Las crisis que trajeron el auge de los fascismos: lecciones del siglo XX para un presente pandémico

Wall Street el 24 octubre 1929, cuando quebró la bolsa, una de las imágenes que ilustran el libro del CELAN.

Autor: Diego Saz

Fuente: eldiario.es 24/04/2020

‘1919, 1929, 1939: Crisis de la democracia’ narra una historia que se repite. Las crisis que genera el periodo de entreguerras y el resurgir de nacionalismos, populismos y fascismos que tradicionalmente han acabado por derrocar libertades ciudadanas. Se trata de una publicación surgida a raíz de las jornadas que el Centro de Estudios Locales de Andorra (CELAN) organizó el pasado 2019, coincidiendo con su 20º Aniversario y con el Centenario del Tratado de Versalles.

Explica el coordinador de la publicación y presidente del CELAN, Javier Alquézar, que ‘1919, 1929, 1939: Crisis de la democracia’ es una obra para reflexionar sobre el momento que atraviesa el país y para despertar la atención en el crecimiento de determinadas ideologías nacionalpopulistas que aparecen después de las crisis y «tienen un resultado fatal». «No se trata de comparar, pero hay reacciones suficientes para poder pensar que la historia nos enseña cómo funcionan las cosas», señala.

La publicación del centro de estudios andorrano sigue la misma estela de las jornadas en las que está basada y se divide en tres grandes bloques analizados por un autor diferente. El propio Alquézar abre la primera parte con ‘De mal en peor. Las relaciones internacionales en el periodo de entreguerras’, donde dibuja el mapa de Europa después de la Primera Guerra Mundial, con la conciencia del desastre que supuso el conflicto, la pérdida de confianza en el mundo de progreso y sus instituciones liberales y el intento de trazar la paz y un nuevo orden internacional con el Tratado de Versalles y la posterior Sociedad de Naciones.

Se trataba entonces de desestimar la guerra como forma de dirimir las diferencias y generar un espíritu de concordia. Sin embargo, tal y como relata el autor, el crac del 29, acompañado de una crisis económica, demográfica y de moral, así como del desequilibrio de Europa, el miedo al comunismo y la confrontación de clases sociales, impulsaron una tendencia hacia el autoritarismo, con nacionalismos y extremismos. La inacción de la Sociedad de Naciones y el desplanteamiento de las normas internacionales, además, aplanaron el camino hacia la Segunda Guerra Mundial.

El crac del 29: el mercado no se autorregula

La segunda parte de la publicación ahonda precisamente en el crecimiento de las ideologías nacionalpopulistas. ‘El catastrófico periodo de entreguerras: crisis económica y polarización política’, a cargo de Luis Germán Zubero, narra la etapa «más complicada» que ha vivido el mundo durante el siglo XX, con «los mayores progresos de la humanidad desde el punto de vista tecnológicos y de las mayores tragedias». El autor explica cómo Europa perdió protagonismo tras la Primera Guerra Mundial, en favor de Estados Unidos, que salió reforzado tras el hundimiento de Alemania.

Rusia continuaba con una economía alternativa al capitalismo, Japón tomaba protagonismo frente a China en oriente y en occidente, las condiciones del Tratado de Versalles, que apostaban por que los países vencidos pagaran en líquido sus deudas a los vencedores, la inflación y la falta de regulación del mercado por el sistema liberal, preveían una crisis financiera que hundiría la economía desde dentro. Ante la Gran Depresión, Estados Unidos repatrió sus capitales e impuso aranceles a productos extranjeros y Europa cerró fronteras, estableció el proteccionismo e impulsó pequeñas áreas comerciales.

Cada país apostó por adoptar medidas diferentes, pero la enorme sombra de la crisis dejaba paso libre a los «salvadores de la patria». Comienza aquí el tercer bloque de la publicación, ‘1939, año de los fascismos’, en el que Gustavo Alares analiza el auge fascista como «fenómeno transnacional», que sedujo a «millares de almas». El autor explica los elementos característicos del fascismo, como la capacidad de transmitir certezas y soluciones identitarias emocionales y simples frente a los miedos e inseguridades o el ultranacionalismo que encuentra los enemigos en el exterior o en el interior y la idea de una nación, lengua, raza y tradiciones frente a esos rivales.

También el estado totalitario se acompañaba del racismo y antisemitismo, basado en prejuicios y falsedades, la virilidad violenta del hombre en un modelo patriarcal de sociedad y familia, el culto a la personalidad del líder, la religión política y el uso de la propaganda como emoción colectiva, manipulando la realidad con el objetivo de legitimar el poder y seducir a las masas, tal y como precisa Alares. «Los fascismos se plantearon como garantes de la seguridad, la identidad y la pertenencia», añade el autor.

Alares finalizó su charla en las Jornadas del CELAN con el caso de España y también así lo hace en la publicación, donde ilustra cómo la República española fue «la gran damnificada» al recibir los sublevados el apoyo nazi y fascista italiano. Se consiguió instaurar tras la Guerra Civil una «dictadura fascistizada», compuesta por falangistas con capacidad militarizadora y conexiones internacionales, carlistas y nacional-católicos, «la derecha conservadora que abandonó la democracia».

Paralelismos con la realidad

La publicación del Centro de Estudios Locales de Andorra ha visto la luz, sin quererlo, en una crisis sanitaria y económica que también ha demostrado la ineficacia del modelo. «Hay que pensar si el modelo económico y social actual sirve, si el neoliberalismo sirve y si cuando volvamos a la realidad hay que volver a las andadas, ignorando cómo está la naturaleza», indica el presidente de la entidad, Javier Alquézar.

Alquézar reconoce que no estamos ante una situación como las que se vivieron en el siglo XX, pero asegura que es el momento de analizar el planteamiento futuro. En este sentido, cuestiona la deslocalización de las empresas y la «dependencia absoluta» de España con el exterior. Critica además la posición de la oposición frente a la crisis actual que insiste en que «no es banal». «No quieren simplemente desgastar el gobierno, sino resistirse a que luego haya unos replanteamientos en el modelo de la política económica y social».

El CELAN es un centro que se dedica desde hace 20 años a la investigación y la organización de actividades culturales. Ofrece publicaciones didácticas sobre historia local, así como nacional e internacional que permiten conocer el contexto de cada situación. La entidad está vinculada con el Instituto de Estudios Turolenses (IET) y con el Instituto de Bachillerato, donde varios de los componentes del centro fueron profesores.

Lo que la historia nos enseña sobre las consecuencias económicas de grandes epidemias como la peste

Fotograma de La Peste, serie de Alberto Rodríguez

Autora: Marina Estévez Torreblanca

Fuente: eldiario.es 15/03/2020

Hace siglos, los barcos estaban obligados a guardar cuarentenas en los puertos durante las pestes para evitar su propagación a las ciudades costeras. Ahora se prohíben los vuelos desde Italia a España o hacia Estados Unidos desde Europa. El coronavirus es incomparablemente menos letal que la peste negra, que asoló el mundo en varias oleadas sobre todo entre los siglos XIV y XVIII, acabando con la vida de unas 100 millones de personas en Europa, África y Asia (entre el 25 y el 60% de la población europea, según estimaciones).

Los contextos históricos y de desarrollo científico son también muy diferentes, pero, con todas las distancias y sin posibilidad de hacer una comparación directa, ambas son epidemias y podrían compartir ciertos rasgos comunes sociológicos y económicos, que también se encuentran en otras crisis sanitarias de envergadura como la gripe de 1918, explica a eldiario.es la profesora de Historia Económica de la Universitat Autònoma de Barcelona Carmen Sarasúa.

Los efectos de la pandemia de coronavirus aún son imposibles de estimar en su totalidad al estar aún inmersos en esta crisis. Pero se espera que el impacto económico a corto y medio plazo sea muy alto: se interrumpen los sistemas de transporte y abastecimiento y cae la producción de muchos sectores, además de la demanda. Y al caer la demanda, como explicaba Keynes tras la Depresión de 1929, baja el empleo y cae el ingreso de los hogares, lo que aumenta aún más el desempleo (además de la recaudación fiscal, los ingresos con los que cuenta el estado para financiar servicios públicos).

En el caso de la peste negra, esta epidemia supuso cambios importantísimos en la economía y un fortísimo retroceso; el descalabro de población tardó cien años en recuperarse. «Desapareció el comercio, cayeron las ciudades, la gente se fue al campo, murieron reyes, afectó a todos los estratos sociales», expone en una entrevista con Efe Pedro Gargantilla, profesor de Historia de la Medicina de la Universidad Francisco de Vitoria y jefe de Medicina Interna del Hospital de El Escorial (Madrid).

A corto plazo, las consecuencias económicas más relevantes de la también llamada peste bubónica, originada en el desierto del Gobi, se pueden resumir en que los campos quedaron sin trabajar y las cosechas se pudrieron. De ello se derivó una escasez de productos agrícolas, acaparados únicamente por aquellos que podían pagarlos. Los precios subieron, por lo que crecieron las penalidades y el sufrimiento de los menos pudientes.

«Es indudable que esta epidemia produjo efectos económicos que supusieron la recesión más drástica de la Historia. Es relevante destacar que es en esta época, con clara influencia de la epidemia de la peste, cuando se pone fin a la construcción masiva de monasterios, iglesias y catedrales. Por todo ello, se puede decir que es el motivo del cierre del periodo medieval», recalca esta publicación de BBVA.

El hambre, la peste y la guerra que marcaron el siglo XIV acabaron trasformando la sociedad y disparando las desigualdades. Los poderosos aumentaron su poder y su riqueza y el pueblo llano quedó más empobrecido y perdió algunos derechos de las generaciones anteriores, como se explica en este artículo.

Pero cuando se habla de los efectos económicos de la peste negra que asoló Europa a mediados del XIV, a pesar de sus inicios devastadores, los historiadores coinciden en señalar otros efectos económicos y sociales positivos para los supervivientes. Como explica Carmen Sarasúa, «la tierra era abundante, al caer la oferta de trabajo los salarios aumentaron, y se ha visto por ejemplo que las mujeres encontraron muchas más oportunidades laborales en los gremios que hasta entonces las habían vetado, en los jornales agrarios, etc». Unos efectos que también se han observado tras picos de mortalidad como los que se producen en las guerras, aunque no palíen ni compensen la devastación económica y social y la pérdida de vidas iniciales.

Además, las epidemias han servido para introducir mejoras de la salubridad pública que pretenden reducir el riesgo de las aglomeraciones urbanas. En el caso de las oleadas de peste, acabaron por favorecer la recogida de basuras y aguas fecales, la regulación de la presencia de animales vivos y muertos, o la construcción de cementerios fuera de los recintos urbanos y la obligación de encalar iglesias (tras  la promulgación de la Real Cédula Carlos III en 1787).

Consecuencias de otras epidemias

Otra epidemia que hundió la economía fue la gripe de 1918 (mal llamada gripe «española» por ser uno de los primeros países donde se informó de ella, al ser ajeno a la guerra), que causó más muertos que la I Guerra Mundial (unos 50 millones según estimaciones). Entre la enfermedad y la contienda se hundió la actividad económica y hubo cambios en los movimientos migratorios, aunque es difícil discernir qué parte del hundimiento de la economía se puede achacar a cada fenómeno.

Brotes infecciosos más recientes, incluso los temores de algunos relativamente contenidos, han afectado en las últimas décadas al comercio. Por ejemplo, la prohibición de la Unión Europea de exportar carne vacuna británica duró diez años debido a un brote de la enfermedad de las vacas locas en el Reino Unido, pese a que la transmisión a humanos es relativamente limitada.

Además, algunas epidemias prolongadas, como el VIH y la malaria, desalientan la inversión extranjera directa. Un informe del Fondo Monetario Internacional sobre epidemias estima el costo anual esperado de la gripe pandémica en unos 500.000 millones de dólares (0,6% del ingreso mundial), incluidos la pérdida de ingresos y el costo intrínseco del aumento de la mortalidad.

Y aunque el efecto sanitario de un brote es relativamente limitado, sus consecuencias económicas se pueden multiplicar con rapidez. Por ejemplo, Liberia sufrió una reducción del crecimiento del PIB de 8 puntos porcentuales entre 2013 y 2014 durante el brote de ébola en África occidental a pesar de la baja tasa general de mortalidad en el país durante ese período.

Ganadores y perdedores en las epidemias

Los efectos de los brotes y epidemias no se distribuyen de manera equitativa en la economía. Algunos sectores incluso podrían beneficiarse financieramente, mientras que otros sufrirán en forma desmedida. Las farmacéuticas que producen vacunas, antibióticos u otros productos necesarios para la respuesta al brote son posibles beneficiarios. 

Como explica Sarasúa, en todas las coyunturas hay sectores económicos que se benefician. Cuando hay una demanda excepcional de determinados bienes y servicios los sectores que los proporcionan «hacen su agosto» (podría ser el caso de mascarillas o alimentos de primera necesidad estos días en España), mientras que se hunden los que proporcionan bienes y servicios que dejamos de consumir y los que se ven afectados por la interrupción de componentes y materias primas.

Pero la desigualdad también se refleja en la enfermedad y la mortalidad. Ahora mismo, una de las grandes causas de desigualdad en el impacto de una epidemia es el acceso a la asistencia médica. En los países que carecen de sistemas públicos de asistencia médica universal, donde hay que pagar las pruebas de diagnóstico, los tratamientos, y la hospitalización (caso de EEUU), el nivel de renta será determinante.

Literatura como fuente histórica sobre las pandemias

La profesora recuerda tres obras literarias que resultan fuentes históricas de gran valor sobre las epidemias: El Decamerón, de Boccaccio, describe la peste que asoló Florencia en 1348; el Diario del año de la peste, escrito por Daniel Defoe en 1722, que narra la epidemia de peste que sufrió Londres en 1665, que mató a una quinta parte de la población. Y Manzoni, en Los novios, relata la peste de Milán en 1628.

«Las tres nos hablan del miedo, de cómo la sociedad se enfrenta a la muerte masiva e inesperada, algunos buscando culpables y acusando a determinados grupos o individuos, recurriendo a la magia y a la religión…otros tratando de entender las causas científicas de lo que ocurre, buscando soluciones racionales y cívicas que hacen avanzar a la sociedad y palían los efectos económicos adversos que tienen estas crisis», concluye Sarasúa.

Las dos grandes crisis económicas de entreguerras: hiperinflación alemana y crac del 29.

Autor: Jesús de Blas Ortega.

Fuente: Descubrir la Historia, 18/03/2019.

Durante el período de entreguerras se produjeron dos grandes crisis económicas cuyas consecuencias fueron dramáticas, tanto desde un punto de vista social, como político: la hiperinflación alemana, que se extendió durante los años 1922 y 1923, y el crac bursátil de 1929, que daría paso a la Gran Depresión de los años 30.

La hiperinflación alemana coincidió en el tiempo con la ocupación militar franco-belga de la cuenca del Ruhr, una de las zonas más industrializadas del continente europeo, y estuvo a punto de llevar a Alemania y a Europa a una situación crítica. Alemania fue el escenario de una escalada de acontecimientos revolucionarios que alcanzaron su apogeo en 1923 (gobiernos revolucionarios de Sajonia y Turingia) y también de la primera intentona golpista contrarrevolucionaria de las fuerzas de la extrema derecha (Hitler y Ludendorff en Munich). Los cambios políticos que se produjeron en Francia y en Reino Unido tras las elecciones de 1924, favorables al centroizquierda, así como el apoyo financiero diseñado por el norteamericano Charles Dawes, permitieron una estabilización temporal de la situación económica, social y política europea. Pero el estallido del crac bursátil en Nueva York en octubre de 1929 iba a dar paso a una década dominada por la Gran Depresión económica mundial, caldo de cultivo de una conflictividad social creciente que iba a dar paso a una radicalización política, tanto a izquierda, como a derecha. El desarrollo del fascismo y del nazismo en Europa, con su componente militarista y expansionista, iba a contribuir a precipitar el estallido de la II Guerra Mundial.

La Primera Guerra Mundial había sido la consecuencia de la rivalidad interimperialista por repartirse los mercados con el objetivo de las principales potencias de llegar a dominar la economía mundial. La devastación que se había conocido en Europa permitió a EE.UU. alcanzar un lugar preeminente como potencia hegemónica, tanto en el plano económico, como en el militar, o en el político. Pero las bases económicas y políticas sobre las que sustentaba la estabilidad europea y mundial eran muy débiles. Así, cuando se produjo el estallido de la burbuja bursátil en Nueva York, todo el edificio que se había ido construyendo con grandes dificultades durante la posguerra (Conferencia de París, Sociedad de Naciones, Conferencia de Génova, Plan Dawes, Plan Young, etc.), se vino abajo.

Vamos a analizar en este artículo estas dos grandes crisis de entreguerras, partiendo de la situación en que se encontraba el mundo tras la finalización de la Gran Guerra, con sus profundos desequilibrios económicos, monetarios y financieros.

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El derrumbe del Antiguo Régimen

Autor: Enrique Llopis,

Fuente: El País, 22/01/2012

Las secuelas de la Revolución Francesa de 1789 desencadenaron el inicio de la crisis del Antiguo Régimen en España, un periodo caracterizado por las guerras, la debilidad y el derrumbe de muchas de las viejas instituciones, la inestabilidad política y la alteración de la dinámica económica.

Desde un punto de vista macroeconómico, entre 1789 y 1840, año en el que finalizó la primera guerra carlista y se asentó el régimen liberal, se alternaron dos fases expansivas, 1789-1801 y 1815-1840, y una recesiva, entre 1802 y 1814. Este artículo se ocupa esencialmente de la crisis de la década y media inicial del siglo XIX, pero también extiende su mirada al antes y al después.

En cuanto a las fases de crecimiento, resulta aparentemente paradójico que España, de 1789 a 1801 y de 1815 a 1840, obtuviera resultados económicos positivos en momentos de graves contratiempos internos y de cierta desintegración de la economía internacional. La principal clave explicativa radica en que el debilitamiento, primero, y el desplome, después, del Antiguo Régimen facilitaron la incorporación a la labranza de enormes extensiones de tierra.

En la España del XVIII coexistían dos velocidades, dos maneras de crecer

El siglo XIX se abrió con importantes epidemias y malas cosechas

La Guerra de la Independencia abortó la incipiente recuperación

Las colonias americanas prescindieron de la mediación hispana

La ocupación francesa debilitó las instituciones del Antiguo Régimen

La expansión del cultivo de cereal sostuvo el avance entre 1815 y 1850

 

En la España del siglo XVIII coexistieron dos velocidades y dos modos distintos de crecimiento económico. En los territorios interiores y en las regiones septentrionales, el PIB aumentó a una tasa no superior al 0,5%, el crecimiento tuvo un carácter marcadamente rural, la productividad del trabajo en la agricultura permaneció estancada y los progresos en la especialización y en los tráficos mercantiles fueron modestos.

La España interior estaba lejos de aprovechar plenamente su potencial de crecimiento agrario: muchas zonas se hallaban aún poco colonizadas porque los grandes propietarios territoriales rentistas, las oligarquías locales con importantes negocios pecuarios, los dueños de cabañas trashumantes y la Mesta, grupos que acumulaban bastante poder, estaban interesados en frenar las roturaciones en las tierras municipales.

Por el contrario, en el área mediterránea y en la Andalucía atlántica, el PIB creció a una tasa cercana o algo superior al 1% y la expansión productiva se sustentó, al igual que en otras zonas de Europa occidental, en un cierto incremento de la productividad agraria, en el auge de la economía marítima, en el desarrollo de la protoindustria y en la mayor laboriosidad de la mano de obra familiar. En muchos casos, esa intensificación del factor trabajo fue la respuesta a la caída de los salarios reales y/o al descenso de ingresos netos de numerosas explotaciones agrarias, fruto del incremento de las rentas territoriales y de la reducción de su tamaño ocasionada por la mayor presión de la población sobre los recursos agrarios.

Por consiguiente, las «fuerzas económicas del progreso» (mayor comercio y especialización y pequeños avances tecnológicos) solo resultaban claramente hegemónicas en una parte minoritaria de España; de ahí que nuestro país siguiese divergiendo de Europa occidental en el siglo XVIII.

La década de 1790 fue un periodo de fuertes convulsiones, de desequilibrio financiero del Estado y de crisis sectoriales, pero también de aceleración del crecimiento demográfico y agrario. En la España del siglo XVIII, su último decenio fue, tras el de 1720, el de mayor crecimiento de los bautismos (véase el gráfico 1 basado en una muestra de más de 1.200 localidades). Lo más llamativo de este auge radicó en que fue protagonizado fundamentalmente por regiones que habían registrado una expansión modesta o moderada en el siglo XVIII (Andalucía occidental, Aragón y Castilla-La Mancha). En las zonas interiores, este crecimiento demográfico habría sido inalcanzable sin que simultáneamente se registrara una importante expansión agraria.

El impulso agrícola de la última década del siglo XVIII fue fruto de la necesidad, de los mayores incentivos y de las oportunidades abiertas por el nuevo panorama político. Los granos se encarecieron notablemente en todos los mercados y, además, el diferencial de precios del trigo entre la periferia y el interior se incrementó debido en buena medida a la disminución y a la mayor irregularidad de las importaciones resultantes de las perturbaciones que los conflictos bélicos ocasionaron al comercio exterior desde 1793. De modo que el interior se encontró con una coyuntura favorable para incrementar su participación en el abasto de cereales de la periferia. Además, el cambio de escenario político provocado por la Revolución Francesa indujo a los integrantes del frente antirroturador a moderar su oposición a los rompimientos. El notable incremento de la defraudación en el pago del diezmo, aparte de ser un exponente del inicio de la descomposición del Antiguo Régimen, también constituyó un acicate para ampliar las labores.

La década de 1790 presentó una cara, la expansión demográfica y cerealista, pero también una cruz: fuerte incremento de las tensiones inflacionistas y acusado descenso de los salarios reales, agudización de los problemas financieros de la Monarquía, reducción y mayor irregularidad del comercio exterior y dificultades para todas las economías periféricas que mantenían un apreciable grado de dependencia de los intercambios internacionales.

La recesión de la década y media inicial del siglo XIX estuvo integrada, en realidad, por dos crisis distintas: la ocasionada por las malas cosechas y las importantes epidemias (paludismo, tifus y fiebre amarilla) de principios del Ochocientos, y la desencadenada por la Guerra de la Independencia. Los factores exógenos a la economía y a la sociedad españolas desempeñaron un papel preponderante en dichas crisis, pero los endógenos no fueron ajenos a la magnitud de ambas: primero, la creciente desigualdad en el reparto del ingreso en la segunda mitad del Setecientos había acentuado la precariedad de muchas familias; y, segundo, la elevada mortalidad del periodo también obedeció a la incapacidad de los Gobiernos para paliar escaseces y carestías, y al deterioro del funcionamiento de los mercados y de instituciones asistenciales, como los pósitos, que estaban siendo sacrificadas para evitar el colapso financiero de la Monarquía.

En la España interior de la época moderna, la crisis de mortalidad de 1803-1805 fue, tras la de 1596-1602, la que tuvo un mayor alcance territorial e intensidad. El desastre demográfico de 1803-1805 fue fruto de una crisis de subsistencias muy profunda (el promedio anual del precio del trigo se incrementó, con respecto al de la década precedente, más de un 125%), pero también de una importantísima crisis epidémica. Aparte de la mortalidad catastrófica, también aumentó notablemente la ordinaria en la década y media inicial del siglo XIX. En 25 pueblos de la provincia de Guadalajara, el cociente difuntos/bautizados fue de 0,87 en 1785-1799, de 1,14 en 1800-1814 y de 0,72 en 1815-1829 (véase el gráfico 2).

Las áreas periféricas también tuvieron que afrontar unos importantes contratiempos económicos en los albores del siglo XIX. Las guerras navales, las dificultades y la carestía del transporte marítimo y la crisis agraria y demográfica de los territorios no marítimos provocaron un descenso en el nivel de actividad manufacturera y comercial. Desde 1805, las colonias americanas prácticamente prescindieron de la mediación hispana en sus tráficos exteriores.

La Guerra de la Independencia abortó la recuperación que la agricultura española había iniciado después de 1805. Ahora bien, las secuelas de este conflicto fueron mucho más allá del desencadenamiento de una nueva crisis económica. Entre las principales, han de contabilizarse:

1. Tras la ocupación del país por las tropas francesas, muchas de las instituciones fundamentales del Antiguo Régimen se desmoronaron o quedaron muy debilitadas.

2. El vacío de poder en la metrópoli propició el estallido de movimientos independentistas en buena parte de las colonias americanas.

3. La crisis financiera del Estado absolutista se intensificó extraordinariamente.

4. La sobremortalidad y la merma de nacimientos ocasionadas por la guerra ascendieron a no menos de medio millón de personas.

En el terreno más estrictamente económico, deben mencionarse:

a) Numerosas explotaciones agrarias vieron reducidas sus disponibilidades de fuerza de trabajo y de ganado; de ahí que muchas de ellas tratasen de incorporar mayores cantidades del factor tierra para compensar las pérdidas en los otros factores y restablecer un cierto equilibrio productivo.

b) Los saqueos y las destrucciones de cosechas provocaron daños de consideración en no pocas zonas.

c) Las secuelas del conflicto perjudicaron de un modo especialmente intenso al comercio y a la industria.

d) Los ahorros de los propietarios rurales fueron absorbidos por gravámenes extraordinarios, requisas, suministros y préstamos forzosos a los ejércitos, a la guerrilla y a los municipios. Los más pudientes acumularon unos activos de elevado valor nominal sobre unos concejos cuyo nivel de endeudamiento les impedía atender sus obligaciones financieras, salvo que se desprendiesen de parte de sus todavía extensos patrimonios territoriales. De modo que tales acreedores enseguida se percataron de que solo había una alternativa para recuperar sus contribuciones a la financiación del conflicto bélico: la privatización de tierras municipales.

Es indudable que la Guerra de la Independencia tuvo, en el corto plazo, un impacto económico muy negativo, pero también generó otras secuelas que contribuyeron a inducir, en el medio y largo plazo, cambios en la velocidad y en el tipo de crecimiento económico, en la política comercial y en los niveles de desigualdad.

El mayor potencial de crecimiento agrícola de España, al menos a corto y medio plazo, estribaba en las enormes extensiones de tierras que podían roturarse. Durante la Guerra de la Independencia se crearon condiciones favorables para el estallido de una gran oleada de rompimientos, que se moderó en las etapas de restablecimiento del absolutismo, pero que mantuvo un ritmo relativamente intenso hasta mediados del siglo XIX: tras el hundimiento del Antiguo Régimen, ni las viejas autoridades locales, ni las nuevas pudieron refrenar las ansias de numerosísimos productores agrarios de ocupar y roturar tierras comunales; la desamortización silenciosa de tierras municipales facilitó los rompimientos de extensas áreas de pastizales y bosques; y, el incremento de los precios de los granos también constituyó un acicate para extender los cultivos cerealistas.

Una vez concluido el conflicto, la recuperación demográfica fue inmediata e impetuosa, sobre todo en las regiones cerealistas meridionales. El vigor de ese proceso obedeció al fuerte crecimiento del producto agrícola, pero también al relativamente reducido nivel de la mortalidad entre 1815 y 1830. De 1820 a 1850, la población española creció al 0,9% y la europea al 0,81%. Las estimaciones de Álvarez Nogal y Prados de la Escosura apuntan a que, entre 1787 y 1857, el PIB y el PIB por habitante se expandieron a una tasa cercana al 1% y a otra superior al 0,2%, respectivamente. Es indudable, pues, que el conflicto con los franceses también entrañó una ruptura en el ámbito económico: nunca antes la población y el PIB habían crecido tan velozmente en España como lo hicieron entre 1815 y 1850.

El impulso agrícola posterior a 1815 tuvo tres pilares esenciales: la marea roturadora, el rápido crecimiento de la población y la implantación y pervivencia de una política comercial prohibicionista en materia de cereales. Varios factores nos ayudan a entender por qué España adoptó en 1820 tal política comercial y por qué la mantuvo tantos años:

1. La oleada de proteccionismo enérgico en la que estuvieron involucrados numerosos países europeos y Estados Unidos, países que habían impulsado procesos de sustitución de importaciones entre 1793 y 1815.

2. La necesidad de defender una nueva e importante actividad cerealista de la competencia exterior en los mercados litorales una vez concluidas las guerras napoleónicas, nueva actividad que se había desarrollado en periodos de precios absolutos y relativos de los granos muy altos.

3. El régimen liberal, necesitado de ampliar su base social, utilizó el prohibicionismo cerealista para frenar el descenso de las rentas agrarias y de los precios agrícolas, lo que tornó más atractivas las compras de las tierras desamortizadas.

4. Los propietarios y cultivadores de tierras de cereal contaron con el decidido apoyo de los industriales catalanes en la defensa del prohibicionismo.

5. La pérdida de las colonias americanas originó un fuerte deterioro de las cuentas externas y un drástico cambio en el panorama monetario (del intenso crecimiento del stock de oro y plata en el periodo 1770-1796, se pasó a una fase de descenso apreciable del mismo). Los sucesivos Gobiernos tuvieron que emprender una política de reequilibrio de la balanza de pagos y el prohibicionismo constituyó un instrumento esencial de la misma.

La presión que el prohibicionismo ejerció sobre los precios de los cereales resultó clave para la formidable extensión de los cultivos en la primera mitad del siglo XIX, pero otros factores también contribuyeron a la aceleración del crecimiento económico: la notable ampliación del mercado nacional derivada, ante todo, del intenso auge demográfico; el impulso en la urbanización desde la década de 1820; el modesto incremento de la productividad en la agricultura; los avances en la integración de los mercados; el inicio de la industrialización catalana, y el dinamismo de la demanda exterior de productos agrarios mediterráneos y de minerales a medida que tomaba cuerpo la industrialización europea.

El balance económico del periodo 1815-1850 presenta luces y sombras. Por un lado, el crecimiento se aceleró fuertemente con respecto a las fases precedentes y la distribución del ingreso se tornó menos desigual (entre 1788-1807 y 1815-1839, la ratio renta de la tierra/salarios agrícolas descendió un 21% y un 28% en Navarra y Castilla la Vieja, respectivamente). En contrapartida, España, pese a su impulso económico, se alejó de Europa; el prohibicionismo perjudicó a las regiones exportadoras, sobre todo a Valencia, Murcia y a la Andalucía marítima; y, además, el modelo de crecimiento de después de la Guerra de la Independencia tenía una fecha de caducidad cercana: la expansión agraria se debilitó a medida que iba completándose el proceso colonizador y que empeoraban las condiciones de acceso a la tierra; de hecho, a finales de la década de 1850 ya se hallaba prácticamente agotado.

Sin embargo, nuestro país no acabaría en el callejón sin salida al que parecía abocado: merced en buena medida a los ferrocarriles, en los que los capitales, la tecnología y el capital humano foráneos fueron trascendentales, y a la creciente demanda exterior de minerales y de distintos productos agrarios mediterráneos, especialmente de vinos, España pudo ir deslizándose hacia un nuevo modelo de crecimiento económico en el que el cultivo del cereal, actividad en la que España no tenía ninguna ventaja comparativa, dejó poco a poco de tener una hegemonía tan nítida y en el que los cultivos mediterráneos, las actividades urbanas, el comercio exterior y, en general, las relaciones económicas internacionales ganaron protagonismo.

Las lecciones del pasado decimonónico apuntan en la misma dirección que las del siglo XX: los vientos europeos fueron cruciales para derribar el Antiguo Régimen (aunque para ello el país sufriera un conflicto bélico muy costoso en vidas y recursos), primero, y para dar un nuevo impulso al crecimiento económico español, más tarde, desde que comenzó a agotarse el modelo que había tenido uno de sus pilares esenciales en el prohibicionismo cerealista y algodonero. La historia contemporánea evidencia, pues, el grave error que el aislacionismo ha entrañado para nuestro país.

Cómo fue la «crisis de los tulipanes», la primera gran burbuja financiera de la historia mundial.

Derechos de autor de la imagen ALAMY Image caption Los tulipanes llegaron a los Países Bajos en el siglo XVII y causaron furor. Una pintura de Ambrosius Bosschaert del siglo XVII

Fuente: BBC Mundo

En la secuela de la película «Wall Street» que se estrenó en 2010, el personaje del inescrupuloso financista Gordon Gekko -famosamente interpretado por Michael Douglas- advierte sobre los peligros de la especulación financiera, usando como ejemplo «la peor burbuja de todos los tiempos».

«En los años 1600 los holandeses tuvieron fiebre especulativa hasta el punto de que se podía comprar una hermosa casa en el canal de Ámsterdam por el precio de un bulbo», afirma Gekko, apuntando a unos tulipanes.

«Lo llamaron tulipomanía. Luego colapsó», agrega. «La gente fue aniquilada».

El personaje se estaba refiriendo a lo que también se conoció como la «crisis de los tulipanes«, un fenómeno que se produjo en los Países Bajos en la primera mitad del siglo XVII.

Es ampliamente considerada la primera gran burbuja especulativa de todos los tiempos y hoy son varios los expertos que remiten a ese ejemplo para advertir sobre los peligros del bitcoin, la criptomoneda que más ha crecido en todo el mundo.

En noviembre pasado esta moneda virtual alcanzó valores récord, llegando a aumentar su precio en más de 1.200%.

Desde entonces, su valor ha fluctuado. Pero los más escépticos creen que ese repentino aumento de precio en un producto que no tiene valor intrínseco tiene todas las características de una tulipomanía.

Bitcoin
Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES Image caption Muchos trazan paralelos entre lo que pasa con los bitcoins y lo que pasó con los tulipanes en los Países Bajos en el siglo XVII.

¿Mito o realidad?

Aunque muchos usen ese ejemplo histórico lo cierto es que no hay un consenso sobre lo que realmente ocurrió durante la crisis de los tulipanes.

Algunas de las anécdotas más llamativas de la época señalan lo que dijo Gekko: que en las décadas de 1620 y 1630 los bulbos de esta flor llegaron a costar lo mismo que una casa.

En su libro de 1999 «Tulipomanía: La historia de la flor más codiciada del mundo y las pasiones extraordinarias que despertó», el historiador Mike Dash confirma este hecho.

Dash detalla que para 1637 un solo bulbo de una variedad llamada Semper Augustus llegó a costar 10.000 florines.

«Eso era suficiente para alimentar, vestir y alojar a toda una familia holandesa por media vida o para comprar una de las mejores casas en el canal más de moda de Ámsterdam», señala el autor.

En cambio, otra de las anécdotas más coloridas de la crisis -que muchos quedaron en bancarrota y se lanzaron a los canales en desesperación cuando la burbuja de los tulipanes explotó- no parece tener tanto asidero.

Incluso hay quienes disputan el hecho de que se trató de una crisis generada por la especulación financiera.

De moda

El programa sobre economía «More or Less» de la BBC Radio 4, analizó la tulipomanía y llegó a la conclusión de que en realidad «hemos malinterpretado el comercio de los tulipanes».

Pintura de los Países Bajos mostrando la venta de bulbos de tulipán.
Derechos de autor de la imagen ALAMY Image caption La locura de los holandeses por el comercio de tulipanes fue satirizado por algunos artistas de la época.

Según los periodistas Lizzy McNeill y Sachin Croker las investigaciones más recientes sugieren que «no fue una fiebre especulativa sino factores culturales los que hicieron que la gente valorara estas flores».

El programa entrevistó a la profesora de historia europea temprana Anne Goldgar, del King’s College de Londres, quien explicó por qué se pusieron de moda algunos tipos de tulipanes.

«Después de cultivar un tulipán blanco durante nueve años, más o menos, de repente se verá rayado o moteado», explicó Goldgar. «Esto se debe a una enfermedad, pero la gente no sabía eso en ese momento».

«Realmente no sabías lo que iba a pasar con tus tulipanes y la gente amaba el hecho de que constantemente cambiaban».

En el siglo XVII los tulipanes -originalmente cultivados en el Imperio Otomano- eran algo nuevo en los Países Bajos y sus colores cambiantes los convirtieron en un producto codiciado por quienes valoraban lo estético y la moda.

Por otra parte, en un artículo escrito para la BBC, el crítico de arte del diario británico Daily Telegraph Alastair Sooke remarcó que «el creciente interés por los tulipanes coincidió con un período especialmente próspero en la historia de los Países Bajos».

«En el siglo XVII (Holanda) dominaba el comercio mundial y se convirtió en el país más rico de Europa».

«Como resultado, no solo los ciudadanos aristocráticos, sino también los adinerados comerciantes e incluso los artesanos y comerciantes de la clase media de repente descubrieron que tenían dinero extra para gastar en lujos como flores caras».

Tulipanes
Derechos de autor de la imagenPA Image caption La profesora de historia europea temprana Anne Goldgar sostiene que el interés por los tulipanes no tuvo que ver con la especulación financiera.

Estatus

Goldgar mantiene que fue un interés cultural y una cuestión de status social -y no una especulación económica- lo que llevó a algunos a gastar fortunas en tulipanes.

Pero relativiza aquello de los precios alocados que se pagaron durante la tulipomanía.

«Solo encontré 37 personas que gastaron más de 400 florines en flores en esa época», contó, poniendo en contexto los 10.000 florines que llegaron a costar los tulipanes, según recogió Dash.

Además, la experta explicó que quienes pagaron las sumas más grandes eran coleccionistas de arte con mucho dinero para gastar.

«Las personas que compraban pinturas tendían a ser las mismas que compraban tulipanes».

Eso explica por qué uno de los principales mitos sobre esta burbuja financiera no es verdad: según Goldgar, nadie se arrojó a un canal por las pérdidas sufridas cuando se desplomó el precio de los tulipanes.

«De hecho, no pude encontrar a nadie que estuviera en bancarrota debido a la tulipomanía», señaló.

¿Qué pasó?

Lo que sí es cierto es que después de alcanzar niveles récord en 1636, el valor de los tulipanes cayó estrepitosamente en febrero de 1637.

Charles Mackay
Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES Image captionEl sensacionalista historiador escocés del siglo XIX Charles Mackay fue el primero que popularizó el mito sobre la tulipomanía.

Las causas, según esta profesora, fueron los temores de una sobredemanda y lo insostenible de un mercado que había empezado como un hobby entre unos pocos amantes de la horticultura.

No obstante, Goldgar asegura que la explosión de la burbuja no afectó la economía de los Países Bajos, como sostienen otros expertos.

¿Por qué entonces se hizo tan famosa la supuesta fiebre especulativa del tulipán?

El responsable -o uno de ellos- parece haber sido un historiador escocés del siglo XIX llamado Charles Mackay, a quien le encantaban las historias sensacionalistas.

Fue él quien popularizó el relato sobre la tulipomanía.

A Mackay no se lo tomó muy en serio como historiador. Sin embargo, sus coloridas crónicas han perdurado.

Irónicamente, el propio Mackay se vio envuelto en una verdadera manía especulativa: la burbuja ferroviaria británica de la década de 1840, que algunos estudiosos consideran la mayor burbuja tecnológica de la historia y uno de los mayores fracasos financieros.

Sin dudas, la historia de Mackay es una lección para todos: es muy fácil burlarse de las burbujas especulativas del pasado e incluso mofarse de la estupidez de quienes quedaron atrapados en ellas.

Los costes del nazismo alemán para Grecia (y para España)

Izado de la esvástica en la Acrópolis de Atenas en 1941. / SCHEERER (BUNDESARCHIV)

Autor: Vicenç Navarro.

Fuente: Diario El Püblico, 24/03/2015

Para entender la crisis existente en la Unión Europea, ayuda el conocer la que ocurrió en los años treinta en Europa, y como ambas crisis han afectado la relación de Alemania -el centro del sistema económico europeo- con la periferia, centrándonos en este artículo en Grecia, y con algunas notas también de la relación de Alemania con España en ambos periodos históricos.

En Alemania, la primera crisis, generada en parte por la enorme deuda pública acumulada, resultado de las exigencias de los países vencedores de la I Guerra Mundial de que este país pagara las reparaciones por los daños infligidos a los países enemigos durante el conflicto bélico, determinó la elección de un gobierno Nazi liderado por Hitler. La enorme austeridad de gasto público, con los grandes recortes realizados con el objetivo de pagar la deuda, y las reformas del mercado laboral que contribuyeron al crecimiento del desempleo generado por aquellos recortes, causaron un rechazo de la población hacia los partidos que impusieron tales medidas y llevaron a la primera elección de un gobierno Nazi en Europa. Hay que recordar que el nazismo alcanzó el poder en Alemania por la vía democrática debido a su atractivo electoral (y también a la división de las izquierdas, concretamente entre el Partido Socialdemócrata y el Partido Comunista).

El nazismo sacó a Alemania de la crisis económica mediante la militarización de su economía (keynesianismo militar) y al expolio de los países periféricos, incluyendo Grecia. La ocupación de Grecia (1941-1945) fue de las más brutales que hayan existido en Europa. Aquel periodo se caracterizó por un sinfín de atrocidades. Pueblos y ciudades fueron testigos de aquellas brutalidades. Mousiotitsa (153 hombres, mujeres y niños), Kommeno (317 hombres, mujeres y niños, donde incluso 30 niños de menos de un año fueron asesinados y 38 personas fueron quemadas vivas en su casa), Kondomari (60 asesinados), Kardanos (más de 180), Distomo (214 muertos), y así una larga lista. Más de 460 poblaciones fueron destruidas y más de 130.000 civiles fueron asesinados, además de más de 60.000 judíos que representaban la mayoría de la población judía en Grecia. El sacrificio humano fue enorme. Y la represión estaba encaminada a sostener una enorme explotación y latrocinio. En realidad, el III Reich robó el equivalente en moneda alemana de 475 millones de marcos, que significaría en moneda actual 95.000 millones de euros. Ante esta situación, ¿cómo puede pedírsele a las clases populares, que fueron las que sufrieron en mayor medida la represión, que olviden esta etapa de su vida? (ver Conn Hallinan: “Greece: Memory and Debt”, Znet Magazine, 18.03.15, de donde extraigo la mayoría de datos de este artículo).

Leer artículo completo en El Público,

Grecia y la deuda nazi.

Autor: HÉCTOR ESTEPA

Fuente: El Mundo, 17/02/2015  

Artículo publicado en el número 181 de La Aventura de la Historia

Atraviesa Grecia uno de sus momentos más difíciles. Los escaparates vacíos en Atenas son testigos de cinco años de recesión económica. El retroceso ha caído como una losa: los suicidios se han multiplicado. El sueldo medio ha disminuido en más del 23 por ciento. El 27 por ciento de los helenos no tiene trabajo. Parte de esa caída se debe a las durísimas medidas de ajuste. Grecia ha firmado dos pactos de austeridad con la Troika -la CE, el BCE y el FMI- para conseguir sendos rescates financieros por 240.000 millones de euros y así poder pagar sus facturas. La contrapartida son grandes recortes.

Alemania ha sido quien más dinero ha prestado. También el que más ha exigido: los medios germanos y los políticos han ejecutado una campaña mediática contra las disfuncionalidades del Estado deudor. La posición alemana ha levantado la germanofobia entre muchos helenos, que han contraatacado: ¿qué ocurriría si no fuera Grecia quien debe dinero a Alemania, sino al revés?

Continuar leyendo «Grecia y la deuda nazi.»