El Vaticano y España durante la Guerra Civil

Procesión y ofrenda del Cabildo Catedralicio y del Clero Secular a la Virgen del Pilar (entre 1936 y 1939). Miguel Marín Chivite / Biblioteca Nacional de EspañaCC BY-NC-SA

Autor: Santiago Navarro de la Fuente

Fuente: The conversation, 1/10/2019

En 1936, la nunciatura apostólica en España se enfrentaba a un cambio de ciclo. La marcha del ya cardenal Federico Tedeschini ponía fin a un periodo de representación iniciado en 1921, todavía durante el pontificado de Benedicto XV. El fin de etapa coincidía también con la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero y con la crisis del posibilismo católico tras la derrota. Pero no fue el único cambio.

El auditor de la representación, Tito Crespi, se suicidó en abril. Lo hizo mientras marchaba a Roma en barco para reponerse de un severo trastorno depresivo. Eso provocó que Silvio Sericano fuese destinado a la nunciatura de Madrid. Aquella llegada fue la primera de las provisionalidades que marcaron la representación del Papa en España durante la Guerra Civil, como he estudiado en el libro La Santa Sede y la Guerra Civil.

La etapa de Sericano

Poco después del suicidio de Crespi, en junio, fue cuando Tedeschini marchó definitivamente a Roma. La nunciatura quedó entonces en manos de Sericano como encargado provisional de negocios. Su papel estaba en mantener la representación a la espera de la llegada del nuevo nuncio, Filippo Cortesi.

Durante el periodo que medió entre la salida de Tedeschini y el golpe de Estado de julio, Sericano demostró gran habilidad a la hora de defender los derechos de los católicos usando el ordenamiento jurídico democrático de la Segunda República, en una muestra de la tendencia que la Santa Sede parecía querer imprimir al nuevo periodo de sus relaciones con el gobierno español.

El golpe de Estado de julio y el comienzo de la guerra sorprendieron a una nunciatura a cargo de Sericano, que hubo de mantener la representación en calidad de encargado de negocios en aquellas circunstancias. Finalmente, Cortesi nunca llegó y en la Navidad de 1936 fue destinado a Polonia.

Isidro Gomá en el XXX Congreso Eucarístico
Internacional en Cartago (1930). 
Fondo Marín-Kutxa Fototeka /
Wikimedia CommonsCC BY-SA

La condición provisional de la representación del Papa en España no sólo afectó a Sericano, sino que se proyectó también sobre los dos primeros representantes del pontífice ante el gobierno de los sublevados. Así, el cardenal arzobispo de Toledo Isidro Gomá fue representante confidencial y oficioso ante Franco entre la Navidad de 1936 y octubre de 1937.

Le sucedió, como encargado de negocios, Ildebrando Antoniutti, quien había llegado a España a finales de julio de 1937 con la misión inicial de ocuparse de la repatriación de los niños vascos evacuados antes de la caída de Bilbao.

Las relaciones provisionales

Este rasgo de provisionalidad que compartieron las tres misiones, muy distintas entre sí en muchos aspectos, permite analizar cómo las relaciones formales del gobierno de los católicos al máximo nivel se fueron apagando ante el gobierno de la Segunda República y comenzaron a construirse con las autoridades emanadas del golpe militar. No nos referiremos, por tanto, a la posición de la Iglesia a nivel español ante el conflicto; cuestión compleja, que merece un tratamiento por sí misma.

Retrato de Monseñor Cicogniani (1942).
 Ruiz Vernacci / Fototeca del Patrimonio HistóricoCC BY-NC

Las fuentes del Archivo Secreto Vaticano y las de la Sagrada Congregación para Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios permiten reconstruir cómo fue este proceso que culminó con la acreditación de Gaetano Cicognani como nuncio ante Franco. No fue un nombramiento casual, puesto que se trataba del último representante del Papa en Austria antes de la anexión de aquel país al III Reich.

Las orientaciones que la Santa Sede dio a sus distintos representantes en este periodo revelan muy bien las profundas diferencias entre las preocupaciones del episcopado español y las del gobierno romano de la Iglesia. También reflejan sus diferentes percepciones sobre los peligros y las potencialidades que aquel conflicto suponía para los católicos en particular y para los españoles y el resto del mundo en general.

Así, mientras en la primavera de 1937 Pío XI publicó tres documentos de máximo nivel sobre el “comunismo ateo”, el nazismo y la situación de la Iglesia en México, su contenido influyó muy poco en la elaboración de la Carta Colectiva del episcopado pocos meses después.

Vocablos de hielo

Esta fue una muestra más de la impermeabilidad de buena parte del catolicismo español a ciertas orientaciones de la Santa Sede, como lo había sido la parcial recepción del mensaje del Papa a los huidos de la guerra en septiembre de 1936; un texto que la prensa franquista tachó de “vocablos de hielo”, en una expresión que incomodó mucho a la Secretaría de Estado vaticana.

Las misiones diplomáticas provisionales de la Santa Sede durante la Guerra Civil abordaron no sólo los problemas derivados de la persecución religiosa y la destrucción de los templos y las estructuras eclesiales. También se ocuparon de la reconstrucción de la Iglesia en cuanto fue posible y procuraron la asistencia a los fieles que permanecían en la zona republicana. Llevaron a cabo determinadas misiones de caridad destinando a ello importantes sumas llegadas tanto del Vaticano como de católicos de otras partes del mundo y se afanaron en influir en el mayor grado posible para que la España que resultase del dramático conflicto fuese lo más conforme al catolicismo, tratando de neutralizar las amenazas percibidas en ambos contendientes.

La trascendencia del enfrentamiento entre españoles también afectó a la Iglesia en otros muchos países, en los que el apoyo a cada uno de los contendientes fue motivo de especial debate. Sobre todo, fue causa de distintas movilizaciones a favor de los católicos españoles: ya fuera acogiendo a los niños evacuados del conflicto o enviando ayuda económica para la atención de los damnificados y la reconstrucción de templos (aunque en alguna ocasión puntual el destino de aquellas cantidades fuera desviado hacia lo militar).

Nazismo, comunismo, prácticas eugenésicas, políticas educativas, orientaciones pastorales hacia la conquista o hacia la reconciliación… todo ello puebla las trepidantes misiones que en aquellos años ostentaron Sericano, Gomá y Antoniutti. Unos meses que marcaron irreversiblemente sus vidas y en los que su acción también se reveló determinante para la situación de los católicos en España.

La asistencia social de la Iglesia entre el Antiguo Régimen y el Estado liberal.

Caricatura sobre el papel de la Iglesia en el carlismo. Revista La Flaca de 1869.

Autor: Eduardo Montagut.

Fuente: nuevatribuna.es 9/10/2018

La Iglesia española, con un evidente protagonismo del clero regular, monopolizó la acción social durante el Antiguo Régimen, que vendría a ser la larga época dorada del concepto intervencionista de la caridad. El despotismo ilustrado en el siglo XVIII, desde un marcado utilitarismo, comenzó a cuestionar el monopolio eclesiástico y planteó la necesidad de la intervención, pero del Estado, aunque sería la Revolución Liberal quien plantease claramente una alternativa al peso indiscutible de la Iglesia, y por dos razones: una sería de orden económico, y la otra tendría que ver con la voluntad política.

El largo proceso desamortizador eclesiástico español iniciado con Godoy, seguido por los afrancesados y los liberales de Cádiz y del Trienio, para llegar a su máxima expresión con las desamortizaciones de Mendizábal y, en menor grado, de Madoz, ya que su desamortización sería eminentemente civil, produjo un verdadero desastre económico para la Iglesia, ya que perdió gran parte de su patrimonio, con la consiguiente repercusión en los centros e instituciones benéficas que mantenía, además de la merma en recursos humanos derivada de las exclaustraciones.

En otro sentido, el nuevo orden liberal, fundado en las Cortes de Cádiz, consideraba que el Estado debía desempeñar la función asistencial dentro de su nueva estructura administrativa para paliar los problemas derivados de la vida de los ciudadanos, aunque nunca como desde la defensa de la redistribución de la renta, aspecto propio de los muy posteriores estados del bienestar, algo inconcebible desde el liberalismo económico. En este sentido, es importante destacar el Decreto de las Cortes de 21 de diciembre de 1821 en el que se trazaba un organigrama administrativo a través de las Juntas de Beneficencia municipales y provinciales.

Pero si la causa económica es muy clara para entender el bache profundo que sufrió la Iglesia en relación con el papel que había adquirido desde el pasado más remoto, la de tipo político es más problemática. Y lo es porque el Estado español, primero por los vaivenes derivados del complejo proceso de la Revolución liberal, y luego y en paralelo, por sus seculares carencias financieras, no pudo asumir esta nueva misión asistencial debidamente ni tan siquiera con la relativa estabilidad del régimen isabelino.

Y esta es la razón por la que el Estado liberal español terminó por devolver parte del protagonismo de la atención a la Iglesia, especialmente en la época de la Restauración borbónica, coincidiendo con un resurgir del poder eclesiástico en general y, muy especialmente, en la educación. Ese nuevo protagonismo no sólo se produjo en instituciones vinculadas directamente con la Iglesia, sino, también suministrando personal sanitario y de asistencia en instituciones públicas. Este último asunto tiene su importancia porque con el tiempo se generaría un evidente conflicto porque, especialmente, las clases medias tenían en el ejercicio de la sanidad un interés profesional evidente, tanto para las profesiones que en aquella época se destinaban a hombres, como para las subalternas asignadas a las mujeres, y que ocupaban, en gran medida, especialmente las segundas, con las monjas y hermanas de la caridad. No cabe duda que esa competencia nutriría una parte creciente del anticlericalismo de algunos sectores sociales españoles. Ese control eclesiástico también era cuestionado por el movimiento obrero, especialmente por el socialista que criticaba la presencia eclesiástica en los hospitales. Este conflicto se agudizaría en el siglo XX cuando fueron, además, apareciendo nuevos factores que terminarían por apartar a la Iglesia de esta tarea, mientras conservaba un enorme poder en la otra función cara a la sociedad, la educación, y que mantiene hoy en día.