Primavera de Praga: la disidencia aplastada.

Los tanques del Pacto de Varsovia acabaron con el sueño reformista de Checoslovaquia la noche del 20 al 21 de agosto de 1968. La invasión se venía fraguando desde hacía semanas

Autor: Albert Garrido

Fuente: El Períodico. 21/07/2018

Algo flotaba en el ambiente de la Europa de 1968 que hizo posible la llegada de la Primavera de Praga. Más allá del deseo de activar los resortes para poner al día el socialismo real, la economía planificada y el Estado que todo lo puede, las sociedades europeas a ambos lados de la divisoria, bautizada telón de acero por Winston Churchill, reunían todos los ingredientes para un cambio de paradigma. Al mismo tiempo, la lógica aplastante de la guerra fría, el reparto en áreas de influencia y el equilibrio del terror –los arsenales nucleares– imponían un ‘statu quo’ sin resquicios para salirse de él. En este clima nació la Primavera de Praga, que generó una gran esperanza y sucumbió a la ‘realpolitik’.

Jóvenes checos con banderas acaban de subirse a  un camión volcado mientras otros rodean tanques soviéticos en el centro de Praga el 21 de agosto de 1968. / AP (LIBOR HAJSKY)

Cuando los tanques del Pacto de Varsovia cercenaron el experimento checo la noche del 20 al 21 de agosto de 1968, el proceso de liberalización del régimen, el socialismo con rostro humano defendido por la facción aperturista del Partido Comunista, encabezada por Alexander Dubcek, había emitido con generosa claridad suficientes señales de cambio como para alarmar a la Unión Soviética. Después de la desestalinización (1956) y de la caída en desgracia de Nikita Jruschov (1964), la ‘troika’ formada por Leonid Brézhnev, Alekséi Kosygin y Nikolái Podgorni instauró en la URSS un reparto de poder que acabó con las conspiraciones de palacio de la ‘nomenklatura’, consagró la doctrina de la soberanía limitada aplicada a los aliados –los socios del Pacto de Varsovia– y desoyó las advertencias de agotamiento del modelo. Frente a este muro, la Primavera de Praga tuvo los días contados.

Ota Sik, presidente de Eslovaquia –Checoslovaquia era entonces un Estado binacional–, señaló con insistencia durante 1967 la necesidad de abrir la economía y descentralizarla; Dubcek, primer secretario del partido desde el 5 de enero de 1968, remarcó que era preciso democratizar las instituciones; los jóvenes universitarios y una parte muy importante del profesorado, seguramente mayoritaria, los intelectuales que colaboraban en la revista ‘Literarni Noviny’ y los artistas que habían dejado a un lado el acartonamiento del realismo socialista reclamaban que se remozara el régimen y se asentara el pluralismo. François Fetjö (1909-2008), un clásico de la historiografía de los regímenes comunistas, escribió en 1969: «Otro de los crímenes checoslovacos consistió en las medidas adoptadas con el fin de transformar el Estado en algo verdaderamente jurídico».

La libertad de prensa y el apego de los jóvenes a la cultura pop alteraban el pulso de Moscú

Para Fetjö y otros estudiosos de su generación, desde Moscú se justificó la intervención de agosto como un movimiento en defensa del socialismo y de las «posiciones de clase», cuando en realidad la reforma promovida por el PC checo se ajustaba como un guante a una mano a aquello enunciado en el programa del PCUS: hacer del partido una organización representativa de todo el pueblo y no solo de la clase obrera. Medio siglo después de la liquidación de la Primavera es más verosímil entender que la reacción soviética obedeció a la incompatibilidad entre la iniciativa de los reformistas checos y la sumisión a toda costa que exigía el Kremlin (no tenían cabida el revisionismo, la disidencia y el pluralismo).

Lo mismo alteraba el pulso a Moscú la libertad de prensa que el apego de los jóvenes a las manifestaciones de la cultura pop, especialmente las musicales; la misma desconfianza provocaban los discursos de Dubcek que la libertad de circulación y la presencia en Praga de intelectuales extranjeros.

Miguel Delibes, invitado

Uno de invitados fue el escritor Miguel Delibes, que acudió a la capital checa para dar varias conferencias sobre novela española. De vuelta a Valladolid, publicó en el semanario progresista ‘Triunfo’ una serie de cinco reportajes a partir del 25 de mayo de 1968, donde puso de manifiesto sus dudas: «Praga –si no se pliega o no la pliegan– puede alumbrar unas bases de convivencia con una amplia perspectiva de futuro. Es decir, Checoslovaquia puede consumar su evolución hacia un socialismo humanista y democrático o puede fracasar, abrumada por las presiones de su poderoso enemigo».

Puede decirse que el eurocomunismo echó a andar como proyecto tras la ruptura del PCI con la URSS

Sucedió esto último. Los acontecimientos se precipitaron a partir del momento en que la URSS tuvo la seguridad de que en el congreso del PC checo que debía celebrase en septiembre de 1968 los delegados prescindirían de 73 miembros del comité central –los afectos al diktat soviético– de los casi 200 que formaban parte de él. Y se precipitaron asimismo a causa del temor de que el ejemplo checo cundiera en otros países, de manera especial en aquellos donde la implantación de regímenes comunistas careció desde el principio de apoyo social, especialmente Polonia y la República Democrática Alemana (la heterodoxia de Nicolae Ceaucescu, que apoyó la Primavera, nunca preocupó al Kremlin).

Señales de decadencia

Hoy resulta sorprendente que los gobernantes soviéticos no percibieran por aquel entonces que el modelo emitía las primeras señales de decadencia o desgaste a causa de dos costosísimas empresas: la carrera armamentista y la carrera espacial, acaso dos caras de la misma moneda, que dinamizaron la economía de Estados Unidos, pero proyectaron sombras sobre el futuro soviético. Para los ideólogos del socialismo realmente existente, Mijail Suslov entre ellos, el centralismo económico y el reparto de papeles en el Comecon, el mercado común del Este, eran innegociables y debían ser los motores de una economía moderna y competitiva. La llamada normalización checa, capitaneada por Gustav Husak, consistente en liquidar el programa primaveral, trajo consigo, entre otras cosas, la vuelta a aquel ruinoso modelo.

Un hombre ayuda a los heridos en el centro de Praga, en el primer día de la invasión del Pacto de Varsovia. / AP (LIBOR HAJSKY)

La URSS temía que el ejemplo checo cundiera en otros países vecinos, como Polonia y la RDA

¿Qué otras cosas incluyó la normalización? «La intervención en Checoslovaquia destruye la fe en la propia narrativa marxista, no solo en la Unión Soviética, ni solo en el leninismo, sino en el marxismo y su planteamiento del mundo moderno», afirma Tony Judt (1948-2010) en ‘Pensar el siglo XX’. En el análisis de los acontecimientos que hizo el gran historiador dominan dos ideas: la Primavera creó la ilusión de que había un espacio para la disidencia hasta que los tanques llegaron a Praga y, a partir de aquel momento, hubo una dinamización de la crítica del marxismo desde el marxismo.

Eric Hobsbawm (1917-2012) fue aún más lejos: la acometida del Pacto de Varsovia «demostró ser el fin del movimiento comunista internacional con centro en Moscú, que ya se había resquebrajado con la crisis de 1956 (el levantamiento popular en Hungría)».

La impresión de que algo se había desmoronado con la cancelación de la vía checa se puso de manifiesto en el discurso que Dubcek pronunció desde la sede de la presidencia, en el castillo de Praga, el 27 de agosto, después de tres días de dramáticas conversaciones en Moscú. La periodista Margita Kollarova, que trabajaba en la radio estatal, describió así el momento: «Comenzó a hablar. Se notaba que estaba sumamente agotado y emocionado. Trataba de explicar que la nación superaría la crítica situación. Exhortaba a la ciudadanía a mantener la calma. Cuando tocó el tema del desarrollo de las conversaciones en Moscú, casi no pudo hablar. Se confundía y hacía pausas. Dubcek lloraba y no podía concentrarse».

Desfondamiento

El convencimiento del líder de la Primavera de Praga de que era posible renovar el sistema desde dentro explica su desfondamiento. «Hacía vida social, iba a la piscina pública y se unía a la gente sencilla para asistir a los partidos de fútbol y de hockey sobre hielo. Pero ¿tenía una política clara? Era ante todo comunista y jamás quiso salirse de ese marco», explica el historiador Oldrich Tuma. Otros comunistas, militantes desde los días de la ocupación nazi como el propio Dubcek, sufrieron un parecido impacto emocional, agravado muchas veces por la experiencia del exilio. Si las reformas económica y política no las podía hacer el partido, quién estaba legitimado para hacerlas, quién tenía derecho a impedirlas, se preguntaba Ota Sik muchos años más tarde.

La repercusión de las fallidas reformas en toda la izquierda occidental fue enorme

La repercusión del drama checo en la izquierda occidental fue enorme. Al mismo tiempo que los gobiernos se limitaban a una retórica condenatoria, sujetos a la lógica de las áreas de influencia, se abrió un debate político en el que participaron todos los registros del pensamiento marxista y no marxista. Puede decirse que el eurocomunismo echó a andar como proyecto político a partir de la ruptura con la URSS, rotunda y sin reservas, del Partido Comunista italiano (PCI) dirigido por Luigi Longo; más tardía y contenida en el Partido Comunista francés (Waldeck Rochet); llena de complejas tensiones en el Partido Comunsita español, en la clandestinidad y con un pasado de dirigentes exiliados en la URSS al final de la guerra civil, incluidos Dolores Ibárruri y Santiago Carrillo.

Aún hoy, medio siglo más tarde, la reflexión abierta por el PCI sigue siendo motivo de análisis. Los herederos del pensamiento de Antonio Gramsci abrieron la caja de Pandora al reconocer la imposibilidad de realizar la revolución socialista en los países capitalistas, al renunciar a la tutela soviética, al poner sobre la mesa el hecho inapelable de que la izquierda estaba lejos de ostentar la hegemonía cultural. La decisión de Enrico Berlinguer, secretario general a partir de 1972, de sentar al partido frente al espejo de la realidad y de renunciar a los eslóganes de antaño impregnó a toda la izquierda, fuese o no comunista, y puso los cimientos del compromiso histórico, que Longo nunca apoyó y que frustró el asesinato de Aldo Moro (1978).

Un asunto interno

Al volver sobre los sucesos de hace 50 años adquiere especial relevancia la hipótesis desarrollada por el historiador y activista Tariq Ali, integrante del comité editorial de la ‘New Left Review’: la contención de los países occidentales durante la crisis se debió en gran parte a su temor a que un eventual éxito de la reforma checa pusiera en discusión su modelo social. Resulta más convencional, y quizá más cercana a lo sucedido entonces, la versión según la cual el presidente de Estados Unidos, Lyndon B. Johnson, en el ocaso de su mandato, se atuvo a las reglas del juego y entendió que el caso checo era un asunto interno del bloque del Este; entendió que una actitud más militante, entrañaba demasiados riesgos en plena efervescencia de la guerra de Vietnam. Este era el sistema de pesas y medidas de la guerra fría.

PROTAGONISTAS

Jirina Siklova
Socióloga (1935)

Depurada por reformista

Militante comunista desde su juventud, estudió Historia y Filosofía y emprendió una brillante carrera académica como socióloga, con una dedicación especial en los estudios de género en su país y en otras sociedades del Este. Fue una figura destacada de la facción comunista que apoyó a Alexander Dubcek, y abandonó el partido a raíz de la intervención soviética. Perdió su puesto en la universidad, trabajó de conserje y luego de trabajadora social en un hospital. En 1981 pasó por la cárcel y fue detenida con frecuencia en tanto que una de las impulsoras de la ‘Carta 77’, promovida entre otros por Vaclav Havel. En sus trabajos en la clandestinidad o publicados en el extranjero acuñó la expresión ‘zona gris’ para referirse a la colaboración entre los disidentes y los comunistas reformistas encuadrados en el partido.


Milan Kundera
Escritor (1929)

Desposeído de la nacionalidad

Hijo del pianista y musicólogo Ludvik Kundera, creció en un ambiente culto y abierto a la innovación. Como muchos otros intelectuales de su generación, la democratización impulsada por Alexander Dubcek aguzó su espíritu crítico y la revisión del socialismo real, tan presente en las páginas de la revista ‘Literarni Noviny’, que llegó a vender 300.000 ejemplares. En ‘La broma’ (1968) retrata con ironía la lógica de los regímenes totalitarios y en ‘La insoportable levedad del ser’ (1984), su novela más vendida, la peripecia nacional de Checoslovaquia. Se exilió en Francia en 1975, fue desposeído de la nacionalidad checa en 1979 y dos años después adquirió la francesa. En ‘El libro de la risa y el olvido’ (1978) ha dejado escrito: «La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido».


Gustav Husak
Político (1913-1991)

Piloto de la ‘normalización’ del país

Militante comunista desde 1933, estudió Derecho, formó parte de la resistencia contra la ocupación alemana, pero después de la guerra fue víctima de una de las últimas purgas stalinistas: juzgado y condenado a cadena perpetua, salió de la cárcel a raíz de la apertura que siguió al 20º congreso del PCUS. Combatió al presidente Antonin Novotny, apoyó las primeras iniciativas de Alexander Dubcek, pero a raíz de la intervención soviética se puso al frente de la llamada ‘normalización’. En 1969 fue nombrado secretario general del Partido Comunista y en 1975 sucedió en la presidencia del país a Ludvik Svoboda. Allí permaneció hasta el 10 de diciembre del año 1989, superado por los acontecimientos que siguieron a la caída del Muro de Berlín (9 de noviembre de 1989).


Alexander Dubcek
Político (1921-1992)

Condenado al ostracismo

Ingresó en el Partido Comunista checoslovaco durante la ocupación alemana del país. A partir de 1949 ocupó cargos de responsabilidad en el partido, estudio Derecho y entre 1955 y 1958 asistió a la escuela de cuadros en Moscú. El anquilosamiento político, la crisis económica y el ‘diktat’ soviético le llevaron a encabezar la corriente reformista del partido hasta alcanzar la secretaría general el 5 de enero de 1968, de la que desplazó al stalinista Antonin Novotny. La intervención del Pacto de Varsovia en agosto del mismo año le condenó al ostracismo –acabó de agente forestal–, aunque no cejó en su empeño renovador. En 1989 fue acogido como un héroe en Praga y ocupó la presidencia del Parlamento. Murió en un accidente de coche poco antes de la división de su país en dos estados.

 

100 años de un Estado que no existe.

Los primeros ministros de República Checa y Eslovaquía, Andrej Babis y Peter Pellegrini, respectivamente, se reúnen en Praga. (Michal Cizek/AFP/Getty Images)

Fuente: esglobal.org, 17/04/2018

Autora: Vera Zatopkova

¿Qué queda de la identidad checoslovaca con la celebración de su centenario?

El comienzo del año 2018 despertó muchas emociones entre los checos. No solo por entrar en el territorio simbólico de los años que terminan en 8, periodos marcados en la memoria colectiva del país centroeuropeo con demasiados significados históricos… También por la reelección del presidente euroescéptico Miloš Zeman, que una vez más dividió al país en dos y lo va a seguir haciendo durante todo su segundo mandato como ya demostró en su discurso inaugural el pasado 8 de marzo. Con sus palabras atacó, públicamente, a la prensa libre y la televisión pública. Para empezar.

No hay mejor momento para la autorreflexión sobre la identidad de una nación como un centenario. En este caso, se conmemora la creación de Checoslovaquia, por tanto, hablamos del aniversario de un Estado que no existe. Aunque parezca kafkiano, tiene mucha coherencia. La primera república (1918-1938) fue una época de entusiasmo, desarrollo cultural y crecimiento económico surgida del magma del Imperio austrohúngaro. En ella se plasmó toda la riqueza multicultural bajo el liderazgo del filósofo y presidente Tomáš Garrigue Masaryk. Las fechas de 1918 y de la Revolución de terciopelo, en 1989, reflejan dos momentos sociales muy positivos. Fueron dos hitos cruciales que se convirtieron en gritos democráticos muy significativos. Más a lo largo de la historia de un país que parece un catálogo de traumas nacionales y destinos frustrados con sus reversos. Por ejemplo, cuando en 1938 se produjo la invasión del nazismo, en 1948, la dictadura comunista y, en 1968, la invasión soviética.

No sorprende que en el recién publicado sondeo del centro de encuestas públicas (CVVM) sobre la valoración de los momentos históricos más importantes tanto en Chequia como en Eslovaquia, lo que mejor se valore de toda la historia conjunta sea el establecimiento de Checoslovaquia en 1918. Para el 83% de los checos y el 68% de eslovacos fue el momento más importante y positivo. La Revolución de terciopelo ocupa el segundo lugar. Sin embargo, sólo para el 42% de checos y el 40% de eslovacos está bien vista y valorada la separación de Checoslovaquia en 1992. La entrada en la Unión Europea en 2004, además, resalta como un hecho muy positivo e importante solo para el 44% de checos – dato muy bajo- frente al 53% de eslovacos.

El entusiasmo europeísta más bajo que en Eslovaquia muestra la realidad actual de la República. Refleja la década de la política euroescéptica de los dos últimos presidentes desde 2003. Tanto de Václav Klaus como de Miloš Zeman, ambos arropados por políticos populistas que buscan siempre enemigos fuera del país. Populismo xenófobo, falta del consenso político y ausencia de visión de un proyecto para el país son los síntomas principales de la era posterior a Havel. No existe ni un liderazgo constructivo ni planes a largo plazo. El humanismo de los presidentes Havel y Masaryk ha desaparecido del mapa.

Para variar, Eslovaquia se declaró a finales de 2017 la única isla proeuropea en el contexto de sus vecinos, los miembros del grupo Visegrad. Pero, de pronto, los diez años del gobierno populista del primer ministro Fico terminaron en la crisis política más profunda ocurrida después de la muerte del periodista de investigación Ján Kuciak. Este destapó varios escándalos de corrupción y conexiones entre el primer ministro con el crimen organizado que llevaron a su dimisión después de protestas masivas en las calles. Crisis de liderazgo por toda la zona y un paralelismo entre Chequia y Eslovaquia: dimisión de gobiernos.

janpraga

Fin de dos sueños: 1938 y 1968

Para entender mejor las líneas populistas actuales, conviene analizar otra sombra histórica omnipresente que sigue alimentando el euroescepticismo y la xenofobia hasta hoy. Lo que en el país se conoce como “el trauma de Múnich”, aquel que terminó con el sueño de la Primera República en 1938. Fue un acuerdo firmado en la conferencia de dicha ciudad alemana en septiembre de ese mismo año, que cedió a Alemania la región checoslovaca de los Sudetes, de habla germana. El acuerdo se celebró entre el Gobierno de Hitler e Italia, Gran Bretaña y Francia. Checoslovaquia no tuvo permitido concurrir a la conferencia, lo que creó una idea permanente: “Sobre nosotros, sin nosotros”. Además, Hitler no tardó mucho en violar este pacto y devoró a todo el país seis meses después. Algo que dejó una cicatriz y que se activa dentro de la identidad checa a través de varias campañas políticas a lo largo de la historia moderna. Sin hablar de la expulsión de los alemanes: si en 1921 formaban un 30,6% del país, en 1950 representaban menos de un 1,8%. Las consecuencias de la guerra y los decretos de Beneš cambiaron la demografía de la sociedad checa para siempre. La multiculturalidad donde convivían alemanes, judíos y checos conformaba una esencia natural que transformó sin esa savia a la sociedad en un conglomerado hermético y sin mestizaje dentro de los muros de la dictadura comunista.

El trauma de Múnich sigue muy presente en la política nacional después de la Segunda Guerra Mundial. El mismo presidente Beneš declaró en 1944: “Nuestro pilar principal es Rusia. ¡Múnich no se va repetir nunca!”. El sueño de permanecer entre Rusia y Alemania –Oriente y Occidente-, sin pertenecer a ninguna parte construye una esencia muy fuerte para la identidad checa. Según los últimos sondeos del Centro de estudios empíricos (STEM), el 50% de la población checa prefiere mostrarse imparcial entre ambas zonas de influencia sin adscribirse a ningún bloque. Es una visión romántica -o más bien utópica- que se perpetúa como un hilo rojo en la historia del país desde el siglo XIX. Explica, perfectamente, la posición de Beneš en agosto 1945: “No volveremos a 1938 porque sabemos que la sociedad liberal es un anacronismo en la teoría y en su praxis”. Y tenía razón Beneš, aunque se refería a otra cosa: tardó mucho en volver el país al año 1938. Si en aquel año Checoslovaquia superaba el crecimiento económico de Bélgica, Italia y Austria, en 1956, ya rezagado, disminuyó en su productividad a 20 años atrás.

Además, la nueva ilusión de una sociedad liberal debía esperar hasta los 60. “Socialismo con cara humana”, el programa político de Alexander Dubček para la democratización y la reformas del “comunismo real”, fue un lema lanzado en enero 1968. Cristalizó en la esperanza de la Primavera de Praga. Pero terminó traumáticamente con la invasión del Ejército del Pacto de Varsovia, liderado por la Unión Soviética en la madrugada del 21 de agosto. Ocho meses después, 500.000 soldados, 6.300 tanques y 800 aviones de los 5 países formalizaron un gobierno de colaboradores domésticos y comenzó una época de duras persecuciones por parte de la policía secreta.

Más de 200.000 personas emigraron (o fueron obligadas a emigrar) después de 1968. Entre ellas, referencias culturales y voces importantes como el escritor Milan Kundera o el cineasta Miloš Forman. Mientras continuaba el éxodo del país, el Ejército ruso se instaló allí hasta 1991. Y pasaron aún 20 años antes de que el régimen comunista comenzara a desmoronarse en Europa del Este. En los años de la considerada “normalización”, después de 1968, las palabras perdieron su significado y el poder comunista introdujo su lenguaje, sus códigos de propaganda y su propia interpretación del pasado y el presente. Así siguen presentes algunos frutos envenenados de aquella era sin moral.

Una de las principales esencias de la relación de Chequia con la Unión Europea se forja a través de su relación con Alemania. A pesar de que hayan pasado casi 29 años desde la caída del comunismo, sigue siendo uno de los temas donde continúa presente la propaganda del antiguo bloque. Pero no solo, porque ya en el siglo XIX era popular un dicho despectivo: “Quien quiere tener buenas relaciones con Alemania es un sirviente de Berlín”. Tomáš Garrigue Masaryk tuvo que enfrentarse bastante a este prejuicio en su época. Fue la crítica principal que recibió. Recientemente, ha sucedido también. Ese recelo hundió las expectativas presidenciales de Karel Schwarzenberg, en 2013. Su rival de entonces, Zeman, sacó tajada del tema alemán. Esgrimió los decretos de Beneš como una alarma en plena campaña política y le desacreditó con otra mentira más sobre la colaboración con los nazis. Fue así como cambió el voto a su favor.

Con este clima político y una campaña antieuropea permanente por parte de los principales líderes políticos, no sorprende que el apoyo actual de la Unión Europea haya quedado en el punto más bajo de los Estados miembros. Todo esto, a pesar de que la economía crece (4,4%, en 2017) y el paro baja a mínimos históricos (3,7% en febrero 2018 versus 5,1% en febrero de 2017). Mientras en España no existen apenas reticencias y el 88% de su población se siente ciudadano de la Unión, según el último Eurobarómetro, en Chequia la cifra alcanza el 56%, frente al 75% de una Eslovaquia mucho más proeuropea.

Prohibido olvidar

Aunque la fecha exacta de la declaración de la fundación de Checoslovaquia cae en la segunda mitad del año 2018 –concretamente el 28 de octubre–, el Gobierno checo destinó 410 millones de coronas checas (16 millones euros) para las celebraciones desde principios de 2018, con una intensa agenda de los eventos.

El viceministro del Ministerio de Asuntos Exteriores, Jakub Dürr resume a esglobal los principales impulsos del año conmemorativo: “Se trata de valores que queremos restablecer. Deseamos ser lo que éramos hace 100 años. Con todo respeto y dignidad conmemoramos la fecha del 1 de enero de 1993, cuando concluyó casi un siglo entero juntos y las dos naciones decidieron ir por su propio camino. La nación joven regresó no solamente a los principios del Estado del presidente Masaryk sino también a la tradición de San Venceslao, considerada como base de la estatalidad checa. Es decir, a principios que dan sentido auténtico a nuestra nación y forman la base de la identidad contemporánea”.

Hasta hoy día, a causa de la lobotomía comunista, cuesta reivindicar a esta región el legado de todo un siglo. Sobre todo la riqueza cultural que surgió del Imperio austrohúngaro y su mezcla de comunidades checa, alemana, judía y eslava que ha dado al mundo varios genios universales. Desde compositores como Janáček y Martinů, sin olvidarnos de Gustav Mahler, aunque muriera antes de la primera República, a escritores y pensadores como Sigmund Freud, Franz Kafka, Milan Kundera, Bohumil Hrabal, poetas de la altura de Holan y Seifert, pintores como František Kupka, Alfons Mucha, Emil Filla, Adolf Loos o cineastas reconocidos en todo el mundo como Miloš Forman… Sorprende la densidad de talento por metro cuadrado en los primeros estertores del siglo XX, hoy día cuesta encontrar ecos similares de aquella cosecha en un país sin visión ni memoria. Queda una buena base de gente muy trabajadora, dispuesta a aprender muy rápido todo lo que cruza la frontera y cuidar su patrimonio. Pero la grandeza multicultural es agua pasada y justo por eso viene bien reconstruir el mosaico de los acontecimientos y el legado de los últimos 100 años. Queda prohibido olvidar.