La aplastante y olvidada victoria de España sobre Inglaterra que decidió el futuro de Argentina

Autor: Luis Gorrochategui

Fuente: ABC 05/07/2019

Hoy hace 212 años, bonito capicúa, de una de las más decisivas victorias españolas de la historia. Una con un alcance geoestratégico aún incalculable. Me estoy refiriendo a lo ocurrido en Buenos Aires el 5 de julio de 1807. Algo de la envergadura del enfrentamiento entre Blas de Lezo Vernon en 1741 en Cartagena de Indias, felizmente hoy recuperado para nuestra consciencia colectiva, o del choque entre María Pita Drake en 1589, que supera al archideformado fiasco de la Invencible del año anterior, y está siendo ya aceptado por la comunidad historiográfica internacional. ¿Pero de qué me habla usted? ¿Otra gran victoria española en Buenos Aires en 1807? Pues sí. Se lo cuento.

Inglaterra se pasó siglos soñando con quedarse con la América hispana, y sus ínfulas se dispararon tras el Tratado de Utrecht (1713). España hubo de ceder el asiento de negros y un navío de permiso, una limitada penetración comercial en América que sin embargo generó en Inglaterra grandes expectativas de negocio, pronto frustradas, lo que propiciaría la Burbuja de los mares del Sur, la crisis financiera o crack británico de 1720. En este contexto nacerá el panfleto anónimo Una propuesta para humillar a España, donde por vez primera, y más allá de minucias y navíos de permiso, se detalla un plan para la conquista total de la América española iniciándola por su parte más débil y propicia: el Cono Sur. A este plan se sucederán otros, y, tras sonados fiascos ingleses, como el mencionado de Cartagena de Indias, o la práctica expulsión del Nuevo Continente tras las acciones de Bernardo de Gálvez y la emancipación de los nacientes Estados unidos (1775-1783), Inglaterra encontrará su gran oportunidad a principios del siglo XIX. Una España ya en franca decadencia, y la victoria en Trafalgar, la animará a lanzar su envite final por las Indias. De este modo, expulsada de América del Norte, intentará quedarse, por las bravas, con la América del Sur. Su plan, hijo de planes anteriores, consistirá en un ataque combinado a ambos flancos del Cono Sur: contra Buenos Aires en el Atlántico, y contra Santiago de Chile en el Pacífico.javascript:falsePUBLICIDAD 

El 3 de febrero de 1807 cae la bien amurallada Montevideo tras tenaz resistencia, y una colosal fuerza se prepara entonces para marchar contra Buenos Aires. Más de 30.000 británicos, y más de 200 barcos (incluyendo navíos de guerra, transportes, y mercantes) se concentran ya en el Río de la Plata. España, estrangulada por Francia y noqueada por la apatía de su clase dirigente, no puede enviar un ejército para defenderla, y América parece ya perdida para siempre. Pero, al modo de lo que ocurrirá en la península con su levantamiento contra el francés, también se va a enfrentar en América contra el inglés, aunque esta sea una historia mucho menos conocida. Efectivamente, espoleada por un ataque pirático previo en busca de botín realizado el año anterior de 1806, Buenos Aires decide convertirse en un ejército para repeler la inminente ofensiva a gran escala. Los vecinos, ni cortos ni perezosos, se organizan en regimientos según sus regiones de origen y sus etnias. Así nacerán los regimientos de Patricios (nacidos en América), vascos, gallegos, catalanes, andaluces, cántabros, Pardos y Morenos… de toda América afluyen voluntarios, dinero, pólvora, pertrechos.

Portada del libro de Luis Gorrochategui dedicado al tema
Portada del libro de Luis Gorrochategui dedicado al tema – ABC

La gran batalla, lo dijimos, se desencadena el 5 de julio de 1807. Al amanecer suenan los 36 cañonazos de ordenanza y el ejército británico inicia su marcha por catorce calles paralelas de la geométrica Buenos Aires. Los esperan los vecinos con sus diferenciados y flamantes uniformes para impedirlo. Llevan meses haciendo instrucción militar, incluyendo prácticas de tiro, y se han apostado en las azoteas, bocacalles y plazas según minucioso plan. En su arrogancia, los británicos ni imaginan lo que les espera, pero la más épica y desesperada refriega por el control de América está a punto de empezar. Los milicianos se han distribuido en dos anillos defensivos concéntricos. El más pequeño protege la Plaza Mayor, la Fortaleza, Recova y calles adyacentes. En un obstáculo clásico, tiene barricadas, artillería, fusilería, y hasta se ha cavado un foso. El segundo es bien distinto. No ha sido diseñado para repeler sino para aniquilar, y en él espera el grueso del ejército rioplatense apostado en secreto en las azoteas cuadrangulares de las casas de Buenos Aires. Efectivamente, las calles de Buenos Aires son todas paralelas y se cortan en ángulos rectos, formando cuadrados casi iguales entre si. Las casas están hechas de ladrillo y, con vistas a la defensa, las paredes son gruesas, las ventanas tienen barras de hierro, las puertas fuertes cerrojos. Las azoteas son lisas, con un parapeto de dos pies de altura y troneras. Están intercomunicadas. Como dirá el teniente coronel británico Lancelot Holland.

Pero cuando los británicos se dirigen hacia el mar con la intención de rodear el primer anillo, el único de que son conscientes, son sorprendidos por la mayor emboscada jamás realizada por milicianos hispanos. La flor del ejército cae muerta o prisionera. A modo de ejemplo, tenemos el testimonio del teniente coronel Cadoganel enemigo apareció de repente en gran número en algunas ventanas, en la azotea de aquel edificio y desde las barracas del lado opuesto de la calle y desde el extremo de la misma. En un momento, la totalidad de la compañía de vanguardia de mi columna, y algunos artilleros y caballos fueron muertos o heridos…

«Rendición de Whitelock»
«Rendición de Whitelock»

John Whitelocke, comandante en jefe de la fuerza expedicionaria, y gobernador, con un sueldo adicional de 4.000 libras, de la nueva América británica, cuya conquista ya se ha dado como segura, se verá obligado a rubricar el más favorable de los armisticios que jamás otorgó Inglaterra. Pues, según sus palabras, Sudamérica jamás podrá pertenecer a los ingleses… la obstinación de todas las clases de los habitantes es increíble. Según la capitulación los británicos tienen 10 días para abandonar Buenos Aires y dos meses para evacuar el Plata. Antes de irse han de reparar las murallas de Montevideo, y los españoles les facilitarán su marcha. Para entender la magnitud del desastre, nada mejor que leer «The Times» del 14 de septiembre de 1807: El ataque sobre Buenos Aires ha fracasado y hace ya tiempo que no queda un solo soldado británico en la parte española de Sudamérica. Los detalles de este desastre, quizás el más grande que ha sufrido este país desde la guerra revolucionaria, [guerra de Independencia de los EEUU] fueron publicados ayer en un número extraordinario… El ataque de acuerdo al plan preestablecido, se llevó a cabo el 5 de julio, y los resultados fueron los previsibles. Las columnas se encontraron con una resistencia decidida. En cada calle, desde cada casa, la oposición fue tan resuelta y gallarda como se han dado pocos casos en la historia.

Y así Argentina, la eternamente plateada por su victoria inaugural contra Inglaterra, y los demás países hispanoamericanos, han tenido y siguen teniendo su ocasión de existir. Incluyendo la oportunidad de entender que la fragmentación de Hispanoamérica, fue sí, el plan B que Inglaterra pondría en marcha poco después para debilitar esa tierra indómita que no pudieron conquistar. Pero eso es otra historia.

Luis Gorrochategui Santos es autor de « Las derrotas inglesas en el Río de la Plata. Victoria decisiva en Buenos Aires» (Ediciones Salamina).

La Operación Balmis y la verdad sobre la expedición contra la viruela

Autor: FRANCISCO MARTÍNEZ HOYOS

Fuente: La Vanguardia 01/04/2020

La viruela es la única enfermedad contagiosa que la humanidad ha conseguido erradicar, gracias a una campaña masiva de la OMS. La última vez que se contrajo de forma natural fue en Somalia, en 1977. Después, solo se contabilizó una víctima más: un año más tarde moría la fotógrafa médica Janet Parker, tras una deficiente manipulación del virus en un laboratorio británico. Finalmente, en 1980, la OMS anunció la eliminación del mal.

Concluía así una larga lucha que tuvo uno de sus hitos principales en la expedición española capitaneada por el médico alicantino Francisco Javier Balmis (1753-1819), destinada a difundir el uso de la vacuna. Es en homenaje a esta acción que el Ministerio de Defensa ha bautizado la operación puesta en marcha actualmente contra la epidemia de coronavirus.

El problema de la viruela

En el siglo XVIII, la viruela constituía una amenaza muy letal que no respetaba clases sociales. Tampoco a los reyes, como sucedió con el joven Luis I de España, desaparecido con tan solo diecisiete años. Cada año, unas doscientas mil personas morían en toda Europa, en su mayoría niños. Sin embargo, los campesinos advirtieron que los que ordeñaban vacas no sufrían el contagio. El médico británico Edward Jenner reparó en ello y, en 1796, introdujo el fluido de un animal infectado en un niño. Este quedó inmunizado con carácter permanente.

Carlos IV de España en un retrato de Francisco Bayeu, c. 1790-1791. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
Carlos IV de España en un retrato de Francisco Bayeu, c. 1790-1791. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. (Dominio público)

El nuevo hallazgo no tardó en conocerse en España. Multitud de publicaciones de la época atestiguan el interés por la esperanzadora innovación. El rey Carlos IV se mostró sensible a la novedad porque la viruela había golpeado con dureza a su familia. Había perdido a una hija, María Teresa, de apenas tres años, y también a un hermano, el infante Gabriel. Por ello, no dudó en apoyar el proyecto para llevar la vacuna a los territorios de su inmenso imperio.

Pero la motivación principal no fue esa. En 1802, una epidemia de grandes proporciones se había desatado en el virreinato de Nueva Granada, que abarca las actuales repúblicas de Colombia, Venezuela, Ecuador y Panamá.

La situación era dramática y urgente. Eso explica que, tal como ha señalado Susana María Ramírez Martín, autora de varios estudios sobre la expedición de Balmis, España reaccione con una rapidez inusual. Entre la concepción del proyecto y su puesta en marcha solo transcurrieron ocho meses. Todo un récord para la época.

La decisión se justificó como una forma de llevar la protección del monarca a sus súbditos necesitados, sobre todo a los más pobres, porque se sabía que estos eran los que sufrían las peores consecuencias. La viruela podía afectar a todos, pero los que se hacinaban en viviendas miserables lo tenían más complicado para su recuperación. No obstante, esta motivación humanitaria coexistía con la voluntad política de fortalecer los recursos del Estado evitando las periódicas catástrofes demográficas.

El médico Francisco Javier Balmis, grabado, c. 1800.
El médico Francisco Javier Balmis, grabado, c. 1800. (Dominio público)

La iniciativa de la monarquía borbónica se enmarcaba en una política característica del siglo XVIII, destinada a impulsar el conocimiento científico. España promovió diversas expediciones dirigidas a los territorios ultramarinos, entre ellas, poco antes de la de Balmis, la de Alejandro Malaspina, entre 1789 y 1794.

A lo largo de este periplo, el marino italiano tuvo ocasión de observar los devastadores efectos de la viruela. En Isla Mocha (Chile), una epidemia “había arrebatado casi instantáneamente la vida a unas dos mil quinientas personas sin distinción de sexos”. En cuanto a los supervivientes, quedaban con secuelas físicas indelebles.

Un viaje durísimo

En 1803 partió de La Coruña la corbeta María Pita, con Balmis como director de la denominada Real Expedición Filantrópica. Un cirujano, Josep Salvany, era el subdirector. En aquellos momentos había que hacer frente al reto de transportar la vacuna a una gran distancia de forma que estuviera en condiciones de ser utilizada.

Hubo que recurrir a un método primitivo, pero ingenioso. Se reunió un grupo de veintidós niños y se inoculó el virus a dos. Cuando estos desarrollaron la forma atenuada de la enfermedad, se repitió la operación con otra pareja. A través de esta cadena, el fluido llegó fresco a territorio americano.

Para reclutar a estos niños, el gobierno ofreció mantenerlos y formarlos hasta que pudieran ejercer un oficio digno. Aunque la oferta era atractiva, los padres no deseaban entregar a sus hijos para un viaje tan largo y arriesgado. Por eso los elegidos fueron huérfanos procedentes de La Coruña y Santiago. Más tarde, ya en América, se buscarían nuevos niños para proseguir con la expedición.

Cicatrices producidas por la vacuna de la viruela en un tratado traducido por Balmis en 1803. (CC BY 4.0 / Wellcome Library)

Tras su llegada a Venezuela en marzo de 1804, la expedición se dividió para multiplicar los esfuerzos. Balmis se encaminó hacia el norte para vacunar México y, desde allí, dirigirse a Filipinas, en un largo viaje en el que los niños portadores de la vacuna pasaron por un sufrimiento atroz. El capitán del navío Magallanes había prometido al médico alicantino colocar a los pequeños en un compartimento amplio y ventilado, pero, pese a las indignadas quejas de este, los situó en un espacio lleno de inmundicias y ratas.

Por su parte, el segundo de Balmis, Salvany, marchó hacia América del Sur. Le esperaba un periplo lleno de penalidades en una geografía con distancias descomunales y todo tipo de obstáculos. Él mismo relató así, desde Cochabamba, Bolivia, las dificultades que él y sus hombres tuvieron que superar: “No nos han detenido ni un solo momento la falta de caminos, precipicios, caudalosos ríos y despoblados que hemos experimentado, mucho menos las aguas, nieves, hambres y sed que muchas veces hemos sufrido”.

La sorpresa

Según una visión tradicional, el remedio contra la viruela fue un descubrimiento europeo y América se limitó a recibirlo sin más. La reciente historiografía cuestiona esta visión a través de estudios como Viruela y vacuna (Santiago de Chile, 2016), de Paula Caffarena. Esta especialista señala que la vacuna se hallaba en muchos territorios americanos antes de la llegada de Balmis y su expedición. La opinión pública ya sabía de la existencia del tratamiento a través de la prensa local y otras publicaciones. En Guatemala, por ejemplo, se habían publicado diversas noticias entre 1802 y 1804.

El médico británico Edward Jenner.
El médico británico Edward Jenner. (CC BY 4.0 / Wellcome Library)

El descubrimiento de Jenner, por tanto, era una innovación que se aguardaba con impaciencia. Los criollos americanos pudieron obtenerla gracias al contrabando, ampliamente practicado en aquellos momentos, pese al monopolio comercial detentado por España. En Nueva Granada (actual Colombia), por ejemplo, la vacuna llegó a través de las relaciones comerciales clandestinas con las colonias inglesas.

En Lima sucedió otro tanto. Cuando Salvany se presentó en la capital peruana encontró un floreciente tráfico en torno al remedio: “Se vendían públicamente cristales con el pus (…) a precios muy subidos, y salían a vacunar a los pueblos comarcanos y exigían cuatro pesos a cada vacunado”.

Tomar la iniciativa

América estaba muy lejos de su metrópoli. Por eso, en situaciones de urgencia, las autoridades actuaban por propia iniciativa. En Puerto Rico, cuando se desató una epidemia de viruela, el gobernador autorizó al cirujano catalán Francisco Oller a marchar a la isla vecina de Santo Tomás, en manos danesas, para obtener la vacuna. Poco después llegó Balmis y montó en cólera al comprobar que el trabajo que él pensaba realizar ya estaba hecho. Dijo entonces que Oller había usado una técnica incorrecta.

La gran aportación de la expedición no fue llevar la vacuna, sino regular su difusión

Fue en Puerto Rico donde el médico Tomás Romay obtuvo la vacuna. La introdujo en La Habana antes de que la Real Expedición Filantrópica pisara Cuba. Cuando Balmis llegó a Veracruz, en México, se encontró con que Alejandro García de Arboleya, médico de la Armada, ya había introducido el descubrimiento de Jenner.

La gran aportación de la Expedición Filantrópica, en realidad, no consistió en llevar por primera vez el tratamiento contra la viruela, sino en regular su difusión, tal como señala Caffarena. Por toda América se crearon juntas encargadas de asegurar la conservación del preciado remedio y su extensión por el territorio. La extensión de la vacuna, por tanto, no se efectuó en un sentido unidireccional –España da, América toma–, sino que fue el resultado de la interacción entre la metrópoli y las diversas instancias locales.