La desamortización española

Autor: EDMUNDO FAYANAS ESCUER

Fuente: Nueva Tribuna 18/12/2020

La Real Academia de la Lengua defines el término desamortización como Proceso por el cual se liberalizan los bienes que estaban en las llamadas manos muertas, por lo que no podían ser enajenados, bien por estar vinculados a un linaje (mayorazgo) o a instituciones (Iglesia, ayuntamientos, Estado, hospitales, etc.).

La desamortización fue un largo proceso histórico, económico y social iniciado a finales del siglo XVIII con la denominada “desamortización de Godoy” en el año 1798, aunque ya hubo un antecedente en el reinado de Carlos III.

Consistió en poner en el mercado, previa expropiación forzosa y mediante una subasta pública, las tierras y bienes que hasta entonces no se podían vender, hipotecar o ceder y se encontraban en poder de las llamadas “manos muertas”, es decir, la iglesia católica y las órdenes religiosas que los habían acumulado como habituales beneficiarias de donaciones, testamentos y abintestatos (1) y los llamados baldíos (2) y las tierras comunales de los municipios, que servían de complemento para la precaria economía de los campesinos.

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Como dice Francisco Tomás y Valiente, la desamortización española presentó las características siguientes: apropiación por parte del Estado y por decisión unilateral suya de bienes inmuebles pertenecientes a “manos muertasventa de los mismos y asignación del importe obtenido con las ventas a la amortización de los títulos de la deuda”.

Sucedió un fenómeno de características más o menos parecidas en otros países. La finalidad prioritaria de las desamortizaciones realizadas en España fue conseguir unos ingresos extraordinarios para amortizar los títulos de Deuda Pública fundamentalmente los vales reales (3) que expedía el Estado para financiarse o extinguirlos, porque en alguna ocasión también se admitieron como pago en las subastas.

Persiguió acrecentar la riqueza nacional y crear una burguesía y clase media de labradores que fuesen propietarios de las parcelas, para que cultivaran y crearan las condiciones capitalistas y de esta forma el Estado pudiera recaudar más y mejores impuestos.

La desamortización fue una de las armas políticas con la que los liberales intentaron modificar el sistema de la propiedad del Antiguo Régimen con la finalidad de implantar el nuevo “estado liberal” durante la primera mitad del siglo XIX.

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LAS PRIMERAS DESAMORTIZACIONES

Los ilustrados mostraron una gran preocupación por el atraso de la agricultura española. Todos coincidían en que una de las causas principales del problema agrario del país era la enorme extensión que alcanzaba en España la propiedad amortizada en poder de la Iglesia y de los municipios.

Las tierras que detentaban estaban en general mal cultivadas, además de que quedaban al margen del mercado, pues no se podían enajenar, ni vender, ni hipotecar, ni ceder, con el consiguiente aumento del precio de la tierra libre, y además no tributaban a la Hacienda Real por los privilegios de sus propietarios. Se calcula que un tercio de las tierras agrícolas pertenecían a la Iglesia.

El conde de Floridablanca, que era ministro de Carlos III, en su famoso “Informe reservado” del año 1787 se quejaba de los perjuicios principales que provoca la propiedad de la tierra de la iglesia. Así dice:

“El principal problema es que estos bienes de la iglesia no pagan impuestos. Pero también hay otros dos problemas como es la recarga que sufren los demás vasallos y quedar estos bienes expuestos a deteriorarse y perderse luego que los poseedores no puedan cultivarlos o sean desaplicados o pobres, como se experimenta y ve con dolor en todas partes, pues no hay tierras, casas ni bienes raíces más abandonados y destruidos que los de capellanías(4) y otras fundaciones perpetuas, con perjuicio imponderable del Estado”.

Una de las propuestas que hicieron los ilustrados, especialmente Pablo de Olavide y Gaspar Melchor de Jovellanos, fue poner en venta los bienes llamados baldíos. Se trataba de tierras incultas y despobladas que pertenecían a los Ayuntamientos y que se solían destinar a pastos para el ganado.

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Para Olavide la protección que se había dado hasta entonces a la ganadería era una de las causas del atraso agrario, por lo que propugnaba que todas las tierras deben producir y por eso los baldíos debían venderse en primer lugar a los ricos, porque disponen de medios para cultivarlas, aunque una parte debía reservarse a los campesinos que tuvieran dos pares de bueyes.

Se constituiría con el dinero obtenido una Caja provincial que serviría para la construcción de obras públicas. De esta forma se conseguirían “vecinos útiles, arraigados y contribuyentes, logrando al mismo tiempo la extensión de la labranza, el aumento de la población y la abundancia de los frutos”.

La propuesta de Jovellanos respecto de los bienes de los municipios era mucho más radical, ya que a diferencia de Olavide, que solo proponía la venta de los baldíos respetando con ello la parte más importante de los recursos de los Ayuntamientos, también incluía en la privatización las tierras concejiles, por lo que se incluía los bienes propios, que eran las tierras que procuraban más rentas a las arcas municipales.

Jovellanos era partidario ferviente del liberalismo económico y decía: “el oficio de las leyes… no debe ser excitar ni dirigir, sino solamente proteger el interés de sus agentes, naturalmente activo y bien dirigido a su objeto”.

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Defendió la venta libre y absoluta de estos bienes, sin hacer distinciones entre los posibles compradores, porque para Jovellanos: “la liberación de baldíos y tierras concejiles es un bien en sí mismo, pues al dejar de estar tales tierras amortizadas, pasan a depender del interés individual y pueden ser inmediatamente puestas en cultivo”.

Los ilustrados no defendieron la desamortización de las tierras de la iglesia, sino que propugnaron que se limitara la adquisición de más tierras por parte de las instituciones eclesiásticas, aunque esta propuesta tan moderada fue rechazada por la Iglesia y también por la mayoría de los miembros del Consejo Real cuando se sometió a votación en junio del año 1766.

Los dos folletos donde se argumentaba la propuesta fueron incluidos en el Índice de libros prohibidos de la Inquisición:

  • “El Tratado de la regalía de Amortización” de Pedro de Campomanes, que fue publicado en el año 1765.
  •  “El Informe sobre la ley agraria” de Jovellanos, publicado en el año 1795.

La moderación del reformismo ilustrado se pone muy claramente de manifiesto cuando solo defiendan la limitación o paralización en el futuro de la amortización eclesiástica y la resistencia de la Iglesia a hacer concesiones en el terreno económico.

Carlos III

Las tímidas medidas desamortizadoras acordadas durante el reinado de Carlos III hay que situarlas en el contexto de los motines que tuvieron lugar en la primavera del año 1766 y que son conocidos con el nombre del motín de Esquilache.

La medida más importante fue una iniciativa del corregidor intendente de Badajoz que para aplacar la revuelta ordenó entregar en arrendamiento las tierras municipales a los “vecinos más necesitados, atendiendo en primer lugar a los senareros(5) y braceros que por sí o a jornal puedan labrarlas, y después de ellos a los que tengan una canga de burros, y labradores de una yunta, y por este orden a los de dos yuntas(6) con preferencia a los de tres, y así respectivamente”.

El conde de Aranda, recién nombrado ministro por Carlos III, extendió la medida a toda Extremadura mediante la Real Provisión del dos de mayo del año 1766. A partir del año 1767 se extendió a todo el Reino. Esta medida fue desarrollada por una Orden Real a lo largo del año 1768, donde se explicaba que la medida estaba destinada a atender a los jornaleros y campesinos más pobres, pues buscaba el común beneficio.

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Sin embargo, esta medida que no era una desamortización, porque las tierras eran arrendadas y seguían siendo propiedad de los municipios, estuvo vigente apenas tres años, pues fue derogada el veintiséis de mayo del año 1770.

Se justifica diciendo: “los inconvenientes que se han seguido en la práctica de las diferentes provisiones expedidas anteriormente sobre repartimiento de tierras”. Se dice esto como consecuencia de que muchos jornaleros y campesinos pobres que habían recibido lotes de tierras, no las habían podido cultivar adecuadamente, dejando de pagar los censos, porque carecían de los medios necesarios para ello, ya que las concesiones no fueron acompañadas de créditos que les permitieran adquirirlos.

Las tierras de los municipios pasaron a manos de las oligarquías de los municipios. Eran los mismos que habían criticado abiertamente las primeras medidas, porque estimaban que los braceros carecían de medios para poner en plena explotación las tierras que se les entregasen.

Para Francisco Tomás y Valiente, los políticos de Carlos III “actuaron movidos más por razones económicas que por otras de índole social, que o no aparecen en sus planes y en los preceptos legales, o cuando surgieron en éstos se vieron sofocadas en primer lugar por la falta de medios adecuados para su aplicación real, y en segundo término, por la resistencia que la plutocracia provinciana opuso a cualquier reforma social… con todo… las medidas desamortizadoras de Carlos III e incluso los correlativos planes de quienes entonces se ocuparon de esta cuestión poseen en común una característica importante y positiva: su conexión con un más amplio plan de reforma o regulación de la economía agraria”.

La desamortización de Godoy

Carlos IV obtuvo permiso de la Santa Sede, en el año 1798, para expropiar los bienes de los jesuitas y de obras pías (7) que, en conjunto, venían a ser una sexta parte de los bienes eclesiásticos. Se desamortizaron bienes de los jesuitas, sus hospitales, hospicios, Casas de Misericordia y de Colegios mayores universitarios e incluía también bienes no explotados de particulares.

Tomás y Valiente dice que con la desamortización de Godoy se da un giro decisivo al vincular la desamortización a los problemas de la Deuda Pública, a diferencia de lo ocurrido con las medidas desamortizadoras de Carlos III que buscaban, aunque de forma muy limitada, la reforma de la economía agraria.

Las desamortizaciones liberales del siglo XIX seguirán el planteamiento de la desamortización de Godoy y no el de las medidas de Carlos III.

LAS DESAMORTIZACIONES LIBERALES

José Bonaparte decretó, el dieciocho de agosto del año 1809, la supresión de todas las Órdenes regulares, monacales, mendicantes y clericales. Sus bienes pasarían automáticamente a propiedad de la nación.

Muchas instituciones religiosas quedaron de esta forma disueltas de hecho. La guerra de la Independencia produjo con frecuencia idénticos efectos en muchos conventos y monasterios.

José Bonaparte realizó también una pequeña desamortización que no implicó la supresión de la propiedad, sino la confiscación de sus rentas para el avituallamiento y gastos de guerra de las tropas francesas, de forma que se devolvieron en el año 1814.

Las Cortes de Cádiz

Los diputados de las Cortes de Cádiz reconocieron después de un intenso debate que tuvo lugar en marzo del año 1811, la enorme deuda acumulada en forma de Vales Reales producido durante el reinado de Carlos IV y que el Secretario de Hacienda interino, José Canga Argüelles calculó en unos 7.000 millones de reales.

Tras rechazar que los vales reales solo fueran reconocidos por su valor en el mercado, muy por debajo de su valor nominal, lo que significaba la ruina de sus detentadores y la imposibilidad de obtener nuevos créditos.

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José Argüelles presentó una Memoria Económica que proponía desamortizar determinados bienes que estuviesen en las llamadas manos muertas para que se pusiesen a la venta, siendo esta propuesta aprobada.

Se realizaron las subastas por el importe de los dos tercios del precio que había de pagarse mediante “títulos de la deuda nacional”, lo que incluía los vales reales de Carlos IV y los nuevos “billetes de crédito liquidados” que se habían emitido desde el año 1808 para sufragar los gastos de la guerra de la Independencia.

El dinero en efectivo obtenido en las subastas también se dedicaría al pago de los intereses y de los capitales de la Deuda del Estado.

La propuesta de Argüelles quedó realizada en el Decreto, de trece de septiembre, y por la cual se consideraban bienes nacionales a las propiedades que iban a ser incautadas por el Estado para venderlas en pública subasta.

Se trataba de los bienes confiscados o por confiscar a Manuel Godoy, a sus partidarios y a los denominados afrancesados. Además, los bienes de las Ordenes militares de San Juan de Jerusalén, Santiago, Alcántara, Calatrava y Montesa. Fueron vendidos los conventos y monasterios suprimidos o destruidos durante la guerra, las fincas de la Corona, salvo los Reales Sitios destinados a servicio y recreo del rey y la mitad de los baldíos y realengos (8) de los municipios.

Tomás y Valiente valora que “este decreto de 13 de septiembre de 1813, que en cierto modo constituye la primera norma legal general desamortizadora del siglo XIX, apenas pudo aplicarse debido al inmediato retorno de Fernando VII y del Estado absolutista. Pero junto con la Memoria de Canga Argüelles encierra todos los principios y mecanismos jurídicos de la posterior legislación desamortizadora”.

Para alcanzar estos tres fines a la vez se dividirían los bienes a desamortizar en dos mitades. La primera estaría vinculada al pago de la Deuda Nacional, por lo que serían vendidas en pública subasta, admitiéndose el pago por todo su valor en títulos de créditos pendientes desde el año 1808 o subsidiariamente en vales reales.

La segunda mitad se repartiría en lotes de tierras gratuitas en favor de los que hubiesen prestado servicios en la guerra y a los vecinos sin tierras, aunque estos últimos debían pagar un canon y si dejaban de hacerlo, perdían el lote asignado definitivamente, lo que invalidaba en gran parte la finalidad social proclamada en el Decreto.

Esto daba la razón a aquellos diputados como José María Calatrava y Vicente Terrero que se habían opuesto al Decreto, especialmente a la venta de los bienes de propios, patrimonio sobre el que descansa el gobierno económico y la política rural de los pueblos.

Terrero afirmó durante uno de los debates:

“Me opongo a la venta de propios y baldíos…¿para quién será el fruto de semejantes ventas? Acabo de oírlo: para tres o cuatro poderosos, que con harto poco estipendio engrasarían con perjuicio común sus propios intereses”.

El Trienio Liberal

Los gobiernos liberales del Trienio tuvieron que hacer frente de nuevo al problema de la deuda que durante el sexenio absolutista, entre los años 1814 y 1820 no se había resuelto.

Las nuevas Cortes revalidaron el Decreto de las Cortes de Cádiz, del trece de septiembre del año 1813, mediante un nuevo Decreto del nueve de agosto del año 1820 que añadió a los bienes a desamortizar las propiedades de la Inquisición recién extinguida.

La diferencia del Decreto del año 1820 sobre el del año 1813 era, que en el pago de los remates de las subastas no se admitiría dinero en efectivo sino solo por medio de vales reales y otros títulos de crédito público, y por su valor nominal a pesar de que su valor en el mercado era muy inferior. Tomás y Valiente lo consideró como el Decreto más radical de los que vinculaban desamortización con Deuda Pública.

A causa del bajísimo valor de mercado de los títulos de la deuda respecto de su valor nominal, el desembolso efectivo realizado por los compradores fue muy inferior al importe del precio de tasación. Sirva como ejemplo, que en alguna ocasión no pasó del 15 % de este valor. Ante tales ventas escandalosas, hubo diputados, en el año 1823, que propusieron su suspensión y la entrega de los bienes en propiedad a los arrendatarios de los mismos.

Uno de estos diputados declaró: “que por defecto de la enajenación, las fincas han pasado a manos de ricos capitalistas, y éstos, inmediatamente que han tomado posesión de ellas, han hecho un nuevo arriendo, generalmente aumentando la renta al pobre labrador, amenazándole con el despojo en el caso de que no la pague puntualmente”. No obstante de aquellos resultados y estas críticas, el proceso desamortizador siguió adelante, sin modificar su planteamiento.

Por una Orden, de ocho de noviembre del año 1820, que sería sustituida por un Decreto de veintinueve de junio del año 1822, las Cortes del Trienio también restablecieron el Decreto, del cuatro de enero del año 1813 de las Cortes de Cádiz, sobre la venta de baldíos y bienes de propios de los municipios.

La desamortización eclesiástica, a diferencia de las Cortes de Cádiz que no legisló nada al respecto, sí fue abordada por las Cortes del Trienio en relación con los bienes del clero regular.

El Decreto, del uno de octubre del año 1820. suprimió: “todos los monasterios de las Órdenes Monacales, los canónigos regulares de San Benito, de la congregación claustral tarraconense y cesaraugustana, los de San Agustín y los premonstratenses, los conventos y colegios de las Órdenes Militares de Santiago, Calatrava, Montesa y Alcántara, de la Orden de San Juan de Jerusalén, los de la de San Juan de Dios y los betlemitas, y todos los demás hospitales de cualquier clase”.

Sus bienes muebles e inmuebles quedaron sujetos al crédito público, por lo que fueron declarados bienes nacionales sujetos a su inmediata desamortización. Unos días después, por la Ley del once de octubre del año 1820, se prohibía adquirir bienes inmuebles a todo tipo de las denominadas “manos muertas” con lo que se hacía realidad la medida propugnada por los ilustrados del siglo XVIII, como Campomanes o Jovellanos.

Desamortización de Mendizábal

Durante la primera guerra carlista, que enfrentó a los partidarios de la reina Isabel II con los defensores de Carlos María Isidro como aspirante al trono español, Mendizábal debía encontrar recursos financieros para hacer frente a los gastos de la contienda.

El ministro decide aplicar y desarrollar un plan que había sido diseñado con anterioridad por el conde de Toreno: expropiar y vender los bienes eclesiásticos, tanto de órdenes regulares como seculares.

El gobierno presidido por el conde de Toreno aprobó la Real Orden de Exclaustración Eclesiástica, del veinticinco de julio del año 1835 por la que se suprimían todos los conventos en los que no hubiera al menos doce religiosos profesos. Tras la dimisión del conde de Toreno, Mendizábal pasó a ser presidente del Consejo de Ministros. Inmediatamente decretó, el once septiembre del año 1835, la supresión de todos los monasterios de órdenes monacales y militares. Los siguientes Decretos serían:

  • Desarrollo del Decreto del once de octubre del año 1835.
  • El diecinueve de febrero del año 1836 se decretó la venta de los bienes inmuebles de esos monasterios.
  • Se amplió, el ocho de marzo del año 1836, la supresión a todos los monasterios y congregaciones de varones.
  • El Reglamento, del veinticuatro de marzo del año 1836, especificaba todos los cometidos de las juntas diocesanas encargadas de cerrar los conventos y monasterios y, en general, de todo lo necesario para la aplicación del Decreto del ocho de marzo.

Los pequeños labradores no pudieron entrar en las pujas y las tierras fueron compradas por nobles y burgueses urbanos adinerados, de forma que no pudo crearse una verdadera burguesía o clase media en España que sacase al país de su marasmo.

Los terrenos desamortizados por el gobierno fueron únicamente los pertenecientes al clero regular. Por esto, la Iglesia tomó la decisión de excomulgar tanto a los expropiadores como a los compradores de las tierras, lo que hizo que muchos no se decidieran a comprar directamente las tierras y lo hicieron a través de intermediarios o testaferros.

No podemos entender este proceso sin la Real Orden, de diecinueve de octubre de 1836, que dice:

Conformándose S.M…. se ha servido resolver, que el término para los plazos de pago de las cuatro quintas partes del importe en subasta de las fincas Nacionales que se enajenan, principie a contarse desde el día en que satisfecha la primera quinta parte, se le de posesión de ellas, extendiéndose con la misma fecha las obligaciones que deben firmar los compradores, a fin de evitar que éstos hagan suyos simultáneamente en el intermedio desde la toma de posesión hasta el día de la fecha de las obligaciones, los rendimientos de las fincas y los intereses del papel… y que sirva de rectificación a lo dispuesto por el artículo 14 de…”.

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La desamortización tuvo tres objetivos:

  • El objetivo principal fue financiero. Buscar ingresos para pagar la Deuda Pública del Estado, además de conseguir fondos para financiar la guerra carlista.
  • Había también un objetivo político: ampliar la base social del liberalismo con los compradores de bienes desamortizados. Además, buena parte del clero regular apoyaba a los carlistas.
  • Finalmente, se planteó de forma muy tímida un objetivo social: crear una clase media agraria de campesinos propietarios.

Los resultados no fueron todo lo positivos que se podría haber esperado:

  • No solucionó el grave problema de la Deuda Pública.
  • En el terreno político, el liberalismo ganó adeptos, pero también se creó una serie de enemigos que perduró largo tiempo entre el liberalismo y el cristianismo católico.
  • En el terreno social, la mayor parte de los bienes desamortizados fueron comprados por nobles y burgueses urbanos adinerados. Los campesinos pobres no pudieron pujar en las subastas.
  • La desamortización no sirvió para mitigar la desigualdad social, de hecho, muchos campesinos pobres vieron como los nuevos propietarios burgueses subieron los alquileres.

Los resultados de la desamortización explican por qué la nobleza, en general, apoyó al liberalismo, y por qué muchos campesinos se hicieron antiliberales (carlistas) al verse perjudicados por las reformas.

La Iglesia vio desmanteladas las bases económicas de su poder. A cambio de la expropiación, el Estado se comprometió a subvencionar económicamente al clero. El primer ejemplo presupuestario fue la Dotación de Culto y Clero del año 1841.

Mendizábal expresó con toda claridad que su objetivo primordial estribaba en extinguir el mayor número posible de títulos de la deuda y en ello puso todo su afán. No creemos que sea correcto calificar de fracaso el planteamiento de Mendizábal que era restablecer el crédito público, porque no persiguió otros fines o porque la deuda no sólo no se redujo sino que fue aumentando en años posteriores como resultado de la gestión de los gobiernos que le sucedieron.

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No se puede atribuir a Mendizábal esa responsabilidad, ni mucho menos considerarle el responsable material del estado de bancarrota en que se encontraba la Bolsa de Madrid a fines del año 1836.

La Desamortización de Espartero

El dos de septiembre del año 1841 el recién nombrado Regente del Reino, Baldomero Espartero, impuso la desamortización de bienes del clero secular, proyecto que elaboró Pedro Surra Rull. Esta ley durará escasamente tres años y al hundirse el partido progresista, la ley fue derogada.

En el año 1845, bajo la llamada Década Moderada, el Gobierno intentó restablecer las relaciones con la Iglesia, lo que lleva a la firma del Concordato del año 1851.

La Desamortización de Madoz

Durante el bienio progresista que coincidió con el gobierno de los generales Espartero y O’Donnell, el ministro de Hacienda, Pascual Madoz realiza una nueva desamortización en el año 1855 que fue ejecutada con mayor control que la realizada por Mendizábal.

Se publicaba en La Gaceta de Madrid, el tres de mayo del año 1855 y el tres de junio la Instrucción para desarrollarla y llevarla a la práctica.

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Se declaraban en venta todas las propiedades principalmente comunales del ayuntamiento, del Estado, del clero, de las cinco Órdenes Militares, cofradías, obras pías, santuarios, del ex infante Don Carlos, de los propios y comunes de los pueblos, de la beneficencia y de la instrucción pública, con las excepciones de las Escuelas Pías y los hospitalarios de San Juan de Dios, dedicados a la enseñanza y atención médica respectivamente, puesto que con estas actividades se reducían el gasto del Estado en estos ámbitos. Igualmente se permitía la desamortización de los censos pertenecientes a las mismas organizaciones.

Fue ésta la desamortización que alcanzó un mayor volumen de ventas y tuvo una importancia superior a todas las anteriores. Sin embargo, los historiadores se han ocupado tradicionalmente mucho más de la de Mendizábal, cuya importancia reside en su duración, el gran volumen de bienes movilizados y las grandes repercusiones que tuvo en la sociedad española.

Tras haber sido motivo de enfrentamiento entre conservadores y liberales, llegó un momento en que todos los partidos políticos reconocieron la necesidad de rescatar aquellos bienes inactivos, a fin de incorporarlos al mayor desarrollo económico del país.

Se habían vendido en total 198.523 fincas rústicas y 27.442 urbanas en el año 1867. El Estado ingresó 7.856.000.000 de reales entre los años 1855 y 1895, casi el doble de lo obtenido con la desamortización de Mendizábal.

Este dinero se dedicó fundamentalmente a cubrir el déficit del presupuesto del Estado, amortización de deuda pública y obras públicas, reservándose treinta millones de reales anuales para la reedificación y reparación de las iglesias de España.

La ley Madoz del año 1855 supone la fusión de las normas desvinculadoras, tanto en el campo de la desamortización civil como en el religioso y representa la última disposición que va a regir y mantener en vigor, a lo largo del siglo XIX, estas políticas expropiadoras.

Se calcula que de todo lo desamortizado en su conjunto, el 35% pertenecía a la iglesia, el 15% a beneficencia y un 50% a las propiedades municipales, fundamentalmente de los pueblos.

Afectó esencialmente a las tierras de los municipios y supuso la liquidación definitiva de la propiedad amortizada en España.

Sus resultados tampoco fueron muy positivos:

  • Empobreció a los Ayuntamientos, que, entre otras cosas, estaban al cargo de la instrucción pública.
  • No solucionó el sempiterno problema de la Deuda Pública.
  • Perjudicó a los vecinos más pobres que se vieron privados del aprovechamiento libre de las tierras comunales.

El Estatuto Municipal de José Calvo Sotelo del año 1924, bajo la dictadura del general Primo de Rivera derogó definitivamente las leyes sobre desamortización de los bienes de los pueblos y con ello la desamortización de Madoz.

La ley General de Desamortización del uno de mayo de 1855, conocida como la Ley Madoz, decía:

“Se declaran en estado de venta, con arreglo a las prescripciones de la presente ley, y sin perjuicio de cargas y servidumbres a que legítimamente estén sujetos, todos los predios rústicos y urbanos, censos y foros pertenecientes al Estado, al clero, a las órdenes militares de Santiago, Alcántara, Montesa y San Juan de Jerusalén, a cofradías, obras pías y santuarios, al secuestro del ex infante Don Carlos, a los propios y comunes de los pueblos, a la beneficencia, a la instrucción pública. Y cualesquiera otros pertenecientes a manos muertas, ya estén o no mandados vender por leyes anteriores”.

Consecuencias sociales de la desamortización

Pese a sus insuficiencias y errores, las desamortizaciones de Mendizábal y Madoz cambiaron de forma radical la situación del campo español. Baste con señalar que afectaron a una quinta parte del conjunto del suelo. Lamentablemente, el atraso técnico y el desigual reparto de la propiedad de la tierra siguieron siendo problemas clave de la sociedad y de la economía española.

Tomás y Valiente considera: “Personalmente, creo que la desamortización eclesiástica era necesaria por razones económicas y sociales, y, por lo tanto, justa”.

Si seguimos los trabajos de Richard Herr, veremos como si dividimos España en una zona sur con predominio del latifundismo y una franja norte en la cual existe una mayoría de explotaciones medias y pequeñas, podemos extraer, que el resultado de la desamortización fue concentrar la propiedad en cada región en proporción al tamaño existente previamente, por lo que no se produjo un cambio radical en la estructura de la propiedad.

Las parcelas pequeñas que se subastaron fueron compradas por los habitantes de localidades próximas, mientras que las de mayor tamaño las adquirieron personas más ricas que vivían generalmente en ciudades a mayor distancia de la propiedad.

En la zona sur del país, de predominio latifundista, no existían pequeños agricultores que tuvieran recursos económicos suficientes para pujar en las subastas de grandes propiedades, con lo cual se reforzó el latifundismo. Sin embargo, esto no ocurrió en términos generales en la franja norte del país.

Otra cuestión diferente es la privatización de los bienes comunales que pertenecían a los municipios. Muchos campesinos se vieron afectados al verse privados de unos recursos que contribuían a su subsistencia pues empleaban los terrenos comunales para la obtención de la leña para calentar sus casas y el uso de los pastos comunales para sus ganados, etc. por lo cual se acentuó la tendencia emigratoria de la población rural, que se dirigió a zonas industrializadas del país o a América. Este fenómeno migratorio alcanzó niveles muy altos a finales del siglo XIX y principios del XX.

Otra de las consecuencias sociales fue la exclaustración de miles de religiosos que fue iniciada por el gobierno del conde de Toreno que aprobó la Real Orden de Exclaustración Eclesiástica, del veinticinco de julio del año 1835, por la que se suprimían todos los conventos en los que no hubiera al menos doce religiosos profesos. Bajo el gobierno presidido por Mendizábal se precisó por Real Orden del once de octubre de 1835 que sólo subsistirían ocho monasterios en toda España.

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Finalmente, el ocho de marzo del año 1836, se publica el Decreto que suprimía todos los conventos de religiosos con las excepciones de las órdenes de los escolapios y los hospitalarios. Se publica, el veintinueve de julio del año 1837, un nuevo Decreto que suprime los conventos femeninos con la excepción de las Hermanas de la Caridad.

Así relató A. Fernández de los Ríos veinte años después la exclaustración, que fue dirigida en Madrid por Salustiano de Olózaga:

“La operación se hizo con suma facilidad: la mayor parte de los frailes estaban provistos de vestidos profanos, y pocos pidieron compañía para salir de los conventos, de los cuales se marcharon con la presteza de quien anticipadamente tuviera dispuesta y organizada la mudanza. A las once de la mañana, todos los alcaldes habían dado parte de haber cumplido el primer extremo de su misión, el de desocupar los conventos: Don Manuel Cantero, que ejercía las funciones de alcalde, era el único de quien nada se sabía.

 Olózaga le escribió estas líneas:”Todos han dado ya parte de haber despachado menos usted”. Cantero contesto: “Los demás solo han tenido que vestirlos; yo tengo que afeitarlos”. Cantero tenía razón: en su distrito había ciento y tantos capuchinos de la Paciencia”.

Julio Caro Baroja se fija en la figura del viejo fraile exclaustrado pues, a diferencia del joven que trabajó donde pudo o se sumó a las filas carlistas o la de los milicianos nacionales, pero estos frailes vivieron “soportando su miseria, escuálido, enlevitado, dando clases de latín en los colegios, o realizando otros trabajillos mal pagados”.

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Como nos indica Caro Baroja, además de las económicas, la supresión de las órdenes religiosas, tuvo unas “consecuencias enormes en la historia social de España”. Caro Baroja cita al liberal progresista Fermín Caballero quien en el año 1837, poco después de la exclaustración, escribió lo siguiente:

“La extinción total de las órdenes religiosas es el paso más gigantesco que hemos dado en la época presente; es el verdadero acto de reforma y de revolución. A la generación actual le sorprende no hallar por parte alguna las capillas y hábitos que viera desde la niñez, de tan variadas formas y matices como eran multiplicados los nombres de benitos, gerónimos, mostenses, basilios, franciscos, capuchinos, gilitos, etc., ¡pero no admirarán menos nuestros sucesores la transformación, cuando tradicionalmente solo por los libros sepan lo que eran los frailes y cómo acabaron, y cuando para enterarse de sus trajes tengan que acudir a las estampas o a los museos! ¡Entonces sí que ofrecerán novedad e interés en las tablas El diablo predicador, La fuerza del sino y otras composiciones dramáticas en que median frailes!”.

Estos cambios sociales debidos a la desamortización se dejan notar en el cambio del aspecto exterior de las ciudades. Por ejemplo, Madrid gracias a Salustiano de Olózaga, que era el gobernador de la capital, mandó derribar diecisiete conventos, dejando de estar “ahogada por una cadena de conventos”.

LA ECONOMÍA

Las principales consecuencias económicas fueron:

  • Saneamiento de la Hacienda Pública, que ingresó más de 14. 000 millones de reales procedentes de las subastas.
  • Se produjo un aumento de la superficie cultivada y de la productividad agrícola; asimismo se mejoraron y especializaron los cultivos gracias a nuevas inversiones de los propietarios.
  • Se extendió considerablemente el olivar y la vid en Andalucía. Todo ello sin embargo influyó negativamente en el aumento de la deforestación.
  • La mayoría de los pueblos sufrieron un revés económico que afectó negativamente a la economía de subsistencia, pues las tierras comunales que eran utilizadas fundamentalmente para pastos pasaron a manos privadas.
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DESASTRE CULTURAL

Muchos cuadros y libros de monasterios fueron vendidos a precios bajos y acabaron en otros países, aunque gran parte de los libros fueron a engrosar los fondos de las bibliotecas públicas o universidades.

Muchos fueron a parar a manos de particulares, que sin tener noción del valor real de los mismos, se perdieron para siempre.

Quedaron abandonados numerosos edificios de interés artístico, como iglesias y monasterios, con la subsecuente ruina de los mismos, pero otros en cambio se transformaron en edificios públicos y fueron conservados para museos u otras instituciones

Consecuencias Políticas

Uno de los objetivos de la desamortización fue permitir la consolidación del régimen liberal y que todos aquellos que compraran tierras formaran una nueva clase de pequeños y medianos propietarios adeptos al régimen.

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Sin embargo, no se consiguió este objetivo, al adquirir la mayor parte de las tierras desamortizadas, particularmente en el sur de España, los grandes propietarios, como ya se ha comentado.

La mitad de las tierras que se vendían habían formado parte del comunal, las tierras comunes a los campesinos y gente rural. Las zonas rurales aún hoy suponen el 90 % del territorio de España. Las tierras comunales completaban la precaria economía de los campesinos, ya que suponían recolección de frutos o pasto y eran mantenidas y gestionadas por toda la comunidad.

Su desamortización significaba la destrucción de sistemas de vida y organizaciones populares de autogestión centenarias.

AFECCIONES AL MEDIO AMBIENTE

La desamortización supuso el paso a manos privadas de millones de hectáreas de montes, que acabaron siendo talados y roturados, causando un inmenso daño al patrimonio natural español, lo cual aún hoy es perceptible. En efecto, el coste de las reforestaciones, en curso desde hace setenta años, supera en mucho a lo que entonces se obtuviera de las ventas.

Las desamortizaciones del siglo XIX fueron seguramente la mayor catástrofe ecológica sufrida por la Península Ibérica durante los últimos siglos, particularmente la llamada desamortización de Madoz. Enormes extensiones de bosques de titularidad pública fueron privatizadas en esta desamortización.

Las clases poderosas compraron las tierras, en su mayor parte, pagaron las tierras haciendo carbón vegetal del bosque mediterráneo adquirido. Así esquilmaron todos los recursos de esos montes inmediatamente después de adquirirlos, y buena parte de la deforestación ibérica se originó en esa época, causando la extinción de gran número de especies vegetales y animales en esas regiones.

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Las ciudades

La desamortización de los conventos contribuyó a la modernización de las ciudades en el aspecto urbanístico. Se pasó de la ciudad conventual, con grandes edificios religiosos, a la ciudad burguesa, con construcciones de más altura, ensanches y nuevos espacios públicos.

Los antiguos conventos se transformaron en edificios públicos, museos, hospitales, oficinas, cuarteles, otros se derribaron para ensanches y nuevas calles y plazas, y algunos se convirtieron en parroquias o tras subasta pasaron a manos privadas.


BIBLIOGRAFIA

Caro Baroja, Julio. “Historia del anticlericalismo español”. 2008. Caro Raggio. Madrid.
Giménez López, Enrique (1996). “El fin del Antiguo Régimen. El reinado de Carlos IV”. 1996. Historia 16-Temas de Hoy. Madrid.
Tomás y Valiente, Francisco. “El marco político de la desamortización en España”. 1972. Ariel. Barcelona.
Martín Martín, Teodoro. “La desamortización Textos político-jurídicos”. 1973. Editorial Narcea. Madrid.


NOTAS

(1) Es un término jurídico procedente del latín ab intestato (sin testamento), que se refiere al procedimiento judicial sobre la herencia y la adjudicación de los bienes del que muere sin testar o con un testamento nulo, pasando entonces la herencia, por ministerio de la ley, a los parientes más próximos.
(2) Se denomina bien baldío o terreno baldío al terreno urbano o rural sin edificar o cultivar que forma parte de los bienes del Estado porque se encuentra dentro de los límites territoriales y carece de otro dueño.
(3) El vale real fue un título de deuda pública de la Monarquía de España creado en el año 1780 bajo el reinado de Carlos III y con valor de papel moneda, aunque no de curso forzoso, para hacer frente al grave déficit de la Real Hacienda provocado por la intervención de España en favor de los colonos rebeldes durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos.
(4) La capellanía o beneficio eclesiástico es una «institución hecha con autoridad de Juez Ordinario y fundación de rentas competente con obligación de Misas y algunas con asistencia a la Horas Canónicas. Las hay colativas, perpetuas y otras ad nutum amovibles.
(5) Senareros son los que cultivaban una “senara”: un pedazo de tierra pequeño que le cedía el dueño de la tierra a su capataz o a sus jornaleros para que la cultivaran en provecho propio. Casi siempre se consideraba como una parte del pago del jornal.
(6) Pareja de bueyes, mulas o cualquier otro animal que trabajan unidos, por medio de un yugo, con el fin de realizar labores en el campo.
(7) Las obras pías eran fundaciones que implicaban la donación de un capital, destinado a apoyar a los sectores desprotegidos de la sociedad, como huérfanos, viudas, doncellas sin dote y pobres.
(8) Realengo es la calificación jurisdiccional que tienen los lugares dependientes directamente del rey, es decir, cuyo señor jurisdiccional es el mismo rey. Se utiliza como término opuesto a señorío. Es propia del Antiguo Régimen en España, pero similar a la situación del resto de Europa Occidental.

Los católicos y la política en la Europa de finales del XIX

León XIII

Autor: EDUARDO MONTAGUT

Fuente: Nueva Tribuna, 18/07/2020

El catolicismo tuvo un evidente protagonismo en todos los movimientos contrarrevolucionarios, de signo legitimista (el carlismo en España, por ejemplo) o muy conservador en la época revolucionaria. Su gran formulación sería el ultramontanismo con un fuerte carácter integrista frente a los modernos Estados. Roma no aceptaba la nueva situación política generada por el triunfo del liberalismo, el avance del laicismo, ni por la creciente secularización de la sociedad ni, por supuesto, por un cada vez más extendido anticlericalismo.

El ultramontanismo se fomentó con el papa Pío IX. El Vaticano perseguía con esta idea liberar al Papado de la dependencia de los poderes civiles y dar más libertad de acción a la Iglesia, especialmente, cuando se consideró como prisionero en Roma, ya que la recién creada Italia le había despojado de los Estados Pontificios.

Pero cuando León XIII fue elegido papa se introdujeron cambios importantes en la forma en la que los católicos debían afrontar la vida política, superando, al menos, la hostilidad beligerante del pasado. En Alemania se produjo el conflicto del Kulturkampf, provocando un fenómeno que tendría fuertes influencias en el resto de Europa, la creación de un partido político específicamente confesional, el Zentrum católico, y que tuvo un enorme peso como oposición política en Alemania a partir de la década de los años setenta hasta el final de la República de Weimar.

El Zentrum defendía el catolicismo, los católicos y los estados alemanes con fuerte presencia de esta confesión, como Baviera o determinadas zonas del Rhin. Unía esa defensa, junto con la libertad religiosa, con una evidente preocupación social frente al poder prusiano, vertebrador del nuevo Reich. Aunque, por lo otro lado, sería un partido gobernado por la aristocracia y la alta burguesía católicas.

En Francia, la intensa política secularizadora iniciada en la década de los años ochenta, coincidiendo con la estabilización definitiva de una República, la Tercera, nacida con muy poco vigor republicano de las cenizas de Sedán y la Comuna, provocó un evidente enfrentamiento con la Iglesia Católica. Pero el papa León XIII optó por una política conciliadora en los inicios de la siguiente década. En 1892 se publicó la encíclica Au milier des sollicitudes que establecía que la Iglesia no estaba vinculada a ninguna forma de gobierno y que, por lo tanto, aceptar la República no implicaba aceptar la legislación secularizadora de la misma.

En ese momento nacería lo que se ha llamado el “catolicismo institucional”, o “derecha constitucional”, así como sus integrantes los “rallies”. Este grupo de católicos impulsados por la decisión papal deciden influir en la Tercera República en un sentido religioso tanto en lo político como en lo social. La gran figura de este grupo fue el conde Albert Marie de Mun (1841-1914), que había comenzado su carrera política en posturas muy extremas, pero que fue moderando. Interesa destacar cómo al calor de la RerumNovarum (1891), Mun y el catolicismo institucional defendieron las reformas sociales que se plantearon en la época, junto con el socialismo independiente de Aristide Briand.

En el caso español habría que citar a Alejandro Pidal y Mon (1846-1913) y su Unión Católica, fundada en 1881. Pidal pretendía buscar la unidad de los católicos que deseaban participar en el sistema político de la Restauración, aunque unos años antes criticara su establecimiento y su inductor, Antonio Cánovas del Castillo, por demasiado revolucionario. Pero Pidal no era un integrista como los Nocedal, y prefirió optar por una especie de posibilismo para influir siempre a favor de la Iglesia y de la moral católica en todos los debates legislativos que afectaran a ambas, como la confesionalidad del Estado, o contra el matrimonio civil, entre otras cuestiones. En 1883, el papa León XIII le instó a que participara intensamente en la política española, aunque no creando un partido sino apoyando al que considerara más afín. Debemos recordar que la Unión Católica no era un partido sino una asociación que en cada diócesis presidía el obispo correspondiente. Esta entrevista en Roma, junto una anterior con Alfonso XII, le animan a aceptar el puesto de ministro de Fomento, una cartera muy importante, con competencias educativas, en un gobierno del anteriormente denostado Cánovas, integrándose en el Partido Conservador. Posteriormente, tendría otras responsabilidades en el sistema de la Restauración.

El mundo de Eduardo Toda

Eduardo Toda durante su viaje a Egipto con la expedición Maspero en 1886

Autor: FÈLIX RIERA, 

Fuente: La Vanguardia 20/06/2020

Hay hombres que solo adquieren notoriedad gracias a sus obras y otros que la consiguen al unir sus singulares vidas a estas. Uno de estos hombres notables, vitalistas, curiosos y cultos fue Eduardo Toda i Güell (1855-1941).

Fue vicecónsul de Macao, Hong-Kong, Cantón y Xiang-Hai, China. Luego cónsul en El Cairo, Egipto. Más tarde fue destinado a Glasgow y Helsinki. Luego fue también a Cagliari, en la isla de Cerdeña, Argel, París y Hamburgo. Josep Pla le dedicó un Homenot destacando que “el señor Toda ha contribuido a desprovincianizar el país”.

Hablaba siete idiomas, construyó una de las más variopintas bibliotecas que se conocen, donde uno podía hallar todo tipo de materias, lenguas e intereses; fue el padre de la egiptología española, escritor, columnista, historiador de arte y licenciado en Derecho. Fue un hombre abierto al asombro y al interés por comprender otras culturas; pero que tuvo una fijación o, como advirtió Josep Pla, una obsesión que le acompañó toda su vida: la reconstrucción del monasterio de Poblet. Poblet fue devastado, incendiado por las revueltas anticlericales de 1835 en España.

Diplomático, historiador, escritor, políglota…, de Eduardo Toda dijo Josep Pla que “contribuyó a desprovincianizar el país”

Desde muy joven, Toda se preocupó por el abandono que sufrió Poblet y se propuso su restauración. La obsesión por Poblet fija un aspecto central de su carácter, que se refleja también en sus dos otras obsesiones: China y Egipto. No se trata solo de viajar para ver sino para aprender a mirar todo aquello que le rodea. Una muestra de esta vocación por saber y restaurar el pasado desde el conocimiento lo encontramos en una obra que ahora se ha reeditado y que lleva por título A través del Egipto.

En esta edición los lectores podrán disfrutar de las ilustraciones de José Riudavets que ya acompañaron el texto cuando se publicó en 1889. Se trata de un libro para descubrir un Egipto relatado desde una mirada liberal y abierta que, en muchos aspectos, sigue vivo, como cuando relata las angostas calles de El Cairo. Su mirada sobre Egipto es la de un liberal que lucha contra los prejuicios y contra una visión fantasiosa de la vida.

Toda disfrazado de momia en  el museo de Bulacq,
Toda disfrazado de momia en el museo de Bulacq,

Su capítulo dedicado a la religión musulmana debería ser de obligatoria lectura en las escuelas. En él, describe los ritos acercándose a sus textos sagrados, a su organización religiosa, sin la más mínima carga de prejuicios occidentales. Su lectura ofrece un recorrido que va desde la historia de Egipto hasta su organización social, política, económica, describiendo sus paisajes, ciudades, ruinas y devastaciones.

Actúa como lo haría en Poblet, pero en el caso de Egipto restaurándolo desde la literatura. Un esfuerzo que permite al lector presenciar las grandes edificaciones egipcias, las ruinas de las grandes necrópolis que han sido destruidas, saqueadas o simplemente abandonadas. Todas las reconstruye de forma precisa, técnica y poética.

Sobrepasa el viaje mítico para ofrecer un viaje real de lo antiguo, y su capítulo sobre la religión debería ser de lectura obligatoria

El antiguo Egipto de los faraones reconstruido más allá de las actitudes del expolio colonialista que el país sufrió, para levantar acta de una civilización que Toda no observa como algo muerto sino vivo. El viaje que propone es a través, de un lado a otro, del presente al pasado, pero también del pasado al presente que le tocó vivir.

Ahí reside el interés de su propuesta literaria. Sobrepasa el viaje mítico para ofrecernos un viaje real por lo antiguo. Toda consiguió reconstruir Poblet junto a sus amigos Antoni Gaudí y Josep Ribera. Murió en 1941 y fue enterrado en el monasterio de Poblet.

Louis Pasteur: más allá de la pasteurización

Fuente: Detectives de la Historia 09/02/2019

Louis Pasteur nace en Dole, Francia, en el año 1822, específicamente el 27 de diciembre. En su infancia se acercaba más al arte y las letras, hasta que su padre lo obliga a ir al bachiller, donde al principio se gradúa de letras en 1840 y luego de ciencias en 1842, teniendo irónicamente, notas mediocres en química. Fue admitido en la Escuela Normal Superior de París, estudiando química bajo la dirección de Dumas y Balard, doctorándose en 1847 en física y química.

Desde 1847 a 1853, fue profesor de química en Dijon y posteriormente en Estrasburgo, ahí conoce a Marie Laurent, su esposa, la cual era la hija del rector de la universidad. Tuvo cinco hijos, aunque sólo dos llegaron a la edad adulta, los otros murieron a temprana edad de tifus.

Ya en 1854 es nombrado decano de la Facultad de Ciencias en la Universidad de Lille, pasando luego en 1857 a desempeñarse como director de estudios científicos de la Escuela Normal de París. Por último, desde 1888, hasta su muerte, fue el director del instituto que lleva su nombre en la capital francesa.

Tras varios infartos en el crepúsculo de su vida, con una salud debilitada por una hemiplejía (que padecía desde 1868), falleció en 1895 a los 72 años, en Marnes-la-Coquette, Francia.

La pasteurización y el almacenamiento de alimentos

Pasteur en su estudio e investigación de microbiología, hace el hallazgo de corroborar sobre que las levaduras eran las responsables de la producción de alcohol durante la fermentación y la actuación de algunas bacterias eran las causantes de agriar la cerveza y el vino. Dos bebidas que hoy en día conocemos mu bien.

Así pues, descubre que calentando hasta los 44 grados centígrados soluciones azucaradas, se eliminaban esos microorganismos que dañaban el vino, la cerveza o la leche, de esta manera, crea el proceso que permite almacenar alimentos en un estado seguro, favoreciendo a la industria alimentaria.

El fin de la generación espontánea

Luego de su estudio sobre la fermentación y pasteurización, Pasteur se pregunta sobre si los microorganismos se formaban de manera espontánea o no. Para ello, hace un experimento, donde introduce material nutritivo esterilizado en diversos recipientes, todos ellos sellados para impedir la contaminación. Los resultados demostraron que en los recipientes donde se introducía el aire húmedo, se producía una rápida putrefacción del material orgánico. En cambio, en los que estaban bien sellados, no había alteración del material original.

Así pues, Pasteur concluye que el aire tiene gérmenes y microorganismos varios que se desarrollan en contacto con la materia orgánica en condiciones adecuadas, suponiendo así el fin de la teoría de la generación espontánea.

La teoría germinal de las enfermedades infecciosas

En 1865, el gobierno francés le pide ayuda para resolver la causa de una enfermedad de los gusanos de seda, que habían destruido la industria. Emprende la investigación, y tras 4 años, comprendió los mecanismos de contagio. Donde no era una sola enfermedad, sino dos parásitos que infectaban a los gusanos en su etapa inicial y en las hojas donde se alimentaban.

Diagnosticó que los huevos y hojas infectadas debían ser destruidos y reemplazados por otros nuevos, y sanos. De esta manera, desarrolla su teoría germinal de las enfermedades infecciosas, según explicaba que toda enfermedad infecciosa tiene su causa en un ente vivo microscópico con capacidad para propagarse entre las personas, ideas que chocaban con lo aceptado en su momento, como el desequilibrio de humores y el escepticismo de que algo tan pequeño pueda matar a seres mucho más fuertes.

Las vacunas

Luego de desarrollar su teoría, haría su gran aporte para con la humanidad, las vacunas, que no es más que infectar con microorganismos debilitados a un cuerpo sano, para que desarrolle las defensas ante tal enfermedad y así, protegerse ante futuras infecciones. Este método fue probado con eficacia por primera vez en humanos, con un niño que sufrió mordeduras de un perro con rabia, al ser vacunado y luego de diez días de tratamiento, no desarrolló la enfermedad mortal.

Walt Whitman, la voz libre de América

https://www.laaventuradelahistoria.es/walt-whitman-la-voz-libre-de-america
https://www.laaventuradelahistoria.es/walt-whitman-la-voz-libre-de-america
El poeta Walt Whitman en Washington, hacia 1865.

Fuente: laventuradelahistoria.com 31/05/2019

Todo empezó en marzo de 1842, cuando Ralph Waldo Emerson impartió la conferencia El poeta en Nueva York. Por entonces, Walter Whitman (Walt Whitman) era un redactor de la revista Aurora que acudía a la cita del filósofo con mayor prestigio de Estados Unidos. Emerson comenzó diciendo que el verdadero poeta rompe las cadenas de todos, que representa al hombre completo y la belleza, que ese poeta daba fe de lo que experimentaba y que llevaba a la liberación personal. Pero Emerson aún no lo había encontrado en su país: “Busco en vano a este poeta del que hablo”.

Walt Whitman se quedó tan fascinado que aquellas palabras se quedaron resonando en su interior hasta que, ocho años después, escribió los primeros versos. Llevaba casi una década haciendo acopio de la fuerza y libertad con la que escribiría toda su vida, y decidió que aquel impulso creativo tenía que ver la luz en 1855. Su grito al mundo se llamaba Hojas de hierba, y eran cientos de versos que ocupaban 95 páginas encuadernadas en un verde amarillento. Whitman no olvidaba quién le había inspirado.

El apoyo y la influencia de Ralph W. Emerson fue clave para que "Hojas de hierba" triunfase.
El apoyo y la influencia de Ralph W. Emerson fue clave para que «Hojas de hierba» triunfase.

Acudió a la oficina de correos y envió a Concord (Massachusetts) un paquete con uno de los mil ejemplares que había pagado de su bolsillo. El filósofo de Concord recibió desconcertado un libro anónimo con el retrato de un hombre de barbas y sombrero, los derechos de autor a nombre de un tal Walter Whitman, y unos versos encajados en el primer poema que decían: “Walt Whitman, un cosmos, el hijo de Manhattan”.

Emerson se quedó impresionado de aquellos doce poemas sin título que rasgaban las convenciones y cantaban a lo más íntimo del ser humano, ya que encajaban en sus más viejos anhelos. Días después de recibir el libro, el filósofo leyó un anuncio en la prensa que le confirmó la autoría del libro, así que escribió al tal Whitman, augurándole una gran carrera. El libro, escribía en la carta, “es una de las piezas más extraordinarias de humor y sabiduría con las que América ha contribuido”. Además, quería ir a verle a presentarle sus respetos a Nueva York, algo que sucedió a finales de año.

Revolución y provocación

Hojas de Hierba era una revolución y una provocación, pero también la voz profunda de un poeta que en el prólogo ya advertía que “la verdadera prueba para un poeta es que su país lo absorba tan afectuosamente como él lo ha absorbido”. Y a pesar de propagar la voz popular de su pueblo y de un país al que cantaba, tuvo que bajar el precio para dar salida a aquel manojo de páginas que pocos comprendieron: de dos dólares a 50 centavos.

La crítica se le echó encima por el alto voltaje sexual, pero también por desafiar el puritanismo que envolvía la sociedad en un país que en 1850 había aprobado una ley para capturar a los esclavos que se fugaban de sus amos. Los versos transpiraban libertad, no estaban sometidos a rimas, métricas ni convenciones. Eran tan libres como la naturaleza, y tan democráticos como las convenciones que rompía.

Edición de 1856 de "Hojas de Hierba".
Edición de 1856 de «Hojas de Hierba».

El New York Tribune publicó una reseña diciendo que la poesía de Whitman era “burda y grotesca”, y no le vio mucho futuro; el poeta y editor James Rusell Lowell creyó que “eran auténticas paparruchas”. Y hasta el famoso Thomas Carlyle, que leyó los versos desde Inglaterra, dijo años después que parecía “como si el toro del pueblo hubiera aprendido a sostener una pluma”.

Tenía en contra a la opinión pública pero, del otro lado, el mayor filósofo de Estados Unidos hacía fuerza a su favor, difundiendo Hojas de hierba, enviándoselo a amigos y recomendando leer una obra de “budismo norteamericano”. Algo en la literatura norteamericana cambiaba para siempre.

Una vida de sobresaltos

Pocas personas están tan íntimamente ligadas a su obra como Whitman. Canto a mí mismo, el poema que abre el libro, es ya una declaración abierta de la naturaleza humana “porque cada átomo que me pertenece, te pertenece también a ti”. Y es precisamente esa voz que navega en lo más profundo lo que hace de Whitman un revolucionario al romper las reglas establecidas.

Whitman había nacido en una granja de Long Island, Nueva York, el 31 de mayo de 1819. Entre los nueve hermanos, dos tenían nombres de héroes: George Washington y otro Thomas Jefferson. Su padre era un carpintero que leía con fruición, algo que él heredó. Los versos del joven de 36 años tenían voz furiosa, y Hojas de hierba seguía el rastro épico de los viejos poemas griegos. Por aquel entonces había leído la Ilíada de Homero a orillas del mar, en Long Island, y recorría en autobús la calle Broadway recitando en voz alta a Homero. Los vecinos veían, extrañados, a aquel hombre descamisado con botas de cuero, barbas y sombrero, de piel rojiza y un cuello musculoso, sin sospechar que iba a revolucionar la literatura.

Hasta publicar la primera edición, el poeta había trabajado en una larga lista de oficios, desde tipógrafo, ayudante en un despacho de abogados, regente de una papelería, hasta carpintero y periodista, el más estable en su vida: fundó The Long Islander y trabajó en el New York Evening PostLife Illustrated o The Brooklyn Daily Eagle. Con 21 años, y trabajando de profesor en Nueva York, ya mostraba en sus cartas –hay 3.000, editadas en seis volúmenes– la vena pasional e inconformista que mantendría en su vida. “¡Woodbury! ¡Qué nombre tan apropiado! Si me viera obligado a soportar su intolerable insipidez durante todo un año, sin esperanza de alivio, sería capaz de enterrarme, a mí y a cualquiera que albergase un ínfimo deseo de compañía inteligente. (…) Amigo mío, no puedes hacerte una idea de la horrible monotonía de este sitio. Hacer dinero, trabajar, trabajar, trabajar…”, le escribió a su amigo Paul Leech el 19 de agosto de 1840.

Seguidores de Walt Whitman reunidos para leer y comentar su obra.
Seguidores de Walt Whitman reunidos para leer y comentar su obra.

Por suerte, su destino era la escritura y estaba convencido después de una aventura en Nueva Orleans, de donde le echaron del Daily Crescent por su irreverencia política. En la ciudad sureña se había impregnado de otra cultura y tantas gentes a las que luego honraría en Canto a mí mismo: la prostituta, el fumador de opio, el barquero, el ganadero, el director de orquesta, la novia, el cobrador, los carpinteros, los cazadores de mapaches.

Sin embargo, sus empeños literarios habían resonado poco hasta Hojas de Hierba. Su novela Franklin Evans, el borracho, publicada en 1842, pasó desapercibida y él mismo llegó a decir que era “una auténtica porquería”. Y aunque estaba considerada como su única novela, recientemente se descubrió que no era la única.

Se llama Vida y aventuras de Jack Engle y fue publicada en 1852 por entregas en el periódico The Sunday Dispach de forma anónima, por lo que se perdió entre los papeles. Hasta que, en el 2016, un estudiante de la Universidad de Houston que realizaba un doctorado halló en los cuadernos de Whitman notas donde pergeñaban personajes e ideas. Cuando pidió las copias del The Sunday Dispach a la Biblioteca Nacional, vio que coincidían los personajes y las tramas. La historia publicada era de Walt Whitman.

Tras su regreso de Nueva Orleans, trabajó en el Brooklyn Freeman hasta que se unió a su padre en el taller de carpintería, pero su progenitor murió poco después de publicar Hojas de Hierba y su vida tomaría nuevo rumbo, con detractores y admiradores. Los filósofos Henry David Thoreau y Amos Bronson Alcott, amigos íntimos –y vecinos– de Emerson, formaban parte del segundo grupo, así que lo visitaron en el otoño de 1856 en su casa de Brookling, donde lo encontraron en su buhardilla, con imágenes de Baco y Hércules en las paredes, en un extraño desorden.

Entregó a Thoreau la segunda edición de Hojas de Hierba, que llevaba escrito en el lomo y con letras doradas, los buenos augurios que Emerson le había deseado en aquella carta: “Lo saludo al principio de una gran carrera”. Thoreau, que le había preguntado al poeta si había leído a los orientales –Whitman dijo que no–, tras leer con interés la segunda edición en la que incorporaba la famosa carta de Emerson y un nuevo poema, dijo que había dicho “más verdades que cualquier otro norteamericano o moderno”.

Aun así, al poeta erigido en voz nacional, con barba de druida y una salud íntegra, le gustaba la adulación y se rodeaba de chicos jóvenes, en quienes veían la audiencia perfecta para hablar de sí mismo y seguir escribiendo versos; un afán que expresó en público en el verano de 1856: “El trabajo de mi vida consiste en escribir poesía… unos pocos años, y la media anual de poemas que me exijo es de entre diez y veinte mil, o probablemente más”.

Compromiso humano

Whitman comenzó a atraer cierta admiración a partir de 1860, con la tercera edición de un poemario al que Emerson había sugerido supresiones y él se había negado porque quería seguir su propio camino. Años después, recordando aquella conversación, el poeta dijo que el sabio de Concord lo había apreciado más por no aceptar su consejo.

Al tiempo, Whitman añadía nuevos poemas y pulía otros para incorporar en Hojas de Hierba, una obra surgida en la gran década de literatura estadounidense, pues en apenas unos años se publicaban La Letra Escarlata (1850), Moby Dick (1851) y Walden (1854). Pero aquel país que parecía nacer de nuevo pronto se caería al precipicio de la Guerra de Secesión. El pesimismo de Whitman aumentaba, así que  trató de compensarlo con un compromiso que lo llevó por campamentos militares y campos de batalla hasta instalarse en Washington. Allí trabajó como voluntario en un hospital de heridos y allí compuso, tras el asesinato de Lincoln en 1865, La última vez que florecieron las lilas en el jardín. La guerra lo había desconcertado y su compromiso humano, que ya se vislumbraba hacía décadas, aumentó. De hecho, años después, The Galaxy publicó sus ensayos sobre democracia.

El poeta Walt Whitman probablemente en Nueva York, hacia 1870.
El poeta Walt Whitman probablemente en Nueva York, hacia 1870.

Instalado en Washington, Whitman se acordó de Emerson, su viejo mentor, para que le ayudara a buscar trabajo. Necesitaba cartas de recomendación y Emerson accedió a enviarle una al secretario del Tesoro, aunque a pesar de elogiar su patriotismo y decir que sus textos eran “más profundamente americanos, democráticos y en interés de la libertad política que los de cualquier otro poeta”, el secretario,  Salmon P. Chase, pensó que la reputación del poeta era mala. Finalmente, Whitman consiguió un trabajo en 1865 como administrativo en el Departamento de Interior, pero no duró mucho, ya que su jefe encontró un ejemplar Hojas de Hierba en el cajón. Tras leerlo, lo echó del trabajo.

Whitman continuó recibiendo amenazas por “la desfachatez” de su libro a pesar de las siete ediciones que llevaba hacia 1882. Las presiones por censurarlo se mantenían. Él, ya instalado en Candem (Nueva Jersey), no desistió en su camino y siguió escribiendo y dictando conferencias, sobre todo acerca de Lincoln, con ese carácter que ya había advertido un joven escritor en la revista Putnam’s. Tras la aparición de la primera edición, Charles Eliot Norton lo había definido como “una mezcla de trascendentalista de Nueva Inglaterra con alborotador de Nueva York”.

Los últimos años de vida, instalado en la casa que compró en Candem y que hoy es un museo, Whitman recibía a admiradores de todo el mundo, que acudían con fervor a conocer al poeta revolucionario que acabó escribiendo y puliendo 389 poemas en nueve ediciones. El escritor Mark Twain, intuyendo que la vida del poeta llegaba a su fin, le envió en 1889 una carta de felicitación por su cumpleaños y un regalo: que se tomara treinta años más de vida. Pero Whitman murió tres años después y el tiempo acabó por confirmar Hojas de Hierba como una de las grandes creaciones estadounidenses.

Ricardo Mella, el anarquista condenado al destierro a quien Durruti leía en el frente.

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El pensador anarquista y activista libertario Ricardo Mella Cea

Autor: HENRIQUE MARIÑO.

Fuente: Público, 13/12/2018

Quizás en su tierra lo recuerden por haber facilitado los desplazamientos de sus paisanos y en los ateneos por haber sido un libertario rebelde de formas exquisitas, pero la figura de Ricardo Mella Cea terminó difuminándose durante el franquismo, hasta que su currículo se vio reducido a la dirección de la Compañía Anónima de Tranvías Eléctricos de Vigo. “La represión que instauró la guerra civil y la posterior dictadura desfiguró su trayectoria y provocó que fuese más recordado como gerente de esa empresa, buena persona y lúcido escritor que como organizador, agitador y revolucionario”, explica la filóloga Iria Presa, quien no ha cejado en su empeño de reivindicar a uno de los teóricos patrios del anarquismo hasta dedicarle su particular homenaje: una web que nace con la vocación de reivindicar su legado y de recopilar su obra, dispersa en libros y colaboraciones de prensa.

“Es considerado, con razón, como el más profundo, el más penetrante, el más lúcido de los pensadores anarquistas españoles. Sus escritos, todos concisos, cortos en dimensión, lo equiparan a los mejores teóricos del anarquismo internacional”, bendijo la ministra republicana Federica Montseny. Sin embargo, Iria prefiere citar a otros autores que alabaron sus soflamas, como José Nakens, quien lo consideró “el ácrata que más vale de este país”, recuerda la investigadora viguesa, cuyo rescate también ha sacado a la luz algunos pasajes ocultos de otros gallegos ilustres, como el poeta vanguardista Manoel Antonio (Fomos ficando sós / o Mar o barco e mais nós), léase su expediente en la extinta Escuela de Náutica de Vigo.

Presa ha tirado de cabos e hilos, revelando con cada arrastre las vidas singulares de Alianza, Esperanza, Alba, Flora, Luz, Alicia y Urania, defensora de los derechos de las mujeres y de los valores de la Segunda República, lo que le valió una condena a muerte, conmutada por una pena de treinta años de cárcel. Su marido fue fusilado, ella encerrada en una prisión guipuzcoana y sus cuatro hijos, cuando volvieron a verla casi una década más tarde, sólo pudieron disfrutar de su calor durante un mes, el tiempo que medió entre la cadena y la muerte. Urania era feminista e hija de Ricardo y sobre ella también ha escrito la filóloga graduada en la Universidade de Vigo, quien hoy presenta la web en la Fundación Cuña Novas de Pontevedra y mañana hará lo propio en la Escuela de Artes y Oficios de su ciudad, donde estarán presentes el abogado José Ángel Maquieira y el profesor Gonzalo Navaza, respectivamente.

Detalle de un retrato de Ricardo Mella pintado por Nicanor Pardo. / ARCHIVO DE LA FAMILIA MELLA

Detalle de un retrato de Ricardo Mella pintado por Nicanor Pardo. / ARCHIVO DE LA FAMILIA MELLA

“Hemos decidido regalarle a Ricardo por su cumpleaños un espacio donde se recojan sus escritos y se recupere el ideal anarquista que promulgó. El homenaje no consiste en ponerle su nombre a una calle —un atentado toponímico— ni a un instituto; no si antes no se le explica al alumnado quién era Mella y qué era para él la anarquía. El verdadero homenaje reside en leerlo y en practicar sus conceptos. Para eso es necesario editar sus textos e incluir su figura e ideal en los libros de texto”, defiende Presa, secretaria general del Comando RM, un “grupo de afinidad y acción libertaria” que se ha propuesto divulgar su vida y su obra en una página que permite descargar sus escritos originales. Y, de paso, ejercer de buzón de toda la documentación “perdida por el mundo” para, una vez recopilada, ponerla a disposición de los estudiosos y lectores.

Intelectual políglota e hijo de un sombrerero, Ricardo Mella (1861​-1925) trabajó de joven en una agencia marítima y, tras sacarse una oposición, ejerció como topógrafo en varias localidades y llegó a ser el director de la Compañía de Tranvías de Vigo. Ávido lector cuando niño, fue un adulto propagandista: de aquellos textos federalistas que le brindaba su padre a sus posteriores manifiestos anarquistas. No sólo escribió en numerosos periódicos y semanarios, sino que también los fundó y los dirigió. La lista es ingente, aunque sus cabeceras (La Anarquía, El Despertar, La Solidaridad, El Progreso, La Protesta, El Corsario, La Idea Libre…) son señales que conducen a su ideario: republicano, federalista y defensor de la clase obrera. Su firma no sólo fue solicitada por periódicos de Madrid o Barcelona, sino también por publicaciones extranjeras —de París a Nueva York, pasando por Roma o Buenos Aires—, de las que se valía para expeler su ardor revolucionario.

Su denuncia de un presunto desfalco cometido en el Banco de España motivó que el marqués José Elduayen, político canovista y exdirector de la institución, se querellase contra él por injurias, lo que le acarreó en 1883 una pena de destierro y una multa. Cuando toma la decisión de refugiarse en Madrid, pisa el acelerador ácrata. Juan Serrano Oteiza, director de La Revista Social, motiva su giro ideológico del federalismo al anarquismo, alimentado por las doctrinas de Proudhon y Spencer, sin perder nunca de vista el credo de Pi i Margall. Empapado por los contenidos de la citada publicación, la relación con su responsable —a quien había conocido durante el congreso de la Federación de Trabajadores de la Región Española, celebrado en Sevilla, cuando contaba con poco más de veinte años— se estrecha tras contraer matrimonio con su hija Esperanza.

Tras dos décadas de febril escritura, echa el freno, quizás desengañado, escéptico o deprimido ante las divisiones o luchas intestinas del movimiento. Sin embargo, la Semana Trágica de Barcelona espolea al pensador, quien se había volcado en el estudio y la meditación, mas sin dejar de prestar su pluma en alguna contada ocasión. Su reentré necesitaba de una nueva cabecera, que no duda en fundar con la ayuda de su seguidor Eleuterio Quintanilla: el semanario Acción Libertaria, al que sucedió El Libertario hasta que volvió a recuperar su nombre original. Ahí «está lo mejor que Ricardo Mella escribió con su pluma», en palabras de su discípulo Pedro Sierra, quien años después de su muerte le dedicaría una semblanza en Solidaridad Obrera, el órgano del movimiento libertario español en Francia. En ella, reflexionaba sobre su exilio interior, que le había llevado a perfilar sus tesis intelectuales, a madurar sus ideas y a pulir su estilo, antaño sencillo y claro. «Hasta su último folleto, Doctrina y Combate, sus razonamientos siguen siendo válidos, mientras que su estilo resulta ágil, claro, directo y con una gran dosis de retranca», añade Presa.

No dejó de ser «profundamente libertario», aunque cuando se olvidó de darle cuerda al reloj ya habitaba en «una suerte de escepticismo filosófico con gran fondo idealista». O, dicho de otro modo, «había evolucionado hacia una comprensión de las ideas por encima de todos los dogmas», escribía Sierra, quien ya en 1956 consideraba un deber publicar la obra completa del pensador, dispersa entre libros y colaboraciones en prensa. El mismo objetivo que persigue hoy Iria, quien profundizó en su figura gracias al fallecido Xosé Reigosa, bisnieto de Ricardo y activista enrolado en plataformas como Galiza non se vende. “Es el ideólogo del anarcosindicalismo español, que cuajó en diferentes pupilos, como José Villaverde Velo, el mayor impulsor de su ideario y de su obra, faro del anarcosindicalismo gallego y protagonista de El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas”, afirma la secretaria general del Comando RM, quien derrocha anécdotas, desde “Durrutileyendo sus escritos en el frente” hasta “las peleas cara a cara con Pablo Iglesias”, pasando por “aquel texto que no fue galardonado en un concurso anarquista porque era demasiado revolucionario”.

El Palacio de Bellas Artes de Barcelona acoge en 1889 el Segundo Certamen Socialista. El tema propuesto por Unión Local de Resistencia de Sabadell, premiado con cincuenta y cinco pesetas, es el Deber del trabajador en la actualidad. El jurado no escatima en elogios, pero le niega la gloria: “El trabajo número 31 es bellísimo en la forma y en su fondo […], mas el carácter excitante del escrito le convierte más en un manifiesto revolucionario que en exposición de procedimientos que integren el deber del trabajador […]; y así juzgado, sin dejar de reconocer sus bonitas cualidades […], se le concede el accésit de la publicación”. Huelga decir que el título era Organización, agitación, revolución. “Más allá de ser topógrafo, publicista y pensador anarquista, fue un gallego rebelde, inadaptado y contestatario”, escribe Presa en su blog, Epifanías libertarias.

La filóloga gallega, aficionada a bucear en hemerotecas y archivos históricos, pretende traducir los contenidos de la web al castellano y al inglés para difundir la palabra de Mella urbe et orbi. Aunque aspira a ser un trabajo colectivo, abierto a los hallazgos de otros investigadores, su incansable labor ya permite consultar sus primeros artículos, publicados en 1880 en El Estudiante de Pontevedra, algunas rarezas y los dos volúmenes que abarcan parte de la producción del intelectual vigués, Ideario y Ensayos y conferencias. El proyecto de editar sus obras completas fue desbaratado por el golpe de 1936, si bien algunos libros han sido reeditados gracias al esfuerzo de sus incondicionales José Villaverde —responsable de la publicación en 1926 de la primera antología— y Eleuterio Quintanilla y Pedro Sierra —quienes posibilitaron la edición de la segunda en 1934—. “Sin embargo, el estudio de su pericia vital y la compilación de su trabajo continúan pendientes. Lo ideal sería crear una Biblioteca Ricardo Mella que albergase sus periódicos y folletos, así como un lugar de referencia del autor, del anarquismo y de los movimientos sociales”, apunta Iria Presa, quien ha dejado escrito que “Mella fue la voz del pueblo y el pueblo tiene su voz en Mella”.

El pensador vigués llevó a su terreno algunas teorías anarquistas. “Los que quieran conocer a fondo estas doctrinas habrán de estudiar la forma original en que las interpretaba, principalmente en lo que se refiere al concepto que tenía de los límites de la libertad individual, que le llevó a defender durante muchos años el colectivismo por oposición al comunismo, guardando en esto gran afinidad con Tucker”, recomendaba Pedro Sierra en Homenaje a Ricardo Mella, publicado en la revista Solidaridad Obrera, editada en París. Una obra que, a su juicio, conserva el “valor de perennidad”, es “rica en ideas y contenido”, abarca diversas temáticas y está escrita “con pluma de artífice”, por lo que “su brillante labor” debería ser plasmada en su conjunto para honrar su memoria “sin profanar así nada su espíritu iconoclasta”.

La secretaria general del Comando RM coincide en la conclusión de su admirador, consciente del silencio al que fue sometido dentro y fuera de nuestras fronteras, así como a su blanqueamiento por la dictadura, que lo despojó de una ideología que empapó su pluma en el tintero libertario. “Aparte de su base doctrinal y teórica desde un punto de vista organizativo y táctico, ejerció un activismo que no han permitido que pasase a la historia”, concluye Iria. “Así, mientras en México lo consideraban un pensador de salón, el régimen franquista diluyó su figura para que trascendiese como un gerente de tranvías demócrata, no como un agitador que convocaba asambleas revolucionarias. Y esa faceta se perdió, pero no puede olvidarse”.

 

Henri Poincaré, el profeta del caos que probó que hay problemas imposibles de resolver.

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El francés Henri Poincaré (1854-1912), es considerado uno de los mejores matemáticos de todos los tiempos. Trabajó en mecánica celeste, topología, relatividad y es considerado el fundador de la teoría del caos. También planteó la Conjetura de Poincaré, en 1904, un problema de topología que no fue resuelto hasta 2003 por Grigori Perelman.

Autor: Marcus du Sautoy

Fuente: BBC. 16/09/2018

Henri Poincaré había verificado cada paso de su argumento. Su prueba acaba de recibir un premio matemático de la Academia de Ciencias en Suecia.

Pero uno de los jueces planteó una pregunta sobre uno de los pasos y Poincaré se dio cuenta de que había cometido un grave error.

Ese alarmante error, sin embargo, llevó a Poincaré a realizar un descubrimiento matemático extraordinario.

Destellos

Henri Poincaré es uno de los gigantes de las matemáticas y uno de los genios de la historia. Además de matemático, fue astrónomo y físico teórico.

En este sentido, su enfoque de las matemáticas no era diferente al de Sir Isaac Newton 200 años antes.

Poincaré era un gran creyente en la «intuición matemática».

«Un científico digno de su nombre, sobre todo un matemático, experimenta en su trabajo la misma impresión que un artista; su placer es igual de grande y de la misma naturaleza», dijo.

Con su portentosa memoria, solía resolver los problemas completamente en su cabeza y, una vez resueltos, escribía rápidamente los resultados.

Sobre cómo llegó a la respuesta al reto que le había valido el premio de la Academia de las Ciencias contó:

«Todos los días me sentaba en mi mesa de trabajo, me quedaba una o dos horas, probaba una gran cantidad de combinaciones y sin obtener resultados«.

«Una noche, contrariamente a mi costumbre, me tomé un café y no pude dormir«.

«Las ideas se levantaron en las multitudes; las sentí colisionar hasta que se entrelazaron en pares, por así decirlo, formando una combinación estable. A la mañana siguiente solo tuve que escribir los resultados, lo que me llevó unas horas.

«El pensamiento es solo un destello entre dos largas noches, pero este destello lo es todo«.

Antes de que todo se tornara caótico…

En 1885, el Rey Oscar II de Suecia y Noruega decidió celebrar su 60 cumpleaños ofreciendo un premio matemático.

Tres matemáticos eminentes fueron convocados para elegir un desafío matemático apropiado y juzgar las respuestas.

Rey Oscar II de Suecia y NoruegaDerechos de autor de la imagen GETTY IMAGES
Image caption ¿Qué le regalas a un rey que lo tiene todo? La solución a un problema matemático.

La pregunta que plantearon fue: ¿podemos establecer matemáticamente si el Sistema Solar continuará girando como un reloj, o es posible que en algún momento futuro, la Tierra se salga de órbita y desaparezca de nuestro sistema planetario?

Cuando Poincaré comenzó a explorar y encontró que estaba entrando en un territorio matemático increíblemente difícil.

Para simplificar un poco las cosas, comenzó estudiando un sistema con solo dos planetas. Isaac Newton ya había demostrado que sus órbitas serían estables. A partir de ahí, pasó a analizar qué sucede cuando se agrega otro planeta a la ecuación.

El problema es que, tan pronto como tienes tres cuerpos en un sistema, la Tierra, la Luna y el Sol, por ejemplo, la cuestión de si sus órbitas son estables se vuelve muy complicada, tanto que ya había dejado perplejo al poderoso Newton.

«Considerar simultáneamente todas estas causas de movimiento y definir estos movimientos mediante leyes exactas que admitan el cálculo fácil excede, si no me equivoco, el poder de cualquier mente humana», escribió el físico y matemático británico.

Sistema SolarDerechos de autor de la imagen GETTY IMAGES
Image caption¿Cuán estable es el Sistema Solar?

Sin inmutarse, Poincaré se puso a trabajar. Y aunque no pudo descifrar el problema por completo, el documento que presentó sobre el llamado «problema de 3 cuerpos» fue más que suficientemente brillante para ganar el premio del rey Oscar.

«A partir de ese momento, el nombre de Henri Poincaré se hizo conocido por el público, que luego se acostumbró a considerar a nuestro colega ya no como un matemático de particular promesa sino como un gran erudito del que Francia tiene derecho a estar orgullosa», señaló matemático Gaston Darboux, entonces secretario permanente de la Academia Francesa de Ciencias.

Al borde del caos

Fue cuando se estaba por publicar la solución de Poincaré en una edición especial de la revista de la Real Academia Sueca de Ciencias, Acta Mathematica, que salió a la luz el error en su trabajo.

Poincaré telegrafió al presidente de los jueces Gösta Mittag-Leffler para contarle la mala noticia, con la esperanza de limitar el daño.

«Las consecuencias de este error son más serias de lo que pensé en un principio. No voy a ocultarte la angustia que este descubrimiento me ha causado (…) No sé si todavía pensarás que los resultados que quedan merecen la gran recompensa que les has otorgado. Te escribiré extensamente cuando pueda ver las cosas más claramente», decía el telegrama.

Además, trató de evitar que la revista se imprimiera: publicar un documento erróneo en honor del rey sería un desastre.

Tierra, Luna y SolDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image caption El modelo simplificado lo llevó a cometer el error.

Mittag-Leffler estaba «extremadamente perplejo» al escuchar las noticias.

«No es que dude que tus escritos serán, en cualquier caso, considerados como la obra de un genio por la mayoría de los geómetras y que serán el punto de partida para todos los esfuerzos futuros en la mecánica celeste. Por lo tanto, no pienses que lamento haberle otorgado el premio», le contestó el matemático sueco.

«Pero lo terrible es qutu carta llegó demasiado tarde y su trabajo ya se ha distribuido», agregó.

La reputación de Mittag-Leffler estaba en juego por no haber recogido el error antes de que hubieran otorgado públicamente el premio a Poincaré.

«Por favor, no digas una palabra de esta historia lamentable a nadie. Te daré todos los detalles mañana», le pidió a su colega francés y pasí las siguientes semanas tratando de recuperar las copias impresas sin levantar sospechas sobre el embarazoso error.

Mittag-Leffler le sugirió a Poincare que pagara por la impresión de la versión original. Poincaré, que estaba mortificado, lo hizo, a pesar de que la cuenta llegó a más de 3.500 coronas, 1.000 más que el premio que había ganado originalmente.

El grave error de suponer

Como cualquier matemático diligente (o quizás obsesivo), Poincaré trató de corregir su error, de entender dónde y por qué se había equivocado.

Se dio cuenta que sencillamente no estaba bien aproximar de la forma que él había sugerido: su suposición de que un pequeño cambio en las condiciones iniciales resultaría en un pequeño cambio en el resultado era incorrecta.

Patos en línea con uno yendo para otro ladoDerechos de autor de la imagen GETTY IMAGES
Image caption Por pequeña que sea una desviación en el sistema, el cambio puede ser inmenso.

«Poincaré fue capaz de demostrar que es posible tener un sistema que se puede definir de manera muy sencilla y, sin embargo, puede producir movimientos realmente muy complicados, que se pueden entender pero no predecir. Y esa es una desviación radical del estándar que se tenía hasta entonces», explica el matemático y astrónomo Carl Murray.

En 1890, Poincaré escribió un segundo documento extenso en el que explicaba su creencia de que pequeños cambios podrían hacer que un sistema aparentemente estable se descompense repentinamente.

Esas mariposas

Lo que Poincaré demostró, tras sobreponerse de la angustia, es que existen ciertos problemas en el mundo para los cuales las matemáticas no pueden predecir la solución.

Efectivamente: esa poderosa disciplina que muchos consideran como la reina de las ciencias tiene límites.

Es el llamado «efecto mariposa»: la noción de que una mariposa agitando sus alas hace pequeños cambios en la atmósfera que posiblemente podrían causar un tornado en Tokio.

Mariposas en PerúDerechos de autor de la imagenSCIENCE PHOTO LIBRARY
Image caption Probablemente hayas oído hablar de que el batir de alas de una delicada mariposa puede tener consecuencias colosales en algún lugar del mundo.

Fue el nacimiento de la teoría del caos, uno de los conceptos más importantes del siglo pasado y una nueva rama matemática que está en el corazón de muchos sistemas naturales, desde cómo la población de una determinada especie varía con el tiempo hasta el ritmo de tu corazón, desde el Sistema Solar hasta nuestro clima.

Una teoría que cambió nada menos que nuestra comprensión del Universo.

El caos es la partitura en la que está escrita la realidad*

El caos hace que predecir el futuro sea tremendamente difícil.

Eso no quiere decir que el caos sea la matemática de la aleatoriedad o la probabilidad. Un sistema caótico sigue estando controlado por estrictas ecuaciones matemáticas pero, y esa fue la gran sorpresa, un cambio muy pequeño en las condiciones iniciales puede conducir a resultados muy diferentes.

Y en caso de que todavía te estés preguntando lo mismo que el rey Oscar hace 134 años –¿Es estable nuestro Sistema Solar?-, recientes modelos de computador señalan que a pesar de miles de años de estabilidad, es «posible» que una pequeña perturbación causada por un asteroide rebelde sea suficiente para despedazar nuestro sistema planetario.

Pero los modelos de computadora no son matemáticas. Y, hasta el día de hoy, una solución puramente matemática a este problema sigue eludiéndonos.

* «Trópico de Cáncer» (1934), Henry Miller

Los conservadores europeos a fines del siglo XIX.

Autor: Eduardo Montagut. 14/08/2018

Fuente: nuevatribuna.es.

En este artículo aportamos algunas claves sobre el conservadurismo a finales del siglo XIX, cuando los Estados liberales se habían asentado con un sistema político basado en el turno en el poder entre las dos familias básicas del liberalismo: el progresista o denominado liberal en sí, y el conservador, como ocurría en España.

Las fuerzas conservadoras europeas estaban integradas por la alta burguesía industrial y financiera, los terratenientes, las altas jerarquías del Estado en su parte civil y militar, gran parte del clero y la vieja aristocracia, que se adaptó a la nueva situación con el derrumbe del Antiguo Régimen, al no verse afectado su poder económico, como ocurrió en el caso español. En realidad, el conservadurismo europeo aunaba los intereses de las partes más elevadas de la burguesía con los miembros de los estamentos privilegiados de antaño en una suerte de cierta pervivencia de elementos del Antiguo Régimen en el nuevo, conformando una oligarquía, y como valladar frente a las tendencias liberales progresistas, democráticas, radicales y del pujante movimiento obrero. Esa fue la base social, por ejemplo, del Partido Conservador de Cánovas del Castillo a partir de 1875.

Los conservadores defendían un conjunto de ideas comunes, con las salvedades propias de cada país, como ocurrirá con la cuestión religiosa, ya que todos son firmemente partidarios de la presencia política y social de la religión, pero en unos sitios, sería la anglicana, en otros la evangélica y, por fin, la católica.

Ya en el terreno estrictamente político, eran partidarios del mantenimiento de instituciones que procedían del pasado, especialmente la Monarquía. No se trataba de conservar el modelo absoluto de derecho divino, pero sí de permitir que la institución monárquica mantuviese un gran poder, a través de la fórmula de la soberanía compartida con el poder legislativo (Parlamento, Cortes), y que encarnase el poder ejecutivo. Es el modelo, por ejemplo, consagrado en la Constitución española de 1876.

El sistema político conservador se basaría en la fórmula de un sufragio muy censitario, tanto para votar como para ser votado. El conservadurismo tenía en la cámara alta (Senado) una institución clave para frenar cualquier veleidad democrática que pudiera nacer en las cámaras bajas (Asambleas Nacionales, Congresos de Diputados). Para ello, su composición se restringió no sólo con la aplicación del sufragio censitario, sino también con la reserva de un cupo de los escaños de los Senadores para miembros natos, surgidos de la alta administración civil, militar y eclesiástica, o representando corporaciones e instituciones. Por fin, la Corona se reservaría un porcentaje de nombramientos de sus componentes.

La Iglesia es otra institución que debía conservar su poder e influencia, o se debía restaurar después de la pérdida de su poder económico y de influencia en la vorágine del ciclo revolucionario anterior. La Iglesia supone un instrumento muy eficaz, por su poder en relación con las mentalidades, la moral y la educación, frente a las tendencias democráticas, de izquierdas y del movimiento obrero. De nuevo acudimos al caso español. Después de la evidente pérdida de posiciones con las desamortizaciones y las propuestas del liberalismo progresista y democrático, el conservadurismo de Cánovas supone para el clero un resurgimiento evidente, con gran peso en la educación y en la difusión de la moral católica en una versión muy moderada, además de asentar firmemente sus bases económicas.

En cuestiones económicas, el conservadurismo tendía a la defensa de políticas proteccionistas, muy evidentes desde la gran crisis de 1873. También sostendrá los intereses de los terratenientes. En el caso español es evidente el reforzamiento del proteccionismo en la Restauración borbónica después del avance librecambista que se planteó en el Sexenio Democrático, en favor de los intereses de la oligarquía industrial y agrícola. El conservadurismo, por su parte, defendía la adopción de posturas imperialistas, aunque en algunos sectores del mismo, y en algunos países, costó aceptar esta nueva realidad.

El conservadurismo ponía el fiel de la balanza en el mantenimiento del orden público frente al desarrollo y garantía de los derechos, sintiendo alergia hacia los de reunión, asociación y libertad de expresión (imprenta). El conservadurismo intentará emplear la ley y el uso de la fuerza del Estado frente al pujante movimiento obrero, tanto en lo que se refiere a los sindicatos, como a los nuevos partidos socialistas.

En el seno del conservadurismo europeo merece una atención especial el británico, tanto por su importancia, como por sus peculiaridades, que lo hacen tener unas características propias. En efecto, los conservadores británicos, especialmente de la mano de Disraeli, fueron mucho más proclives a emprender reformas en el sistema político, frente a sus homólogos continentales. En este sentido, promovieron reformas electorales para ampliar la base social del sistema, lo que les valió un respaldo electoral en sectores sociales que en el continente nunca se hubieran decantado por defender la causa conservadora. El culmen de esta relación entre el conservadurismo y algunos sectores de las capas populares se daría después de la época de Disraeli entre un sector político que planteó la defensa de la denominada “democracia tory”, aunando a conservadores con algunos liberales, y promoviendo la adopción de una política social. En este grupo se destacó la figura de Randolph Churchill, muy crítico con el conservadurismo de viejo cuño.

En el conservadurismo alemán habría que destacar la división que se produjo en su seno entre los denominados “conservadores clásicos”, muy apegados a las tradiciones prusianas frente a la nueva realidad de la Alemania unida, y los “conservadores jóvenes”, firmes defensores de Bismarck, que había emprendido una revisión del conservadurismo prusiano para adaptarlo al Imperio alemán. En todo caso, ante el prestigio del canciller, la inevitable realidad, y el empuje de las fuerzas liberales y católicas, el conservadurismo alemán se reunificó bajo un conjunto de ideas inamovibles: la lealtad al káiser y la defensa de su poder constitucional, el firme apoyo a Iglesia Evangélica frente a la Iglesia Católica, un acusado militarismo y el mantenimiento de los privilegios aristocráticos en el sistema político y en la sociedad alemana.

Napoleón ha vuelto… y está de moda.

Ilustración de Napoleón y sus obsesiones mentales para la exposición Napoleón estratega, en el Museo del Ejército de París. ILUSTRACIÓN DE VIOLAINE & JÉRÉMY

AUTOR: BORJA HERMOSO.

FUENTE: El País, 23/05/2018

Dos siglos después, debajo de su bicornio inmortal, Napoleón Bonapartesigue cabalgando a lomos de Marengo y ganando batallas: ni Austerlitz ni Wagram, ni Friedland ni las Pirámides de Egipto, sino victorias póstumas. Las que otorga el veredicto del tiempo. Aquellas más relacionadas con la trascendencia histórica y el juicio de los hombres que con la sangre, el honor y la conquista. Hasta aquí, todo perfecto y bien enmarcado. Claro que, como la Historia es así de caprichosa y no nos llega en forma de hechos comprobados sino como sucesivas interpretaciones y reinterpretaciones según los autores y las fuentes, podría decirse que dos siglos después, bajo su casaca de general de división, Napoleón sigue huyendo del enemigo y perdiendo batallas: ni Leipzig ni Waterloo, sino derrotas póstumas. Las que otorga el veredicto del tiempo. Las que hablan más que de una gloria nacional de un bragado sanguinario que mandó a la tumba a millones de personas. Las que prefieren la versión de un führer avant la lettre a la de un héroe al servicio de Francia.

Napoleón aportó a las campañas militares nuevas formas de hacer la guerra, como el uso de redes de espionaje y el estudio geográfico y político de las zonas de batalla

 

Las dos versiones valen, probablemente porque el Primer Cónsul y Emperador de los Franceses fue ambas cosas: héroe y sanguinario a partes iguales. Un cruce de caminos entre el hombre bien pertrechado de códigos de honor y el invasor insaciable de Europa. Las dos valen porque son, sencillamente, las que conviven 197 años después de su muerte en el destierro de Santa Elena. Conviven entre sus eternos compatriotas, los franceses, y conviven entre sus eternos estudiosos, los historiadores de medio mundo. Pero una cosa está clara: Napoleón I ha vuelto y –perdónese la expresión- está de moda. Aunque justo es decir que nunca se fue.

El joven general, durante la batalla de Arcole, pintura de Antoine-Jean Gros (1796).
El joven general, durante la batalla de Arcole, pintura de Antoine-Jean Gros (1796). GÉRARD BLOT (RMN-GRAND PALAIS-VERSALLES)

Todo resulta extraordinario y ambiguo en la figura de Bonaparte, que sigue, pues, ganando y perdiendo batallas. Entre sus activos: su astucia como estratega en el campo de batalla y su capacidad para salir victorioso en inferioridad numérica y en situaciones críticas, sus incomparables dotes para ganarse el fervor de mariscales y soldados rasos a pesar de una escasa o nula empatía, su habilidad para traducir los triunfos militares en triunfos políticos, su mano de hierro a la hora de condenar al oprobio y la deshonra a sus colaboradores caídos en desgracia… y sobre todo su indisimulada ansia de poder hasta el punto de dar golpes de estado (18 Brumario), urdir bodas de interés (la suya con la emperatriz María Luisa, sobrina de María Antonieta e hija del Emperador de Austria, tras divorciarse de Josefina Beauharnais) o autocoronarse Emperador en la mismísima Notre-Dame y en presencia del Papa. Entre los pasivos: no conocer sus límites, no saber perder ni retirarse a tiempo con honor, no observar ni piedad ni respeto por el adversario y, muy probablemente, un egotismo tan exacerbado que llegó a creerse el auténtico Dios inmortal de los franceses, en la estirpe que va desde Hugo Capeto a Luis XIV y desde De Gaulle a Emmanuel Macron. Y aquí se llega al meollo del asunto.

Napoleón Bonaparte está de moda, sí, aunque la expresión pueda indignar a historiadores y profesores. Regresa el Emperador. Lo hace en forma de exposiciones, ensayos, gigantescos volúmenes de cartas, libros de ficción con base histórica e incluso líneas de interpretación que emparentan al viejo militar, guerrero y estadista corso con el actual inquilino del Palacio del Elíseo. ¿Guardan Napoleón Bonaparte y Emmanuel Macron las similitudes de las que tanto se ha hablado y escrito en Francia? ¿Son meras aproximaciones de trazo grueso y vocación oportunista? Pues depende del cristal con que se mire.

“Fue un general al servicio de la Revolución, pero en el fondo sentía un gusto secreto por la realeza y sus símbolos” (Frédéric Lacaille, comisario de exposición)

 

En su reciente y controvertido libro Macron Bonaparte, el ensayista y analista político Jean-Dominique Merchet dejó bien clara su personal tetralogía de puntos concomitantes entre ambos personajes. Merchet los ha explicado así: “El espíritu de conquista, término que utilizaba Bonaparte y que el propio Macron utilizó en su campaña electoral y que un De Gaulle, por ejemplo, nunca hubiera empleado; la irrupción de dos personajes, Napoleón y Macron que triunfan frente a políticos incapaces de gestionar el país y que tienen presiones de la extrema izquierda y de la extrema derecha: los jacobinos y los realistas en el caso de Napoleón, y la izquierda de Mélenchon en el caso de Macron; una mezcla de autoritarismo, capacidad de seducción y falta de empatía en ambos personajes; y el hecho de tomarse los dos la política como una aventura personal y casi novelesca, debido a sus personalidades ególatras”.

Napoleón I descansando en el campo de batalla de Wagram, el 6 de julio de 1809. Pintura al óleo de Adolphe Roehn.
Napoleón I descansando en el campo de batalla de Wagram, el 6 de julio de 1809. Pintura al óleo de Adolphe Roehn. RMN-PALACIO DE VERSALLES

Una interpretación que se dio de bruces con otra opuesta, también en forma de libro, en lo que supuso el germen de uno de sus debates editorial-intelectuales genuinamente franceses. En este caso fue el también ensayista Olivier Gracia quien, en La Historia siempre se repite dos veces, sostenía que el actual presidente de la República no se parecía en realidad a Napoleón, sino a Luis Felipe de Orléans, el último rey de Francia. ¿Su argumentación?: “Macron ha despolitizado la burguesía; da igual que sea de derechas o de izquierdas, lo único importante es que la economía funcione… y eso es exactamente lo que hizo Luis Felipe, un rey que reconcilió los dos bloques. Ni Macron ni Luis Felipe son ni bonapartistas, ni legitimistas, ni republicanos… son ellos mismos”.

Cabe preguntarse si, en la Francia de Macron, es un estricto fruto del azar el hecho de que estén abiertas al público dos gigantescas exposiciones a la mayor gloria de Bonaparte. “No es más que una casualidad, no hay que buscarle más explicaciones”, zanja con un ligero rictus de ironía Fréderic Lacaille. Él es conservador jefe del patrimonio en los Museos Nacionales de Versalles y Trianon, además de uno de los comisarios de la muestra Napoleón. Imágenes de la leyenda, que abrió sus puertas el pasado 7 de octubre en el Museo de Bellas Artes de Arras (norte de Francia), donde permanecerá hasta el mes de noviembre.

En el libro ‘Macron Bonaparte’, el analista político Jean-Dominique Merchet subraya las similitudes entre el actual presidente francés y el cónsul y emperador

 

Se trata de un verdadero desembarco de los tesoros artísticos que en torno a la figura del general, cónsul y emperador albergan las galerías históricas creadas en el palacio de Versalles por el rey Luis Felipe de Orleans en 1837. “Versalles sigue siendo un gran museo napoleoniano que guarda la mayor parte de las pinturas, esculturas y objetos decorativos encargados por Bonaparte entre 1799 y 1815 con el fin de comunicar su poder. Pero estas colecciones son mal conocidas, porque la mayor parte de la gente que va a Versalles quiere a Luis XIV y a María Antonieta, y ni siquiera saben que todas estas obras están allí”, explica Lacaille en el vestíbulo de la antigua abadía de Saint-Vaast, hoy sede del museo.

Esta pintura al óleo de Eugène Isabey muestra el regreso de las cenizas de Napoleón Bonaparte de la isla de Santa Elena a Francia. 1840.
Esta pintura al óleo de Eugène Isabey muestra el regreso de las cenizas de Napoleón Bonaparte de la isla de Santa Elena a Francia. 1840. RMN-PALACIO DE VERSALLES

El conjunto es apabullante. La exposición recorre con lujo de detalle la vida del personaje desde su nacimiento en Ajaccio (Córcega) en 1769 hasta su muerte en la isla británica de Santa Elena en 1821. Es la biografía artístico-histórica de un hombre que se graduó con 15 años en la Real Escuela Militar de París, que con 26 ya era general de brigada, que conquistó media Europa y que acabó alcanzando las mayores cotas de poder imaginables, como Cónsul, primero, y como Emperador, después. Revolución francesa, Directorio, Consulado, Imperio y Monarquía: Napoleón Bonaparte lo vivió todo y lo vivió sin desmayo. Francia nunca le respondió con un veredicto unánime: demonio para unos, héroe para otros.

Pistola hallada en la maleta de Napoleón en Waterloo.
Pistola hallada en la maleta de Napoleón en Waterloo.RMN-PALACIO DE VERSALLES-MUSÉE DE L’ARMÉE

El bicornio de Napoleón en la campaña de Rusia.
El bicornio de Napoleón en la campaña de Rusia.MUSEO DEL EJÉRCITO-RMN-GRAND PALAIS

“Fue un joven general al servicio de la Revolución pero si usted contempla algunas de estas pinturas comprobará que, en el fondo, sentía un secreto gusto por la realeza y sus símbolos”, argumenta el comisario de la exposición. Las emperatrices Josefina y María Luisa, los mariscales de Napoleón –Murat, Duroc, Lannes, Lefebvre, Ney…-, los políticos y ministros a su servicio como Tayllerand, Denon o Carnot, los miembros de su familia –sus padres, sus hermanos José Bonaparte o Caroline Bonaparte…-, y algunos personajes de la época con quienes mantuvo relaciones tormentosas, como Chateaubriand, Madame de Staël o el siniestro ministro de Policía Joseph Fouché, desfilan por las salas de la exposición con la firma de los principales artistas al servicio de Napoleón: David, Gérard, Gros, Lefèvre y Lejeune, entre otros. Pero son ante todo las grandes pinturas de batallas las que vertebran el conjunto. Las campañas de Italia y Egipto, las sucesivas y triunfales contiendas contra Gran Bretaña, Rusia, Prusia y Austria… y también las sonoras derrotas en España y Rusia delimitan en luces y sombras la asombrosa trayectoria del militar y el hombre de Estado. Algunas de las obras más célebres sobre Napoleón están aquí, como una de las cinco versiones ejecutadas por Jacques-Louis David de Bonaparte cruzando los Alpes a lomos de su caballo blanco (aunque en realidad los cruzó montado en una mula, pero él encargó el cuadro para asimilarse a Aníbal y a Alejandro Magno, cosas del ansia de posteridad).

La otra cita es en el Museo del Ejército, situado en el edificio de Los Inválidos de París. A tiro de piedra de la colosal tumba de mármol donde reposan desde 1861 los restos del Emperador -siempre rodeada de turistas y donde el presidente Macron llevó del brazo a Donald Trump durante la visita del presidente de EEUU a París en julio del año pasado-, se despliegan las siete salas de la exposición Napoleón estratega.

Casaca de coronel de caballería de la Guardia Imperial.
Casaca de coronel de caballería de la Guardia Imperial. RMN-PALACIO DE VERSALLES-MUSÉE DE L’ARMÉE

La muestra, con un sinfín de obras de arte, casacas, gorros militares, armas (como la espada del Emperador durante la batalla de Austerlitz), mapas, maquetas e instalaciones interactivas,se centra en las hazañas militares del general corso y del arte de la guerra que corría por sus muy belicosas venas. Inaugurada el pasado 6 de abril (hasta el 22 de julio), pretende dar cuenta de la preparación de las campañas militares, a las que Napoleón aportó a partes iguales sus profundos conocimientos de la instrucción militar clásica y nuevas formas de hacer la guerra, que incluyen la puestas en marcha de redes de espionaje, el estudio geográfico y político previo y profundo de las zonas de batalla y, ante todo, un principio innegociable: llegar al escenario del combate antes que el enemigo.

Telescopio del general en la batalla de las Pirámides.
Telescopio del general en la batalla de las Pirámides.MUSEO DEL EJÉRCITO-RMN-GRAND PALAIS

Básicamente Napoléon avanzaba rápido y en línea recta, y le daban igual las distancias y los accidentes geográficos o meteorológicos. En 1805 contaba con un imponente ejército de 150.000 soldados. Siete años y muchas victorias después, eran más de medio millón. Fue el único jefe militar que tomó sucesivamente Berlín (1806), Viena (1805 y 1809) y Moscú (1812). “Pero en su país, en España, Napoleón se encontró con una forma de guerra que no conocía y para la que sus ejércitos demostraron no estar preparados: la guerra de guerrillas… y esa, junto con Rusia, fue su tumba”, explica la historiadora y conservadora Émilie Robbe, comisaria de esta asombrosa exposición.

La espada de Napoleón en la batalla de Austerlitz.
La espada de Napoleón en la batalla de Austerlitz.RMN-PALACIO DE VERSALLES-MUSÉE DE L’ARMÉE

Fue el Gran Corso un joven general imbuido de los principios de la Revolución que guerreó por toda Europa en defensa de la grandeur francesa. También, sin duda alguna, un émulo discreto del Rey Sol, un apasionado del boato y la alcurnia de los salones de la realeza y las intrigas de corte. Quizá, al cabo, un monumental ídolo con pies de barro, un pobre diablo atrapado en su incapacidad de poner límite a la codicia política y militar. Desde luego, un personaje real que supera toda ficción, como lo demuestra la excelente novelita La muerte de Napoleón, de Simon Leys, editada recientemente en español por Acantilado.

La culminación, por parte de la Fundación Napoleón y la editorial francesa Fayard, de la correspondencia completa de Bonaparte -15 años de trabajo, 15 volúmenes para un total de 40.000 cartas escritas o dictadas- acaba de cerrar el círculo de la semblanza definitiva de uno de los personajes más importantes de la Historia mundial. Muchas de ellas permanecían inéditas hasta ahora. Por ejemplo, una fechada el 5 de mayo de 1821 en Longwood (isla de Santa Helena, Atlántico Sur) que dice: “Señor Gobernador, el Emperador Napoleón ha muerto a las seis menos diez de esta tarde como consecuencia de una penosa enfermedad. Tengo el honor de informaros de ello, él me autorizó a comunicaros, si así lo deseáis, sus últimas voluntades”.

La carta la firma el Conde de Montholon.

En realidad la había dejado escrita Napoleón Bonaparte, Emperador de los Franceses.

Jenny von Westphalen, la aristócrata que renunció a su riqueza por casarse con Karl Marx e impulsó sus ideales revolucionarios.

Fuente: BBC Mundo, 6 de mayo 2018.

Es sabido que Karl Marx -quien nació hace 200 años- fue uno de los pensadores más influyentes del siglo XX, ya que su obra inspiró a líderes comunistas como Lenin, Stalin y Mao.

Pero lo que es menos conocido es que quizás nada de eso hubiera ocurrido si Marx no hubiese conocido a Johanna Bertha Julie von Westphalen, su esposa durante 38 años.

Jenny -como la llamaban todos- podía hacer algo que nadie más podía: ¡entender la letra de su marido!

Y es que la caligrafía de Marx era famosamente mala, tanto así que resultaba indescifrable para muchos editores.

Por eso, Jenny siempre era la primera en leer todos sus artículos y tenía la crucial tarea de transcribirlos y enviarlos a las editoriales.

Pero reducir su importancia histórica e influencia a su papel como «traductora» de Marx sería una injusticia.

Von Westphalen era una pensadora política y escritora que participaba activamente en discusiones con políticos y filósofos, a la par de su marido.

Fue la primer miembro de la Liga comunista, la organización revolucionaria fundada por su esposo y Federico Engels en 1847, que se convertiría en el Partido Comunista.

Manifiesto del Partido ComunistaDerechos de autor de la imagen WIKIMEDIA COMMONS
Image caption La Liga comunista publicó en 1848 el famoso Manifiesto del Partido Comunista.

Muchos historiadores resaltan los sacrificios personales que debió hacer Jenny para acompañar y potenciar a su marido.

Y es que en realidad ella pudo haber tenido una vida de lujo y riqueza y en vez se dedicó a luchar por las clases obreras.

Pero su sacrificio más grande fue la pérdida de cuatro de sus sietes hijos, que fallecieron en su infancia como consecuencia indirecta de la pobreza que padeció la familia Marx por seguir sus ideales políticos.

Sangre aristocrática

Von Westphalen nació en el seno de una prominente familia de la aristocracia alemana (entonces Prusia).

Heredó de su padre el título de baronesa y su familia, tanto paterna como materna, estaba repleta de duques y nobles europeos.

Además era considerada una belleza y según sus biógrafos era codiciada por varios hombres de mucha fortuna.

Retrato de Johanna Bertha Julie von Westphalen en la década de 1830Derechos de autor de la imagenWIKIMEDIA COMMONS
Image captionJenny era una heredera que pudo haberse casado con un aristócrata rico. En vez, siguió su corazón y ayudó a cambiar la historia.

Pero ella los ignoró y se casó con Marx, vecino de la infancia, que provenía de una familia de clase media y era cuatro años más chico que ella.

Los unía una enorme pasión por la lectura, afición que compartían desde la adolescencia.

Él -que estudiaba para ser abogado, como su padre- le dedicó una colección de poesías y todos los relatos coinciden en que la pareja se amaba profundamente.

Pero ese amor tuvo su costo: debido a su activismo político Marx fue expulsado de varios países, incluyendo Prusia, y la familia terminó viviendo en el Reino Unido,exiliada, perseguida y en situación de pobreza.

No ayudó que Karl -experto en teoría económica- manejaba pésimamente el dinero de la familia, lo que los obligó a depender de la ayuda de Engels.

Incluso cuando Jenny heredó dinero de su familia, Marx lo invirtió en comprar una gran casa en el acomodado norte de Londres que según varias fuentes estaba por encima de su capacidad económica.

Pérdida trágica

El aspecto más trágico de esta vida que llevaban fue la pérdida de los tres hijos varones de la pareja y de una niña.

Todos fallecieron al poco tiempo de vida, algo que ha sido asociado a la pobreza y el hacinamiento que padecía la familia.

Retrato de Engeles, Marx y sus tres hijas (circa 1860)Derechos de autor de la imagenWIKIMEDIA COMMONS
Image captionEngels (izquierda) y Marx con sus tres hijas que sobrevivieron. Todas fueron nombradas en honor a su madre: Jenny Caroline (1844-1883), Jenny Julia Eleanor (1855-1898) y Jenny Laura (1845-1911). Las tres continuaron con la obra de su padre.

No obstante, y a pesar de haber dado a luz siete veces y de criar a tres hijas, Jenny nunca dejó de ayudar a su marido.

En su libro «Amor y Capital: Karl y Jenny Marx y el nacimiento de una revolución», de 2011, la autora Mary Gabriel cuenta cómo Jenny, embarazada, viajaba para juntar dinero para financiar el trabajo de Marx.

Y es que incluso eso debió hacer por él: las autoridades prusianas le quitaron a Marx la ciudadanía y los británicos se rehusaban a otorgarle el documento, por considerarlo una figura peligrosa. Así que Marx era, en esencia, un hombre sin nacionalidad.

Tampoco tenía la fama: cuando su obra más famosa, «El capital», fue publicada en 1867, pasó sin pena ni gloria.

Fue mucho tiempo después que Marx sería reconocido como uno de los grandes intelectuales de la historia.

Para entonces él ya había fallecido. Y también Jenny, que murió en 1881, dos años antes que su esposo. Se la llevó un cáncer de hígado a los 67 años.

Tumba de Marx en el cementerio de Highgate, en LondresDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionLa famosa tumba de Marx en el cementerio de Highgate, en Londres. El nombre de Jenny está escrito en la lápida, opacado por el tributo a su marido.

Hoy ambos siguen enterrados, lado a lado, en el cementerio de Highgate, en el norte de Londres.

En la lápida que comparten hay una enorme escultura de la cabeza de Marx y el nombre de él está escrito en grandes letras doradas.

Miles de personas peregrinan hasta allí para ver la tumba. Pero seguramente solo unos pocos sepan que la mujer que yace junto al famoso Marx merece su propio tributo.

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