La dama de hierro del islam

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Autor: Jordi Joan Baños

Fuente: Muy Historia.

El asesinato de Benazir Bhutto, el 27 de diciembre de 2007, a la salida de un mitin en Rawalpindi sacudió Pakistán y apenó al resto del mundo. Con ella moría la primera mujer que ha gobernado un país musulmán y la mejor baza para que, en vísperas de elecciones, la sofocada democracia pakistaní se liberara de una vez por todas de la tutela militar. Desde entonces, su nombre viene precedido por el adjetivo de respeto ‘mohtarma’. Una señal de que el martirio de la hija y hermana de mártires, así como su entrada en la Historia, parecen haberla exculpado de todo pecado. Y esto, a pesar de que su figura y sus dos mandatos -ambos recortados por el presidente de turno, alegando corrupción y desgobierno- tengan tantas sombras como luces.

En cualquier caso, Benazir demostró inteligencia política –excesivamente pragmática para algunos– y contribuyó decisivamente a que el mayor partido de Pakistán sobreviviera contra viento y marea, a pesar de los intentos del ejército de debilitar e incluso desmantelar el sistema parlamentario de partidos. También hizo gala de un coraje extraordinario hasta la muerte, algo reconocido por sus propios detractores, que eran muchos, sobre todo entre el establishment, eufemismo usado en Pakistán para referirse al ejército y los servicios de inteligencia.

La animadversión arrancaba de lejos. Por lo menos, desde el derrocamiento y ajusticiamiento de su padre, Zulfikar Ali Bhutto, a finales de los setenta, por orden del general Zia ul-Haq. Porque si Benazir Bhutto es la figura política más destacada del Pakistán de los últimos veinte años, su padre, fundador del Partido Popular de Pakistán (PPP), lo es de su historia entera (con el permiso, claro está, de Mohammed Ali Jinnah, ideólogo y fundador en 1947 del Estado propio reclamado por muchos musulmanes indios). Las «democracias» del subcontinente indio han heredado una cultura política dinástica: en India, con los Nehru-Gandhi; en Bangladesh, con los archirrivales Sheikh y Zia; en Sri Lanka, con los Bandaranaike; y en Pakistán, con los Bhutto.

Infancia y primeros años

Benazir Bhutto fue la mayor de cuatro hermanos. Nació en 1953, y pasó su infancia y primera juventud en Karachi con temporadas en la casa solariega de Larkana, muy cerca de los yacimientos arqueológicos de Mohenjo-Daro. Su familia, de grandes terratenientes, estaba y está al frente de un clan que suma más de 100.000 personas en la provincia de Sind. Su bisabuelo ya fue un alto funcionario al servicio de los británicos; luego, su abuelo fue uno de los artífices de la separación de Sind respecto a la región de Bombay y posteriormente, como Jefe de Gobierno del Estado principesco de Junagadh, impulsó su adhesión a Pakistán (algo que sería desbaratado por el Ejército indio).

Cuando Benazir era niña, su padre, Zulfikar Ali Bhutto, se convirtió en Ministro de Exteriores con apenas 30 años. Tras servir durante largo tiempo al general Ayub Khan, Ali Bhutto se desvinculó del régimen militar en 1967 para fundar el PPP. Su fuerza política recogía por primera vez las aspiraciones de la mayoría silenciosa de la población, bajo la consigna de » pan, vestido y techo», lo que le llevó a ganar las elecciones de 1971 en la parte occidental del país. No obstante, en el lado oriental, los soberanistas bengalíes se hicieron con casi todos los escaños, lo que desembocó en la Guerra de Independencia de Bangladesh con apoyo militar indio. Aunque las culpas estaban repartidas, el ejército descargaría posteriormente en Ali Bhutto la responsabilidad de la mutilación del país, por el fracaso de las negociaciones que condujo. En honor a la verdad, el PPP no había logrado ningún diputado en Pakistán Oriental, con lo que la secesión de Bangladesh facilitó que Ali Bhutto se convirtiera en líder indiscutible de lo que quedaba de Pakistán.

Zulfikar Ali Bhutto fue nombrado presidente poco después. Una Benazir de apenas 18 años fue luego testigo de excepción de la Conferencia de Simla en la que su padre e Indira Gandhi firmaron el acuerdo de paz y la repatriación de los prisioneros pakistaníes.

Siguiendo el camino de su padre

Ali Bhutto ganaría luego las elecciones legislativas, alcanzando el cargo de primer ministro. No obstante, su fraude -seguramente innecesario- en las urnas en 1977 sirvió de excusa a ul-Haq para su derrocamiento y arresto. A esto se sumó luego la acusación de asesinato del padre de un rival político, utilizado como coartada legal para su ejecución en la horca.

El caso de Bangladesh no sería el primero en que el ejército pakistaní intentaría lavar un fiasco militar echando la culpa a los civiles. En la siguiente guerra con India, la de Kargil (Cachemira), conducida en 1999 por Pervez Musharraf, la retirada sería tapada por el general con un golpe de Estado en contra del entonces primer ministro, Nawaz Sharif. En su último libro, ‘Reconciliación’, Benazir Bhutto remonta a la época de la secesión de Bangladesh el inicio de la santa alianza entre la jerarquía militar y los partidos religiosos que iban a perseguir al PPP en el futuro. Una alianza revitalizada por el dictador ul-Haq, entre 1978 y 1988, y por Pervez Musharraf, entre 1999 y 2008.

En el fondo subyace la resistencia del ejército a perder la tutela que ha ejercido sobre Pakistán desde su sangrienta creación. Benazir Bhutto, en sus dos mandatos (1988-1990 y 1993-1996)tuvo que librar la misma pugna por afianzar el predominio del poder civil. Perdió la batalla dos veces, como también lo haría su dos veces sucesor, Nawaz Sharif, de la rival Liga Musulmana de Pakistán (PML-N). No en vano, el conflicto de Cachemira -cuya soberanía se disputan India y Pakistán- y el temor del país a ser balcanizado y absorbido por la India de la que procede, han servido al ejército para justificar su predominio en la vida pública. De este modo, durante gran parte de la historia de Pakistán, los gastos militares y el pago de la deuda externa han absorbido más de la mitad de los presupuestos.

“Para hacer la paz, se debe ser un líder sin intereses. Para hacer la paz, uno debe comprometerse”.

Como consecuencia, Pakistán es un Estado socialmente subdesarrollado donde la mitad de la población sigue siendo analfabeta. En el haber de Benazir Bhutto está el tratar de mitigar estos déficits, por ejemplo, con la construcción de miles de escuelas y con la electrificación y extensión de la red telefónica, así como con campañas a favor de la escolarización de las niñas y de la planificación familiar. Su acercamiento a la India de Rajiv Gandhi en 1989 pretendía liberar recursos militares para gastos sociales.

La prometedora complicidad generacional y cultural entre los dos, huérfanos de dos grandes pesos pesados de la política del subcontinente, y que incluía a sus respectivos cónyuges (Asif y Sonia), se fue al garete por la disolución del gobierno de Benazir y el asesinato de Rajiv. La reactivación de la rivalidad regional culminaría en las pruebas nucleares de India y Pakistán a finales de los noventa, bajo los gobiernos del PML-N y del nacionalismo hindú, respectivamente.

Problemas familiares

En la saga de los Bhutto, como en todas, hay conflictos familiares. La herencia política de Zulfikar Ali Bhutto, como si de una corona se tratara, ha sido disputada por varios miembros de la familia en distintos momentos, lo que ha provocado sangrías en el PPP. En un primer momento, Benazir tuvo que competir con su tío y, luego, con sus dos hermanos varones, con su propia madre -alineada con Murtaza-, con su cuñada… Nadie descarta que el joven Bilawal Bhutto, estudiante de Historia en Oxford, tenga que pelear en el futuro por la «legitimidad» sucesoria contra su prima escritora o contra el resto de sus primos. Aunque las hijas de su tío Shah Nawaz desaparecieron en un momento dado en Estados Unidos sin dejar rastro, supuestamente de la mano de sus abuelos afganos.

De ahí las prisas del viudo de Benazir, Asif Ali Zardari, por declarar a su hijo Bilawal Zardari –inmediatamente rebautizado como Bilawal Bhutto Zardari– como jefe del PPP pese a sus 19 años, a los pocos días del magnicidio. Hasta su madurez, quien ejerció de hombre fuerte del partido sea Ali Zardari. Pocos dudaban en Pakistán que su objetivo era el cargo de primer ministro que ocupó su esposa  durante cinco años.

La sombra de la corrupción

En aquella época se acuñó para Zardari el denigrante apelativo de Mister 10%, en referencia a su cobro de comisiones. Aunque algo hay de hipocresía en querer ver en el advenedizo Zardari un comisionista inmoral y en la heredera Bhutto una política sin tacha. Lo cierto es que el matrimonio fue objeto de persecución judicial tras cada pérdida del poder. Y aunque Benazir siempre habló de infundios con motivación política, tuvo que tragarse la cólera cuando se probó que su marido poseía una mansión en las afueras de Londres.

Su exilio en Dubái y Londres a partir de 1998 está directamente relacionado con dicha persecución judicial, que su marido no eludió, cumpliendo más de ocho años de cárcel. Y en el caso de sus fondos millonarios congelados en cuentas suizas, solo la muerte ha librado a Benazir de la investigación. En cambio, logró escapar en vida de los casos abiertos en Pakistán, graciosamente anulados en 2007 por el General Musharraf. Efectivamente, uno de los puntos de la negociación -patrocinada por EE UU y Gran Bretaña– entre Benazir y el General era una amnistía a los políticos por delitos y faltas no juzgadas anteriores a 1999. Una decisión hecha a medida para beneficiar a la pareja pero no a Nawaz Sharif, que había sido ya efectivamente juzgado y condenado. En cualquier caso, casi nadie en Pakistán duda de la corrupción de Bhutto y su marido.

Otra cosa es que esta corruptela sea la regla entre la clase política, militar y burocrática del subcontinente. La negociación que permitió que Benazir regresara de Dubái en 2007 barajaba otros puntos a su medida, pero que Musharraf se reservó como as en la manga de cara al futuro. Por ejemplo, la derogación de la ley -aprobada bajo los auspicios de Musharraf- que prohíbe que un ex-primer ministro pueda ser reelegido por segunda vez.

Bhutto

El rostro de Benazir Bhutto, que era una buena oradora, reapareció como invitada habitual en la BBC a un año de las elecciones legislativas previstas para finales de 2007, luego pospuestas hasta enero de 2008por el infame estado de excepción decretado por Musharraf y finalmente celebradas en febrero, por temor al voto de simpatía hacia el PPP tras el magnicidio. Había conseguido que el Reino Unido y EE UU apoyaran el retorno de Pakistán a un gobierno civil, mediante un pacto entre el régimen militar de Musharraf y el PPP de Benazir Bhutto. No obstante, el pactismo de Benazir con un dictador cuya popularidad caía en picado sembró el desconcierto entre sus filas. El electorado premió, en cambio, el regreso teóricamente sin condiciones de Nawaz Sharif y es difícil predecir cuál hubiera sido el resultado del PPP sin el martirio de su carismática líder.

Todavía más improbable parece que el nuevo hombre fuerte del PPP, Asif Ali Zardari -que hasta ser contratado por su esposa Benazir Bhutto como Ministro de Medio Ambiente había sido más conocido como playboy, jugador de polo y hombre de negocios– dé algo a la imprenta, por mucho que sea un hombre de coraje y acción. Cabe recordar que, ya con 34 años, Benazir la feministadecidió casarse con el hijo de un terrateniente político del ANP, partido también antidictatorial y jefe de un clan baluchi establecido en Sind desde hacía siglos, no por amor, sino aceptando el matrimonio concertado por su tía y su madre. Se defendió diciendo que su vida estaba bajo una lupa por ser quien era y no podía permitirse devaneos ni romances. Pero en las memorias de Benazir, su época más feliz parece ser la de estudiante de Políticas en Harvard (EE UU) -donde se uniría a las campañas contra la Guerra del Vietnam– y Oxford, donde su elocuencia la convertiría en líder estudiantil. Conservó amistades occidentales de dicha época hasta el final.

Seguidores

Entre el poder y la prisión

Luego, la política activa la llevó de forma intermitente de la cárcel al palacio de gobierno, de la persecución judicial a la mesa de los poderosos del mundo y del exilio a los regresos más apoteósicos. En sus memorias ocupan menos espacio sus años de gobierno que los de arresto domiciliario y cárcelmientras su padre estaba en el corredor de la muerte y con posterioridad, o que los periodos de exilio. Recuerda como una fiesta, por ejemplo, el día que ul-Haq le permitió salir de su lóbrego calabozo para asistir a la boda de su hermana Sanam.

En sus memorias, Benazir también se extiende sobre su primer exilio, que culminó en 1986 con su multitudinario recibimiento en Lahore y su enfrentamiento con el ejecutor de su padre, Zia ul-Haq. En aquel entonces, los soviéticos ya habían decidido poner los pies en polvorosa de Afganistán, por lo que la democracia volvía a tener una oportunidad en Pakistán. Un ul-Haq nervioso se echó atrás en su convocatoria de elecciones, las pospuso, defendió que fueran no partidistas… y las convocó finalmente para el día que sus espías habían previsto que Benazir daría a luz a Bilawal. Pero la embarazada había engañado a todo el mundo sobre sus meses de gestación.

Entre tanto, un misterioso accidente de avión acabó con la vida de ul-Haq (y del embajador norteamericano) y dejó las puertas expeditas para elecciones libres. Benazir trajo al mundo a su heredero y aún le sobró un mes para hacer campaña en unos comicios en los que arrollaría y haría historia. Aunque más por ser la primera Jefa de Gobierno musulmana que por los resultados efectivos de su gestión. Eso sí, tanto en su primer mandato, como sobre todo, en el segundo, consiguió multiplicar las inversiones extranjeras y crear empleo, además de aumentar las políticas destinadas a la mujer.

Benazir no sólo libró a lo largo de su vida una guerra de declaraciones contra el establishment militarsino también otra, más silenciosa, dentro de su propia familia. Un enfrentamiento que llegó a su cénit cuando Murtaza, el hermano de Benazir, denunció al marido de esta por corrupción. Cabe recordar que, a principios de los ochenta, los dos hermanos de Benazir (Murtaza y Shah Nawaz) dirigían desde el Afganistán ocupado por los soviéticos una organización armada dedicada a derrocar la dictadura de Zia ul-Haq. De ahí que el general ul-Haq sostuviera durante mucho tiempo que Benazir y no sus hermanos era la jefa de una organización terrorista que, por cierto, llegó a secuestrar un avión.

Benazir, en su libro ‘Daughter of the East’, dedica muchísimas páginas a la misteriosa muerte de su hermano menor Shah Nawaz en la Costa Azul francesa, coincidiendo con su visita y la de su madre. La política no descarta que fuera un suicidio con veneno, pero deja abiertas las teorías conspirativas. La esposa de Shah -los dos hermanos Bhutto se casaron en Afganistán con dos hermanas-, de la que este se quería divorciar, no sale bien parada en su relato y, en realidad, fue investigada. Benazir, que prodiga los elogios a su «hermano favorito», es parca con su otro hermano cuyo asesinato liquida en apenas cuatro líneas. No en vano, Murtaza Bhutto fue asesinado por una veintena de policías apostados frente a la puerta de la casa familiar en Karachi, mientras Benazir era primera ministra. Las acusaciones cayeron de inmediato sobre el marido de Benazir. Cuando esta perdió el poder Zardari ingresó en la cárcel, donde su salud se deterioró a pesar de que su implicación nunca fue probada.

Mientras su progenitor fue un intelectual, autor de más de veinte librosBenazir no escribió ninguno de sus tres libros sin la ayuda de su padre (el primero) o de periodistas (los dos siguientes). El último e involuntariamente póstumo, ‘Reconciliation. Islam, democracy & the west’, parece tener como primer objetivo ganarse el favor de Estados Unidos y Reino Unido para su regreso a la jefatura de gobierno. En él, Benazir Bhutto parece haber aprendido la lección de sus dos defenestraciones y llega a la conclusión definitiva de que solo apareciendo más cercana a los intereses centrales de Washington que los propios uniformados tiene opciones de alcanzar el poder y mantenerlo.

Pero, a pesar de su apoyo a la sangrienta toma de la fundamentalista Mezquita Roja de Islamabad (108 muertos reconocidos) y sus ataques a la talibanización del país bajo Musharraf, nunca se sabrá si esa hubiera sido verdaderamente su política, una vez al mando. A día de hoy, el PPP liderado por su hijo y apoyado por la Liga de Nawaz Sharif y los pastunes del ANC actúa en una línea completamente distinta, anteponiendo la reconciliación con los talibanes pakistaníes a su erradicación. Zulfikar Ali Bhutto definía del siguiente modo el Pakistán que quería: “Nuestra religión, el islam; nuestra política, la democracia; nuestra economía, el socialismo”.

En el primer punto, Ali Bhutto defendió el panislamismo e implantó, por ejemplo, la estricta prohibición del alcohol. Y es cierto que, pese a las características feudales de su familia terrateniente, Zulfikar nacionalizó grandes empresas y la banca. Una década más tarde, su hija sería la primera jefa de gobierno que echó mano de la privatización. En las antípodas, pues, de su padre político y biológico. Por último, Ali Bhutto manifestó una voluntad creciente de desmarcarse de la tutela de Estados Unidos -incrementada por la oposición de Washington a su programa nuclear-, a favor de los no-alineados y del gobierno procomunista que acababa de tomar el poder en Kabul antes de la invasión soviética. Así lo indica su libro póstumo y testamento político escrito en el corredor de la muerte: ‘A mi queridísima hija

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También en este punto, la política de Benazir sería una vuelta atrás respecto a la maduración ideológica del padre. Fue bajo el gobierno de la hija cuando los talibanes afganos, con apoyo pakistaní, estadounidense y saudí lograron hacerse con el poder en Kabul. Pese a lo cual, los dos libros de Benazir Bhutto, pensados para lectores occidentales, la sitúan en la primera línea de combate contra los talibanes, Al Qaeda y el fundamentalismo en general. ‘Reconciliation’ es, básicamente, una oportunista declaración de fe en este sentido y un tratado sobre la compatibilidad de Oriente y Occidente. Y, aunque tras su muerte, el PPP se apresuró a descartar la autoría de Al Qaeda en beneficio de la teoría de la conspiración del establishment, en sus libros, Benazir se presenta como víctima predilecta de la organización.

Talibanes, Al Qaeda y otras criaturas

Según explica, ya en 1989Osama bin Laden financió con diez millones de dólares una moción de censura fracasada contra su gobierno. Un lustro más tarde, los posteriores autores del primer atentado contra las Torres Gemelas o la decapitación del periodista Daniel Pearl atentarían personalmente contra su vida. Los libros de Benazir delatan un rasgo de su carácter comentado por quienes la conocieron a saber: la absoluta falta de autocrítica y de paciencia para escuchar recriminaciones. En sus páginas, Benazir Bhutto no va más allá de la apología de sus gobiernos, cuya corta duración atribuye a complots de nostálgicos de ul-Haq en una confabulación del presidente de turno, los servicios de inteligencia, la jerarquía militar y el elemento religioso.

Algo de verdad hay en todo esto -la suficiente para darle pábulo en un país que su historia ha hecho proclive a las explicaciones conspirativas– pero no se molesta en explicar el fracaso de sus gobiernos más allá de resaltar que en su primera toma de posesión contaba con apenas 35 años. La percepción de la mayoría de los pakistaníes es muy distinta. Benazir Bhutto y Nawaz Sharif -igualmente corruptos- habrían dilapidado los once años de democracia tolerados por los militares entre el final de la Guerra Fría y el inicio de la Guerra contra el Terror. Hasta el punto de que la mayoría de los ciudadanos celebró el golpe de Estado del General Musharraf. Dicho esto, ningún candidato parecía más idóneo en enero de 2008 para enderezar el rumbo de Pakistán que Benazir Bhutto.

Y los pakistaníes, que ahora ya critican abiertamente el poder omnímodo y los privilegios de los militares como colectivo le quisieron dar una victoria póstuma. El PPP, con una nueva mártir en su panteón, volverá a marcar los próximos años de la política pakistaní, aunque la ausencia de Benazir abre muchos interrogantes sobre su futuro liderazgo y cohesión.

El atentado

Entre todos la mataron y ella sola se murió. El dicho popular se acopla como un guante a las dramáticas últimas semanas de Benazir Bhutto, la primera mujer que gobernó un país musulmán en la época moderna. La dos veces Primera Ministra de Pakistán tuvo un caluroso recibimiento a su regreso al país, en octubre de 2007 y tras ocho años de exilio. Más de un millón de vecinos de Karachi salieron a recibirla ya en los accesos al aeropuerto, convirtiendo en un lentísimo  peregrinaje el avance de su caravana blindada hasta la megalópolis musulmana. A medianoche, todavía en las afueras, un artefacto explosivo sembró de muerte la comitiva. Benazir, que acababa de regresar al interior de su vehículo blindado -montado sobre una plataforma elevada- se salvó por los pelos. No así unos 180 voluntarios de su Partido Popular de Pakistán (PPP), la mayoría jóvenes, que acordonaban el progreso de la marcha. El equipo de Benazir había ido observando con angustia, desde hacía horas, cómo las farolas se iban apagando a medida que la comitiva se acercaba, dificultando las labores de seguridad. Algunos de los que viajaban con Benazir hablan del impacto de disparos, de dos explosiones y hasta de lanzallamas. Nada pudo ser probado, puesto que el escenario de la carnicería fue limpiado a las pocas horas. Desde su casa en Karachi, Benazir Bhutto pedía una investigación internacional, luego denegada por el gobierno del todavía general Pervez Musharraf.

Haciendo gala de su coraje, la misma mañana acudía al hospital a visitar a los heridos. Pocos días antes, había hecho llegar al dictador una lista de nombres a los que se debía investigar en caso de ser asesinada. Luego se ha sabido que se trataba de los primeros ministros de las provincias de Punyab y Sind -ambos de un partido que apoyaba a Musharraf-, del jefe de la inteligencia militar y del que fuera enlace con los talibanes en tanto que jefe del Inter-State Services cesado por ella, Hamid Gul.

Benazir se rebeló contra el estado de excepción decretado por el general Musharraf, reelegido presidente de forma dudosa, y las limitaciones que le imponía a la hora de hacer campaña en un país donde el baño de multitudes lo es todo. Sin embargo, las preocupaciones por su seguridad resultaron acertadas. El régimen también prohibió la marcha que pretendía realizar entre Lahore e Islamabad. Finalmente, el 27 de diciembre, Benazir pronunció un mitin en Liaqat Bagh, un céntrico descampado de Rawalpindi, sede del ejército donde ya fue asesinado un primer ministro, y a unos cientos de metros del lugar donde su padre fue ejecutado.

Disturbios

A la salida del acto, una Benazir conmovida por la acogida popular, alzó la trampilla de su coche blindado para saludar. Un pistolero esperaba ese momento y disparó tres vecesActo seguido, estalló una bomba que provocó más de veinte muertos. Entre ellos Benazir Bhutto, que falleció casi en el acto por la onda expansiva, según Scotland Yard, o por herida de bala, según sus allegados y su marido. Finalmente, la investigación ha confirmado el primer supuesto.

Y nació el mito. Al principio con dolor y con ira, ya que durante varios días sus seguidores se lanzaron a incendiar cientos de coches, gasolineras y entidades bancarias en unos tumultos antigubernamentales que provocaron 50 muertos. Tras estos dramáticos acontecimientos, pocos pakistaníes confían en que alguna vez se condene a alguien por el magnicidio, pero el sentido de su voto, cuarenta días más tarde (que barrió al partido pro- Musharraf) dejaba claro a quién consideran culpable.

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Autor: José Moraga Campos

Mi nombre es José Moraga Campos y soy asesor del Ámbito Cívico-social en el CEP de Córdoba.

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