Las tres guerras contra el fascismo de un calderero anarquista

Martín Bernal, integrante de La Nueve y luchador antifascista.

Autor: Eduardo Bayona

Fuente: publico.es 01/09/2019

Martín Bernal luchó tres veces contra el fascismo. Una, en la guerra civil, primero en la Columna Ascaso y después en las tropas regulares de la Segunda República. Después, en África con la Legión Extranjera. Y. por último, en la campaña de liberación de Francia y Alemania como alférez de La Nueve, la legendaria compañía de republicanos españoles que el 24 de agosto de 1944 liberó el Ayuntamiento de Paris y, unas horas más tarde, detuvo al general Dietrich con Choltitz, el comandante de las tropas nazis de ocupación, con todo su Estado Mayor.

Martín, de 24 años cuando los militares franquistas se sublevaron en 1936, se ganaba la vida como instalador de calderas, ocupación que compaginaba con la de novillero bajo el pseudónimo de Larita II. “La guerra le obligó a dejar las dos ocupaciones”, explica Diego Gaspar, investigador y profesor de Historia Contemporánea en la Universidad de Zaragoza, autor de La guerra continúa. Voluntarios españoles al servicio de la Francia Libre (1940-1945) y que está trabajando en la redacción de Banda de cosacos. Historia y memoria de La Nueve y sus hombres, que llegará a las librerías el año que viene.

Vecino del barrio de Torrero, aunque había nacido en Garrapinillos, y miembro del sindicato anarquista CNT como su hermano Francisco, optó tras el golpe militar por escapar de Zaragoza, donde los sublevados desatarían una feroz represión con más de 3.500 fusilados y desaparecidos, para unirse a la Columna Ascaso, una de las milicias libertarias que salieron de Barcelona en los primeros días de la guerra para intentar liberar la capital aragonesa.

Una fuga a pie de Llíria al Pirineo

Ya no dejaría las armas hasta once años después, cuando, a mediados de 1945, fue licenciado tras terminar la Segunda Guerra Mundial en Europa. “Era un coloso de mirada clara y gesto tranquilo”, lo describe la periodista Evelyn Mesquida en su libro La Nueve. Los españoles que liberaron París. Medía 1,80.

Tras la disolución y militarización de las milicias anarquistas, Bernal participó como soldado regular en varias batallas de la guerra civil, como la de Teruel. “Hecho prisionero por los franquistas al final de la guerra, se había evadido y había atravesado toda España a pie, caminando por la noche y ocultándose durante el día”, narra Mesquida.

Sin embargo, nada más cruzar los Pirineos, a los que había llegado desde Llíria (Valencia) en septiembre de 1939, fue arrestado por la Gendarmería, lo que le situaba ante tres opciones: ser deportado a España, ir a un campo de refugiados (o de prisioneros) o enrolarse en la Legión Extranjera. Optó por la tercera. Poco después, tras formalizar los papeles en Tarbes, estaba viajando a África.

Bernal se hacía llamar Manuel Garcés, en una especie de homenaje a su amigo y cuñado de ese nombre, al que conoció cuando ambos actuaban como novilleros. Aunque la elección también tenía algo de protección: “trataba de evitar que su familia, que se había quedado en España, pudiera sufrir algún tipo de represalias”, anota Gaspar.

Como legionario pasó por varias unidades y participó en diversas batallas, tanto en Senegal como en Túnez contra el Áfrika Korps del mariscal Rommel, antes de desertar para alistarse en el Cuerpo Franco africano en 1943, a poco de que este fuera finalmente disuelto para integrarse en el Ejército de Liberación Nacional francés. Allí fue uno de los 144 españoles (de 160 miembros) que fundaron La Nueve, adscrita al Tercer Regimiento del comandante Joseph Putz dentro de la Segunda División Blindada del general Leclerc.

«Por su valor tranquilo, logró imponerse con rapidez»

Meses después, el 24 de agosto de 1944, sería uno de los 70 hombres de esa unidad que liberaron el Ayuntamiento de París, en la acción militar que simbolizó la reconquista de la ciudad tras la ocupación nazi.

Al día siguiente, Bernal participaría en el asalto a la central telefónica de París, operación en la que terminaría haciéndose cargo del mando tras resultar herido el teniente inicialmente encargado de ello, y, uno más tarde, el 26 de agosto, comandaría el vehículo “Resistencia”, uno de los cuatro con los que los soldados de La Nueve escoltaron al general Charles de Gaulle en el desfile de la victoria.

Durante la campaña previa había dirigido el “Liberación”, el “Teruel” y el “Brunete”.La presencia de los soldados republicanos en esa celebración provocó una queja formal ante el Eliseo por parte de la dictadura franquista, que se refería a sus compatriotas como “españoles enganchados en África y recogidos en Francia conforme avanzaban por la metrópoli las tropas desembarcadas del general Leclerc”, cuenta Mesquida. Las autoridades de la Francia Libre la despacharon sin mayores ceremonias.

“Por su valor tranquilo, logró imponerse con rapidez en La Nueve”, señala Mesquida, que recuerda cómo más tarde sería condecorado “por hacer frente a un enemigo muy superior, ocasionar numerosas bajas y conseguir salvar a un compañero herido”.

El hermano ‘perdido’ en Mauthausen

Tras resultar herido durante la guerra en cinco ocasiones, varias de ellas en la dura campaña de Alsacia, que concluyó con la liberación de Estrasburgo, Bernal fue uno de los integrantes de la tercera sección de La Nueve que, el 5 de mayo de 1945, participaron en las tareas de escolta de la retaguardia de las fuerzas aliadas que, tras los bombardeos de la aviación, ‘barrieron’ en desfiladero de Inzell, el acceso al Nido de las Águilas, la ostentosa residencia de montaña que los nazis habían regalado a Hitler.

Esa fecha, en el que participó en una de sus últimas operaciones bélicas antes de regresar a París y licenciarse, quedaría grabada en la memoria del calderero anarquista que estaba a punto de dejar de ser soldado.

Meses después, en la capital francesa, Martín se reencontraría con su hermano Francisco, de quien no tenía noticias desde hacía cinco años. Había llegado a París repatriado desde Mauthausen, el siniestro campo de concentración que los nazis habían instalado en el noreste de Austria y al que las tropas estadounidenses habían llegado el mismo día que caía el Nido de las Águilas.

Los dos hermanos abrieron una zapatería en las afueras de París, ciudad en la que, aunque viajaron a Zaragoza en varias ocasiones, ambos residieron hasta su muerte. “Soy feliz porque estoy vivo después de lo que he pasado”, explicaba Paco en el documental Aragoneses en el infierno, de Mireia R. Abrisqueta, en el que recordaba la sobrecogedora leyenda que había en la entrada del campo: “vosotros que entráis, dejad aquí toda esperanza”.

La doble revolución de las mujeres republicanas

Inauguración del Hogar de las Muchachas, lugar de reunión de las jóvenes antifascistas en Madrid en 1937. VIDAL EFE

Autora: Laura delle Femmine.

Fuente: El País, 16/05/2019

Hubo un día en que los bailes eran canteras de sindicalistas y la historia obligaba a crecer más deprisa. Entonces la revolución estaba en la boca de todos y Josefina Carpena-Amada (Barcelona, 1919 – Marsella, 2005), mejor conocida como Pepita Carpena, tenía claro que se entregaría a ella. Obrera en una fábrica textil desde los 12 años, se inició a la política de la mano de la CNT y se unió al movimiento Mujeres Libres en la época más turbulenta de la España contemporánea. Vivió el golpe de Estado, la barbarie del mayo de 1937, la Guerra Civil, la dictadura y el exilio. Siempre luchó. Lo hizo al lado de otras muchas mujeres casi invisibles para los anales, pero que lograron estrepitosos avances en igualdad peleando tanto dentro como fuera de casa. “Para ellas fue normal ir al frente, disparar balas, crear un grupo de más de 20.000 mujeres, luchar contra sus padres, la homofobia y el machismo”, resume Isabella Lorusso, que ha publicado en España el libro Mujeres en Lucha (Altamarea), 11 entrevistas realizadas a lo largo de 15 años a activistas españolas, mujeres feministas que vivieron la Guerra Civil y sus duras consecuencias en sus propias carnes.

Lorusso (Apulia, Italia, 52 años) recorrió kilómetros para dar con mujeres como Pepita Carpena, Teresa Rebull o Blanca Navarro y escribir el libro que le hubiera gustado encontrar cuando llegó a Barcelona en los años noventa. Entonces era una estudiante universitaria involucrada en el movimiento feminista y se apasionó por el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y los movimientos izquierdistas de ese período. Rascó en la historia para encontrar a las mujeres republicanas que habían luchado con uñas y dientes durante el conflicto y de las que se perdió la memoria. Mujeres anarquistas, milicianas, marxistas o comunistas, de distintas ideologías pero con el mismo denominador común: hacer escuchar su voz. «No encontré el libro, encontré a la gente real», resume Lorusso en Madrid, donde ha presentado su obra.

Porque si la historia olvida a los perdedores, aún peor es la suerte de aquellos que son apartados dentro del mismo bando derrotado. Carpena admite en su entrevista con la autora, en 1997, que existían actitudes machistas dentro del movimiento, pese a que la Segunda República representó una de las máximas expresiones de igualdad de género de la época —reconoció el voto femenino y despenalizó el aborto, entre otras cosas—. Confiesa que lo más duro fue enfrentarse a sus propios compañeros, que tampoco entendían del todo —y llegaron a confundirlo con el libertinaje— el papel del grupo Mujeres Libres, nacido en el seno del anarcosindicalismo para lograr la liberación de las mujeres y la igualdad, y que llegó a tener más afiliados que el Partido Comunista en su momento más álgido.

«Ponían a los hombres ante una contradicción cotidiana, porque ellos mismos hablaban de cómo cambiar el mundo y luego volvían a casa y el mundo que hubieran podido cambiar no lo cambiaban», analiza la autora. Fue así que el choque entre guerra y revolución asumió otra dimensión, más oculta, que trascendía la lucha de clase y de la cual las mujeres fueron protagonistas involuntarias. “Como los estalinistas pensaban que antes había que ganar la guerra y después hacer la revolución, muchos hombres creían que si ganaban la revolución las mujeres automáticamente se liberarían, pero no era así. Fue también una revolución en casa”, continúa. “Había una discriminación dentro del mismo grupo y había que hacer la revolución al mismo tiempo”.

Esta discriminación acabó sin embargo por ser interiorizada por muchas de las mujeres militantes e hizo que Lorusso se enfrentara a un doble obstáculo: a las dificultades técnicas se sumó el hecho de que ellas mismas se restaban importancia. Teresa Carbó (Begur, 1908 – Le Soler, 2010), la última persona en ver con vida al dirigente del POUM Andreu Nin, es ejemplo de ello. Inicialmente rechazó la entrevista alegando que no tenía nada que contar. Lorusso la encontró en 2010, poco antes de que falleciera, en una residencia de mayores en Francia. Tenía 102 años, la mayoría de ellos pasados en el exilio.

Pepita Carpena.
Pepita Carpena.

Ni Carbó ni Carpena se definían feministas. Suceso Portales (Zahínos, 1904 – Sevilla, 1999), quien fue vicesecretaria de Mujeres Libres, explicaba que entonces eran las mujeres de clase media, sufragistas, quienes se apropiaron del término, y que en el movimiento anarcosindicalista preferían definirse femeninas. «A nosotras nos interesaban las mujeres que luchaban dentro y fuera de las paredes domésticas», dijo a la autora durante la entrevista. “Los compañeros no nos dieron elección y nosotras decidimos cambiar nuestras vidas antes de cambiar el mundo”. Para Lorusso, solo se trata de un tecnicismo: “Yo me defino feminista y considero que ellas eran mucho más feministas que yo”.

Ellas, mujeres ocultas en historias ocultas, lucharon con la escopeta al hombro, se organizaron, exigieron más derechos, estuvieron en la cárcel, ayudaron a sus compañeros y los vieron morir, abandonaron sus tierras y cruzaron la frontera cargando a sus hijos. “La libertad es para todos o no es”, señalaba a la autora Concha Pérez (Barcelona, 1915 – 2014), una de las pocas mujeres que combatieron en el frente durante la Guerra Civil.

De las mujeres que aparecen en el libro solo queda viva una, María Teresa Carbonell (Barcelona, 1926), antigua militante del POUM y presidenta de la Fundació Andreu Nin de Barcelona. Pero permanecen su legado y su lucha. Lorusso admite que no solo encontró barreras para reconstruir la memoria histórica de las entrevistadas, tampoco fue fácil hacer llegar su obra al gran público. “Hay que valorizarlas”, reflexiona. “Yo solo las entrevisté y escribí el libro que hubiera querido encontrar, un libro sobre el coraje del que nadie ha hablado».

La República en guerra. Abril por la República.

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Autor: Victor Arrogante.

Fuente: Nueva Tribuna.

La Segunda República, fue una etapa de la historia caracterizada por favorecer el progreso social, político y de las libertades públicas. Quedó rota en 1936 por la sublevación militar fascista y la guerra. En su corta historia nada le fue fácil.

Miguel de Unamuno, que contribuyó al restablecimiento de la República, cuando apenas habían transcurrido seis meses de su proclamación, manifestó a un amigo: «Me pregunta usted que cómo va la República. La República, o res-pública, si he de ser fiel a mi pensamiento, tengo que decirle que no va: se nos va. Esa es la verdad». Y así fue. El advenimiento de la Segunda República coincidió con una etapa de crisis económica internacional de 1929 y de crisis de los sistemas democráticos; en Europa existía un predominio de dictaduras, que hará más difícil el desarrollo de reformas en España.

Durante los meses de abril a diciembre de 1931, se aprobó la Constitución republicana. En el primer bienio (1931-1933) la coalición republicano-socialista presidida por Manuel Azaña, llevó a cabo diversas reformas que pretendían modernizar el país. El segundo bienio (1933-1935), llamado por las izquierdas bienio negro, estuvo gobernado por el Partido Republicano Radical de Alejandro Lerroux, apoyado desde el parlamento por la derecha católica de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que pretendió derogar las reformas del primer bienio.

La tercera etapa viene marcada por el triunfo de la coalición de izquierdas del Frente Popular, en las elecciones generales de 1936, y que solo pudo gobernar en paz durante cinco meses. En la tarde del 17 de julio, se conocía que en el Protectorado de Marruecos se había iniciado una sublevación militar. Al día siguiente la sublevación se extendió a la península y las organizaciones obreras (CNT y UGT) reclamaron «armas para el pueblo», a lo que el gobierno de Casares Quiroga se negó, teniendo que dimitir por ello.

El nuevo Gobierno presidido por Martínez Barrio, líder de Unión Republicana, incluyó en su gabinete a políticos moderados, dispuestos a llegar a algún tipo de acuerdo con los sublevados que no resultó. Emilio Mola se negó a cualquier tipo de transacción, lo que provocó la caída del Gobierno. Azaña nombró el mismo domingo 19 de julio a José Giral, que formó un gobierno únicamente integrado por republicanos de izquierda, con el apoyo explícito de los socialistas. Giral tomó la decisión de entregar armas a las organizaciones obreras. Se inició una revolución social para defender la República.

Tras el golpe de Estado fascista, el Frente Popular controlaba el 72% del territorio, que albergaba una población de 15,2 millones, sobre un total de 24,2 millones. Contaba con el aparato completo de la Administración; disponía de todas las reservas de oro del Banco de España. El Frente Popular podía contar con casi toda la industria militar y civil, industria química, las minas de carbón y de hierro, industria metalúrgica, los altos hornos, la mayoría de los cultivos de regadío, con la mitad de la producción de cereales y ganadería. Bajo su control, quedaron las fábricas de armas de Toledo, Murcia, Trubia, Reinosa, Eibar y Plasencia. Dependía del Gobierno, algo más del 50% de los soldados; el 81% de los aviones disponibles, y casi toda la armada. Con todos estos recursos, el Frente Popular perdió la guerra, por diferentes factores claves.

Muy favorable resultó la unidad política y del mando militar del ejército de Franco −nombrado a finales de septiembre de 1936 jefe del Estado, título que ostentó y mantuvo hasta su muerte en 1975−. Franco unificó en un solo partido los movimientos carlistas y falangistas. En general los recursos externos fueron favorables al ejército de Franco. Los franquistas contaron con la neutralidad de Inglaterra y EEUU. Inglaterra identificó al bando republicano como revolucionario y de alto riesgo de dictadora comunista si ganaban.

Julián Besteiro, en mensaje por Unión Radio la noche del 5 de marzo de 1939, dejó su opinión de cómo se había gestionado la República desde la Batalla del Ebro. «La verdad real: estamos derrotados por nuestras propias culpas». Venía a decir que la derrota se producía «por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizás los siglos». A continuación tomo la palabra el anarquista Cipriano Mera, albañil de profesión, que había llegado a mandar el IV Cuerpo de Ejército, quien pronunció el discurso más duro, vertiendo graves acusaciones contra Negrín. La última intervención sería la del coronel Segismundo Casado, quien leería un discurso más dedicado a los que le escuchaban al otro lado de las trincheras que a los de la zona republicana. Se estaba fraguando un golpe de Estado.

Tras la dimisión de Giral, el presidente de la república Manuel Azaña encargó la formación de un «gobierno de coalición» a Francisco Largo Caballero, líder socialista de UGT. Largo Caballero, que asumió también el ministerio de Guerra, dio entrada en el gabinete al mayor número posible de representaciones de los partidos y sindicatos. La formación no se completó hasta dos meses después, con la integración de cuatro ministros de la CNT, entre ellos la primera mujer ministra en España, Federica Montseny. Las tropas sublevadas ya estaban a las afueras de Madrid.

El nuevo gobierno de Largo Caballero, autoproclamado «gobierno de la victoria», dio prioridad a la guerra. El programa político que puso en marcha, tuvo como principal medida, la creación de un nuevo ejército y la unificación de la dirección de la guerra. Los dirigentes sindicales de UGT y CNT, al aceptar e impulsar el programa, «estuvieron de acuerdo en que la implantación del comunismo libertario, a que aspiraba la CNT, o de la sociedad socialista, que pretendía la UGT, debía esperar al triunfo militar«.

El siguiente nuevo gobierno que formó el socialista Juan Negrín en mayo de 1937 respondió al modelo de las coaliciones de Frente Popular. Según Santos Juliá (Un siglo de España, 1999), detrás de este gobierno estaba Azaña, que pretendía «un gobierno capaz de defenderse en el interior y de no perder la guerra en el exterior. Con Prieto a cargo de un Ministerio de Defensa unificado, sería posible defenderse; con Negrín en la presidencia, se podían abrigar esperanzas de no perder la guerra en el exterior.

Poco antes de que finalizara la batalla del Ebro se produjo un hecho determinante para la derrota de la República. El 29 de septiembre de 1938 se firmaban los Acuerdos de Múnich entre Gran Bretaña y Francia, por un lado, y Alemania e Italia, por otro, que cerraba toda posibilidad de intervención de las potencias democráticas a favor de la República. De nada sirvió que Negrín anunciara ante la Sociedad de Naciones, la retirada unilateral de los combatientes extranjeros que luchaban en la España republicana. El 15 de noviembre de 1938, las Brigadas Internacionales desfilaban como despedida por la avenida Diagonal de Barcelona.

La última operación militar de la guerra fue la campaña de Cataluña, que acabó en un nuevo desastre para la República. El 26 de enero de 1939 las tropas de Franco entraban en Barcelona. El 1 de febrero de 1939, en la sesión del Congreso en el castillo de Figueras, Negrín redujo los 13 puntos que asentaban las bases para una futura convivencia entre todos los españoles, a las tres garantías que presentaría a las potencias democráticas como condiciones de paz: independencia de España, que el pueblo español señalara cuál habría de ser su régimen y su destino y que cesara toda persecución y represalia en nombre de una labor patriótica de reconciliación. Juan Negrín, marca con palabras lapidarias el final de la contienda: «La paz negociada, siempre; la rendición sin condiciones para que fusilen a medio millón de españoles, nunca«.

El coronel Segismundo Casado, jefe de los ejécitos del centro, consideraba que no era posible continuar la resistencia debido a la gran desmoralización de las tropas y la escasez de armamento. Pretende deponer al gobierno Negrín y sustituirle por otro que negocie el fin de la guerra con Franco, poner fin a la contienda sin derramamiento de sangre. No lo consiguió. Había mantenido contactos con la red de espías franquistas y con la Quinta Columna d Madrid; con el apoyo del socialista Julián Besteiro, Wenceslao Carrillo, Cipriano Mera, y el general José Miaja. El golpe traidor, provocó un duro enfrentamiento entre republicanos, entre los que apoyaban la negociación de paz con Franco y los que pretendían resistir hasta el final e intentar que la guerra de España, enlazase con el comienzo de la que se cernía sobre Europa. En una semana, se produjeron más de 20.000 víctimas.

El Consejo Nacional de Defensa, presidido por el general Miaja se hace con el control de Madrid, tras duros enfrentamiento entre las tropas republicanas e inicia las diligencias con el Gobierno de Burgos con el objetivo de acordar la paz. Franco no aceptó ninguna de las concesiones que le habían prometido a Casado si daba el golpe. Había fracasado.

Manuel Azaña en La velada en Benicarló, enumeraba, por orden de importancia, a los enemigos de la República: «la política franco-inglesa; la intervención armada de Italia y Alemania; los desmanes, la indisciplina y los fines subalternos que han menoscabado la reputación de la República y la autoridad del Gobierno»; por último señalaba a las fuerzas propias de los rebeldes. «La situación de España no tiene remedio. Allí no queda nada: ni Estado, ni riqueza, ni comercio, ni industria, ni hábitos de trabajo, ni posibilidad de encontrarlo, ni respeto que no sea impuesto por el terror. Dos millones de españoles menos, entre muertos, emigrados y presos. Solamente en Madrid hay ciento cincuenta mil presos». Todo fue una conspiración.

El 26 de marzo, Madrid es tomado por las tropas franquistas. El Ejercito Popular republicano ya no opuso resistencia. En el 1 de abril, la guerra y la República habían terminado, dando paso a la dictadura y la represión.

El día que Franco entró en Catalunya

La popular Calle Mayor de Lleida protegida con sacos terreros de las balas que el Ejército Popular disparaba desde el otro lado del río (Fons Porta / Servei Audiovisuals)

Fuente: La Vanguardia, 01/04/2018 23:52 | Actualizado a 02/04/2018

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El 27 de marzo de 1938, las tropas de legionarios y marroquíescomandados por el general Yagüe entraron por la mañana en Barbastro y Fraga y hacia el final del día tomaron Massalcoreig, la primera localidad catalana ocupada por el ejército franquista. Yagüe había roto las defensas republicanas y después de atravesar el Cinca tenía muy claro su próximo objetivo, conquistar Lleida para la España de Franco. Mañana, 3 de abril, se cumplen 80 años de aquella batalla que significó la irrupción por la fuerza de las armas de un nuevo régimen político. La caída de Lleida significó para el bando republicano la certeza de que la guerra no podía ganarse. Los franquistas pronto llegarían al mar por Vinaròs y aislarían Catalunya, desde el margen izquierdo del Segre por el oeste y del Ebro por el sur. Según los historiadores, Yagüe quería atravesar el Segre y avanzar hacia Barcelona, pero Franco se lo impidió. La guerra aún duraría otro año.

El mismo día 27 de marzo, los aviones italianos y alemanesbombardearon Lleida sin piedad, acción que repitieron el día 30 con el ánimo de debilitar la moral combativa. Buena parte de la población civil optó por abandonar la ciudad, y de estos, muchos se refugiaron en pueblos vecinos o en torres de la huerta. Lleida quedó desierta y con grandes columnas de humo y polvo, sin agua, ni luz, derruidos numerosos edificios oficiales y en la práctica, inhabitable en buena parte del centro histórico. Cuando las bombas dejaron de caer, llegó la 46ª División, comandada porValentín González, conocido como El Campesino , al que se había encargado, junto a otros batallones, la defensa de Lleida.

Aviones italianos y alemanes habían bombardeado antes la ciudad intensamente

La resistencia republicana en los campos alrededor de la capital consiguió frenar el avance durante cinco días, a costa de numerosas bajas causadas por la artillería nacional, la aviación y también unidades de carros de combate. Yagüe concentró sus fuerzas por la carretera de Zaragoza y así el día 2 de abril conseguían tomar la colina de Gardeny al mismo tiempo que otras columnas se infiltraban por la carretera de Huesca.

Según el historiador Joan Sagués, autor de La Lleida vençuda i ocupada del 1938 (Pagès Editors), “los combates fueron muy intensos, calle por calle, casa por casa, y los republicanos ya estaban preparados para lo peor, así que incendiaron varias casas en el centro y con el Tabor Ifni Sahara y la 43 Bandera de la Legión pisándoles los talones pasaron al margen izquierdo del Segre y dinamitaron el Pont Vell, aunque hay otras versiones que aseguran que sólo dinamitaron el del Ferrocarril”.

La caída significó para el bando republicano la certeza de que la guerra no podía ganarse

La voladura se produjo una media hora después de que los soldados franquistas izaran la bandera rojigualda en la Seu Vella y se desplegaran por el centro urbano histórico. El río era la tierra de nadie que dividía el frente de guerra. Los republicanos pasaron de defender la ciudad a disparar sobre ella. La República había perdido Lleida, pero la ocupación franquista no trajo la paz, pues el frente todavía permanecería activo nueve meses más, hasta Navidad.

La tarde del domingo 3 de abril, el general Yagüe tomó posesión de la Comissaria de la Generalitat en Lleida, la actual Diputación, y tras izar la bandera en el balcón, dio un discurso a los escasos leridanos que habían salido de sus refugios. “Vengo en nombre del Caudillo a daros el pan, la paz y la justicia”.

La caída de Lleida fue considerada una “resistencia heroica” por la prensa republicana, mientras que los diarios de la zona nacional resaltaban que “Lérida volvió el ­domingo a ser de España”, según recoge Sagués en su libro. La es­trategia seguida por El Campesino fue criticada incluso por cama­radas comunistas, como José del Barrio, que, en sus memorias, le acusa de abandonar su puesto, ­escudándose en que se encontraba enfermo. Está confirmado que Valentín González marchó de Lleida mucho antes de la voladura del puente y que fue trasladado a Barcelona en ambulancia.

La fotografía, de autor desconocido, es el único documento gráfico de los combates entre republicanos y franquistas por las calles de Lleida
La fotografía, de autor desconocido, es el único documento gráfico de los combates entre republicanos y franquistas por las calles de Lleida (Arxiu fotogràfic/Ateneu Popular)

Las calles de Lleida se llenaron de soldados y al día siguiente de la ocupación, la población civil empezó a congeniar con los conquistadores. Detrás del Estado Mayor de Yagüe viajaba una numerosa comitiva de periodistas, españoles y extranjeros. Entre ellos cabe destacar el tándem formado por Víctor Ruiz Albéniz, que firmaba con el seudónimo de El Tebib Arrumi, abuelo del exalcalde de Madrid Alberto Ruiz Gallardón, y el fotógrafo José Demaría, más conocido como Campúa. La crónica de El Tebib Arrumi describe una ciudad “con muy poca gente” y destrozada por la “iracundia” del enemigo “sobre todas las iglesias y la magnífica catedral”. También explica que algunas zonas son peligrosas por los disparos republicanos desde el otro lado del río y se refiere a El Campesino, que “escapó ayer tarde a las seis, acreditándose como discípulo de Prieto a costa de tanta fuga como va practicando”.

A su vez, las fotos de Campúa muestran cadáveres por las calles, casas abiertas por las bombas y el encuentro entre la población que saluda brazo en alto, además de muchos soldados con guitarras y botellas de vino. Un compañero de fatigas de Ruiz Albéniz y Campúa siguiendo la campaña de Yagüe es el barman Perico Chicote, que se encarga de la intendencia de los periodistas y del propio general. Campúa lo fotografía paseando por una ciudad y bebiendo vino, celebrando la victoria.

Pese a la ocupación franquista, el frente aún seguiría activo nueve meses más

La normalización de la vida ciudadana y de los servicios públicos era muy difícil al estar la ciudad en primera línea de fuego y el retorno de los vecinos fue escalonado. Paralelamente se inició una dura represión que conllevó el uso de varios edificios religiosos y la propia Seu Vella como cárceles, el espacio previo al juicio sumarísimo y en su mayoría al pelotón de fusilamiento. Según Joan Sagués, “los nueve ­meses posteriores a la ocupación fueron de duros combates en todo el frente del Segre, como el de la masacre del Merengue, en la cabeza de puente de Balaguer, donde centenares de soldados de la denominada Quinta del Biberón cayeron muertos por las ametralladoras de una columna falangista”. Es muy posible que la caída de Lleida fuera uno de los hechos bélicos que llevaron a Màrius Torres a componer tal vez su poema más famoso, La ciutat llunyana, una reflexión íntima sobre la derrota y la destrucción de “la ciutat d’ideals que volíem bastir”, y como reconstruirla con la esperanza. “Ja no ens queda quasi cap més consol que creure i esperar la nova arquitectura amb què braços més lliures puguin ratllar el teu sòl”.

Con un trozo de Catalunya en sus manos, Franco firmó el día 5 de su puño y letra la derogación del Estatuto de Autonomía y tres días después fusilaba a Manuel Carrasco i Formiguera. Juan Negrín tuvo que formar un nuevo Gobierno con un programa de trece puntos para negociar la paz. “Resistir es vencer”.

Las claves del documento que revela cómo fue asesinado Lorca.

Documentos policiales de 1965 prueban el asesinato de Lorca por homosexual y masón

Autor: Diego Barcala,

Fuente: El Diario, 23/04/2015.

El relato que la Policía franquista hizo en 1965 de los últimos días de vida de Federico García Lorca, difieren poco de lo que los investigadores han revelado hasta ahora. Pero los detalles, en un suceso tan nebuloso, han revuelto el estómago del mundo lorquiano. El documento del Ministerio de Gobernación revelado en exclusiva por eldiario.espone sobre la mesa tres nuevos asuntos. Primero, resulta que el poeta fue fusilado solo con otra persona y no con otros tres como se creía. Segundo, fue enterrado «a flor de tierra». ¿Quién dijo esto al policía que tuvo que redactar este informe? ¿Fue Manolo Castilla el comunista al que ahora creíamos como su enterrador? ¿O había otras fuentes entre el piquete que le mató de madrugada en agosto de 1936? Y tercero, según la Policía, fue «pasado por las armas» tras «haber confesado», no sabemos qué, pero las especulaciones se disparan.

El informe elaborado en 1965 a petición de la Embajada española en París y con el permiso de Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo, es gasolina para la especulación, pero afianza los cimientos de la teoría del asesinato ideológico. Lorca fue asesinado por rojo y por homosexual. Nada de disturbios de guerra, ni balas perdidas, ni rencillas personales. Pese a lo que dijo durante 40 años el franquismo, Federico García Lorca, fue un asesinado ideológico. El documento, 29 años posterior a su muerte, sigue aludiendo como delito la homosexualidad que califica como «aberración». La propia sobrina nieta del poeta, enemistada con el hispanista Ian Gibson por el empeño de este en encontrar sus restos pese a la oposición familiar, aseguraba que la alusión a que el poeta fue detenido por homosexual «no tiene sentido».

La cuestión homófoba, que ahora conocemos en un documento oficial, afianza la investigación histórica y lo que apuntaban los miles de rumores de la ciudad nazarí. Una de los episodios sin confirmar, que los testigos granadinos fueron narrando uno a uno a los hispanistas extranjeros que acudieron en busca del poeta a lo largo del siglo XX, sitúa a uno de los asesinos en el bar Pasaje. Se trata del abogado derechista Juan Luis Trescastro que pocas horas después del asesinato le confiesa en voz alta: «Yo mismo le he metido dos tiros por el culo por maricón» (El hombre que detuvo a García Lorca. Ian Gibson. Editorial Aguilar).

Error en los nombres

La fiabilidad del documento ahora encontrado merma cuando se cita al Gobernador Civil de Granada en 1936, Juan Valdés Guzmán. El documento cambia su nombre por el de Miguel. Un error impropio puesto que Juan Valdés era un hombre famosísimo en Granada. «Al que conocía todo Dios», como resume el propio Gibson al conocer el hallazgo documental. Juan Valdés es a quien acusó Ramón Ruiz Alonso, el supuesto urdidor de toda la detención, de haber dado la orden.

Dicho esto, estremece la seguridad con la que la Policía de 1965 asegura que fue fusilado solo con otra persona. Hasta ahora, las diferentes investigaciones daban por ciertas las informaciones que decían que Lorca fue enterrado junto a dos banderilleros anarquistas (Joaquín Arcollas y Francisco Galadí) y el maestro republicano Dióscoro Galindo. Tan cierta fue tomada esta cuestión que toda la vía judicial y administrativa iniciada para encontrar los restos del poeta se ha basado en el derecho de los familiares de los supuestos acompañantes de fosa del poeta.

A flor de tierra

Desgraciadamente, el documento no aporta alguna pista clave sobre el paradero exacto de los restos. «A dos kilómetros de Fuente Grande», es toda la precisión que aporta la Policía. Pero el redactor del informe añade cuatro palabras inquietantes: «A flor de tierra». Es decir, según lo que se sabía en 1965 del entierro, no se hizo a gran profundidad. Este aspecto reabre multitud de especulaciones. Por ejemplo, la que a grito en cielo lanzó Gibson cuando fracasó la operación de búsqueda de Lorca junto al monolito. El hispanoirlandés alertó de que una investigación de los años 80 sobre las obras del parque Federico García Lorca en Alfacar (junto al lugar donde se buscó), incluía el testimonio de un albañil que aseguró haber guardado unos huesos bajo la fuente central después de haberlos encontrado en un movimiento de tierra. Y otro detalle más. Junto al monolito donde sólo se encontraron rocas en el subsuelo, fueron plantados en los años décadas después de la Guerra Civil unos cuantos pinos que todavía hoy crecen sobre lo que antes pudo ser un terreno propicio para cavar.

Por último, es interesante el relato de los supuestos delitos cometidos por el autor de La casa de Bernarda Alba. Masón, socialista y homosexual. Hasta ahora, la versión de la historia oficial decía que el diputado Ruiz Alonso ordenó el registro de la Huerta de San Vicente (el hogar de los García Lorca) en busca de una radio que Federico tenía para conectar con Moscú. Cierto es que la acusación de comunista era habitual en las detenciones de entonces, pero que la policía no cite este hecho en el informe y que asegure que Lorca confesó antes de morir, es el ingrediente definitivo del terremoto lorquiano.

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Revista Hispania Nova

Revista de Historia Contemporánea, nº 13, 2015.

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Hispania Nova, nº 13 (2015)

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El frente español de los artistas británicos.

Creación del artista Joan Miró en la exposición ‘Conciencia y conflicto: Artistas Británicos y Guerra Civil española’ ELMUNDO.es

Fuente: El MUndo, 11/11/2014.

Autora: CONXA RODRÍGUEZ.

Está documentado que 2.500 británicos se alistaron a las Brigadas Internacionales para luchar en la guerra civil española en defensa de la II República. El número indica que el conflicto bélico tocó la fibra social de Reino Unido, donde los artistas se involucraron en la trágica división de España. La reacción de artistas y sociedad ante la guerra es el hilo narrativo que zurce la exposición «Conciencia y conflicto: Artistas Británicos y Guerra Civil española», abierta en Pallant House Gallery, de Chichester, sur de Inglaterra, hasta el 15 de febrero de 2015.

«Muchos artistas se vieron engullidos por la guerra en un país extranjero debido a sus convicciones políticas, preocupados por la expansión del fascismo en Europa y por lo que significaría para Gran Bretaña, y preocupados también por los refugiados y las víctimas de la guerra», explica Simon Martin, director artístico de Pallant House y comisario de la exposición. La galería ha logrado reunir unas 80 obras de unos 30 artistas entre los que destacan Henry Moore, Edward Burra, Wyndham Lewis, Roland Penrose, Francis Rose, William Russell Flint, Frank Brangwyn, Clive Branson, Ursula McCannell o Quentin Bell, cuyo hermano Julian murió en la contienda española, ambos hijos de Vanessa Bell y sobrinos de la escritora Virginia Woolf.

Pinturas, acuarelas, grabados, pósters, esculturas, tapices, fotografías y películas son los medios artísticos que surcan este recorrido británico-español en el lenguaje abstracto o figurativo. Los artistas como creadores de arte y como ciudadanos activos y llevados por sus convicciones ideológicas forman dos ventanas para mirar esta reunión de obras y material gráfico. Cuadros de Pablo Picasso o Joan Miró, como fuentes de referencia, alternan con los trabajos de los británicos. ‘Mujer llorando’, de Picasso de 1937, y fragmentos de la visita del ‘Guernica’ a Londres en 1938 se presentan junto a los dibujos de la desconocida Felicia Browne, la primera mujer voluntaria muerta en España. Felicia dejó un descriptivo cuerpo de dibujos de escenas de guerra españolas, captadas por la británica.

La llegada de los niños vascos refugiados en Gran Bretaña, la formación del grupo surrealista o de la asociación Frente Unido contra el fascismo y la guerra, que llegó a contabilizar 600 miembros, son algunas de las iniciativas paralelas a la reacción, puramente artística, que se produjo en Reino Unido ante la guerra española.

Las exposiciones ‘Artistas en ayuda de España’, de 1936, y ‘Retratos de España’, de 1938, se rememoran como las muestras precedentes a la actual que se presenta como la primera en Reino Unido que indaga en la implicación de los artistas británicos en el conflicto civil de alcance internacional. La mayoría de los artistas que reaccionaron ante la guerra se colocaron en defensa de la República, pero hubo también quién apoyó el golpe de Estado del general Francisco Franco. Wyndham Lewis, Francis Rose y William Russell Flint dieron su brazo a torcer en favor del fascismo mientras que Henry Moore o Quentin Bell lo condenaron.

Artículo completo en El Mundo.