Los socialistas frente al antisemitismo a principios del siglo XX.

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Pogromo de Kishinev

Autor: Eduardo Montagut.

Fuente: Nueva Tribuna. 26/01/2019

En abril del año 1903 se produjo uno de los más sangrientos pogromos en el Imperio ruso, acontecido en Kishinev, un hecho que se repetiría en octubre de 1905. Los muertos y heridos fueron centenares como informó The New York Times. El antisemitismo ruso fue intenso y extremadamente violento, alentado por las autoridades zaristas por dos motivos. En primer lugar, tenía que ver con desarrollo de una intensa política de rusificación y, en segundo lugar, porque el odio hacia los judíos podía canalizar el creciente malestar popular campesino. Recordemos que en Rusia fue donde se publicaron en 1902 Los Protocolos de Sión, obra de la Orjana, un alegato en favor de la persecución de los judíos, habida cuenta de la supuesta conspiración judeo-masónica para dominar el mundo, una manipulación que tuvo un éxito considerable entre determinados sectores políticos e ideológicos del universo de la extrema derecha, el fascismo, el nazismo y el franquismo. El propio término de pogromo es ruso (“devastación”), y ha pasado al vocabulario general.

Pues bien, el socialismo internacional reaccionó contra este pogromo. El Socialista informaba de la extrema violencia desatada en su número 900 de 5 de junio de 1903, denunciando que no era concebible que en el siglo XX se produjeran hechos de dicha gravedad. Se achacaba al fanatismo religioso y a la instigación de las autoridades zaristas en lo que se consideraba la “última batalla” que estaba riñendo por mantenerse. Recordemos que en 1905 estallaría la primera Revolución Rusa. Los socialistas españoles consideraban que ante este hecho el socialismo internacional no podía dejar de alzar su voz.

La cuestión del antisemitismo en el seno del socialismo es compleja y evolucionó en el tiempo. El Congreso de la Segunda Internacional de Bruselas del año 1891 trató la cuestión en un debate intenso, y que se solucionó con una resolución donde se criticó tanto el antisemitismo como el filosemitismo porque fueron considerados como manejos que la clase capitalista y los gobiernos empleaban para desviar el movimiento socialista y dividir a los obreros. La resolución partía del hecho de que los partidos socialistas no contemplaban lucha alguna de tipo racial o nacional, sino solamente la lucha de clases de “los proletarios de todas las razas contra los capitalistas de todas las razas”.

La cuestión volvió a surgir en relación con el affaire Dreyfus en Francia. Los socialistas franceses comenzaron por no decantarse por ninguna de las dos partes, ya que consideraban que era un conflicto entre dos sectores de la burguesía, la más reaccionaria y la más progresista. Las cosas cambiaron a raíz del famoso artículo de Zola, y los socialistas decidieron abrazar la causa anticlerical. La tesis de la Segunda Internacional fue la empleada por Pablo Iglesias, sin citar la persecución en sí de los judíos, cuando opinó en 1899 sobre la conducta de los socialistas franceses en el caso de Dreyfus, y que hemos estudiado en un reciente artículo, al considerar que el asunto no era especialmente relevante para los trabajadores, aunque aludía a la evidente injusticia ejercida contra el militar.

El periódico obrero español publicó el manifiesto que había aprobado el Comité Socialista Internacional. En el mismo se resaltaban las atrocidades cometidas sin que las autoridades intervinieran para frenarlas, tan prontas a hacerlo cuando había manifestaciones obreras o de estudiantes o para reprimir al pueblo de Finlandia cuando reclamaba sus libertades. El zarismo no había hecho nada para defender a los judíos.

Los socialistas denunciaban el sistema zarista. Lo que había ocurrido era un ensayo de intimidación y una venganza contra los judíos por la acción revolucionaria del “proletariado israelita”. Excitando el odio racial y religioso se pretendía distraer el descontento social y aprovechar para reprimir a los que luchaban por la emancipación.

La Internacional condenaba los hechos y hacia un llamamiento general al “mundo civilizado” para que intentase impedir la repetición de los horrores, porque se temía que se extendiesen por otras zonas del Imperio ruso. El llamamiento era especial para los trabajadores por si los gobiernos no querían actuar. Se insistía que las acciones zaristas iban encaminadas a exterminar al “proletariado consciente”. Había que alzar la voz, protestar, en suma.

En este sentido, se organizaron actos de protesta en Alemania, Bélgica y Francia, además de abrirse suscripciones para socorrer a las víctimas, un recurso muy propio del principio de solidaridad socialista.

Hemos consultado el número 286 sobre el Congreso de Bruselas, y el 900 sobre la postura ante el pogromo de Kishinev de El Socialista.

Para el caso concreto del antisemitismo en España es conveniente consultar la obra de Gonzalo Álvarez Chillida, La imagen del judío en España (1812-2002), con prólogo de Juan Goytisolo, Madrid (2002). Interesa, para nuestro caso, el capítulo dedicado al antisemitismo de izquierdas. Sobre la postura de Pablo Iglesias podemos consultar el trabajo que hemos publicado en El Obrero (2017), y que lleva por título, “Pablo Iglesias Posse y el socialismo francés en 1899”.

 

El Conde de Vallellano y su implicación en el Holocausto.

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Autora: Cristina Calandre Hoenigsfeld.

Fuente: nuevatribuna.es. 30/XI/2018

El Conde de Vallellano, Fernando Suarez de Tangil, Grande de España, fue nombrado Presidente de la Asamblea Suprema franquista de la Cruz Roja por Franco desde Burgos en septiembre de 1936.

Nada más ganar la guerra, los franquistas promulgaron una normativa antisemita de paso de fronteras, el 11 de mayo de 1939 desde el departamento Nacional de Políticas y Tratados, que dirigía el Conde de Casa Rojas, del Ministerio de Exteriores, siendo su ministro, el Conde de Gómez Jordana, y en donde participaba también el ministerio de Gobernación, dirigido por el antisemita Ramón Serrano Suñer.

Un día después, el 12 de mayo de 1939, el Conde de Vallellano, nombra a Juan ManuelAgrela, Conde de la Granja. Delegado de la Cruz Roja con plenos poderes para todas las acciones de repatriación de los civiles y militares residentes en los Campos de Concentración o Centros de refugiados en Francia…

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Juan Manuel Agrela, Conde de Agrela, abriría dos oficinas de la Cruz Roja, una en Irún y otra en Hendaya, para el trámite de canje de prisioneros.

Fue además nombrado el 27 de junio de 1939, Vicecónsul honorario en Hendaya por el Cónsul Fausto Navarro, con el visto bueno del Ministro Jordana y el embajador en Paris, Lequerica .

La firma de Fausto Navarro, aparece en el visado de mi abuela Rosa, (sello de consulado de Hendaya) judía polaca, a la que se le aplico la normativa antisemita de paso de fronteras de 11 de mayo de 1939, que pudo sortear, al tener el aval franquista del Marques de Ibarra. Con ella paso mi madre, Ruth, y gracias a esto, se salvaron del Holocausto, y yo estoy aquí para contarlo, aunque a muchos les moleste.

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En ese momento era Vicecónsul en Hendaya el conde de la Granja, a la vez compaginaba su puesto con el de delegado de la Cruz Roja, bajo la autoridad de su Presidente y su amigo, el Conde de Vallellano.

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Este, fue cesado en enero de 1941, mientras que el Conde de la Granja, paso a ser jefe de Gabinete de información Internacional de la oficina central de la Cruz Roja, a partir de noviembre de 1941.

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La vida siguió para ellos, llenos de premios, medallas y reconocimientos, para eso habían ganado la guerra.

Pero ¿cuantos judíos, no pudieron pasar la frontera por esa normativa antisemita que estuvo vigente hasta al menos 1942, y acabaron exterminados? Nadie se ha molestado en estudiarlo.

La normativa, sigue sin estar anulada al día de hoy, a pesar de mis protestas, ya que en los demás países europeos, hace años fueron anuladas las leyes antisemitas.

!Eso sí es una infamia!

Los 70 minutos que decidieron el destino de miles de judíos italianos.

Un fotograma de ‘1938. Diversi’.

Autor: TOMMASO KOCH

Fuente: El País, 04/09/2018

El destino de los judíos se decidió en poco más una hora. Su suerte empezó a tambalearse a las 16.00. A las 17.10, cuando terminó el debate, ya estaba condenada. “En una atmósfera de consenso enfurecido”, según el documental 1938. Diversi, el Parlamento italiano aprobó las leyes raciales que entraron en vigor el 17 de noviembre de aquel año. “Me di cuenta solo entonces de que era judío”, cuenta uno de los entrevistados en el filme. Únicamente por ello, a partir de ese día, ya no podría ejercer como profesor, poseer terrenos, casarse con alguien de la presunta raza aria itálica y una infame lista de etcéteras. La estrategia antisemita que el régimen fascista de Mussolini llevaba años fraguando culminó así en una de las páginas más oscuras de la historia del país. 1938. Diversi, que se proyecta estos días fuera de competición en el festival de Venecia, indaga en el proceso que llevó a ese abismo nacional. Para no olvidarlo, justo cuando se cumplen 80 años de aquella vergüenza; y como aviso, porque la sombra del racismo vuelve a alargarse sobre Italia.

“Queríamos investigar más sobre esas leyes, tomar conciencia de ese periodo y esclarecerlo. Cuando empiezas a preguntar por ahí, llegan muchos silencios incómodos y respuestas confusas”, asevera Giorgio Treves, director del documental. Para excavar hacia la verdad, el cineasta ha acudido a las fuentes y los géneros más variados: historiadores, ensayistas, testigos directos, políticos y documentos de la época tratan de reconstruir el puzle; para narrarlo, se mezclan animación, grabaciones de archivo, entrevistas y recreaciones teatralizadas de las palabras de Mussolini. “No hay que creer que el Duce abrazara el antisemitismo por Hitler. Fue un camino autónomo”, agrega Treves.

El fascismo puede volver escondido tras las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo

UMBERTO ECO

Con otro anuncio del dictador, pronunciado por él mismo, arranca el documental. En septiembre de 1938, en Trieste, informa a una grey entusiasta de que “el judaísmo mundial ha sido un enemigo irreconciliable”. El dictador culpa de todos los males a un grupo que representa, en ese momento, una milésima parte de la población. Y que vivía tan integrado que se sentía “casi antes italiano que judío”, explica Treves: había protagonizado el movimiento de liberación del Risorgimento, participado con entusiasmo en la Primera Guerra Mundial y unos 200 incluso desfilaron en la marcha sobre Roma con la que el fascismo se adueñó del poder, como señala el documental. Muchos estaban afiliados al partido de Mussolini, aunque su presencia también fue poderosa en el antifascismo.

“El problema del judaísmo surge cuando el régimen lo impone desde arriba”, reflexiona Treves. Y varias voces del documental coinciden en ello: los italianos no eran entonces antisemitas, o racistas. Mientras el odio contra los judíos montaba en Europa, del caso Dreyfus a los pogromos rusos, pasando por la difusión de Los protocolos de los sabios de Sion, en Italia resistía un estatuto de 1848 que había abolido los guetos y sentenciado la igualdad de los ciudadanos. Mussolini, sin embargo, tenía ideas y, sobre todo, necesidades opuestas.

Otro fotograma de '1938. Diversi'.
Otro fotograma de ‘1938. Diversi’.

Así que, en 1936, empieza a imaginar el alejamiento de la vida pública de los judíos, según el filme. “Los italianos han de hacerse más duros, implacables, odiosos. Es decir, líderes”, escribe Mussolini. Para compactar a su pueblo y reforzar su poder, el dictador cita al imperio romano, lanza la guerra colonial contra Etiopía y envía sus tropas en apoyo a Franco. “Cuando termine la lucha en España, inventaré otra cosa”, son sus palabras que resuenan en 1938. Diversi. Y en la raza, Mussolini encuentra uno de los pilares más sólidos para su proyecto.

“Sus escritos juveniles contienen frases contra los judíos pero no se le podía considerar antisemita. Aunque el racismo encaja en la actitud fascista de abuso del fuerte sobre el débil”, defiende Treves. En el documental, se ve como el Duce pone a su propaganda a inculcar el mito de la raza italiana, sobre todo en los más jóvenes. Los artículos denigratorios se multiplican, “las páginas de sucesos solo hablan de judíos”, explica el filme. Y en el verano de 1938, el fascismo halla su base seudocientífica con la publicación del Manifiesto de la raza, encargado por Mussolini a 10 estudiosos.

Meses después, ya hay bares que prohiben la entrada “a perros y judíos”. Como dice uno de los testigos en el filme, “aquel hilo de tinta negra que firma las leyes raciales se engrosa hasta convertirse en la vía de tren que lleva a Auschwitz”. Mientras, la mayoría de los italianos asiste “con una indiferencia que se convierte en complicidad”, según la película. Y su director avisa de que aquel “virus” que el régimen inoculó en los italianos aún no ha sido aniquilado.

Umberto Eco ya lo dijo, en 1994: “El fascismo puede volver escondido tras las apariencias más inocentes. Nuestro deber es desenmascararlo”. Y con esa frase se cierra el filme. “Cuando un político propone un censo de los gitanos, es peligroso”, tercia Treves. Así lo hizo el actual ministro del Interior de Italia y líder de la Liga, Matteo Salvini, volcado en la lucha contra la inmigración y quien también afirmó: “Los gitanos italianos, por desgracia, tenemos que quedárnoslos”. El cineasta encuentra denominadores comunes entre ambas épocas en el “estado de crisis, la necesidad de chivos expiatorios y las simplificaciones que se vuelven eslóganes”. Y pide ayuda a la memoria: “Todo eso ha existido. Recordémoslo. Y evitémoslo”. La lección está ahí, en la historia. Basta leerla.