La gran catástrofe de la frontera grecoturca

Autor: Jaume Pi.

Fuente: La Vanguardia 18/04/2020

Lo que hoy son las fronteras entre Grecia y Turquía representan mucho más que una simple separación entre dos países del Mediterráneo. División natural entre dos continentes, han significado el linde simbólico entre las civilizaciones de Occidente y Oriente. De la legendaria guerra de Troya a la conquista turca de Constantinopla, la historia ha reservado para la región un espacio privilegiado en sus crónicas. Hoy vuelve a estar en el punto de mira como escenario de una grave crisis humanitaria que afecta a miles de refugiados llegados de las guerras de Oriente Próximo. Hoy como ayer, la frontera sigue separando dos mundos.

Desgraciadamente existe un precedente de la actual situación. Hace unos 100 años la región vivió una crisis humanitaria de aún mayores proporciones, que afectó a la vida de millones de personas y que aún hoy representa una profunda herida para ambos países. El foco principal de aquel desastre se encuentra a unos escasos 100 kilómetros de la isla de Lesbos, epicentro de la actual crisis de refugiados: es la costera y populosa ciudad turca de Izmir o Esmirna.

Desde que Grecia lograra su independencia en el siglo XIX, el objetivo de los nacionalistas fue la ‘Megali Idea’: ampliar su territorio a sus fronteras históricas y ‘refundar’ el Imperio Bizantino

Pero entender que sucedió en Esmirna en 1923, unos hechos que aún los griegos bautizan como la ‘Gran Catástrofe’, nos obliga a remontarnos todavía más años atrás. Si hubo una gran catástrofe es porque antes hubo una Gran Idea. Así, Megali Idea, es como bautizaron los nacionalistas griegos a la utopía de reconstruir una moderna Magna Grecia (aunque en este caso miraría más hacia el Imperio Bizantino que hacia el sur de Italia). Desde que Grecia lograra su independencia del Imperio Otomano en 1831, este fue el objetivo de muchos nacionalistas: recuperar un idealizado Bizancio y unir a todos los griegos diseminados a lo largo y ancho del imperio.

La Grecia que nació en el siglo XIX era un Estado pequeño comparado con sus predecesores históricos. En parte nació gracias a las potencias occidentales, que necesitaban un estado satélite en medio del Imperio Otomano y que además idealizaban el mundo griego como cuna de su civilización.

El recién nacido estado, con capital en una Atenas de poco más de 5.000 habitantes que nada tenía que ver con la gloriosa polis de Pericles, apenas comprendía entonces las regiones del sur y el Peloponeso. Pero ambicionaba conquistar Macedonia, el Épiro, el Dodecaneso, las islas del Egeo, Creta, Chipre, Tracia y las costas occidental y norte de Anatolia. Y todo ello, con capital en Constantinopla, para reinstaurar por fin el esplendor del Imperio Bizantino. Toda la política exterior del nuevo Estado el siglo XIX y primera parte del siglo XX giró en torno a este ideal.

Estos planes tuvieron predicamento no solo en Grecia, sino entre buena parte de la diáspora que aún vivía en el seno del imperio turco, especialmente en Constantinopla y Esmirna, dos grandes ciudades de mayoría griega. Cabe recordar que el imperio otomano era en aquel entonces un Estado multiétnico y multirreligioso que se expandía por los Balcanes y Asia Menor, y que las distintas comunidades nacionales no estaban concentradas en un territorio propio, sino esparcidas por todo el imperio. A los griegos les unía sobre todo la religión cristina ortodoxa y, en menor medida, el idioma.

En Asia Menor, las distintas comunidades helenas habían sufrido su propia evolución y contaban ya con sus tradiciones propias. Poco tenía que ver un griego de Esmirna con un griego de la histórica región de Ponto, al noreste. Y poco tenían que ver ambos con los griegos europeos. Algunos hablaban turco pero profesaban la religión ortodoxa, otros hablaban un griego muy arcaico pero eran de religión musulmana. Por lo tanto, una mezcla difícil de conjugar en una única nación.

Ya hacia finales del XIX y con un decadente Imperio Otomano al que llamaban “el enfermo de Europa”, los nacionalismos de los Balcanes aspiraban a la construcción y expansión de sus propios estados. Los límites étnicos no estaban nada claros y el puerto de Tesalónica era codiciado tanto por griegos como por serbios y búlgaros. Además, en 1897 la isla de Creta se alzaría contra el imperio para unirse a Grecia. El estado griego declaró la guerra a los turcos sufriendo, sin embargo, una dolorosa derrota. La Megali Idea quedaba más lejos.

Las comunidades griegas estaban esparcidas por todo el Imperio Otomano , incluida Asia Menor, y eran mayoría en Esmirna; pero había muchas diferencias entre sí: algunos eran musulmantes grecoparlantes; otros ortodoxos de lengua turca

Sin embargo, fue precisamente un cretense, Eleftherios Venizelos, el que cambiaría el rumbo de los acontecimientos. Tras su irrupción en el poder en 1910, Venizelos retomó la aspiración de la Gran Idea y lideró a Grecia en las guerras balcánicas de 1912 y 1913, años en los que primero el Imperio Otomano perdió casi todos sus territorios en Europa y después los distintos estados emergentes se disputaron las fronteras de la península.

Grecia arrebató a serbios y búlgaros las regiones históricas del Epiro, Macedonia y Tracia Occidental, quedándose con el codiciado puerto de Tesalónica, además de sumar también Creta y Samos. Los territorios agregados a la nueva Grecia sumaban un 70% más a la extensión total del país, aumentando el número de habitantes en dos millones de habitantes, casi el doble de la población griega hasta el momento.

Poco después también arrancó en los balcanes la Primera Guerra Mundial (1914-1918), capítulo clave en esta historia, especialmente porque supondrá el desmembramiento definitivo del Imperio Otomano tras cinco siglos. Pese a que Grecia comenzó como estado neutral, la entrada otomana en el bando de las potencias centrales llevó a Venizelos a apoyar a los aliados.

De nuevo, la obsesiva Gran Idea tuvo la culpa: era la oportunidad de arrebatar los territorios históricos al moribundo imperio. Esta posición dividió al país entre partidarios de Venizelos, favorable a entrar en la Gran Guerra, y leales al rey Constantino I, favorable a mantener la neutralidad. La victoria de los aliados dio la razón al político cretense que al poco tiempo quiso cobrarse su apoyo reclamando su parte del pastel.

Tropas turcas marchan dirección a Esmirna en septiembre de 1922
Tropas turcas marchan dirección a Esmirna en septiembre de 1922 (Topical Press Agency / Getty)

La Gran Guerra también trajo con ella un odio irreconciliable entre las comunidades que durante siglos habían convivido más o menos pacíficamente en el seno del imperio. Durante el conflicto, más de 450.000 griegos tuvieron que exiliarse a las regiones occidentales de lo que hoy es Turquía.

En paralelo al conocido como genocidio armenio, los nacionalistas turcos y las autoridades otomanas también la tomaron contra los griegos de Anatolia, que sufrieron numerosas atrocidades: deportaciones indiscriminadas y crímenes que todavía hoy están por esclarecer. Especialmente sangrante fue la situación en la región de Ponto, al sudeste del Mar Negro. Aún hoy Grecia exige a la comunidad internacional que reconozca esos hechos como un genocidio.

Con el fin de la guerra, Venizelos reclamó las regiones que quedaban para formar la anhelada Gran Grecia, incluyendo las provincias occidentales de Asia Menor. Aunque las negociaciones no habían alcanzado su fin, y ante el temor de que un nuevo competidor, Italia, le arrebatara ahora la región, Venizelos se adelantó y el 15 de mayo de 1919 ocupó la ciudad de Esmirna y, con ello, arrancó la guerra grecoturca. El Tratado de Sévres de 1920 permitió a Grecia gestionar los nuevos territorios de Anatolia por cinco años, aunque la soberanía seguía siendo turca. Pasados estos cinco años, las regiones pasarían bajo poder griego tras referéndum.

Con la llegada de Venizelos al poder, el sueño se acerca: Grecia se aprovecha de las guerras balcánicas y la Gran Guerra para extender su territorio a costa del desmembrado Imperio Otomano

En solo nueve años, Grecia había pasado de tener una superficie de 64.679 km2 con una población de poco más de 2,5 millones de personas a extenderse por 173.799 km2 con una población total de más de 7 millones habitantes. El sueño parecía cumplido. Sin embargo, fue el inicio de la pesadilla.

El país llevaba 9 años seguidos de guerra ininterrumpida y fue incapaz de mantener cierto orden en sus nuevas conquistas. La administración de la ciudad, todavía muy multicultural y que en ese momento había acogido a unos 100.000 refugiados de la guerra, fue un auténtico caos. Los abusos de policía y civiles contra la comunidad turca de la ciudad fueron numerosos. El odio racial estaba en el orden del día.

Los acontecimientos se precipitaron los dos siguientes años. Grecia fue perdiendo el favor del mundo occidental, que vio en la nueva Turquía un aliado de más peso en la región. La revolución del movimiento nacionalista comandado por Mustafá Kemal, posteriormente conocido como Atatürk (‘padre de los turcos’), triunfó y la guerra estaba a punto de tomar otro rumbo. Con este empuje, Grecia sumaría las posteriores batallas por derrotas.

La catástrofe de Esmirna supuso el asesinato de miles de griegos y armenios en la ciudad
La catástrofe de Esmirna supuso el asesinato de miles de griegos y armenios en la ciudad (Keystone-France / Getty)

Pronto Esmirna se convertiría en el foco de atención para los turcos que se disponían ahora de recuperar lo que consideraban suyo. El ejército avanzaba por todos los frentes y se dirigía hacia la ‘infiel’ ciudad -así era conocida entre muchos turcos- con ganas de venganza. Grecia, ahora sin ningún apoyo exterior y con un ejército debilitado, se retiraba ofreciendo una tímida resistencia y dejando a Esmirna a la merced de las tropas de Kemal. El caos volvió a apoderarse de la ciudad.

La minoría turca, sabiendo la inminente victoria de los suyos, se tomó la justicia por su mano. Aunque en un primer momento la ocupación se hizo de forma pacífica, el odio étnico volvió a manchar de sangre toda la ciudad. Los barrios armenio y griego fueron literalmente arrasados por las llamas. Sólo el barrio turco y el judío se salvaron de un aberrante ejercicio de limpieza étnica con todo tipo de atrocidades. Los barcos de refugiados se amontaban en el puerto para tratar de rescatar al máximo número de personas de una ciudad incendiada. Un fin dantesco. La Gran Catástrofe fue un hecho un 13 de septiembre de 1922.

La guerra grecoturca estuvo marcada por el odio étnico. La caída de Esmirna, el 13 de septiembre de 1922, fue dantesca: los barrios armenio y griego fueron arrasados por las llamas y miles de personas asesinadas o obligadas a exiliarse

La caída de Esmirna fue traumática en términos simbólicos para el mundo griego y puso un final abrupto al sueño nacionalista. Pero las consecuencias prácticas fueron, por supuesto, mucho peores. El Tratado de Lausana, firmado el 30 de enero de 1923, planteó como única solución viable un intercambio masivo de poblaciones que, de hecho, ya se había producido con el efecto de la guerra. Una primera estadística de 1923 habla de un total 785.000 refugiados que se movieron en condiciones paupérrimas. Se estima que en los primeros nueve meses después del influjo, se produjeron 6.000 muertos al mes.

La primera estadística oficial en 1928 fijaba los refugiados en más de 1,2 millones de personas y hoy se calcula que probablemente fueron 1,4 millones. Por el lado turco, unas 500.000 musulmanes que vivían en zonas griegas se desplazaron a Asia Menor. Se trata del segundo mayor intercambio de poblaciones del siglo XX tras el que protagonizaron India y Pakistan en la década de los años 40.

El impacto demográfico y social fue brutal, en especial en las zonas urbanas. En el Pireo, por ejemplo, se pasó de 123 habitantes a 69.000 en sólo siete años. Más allá de la precariedad social, también hubo un importante choque cultural. Cabe recordar que muchos de estos griegos ‘asiáticos’ eran completamente distintos en tradiciones a sus compatriotas europeos. Todavía hoy se arrastran las diferencias y muchos descendientes de ese éxodo forzado mantienen vivo el orgullo de sus orígenes.

Durante esos años de exilio, en el sur de una ya superpoblada Atenas, nació un suburbio bautizado como Nueva Esmirna. Es uno de los recuerdos de la ciudad de Asia Menor, que contó con presencia griega desde tiempos homéricos, y desde hace un siglo borrada del mundo helénico para siempre.

Todavía hoy descendientes de los griegos de Asia Menor recuerdan sus orígenes
Todavía hoy descendientes de los griegos de Asia Menor recuerdan sus orígenes (SAKIS MITROLIDIS / AFP)

El heroismo de los griegos ante Alemania.

Fuente: Revista de Historia, 20/07/2015.

El heroismo de los griegos ante Alemania quedó muy patente después de la “Operación Marita”, nombre en clave de la invasión alemana de Grecia en la Segunda Guerra Mundial. Los griegos estaban implicados en el conflicto mundial, desde que en octubre de 1940 los Italianos les invadieron desde Albania. Sin embargo, pronto los griegos pararon la ofensiva italiana, y, contraatacando, llegaron a ocupar la cuarta parte de Albania.

Ante esta situación, el 6 de abril de 1941 Alemania invade Grecia con la intención de asegurar su flanco sur europeo, tomando Atenas el 27 de abril y forzando al cuerpo expedicionario Británico, que había desembarcado en Grecia para apoyarles, a evacuar.

A pesar de la rapidez de la victoria alemana, la batalla de Grecia fue muy importante, ya que retrasó en casi 6 semanas la invasión de la URSS, lo que implicó que la ofensiva nazi sobre Moscú se viese detenida por el “General Invierno”, además de tener que destinar cientos de miles de soldados a la ocupación de Grecia, que podrían haber sido determinantes en el frente.

El heroismo de los griegos ante Alemania

El heroismo de los griegos ante Alemania

Es normal que los aliados de los griegos les dedicasen elogios, así Winston Churchill dijo:

“No diremos que los griegos combaten como héroes, sino que los héroes combaten como los griegos.”

Mientras que el presidente Franklin Roosvelt añadía:

“Todos los pueblos libres están muy impresionados por el coraje y la tenacidad de la nación griega… que se defiende a sí misma con tanto valor.”

Hasta el mismísimo Stalin dijo que:

“El pueblo ruso estará eternamente agradecido a los griegos por haber retardado al Ejército alemán lo bastante como para que llegase el invierno, lo que nos concedió un tiempo precioso que necesitábamos para prepararnos. No lo olvidaremos jamás.”

Lo que ya no es tan normal es que los propios enemigos de los griegos, les dedicasen grandes elogios. El jefe supremo de las fuerzas armadas alemanas, Wilhelm Keitel, en la misma línea de pensamiento que Stalin, reconoció que:

“La increíble resistencia de los griegos retrasó en uno o dos meses vitales la ofensiva alemana contra Rusia; sin ese retraso, el final de la guerra habría sido diferente en el frente del este y para la guerra en general.”

Mientras que Joseph Goebbels escribió:

“Prohíbo a la prensa subestimar a Grecia, difamarla… El Führer admira la valentía de los griegos.”

Y así era pues el mismísimo Adolf Hitler ordenó que ningún griego debía ser hecho prisionero, y los que lo eran debían ser liberados por respeto a su valentía, lo cual no impidió que los civiles griegos sufriesen una brutal ocupación, que provocó entre 1940 y 1945, mas de 400.000 muertos.

Declaración de independencia de Grecia (1822).

La matanza de Quíos, 1824.

«Nosotros, descendientes de los sabios y nobles pueblos de la Hélade, nosotros que somos los contemporáneos de las esclarecidas y civilizadas naciones de Europa […] no encontramos ya posible sufrir sin cobardía y autodesprecio el yugo cruel del poder otomano que nos ha sometido por más de cuatro siglos […].
La nación griega toma por testigos al cielo y la tierra de que, a pesar del yugo espantoso de los otomanos que amenazaban con aniquilarla, existe todavía. Después de esta prologada esclavitud hemos decidido recurrir a las armas para vengarnos y vengar a nuestra patria contra una terrible tiranía. […] Después de haber rechazado la violencia únicamente gracias a la valentía de sus hijos, declara hoy ante Dios y ante los hombres, mediante el órgano de sus representantes legítimos reunidos en congreso nacional, su independencia política.
Esta guerra contra los turcos en la que nos hallamos empeñados no es la de una fracción o el resultado de una sedición. No está destinada a la obtención de ventajas para una parte aislada del pueblo griego; es una guerra nacional, una guerra sagrada, una guerra cuyo objetivo es reconquistar los derechos de la libertad individual, de la propiedad y del honor, derechos que los pueblos civilizados de Europa, nuestros vecinos, gozan hoy.
¿Deberían se los griegos los únicos europeos apartados, como si fueran indignos, de esos derechos que Dios ha establecido para todos los hombres? ¿O bien estaban condenados por su naturaleza a una esclavización eterna que perpetuaba en su país la expoliación y las masacres? La fuerza brutal de unas cuantas hordas de bárbaros que, sin que se les hubiera provocado, vinieron, precedidas por la matanza y seguidas por el espíritu de destrucción, a establecerse entre nosotros ¿podría ser legalizada en algún momento por el derecho de los habitantes de Europa?
Partiendo de estos principios y convencidos de nuestros derechos, solo queremos, solo reclamamos nuestra reintegración a la asociación europea, ya que nuestra religión, nuestras costumbres y nuestra posición nos invitan a unirnos a la gran familia de los cristianos. Caminemos de común acuerdo hacia nuestra liberación, con la firme resolución de obtenerla o sepultar para siempre nuestras desgracias bajo una ruina digna de nuestro origen.

Asamblea Nacional Griega, 27 de enero de 1822. Proclamación de la independencia de Grecia.

Richard Clogg: Una concisa Historia de Grecia, 1998.

Los costes del nazismo alemán para Grecia (y para España)

Izado de la esvástica en la Acrópolis de Atenas en 1941. / SCHEERER (BUNDESARCHIV)

Autor: Vicenç Navarro.

Fuente: Diario El Püblico, 24/03/2015

Para entender la crisis existente en la Unión Europea, ayuda el conocer la que ocurrió en los años treinta en Europa, y como ambas crisis han afectado la relación de Alemania -el centro del sistema económico europeo- con la periferia, centrándonos en este artículo en Grecia, y con algunas notas también de la relación de Alemania con España en ambos periodos históricos.

En Alemania, la primera crisis, generada en parte por la enorme deuda pública acumulada, resultado de las exigencias de los países vencedores de la I Guerra Mundial de que este país pagara las reparaciones por los daños infligidos a los países enemigos durante el conflicto bélico, determinó la elección de un gobierno Nazi liderado por Hitler. La enorme austeridad de gasto público, con los grandes recortes realizados con el objetivo de pagar la deuda, y las reformas del mercado laboral que contribuyeron al crecimiento del desempleo generado por aquellos recortes, causaron un rechazo de la población hacia los partidos que impusieron tales medidas y llevaron a la primera elección de un gobierno Nazi en Europa. Hay que recordar que el nazismo alcanzó el poder en Alemania por la vía democrática debido a su atractivo electoral (y también a la división de las izquierdas, concretamente entre el Partido Socialdemócrata y el Partido Comunista).

El nazismo sacó a Alemania de la crisis económica mediante la militarización de su economía (keynesianismo militar) y al expolio de los países periféricos, incluyendo Grecia. La ocupación de Grecia (1941-1945) fue de las más brutales que hayan existido en Europa. Aquel periodo se caracterizó por un sinfín de atrocidades. Pueblos y ciudades fueron testigos de aquellas brutalidades. Mousiotitsa (153 hombres, mujeres y niños), Kommeno (317 hombres, mujeres y niños, donde incluso 30 niños de menos de un año fueron asesinados y 38 personas fueron quemadas vivas en su casa), Kondomari (60 asesinados), Kardanos (más de 180), Distomo (214 muertos), y así una larga lista. Más de 460 poblaciones fueron destruidas y más de 130.000 civiles fueron asesinados, además de más de 60.000 judíos que representaban la mayoría de la población judía en Grecia. El sacrificio humano fue enorme. Y la represión estaba encaminada a sostener una enorme explotación y latrocinio. En realidad, el III Reich robó el equivalente en moneda alemana de 475 millones de marcos, que significaría en moneda actual 95.000 millones de euros. Ante esta situación, ¿cómo puede pedírsele a las clases populares, que fueron las que sufrieron en mayor medida la represión, que olviden esta etapa de su vida? (ver Conn Hallinan: “Greece: Memory and Debt”, Znet Magazine, 18.03.15, de donde extraigo la mayoría de datos de este artículo).

Leer artículo completo en El Público,

Grecia y la deuda nazi.

Autor: HÉCTOR ESTEPA

Fuente: El Mundo, 17/02/2015  

Artículo publicado en el número 181 de La Aventura de la Historia

Atraviesa Grecia uno de sus momentos más difíciles. Los escaparates vacíos en Atenas son testigos de cinco años de recesión económica. El retroceso ha caído como una losa: los suicidios se han multiplicado. El sueldo medio ha disminuido en más del 23 por ciento. El 27 por ciento de los helenos no tiene trabajo. Parte de esa caída se debe a las durísimas medidas de ajuste. Grecia ha firmado dos pactos de austeridad con la Troika -la CE, el BCE y el FMI- para conseguir sendos rescates financieros por 240.000 millones de euros y así poder pagar sus facturas. La contrapartida son grandes recortes.

Alemania ha sido quien más dinero ha prestado. También el que más ha exigido: los medios germanos y los políticos han ejecutado una campaña mediática contra las disfuncionalidades del Estado deudor. La posición alemana ha levantado la germanofobia entre muchos helenos, que han contraatacado: ¿qué ocurriría si no fuera Grecia quien debe dinero a Alemania, sino al revés?

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