Minnesota, ABDO Publishing, 2011.

RORABAUGH, William J.: Kennedy y el sueño de los sesenta, Barcelona, Paidós, 2002.

RYAN, Barbara: Feminism and the women’s movement. Dinamics of change in social movement, ideology and activism, Nueva York, Routledge, 1992.

Artículos

DUFFETT, Judith: “WLM vs. Miss America”, Voice of the Women’s Liberation Movement, octubre de 1968, p. 4.

Cibergrafía

Food And Drug Administration: “For Women”. Disponible en: https://web.archive.org/web/20100819222628/http://www.fda.gov/ForConsumers/ByAudience/ForWomen/ucm118543.htm [Consultado el 19/11/2019].

Videografía

She’s Beautiful When She’s Angry (2014). Documental dirigido por Mary Dore. Disponible en HBO.

Socialismo y trabajo asalariado de la mujer casada en los años veinte

Autor: EDUARDO MONTAGUT

Fuente: NUEVATRIBUNA.ES 07/07/19

El periódico socialista español se hizo eco a comienzos de 1929 de la polémica que se suscitó en algunos países europeos sobre el trabajo de la mujer casada en tiempos de paro, emitiendo su propia opinión al respecto, y que nos parece interesante estudiar.

El Socialista consideraba que la existencia de estos artículos demostraba que estaba cundiendo la idea en Europa de prohibir a las mujeres casadas que pudieran trabajar fuera de casa

Al parecer, el órgano de las mujeres socialistas belga, La Voix de la Femme, venía tratando en varios números la cuestión de si estaría justificada o no una ley que prohibiese a las mujeres casadas el trabajo asalariado. Por su parte, Fraunwelt (El Mundo Femenino),publicación socialista berlinesa, y que dirigía Toni Sender, había organizado una especie de concurso-debate para que opinasen las obreras y las esposas de los trabajadores. El premio se otorgaría a la participante que con mayor claridad y precisión explicase la esencia de la cuestión. Por fin, en el órgano sindical GewerkschaftlicheFrau-Zeitung de las mujeres berlinesas se insertaba un artículo donde se exponían las dificultades que hao sllaría una prohibición de esta naturaleza.

El Socialista consideraba que la existencia de estos artículos demostraba que estaba cundiendo la idea en Europa de prohibir a las mujeres casadas que pudieran trabajar fuera de casa. Era una propuesta, siempre según el periódico obrero, que podía provocar el enfrentamiento entre las obreras, en vez de unir a las mujeres asalariadas en la lucha común contra el paro. Pero, además, estaba indicando que la mujer tenía que elegir entre su matrimonio y el trabajo, en vez de potenciar la idea de la necesidad de que la mujer conquistase su independencia económica, clave para la emancipación femenina.

Si los socialistas debían que tener una opinión al respecto había que afirmar que esta supuesta prohibición era una idea caduca. Las mujeres socialistas tendrían el deber de procurar que los derechos y las prohibiciones no se estableciesen o midieran en función del género.

Pero, también es cierto que, en este evidente alegato feminista, partiendo de que el periódico socialista español consideraba que era una propuesta totalmente inadmisible, y fruto de la iniciativa de la burguesía para dividir a las trabajadoras, es decir, en clave de feminismo socialista, se planteaba una cierta contradicción, fruto del mantenimiento del paternalismo del pasado.

Nos referimos a que, aunque el movimiento obrero socialista ya había asumido en los años veinte el completo derecho de la mujer a trabajar fuera de casa, como hemos visto sobre la independencia económica, se recordaba que era un crimen privar a la mujer casada de su derecho a trabajar fuera de casa porque si lo hacía, después de su enorme carga en casa, era por necesidad.

La doble revolución de las mujeres republicanas

Inauguración del Hogar de las Muchachas, lugar de reunión de las jóvenes antifascistas en Madrid en 1937. VIDAL EFE

Autora: Laura delle Femmine.

Fuente: El País, 16/05/2019

Hubo un día en que los bailes eran canteras de sindicalistas y la historia obligaba a crecer más deprisa. Entonces la revolución estaba en la boca de todos y Josefina Carpena-Amada (Barcelona, 1919 – Marsella, 2005), mejor conocida como Pepita Carpena, tenía claro que se entregaría a ella. Obrera en una fábrica textil desde los 12 años, se inició a la política de la mano de la CNT y se unió al movimiento Mujeres Libres en la época más turbulenta de la España contemporánea. Vivió el golpe de Estado, la barbarie del mayo de 1937, la Guerra Civil, la dictadura y el exilio. Siempre luchó. Lo hizo al lado de otras muchas mujeres casi invisibles para los anales, pero que lograron estrepitosos avances en igualdad peleando tanto dentro como fuera de casa. “Para ellas fue normal ir al frente, disparar balas, crear un grupo de más de 20.000 mujeres, luchar contra sus padres, la homofobia y el machismo”, resume Isabella Lorusso, que ha publicado en España el libro Mujeres en Lucha (Altamarea), 11 entrevistas realizadas a lo largo de 15 años a activistas españolas, mujeres feministas que vivieron la Guerra Civil y sus duras consecuencias en sus propias carnes.

Lorusso (Apulia, Italia, 52 años) recorrió kilómetros para dar con mujeres como Pepita Carpena, Teresa Rebull o Blanca Navarro y escribir el libro que le hubiera gustado encontrar cuando llegó a Barcelona en los años noventa. Entonces era una estudiante universitaria involucrada en el movimiento feminista y se apasionó por el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y los movimientos izquierdistas de ese período. Rascó en la historia para encontrar a las mujeres republicanas que habían luchado con uñas y dientes durante el conflicto y de las que se perdió la memoria. Mujeres anarquistas, milicianas, marxistas o comunistas, de distintas ideologías pero con el mismo denominador común: hacer escuchar su voz. «No encontré el libro, encontré a la gente real», resume Lorusso en Madrid, donde ha presentado su obra.

Porque si la historia olvida a los perdedores, aún peor es la suerte de aquellos que son apartados dentro del mismo bando derrotado. Carpena admite en su entrevista con la autora, en 1997, que existían actitudes machistas dentro del movimiento, pese a que la Segunda República representó una de las máximas expresiones de igualdad de género de la época —reconoció el voto femenino y despenalizó el aborto, entre otras cosas—. Confiesa que lo más duro fue enfrentarse a sus propios compañeros, que tampoco entendían del todo —y llegaron a confundirlo con el libertinaje— el papel del grupo Mujeres Libres, nacido en el seno del anarcosindicalismo para lograr la liberación de las mujeres y la igualdad, y que llegó a tener más afiliados que el Partido Comunista en su momento más álgido.

«Ponían a los hombres ante una contradicción cotidiana, porque ellos mismos hablaban de cómo cambiar el mundo y luego volvían a casa y el mundo que hubieran podido cambiar no lo cambiaban», analiza la autora. Fue así que el choque entre guerra y revolución asumió otra dimensión, más oculta, que trascendía la lucha de clase y de la cual las mujeres fueron protagonistas involuntarias. “Como los estalinistas pensaban que antes había que ganar la guerra y después hacer la revolución, muchos hombres creían que si ganaban la revolución las mujeres automáticamente se liberarían, pero no era así. Fue también una revolución en casa”, continúa. “Había una discriminación dentro del mismo grupo y había que hacer la revolución al mismo tiempo”.

Esta discriminación acabó sin embargo por ser interiorizada por muchas de las mujeres militantes e hizo que Lorusso se enfrentara a un doble obstáculo: a las dificultades técnicas se sumó el hecho de que ellas mismas se restaban importancia. Teresa Carbó (Begur, 1908 – Le Soler, 2010), la última persona en ver con vida al dirigente del POUM Andreu Nin, es ejemplo de ello. Inicialmente rechazó la entrevista alegando que no tenía nada que contar. Lorusso la encontró en 2010, poco antes de que falleciera, en una residencia de mayores en Francia. Tenía 102 años, la mayoría de ellos pasados en el exilio.

Pepita Carpena.
Pepita Carpena.

Ni Carbó ni Carpena se definían feministas. Suceso Portales (Zahínos, 1904 – Sevilla, 1999), quien fue vicesecretaria de Mujeres Libres, explicaba que entonces eran las mujeres de clase media, sufragistas, quienes se apropiaron del término, y que en el movimiento anarcosindicalista preferían definirse femeninas. «A nosotras nos interesaban las mujeres que luchaban dentro y fuera de las paredes domésticas», dijo a la autora durante la entrevista. “Los compañeros no nos dieron elección y nosotras decidimos cambiar nuestras vidas antes de cambiar el mundo”. Para Lorusso, solo se trata de un tecnicismo: “Yo me defino feminista y considero que ellas eran mucho más feministas que yo”.

Ellas, mujeres ocultas en historias ocultas, lucharon con la escopeta al hombro, se organizaron, exigieron más derechos, estuvieron en la cárcel, ayudaron a sus compañeros y los vieron morir, abandonaron sus tierras y cruzaron la frontera cargando a sus hijos. “La libertad es para todos o no es”, señalaba a la autora Concha Pérez (Barcelona, 1915 – 2014), una de las pocas mujeres que combatieron en el frente durante la Guerra Civil.

De las mujeres que aparecen en el libro solo queda viva una, María Teresa Carbonell (Barcelona, 1926), antigua militante del POUM y presidenta de la Fundació Andreu Nin de Barcelona. Pero permanecen su legado y su lucha. Lorusso admite que no solo encontró barreras para reconstruir la memoria histórica de las entrevistadas, tampoco fue fácil hacer llegar su obra al gran público. “Hay que valorizarlas”, reflexiona. “Yo solo las entrevisté y escribí el libro que hubiera querido encontrar, un libro sobre el coraje del que nadie ha hablado».

“Viva el feminismo”: la foto de María Telo, la abogada que luchó por la igualdad jurídica de hombres y mujeres.

Feminismo, 1936

Autor: JAIME RUBIO HANCOCK , 8/03/2019

Fuente: El País,

El trabajo de María Telo para reformar el Código Civil llevó a que las mujeres pudieran abrir cuentas y trabajar sin permiso de su marido.

La fotografía muestra a tres mujeres colocando en la calle un cartel que dice: “Viva el feminismo. 1936”. Esta imagen acostumbra a recordarse, recrearse e incluso versionarse cada 8 de marzo.

La foto se tomó el primero de mayo de 1936, semanas antes de que comenzara la Guerra Civil, tal y como recoge el blog sobre las Sinsombrero de RTVE. Está hecha en Cantalpino, Salamanca. Quien está subida a la escalera es María Telo, a sus pies está Pilar Alonso y, de espaldas, Goya Telo. Solo María Telo sobrevivió a la Guerra Civil, según recoge el diario Salamanca al día.

María Telo nació en Cáceres en 1915 y falleció en Madrid en 2014. Como relata el obituario publicado en EL PAÍS, titulado La abogada de la igualdad, Telo estudió Derecho en Salamanca y fue entonces cuando leyó el Código Civil. «Me quedé horrorizada al comprobar que la mujer no pintaba nada de nada». Ya entonces se le metió “entre ceja y ceja” que tenía que cambiar este código, explicó en una entrevista publicada en 2008, poco después de ser nombrada doctora honoris causa por la Universidad de Salamanca.

Por culpa de la guerra, Telo no pudo examinarse hasta 1940 de las dos asignaturas que le faltaban para licenciarse. Y, por culpa del franquismo, no pudo alcanzar su objetivo de ser notaria, como su padre, al estar esta carrera vedada a las mujeres. Sí ganó la oposición al Cuerpo Técnico de Administración Civil del Ministerio de Agricultura en 1944. Fue la primera mujer en hacerlo: “No sin fuertes obstáculos, por considerar aquel tribunal que ninguna mujer debía tener acceso”, escribió en sus memorias.

En 1952 abrió uno de los pocos despachos en manos de mujeres de Madrid, labor que compaginaba con su funcionariado y, en 1969, organizó el primer Consejo de la Federación Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas, desde el que impulsó la reforma del Código Civil. Sus propuestas no se materializaron hasta mayo de 1975, aún bajo el franquismo.

Gracias a sus iniciativas, las mujeres pudieron aceptar herencias, abrir cuentas en el banco, trabajar y disponer de su salario sin permiso del marido, además de ser cabeza de familia y administrar los bienes gananciales. Telo siguió trabajando hasta los 80 años y también participó en la elaboración de la ley del divorcio de 1981.

«Igualdad juríica no quiere decir igualdad de hecho -apuntaba Telo en su discurso como doctora de la Universidad de Salamanca, en 2008-; ahí queda un largo camino por recorrer, donde debe ser otra vez protagonista la mujer». Y añadía: «Después de prepararse para lo más, al casarse y tener hijos encuentra cerrados todos los caminos para promocionarse en su profesión, al tener que enfrentarse si se casa a la doble jornada o, en otro caso, contentarse con trabajos a tiempo parcial o de horario flexible de distinta naturaleza, que arruinan su formación. Todo por falta de estructuras sociales adecuadas».

En este vídeo sobre Telo aparece su hija hojeando un álbum. En el minuto 0:32 se puede ver la foto de la escalera.

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Día Internacional de la Mujer: ¿Qué pasó el 8 de marzo de 1857?.

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Dos integrantes de un piquete durante la huelga de las camiseras de Nueva York de 1909, precedente del Día Internacional de la Mujer. / ARCHIVO

Fuente: El Periódico, 7/03/2019

El incendio de una fábrica de camisas de Nueva York en el que murieron 146 personas marcó la lucha por los derechos de la mujer.

El Día Internacional de la Mujer del 8 de marzo fue declarado por la ONU en 1975. Dos años más tarde se convirtió en el Día Internacional de la Mujer y la Paz Internacional. En Estados Unidos se celebra oficialmente tan solo desde 1994, a pesar de que es en aquel país donde se encuentran los orígenes de la conmemoración. ¿Por qué se eligió ese día?

La explicación más verosímil se remonta a mediados del siglo XIX, en plena revolución industrial. El 8 de marzo de 1857, miles de trabajadoras textiles decidieron salir a las calles de Nueva York con el lema ‘Pan y rosas’ para protestar por las míseras condiciones laborales y reivindicar un recorte del horario y el fin del trabajo infantil.

Fue una de las primeras manifestaciones para luchar por sus derechos, y distintos movimientos, sucesos y movilizaciones (como la huelga de las camiseras de 1909) se sucedieron a partir de entonces. El episodio también sirvió de referencia para fijar la fecha del Día Internacional de la Mujer en el 8 de marzo, jornada reivindicativa a la que Google dedica hoy un ‘doodle’.

Doodle de Google dedicado al Día Internacional de la Mujer
‘Doodle’ de Google dedicado al Día Internacional de la Mujer. 

El capítulo más cruento de la lucha por los derechos de la mujer se produjo, sin embargo, el 25 de marzo de 1911, cuando se incendió la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist de Nueva York. Un total de 123 mujeres y 23 hombres murieron. La mayoría eran jóvenes inmigrantes de entre 14 y 23 años.

Según el informe de los bomberos, una colilla mal apagada tirada en un cubo de restos de tela que no se había vaciado en dos meses fue el origen del incendio. Las trabajadoras y sus compañeros no pudieron escapar porque los responsables de la fábrica habían cerrado todas las puertas de escaleras y de las salidas, una práctica habitual entonces para evitar robos.

Trabajadoras textiles de Nueva York, durante una huelga en 1910, precedente del Día Internacional de la Mujer
Trabajadoras textiles de Nueva York, durante una huelga en 1910. 

El desastre industrial, el más mortífero de la historia de la ciudad, supuso la introducción de nuevas normas de seguridad y salud laboral en EEUU.

Precedentes del Día Internacional de la Mujer

Antes de esta fecha, en EEUU, Nueva York y Chicago ya habían acogido el 28 de febrero de 1909 un acto que bautizaron con el nombre de ‘Día de la Mujer’, organizado por destacadas mujeres socialistas como Corinne Brown y Gertrude Breslau-Hunt.

En Europa, fue en 1910 cuando durante la 2ª Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, celebrada en Copenhague (Dinamarca) con la asistencia de más de 100 mujeres procedentes de 17 países, se decidió proclamar el Día Internacional de la Mujer Trabajadora.

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Detrás de esta iniciativa estaban defensoras de los derechos de las mujeres como Clara Zetkin Rosa Luxemburgo. No fijaron una fecha concreta, pero sí el mes: marzo.

Derecho a votar

Como consecuencia de esa cumbre de Copenhague, el mes de marzo de 1911 se celebró por primera vez el Día de la Mujer en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza. Se organizaron mítines en los que las mujeres reclamaron el derecho a votar, a ocupar cargos públicos, a trabajar, a la formación profesional y a la no discriminación laboral.

Coincidiendo con la primera guerra mundial, la fecha se aprovechó en toda Europa para protestar por las consecuencias de la guerra.

El color morado

La celebración se fue ampliando progresivamente a más países. Rusia adoptó el Día de la Mujer tras la Revolución comunista de 1917. Le siguieron muchos países. En China se conmemora desde 1922, mientras que en España se celebró por primera vez en 1936.

El color morado es el color representativo del Día de la Mujer, y el que adoptan las mujeres o los edificios como signo de la reivindicación. Fue el color que en 1908 utilizaban las sufragistas inglesas. En los 60 y los 70 las mujeres socialistas escogieron este color como símbolo de la lucha feminista y posteriormente se le asoció a la jornada que se celebra cada 8 de marzo.

El Congreso Internacional Socialista de Mujeres de Marsella de 1925.

Sufragistas en Francia

Autor: Eduardo Montagut.

Fuente: nuevatribuna.es. 6/11/2018.

La década de los años veinte puede ser calificada de fundamental en la Historia del feminismo socialista, y también de la lucha, en general, por la reivindicación de los derechos de la mujer. El Congreso Internacional Socialista de Mujeres, que tuvo lugar de forma paralela al Congreso de la Internacional de Marsella del mes de agosto de 1925, constituye un momento clave por lo que allí se aprobó, y porque estimuló a las organizaciones femeninas socialistas europeas en la lucha por la emancipación de la mujer. Esta reunión se vio precedida en ese mismo año por una serie de reuniones de mujeres socialistas de distintos países: Suiza, Polonia, Gran Bretaña y Holanda.

En el Congreso de Marsella estuvieron presentes un centenar de delegadas, destacando la presencia de la diputada alemana Tony Sender, y M.P. Spack, senadora belga. Nutridas fueron las representaciones alemana y austriaca, dado el peso de sus respectivas socialdemocracias. Esta reunión destacó por la aprobación de una resolución fundamental en la que se pedía la creación de un Comité Internacional de Mujeres, que tendría que estar formado por representantes de las organizaciones femeninas, cuya misión sería ayudar a la Ejecutiva de la Internacional, pero, además, organizar Conferencias bianuales. Ese Comité debía estar constituido de la misma forma que el Comité Internacional Ejecutivo de la Internacional Obrera y Socialista, y debía reunirse, al menos, una vez al año. El trabajo administrativo de organización de las mujeres socialistas se aseguraría por el Secretariado Internacional de la Internacional Obrera y Socialista.

Pero la creación de ese Comité se encontraba al final de una resolución que comenzaba instando a los Partidos Socialistas a apoyar la organización de las mujeres en el movimiento obrero porque la realización del socialismo solamente se podría realizar con la cooperación de las masas para la reorganización de la sociedad, y esas masas estaban constituidas por hombres, pero también por mujeres. Los partidos socialistas debían considerar que la emancipación de las mujeres tenía que ser uno de sus objetivos fundamentales. Y eso pasaba por luchar porque los hombres y las mujeres tuvieran los mismos derechos políticos, especialmente el derecho al sufragio, tanto activo como pasivo. Pero también los partidos socialistas tenían que luchar por la igualdad jurídica, en el matrimonio, y por conseguir que no hubiera discriminación en relación con los hijos naturales, es decir, que desapareciese la ilegitimidad. Otras tareas fundamentales pasaban por la libertad de la mujer en la actividad profesional, y por la igualdad laboral y salarial.

El movimiento socialista debía tener en consideración en su política las necesidades de las mujeres, tanto como las de los hombres, por eso los partidos debían pedir a las organizaciones femeninas que trabajasen por estos objetivos porque el capitalismo había puesto a las mujeres en una posición de dependencia social y cultural, además de que su posición económica y política era más débil que la del hombre. La maternidad exigía una protección especial, debiéndose exigir todas las medidas necesarias para asegurar el bienestar de las madres y los niños.

No cabe duda que este acontecimiento es clave para que el socialismo europeo caminase ya claramente en favor de los derechos de la mujer, superando posturas ambiguas y paternalistas.


Como fuente hemos consultado los números de El Socialista del año 1925: 5135, 5164, 5165 y 5170.

El compromiso político de Emmeline Pankhurst

Fuente: muyhistoria.es

Autora: María Fernández Rei

Esta británica fue una de las mayores impulsoras del sufragismo europeo, el movimiento que luchó a favor del derecho al voto femenino.

Pankhurst (1858-1928) nació en una rica familia y,a pesar de crecer en la encorsetada sociedad victoriana, su madre la educó en los principios feministas. En 1879 se casó con Richard Marsden Pankhurst, una abogado que apoyaba públicamente el sufragismo.

Emmeline comenzó pronto su compromiso con la causa sufragista y fundó en 1892 la Liga a Favor del Derecho al voto de la Mujer y, en 1903, la Unión Política y Social de la Mujer (WSPU). Fueron partidos en los que militaron célebres sufragistas como Annie Kenney, Ethel Smyth o Emily Davison, que falleció en una acción de protesta, al lanzarse a los pies de un caballo durante una carrera hípica.

Por primera vez en la Historia, las mujeres reivindicaron sus derechos en la calle y encabezaron decenas de marchas y manifestaciones, que llevaron en numerosas ocasiones a Pankhurst a la cárcel. Sin embargo, su figura ha sido criticada en ocasiones porque, al pertenecer a la burguesía, recibía un trato deferente en prisión y no sufría las mismas privaciones que sus compañeras de lucha.

Falleció en Londres en 1928, el mismo año en que el Gobiernobritánico aprobaba su mayor ambición: el voto femenino en el Reino Unido.