Mi abuelo era nazi: por eso tengo claro por qué necesitamos a la Unión Europea

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Adolf Hitler en 1931, a la salida de la sede del partido Nazi en Munich (Alemania). FLICKR

Autor: Matthias Bergmann
Fuente: eldiario.es, 23/02/2019

Hasta el día de su muerte, a principios de los noventa, mi abuelo fue un nazi convencido. La mayoría de sus hermanos mayores murieron de golpe una noche de la Primera Guerra Mundial, durante la batalla de Hartmannsweilerkopf y él pasó la mayor parte de los años veinte sin empleo, en una Alemania de entreguerras terriblemente traumatizada y caracterizada por los delirios de grandeza y el odio hacia los extranjeros, los judíos y la democracia.

Mi abuelo se afilió muy pronto al partido nazi. En 1940 se ofreció voluntario para luchar y llegó a sargento mayor de la Wehrmacht. En el frente oriental dirigió una unidad de lucha contra la insurgencia y participó en la toma de Kiev. Creemos que participó en la masacre de Babi Yar de septiembre de 1941, durante la que más de 33.000 judíos de Kiev fueron asesinados a tiros.

Mi abuelo siempre despotricó contra los judíos, los franceses y la pérfida Albion. Nunca volvió a salir de Alemania. Se ponía muy nervioso cada vez que estaba cerca de la frontera.

Por el otro lado, mi abuelo materno fue un maestro de Duisburg. Cuando le tocó ir a la guerra dejó en casa su cámara, su biblioteca, su esposa, sus dos hijos y toda esperanza de sobrevivir. Pasó tres años en el frente oriental. Sobrevivió, pero nunca volvió a interpretar música ni a sacar fotos. Era un hombre roto. Mi abuela pasó en Duisburg toda la guerra. En tres ocasiones, su casa recibió el impacto directo de las bombas. Hasta que falleció, el sonido de una sirena le hacía entrar en pánico.

Mi padre nació en 1944. Creció en un hogar nazi de posguerra pero comenzó pronto a leer y se unió a los Boy Scouts. Descubrió los derechos civiles y las ideas de la democracia y se convirtió en un socialdemócrata acérrimo, al que exasperaba cualquier cosa mínimamente de derechas. Mi madre nació en 1947 y le conoció en 1968 en la universidad. En una Alemania Occidental todavía marcada por la gran cantidad de nazis no arrepentidos, la participación en protestas antinazis fue la experiencia política definitoria de la pareja. Construyeron un hogar compuesto por cinco niños, lleno de música, libros, arte y el claro entendimiento de que ser alemán venía con la responsabilidad de ser prudentes con la política.

Durante mi infancia fui evacuado cuatro veces por bombas de la Segunda Guerra Mundial que no llegaron a estallar. De adulto, me volvió a ocurrir en otras dos ocasiones. En nuestros años escolares visitábamos Verdun [donde tuvo lugar una de las batallas más terribles de la Primera Guerra Mundial] y el campo de concentración de Bergen-Belsen. Además de Goethe, Schiller y Mann, leíamos ‘El diario de Ana Frank’ y ‘El Sistema de los Campos de Concentración alemanes’, de Eugen Kogon. Algunas veces pensábamos que nuestros maestros exageraban con su insistencia sobre el Tercer Reich.

En 1989 mis padres nos despertaron a todos para ver la retransmisión de la caída del Muro de Berlín. Sentados frente a la tele, tomamos nuestra primera copa de champán y vimos llorar a nuestros padres. Ese era el día en que la Segunda Guerra Mundial terminaba de verdad, me dijo mi padre. Y que nuestros amigos europeos lo habían hecho posible.

Tanto a mi como a mis cuatro hermanos nos enviaron al extranjero en muchas ocasiones. Aprendimos idiomas y siempre nos animaban a viajar por todas partes. Mi mejor amiga es una judía de Manhattan que vive en Noruega. Cada vez que voy a verla disfruto pensando en mi abuelo revolviéndose en su tumba.

Una Europa unida es nuestro legado. La Unión Europea no es un proyecto económico sino la defensora de la paz y la prosperidad en el continente. Si bien es cierto que la OTAN se encargó de asegurar que no hubiera conflictos en Europa Occidental, ha sido la UE, también en sus formas pasadas, la que ha construido la paz. Y lo ha hecho integrando, en una pacífica alianza de culturas, a naciones ligadas por unos valores y futuro en común.

Un país marcado por la identidad nacional

La imagen de mi padre jugando con mi sobrino me hace pensar en las tres generaciones consecutivas de alemanes que, por primera vez, han vivido una paz ininterrumpida. Nunca había pasado algo así. Quien quiera que haga peligrar esa estabilidad se va encontrar con una resistencia.

La diferencia más notable entre las experiencias formativas de mi abuelo y mi padre reside en la narración en torno a sus identidades nacionales. Para el primero, fue un relato de nacionalismo revanchista y autocompasivo, basado en el mito de la «puñalada trapera», que absolvía de responsabilidad por sus actos a los dirigentes y a toda la nación. La narración con la que creció mi padre fue de un realismo que había costado conseguir, basada en el reconocimiento de los crímenes y en la aceptación de la responsabilidad, con el liberalismo y la democracia como núcleo de la identidad.

Esa identidad nacional moderna no es un complejo de culpabilidad sino el entendimiento de que identificarse como alemán requiere reconocer nuestra historia en su integridad. Identificarse sacando pecho con las victorias en el Mundial de Fútbol no sirve si no somos también cuidadosos en tener presente nuestro belicismo histórico. Asimismo, sentir responsabilidad por esos crímenes sólo tiene sentido cuando se combina con una orgullosa identificación con logros como el de la participación de Alemania en la formación de la Unión Europea.

La UE de hoy es la culminación de décadas de paz y de integración política. Lejos de ser perfecta, sigue siendo la única forma de integración internacional y democrática exitosa. En un mundo globalizado, otorga un grado incomparable de libertad y estabilidad a sus ciudadanos y refuerza a los Estados nación con el respaldo económico y político de sus miembros.

En los últimos años, una ola de partidos de extrema derecha ha irrumpido en la política de los Estados miembro, desde los Demócratas Suecos hasta la AfD de Alemania o el Frente Nacional de Francia. Ahora es cuando empiezo a pensar que el interés de nuestros profesores en hablarnos del Tercer Reich tal vez no era tan exagerado.

Combinada con décadas de una retórica antieuropea a la que casi nadie hizo frente, esta oleada de la extrema derecha ha sido determinante en el Brexit del Reino Unido. Un debate del Brexit no fundamentado en hechos (por no decir contrario a los hechos), con los extremistas aumentando y los moderados sin lograr nada, representa un aterrador paralelismo con la infructuosa lucha que libró la República de Weimar contra el extremismo.

No es la única lección. El Brexit también exige de la Unión Europea que se proteja a sí misma y a los Estados miembro de los riesgos que puedan correr sus instituciones y procesos políticos. Poner en peligro los logros políticos fundamentales por satisfacer intereses económicos sería el colmo de la irresponsabilidad política.

La única forma de construir un futuro europeo común, que reconozca nuestro pasado fracturado y marque nuestro camino colectivo, es mediante un proceso conjunto, basado en normas y responsabilidades. Dejar la Unión Europea significa dejar atrás ese proceso conjunto y una identidad construida en torno a la consolidación de la paz. Es triste. Aún peor que eso, es aterrador.

Traducido por Francisco de Zárate

La conferencia de Potsdam: el reparto del mundo entre los ganadores de la guerra.

Autora: Gabriela Liszt, 17/07/2018.

Fuente: laizquierdadiario.com

La Conferencia de Teherán se realizó entre noviembre y diciembre de 1943, entre Churchill (Gran Bretaña), Roosevelt (EEUU) y Stalin (URSS). Yalta en febrero de 1945, ya casi terminada la guerra. La conferencia de Potsdam se realizó en la ciudad del mismo nombre (cerca de Berlín, Alemania), entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945.

La Unión Soviética ya había derrotado al nazismo, primero en Stalingrado en febrero de 1943, y luego de su entrada a Berlín, por lo que tuvo que ser reconocida como ganadora por los imperialismos Aliados. EEUU aún no había entrado en la guerra, salvo en la zona del Pacífico. Recién haría su “entreda triunfal” en el “Día D”. En el caso de Potsdam, asistieron Truman, que reemplazó a Roosevelt dado su fallecimiento; Churchill (acompañado por Clement Atllee del Partido Laborista) y Stalin.

El reparto del mundo luego de la Segunda Guerra

Allí acordaron, entre otros, cómo administrarían Alemania, que se había rendido incondicionalmente nueve semanas antes, el 8 de mayo. El acuerdo establecía la división de Alemania en cuatro zonas de ocupación (ya acordada en la conferencia de Yalta), y una división similar de Berlín y Viena, y un Consejo Supremo de Control dirigido por EEUU, Francia, Gran Bretaña y la URSS, los 4 ocupantes). Viena, Austria y Polonia también fueron divididas en una forma similar.

Las colonias habían sido atraídas por EEUU, por ser la potencia en ascenso y permitir cierta libertad política, pasando a ser semicolonias. EEUU se convertía en el dominador principal económico, política y militarmente del mundo y las excolonias (inglesas, francesas, etc,) en general pasaron su órbita de influencia.

La Conferencia de Potsdam estudió los territorios que habían de someterse a la tutela soviética:

  •  Absorción de los países satélites (glacis).
  •  Intervención, por la fuerza, para liquidar regímenes contrarios a su visión de la política (consideración muy especial al caso de España, Francia, Italia).
  •  Estudio de los Mandatos de Siria y Líbano.
  •  Polonia y sus fronteras, a expensas del territorio alemán.
  •  Reparto de la Marina, de guerra y mercante, de los alemanes.
  •  Estudio de las reparaciones a pagar por Alemania.
  •  La ocupación de los bienes alemanes en el extranjero.
  •  El desmontaje de las fábricas, evaluándolas en el concepto de reparaciones. Se calculaban éstas, de acuerdo con el criterio de Stalin en Yalta, en 20.000 millones de dólares, repartidos así: 50 por 100 para la URSS; 14 por 100 para el Reino Unido; 12,5 por 100 para Estados Unidos; 10 por 100 para Francia y el resto, sin especificar.
  •  Austria. Los aliados eximen a Austria de reparaciones, pero queda sometida a la autoridad de una comisión aliada, con sede en Viena.
  •  Irán. Las tropas británicas y soviéticas, que ocupan Irán desde 1941, deben evacuarl inmediatamente. Pero Stalin, que quería establecer una República Soviética en el Azerbaiján, no evacuó el territorio hasta 1946.
  •  Marruecos. Las tropas deben evacuar Tánger, incorporada desde 1940 al Marruecos español, y la zona volverá a tener su estatuto internacional con la participación de representantes norteamericanos y soviéticos.
  •  La devolución de todos los territorios europeos anexionados por la Alemania nazi desde 1938 y la separación de Austria.
  •  La declaración de Potsdam subrayó los términos de la rendición para Japón, pocos días antes que EEUU tirara las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, luego de meses de bombardear Tokio y otras ciudades bajo la excusa de que el imperialismo japonés no se había rendido formalmente. Por otro lado, fue un aviso a la URSS y el resto del mundo de quién tenía el poder militar.
  •  Acuerdo para la reconstrucción. Los aliados estimaron sus pérdidas en 200 mil millones de dólares. Alemania fue obligada a pagar únicamente 20 mil millones en productos industriales y mano de obra. Sin embargo, la Guerra Fría evitó que se pagara esta deuda.“Baja composición orgánica del capital, necesidades de reconstrucción asociadas a la ‘tierra arrasada’ dejada por la guerra, masas de hombres hambrientos dispuestos a trabajar por un pedazo de pan, derrotas de los procesos revolucionarios particularmente en los países centrales y clara hegemonía mundial norteamericana, fueron todos factores que reestablecieron el equilibrio capitalista desde su ruptura en 1914 y crearon condiciones para la obtención de una alta tasa de ganancia para el capital. Sin embargo, las condiciones de la formación de un ‘pluscapital’, es decir, de la acumulación ampliada, nuevamente debieron ser sostenidas por una participación sin precedentes de los Estados en la economía. El Plan Marshall que data del año 1947 y constituyó una enorme inyección de capital por parte del Estado norteamericano sobre las destruidas economías de Europa, junto con la previa creación de organismos multilaterales tales como el FMI o el Banco Mundial, resultan sendos ejemplos de dicha participación. Las políticas keynesianas de estímulo de la demanda efectiva (gasto de consumo, gasto de inversión y gasto público) a través de la inflación del crédito, resultaron por vez primera verdaderamente exitosas en cuanto a garantizar mecanismos aceitados de producción y realización del plusvalor. Sin embargo, el “éxito” del “círculo virtuoso” que apelando a mecanismos keynesianos caracterizó a los llamados “30 años gloriosos” del capital debe considerarse en el marco de dos aspectos fundamentales. El primero es que los mecanismos keynesianos que habían arrojado resultados poco satisfactorios en los años ’30, funcionaron de manera efectiva sólo tras la destrucción de la guerra y las derrotas mencionadas. El segundo es que estos mecanismos, que fundamentalmente en los países centrales permitieron un boom de producción y consumo con fuertes ganancias y salarios en alza, hallaron su límite ni bien hacia fines de la década del ’60, una composición orgánica creciente del capital volvió a poner en escena la ley de la caída de la tasa media de ganancia que se puso de manifiesto a través de la disminución de la masa de ganancias del capital” (Paula Bach, La Verdad Obrera, 25 de septiembre del 2008).Es decir, la Guerra Fría se basó en pactos ultrarreaccionarios que partían del reconocimiento de EEUU como potencia hegemónica mundial (cedida por Gran Bretaña) y que Stalin dominaría el “socialismo real” en la tercera parte del mundo, pero sin tener injerencia (incluso ayudar) en la política imperialista. En 1968, con el Mayo Francés, la primavera de Praga, Tlateloco, el inicio del Cordobazo, las masas lucharían por derribar estos pactos contrarrevolucionarios.

 

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