Francisco Boix, el español que fotografió el horror nazi.

Francisco Boix, tras la liberación de Mauthausen.Autora: Montserrat Llor

Fuente: La aventura de la Historia. 23/10/2018.

Tras la liberación de Mauthausen (Austria), en mayo de 1945, el mundo tuvo noticia de las atrocidades cometidas por los nazis en el campo de concentración gracias a la iniciativa y la valentía de algunos deportados españoles, que arriesgaron sus vidas para sustraer del laboratorio fotográfico del complejo las imágenes que mostrarían la barbarie sufrida por los presos, esclavizados, torturados y asesinados por las SS.

Para ello, fue imprescindible la participación de unos jóvenes, todos españoles y menores de veinte años, bautizados como Poschacher, apellido del propietario de una cantera privada de las inmediaciones del pueblo, que lograron sacar de Mauthausen y poner a buen recaudo las fotografías conseguidas hábilmente porFrancisco Boix, en colaboración con Antonio García.

Ambos trabajaban en el Erkennungsdienst, el laboratorio fotográfico destinado oficialmente a los retratos de identificación de los presos. Allí revelaban, guardaban y clasificaban negativos y clichés de fotos que los nazis tomaban del campo: retratos, escenas cotidianas del trabajo de los presos, experimentos médicos, ejecuciones y, muy especialmente, las visitas de altos cargos. Este preciado material sería aportado, tras la liberación, por el propio Boix en los juicios de Nuremberg y Dachau como prueba de la crueldad nazi.

Portada del número 140 de la revista "La Aventura de la Historia".
Portada del número 140 de la revista “La Aventura de la Historia”.

En Mauthausen, Francisco Boix había sido un prominente, al igual que otros españoles que desempeñaban trabajos especiales. Consiguió un trato directo y habitual con algunos SS y, durante un tiempo, fue secretario del laboratorio. Pronto se dieron cuenta del valor histórico de las fotografías que pasaban por sus manos, la prueba que permitiría documentar en el futuro los crímenes cometidos en el campo de concentración desde el año 1940. Idearon la forma de sacarlas de él y, aunque en un principio fueron escondidas en diversos lugares por algunos presos, enseguida advirtieron el grave peligro de ser descubiertos. Por ello, Boix entró en contacto con un grupo de jóvenes que, desde 1942 y hasta finales de 1944, trabajaron fuera del campo: los Poschacher.

Fueron algunos integrantes de este comando, compuesto por unos cuarenta chicos de entre 13 y 19 años, los que llevaron a cabo la tarea. Jacinto Cortés y Jesús Grau sacaron las fotos fuera de los muros de Mauthausen y José Alcubierreconvenció a la austriaca Anna Pointner –vecina del campo– para que las escondiera en su casa hasta la liberación. Otros Poschacher colaboraron manteniendo absoluto silencio en un mundo en el que la traición era recompensada por los nazis. Aquel mutismo y el apoyo de todos los compañeros fueron armas decisivas para la misión.

Fotograma de "El fotógrafo de Mauthausen".
Fotograma de “El fotógrafo de Mauthausen”.

Francisco Boix, sobre cuya figura el viernes 26 de octubre se estrena la película El fotógrafo de Mauthausen(dirigida por Mar Targarona e interpretada por Mario Casas), había nacido en Barcelona, en 1920, en una familia modesta cuyo padre era un sastre de ideas izquierdistas, amante de la fotografía. Tenía 15 años cuando empezó la Guerra Civil. Ya era aprendiz de fotógrafo y había llegado a trabajar al lado de Gregorio López Raimundo y Teresa Pàmies en la revista Juliol, de las Juventudes Socialistas Unificadas de Catalunya, en las que militó. Desde entonces, su figura iría unida a una cámara.

Con talento innato para los idiomas –aprendió francés durante su exilio y, más tarde, alemán en un Stalag al caer prisionero de las tropas del Reich– fue conducido a Mauthausen con otros 1.500 republicanos españolesy llegó al campo el 27 de enero de 1941.

Consiguió trabajar en la tercera oficina del centro, el Erkennungsdienst, o servicio de identificación de los presos, donde se conservaban fotografías de altos mandos y actividades comprometedoras que tomaban los SS para su archivo. Junto con otro catalán destinado al laboratorio, Antonio García Alonso –llegaría después un tercer español, José Cereceda–, lograron esconder un verdadero tesoro: copias que ellos mismos hacían de las fotografías. En un primer momento, fueron sustraídas unas 200 fotos en papel y 800 negativos. Gracias a los Poschacher pudo esconderse el material.

Derribo del águila nazi a la entrada del campo de Mauthausen, una de las instantáneas tomadas por Francisco Boix tras la liberación del campo.

Ante la inminente derrota alemana, recibió la orden de destruir los archivos y los negativos, algo que hizo sólo parcialmente, pues efectuó una exhaustiva selección, salvando material histórico. Durante la liberación, logró hacerse con una Leica y tomó numerosas fotos de aquel momento pletórico: sus compañeros liberados; la muerte de Franz Ziereis (comandante del campo); el derribo del águila nazi en la entrada al campo, o la recogida del material de casa de Anna Pointner, entre otras. Se convirtió así en el reportero de la liberación de Mauthausen.

Durante el Juicio de Nuremberg, Francisco Boix afirmó que su tarea en el laboratorio fotográfico, dirigido por el suboficial SS Paul Ricken, consistió en revelar las películas Leica de los fusilados. Mostró y documentó algunas de las fotos más significativas, que probaban que Kaltenbrunner había ido a Mauthausen y conocía la existencia de los campos, visitas de altos mandos como Himmler, detalles de la cantera de Wienergraben, cadáveres lanzados desde lo alto de la cantera, el trabajo en las vagonetas, el ahorcamiento público del fugado Bonarewitz, judíos y otros presos colgados, etcétera.

Francisco Boix, declarando en los juicios de Nuremberg.
Francisco Boix, declarando en los juicios de Nuremberg.

Tras la liberación de Mauthausen, se estableció en París. Su salud estaba quebrantada a consecuencia del campo y, tras largas estancias hospitalarias, murió en 1951. Fue enterrado en el cementerio de Thiais, al sur de París.

La asistencia social de la Iglesia entre el Antiguo Régimen y el Estado liberal.

Caricatura sobre el papel de la Iglesia en el carlismo. Revista La Flaca de 1869.

Autor: Eduardo Montagut.

Fuente: nuevatribuna.es 9/10/2018

La Iglesia española, con un evidente protagonismo del clero regular, monopolizó la acción social durante el Antiguo Régimen, que vendría a ser la larga época dorada del concepto intervencionista de la caridad. El despotismo ilustrado en el siglo XVIII, desde un marcado utilitarismo, comenzó a cuestionar el monopolio eclesiástico y planteó la necesidad de la intervención, pero del Estado, aunque sería la Revolución Liberal quien plantease claramente una alternativa al peso indiscutible de la Iglesia, y por dos razones: una sería de orden económico, y la otra tendría que ver con la voluntad política.

El largo proceso desamortizador eclesiástico español iniciado con Godoy, seguido por los afrancesados y los liberales de Cádiz y del Trienio, para llegar a su máxima expresión con las desamortizaciones de Mendizábal y, en menor grado, de Madoz, ya que su desamortización sería eminentemente civil, produjo un verdadero desastre económico para la Iglesia, ya que perdió gran parte de su patrimonio, con la consiguiente repercusión en los centros e instituciones benéficas que mantenía, además de la merma en recursos humanos derivada de las exclaustraciones.

En otro sentido, el nuevo orden liberal, fundado en las Cortes de Cádiz, consideraba que el Estado debía desempeñar la función asistencial dentro de su nueva estructura administrativa para paliar los problemas derivados de la vida de los ciudadanos, aunque nunca como desde la defensa de la redistribución de la renta, aspecto propio de los muy posteriores estados del bienestar, algo inconcebible desde el liberalismo económico. En este sentido, es importante destacar el Decreto de las Cortes de 21 de diciembre de 1821 en el que se trazaba un organigrama administrativo a través de las Juntas de Beneficencia municipales y provinciales.

Pero si la causa económica es muy clara para entender el bache profundo que sufrió la Iglesia en relación con el papel que había adquirido desde el pasado más remoto, la de tipo político es más problemática. Y lo es porque el Estado español, primero por los vaivenes derivados del complejo proceso de la Revolución liberal, y luego y en paralelo, por sus seculares carencias financieras, no pudo asumir esta nueva misión asistencial debidamente ni tan siquiera con la relativa estabilidad del régimen isabelino.

Y esta es la razón por la que el Estado liberal español terminó por devolver parte del protagonismo de la atención a la Iglesia, especialmente en la época de la Restauración borbónica, coincidiendo con un resurgir del poder eclesiástico en general y, muy especialmente, en la educación. Ese nuevo protagonismo no sólo se produjo en instituciones vinculadas directamente con la Iglesia, sino, también suministrando personal sanitario y de asistencia en instituciones públicas. Este último asunto tiene su importancia porque con el tiempo se generaría un evidente conflicto porque, especialmente, las clases medias tenían en el ejercicio de la sanidad un interés profesional evidente, tanto para las profesiones que en aquella época se destinaban a hombres, como para las subalternas asignadas a las mujeres, y que ocupaban, en gran medida, especialmente las segundas, con las monjas y hermanas de la caridad. No cabe duda que esa competencia nutriría una parte creciente del anticlericalismo de algunos sectores sociales españoles. Ese control eclesiástico también era cuestionado por el movimiento obrero, especialmente por el socialista que criticaba la presencia eclesiástica en los hospitales. Este conflicto se agudizaría en el siglo XX cuando fueron, además, apareciendo nuevos factores que terminarían por apartar a la Iglesia de esta tarea, mientras conservaba un enorme poder en la otra función cara a la sociedad, la educación, y que mantiene hoy en día.

Un libro revela que Franco colaboró con Hitler en las deportaciones de españoles y judíos a campos de concentración.

Franco y Hitler, en Hendaya, el 23 de octubre de 1940. / picture-alliance/Judaica-Samml/Newscom/Efe

Autor: Hugo Domínguez

Fuente: eldiario.es, 20/01/2015

Documentos hasta ahora inéditos demuestran que Franco colaboró con Hitler en la deportación de más de 9.000 españoles que acabaron en los campos de concentración nazi. La mitad de ellos no salieron con vida. Las pruebas y los testimonios que lo prueban los ha recopilado el periodista Carlos Hernández en el libro Los últimos españoles de Mauthausen. Pero hay más. Telegramas nunca vistos apuntalan la responsabilidad de Franco en el asesinato de más de 50.000 judíos de origen sefardí (descendientes de los judíos expulsados de la Península Ibérica a finales de la Edad Media).

«Escribiendo me he dado cuenta de que nos han engañado. La educación maniquea que se nos ha impartido ha intentado reescribir la historia», lamenta Hernández en conversación telefónica con eldiario.es. El libro surgió de las ganas de dar carpetazo al cargo de conciencia que sufrió al morir su tío Antonio, prisionero en Mauthausen. «Nunca le pregunté sobre el asunto de la deportación y tenía una espina clavada», apostilla.

Se puso manos a la obra y empezó a bucear por archivos, bibliotecas y hemerotecas hasta gestar una obra de más de 500 páginas con la que poner punto y final a esa tesis tan extendida de que la dictadura española no se inmiscuyó en la Segunda Guerra Mundial. Con un vasto material, alguno desconocido hasta el momento, el periodista consigue llegar a una conclusión: Franco, desde España, y Hitler, desde Alemania, se conjuraron con la idea de enviar a los campos de exterminio nazi a 9.328 ciudadanos españoles. De ellos, más de 5.000 no consiguieron sobrevivir a las terroríficas condiciones de los campos de concentración.

El germen de esta historia se remonta al 31 de julio de 1938. Ese día la policía franquista y la Gestapo –policía secreta nazi– acordaron un protocolo de actuación para agilizar los procesos de extradición y el intercambio de información sobre sus enemigos comunes. A partir de ahí, la comunicación no se cortó, sino más bien, se intensificó. En una de las cartas, Madrid admite que se «desentiende» de la suerte que puedan correr los españoles que todavía no han sido capturados por la Francia ocupada y devueltos a España.

Pero el día ‘D’ estaba aún por llegar. El mismo día en el que el ministro español de Gobernación Ramón Serrano Suñer visitaba Berlín, el Reich emitió una orden que despejó el camino para que miles de presos españoles acabarán en campos de concentración.

«Es ridículo pensar que todo responde a una casualidad», apunta el autor del libro, quien no duda de que «Hitler hizo el trabajo sucio a Franco para que el dictador español se pudiera librar de los ciudadanos que consideraba sería peligroso que volvieran a España». En el libro se mencionan además distintos documentos que demostrarían que Alemania informó «puntualmente» de sus planes de deportar a los españoles capturados en el país galo.

Lo desalentador viene a continuación. Según el relato de Carlos Hernández, Franco tuvo en sus manos la posibilidad de salvar a muchos españoles de una muerte segura y no lo hizo. «El régimen español tuvo capacidad de decisión sobre el destino de los españoles. Es más, salvó a dos personas que tenían vínculos con los franquistas. Lo intentó con algunos otros pero la respuesta que llegó desde Alemania es que ya era tarde. Estaban muertos», explica.

Pero ¿quiénes eran esos españoles? El escritor perfila tres grupos: los que sirvieron en las filas del Ejército francés en la Segunda Guerra Mundial, miembros de la Resistencia, y los hombres, mujeres y niños refugiados en la pequeña ciudad francesa de Angulema y que formaron parte del ‘Convoy de los 927’. En total, más de 9.000 españoles, de los que 5.180 murieron, 330 figuran como desaparecidos y 3.800 sobrevivieron. Como el murciano Francisco Griéguez, que a estas alturas todavía sigue sin poder conciliar el sueño y cuyo testimonio se incluye en el libro.

50.000 judíos que Franco podría haber salvado

Franco tuvo responsabilidad en el exterminio de judíos; en concreto, de 50.000 de origen sefardí. Lo asegura el periodista aludiendo a los telegramas que ha conseguido reunir. «Antes de que el Gobierno alemán pusiera en marcha la solución final, aprobó un decreto por el que se permitía a sus aliados repatriar a sus judíos», cuenta. Pero en España se optó por una postura de indiferencia: la circular que se hizo llegar fue la de salvar exclusivamente a los judíos que pudieran demostrar sobradamente su nacionalidad española, una condición muy difícil en ese momento para muchos.

En la captura que se muestra a continuación se puede leer como un diplomático español destinado en el extranjero se desentiende de las consecuencias que puedan tener las restrictivas instrucciones salidas de Madrid y subraya que, si no se levanta la mano, los repatriados «serán pocos». Con estas pruebas en la mano, se deduce, por tanto, que Franco conocía las intenciones de Hitler respecto a los judíos de toda Europa.

Telegrama incorporado por el autor en el libro y facilitado a eldiario.es
Telegrama incorporado por el autor en el libro y facilitado a eldiario.es.

«Simplemente con que hubiera tenido voluntad, podría haber salvado a decenas de miles de judíos de origen sefardí que en los años 40 residían en Europa, principalmente en Salónica y en Budapest», relata el autor. «No es muy moral para un régimen católico pedir a los judíos que en un momento como ese se entrara en el juego de la nacionalidad. Los que se salvaron finalmente no superaron los 700», señala. El origen español de los sefarditas, y por tanto su derecho a acceder a la nacionalidad, sí acredita su condición, se remonta a la época de los Reyes Católicos, cuando los judíos fueron expulsados de la Península Ibérica.

Con todo el material recopilado, ¿ha sido difícil escribir este libro? Responde Carlos Hernández de manera automática, sin rodeos: «Resultó más sencillo encontrar documentación fuera de España. Aquí hay más trabas, como las que puso la Fundación Francisco Franco o la Fundación Ramón Serrano Suñer para poder bucear en los archivos que guardan, y que no se han hecho públicos. «Espero que sigan saliendo más datos», lanza al aire como último deseo.