Benito Mussolini, a 75 años de su muerte

Benito Mussolini fue capturado por los partisanos el 27 de abril de 1945 cerca de la frontera entre Italia y Suiza y ejecutado al día siguiente.

| «La gran mentira sobre Mussolini es que fue un dictador bueno que quería a su pueblo: fue él quien mató a más italianos en la historia del país»

Autor: Angelo Attanasio

Fuente: bbc.com 28/04/2020

En Italia, una de cada cinco personas cree que «Mussolini fue un gran líder que solo cometió algunos errores», según una encuesta del centro estadístico Eurispes de enero de 2020.

Es decir, que 75 años después de la muerte de «Il Duce» y casi 100 desde su toma de poder, millones de italianos creen que a Mussolini le deben el actual sistema de jubilaciones, la construcción de carreteras y acueductos o la reducción de los índices de criminalidad.

En definitiva, muchos italianos creen que el legado de Mussolini no es tan negativo, sobre todo si se le compara con la clase política actual.

Pero, ¿son ciertas todas estas creencias?

Según Francesco Filippi (Italia, 1981), historiador de las mentalidades y colaborador de la Universidad de Trento, no.

En su libro, titulado irónicamente Mussolini ha fatto anche cose buone («Mussolini hizo también cosas buenas», en castellano, editorial Bollati Boringhieri), Filippi explica cómo se generaron las que él define como «fake news del fascismo» y por qué consiguieron circular casi intactas hasta hoy, imponiéndose en las redes sociales y en los discursos públicos.

Francesco Filippi
Image captionEl historiador Francesco Filippi imparte talleres de memoria histórica para adolescentes en la asociación Deina.

«Mi intención era utilizar los instrumentos de la investigación histórica para desmontar algunos de los mitos más radicados sobre el fascismo», explica Filippi en conversación con BBC Mundo.

El libro salió en marzo de 2019 y sigue siendo un éxito comercial en el país europeo. Algo que claramente enorgullece a su autor, pero que también le preocupa.

«Porque», aclara Filippi, «si 75 años después de la muerte de Mussolini todavía hace falta un manual como este para arrojar luz sobre el régimen más sanguinario de la historia de Italia, quiere decir que todavía tenemos problemas con la memoria pública sobre el fascismo».

BBC

¿Cuál de las ideas sobre Mussolini es las más arraigada en la cultura italiana?

Seguramente, la madre de todas las fake news sobre Mussolini es la que pinta al «Duce» como un dictador bueno, que quiso a su pueblo, como si hubiese sido un padre para toda la nación.

En realidad, fue él quien, con sus decisiones, mató a más italianos en las historia del país, que provocó una guerra en la que murieron centenares de miles de personas, que causó daños irreparables al patrimonio cultural, social y económico de este país.

Benito Mussolini
Image captionBenito Mussolini fundó los «Fasci italiani di combattimento» el 23 de marzo de 1919, en Milán, Italia.

Hay una anécdota muy representativa a este respecto. Según cuenta Galeazzo Ciano, su cuñado y ministro de Exteriores, durante el invierno de 1940, seis meses después de que Italia entrara en guerra al lado de la Alemania nazi, Mussolini miraba desde su despacho cómo nevaba sobre Roma. ‘Me alegra de que haga tanto frío’, le dijo el Duce a Ciano, «así nos libramos de todos los blandengues’.

Eso muestra que Mussolini odiaba a una parte de sus «súbditos’. Por suerte nunca hubo un genocidio del pueblo italiano, pero podemos decir que el fascismo fue el momento en el que el pueblo italiano en su totalidad estuvo más en peligro.

Habría que preguntarse por qué, a pesar de eso, una quinta parte de los italianos lo siguen considerando un buen líder.

Entonces, ¿cuál es tu respuesta?

Hay dos razones principales. Por lo que respecta a la primera, parte de la culpa la tenemos los historiadores. Porque si, 75 años después de su muerte y a pesar del enorme número de libros publicados, aún se desconoce la verdad, quiere decir que hay una separación entre la academia y la sociedad, y nosotros tenemos parte de responsabilidad.

Y eso es algo que pasa no solo en Italia, sino en muchos países europeos.

Benito Mussolini dando un discurso
Image captionLa retórica del «Duce», según Filippi, fue una revolución mundial, y por eso sus mensajes y su lenguaje siguen circulando con fuerza hasta hoy.

¿Y la segunda?

Un segundo problema es cómo la figura del hombre fuerte, del padre autoritario, atrae a las sociedades cuando atraviesan períodos de crisis.

Hay períodos en los que las personas necesitan respuestas sencillas a problemas complejos. Es lo que yo llamo «infantilismo social»: así como los niños, delante de determinados problemas, no quieren entender de soluciones difíciles, algunas sociedades, en determinados momentos, esperan que un adulto les resuelva los problemas con una varita mágica.

En el momento en que personajes históricos como Mussolini consiguen encarnar ese papel de solucionador de problemas, a la gente ya no le importa si eso es verdad o no, porque se siente tranquilizada.

Benito Mussolini en Palacio venezia
Image captionEl «Duce»celebraba periódicamente discursos desde el balcón de Palacio Venezia, en Roma, a los que asistían miles de personas.

¿Qué es lo que preocupa tanto a los italianos como para añorar a Mussolini?

La generación más joven está comprimida entre un presente en constante mutación y un futuro incierto, donde sus condiciones de trabajo y de vida serán peores que las de sus padres.

Entonces, no le queda otra que refugiarse en un pasado mítico, tranquilizador, aunque sea falso: un pasado donde, por ejemplo, se podía salir de casa dejando la puerta abierta o donde todos vivían mejor.

En realidad, ese pasado sirve para proyectar las esperanzas que el presente y el futuro no pueden cumplir.

Según repiten muchos italianos, sin embargo, Mussolini sí consiguió numerosos logros como gobernante. Tú dedicas cada capítulo a analizar y desmontar uno de ellos. ¿Cuál es el más significativo?

Uno de los convencimientos más sólidos en Italia es que Mussolini introdujo el sistema de jubilaciones para los ancianos. En realidad existían desde el 1895, ¡cuando el «Duce» tenía 12 años!

Pero insistir en que Mussolini introdujo las jubilaciones quiere decir contar el cuento del dictador que quiso mucho a nuestros abuelos y que les dio seguridad. Es dibujar el perfil de un atento arquitecto de una sociedad que piensa en los más débiles. Es mostrarlo como un dictador simpático.

Benito Mussolini
Image captionEn las imágenes de propaganda más comunes del fascismo aparecía Benito Mussolini mientras realizaba trabajos manuales como cortar el trigo en el campo.

¿Por qué son tan fuertes algunos mensajes de Mussolini como para ser considerados actuales?

Si hay algo que el fascismo hizo muy bien fue hablar de sí mismo. La propaganda fascista fue muy eficaz porque era primitiva, sencilla y directa.

La retórica del «Duce» fue una revolución mundial, y por eso sus mensajes y su lenguaje siguen circulando con fuerza hasta hoy.

Mussolini fue el primero en entender la importancia de los medios de comunicación y del contacto directo con las masas.

Luego tanto Hitler, quien declaró su admiración por Mussolini, como las democracias occidentales entienden la importancia de visibilizar al líder.

Mussolini y Hitler
Image captionBenito Mussolini y Adolf Hitler fueron aliados durante la Segunda Guerra Mundial y tenían una fuerte relación personal.

Esto es lo mismo que pasó con las redes sociales. Si pensamos en lo que pasa en la democracia por excelencia del día de hoy, Estados Unidos, vemos cómo su presidente publica decenas y hasta centenares de tuits cada día y dialoga directamente con su base electoral. Pero esto pasa en todos los países occidentales.

Esta forma vertical de comunicar es la versión 2.0 de la revolución comunicativa de Mussolini: sus eslóganes funcionaban tan bien en las plazas de los años 20 del siglo pasado como lo hacen ahora en las plazas virtuales.

Justamente, en un plaza de Milán se puso final hace 75 años la vida de Mussolini y la experiencia del fascismo en Italia. ¿Qué representa hoy en día la imagen del «Duce» colgado de los pies delante de la población italiana enfurecida que se ensañaba con su cuerpo?

Il Duce y sus compinches, colgados bocabajo en la Piazzale Loreto de Milán.
Image captionLos cuerpos del «Duce», de su pareja Claretta Petacci y de otros fascistas fueron colgados por los pies y expuestos en Piazzale Loreto de Milán el 29 de abril de 1945.

Fue el último acto de la parábola retórica del fascismo, de la relación corpórea entre el dictador y la muchedumbre.

Esa misma muchedumbre que lo había apoyado se siente ahora traicionada y humillada pero también huérfana, y se rebela contra ese padre y se ensaña con su cuerpo.

Fue el fascismo que se devoraba a sí mismo.

Paralelismos ultras cien años después

Autor: PABLO FERNÁNDEZ-MIRANDA DE LUCAS

Fuente: Nueva Tribuna 20/03/2020

“La libertad es una deidad nórdica, adorada por los anglosajones…/… el fascismo conoce ídolos, no adora fetiches y, si es necesario, volverá a pasar de nuevo con calma sobre el cuerpo más o menos descompuesto de Diosa Libertad…/…. Para las juventudes intrépidas, inquietas y duras que se asoman al crepúsculo matutino, hay otras palabras que ejercen un atractivo mucho mayor, y son: orden, jerarquía, disciplina”.

Esto lo decía Benito Mussolini en “Gerarchia”, en marzo de 1923. Y así lo recoge Antonio Scurati en “El hijo del siglo” en el que desvela con la precisión de un entomólogo, el ADN del fascismo italiano desde la nada hasta su llegada al poder.

Por supuesto que la historia cambia con los tiempos y no es cíclica. Es de desear que las circunstancias no se repitan, pero el ascenso de las corrientes ultras en Hungría, Francia, Italia, Alemania y España; y también en otros continentes como es el caso de Brasil o Ecuador, obliga a echar la vista atrás para no repetir viejos errores.

Pero sobre todo llama la atención cómo en la Italia de los años 20 del pasado siglo, llega un momento, al igual que en el caso de Hitler en Alemania, en el que las alianzas con otros sectores ideológicos hasta entonces mayoritarios con respecto al propio fascismo, resultan imprescindibles para que estos últimos “toquen” poder y  los utilicen como trampolín para después acapararlo en su totalidad, momento en el que esos aliados, que creían poder embridarles, reciben la coz.

Las pautas y argucias para que se produzca la inicial alianza son siempre similares: el desorden, el desbarajuste, la supuesta o real debilidad del estado para hacer frente a las crisis bien ante  potencias extranjeras tras la primera guerra mundial en el caso de Italia, o Alemania, o el espantajo de la invasión de inmigrantes que nos arrebatan el trabajo y nuestra forma de vida, aderezado con el peligro de ruptura de la “patria” en el caso español.

Los esperpentos son agitados y el desorden social orquestado como planteamiento y nudo en el teatro político, para que tenga como desenlace la recuperación del Estado fuerte: “…el fascismo reivindicará la plena libertad de acción y reemplazará al Estado que una vez más habrá dado pruebas de impotencia” (Cesaré Rossi. 1º de agosto de 1922)

Pero para ser riguroso, que canten los datos numéricos del cómo y con cuanto llega Mussolini al poder: en las elecciones de 1923 el parlamento nombra a Mussolini presidente del gobierno. Para lograrlo ha tenido que pactar con todo el espectro que no sea la izquierda, formando un ejecutivo en el que incluye, además de a los propios fascistas, a populares, nacionalistas, demócratas y liberales.

Ese parlamento estaba formado por 429 diputados. ¿Qué porcentaje tendrían los fascistas para el Duce fuese nombrado presidente? ¿El 60%?, ¿el 50%?, ¿el 40%? No: tenían el 8,15%; solo 35 de esos 429 diputados eran del partido fascista. La clave para que eso fuese posible fue muy simple, crear el desorden y que el centro y la derecha, con mucha más representación que ellos, pactaran creyendo que, al darles la responsabilidad del gobierno todo se encauzaría y volvería a ser un estado fuerte, contando con la fortaleza paramilitar del propio fascio. Es decir, con la promesa, de volver al orden que ellos mismos habían roto.

hitler y musoliniPor supuesto una de las primeras cosas que hizo Mussolini una vez tomó los mandos es reformar la ley electoral de tal manera que, al poco tiempo, al pasar de un sistema proporcional a un sistema de representación mayoritaria de los distritos, obtuvieron el 75% de los diputados en las siguientes elecciones, laminando a todos los demás puesto que ya no les eran necesarios.

Hay otro eje nada despreciable. La división de la izquierda facilitó el camino. En el 2020 la estrategia anterior, de la derecha, a la formación del gobierno de coalición entre los socialistas  y Unidas Podemos era impedir el acuerdo a toda costa. Incluidas las amenas personales a diputados de ámbito local o minoritario y haciendo lo posible por dividir al PSOE apelando al “patriotismo” de “varones” e “históricos”.

De haber salido bien y tener que repetir las elecciones por tercera vez, por agotamiento ciudadano ante la “inoperancia” de los instrumentos institucionales, pocas dudas hay de que el pacto tripartito hubiese sido inevitable y justificado: “más vale que haya cualquier gobierno al desgobierno”, “si la izquierda no sabe pactar que gobierne la derecha”; cantinelas repetidas desde diversos sectores.

Benito Mussolini, Milán, 4 de octubre de 1922: “lo que nos separa de la democracia no son los adminículos electorales. ¿Qué la gente quiere votar? ¡Pues que vote! ¡Votemos todos hasta el hastío y la imbecilidad!”. “El momento fugaz que los socialistas no han sabido aferrar está ahora en manos del fascismo; nosotros, hombres de acción, no lo dejaremos escapar y marcharemos”.

La muralla y la plataforma en los tiempos actuales, para hacer imposible lo que plantea esa frase, y que han demostrado su eficacia en Alemania y en los sitios donde se ha practicado es el cordón sanitario del resto de formaciones. Y, la mascarilla y los guantes para alejar ese gran riesgo político, la unidad en la materialización del programa social y de progreso en el que la crítica y la discrepancia son fundamentales para la síntesis y el avance, pero en el que la “pureza” y el  criticismo serían las cuñas para horadar el dique de contención.   

La normalización del fascismo

Hitler y Mussolini en Munich, Alemania, el 18 de junio de 1940. Everett Historical / Shutterstock

Autor: John Broich

Fuente: The Conversation, 10/09/2019

¿Cuál es la manera apropiada de informar sobre un fascista?

¿Cómo se debe cubrir el auge de un líder político que va dejando un reguero documental que da cuenta de su anticonstitucionalismo, racismo y enaltecimiento de la violencia? ¿La prensa debe destacar el hecho de que el individuo en cuestión actúa en los márgenes de las normas sociales establecidas o debe, por el contrario, resignarse a transmitir que quien gana unas elecciones es “normal” por definición porque su liderazgo refleja la voluntad del pueblo?

Estas fueron las cuestiones a las que la prensa estadounidense tuvo que hacer frente tras el ascenso de los líderes fascistas en Italia y Alemania durante los años veinte y treinta del siglo pasado.

Líder vitalicio

Benito Mussolini conquistó el poder en 1922, al culminar la marcha sobre Roma secundado por 30.000 camisas negras, y tres años después se declaró líder vitalicio. Aunque estas acciones no casaban con los valores estadounidenses, Mussolini gozaba del trato favorable de los mediosnorteamericanos, que le dedicaron al menos 150 artículos entre 1925 y 1932, la mayoría de ellos en un tono amable, neutral o pretendidamente difuso.

Benito Mussolini se dirige a la multitud durante la ceremonia de inauguración de la ciudad de Sabaudia el 24 de septiembre de 1934. AP Photo

El Saturday Evening Post incluso se atrevió a publicar por fascículos la autobiografía del Duce en 1928. Varios medios, desde el New York Tribunehasta el Chicago Tribune, pasando por el Plain Dealer de Cleveland, reconocían que el nuevo “movimiento Fascisti” empleaba unos “métodos algo duros” al tiempo que elogiaban la salvación de Italia frente a la extrema izquierda y valoraban la revitalización de su economía. Desde la perspectiva de estos medios, el anticapitalismo que surgiría tras la Segunda Guerra Mundial en Europa sería una amenaza mayor que el fascismo.

Curiosamente, mientras la prensa consideraba al fascismo un novedoso “experimento”, cabeceras como The New York Times solían asegurar que el movimiento había devuelto a lo que llamaban la “normalidad” a un país turbulento como Italia.

Por el contrario, periodistas como Hemingway y medios como el New Yorker rechazaron de plano la normalización de una figura antidemocrática como la de Mussolini. Y John Gunther, de Harper’s Magazine, le dedicó un afiladísimo perfil sobre su manipulación de una prensa estadounidense que no era capaz de resistirse a los encantos del dictador.

El “Mussolini alemán”

El éxito de Mussolini en Italia legitimó a los ojos de la prensa estadounidense el ascenso al poder de Hitler, al cual apodaron entre finales de los años veinte y principios de los treinta el “Mussolini alemán”. Dada la positiva acogida al italiano por parte de los medios, Hitler comenzó su andadura desde un punto de partida favorable a sus propósitos. Además, gozaba de la ventaja que le otorgaba el impresionante salto del Partido Nazi en las urnas desde finales de los veinte, cuando era una opción marginal para los teutones, a 1932, año en que ganó holgadamente las elecciones federales.

Sin embargo, parte de la prensa menospreciaba a Hitler al considerarlo poco más que un bufón. Era un “histérico extravagante” de “beligerante discurso” cuya apariencia, según Newsweek, era “caricaturesca” y “recuerda a Charlie Chaplin”. Cosmopolitan, por su parte, afirmaba que era “tan locuaz como inseguro”.

Jóvenes alemanes leen el periódico el 18 de mayo de 1931. AP Photo

Cuando el partido de Hitler vio incrementada su influencia en el Parlamento, e incluso después de haber sido investido canciller en 1933 (alrededor de un año y medio antes de hacerse con el poder de manera dictatorial), numerosos grupos mediáticos estadounidenses vaticinaron que sería desplazado por políticos más tradicionales o que tendría que moderar su discurso. Tenía un séquito de adeptos, sí, pero estaba formado por “votantes fácilmente impresionables” embaucados por “doctrinas radicales y remedios vacuos”, sostenía el Washington Post.

Ahora que Hitler tenía que trabajar con un gobierno, el New York Times y el Christian Science Monitor pronosticaban que los políticos “serios” acabarían con el movimiento nazi. Ya no le bastaría con tener un “agudo sentido del instinto dramático”. A la hora de gobernar, su falta de “sensatez” y su reducida “profundidad de pensamiento” lo dejarían expuesto.

De hecho, el New York Times escribió que la llegada de Hitler a la cancillería solo serviría para “dar cuenta al pueblo alemán de su propia futilidad”. La prensa se preguntaba entonces si Hitler no se arrepentiría de no haber pujado en la carrera por el Gabinete, donde seguramente habría asumido un número de responsabilidades mayor.

Si bien la prensa norteamericana tendía a condenar el documentado antisemitismo de Hitler a principios de los años treinta, se produjeron excepciones notables. Algunos periódicos no dieron importancia a episodios de violencia contra ciudadanos judíos alemanes, de los que aseguraron que se trataba de propaganda como la que proliferó durante la Primera Guerra Mundial. Numerosos diarios y periodistas, incluso aquellos que condenaban la violencia de manera categórica, repitieron una y otra vez, en un esfuerzo por alcanzar la normalidad, que las agresiones eran cosa del pasado.

Los periodistas eran conscientes de que no podían criticarlo con vehemencia si querían seguir teniendo acceso al régimen nazi. Tanto era así que un locutor de la CBS no informó sobre la paliza que sufrió su propio hijo a manos de unos camisas pardas por no haber saludado al Führer. Cuando Edgar Mowrer, corresponsal del Chicago Daily News, escribió en 1933 que Alemania se estaba convirtiendo en “un manicomio”, las autoridades germanas conminaron al Departamento de Estado de los Estados Unidos a llamar a capítulo a sus reporteros. Allen Dulles, quien posteriormente llegaría a ser director de la CIA, trasladó a Mowrer que “estaba tomándose la situación alemana demasiado en serio”. Así las cosas, el editor de Mowrer le buscó un destino fuera de Alemania, ya que temía por su vida.

Hacia finales de la década de los treinta la mayoría de los periodistas estadounidenses se habían dado cuenta del error que habían cometido al subestimar a Hitler o al no ser capaces de visualizar la gravedad de los actos que podía llevar a cabo. No obstante, se produjeron algunas vergonzosas excepciones, como la oda al régimen que compuso Douglas Chandler para el reportaje Changing Berlin de la revista National Geographic en 1937. Por su parte, Dorothy Thompson, que había calificado a Hitler en 1928 como un hombre de una “insignificancia asombrosa”, se percató de su desacierto hacia la mitad de la década siguiente, momento en que, al igual que Mowrer, comenzó a dar la voz de alarma.

“Nadie puede reconocer a un dictador antes de que él mismo se quite la careta”, argumentó en 1935. “No se presenta a las elecciones con la vitola de dictador, sino que pretende representarse a sí mismo como el instrumento de la voluntad nacional”, añadió. Trasladando la lección a Estados Unidos, escribió: “Si tuviéramos un dictador, sin duda aparentaría ser uno de los nuestros y tendría por propósito defender a capa y espada los valores americanos tradicionales”.

La forja del Eje.

Autor: Nacho Otero.

Fuente: muyhistoria.

Cómo tres países tan distantes y distintos como la nórdica y severa Alemania, la mediterránea y exuberante Italia y el impenetrable y lejano Japón –bajo el liderazgo de un veterano de guerra austríaco de clase media, un buscavidas ex socialista de humilde extracción y un aristócrata de origen divino (la familia imperial nipona, según la tradición sintoísta, desciende de la diosa Amaterasu)– se convirtieron en aliados y amigos se explica por numerosos factores. El más obvio, la confluencia de intereses ideológicos, en el umbral de una conflagración a escala global, entre el nazismo germano, el fascismo italiano y el militarismo japonés; asimismo, la necesidad de Hitler de recabar ayuda en áreas geoestratégicas que le hubiera costado controlar por sí solo, y la de sus socios de apoyarse en el poderoso Tercer Reich para alcanzar sus propios objetivos. Por eso esta alianza prosperó, y no así el Bloque Latino con que soñara Mussolini: la mera similitud cultural no era argamasa suficientemente sólida para un frente común.

Pero en la aproximación de las tres naciones, que se inició mucho antes del Pacto Tripartito de 1940, pesó además un motivo de carácter más emocional que político, convenientemente agitado por sus respectivos dirigentes: un sentimiento solidario de humillación y derrota.

El germen de este rencor nacionalista hay que buscarlo en el resultado de la anterior contienda mundial y, concretamente, en las condiciones (e incumplimientos) del llamado Tratado de Versalles, que cerró –en falso, como luego se vería– las heridas de la Guerra del 14. Con razón o sin ella –con más razón en unos casos que en otros–, tanto Alemania como Italia y Japón se sentían “parte damnificada” por dicho acuerdo: a la primera, la gran perdedora de la I Guerra Mundial, se le impusieron en 1919-1920 sanciones draconianas y duras limitaciones (desarme absoluto, importantes concesiones territoriales, exorbitantes indemnizaciones) que hundieron su economía durante la República de Weimar; a la segunda, pese a haber luchado en el bando ganador, se la ninguneó en el reparto del “botín” incumpliendo las promesas de Francia e Inglaterra; al tercero, también alineado en aquella ocasión con los vencedores, se le vejó desde la misma mesa de negociaciones, de la que fue apartado con excusas netamente racistas.

Ese fue el caldo de cultivo del ascenso de los fascismos europeos, que desde 1931 contaron con un sosias en Japón, el gobierno militar sustentado en el movimiento Kodoha (Facción del Camino Imperial). Así, a partir de los años 30, se intensificaron los contactos entre los tres “resentidos de Versalles” que culminarían en la forja del Eje. No obstante, a diferencia de lo que ocurrió con los aliados, nunca llegó a haber una reunión conjunta de los tres líderes del Eje: la naturaleza sagrada del emperador Hirohito le impedía aparecer en público para mezclarse en asuntos mundanos, hasta el punto de que en los carteles propagandísticos que celebraban la amistad de Japón con Alemania e Italia su efigie era sustituida por la del primer ministro Fumimaro Konoe, pues otra cosa hubiera sido irreverente. Mussolini y Hitler, sin embargo, sí mantuvieron encuentros con bastante regularidad, encuentros que iban a empezar a propuesta del primero.

Mussolini toma la iniciativa

Porque, aunque sería lógico pensar lo contrario dada su posición jerárquica en la historia, lo cierto es que Hitler fue a rebufo del Duce en el progresivo acercamiento entre las Potencias del Eje; al principio, ya que luego le tomaría la delantera y tendría literalmente que empujarle a involucrarse en el esfuerzo bélico. De hecho, en honor a la verdad, el italiano había precedido al germano en casi todo: fundó los Fasci di Combattimento, germen del Partido Nacional Fascista, el 23 de marzo de 1919 en Milán –el NSDAP o Partido Nazi nació el 24 de febrero de 1920 en Múnich; dio el golpe que lo llevó al poder a finales de 1922, mientras que a los nazis les costó más de una década alcanzarlo (1933); inició su escalada colonialista e imperialista –Libia, Abisinia (Etiopía)– antes que su homólogo (en 1934)… e incluso se le adelantó en el uso de un título de resonancias clásicas y pretensiones grandilocuentes. En efecto, Mussolini escogió para sí el epíteto latino Dux –transformado en Duce–, que significa general, caudillo, y eso estimuló a Hitler a hacer lo propio con la palabra alemana Führer (jefe, líder, guía, conductor).