La distancia social: lecciones de la pandemia de 1918

La policía de Seattle, Estados Unidos, con mascarillas hechas por la Cruz Roja durante la pandemia de 1918 WIKIMEDIA COMMONS

Autora: Nancy K. Bristow 

Fuente: eldiario.es 02/05/2020

En Estados Unidos, manifestantes armados han exigido que se pongan fin a las medidas de distanciamiento social. En Brasil, donde el presidente del país se ha unido a las protestas en contra de las medidas, algunos centros comerciales han reiniciado su actividad. A lo largo y ancho del mundo, se han oído voces que piden a las autoridades un menor control y que flexibilicen las medidas tan pronto como sea posible.

Sin embargo, tal vez nos conviene fijarnos en otro momento parecido de nuestra Historia. En los últimos días, se han publicado en las redes sociales unas sorprendentes imágenes de tablas y gráficos científicos de la pandemia de gripe de 1918. Aunque estos diagramas dibujados a mano puedan parecernos arcaicos, son una jarra de agua fría para los partidarios de una desescalada demasiado rápida y de levantar unas medidas que afectan a muchas personas de muchos países del mundo.

En 1918, una pandemia de gripe azotó al mundo entero, en distintas oleadas. En Estados Unidos, es probable que el brote se iniciara en los estados del medio oeste, y luego se expandiera por el resto de un país en guerra. Rápidamete, los soldados llevaron la enfermedad a Europa. Primero, se contagiaron los soldados europeos y más tarde todo el continente.

Sin embargo, la pandemia solo había comenzado. A finales de agosto de ese año, un segundo brote, mucho más letal, sacudió prácticamente de forma simultánea al litoral de Estados Unidos, Francia y Sierra Leona, y desde esos lugares se expandió por el mundo entero. A este segundo brote le siguió un tercero. Cuando el virus empezó a perder intensidad en 1920, había golpeado a unos 500 millones de personas y había matado entre 50 y 100 millones de personas. Estados Unidos registró unas 675.000 muertes.

Gráfico que muestra la mortalidad de la pandemia de gripe de 1918 en Estados Unidos y en Europa
Gráfico que muestra la mortalidad de la pandemia de gripe de 1918 en Estados Unidos y en Europa WIKIMEDIA COMMONS / NATIONAL MUSEUM OF HEALTH AND MEDICINE

Cuando en 1918 los científicos se enfrentaron a esta plaga, carecían de la tecnología necesaria que les permitiera ver el virus que lo causaba. Sin embargo, la revolución bacteriológica del siglo XIX proporcionó a las autoridades médicas y sanitarias de Estados Unidos la confianza suficiente para llegar a la conclusión de que se trataba de una enfermedad contagiosa.

En el ámbito nacional, el Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos fomentó campañas educativas e impulsó, cuando lo creyó necesario, medidas de control sobre la población. Era competencia de las autoridades de los estados, del condado y de los municipios tomar las decisiones sobre cómo gestionar la pandemia. Las elecciones que tomaron fueron determinantes.

Las autoridades sanitarias tenían a su disposición una serie de medios para gestionar esta crisis de salud pública. Comenzaron por formar a la población sobre hábitos básicos de higiene, como lavarse las manos y cubrirse la boca al toser y estornudar.

El servicio de salud pública imprimió millones de folletos con información sobre la enfermedad y recomendó una serie de medidas para evitar y tratar la enfermedad. La Cruz Roja de Estados Unidos publicó su propia circular en ocho idiomas diferentes. Muchas comunidades aprobaron leyes que prohibían a los ciudadanos escupir en la calle, así como compartir tazas en espacios públicos como aulas y estaciones de tren, una costumbre que todavía existía en la época.

Estas fueron las medidas fáciles de impulsar. Siguieron otras, como la que fomentó una mejor ventilación en los tranvías. Para evitar grandes concentraciones de personas, algunas ciudades impulsaron unos horarios escalonados de trabajo y en los comercios. Pero la gripe siguió golpeando con fuerza y se establecieron controles más estrictos. A menudo se prohibieron las reuniones públicas y se ordenó el cierre de todos los negocios y actividades, incluso bodas y funerales, excepto los más esenciales. Algunas ciudades intentaron exigir el uso de mascarillas. Otras, obligaron a los enfermos a hacer cuarentena. En algunas ciudades incluso se probaron vacunas nuevas que todavía estaban en fase experimental.

Los modelos de gestión de Filadelfia y Seattle

Sin embargo, la lección que nos resulta más útil surge de la comparación de la gestión de las ciudades de Filadelfia y Seattle. Filadelfia, a pesar de tener alguna advertencia de que la pandemia se avecinaba, prácticamente no se preparó. Aunque la vecina Boston estaba sitiada a finales de septiembre, Filadelfia mantuvo su actividad. El 28 de septiembre organizó un desfile para celebrar el lanzamiento del Cuarto Préstamo de la Libertad; una campaña de emisión de bonos para apoyar los gastos bélicos de Estados Unidos.

Tres días más tarde, la ciudad registró 635 nuevos casos de gripe, y la situación empeoró. Aunque entonces intentó impulsar medidas para frenar la pandemia, la ciudad quedó desbordada. Las instalaciones sanitarias, que ya estaban al límite debido a la guerra, quedaron sobrepasadas. Las morgues se desbordaron, no se pudo suministrar esa elevada cantidad de ataúdes y las autoridades tuvieron que recurrir a las fosas comunes. Filadelfia registró una de las tasas de mortalidad más altas del país.

En cambio, la gestión de Seattle fue completamente distinta. El 20 de septiembre, el responsable de salud, el doctor J.S McBride, reconoció que «no era improbable» que la gripe llegara a la ciudad y advirtió a la ciudadanía que, si esto pasaba, sería necesario aislar a los enfermos. Cuando los soldados del cercano Campamento Lewis contrajeron la gripe, el campamento fue puesto en cuarentena. El 4 de octubre, se supo que un gran número de estudiantes de la escuela naval de la Universidad de Washington había contraído la gripe. En dos días, la ciudad, a pesar de la gran oposición en contra de estas medidas, cerró las escuelas, prohibió los servicios religiosos y cerró muchos espectáculos públicos. Se prohibieron las aglomeraciones en los negocios que seguían abiertos.

En los días siguientes, se impulsaron otras medidas. Las autoridades decidieron transformar un hotel de la ciudad en un hospital de emergencia. Escupir en público pasó a ser un acto castigado con penas de cárcel y mal visto por la sociedad. Era obligatorio el uso de mascarillas, se redujeron las horas de apertura de los negocios, y se establecieron nuevas restricciones para aquellos negocios que seguían abiertos.

Aunque en un inicio McBride había previsto que la pandemia perdiera fuerza en menos de una semana, mantuvo las restricciones, incluso cuando la cifra de contagios comenzó a disminuir. Finalmente, el 11 de noviembre, la ciudad y el estado Washington anunciaron que los negocios podían reiniciar la actividad y que ya no era necesario el uso de mascarillas. La ciudad pronto tuvo que hacer frente a un nuevo brote de gripe. Una vez más Seattle actuó, esta vez poniendo en cuarentena a los enfermos. Como resultado de estas acciones, Seattle registró una de las tasas de mortalidad más bajas de la Costa Oeste, sustancialmente inferior a la de Filadelfia.

Obviamente, muchos se opusieron a las medidas impuestas por las autoridades estadounidenses durante la pandemia de gripe de 1918. Los líderes religiosos indicaron una y otra vez que, en el contexto de una pandemia, eran necesarios los servicios de culto para atender a las necesidades de sus feligreses.

Por otra parte, los propietarios de negocios también lucharon con uñas y dientes para poder permanecer abiertos. Los propietarios de teatros cuestionaron la legalidad de los cierres y fueron muchos los que se opusieron al cierre de las escuelas. En San Francisco incluso surgió una «liga antimascarillas».

Las autoridades que no se doblegaron son las que obtuvieron mejores resultados. Estudios de académicos del Centro de la Historia de la Medicina de la Universidad de Michigan y de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades evidencian que la imposición «temprana, sostenida y estratificada» de intervenciones no farmacológicas como el distanciamiento social funcionó en 1918, ralentizando el ritmo de la pandemia y reduciendo las tasas de mortalidad.

Y Seattle y Filadelfia ofrecen una dura lección: la imposición de medidas de confinamiento, así como la obligatoriedad de las mascarillas y la cuarentena de las personas contagiadas, tanto enfermas como asintomáticas, salva vidas. Pueden hacerlo de nuevo, si encontramos el valor y los recursos para mantenerlas.

Nancy K. Bristow es profesora de Historia en la Universidad de Puget Sound y es la autora de American Pandemic: The Lost Worlds of the 1918 Influenza Epidemic and Steeped in the Blood of Racism [La pandemia estadounidense: Los mundos perdidos de la epidemia de gripe de 1918 y Empapados en la sangre del racismo (publicado en julio de 2020).

Traducido por Emma Reverter

1918, la otra gran epidemia que no nos tomamos en serio

Hospital de emergencia para la gripe de 1918 en Kansas (EE UU).AP PHOTO/NATIONAL MUSEUM OF HEALTH

Autor: DANIEL MEDIAVILLA

Fuente: El País 22/02/2020

Al principio, los españoles también se reían. El 22 de mayo de 1918, el diario ABC publicó en portada la aparición de una enfermedad parecida a la gripe, pero con efectos leves. Durante ese mes, se celebran en la capital las fiestas de San Isidro y las verbenas populares se convirtieron en espacios ideales para el contagio. Con guasa, se bautizó aquella gripe como Soldado de Nápoles, igual que una canción que entonces sonaba en la zarzuela La canción del olvido, y que, como la nueva enfermedad, era muy pegadiza.

Los españoles de aquel tiempo no pudieron ver venir la pandemia como sí ha sucedido ahora. Con medio mundo enfangado en la Gran Guerra, los contendientes no informaron sobre la enfermedad que estaba diezmando a sus soldados para no envalentonar a los adversarios y fue en España, neutral en el conflicto, donde se dio a conocer lo que sucedía. Por eso la gran pandemia del siglo XX, que mató a más de 50 millones de personas en todo el mundo, se bautizó como “La gripe española”, aunque no estuviese en España su origen.

En 2008, cuando la próxima gran pandemia aún era solo un temor entre virólogos y epidemiólogos, Antoni Trilla, el actual jefe de epidemiología del hospital Clínic de Barcelona, publicó un relato sobre cómo se vivió la gripe de 1918 que muestra algunas diferencias fundamentales y sorprendentes paralelismos con la crisis del coronavirus. En aquella ocasión, la situación también empeoró después de tomarse a la ligera y la reacción errática de las autoridades sanitarias provocó su descrédito frente a la ciudadanía y la prensa que cuestionaba a diario sus actuaciones. Como ahora, el virus tampoco respetó jerarquías. El rey Alfonso XIII y el jefe de Gobierno, Manuel García Prieto, enfermaron.Al principio, a la enfermedad se la llamaba con humor ‘Soldado de Nápoles’, una canción de éxito de la época que también era muy pegadiza

En 1918, España era muy distinta. La mitad de sus habitantes eran analfabetos y la tasa de mortalidad infantil doblaba la de los países más pobres de hoy, pero muchas medidas para contener la epidemia recuerdan a las actuales. Se cerraron universidades y escuelas y se controló el transporte ferroviario, con cuadrillas que desinfectaban los trenes para contener la expansión del virus. Pero también hubo reticencias por parte de algunas autoridades locales. El alcalde de Valladolid se resistió a cancelar las fiestas en septiembre temiendo las pérdidas para los negocios de la ciudad.

Casi como ahora, más allá de ayudar a los enfermos a sobrevivir, la panoplia de los médicos era limitada, sin opciones curativas, aunque las técnicas eran mucho más rudimentarias. Se probaron sin éxito algunas vacunas experimentales e incluso se aplicaron sangrías, una técnica que ya llevaba un siglo desacreditada por la medicina. “Los españoles comenzaron a preguntarse si los médicos y científicos tenían alguna idea sobre lo que estaba pasando”, escribe Trilla.

A falta de confianza en la ciencia, muchos se abrazaron a la fe. En Zamora, una de las provincias más afectadas por la gripe, el obispo, Álvaro Ballano, afirmó: “El mal que se cierne sobre nosotros es consecuencia de nuestros pecados y falta de gratitud, y por eso ha caído sobre nosotros la venganza de la justicia eterna”. Para aplacar la ira divina organizó misas en la catedral de la ciudad facilitando, probablemente, el contagio del virus y se enfrentó a las autoridades sanitarias que quisieron prohibir las misas. Un siglo después, los obispos respetan y difunden las recomendaciones de esas autoridades y han limitado a los parientes más cercanos la asistencia en los funerales.

La primera etapa de contagios de 1918, la que ahora se está viviendo con el coronavirus, no fue la más dura. Con la llegada del verano, la epidemia amainó, pero en otoño regresó con más fuerza. El sistema sanitario quedó sobrepasado, en muchos pueblos de un país en el que el campo aún no se había vaciado los médicos eran escasos y cuando morían no se encontraban sustitutos. Como ha pasado en esta crisis, también entonces se reclutó a voluntarios entre los estudiantes de medicina.

Las cifras oficiales de muertos en España son terroríficas. En 1918, la gripe mató a 147.114 personas, en 1919 a 21.245 y en 1920 a 17.825. En un país de poco más de 20 millones de habitantes. La epidemia duró tres años y, además, afectó especialmente a personas en la veintena, completamente sanas. Cuenta Trilla que en algunas ciudades españolas se acabaron los ataúdes y que el alcalde de Barcelona pidió la ayuda del ejército para transportar y enterrar a los muertos. Eso todavía no se ha visto en España, pero sí en Italia, que lleva una semana de adelanto en la epidemia. El miércoles por la noche, decenas de ataúdes que se acumulaban en el cementerio local de Bérgamo fueron cargados en camiones del ejército para llevarlos a incinerar a lugares menos golpeados por la enfermedad. La población española solo descendió en dos ocasiones durante el siglo XX. En 1918 perdió 83.121 personas por la epidemia de gripe y en 1939 50.266 por la Guerra Civil.

La Gripe Española: la pandemia de 1918 que no comenzó en España

Autora: Sandra Pulido

Fuente: Gaceta Médica. 19/01/2018

La Gripe Española mató entre 1918 y 1920 a más de 40 millones de personas en todo el mundo. Se desconoce la cifra exacta de la pandemia que es considerada la más devastadora de la historia. Un siglo después aún no se sabe cuál fue el origen de esta epidemia que no entendía de fronteras ni de clases sociales.

Aunque algunos investigadores afirman que empezó en Francia en 1916 o en China en 1917, muchos estudios sitúan los primeros casos en la base militar de Fort Riley (EE.UU.) el 4 de marzo de 1918.

Tras registrarse los primeros casos en Europa la gripe pasó a España. Un país neutral en la I Guerra Mundial que no censuró la publicación de los informes sobre la enfermedad y sus consecuencias a diferencia de los otros países centrados en el conflicto bélico.

Ser el único país que se hizo eco del problema provocó que la epidemia se conociese como la Gripe Española. Y a pesar de no ser el epicentro, España fue uno de los más afectados con 8 millones de personas infectadas y 300.000 personas fallecidas.

Hospital militar de emergencia durante la epidemia de Gripe Española. Camp Funston Kansas Estados Unidos.
/ Foto: Museo Nacional de Salud y Medicina

La censura y la falta de recursos evitaron investigar el foco letal del virus. Ahora sabemos que fue causado por un brote de influenza virus A, del subtipo H1N1. A diferencia de otros virus que afectan básicamente a niños y ancianos, muchas de sus víctimas fueron jóvenes y adultos saludables entre 20 y 40 años, una franja de edad que probablemente no estuvo expuesta al virus durante su niñez y no contaba con inmunidad natural.

Fiebre elevada, dolor de oídos, cansancio corporal, diarreas y vómitos ocasionales eran los síntomas propios de esta enfermedad. La mayoría de las personas que fallecieron durante la pandemia sucumbieron a una neumonía bacteriana secundaria, ya que no había antibióticos disponibles.

Sin embargo, un grupo murió rápidamente después de la aparición de los primeros síntomas, a menudo con hemorragia pulmonar aguda masiva o con edema pulmonar, y con frecuencia en menos de cinco días.

En los cientos de autopsias realizadas en el año 1918 los hallazgos patológicos primarios se limitaban al árbol respiratorio por lo que los resultados se centraban en la insuficiencia respiratoria, sin evidenciar la circulación de un virus.

Al no haber protocolos sanitarios que seguir los pacientes se agolpaban en espacios reducidos y sin ventilación y los cuerpos en las morgues y los cementerios. Por aquel entonces se haría popular la máscara de tela y gasa con las que la población se sentía más tranquila, aunque fueran del todo inútiles.

En el verano de 1920 el virus desapareció tal y como había llegado.

Portadores de la Cruz Roja durante la Gripe Española. Washington DC.

Y ASÍ LA LLAMARON

Los periódicos españoles fueron los primeros en informar sobre una enfermedad que estaba matando a la población. En el resto de Europa, y a ambos lados de las líneas aliadas, censuraron toda información para no desmoralizar a las tropas ni mostrar debilidad ante el enemigo. Con lo cual, sólo se convirtió en noticia en los países neutrales. En un primer momento los medios de España intentaron también darle nombre extranjero bautizándola como ‘El soldado de Nápoles’ o ‘La enfermedad de moda’. Tras informar el corresponsal del The Times en Madrid, el termino de ‘La Gripe Española’ se extendería por el resto del mundo a partir del verano de 1918.

Cartel de la Gripe Española en Alberta.

La tragedia de la gripe española.

WELLCOME LIBRARY Image caption La gripe española mató a cerca de 100 millones de personas en todo el mundo en 1918-1919.

Un archivo extraordinario de cartas escritas por sobrevivientes de la pandemia de gripe española, que muestra cómo el miedo y el caos se adueñaron del Reino Unido en 1918-1919, está ayudando a entender cómo era vivir a la sombra de una enfermedad mortal.

Hannah Mawdsley, quien está investigando los documentos en el Museo Imperial de la Guerra, en Londres, describe las cartas como una «valiosa ventana a la experiencia humana de la pandemia» que mató a más de 250.000 personas en Gran Bretaña y de 50 a 100 millones en todo el mundo.

Legada al museo por el historiador y periodista Richard Collier, la colección se armó en la década de 1970 y está compuesta por cerca de 1.700 relatos de quienes presenciaron la pandemia de primera mano.

Uno de ellos recoge los recuerdos de una niña de nueve años de Coventry, cuya madre de 35 años y su hermana de 7 murieron con dos días de diferencia. La mujer le escribió a Collier en la década de 1970 sobre el impacto de la enfermedad.

«Fue muy impactante tener un doble funeral el 11 de noviembre de 1918, que fue el mismo día en que terminó la Primera Guerra Mundial«, escribió.

Pacientes contagiados por la gripe española
Derechos de autor de la imagen GETTY IMAGES Image caption Millones de personas de todo el mundo se contagiaron de gripe española.

«Puedo recordar muy bien cuando el cortejo se dirigía a la iglesia. Por todos lados sonaban las campanas, las sirenas y todos los sonidos de la celebración pero cuán silenciosa se quedaba la gente cuando se daba cuenta de nuestro funeral», se lee en la carta.

«Realmente fue un momento terrible, no sabíamos quién de nosotros sería el próximo en morir«.

Después de la guerra

En lo que fue un cruel giro del destino, la gripe española llegó a las costas británicas justo cuando los soldados regresaban a casa de los horrores de la guerra.

«Hay historias terribles de soldados que han sobrevivido a la guerra… están en el barco de regreso a casa y reciben una carta que les informa que su esposa murió», cuenta Mawdsley, investigadora de doctorado en la Universidad Queen Mary de Londres.

«Había toda esta celebración, alegría y alivio al final de la guerra que colisiona con la muerte y el dolor».

Celebraciones por el Día del Armisticio en Londres en 1918.
Derechos de autor de la imagen GETTY IMAGES Image caption. La alegría por el final de la Primera Guerra Mundial chocó con el dolor que provocó la pandemia, que dejó más víctimas a nivel mundial que el conflicto bélico.

El joven hijo de un ministro bautista en Leicester contó cómo su padre dormía en la capilla del cementerio mientras dirigía funerales desde el amanecer hasta el anochecer.

Quería evitar llevar el virus a la casa que compartía con su esposa y sus ocho hijos, todos los cuales sobrevivieron. Ellos fueron los afortunados: Leicester fue particularmente golpeado, con más muertes que nacimientos en 1918.

Aproximadamente una de cada cuatro muertes en la ciudad ese año se atribuyó a la influenza.

«Los cortejos fúnebres iban uno atrás de otro por la ciudad», le escribió el hombre a Collier el 19 de mayo de 1973.

«A menudo había más de un ataúd en una carroza fúnebre. Las tumbas se usaban para enterrar a más de una persona, especialmente cuando más de un miembro de la familia eran víctimas al mismo tiempo», relató.

Un extracto de las cartas
Image caption. Las cartas que relatan el horror vivido fueron recopilados por el historiador y periodista Richard Collier en la década de 1970.

Las cartas también describen los síntomas «espectaculares» de la gripe española, señala Mawdsley.

«Algunas víctimas sufrieron algo llamado cianosis heliotropo, que era un color azul que comenzaba en las yemas de los dedos, las puntas de las orejas y la nariz y los labios, pero se podía volver completamente negro», dice.

«A medida que progresaba, era cada vez más probable que murieras. Inmediatamente después de la muerte el cadáver se ponía completamente negro, lo que debe haber sido muy traumático para los seres queridos».

«Olor a muerte»

Las implacables procesiones de cadáveres por las calles eran un espectáculo que un hombre de Stepney, en el este de Londres, nunca podrá olvidar.

«Las funerarias no podían hacer los ataúdes lo suficientemente rápido y mucho menos pulirlos», escribió el 16 de mayo de 1973. «Los cuerpos cambiaban de color tan rápido después de la muerte que tuvieron que atornillarlos mientras esperaban el entierro».

«Los sepultureros trabajaban desde el amanecer hasta el atardecer, los siete días de la semana, para sobrellevarlo. El olor de esas muertes era indescriptible».

Bosque
Derechos de autor de la imagen GETTY IMAGES Image caption. Los soldados británicos en Dorset se quitaban la vida en un bosque debido a la influenza, señaló una de las cartas.

La gripe española también le provocó a algunas personas una psicosis que podía llevar a asesinatos y suicidios. Los informes periodísticos detallan algunas de estas muertes, que los tribunales atribuyeron al «delirio durante la influenza».

Un hombre que estaba en la Fuerza Aérea Real en Blandford Camp en Dorset escribió: «Un bosque pequeño cerca del campamento se apodó ‘el bosque de los suicidios’ debido a la cantidad de hombres que tenían gripe y se suicidaban allí».

«La gripe parecía dejar a las personas con la mente perturbada», relató.

Un panadero de Norfolk golpeó a su esposa y dos hijos hasta la muerte antes de ahorcarse, según informó el Hartlepool Northern Daily Mail el 6 de noviembre de 1918.

«Sitch fue atacado por la enfermedad la semana pasada y se obligó a toda la familia a permanecer en sus camas», relató el periódico.

«Ayer por la mañana un vecino descubrió el cadáver de Sitch colgando de una soga en el dormitorio y luego encontraron a su esposa e hijos muertos a golpes en otra habitación».

El artículo sobre la tragedia de los Shaw en el Aberdeen Evening Express.
Derechos de autor de la imagen ABERDEEN EVENING EXPRESS Image caption El artículo sobre la tragedia de los Shaw en el Aberdeen Evening Express.

Un tal James Sydney Shaw, de 33 años, cortó la tráquea de su hija Edith de dos años, según el Aberdeen Evening Express del 26 de noviembre de 1918.

«Los hechos fueron muy tristes porque el acusado quería mucho a su hija», reportó el diario.

«En la noche del 18 de octubre una vecina escuchó a la señora Shaw gritar: ‘¡Vengan rápido! ¡Mi marido se ha vuelto loco!‘ y ella encontró [al acusado] tendido en el piso con una herida en la garganta», se lee en el reporte.

«La pequeña Lucy… estaba sentada en la cama llena de sangre. Leonard también lloraba y la pobre Edith estaba tumbada en la cama con el cuello cortado».

Cuando fue examinado por un médico Shaw «no parecía saber nada sobre la tragedia». Fue declarado loco por «delirio durante la influenza«.

Números extraordinarios

Una cuarta parte de la población británica cayó enferma con la gripe española en algún momento durante la pandemia, y alrededor de 228.000 personas murieron, según la Biblioteca Wellcome.

Como contraste, la cantidad de muertes por influenza en Inglaterra y Gales en 2016 fue de 430.

En lugares como Leicester, Coventry Felixstowe y Malmesbury, alrededor del 25% de las muertes en 1918 se atribuyeron a la influenza.

En esa época no se sabía mucho sobre los virus y los médicos no sabían cómo tratar a las personas.

«Las ‘curas’ variaron desde el alcanfor estándar y la quinina hasta el alcohol; el whisky en particular fue considerado como el mejor remedio», explicó Mawdsley.

«Pero se usaron algunos productos más extremos como la creosota y la estricnina. Básicamente las personas estaban tan desesperadas que intentaban cualquier cosa«.

Un anuncio en el Northern Whig de Belfast aseguraba que el famoso caldo Oxo era muy efectivo «como medida de protección».

Publicidad de Oxo promocionando el caldo para protegerse contra la gripe.
Derechos de autor de la imagen BELFAST: NORTHERN WHIG Image caption La gente estaba desesperada por encontrar una cura e incluso un famoso caldo se promocionó como un protector contra la gripe.

«La enfermería fue una de las únicas cosas que realmente ayudó y hubo una gran convocatoria para enfermeras voluntarias en ese momento, ya que muchas habían sido enviadas al frente occidental», dice Mawdsley.

«Obviamente, las personas que aceptaban estaban más expuestas al virus y hay informes sobre enfermeras que sucumbieron a la gripe después de haberse ofrecido a ayudar».

Hoy en día los más vulnerables a la gripe son los más pequeños y los ancianos. Pero la gripe española demostró ser desproporcionadamente fatal para aquellos con 20, 30 y 40 años.

«El pico, sorprendentemente, era el rango de edad exacto de los hombres que sirvieron en la guerra y las enfermeras que trabajaron en el frente occidental», cuenta Mawdsley.

En familia

Un año después de su investigación, la historiadora descubrió que su tatara-tatara-abuela, Elizabeth Ann Mawdsley, de 57 años, murió de gripe el 14 de diciembre de 1918.

«Ella era una dama de aspecto formidable, bastante fornida y decidida», afirma.

Su antepasado era la esposa de un barquero del canal de Lancashire y su certificado de defunción declaró que murió de gripe y neumonía.

Elizabeth Ann Mawdsley
Derechos de autor de la imagen HANNAH MAWDSLEY Image caption Investigando sobre la pandemia, Mawdsley descubrió que un antepasado suyo, Elizabeth Anne, falleció a causa de la enfermedad.

«La tasa de mortalidad promedio de la gripe española fue de entre 2% y 5% en todo el mundo», dijo.

«Son muchas las personas cuyas familias fueron afectadas y sobrevivieron para contarlo».

«Mucha gente, como yo, debe tener vínculos personales aún no descubiertos con esta catástrofe global, que quizás puedan descubrir a través de diarios y cartas».

La gripe española no ha generado la misma cultura conmemorativa que la Primera y Segunda Guerra Mundial y, en consecuencia, Inglaterra no tiene monumentos conmemorativos específicos para las víctimas de la pandemia.

En el Reino Unido el período más mortal de la gripe española fue entre octubre y diciembre de 1918 y se pueden encontrar grupos de tumbas de ese período en los cementerios de todo el país.

«Para mí estos sepulcros sirven como una especie de memorial no oficial para aquellos que murieron, e ilustran con qué velocidad nos golpeó la enfermedad y nos ayudan a comprender cuán aterrador debe haber sido«, señala Mawdsley.

«Estas cartas dan un paso más y son uno de los únicos recursos de memoria física de lo que fue la realidad de la gripe española».

Informes adicionales de Faye Hatcher.

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