El club de los cuatro años: los presidentes que perdieron la reelección

Los presidentes estadounidenses John Quincy Adams, Andrew Johnson y Jimmy Carter
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Autor: CARLOS HERNÁNDEZ-ECHEVARRÍA

Fuente: La Vanguardia. Historia y Vida, 9/11/2020

Donald Trump se ha pasado la vida en los clubes más exclusivos: quemó las noches de su juventud en el mítico Studio 54 de Nueva York y luego fundó clubes de golf que exigen casi 400.000 € de cuota inicial a sus nuevos socios. Por supuesto, en 2016 entró a formar parte del exclusivísimo club de los presidentes de EE. UU., al que solo han accedido 44 personas en la historia, pero si se confirma su derrota en las elecciones ingresará en una sociedad aún más selecta. Una en la que habría preferido no tomar parte: la de los presidentes que perdieron la reelección.

Desde que en 1792 George Washington convenció a los estadounidenses de que le dieran cuatro años más en el poder, solamente 10 presidentes han fracasado en las urnas. Una historia que empieza con el sucesor de Washington, John Adams, que fue el primer presidente en vivir en la Casa Blanca y también el primero en abandonarla después de solo cuatro años. Adams vivió lo suficiente como para ver a su hijo John Quincy Adams convertirse a su vez en presidente, pero murió antes de saber que también a él lo iban a echar después de un único mandato. Sus últimas palabras en el lecho de muerte fueron para el hombre que lo había derrotado: “Thomas Jefferson sigue vivo”. No sabía que su rival había muerto unas horas antes.

John Adams, por Gilbert Stuart, c. 1800-1815
John Adams, por Gilbert Stuart, c. 1800-1815 CC 0 / NGA Gift of Mrs. Robert Homans

A Adams padre lo perjudicaron las peleas internas de su partido y a Adams hijo las acusaciones de corrupción, pero al siguiente perdedor le quitaron el cargo por el que luego ha sido el motivo más habitual de despido entre presidentes: la crisis económica. Martin Van Buren ganó cómodamente las elecciones de 1836, pero solo unos meses después de jurar el cargo se desató el Pánico de 1837, que arrasó bancos por todo EE. UU., haciendo que el dinero perdiera su valor y que los precios se dispararan. Poco importó a los votantes que Van Buren acabara de llegar y que la culpa tuviera más que ver con las políticas de su antecesor. En 1840 los votantes lo mandaron a casa, e hicieron lo mismo cuando se presentó de nuevo en 1848.

Primer gabinete de Glover Cleveland, segundo por la dcha. en primera fila
Primer gabinete de Glover Cleveland, segundo por la dcha. en primera fila Dominio público

En los siguientes veinte años ningún presidente fue derrotado en las urnas, pero dos de ellos no pudieron siquiera presentarse a la reelección porque sus partidos se negaron a hacerles de nuevo candidatos: Andrew Johnson y Franklin Pierce. En 1868, fue el presidente Grover Cleveland el que se llevó el disgusto de ser desalojado después de solo cuatro años: fue una derrota amarga, ya que sacó más votos que su rival Benjamin Harrison, pero aun así perdió por el sistema electoral. Sin embargo, cuatro años después, Cleveland se cobró su venganza venciendo a su sucesor. A día de hoy, es el único presidente que ha regresado a la Casa Blanca después de una derrota.

Los perdedores del siglo XX

El primer perdedor del siglo pasado fue William Howard Taft. Según los historiadores, él mismo era el primero que no tenía muchas ganas de ser presidente. Era más feliz siendo juez, pero tanto su esposa como su antecesor, Teddy Roosevelt, tenían otros planes para él. Parece mentira que en solo cuatro años se pudiera deteriorar tanto su relación con su antiguo jefe, porque fue Roosevelt quien le condenó a la derrota cuando el expresidente se presentó contra él en 1913, dividiendo el voto republicano y otorgando una victoria fácil a los demócratas. 

Por suerte para Taft, la pérdida de la Casa Blanca tuvo una consecuencia indirecta muy positiva: ocho años después, el presidente Harding le otorgó su verdadero sueño y le nombró presidente de la Corte Suprema. Es la única persona que ha ocupado los dos cargos, aunque Taft sabía cuál prefería: “Ni me acuerdo de que fui presidente”.

Herbert Hoover y su esposa en campaña en 1932
Herbert Hoover y su esposa en campaña en 1932 Library of Congress

Cuando Herbert Hoover llegó a la presidencia en 1928, no sabía la que se le venía encima. Durante la campaña había dicho que EE. UU. estaba “más cerca del triunfo final sobre la pobreza que nunca antes en la historia de un país”. Fue como si esas declaraciones hubieran tentado al destino: no llevaba ni un año en la Casa Blanca cuando el crac del 29 destrozó la economía estadounidense y envió a millones a la pobreza. Hoover vio multiplicarse por ocho la tasa de paro y la renta de las familias descendió un 40%. A los estadounidenses no les gustó su respuesta, y en las elecciones de 1932 perdió en 42 de los 48 estados.

Ningún presidente volvió a perder la reelección en los siguientes 44 años, pero, cuando llegó el turno de Gerald Ford, no lo tenía sencillo. Los votantes ni siquiera lo habían elegido como vicepresidente de Nixon, pero le tocó sustituir primero a Spiro Agnew tras ser condenado por evasión de impuestos y luego al propio presidente cuando dimitió por el caso Watergate. Aunque Ford hubiera logrado recuperarse de su impopular decisión de indultar a Nixon, llegó a las presidenciales de 1972 con una economía floja y las terribles imágenes de la caída de Saigón a manos de Vietnam del Norte.Lee también

Los votantes se lo hicieron pagar y eligieron a Jimmy Carter, pero no tardaron en volverse también contra él. El empleo había mejorado, pero los precios estaban disparados, particularmente los del petróleo. A las imágenes de largas colas en las gasolineras se sumó el culebrón televisado de los rehenes estadounidenses en Irán: 14 meses de sufrimiento, una operación de rescate fallida y unas negociaciones con el final más humillante posible. Irán los liberó el mismo día en que Carter abandonaba la Casa Blanca, después de haber perdido las elecciones.

George H. W. Bush jura el cargo el 20 de enero de 1989
George H. W. Bush jura el cargo el 20 de enero de 1989 Dominio público

Mientras Trump no se una a este selecto club de presidentes perdedores, el último socio es George Bush padre. Ocho meses antes de las elecciones de 1992, el ejército estadounidense había arrasado a Sadam Husein en la primera guerra del Golfo y el presidente Bush tenía un nivel de aprobación del 89%. Parecía imposible derrotarlo, y muchos demócratas de primer nivel prefirieron no presentarse y esperar cuatro años más. Bill Clinton, un gobernador sureño bastante desconocido, se las apañó para ganar las primarias y a cuatro meses de las presidenciales ya podía ver cómo la popularidad de Bush se había desplomado hasta el 29%.

El presidente estaba pagando el precio de una situación económica negativa y tenía además una guerra abierta dentro de su partido por haber roto su promesa electoral estrella de no subir impuestos. Clinton fue en cabeza en las encuestas durante toda la campaña y, aunque Bush se resistía a creerlo, el día de las elecciones los votantes confirmaron que querían un cambio. A pesar del disgusto, la carta de despedida que dejó a su sucesor en el Despacho Oval de la Casa Blanca es un ejemplo de buen gusto que habría que recordar estos días: “Os deseo lo mejor a ti y a tu familia. Tu éxito ahora es el éxito del país. Tienes todo mi apoyo”.

El gran expolio nazi en Segovia: los tesoros visigodos que Himmler se llevó a Alemania

Himmler ordenó llevarse varias de las joyas excavadas en la necrópolis de Castiltierra (Segovia)

Autor: Julen Berrueta

Fuente: elespanol.com 2020/10/29

Castiltierra es una pequeña localidad de Segovia que pertenece al municipio de Fresno de Cantespino y que no llega a 300 habitantes. Pese a su reducido tamaño, su historia alberga un gran pasado que no reluce; al menos no en la superficie. Para comprender la relevancia histórica de este recóndito lugar se ha de retroceder hasta el año 1247, primera vez que es citada como Castiel de Tierra. Sin embargo, sus secretos anteriores tardarían siete siglos más en salir a la luz.

Hasta la década de 1930, Castiltierra era conocida por la pequeña ermita del Santísimo Cristo del Corporario. No obstante, mientras se construía una carretera que enlazaba la localidad con Fresno de Cantespino, emergieron unos restos arqueológicos que posteriormente se catalogarían como una gran necrópolis de la era visigoda.

Hasta aquel momento, únicamente los habitantes de Castiltierra tenían conocimiento de ciertos elementos enterrados cuando araban el campo. Tras un proceso de expolio por parte de los vecinos, el historiador Joaquín María de Navascués y el arqueólogo Emilio Camps Cazorla acudieron a la provincia de Segovia para examinar el terreno. Entre 1932 y 1935, en plena Segunda República, dirigieron la excavación de aquella necrópolis datada entre los siglos VI y VII.

Croquis de la necrópolis. Diario, 6 de septiembre de 1933. MAN

La campaña se llevó a cabo en distintos procesos y, en total, los expertos documentaron un total de 469 tumbas. Además, junto a las sepulturas se hallaron todo tipo de joyas y reliquias pertenecientes al pueblo germano que cruzó los Pirineos para asentarse en la Península Ibérica. Cuando en 1936 estalló la Guerra Civil, Camps depositó algunos materiales en el Instituto de Valencia Don Juan, con el fin de protegerlas.

Regalo para Himmler

Al terminó de la contienda, la excavación, que se había detenido por motivos evidentes, se reanudó. Esta vez, los protagonistas eran diferentes. La necrópolis visigoda, una de las más extensas e importantes halladas en tierras hispanas, quedaba en manos de Julio Martínez Santa-Olalla, un arqueólogo germanófilo que había militado en la Falange durante la Guerra Civil española.

Tal y como se explica en una publicación del Museo Arqueológico Nacional sobre el sitio, se precisó «la realización urgente de una breve campaña en el yacimiento que dejase visibles varias decenas de sepulturas, para mostrarlas a la delegación alemana de alto nivel, que se disponía a visitar España». Aquella delegación estaba liderada, nada más y nada menos, que por Heinrich Himmler, oficial nazi de alto rango y mano derecha de Adolf Hitler.

Himmler viajó a España en octubre de 1940 —apenas una semana antes de la reunión entre Hitler y Franco en Hendaya—. Realmente la visita del oficial nazi fue principalmente turística aunque se interesó por conocer ciertos monumentos que podían estar relacionados con el Santo Grial, una de las grandes obsesiones del alemán.Martínez Santa-Olalla al lado de Himmler en El Escorial.

Martínez Santa-Olalla al lado de Himmler en El Escorial. Archivo General de la Administración

Santa-Olalla, por su parte, también estaba obsesionado por demostrar que España era un pueblo ario influenciado por civilizaciones como la céltica. De esta forma, además de Burgos, Madrid o Barcelona, el itinerario marcado para Himmler contaba con una breve visita a Castiltierra. Sin embargo, la apretada agenda y la intensa lluvia que se descargó sobre la zona central de la Meseta en esos días impidió que el nazi observara con sus propios ojos la necrópolis visigoda.

De todas formas, eso no significó que los hallazgos de Castiltierra permanecieran en España. Varios ajuares y elementos de bronce y hierro encontrados en las excavaciones fueron enviados a Alemania para que se restaurasen restauradas. Sin embargo, jamás regresaron.

En este sentido, las valiosas piezas visigodas que se habían excavado gracias a la intervención de Joachim Werner, subdirector del Instituto Romano-Germánico de Frankfurt en 1941, se repartieron por toda Alemania con el visto bueno de Franco. El propósito era restaurar los ajuares, organizar conferencias y, en general, teorizar sobre los hallazgos visigodos en suelo español. El transcurso de la guerra, empero, dificultó que las intenciones se materializaran.Hebilla de un cinturón visigodo hallado en Castiltierra (actualmente en Nuremberg).

Hebilla de un cinturón visigodo hallado en Castiltierra (actualmente en Nuremberg).

Poco a poco, España comenzó a alejarse del nazismo —aunque siempre mantendrían las relaciones diplomáticas— y Alemania se interesó por los yacimientos visigodos del frente del este. De alguna manera, el régimen de Franco dejó olvidar todo un tesoro que había sido entregado a los alemanes.

Desde que Werner ordenara trasladar joyas de la necrópolis a Alemania, con el beneplácito de Himmler, han pasado casi 80 años. La caída del Tercer Reich no derivó en el regreso de las joyas visigodas de Castiltierra. A día de hoy, habría que demostrar que aquellos materiales viajaron a Alemania temporalmente para que se ordenara su vuelta definitiva a España. Según se expresa en el Boletín del Museo Arqueológico Nacional, «de estos materiales no han regresado a España sino los de inferior calidad, permaneciendo los mejores dispersos en varios museos alemanes, como los de Nurember, Berlín y Colonia entre otros».

Por su parte, el MAN preserva todavía varios de los materiales encontrados en las primeras campañas realizadas en la década de los treinta —antes de que los nazis llegaran a España para llevárselo—. Actualmente, diferentes tejidos frágiles, fíbulas y demás materiales se encuentran tras los muros del Museo Arqueológico Nacional, a falta de la colección completa que permanece amputada en Alemania.

Argelia, la independencia que París quiso detener a toda costa

Comando francés en la guerra de Argelia.
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Autor: Diego Carcedo

Fuente: La Vanguardia 1/11/2020

El 1 de noviembre de 1954 se desataba una guerra durísima que sumió a Francia en una complicada crisis política

Argelia fue uno de los últimos países árabes en acceder a la independencia y sin duda alguna el que más sufrió para conseguirla. Francia, que se había desprendido de Túnez y Marruecos sin ofrecer demasiada resistencia, empleó con Argelia todos los medios –y toda la fuerza– para retenerla como principal recuerdo de su imperio colonial en liquidación.

Para justificar la diferencia de trato con los distintos territorios que tenía bajo su control en el norte de África, París adujo unos argumentos jurídicamente sólidos, pero pueriles en la práctica. Meras estratagemas para mantener la teoría de que Argelia no era una colonia, sino una prolongación de Francia.

Tanto Marruecos como Túnez, a los que había concedido la independencia en 1956, eran protectorados, mientras que Argelia tenía estatus de departamento y, en consecuencia, consideración de territorio soberano francés. Así había sido declarada en 1948 en un intento baldío por calmar las reivindicaciones independentistas surgidas en el país ya un decenio antes.

Vista del puerto de Argel en 1921.
Vista del puerto de Argel en 1921. Dominio público

A finales de los años cincuenta, la frustración argelina ante la falta de eco de sus deseos se convertía en rabia al ver cómo otros pueblos de su misma cultura, religión e idioma lograban sus objetivos. La humillante derrota francesa en Indochina en 1954 también estaba contribuyendo a estimular sus ansias de emancipación.

El 1 de noviembre de 1954 varios líderes del llamado Comité Revolucionario de Unidad y Acción argelino (CRUA) decidieron dar un paso adelante en la lucha armada. Entre ellos figuraba Ahmed Ben Bella, quien con el tiempo se convertiría en el primer presidente de la República de Argelia.

Crearon el Frente de Liberación Nacional (FLN), una organización militar y política que desde ese momento extendería sus redes por todo el país. Sus golpes, a menudo atentados contra instalaciones de valor estratégico, enseguida se convertirían en una seria amenaza.

Los seis líderes históricos del FLN: Rabah Bitat, Mostefa Ben Boulaïd, Mourad Didouche, Mohammed Boudiaf, Krim Belkacem y Larbi Ben M'Hidi.
Los seis líderes históricos del FLN: Rabah Bitat, Mostefa Ben Boulaïd, Mourad Didouche, Mohammed Boudiaf, Krim Belkacem y Larbi Ben M’Hidi. Dominio público

En París, la situación argelina no tardaría en constituirse en el principal motivo de preocupación y enfrentamiento político. El conflicto, que cobraba virulencia por momentos, hizo caer de manera más o menos directa varios gobiernos.

Eran gabinetes débiles, sumidos aún en las secuelas de la guerra mundial y perdidos en las tensiones de la Guerra Fría. Y se mostraban además indecisos ante la presión de los militares y ante la resistencia que ofrecían los centenares de miles de colonos franceses de varias generaciones que consideraban Argelia su tierra y su hogar y se oponían a cualquier género de concesiones a la población autóctona.

Los independentistas argelinos unían a sus sentimientos patrióticos otras ideas nuevas, las que irradiaba el nuevo régimen egipcio. Tras llegar al poder en 1959, Nasser había desafiado a Gran Bretaña con la nacionalización del canal de Suez y propugnaba la unidad de los pueblos árabes bajo un socialismo de corte panárabe que estaba prendiendo entre muchos intelectuales y gobiernos, como los de Irak y Siria. Y lo más preocupante para Occidente: que la Unión Soviética estaba detrás.

No se puede decir que los independentistas argelinos constituyesen una piña ideológica, pero entre sus dirigentes predominaban los que luchaban con un doble objetivo: lograr la proclamación de su propio estado y la puesta en marcha de una revolución capaz de transformar las estructuras capitalistas en otras de corte colectivista.

Esta pretensión, que acabaría triunfando en parte, constituía un motivo más de temor y rechazo de los colonos franceses, propietarios de muchas tierras y negocios. Además del respaldo de los militares, contaban con influencias y capacidad para presionar en París.

Guerra sin cuartel

La guerra, que se prolongó de 1954 a 1962, fue larga y cruenta –la cifra de víctimas ronda el medio millón o tal vez más–. Tanto los militares franceses, imbuidos de un fanatismo impropio de una sociedad democrática, como los guerrilleros del FLN rivalizaron en el recurso a la violencia, la tortura y el asesinato a menudo indiscriminado.

Militantes del FLN.
Militantes del FLN. Dominio público

La crónica del conflicto está repleta de hechos terribles, como el asesinato de 123 colonos franceses en la provincia de Constantina en agosto de 1955 y la reacción de los soldados galos, que respondieron con la matanza de cerca de 12.000 argelinos.

Los intentos, siempre a remolque de los hechos, de los gobiernos franceses por encontrar una salida negociada fracasaban uno tras otro conforme evolucionaban los acontecimientos. Había pasado el tiempo del trapicheo de concesiones políticas y los argelinos solo aspiraban a una: la soberanía.

Las guerrillas del FLN, que en algunos momentos se daban ingenuamente por derrotadas en París, renacían con más fuerza de sus propias cenizas, sumaban más células y activistas, incrementaban su apoyo popular y mantenían el control de amplias regiones.

La batalla de Argel, en la que se cometieron incontables atrocidades, tuvo unos efectos devastadores para la imagen de los franceses

La desproporción entre 40.000 guerrilleros y 500.000 soldados regulares era enorme. Francia no parecía ver otra salida que la de las armas, y acababa atendiendo la demanda de más soldados y más armamento que formulaban sus generales.

El envío de contingentes llevaba incluido equipamiento renovado, que le suponía al país una sangría económica insostenible. Y lo que finalmente iba a resultar más pernicioso para los intereses de Francia: disposiciones defensivas que permitían a los militares actuar sobre el terreno con una libertad ilimitada de movimientos.

Las pusieron en práctica sin el menor respeto a los derechos humanos. Sin embargo, lo único que conseguirían sería estimular el odio y el deseo de venganza. La llamada batalla de Argel, en la que fueron cometidas incontables atrocidades, tuvo unos efectos devastadores para la imagen de los franceses y de rechazo popular a su presencia.

Restos de una casa destruida en Argel tras una explosión.
Restos de una casa destruida en Argel tras una explosión. Saber68 / CC BY-S.A 3.0

Vecinos y aliados

En el ámbito internacional, la contienda de Argelia era seguida con desazón y pasividad al mismo tiempo. Al peso diplomático que ejercía Francia se unía su condición de miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que le concedía derecho de veto a las resoluciones.

Incluso los países árabes ya independientes se mostraban cautelosos. Los dos vecinos del conflicto, Marruecos y Túnez, recibieron y alojaron con dificultades a decenas de miles de refugiados, entre ellos algunos cabecillas de la insurrección. Pero ambos estados evitaban que actuasen desde su territorio.

En 1958, el FLN creó un gobierno provisional (el GPRA) e instaló su sede en Túnez, aunque aceptando para ello muchas limitaciones a su capacidad de movimientos. Fue el presidente Burguiba quien inclinó la balanza en ayuda de los argelinos. Pero sus iniciativas eran observadas con desconfianza desde París. El apoyo del resto del mundo árabe, comedido al principio, aumentaba conforme se intuía que el final de la guerra estaba próximo. En Marruecos, mientras tanto, empezaban a aflorar temores en torno al trazado de la frontera entre los dos países.

El presidente de Túnez Habib Burguiba
El presidente de Túnez Habib Burguiba Dominio público

El país árabe que más apoyó la lucha de Argelia fue Egipto. Nasser, enfrentado a Gran Bretaña y Francia, resentido por el apoyo occidental a la proclamación de Israel y muy concienciado sobre la vejación que suponía el colonialismo a la nación árabe, proporcionó armas, asesoramiento militar y cobertura diplomática a los líderes guerrilleros. Su régimen intentaba convertirse en la avanzadilla del nuevo mundo árabe, y confiaba en que la Argelia independiente fuese el país abanderado de sus ideales en el Magreb.

Estados Unidos y la Unión Soviética no desaprovechaban la ocasión para criticarse recíprocamente, pero en cuestiones de descolonización respondían al mismo principio: las dos superpotencias apoyaban el final de los imperios coloniales existentes.

Por lo que respecta a la URSS, cautelosa en África, canalizaba en muchos casos su actuación a través de iniciativas de sus satélites. Fue lo que ocurrió en Argelia. Además del apoyo de Egipto, país que contaba con la protección de Moscú, surgió el de la Cuba castrista. Empezó a proporcionar armamento a las guerrillas y apoyo diplomático a su gobierno en el exilio.

El debate sobre el conflicto de Argelia desembocó en el desplome de la IV República

Francia tardó en percatarse de que el comunismo cubano estaba detrás de abastecimientos, campañas de propaganda y gestión de respaldos internacionales. Cuando decidió adoptar medidas, el proceso de solución del conflicto, que no podía ser otro que la independencia, ya estaba en marcha y casi podría decirse que encarrilado.

La salida de «De Gaulle»

La solución llegó de la forma y de las manos más inesperadas. En 1958, las consecuencias del conflicto en la metrópoli menoscababan la moral ciudadana, que sufría aterrada el horror del aumento de víctimas, muchas de ellas jóvenes que cumplían el servicio militar obligatorio. Afectaban también al clima político y a la situación económica, sumergida en un grave deterioro.

Y entonces estalló la crisis. El 13 de mayo, el debate sobre el conflicto de Argelia, que ya se había llevado por delante varios gabinetes, desembocó en el desplome de la IV República. Ante la gravedad, el general Charles de Gaulle, el héroe de la liberación frente a los nazis, fue llamado para encabezar un gobierno capaz de sacar al país del atasco. Detrás estaban los generales y la derecha colonialista, y con ellos la confianza puesta en que De Gaulle sabría salvar a Francia de la derrota y mantener a Argelia bajo soberanía francesa.

Consiguió lo primero. Francia no pasaría por la humillación de ser derrotada militarmente en Argelia. Pero se encontraba al borde, y De Gaulle, consciente de ello, reaccionó contra todas las previsiones. Descartó la escalada militar y abrió el camino a negociaciones.

Charles De Gaulle en 1961.
Charles De Gaulle en 1961. Bundesarchiv, B 145 Bild-F010324-0002 / Steiner, Egon / CC-BY-SA 3.0

La iniciativa desató la ira sobre todo en la propia Argelia, donde varios generales del sector duro, respaldados por la población colonial, encabezaron un pronunciamiento. Fracasó, pero dejó como secuela la creación de una organización clandestina, la OAS (Organización Armada Secreta), cuya actividad contra la nueva política francesa complicaría más el desenlace.

Los últimos meses de la guerra estuvieron fijados en cuatro frentes. Los franceses se hallaban divididos entre los que desde París propugnaban la descolonización y los que desde el interior luchaban por conservar el territorio. Los argelinos se encontraban igualmente enfrentados. Ante la independencia, unos tenían la mente puesta en una revolución. Otros aspiraban a un país abierto al libre mercado y fiel a la cultura árabe, a los principios del islam y a la tradición tribal, que seguía siendo un fundamento importante de poder en la región.

Las negociaciones de paz cristalizaron en 1962 con los llamados Acuerdos de Evian. La independencia formal fue proclamada en 1962. El gobierno provisional asumió el poder hasta que, un año después, Ahmed Ben Bella fue nombrado presidente de la República.

Voluntario en la guerra de Argelia.
Un harki, o combatiente alineado con los franceses, en la guerra de Argelia. Dominio público

Un pésimo fin para los harkis

Los argelinos que lucharon al lado de los franceses o respaldaron de alguna manera la perpetuación del colonialismo tuvieron que pagar con dolor, desprecio, penurias y persecución su posición en el conflicto. Se les conocía y aún se les conoce como harkis. Su nombre deriva de la palabra árabe haraka, que significa movimiento.

Alrededor de 150.000 estuvieron enrolados en las unidades militares autóctonas (harkas), otros eran funcionarios de la administración, trabajadores en empresas francesas, miembros de familias mixtas…

Los Acuerdos de Evian no contemplaron medidas de protección para ellos, y las nuevas autoridades de Argel no mostraron contemplación alguna. La consideración de traidores se consolidó con la independencia. Muchos fueron juzgados y condenados. Otros, probablemente más de 100.000, pagaron con su vida en acciones de venganza llevadas a cabo por los escuadrones de excombatientes incontrolados.

Varias decenas de miles de harkis se exiliaron a países europeos, especialmente a Francia, donde aún subsiste una numerosa colonia de descendientes.

La conmovedora historia de Henry Dunant, el rico fundador de la Cruz Roja, que acabó viviendo de la caridad

Henry Dunant, en una imagen tomada alrededor de 1893, probablemente en Ginebra. Getty

Autora: Elena Benavente

Fuente: El Mundo 3/11/2020

Dunant se dedicaba a los negocios en Argelia, pero un problema le hizo recurrir al emperador Napoleón III y tuvo que ser testigo de una batalla en Lombardía. Allí su vocación se transformó de forma drástica.

Durante los últimos siete meses, diversas organizaciones solidarias y fundaciones sin fines de lucro han jugado un rol elemental en la lucha contra el COVID. Entre ellas, la Cruz Roja, que ha puesto en marcha diversos proyectos con el fin de contribuir a la contención de la pandemia, además cuidar de los más vulnerables. «Queríamos atender a 1,3 millones de personas en tres meses y recaudar 11 millones de euros y, en dos meses, llegamos a 1,6 millones de personas y a 20 millones de euros recaudados», comentó, hace un par de días, Javier Senent, el presidente de la Cruz Roja Española.

¿Y cual será el destino de esos 20 millones de euros? La respuesta es el rescate de diversos colectivos y personas, en situación de riesgo o precariedad. Por ejemplo, trabajadores en condiciones de pobreza, emigrantes, refugiados, desempleados y, sobre todo, enfermos. Un sueño que su fundador, el banquero suizo Henry Dunant -fallecido el 30 de octubre de 1910- comenzó a imaginar en 1859 después de ser testigo de una cruda batalla en Italia.

Dunant nació en 1828, en Ginebra, dentro de una familia dedicada a los negocios y con una fuerte vocación social. De acuerdo con el Museo Virtual del Protestantismo, los Dunant tenían una formación calvinista y la ayuda al prójimo era algo que tenían interiorizado. Es por eso que, cuando Henry creció, se hizo voluntario de YMCA (La asociación cristiana de jóvenes) e incluso entregaba gran parte de su dinero a la aquella organización.

El empresario estudió en el Collège de Genève. Pero a la edad de 21 años, dejó la universidad para aprender economía en el banco Lullin et Sautter. Fue precisamente esa empresa la que le pidió que visitara Argelia y e intentara urbanizar un terreno para instalar a una comunidad de colonos suizos. Y lo consiguió… Dunant logró hacer un verdadero negocio en territorio argelino y su situación económica se elevó de manera considerable. Por otro lado, el suizo también visitó Túnez y, motivado por describir su geografía, escribió un libro llamado Notice sur la Régence de Tuni.

De esa forma, Dunant -que era un genio de las finanzas y conocía ampliamente el norte de África- se convirtió en el presidente de Compañía Financiera e Industrial de Mons-Gémila Mills, a la que se le concedió una gran extensión de tierra para explotar en Argelia. No obstante, el empresario tuvo problemas para hacerse con los derechos de agua y decidió elevar su petición directamente al emperador Napoleón III, de Francia. «Napoleón estaba en Lombardía, dirigiendo los ejércitos franceses que, junto con los italianos, se esforzaban por expulsar a los austriacos de Italia. Por lo que Dunant debió dirigirse hasta al cuartel general de Napoleón, cerca de la ciudad de Solferino», relata la biografía de Dunant, en la web de los Premios Nobel.

Dunant llegó a Solferino el 24 de junio de 1859 y vio, con sus propios ojos, las secuelas de una de las batallas más sangrientas del siglo: 23.000 heridos, moribundos y muertos. El millonario quedó conmocionado ante tanta pena, miseria y dolor, así que decidió intentar ayudar a los heridos en un pequeño pueblo. De hecho, convenció a la población civil de que era necesario organizarse y atender a los necesitados, sin importar de que bandos fueran. A raíz de ello, Dunant escribió un libro llamado Una memoria de Solferino, en el que plasmó sus sensaciones y realizó una curiosa petición: que todas las naciones del mundo formasen sociedades de socorro para brindar apoyo a los heridos de guerra.

En el texto, Dunant presentó un detallado plan para hacer realidad estas comisiones: debían crearse organizaciones patrocinadas por juntas directivas -compuestas por prominentes figuras- para, posteriormente, captar la atención de los ciudadanos y encontrar voluntarios que se ocuparan de curar a los heridos. Por supuesto, su idea fue muy bien recibida y el 9 de febrero de 1863, la Sociedad Ginebrina para el Bienestar Público optó por formar un comité para evaluar el proyecto. Ocho días después, se llevó a cabo la primera reunión de lo que hoy es considerada la Cruz Roja.

Un par de meses más tarde, el comité creado en Ginebra invitó a 14 estados para discutir el cuidado de los soldados heridos y desde entonces, la idea de Dunant tomó relevancia internacional. Pese a ello, el magnate no estaba interesado en hacerse más famoso o más rico. Es más, durante sus últimos años se desligó de su propia fundación y comenzó a vivir de la caridad y la hospitalidad de sus amigos, en Heiden, un pueblo en Suiza. En 1895, un periodista lo encontró y logró que toda Europa se enterara de su situación y honrara su trabajo. Así, en 1901, Dunant recibió el primer premio Nobel de la Paz, por su papel fundamental en la creación de Cruz Roja, y falleció nueve años después, tras sufrir numerosos problemas mentales.

Buchanan, el peor presidente de Estados Unidos

James Buchanan, en el centro, de pie, rodeado por su gabinete, aproximadamente en 1860 
 Getty Images

Autor: Joaquín Luna

Fuente: La Vanguardia 25/10/2020

El único presidente soltero de la historia fue el rey del estropicio: fracturó su partido, trató de adquirir Cuba en vano y legó a Lincoln la guerra civil

Visión, rumbo, determinación. El abogado James Buchanan llegó a la Casa Blanca, pero careció de estas y otras virtudes pese a su experiencia diplomática y legislativa, por lo que su presidencia (1856-1860) está considerada la peor de la historia de Estados Unidos, según la mayoría de índices presidenciales. Lo suyo era el estropicio.

“Buchanan era perezoso, temeroso, pusilánime y estaba confundido”, señala el profesor Paul Johnson en su libro Estados Unidos. La historia (Ediciones B). Más allá de su preparación y experiencia en los asuntos públicos, cuesta dar con elogios sobre James Buchanan, dada la magnitud de los desastres que originó, “su inflexible visión de la Constitución” y una terquedad que algunos biógrafos atribuyen a su soltería.

Aún hoy, James Buchanan es el único de los 45 presidentes de EE.UU. que nunca se casó, como tampoco dejó rumores sobre su sexualidad en una ciudad propicia al cotilleo sobre la Casa Blanca como Washington DC. Una de sus biógrafas, Jean H. Baker, apunta que Buchanan era asexual y recoge la teoría de que buena parte de su torpeza política guarda relación con el tópico de que un soltero ignora los mecanismos de los compromisos cotidianos.

El estado civil de los presidentes, no obstante, no figura en ninguna de las casillas en las que historiadores, académicos y especialistas en la Casa Blanca puntúan a cada presidente, las que permiten elaborar los llamados “índices de los presidentes”: una forma científica y con ambición de objetividad para situar a cada presidente en su lugar bajo el sol. El sol y la historia de Estados Unidos.

Buchanan es el único soltero entre los 45 presidentes de EE.UU.

Buchanan es el último de la fila en la mayoría de estos índices, y cuando no lo es –caso de la lista de la cadena pública C-Span–nunca está fuera de los tres peores. El escalafón de esta cadena, por ejemplo, desbancó en 2017 a Buchanan para ceder el farolillo rojo a… Donald Trump. Un panel de historiadores evaluaron conforme a diez cualidades que se asignan a un inquilino de la Casa Blanca. He aquí algunos baremos: “autoridad moral”, “liderazgo en tiempos de crisis”, “visión y agenda”…

Desde que, en 1948, Arthur M. Schlesinger Sr. elaboró desde su atalaya en Harvard una lista con base en las puntuaciones de los más distinguidos historiadores, han sido numerosos los medios de comunicación y centros docentes que han elaborado sus propias listas. Ya forman parte de la tradición política de Estados Unidos y son una de sus particularidades (ningún país europeo las ha reproducido a similar escala).

Revuelta de transporte de esclavos con destino a Cuba, en 1839
Revuelta de transporte de esclavos con destino a Cuba, en 1839 Getty Images

Hijo de un irlandés que hizo fortuna, Buchanan parecía preparado para el cargo. Había servido en el Capitolio, como representante de Pensilvania tanto en el Senado como en la Cámara baja, fue embajador ante la corte de los zares, secretario de Estado (1845-49) en una época de gran dinamismo y embajador en Londres, desde donde trató de comprar la isla de Cuba a España por las buenas o por las malas. Y lo hizo no sólo por fidelidad a la doctrina del presidente Monroe –“América para los americanos”, dijo un 2 de diciembre de 1823–, sino también para contentar a los estados del Sur, partidarios de apropiarse del Caribe a fin de disponer de más esclavos y a mejores precios.

La cristalización del apetito de Buchanan por Cuba se hizo patente en el manifiesto de Ostende (1854), en el que los principales embajadores de EE.UU. en Europa reunidos en la ciudad belga daban por legítima una intervención militar caso de que el Gobierno español no a se aviniese a pactar la venta. La declaración tuvo un recorrido muy corto porque pretendía ser secreta y terminó conociéndose en las capitales europeas, reacias al expansionismo territorial (tanto Gran Bretaña como Francia tenían colonias en el continente americano).

Comprar la isla fue una obsesión a fin de contentar a los estados esclavistas

¿Por qué ese apetito estadounidense a lo largo del siglo XIX y especialmente en los años en torno a la presidencia de Buchanan? Cuba formaba parte de la “política doméstica”. La cercana isla se presentaba como una atractiva cantera de esclavos (en 1850, la población constaba de 651.000 ciudadanos libres y 322.514 esclavos). Para los estados sureños, más desarrollados y ricos a principios del siglo XIX que los del norte de EE.UU., se trataba sencillamente de garantizar en el futuro la mano de obra para el algodón y el tabaco. Washington y Madrid nunca llegarían a un acuerdo, y el mero hecho de negociar con el palo y la zanahoria despertó el orgullo patrio en España, resumido en la altisonante respuesta del general Prim: “Vender Cuba sería una deshonra. A España se la vence pero no se la deshonra”.Lee también

James Buchanan era un político demócrata del Norte que trató de conciliar el esclavismo de los estados del Sur –y apaciguarles para ganar sus votos de cara a la elección presidencial– con el pujante desarrollo industrial del Norte, plasmado en el liderazgo mundial de Nueva York y su región en los años cincuenta del siglo XIX, coincidiendo con la presidencia de Buchanan.

Left to Right: Photograph of Allan Pinkerton (1819-1884) President Abraham Lincoln (1809-1865) and John Alexander McClernand (1812-1900) during the Battle of Antietam. Dated 19th Century. (Photo by: Universal History Archive/ Universal Images Group via Getty Images)
Lincoln, en el centro, en la batalla de Antietam  Universal Images Group via Getty

Nuestro hombre see presentó a la elección con la promesa de que sería el presidente capaz de preservar la Unión y compaginar las reivindicaciones del Sur –cuyo modelo era antagónico al proteccionismo que reclamaba el Norte– con las del resto del país. “La Guerra Civil, impensable una década atrás, se convirtió en inevitable al acabar la presidencia de Buchanan”, ha escrito la profesora Jane H. Baker. Había prometido ocupar la presidencia un único mandato y cumplió pero su mayor fiasco fue acelerar irreversiblemente el camino a la guerra civil.

Todos los historiadores acusan a James Buchanan de una grave inacción durante los meses de transición entre la elección de Lincoln, el primer presidente republicano, en noviembre de 1860 y el relevo efectivo el 4 de marzo de 1861. Seis semanas después de que Lincoln asumiese la presidencia, la guerra de Secesión estallaba como colofón al secesionismo del Sur en cuanto se conoció la victoria electoral de Lincoln. “Un fuerte despliegue de determinación presidencial hubiese podido detener el crecimiento del sentimiento secesionista. Buchanan hizo lo contrario: se rindió”, señaló a la BBC David C. Eisenbach, experto en historia presidencial de EE.UU. de la Universidad de Columbia.

Llegó a la Casa Blanca prometiendo reconciliación y dejó a EE.UU. en llamas

James Buchanan se pasó el resto de sus días –falleció ocho años después de abandonar la Casa Blanca– tratando de defender su gestión, a la vista de que sus contemporáneos le señalaban como uno de los grandes responsables del desastre de la guerra civil. “Los tiempos críticos elevan a menudo a los mejores presidentes y a la inversa. James Buchanan fue uno de los que desaprovechó la oportunidad”, estima Baker. Su sucesor, Abraham Lincoln, no. Todo o contrario: figura siempre entre los cinco mejores presidentes de la historia.

Lecciones de la guerra civil: pensar diferente enriquece

El General Millán Astray, Miguel de Unamuno, el Cardenal Pla y Deniel y Carmen Polo de Franco se despiden a las puertas de la Universidad de Salamanca tras el acto de celebración del denominado ‘Día de la Raza’ el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo, acto presidido por Unamuno. BNE -Biblioteca Digital HispánicaCC BY-NC-SA

Autor: Jaume Claret

Fuente: theconversation.com 16/07/2020

Mientras dure la guerra es una de las últimas exitosas aproximaciones cinematográficas a la guerra civil española. Sin entrar en el avispero de las consideraciones sobre sus valores artísticos e históricos, me gustaría fijarme en la mirada de Alejandro Amenábar sobre la curiosa tertulia conformada por el rector salmantino Miguel de Unamuno, el pastor anglicano Atilano Coco y el arabista Salvador Vila Hernández.

A pesar de sus diferencias políticas, religiosas y estéticas, el debate intelectual resultaba sugerente y adictivo para todos ellos y, cuando el fragor de la discusión desbordaba la civilidad, la amistad siempre reconducía la situación hacia el respeto y la estima. Los tres contertulios entendían perfectamente que una cosa eran las ideas y otra las personas.

Esta elemental distinción desaparece a partir de julio de 1936. La violencia ideológica y discursiva deviene violencia física, y los términos se confunden.

Así, en aquellas fechas, se publicaba en Sevilla un artículo titulado A las cabezascitado por Josep Fontana, que decía:

“No es justo que se degüelle al rebaño y se salven los pastores. Ni un minuto más pueden seguir impunes los masones, los políticos, los periodistas, los maestros, los catedráticos, los publicistas, la escuela, la cátedra, la prensa, la revista, el libro y la tribuna, que fueron la premisa y la causa de las convulsiones y efectos que lamentamos”

Y, garantizada su impunidad e incluso promovida por el nuevo poder su actuación, los verdugos se aplicaron a la tarea.

Como nos muestra la película, Atilano Coco será una de las primeras víctimas de un terror alérgico a la diferencia, al disenso, al debate, al conocimiento. De nada sirvieron las gestiones de un Unamuno que asistía anonadado a la detención y después ejecución de su amigo. Y con él y tras él, muchos más, convirtiendo Salamanca –como muchos otros lugares de la retaguardia sublevada, donde no hubo guerra, pero sí represión y violencia— en una “salvaje pesadilla”.

Justamente será en el reverso de una carta enviada por la viuda del pastor anglicano –una de entre las muchas misivas desesperadas que recibió– donde el rector salmantino anotará las líneas básicas de su intervención, no prevista, en la Fiesta de la Raza, como respuesta a las barbaridades de los discursos previos. Aquel mítico aunque quizás no literal “venceréis, pero no convenceréis” cerraba su último acto público y, aunque su figura se seguiría utilizando propagandísticamente, Unamuno fue destituido de todos sus cargos y prácticamente recluido hasta su muerte.

Revés de la carta de Enriqueta Carbonell a Miguel de Unamuno en el que escribió las notas para su intervención en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, entre las que figuran ‘Vencer y convencer’. Casa-Museo Unamuno – Universidad de Salamanca

Más cruel fue aún el destino de Salvador Vila. El tercer miembro de la tertulia salmantina –“sonriente siempre y sencillo y bueno”– desaparece del relato cinematográfico al ser detenido irregularmente. En realidad, el joven arabista fue llevado por la fuerza hasta Granada, en cuya universidad ejercía como catedrático desde diciembre de 1934 y, desde abril de 1936, como rector interino.

Precedido por su prestigio intelectual y su compromiso con la democracia y con el republicanismo de izquierdas, esta significación, junto con el hecho de ser el discípulo predilecto del ahora decantado Unamuno, significó su condena. A los 32 años, la madrugada del 22 al 23 de octubre de 1936 era ejecutado junto con 28 ciudadanos más.

No satisfechos con la sangre derramada (del poeta Federico García Lorca a ocho ex alcaldes republicanos, pasando por decenas de campesinos), las nuevas autoridades granadinas se recrearon en su ejercicio de la violencia excluyente. Así, encarcelaron a la mujer de Salvador Vila, la alemana Gerda Leimdörfer, a quien no liberaron hasta el 1 de noviembre de 1936, gracias a los buenos oficios del compositor Manuel de Falla. Sin embargo, la ‘gracia’ exigía que previamente abjurase del judaísmo –aunque provenía de una familia secularizada– y se convirtiera al catolicismo.

Con un niño de pocos meses –Ángel–, con sus padres expulsados de España, con parte del patrimonio incautado y con la incertidumbre sobre su futura suerte, la viuda tomaba el nombre de María de las Angustias, virgen patrona de Granada. Nunca más volvió a pisar suelo español.

Por fortuna, con el retorno de la democracia y sobre todo con la implicación de la profesora Mercedes del Amo, lentamente la Universidad de Granada ha recuperado la memoria de aquellos hechos y dignificado la figura de sus docentes ejecutados.

Sin embargo, hay legados de la dictadura más permanentes. La antes evocada tertulia de Mientras dure la guerra sigue siendo la excepción en nuestra sociedad. Como comentaba recientemente el politólogo Roger Senserrich, “la identificación partidista es una de las drogas más poderosas que existen”.

En la Academia, ello imposibilita la crítica pues no existe la costumbre de distinguir entre obra y autor, y todo se personaliza, cuando no directamente se cae en el compadreo paralizante o en el papel de justiciero radical. En la política, se premia al maximalista, se aplaude al polemista y se ridiculiza a quien tiende puentes, castigándose incluso la simple cortesía. Y así con todo, y así todo se empobrece.

De ahí la necesidad de romper las cómodas burbujas que habitamos y que las redes sociales simplemente han reforzado. Lo expresa inmejorablemente un grupo de intelectuales en una reciente carta abierta:

“La restricción del debate, ya sea por parte de un gobierno represivo o una sociedad intolerante, invariablemente perjudica a quienes carecen de poder y hace que todos sean menos capaces de participar democráticamente. La forma de derrotar las malas ideas es mediante la exposición, la discusión y la persuasión, no tratando de silenciarlas o desear que desaparezcan. Rechazamos cualquier falsa elección entre justicia y libertad, pues una no puede existir sin la otra”.

Evidentemente, no todos podemos acceder a una tertulia conformada por Unamuno, Coco y Vila, pero sí que está en nuestras manos algo tan sencillo como buscar voces moderadas al otro lado de la trinchera mediático-social, contrastar nuestras ideas, escuchar las suyas… Y, si es el caso, reconocerles la parte de razón que seguro incorporan y, si no la tienen, disentir civilizadamente.

Evitar la simplificación y la alergia a la diferencia se encuentra a un clic de distancia.

De los centros libertarios al exilio: la movilización política de las mujeres de Teruel en la República y la Guerra Civil

Escuela Racionalista del Ateneo Libertario de Mas de las Matas (Teruel). 1933 Archivo del Grupo de Estudios Masinos

Autora: Candela Canales

Fuente: eldiario.es 23/10/2020

  • En las juventudes libertarias se consiguió una cierta igualdad, llegando incluso a estar alguna dirigida por una mujer. En las colectividades durante la Guerra Civil, las mujeres trabajaban «sin dueño y sin amo» pero los dirigentes eran «todos varones”
  • Serafín Aldecoa recoge las historias y modos de vida de las mujeres turolenses desde 1930 hasta el final de la Guerra Civil

Palmira Pla salía de su casa para ir al centro socialista de la plaza del pueblo a principios de la década de 1930. Pero ese camino no lo hacía sola, para ir y volver al centro de forma segura, la acompañaba su amigo Feliciano Garcés «porque ella sola no llegaba a atreverse a ir a un centro socialista, si un chico la acompañaba y la llevaba y la traía, haciendo de alguna forma de portador, ella iba al centro y participaba en él, hasta se afilió a UGT y al Partido Socialista», explica el historiador Serafín Aldecoa.

Pla se hizo maestra en Teruel. Al poco de finalizar las clases de su primer curso, salió de casa un 18 de julio de 1936 con el objetivo de tomar una limonada y montar en los coches-chocantes. Tal y como recoge Víctor Juan, el director del Museo Pedagógico de Aragón, «un guardia civil amigo de su padre le advirtió que la estaban buscando, y que debía irse de la ciudad. Tenía 22 años y se sorprendió tanto como todos los que durante esos días fueron perseguidos, detenidos y asesinados. Cargada de dudas, se dirigió a la estación y subió a un vagón de un tren de mercancías que la llevó a Sagunto».

Este es uno de los ejemplos que recoge Serafín Aldecoa en sus estudios sobre las mujeres turolenses en la República y la Guerra Civil. Iba a formar parte de una charla programada para el martes 27 enmarcada en el ciclo de conferencias ‘Inesperadas. Cultura en Igualdad’ que finalmente no se podrá hacer debido a las restricciones sanitarias en Teruel.

Aldecoa repasa los modos de vida de las mujeres desde 1931 hasta el final de la Guerra Civil. Palmira Pla formaba parte de uno de los más de 40 centros instructivos republicanos que existían en el Jiloca y alrededor de la ciudad de Teruel. En estos locales se realizaban todo tipo de actividades, desde teatro a ciclos de lectura y charlas, actividades que hicieron que muchas mujeres salieran del entorno familiar.

Actas del pleno regional de las juventudes libertarias

En el Bajo Aragón estos centros tienen su auge entre 1931 y 1932, cuando aparecen también las juventudes libertarias, que eran mixtas y que realizaban giras entre los pueblos. «Una de las particularidades de estos centros instructivos es que se podía leer prensa, prensa ideologizada claro. Es un elemento interesante ya que las mujeres que no saben leer lo que hacen aquí es aprender a leer», explica Aldecoa.

Es en 1933 y 1934 cuando adquieren más relevancia las juventudes libertarias, «son estas jóvenes las que acuden a estos centros, en algunos centros libertarios la presidenta es una mujer, por ejemplo, en el de Mirambel hay 11 chicas y 16 chicos, ya participan por igual en estos centros libertarios».

Movilización de las mujeres «de derechas»

Sin embargo, no solo las mujeres republicanas se unían. Existe también una «gran movilización de las mujeres de derechas, las no republicanas», se crean asociaciones de acción popular, que luego serán la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) y recorren los pueblos repartiendo propaganda y publicidad.

María Rosa Urraca Pastor fue la única candidata mujer a las elecciones de Teruel en los tres procesos electorales que tuvieron lugar durante la Segunda República. Carlista, en 1936 «fue elegida candidata única por los tradicionalistas de Teruel, iniciando un intenso periplo por los pueblos de la provincia para lograr el voto. Sin embargo, nuevamente, no logró obtener el ansiado escaño, por lo que Fal Conde le encomendó directamente la organización del Socorro Blanco. Ella manifestó que si bien habían perdido un acta habían ganado una provincia», lo explica Antonio Manuel Moral Roncal en su estudio sobre la figura de Urraca Pastor.

El papel de la mujer durante el conflicto

Con la sublevación militar y el inicio de la Guerra Civil, las cosas cambian. Más de 40 mujeres son fusiladas entre Cella y Villarquemado y muchas son reprimidas, en muchos casos por sustitución, es decir, por ser familiar de un hombre significado políticamente o perseguido.

En la zona franquista, las mujeres se dedicaban los cuidados y la atención a heridos o hambrientos, «son mujeres sometidas bajo la autoridad falangista que realizan las tareas que se consideraban propias de su condición y sexo. Pierden esa autonomía de la que gozaban en la república», explica Aldecoa.

Sin embargo, la situación no era muy diferente en el lado republicano. Las mujeres apenas se incorporan a las columnas militares y, a partir de la entrada de Largo Caballero como ministro del ejército, se retiran, «el propio Largo Caballero decía que el frente no es lugar para las mujeres, que trasmitían enfermedades asociadas a la prostitución y las retira del frente para que realicen tareas accesorias más propias del rol que se esperaba de ellas».

Junta femenina de la Agrupación Socialista de Torrevelilla (Teruel). 1937 Fundación Pablo Iglesias

Fueron las mujeres las que mantuvieron las colectividades, que se montaron en todas las zonas republicanas, y donde cultivaban y criaban ganado. En Aragón las primeras colectividades surgen en el mes de agosto de 1936; los agentes o promotores de la colectivización fueron muy diversos, generalmente los sindicatos y las fuerzas políticas locales. Tal y como recoge la Gran Enciclopedia Aragonesa, «el proceso colectivizador no se hubiera podido desarrollar sin que el voluntarismo ideológico no se hubiera encontrado con unas condiciones favorables provocadas por la situación de guerra». La misma fuente indica la existencia de 280 colectividades, con 141.794 afiliados: Huesca, con 137 localidades y 85.522 personas; Teruel, 116 y 48.618; Zaragoza, 24 y 7.524.

Las colectividades son oficialmente disueltas entre agosto y septiembre de 1937, «en el marco del giro político y militar del gobierno del Frente Popular. Esta disolución se ve reforzada por la presencia de las tropas de Líster en la región. En la práctica, muchas localidades seguirán colectivizadas en mayor o menor grado hasta la caída del frente y el final de la guerra, aunque muchos pequeños y medianos campesinos retornan a la propiedad y explotación individual de sus tierras». 

Sin embargo, Aldecoa rescata las declaraciones de una mujer casada con un anarquista en las que lamentaba que el mando seguía estando en manos de los hombres «ya no tenemos dueño, ni amo, cultivamos la tierra y no tenemos nadie que nos explote, hemos conseguido la libertad, pero el comité dirigente de la colectividad son todos varones». 

¿Cómo terminan las pandemias? De maneras diferentes, pero ninguna es ni rápida ni clara

Viñeta del periódico satírico Punch en 1852 titulada «La Corte del rey cólera».

Autor: Mark Honigsbaum

Fuente: eldiario.es 21/10/2020

El 7 de septiembre de 1854, durante una devastadora epidemia de cólera, el médico John Snow se puso en contacto con los responsables de la parroquia de Saint James, en Londres. Pidió permiso para quitar la palanca de la bomba que permitía extraer agua de una fuente en la calle Broad Street, en el Soho.

Snow se había percatado de que 61 personas víctimas del cólera habían extraído agua de ese surtidor poco antes de enfermar y llegó a la conclusión de que el agua contaminada era la fuente de la epidemia. Hicieron lo que pedía y, aunque tuvieron que pasar otros 30 años para que se aceptara la teoría de los gérmenes del cólera, su decisión puso fin a la epidemia.

Ahora, mientras nos preparamos para adaptarnos a otra tanda de restricciones derivadas del coronavirus, estaría bien pensar que Boris Johnson y su ministro de Sanidad, Matt Hancock, tienen un punto de vista similar para acabar con la COVID-19. Desgraciadamente, la historia muestra que pocas epidemias tienen un final tan claro como el del brote de cólera de 1854.

Más bien, sucede todo lo contrario. Como señala Charles Rosenberg, historiador de Medicina, la mayor parte de las epidemias «se dirigen hacia algún tipo de final». Por ejemplo, aunque hace 40 años que se detectaron los primeros casos de sida, cada año 1,7 millones de personas contraen el VIH. De hecho, ante la inexistencia de una vacuna, la Organización Mundial de la Salud no espera poder anunciar su desaparición antes de 2030.

Sin embargo, si bien el VIH sigue constituyendo una amenaza biológica, ya no despierta el mismo temor que a principios de los años 80, cuando el Gobierno de Margaret Thatcher lanzó la campaña «No mueras por ignorancia«, repleta de imágenes aterradoras de tumbas. En realidad, desde un punto de vista psicológico, podemos decir que la pandemia del sida terminó gracias al desarrollo de los medicamentos antirretrovirales y una vez se descubrió que los pacientes infectados con el VIH podían vivir con el virus hasta una edad muy avanzada.

La declaración de Great Barrington, que defiende la propagación controlada del coronavirus entre los más jóvenes mientras se protege a los ancianos, sigue la misma línea: terminar con el miedo a la COVID-19 y darle un cierre narrativo a esta pandemia. En la declaración, firmada por científicos de Harvard y otras instituciones, está implícita la idea de que las pandemias son fenómenos tanto sociales como biológicos y que si estuviéramos dispuestos a aceptar niveles más altos de infección y muerte, alcanzaríamos la inmunidad de grupo más rápidamente y volveríamos antes a la normalidad.

Pero otros científicos, en una publicación de The Lancet, dicen que la estrategia propuesta por la iniciativa Great Barrington se basa en una «falacia peligrosa«. No hay evidencia sobre una inmunidad duradera al coronavirus después de una infección natural. En lugar de poner fin a la pandemia, argumentan, la transmisión incontrolada en personas más jóvenes podría limitarse a provocar epidemias recurrentes, como ha sucedido con numerosas enfermedades infecciosas antes de la llegada de las vacunas.

No es coincidencia que hayan llamado al texto que explica su postura el «memorándum John Snow». Aquella acción decisiva de Snow en el Soho pudo haber puesto fin a la epidemia de 1854, pero el cólera regresó en 1866 y 1892. Solo en 1893, cuando se iniciaron los primeros ensayos masivos de vacunas contra el cólera en India, fue posible prever un control científico racional del cólera y otras enfermedades.

El punto álgido de estos esfuerzos llegó en 1980 con la erradicación de la viruela, la primera y, todavía, la única enfermedad que ha logrado eliminarse del planeta. Sin embargo, estos esfuerzos habían comenzado 200 años antes, cuando Edward Jenner descubrió en 1796 que podía inducir la inmunidad contra la viruela con una vacuna hecha a partir del propio virus de la viruela.

Vacuna, tests y rastreo

Con más de 170 vacunas para la COVID-19 en desarrollo, es lógico pensar que no tengamos que esperar tanto tiempo esta vez. Sin embargo, el profesor Andrew Pollard, jefe del ensayo de la vacuna de la Universidad de Oxford, advierte de que no debemos esperar una inyección en un futuro cercano. Como pronto, la vacuna podría estar disponible para verano de 2021, aunque al principio solo para los trabajadores sanitarios en primera línea, según explicó Pollard la semana pasada durante un seminario online. La conclusión es que «es posible que necesitemos mascarillas hasta julio».

La otra forma con la que se podría poner fin a la pandemia es mediante un verdadero sistema de prueba y rastreo que sea de mucha calidad. Una vez podamos reducir la tasa de reproducción por debajo de 1 y nos aseguremos de mantenerla ahí, la necesidad del distanciamiento social desaparece.

Algunas medidas locales podrían ser necesarias de vez en cuando, claro, pero ya no habría necesidad de restricciones generales para evitar que el Servicio Nacional de Salud se vea desbordado. Fundamentalmente, la COVID-19 se convertiría en una infección endémica, como la gripe o el resfriado común, y terminaría por desaparecer. Esto es lo que parece que sucedió tras las pandemias de gripe de 1918, 1957 y 1968. En cada caso, hasta un tercio de la población mundial se infectó, pero aunque el número de muertes fue elevado (50 millones en la pandemia de 1918-19, y alrededor de un millón en cada una de las de 1957 y 1968), en dos años se acabaron, ya sea porque se alcanzó la inmunidad grupal o porque los virus perdieron su virulencia.

El más terrible de los escenario es que el SARS-CoV-2, el virus que causa la COVID-19, no desaparezca sino que regrese una y otra vez. Es lo que pasó con la peste negra del siglo XIV, que causó repetidas epidemias en Europa entre 1347 y 1353. Algo similar ocurrió en 1889-90 cuando la «gripe rusa» se propagó desde Asia central a Europa y Norteamérica. Aunque un informe del Gobierno británico indicó 1892 como fecha oficial del fin de la pandemia, en realidad la gripe rusa nunca desapareció. De hecho, fue responsable de olas recurrentes de la enfermedad durante los últimos años del reinado de la Reina Victoria.

Sin embargo, incluso cuando las pandemias llegan a una conclusión médica, la Historia muestra que pueden tener duraderos efectos culturales, económicos y políticos.

A la peste negra, por ejemplo, se le atribuye en gran medida el haber alimentado el colapso del sistema feudal y haber estimulado una obsesión artística con imágenes tétricas del más allá. Del mismo modo, se dice que la plaga de Atenas en el siglo V a.C. terminó con la fe de los atenienses en la democracia y allanó el camino para la instalación de una oligarquía espartana conocida como los Treinta Tiranos. Aunque los espartanos fueron expulsados más tarde, Atenas nunca recuperó la confianza en sí misma. Solo el tiempo dirá si la COVID-19 nos lleva a un ajuste de cuentas político similar para el gobierno de Boris Johnson.

Mark Honigsbaum es profesor en la City University de Londres y autor de The Pandemic Century: One Hundred Years of Panic, Hysteria and Hubris [ El siglo de las pandemias: Cien años de pánico, histeria y arrogancia].

¿Quién fue Largo Caballero?

Autores: ALMUDENA ASENJO Y ANTÓN SARACÍBAR

Fuente: Nueva Tribuna 15/10/2020

A propuesta de Vox, y apoyado por el PP y Ciudadanos, el pleno del Ayuntamiento de Madrid aprobó recientemente una moción para retirar los nombres de Francisco Largo Caballero y de Indalecio Prieto de las calles de la capital. Para ello no se dudó en invocar la Resolución del Parlamento Europeo de 19 de septiembre de 2019 (aprobada como rechazo a la 2ª Guerra Mundial iniciada por el nazismo) y el artículo 15 de la conocida como Ley de Memoria Histórica del año 2007, impulsada por el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Una Ley que se aprueba precisamente para todo lo contrario: restaurar la memoria de las personas asesinadas y represaliadas por la dictadura, además de combatir y denunciar los juicios sumarísimos y los crímenes franquistas. Precisamente, Largo Caballero e Indalecio Prieto fueron los que encabezaron la oposición, junto a otros muchos, al fascismo, al levantamiento militar, la guerra civil, la dictadura y la brutal represión franquista: asesinatos, cárcel, clandestinidad y exilio.

Largo Caballero fue un líder obrero de un marcado carácter independiente, incompatible con la hipocresía, el arribismo, la claudicación y la cobardía moral

Por eso, este breve relato es obligado y pretende denunciar las falsedades y mentiras que se le vienen imputando a Largo Caballero, como se ha puesto de manifiesto en un informe técnico firmado por más de 300 historiadores, además de poner en valor su descomunal Obra realizada y, en coherencia con ello, responder a la siguiente pregunta: ¿Quién fue Francisco Largo Caballero? Nace Madrid, el 15 de octubre de 1869, en el seno de una familia obrera y a los siete años comenzó su aprendizaje en diversos oficios: encuadernador, cordelero, estuquista… En 1890 se afilia a la Sociedad de Albañiles de Madrid y tres años más tarde ingresa en la Agrupación Socialista Madrileña. Llegó a presidir la Mutualidad Obrera, la Fundación Cesáreo del Cerro, la Agrupación Socialista y la Cooperativa Socialista Madrileña. Desde 1902, Largo Caballero desempeñó altos cargos en el sindicato (UGT) y en el partido (PSOE), siendo secretario general de UGT de 1918 a 1938 y presidente del PSOE de 1932 a 1935.

Participó en el Instituto de Reformas Sociales, desde el año siguiente a su constitución (1903), formando parte del grupo de vocales obreros, en su gran mayoría socialistas. En 1905 fue elegido concejal del Ayuntamiento de Madrid. Formó parte también del Consejo de Estado (desde el más absoluto pragmatismo) durante la dictadura de Primo de Rivera y elegido diputado encabezando las listas socialistas durante cuatro legislaturas. Como representante de la clase obrera española asistió a la Conferencia de Berna y al Congreso de Ámsterdam en 1919, donde se fundó la Federación Sindical Mundial. Además, en ese mismo año participó en la Conferencia de Washington, donde se constituyó la Oficina Internacional del Trabajo (OIT) y, después, en todas sus Asambleas anuales, desde 1919 hasta 1933, las dos últimas como ministro de Trabajo. Finalmente, con la proclamación de la II República, Largo Caballero se hace cargo del ministerio de Trabajo (de abril de 1931 a septiembre de 1933) promulgando la legislación social más avanzada de su época (siendo todavía una referencia obligada para el legislador en materia social laboral) y, posteriormente, ocupa la presidencia del Consejo de Ministros y el Ministerio de la Guerra, en plena contienda civil, desde el 4 de septiembre de 1936 hasta el 19 de mayo de 1937.

Su exilio en Francia se produce en febrero de 1939 y posteriormente la policía francesa le entrega a la Gestapo y es trasladado al campo de concentración de Sachsenhausen-Orianenburg (Alemania). Fue liberado por las tropas rusas en abril de 1945 regresando a Francia donde reside hasta su muerte. En su sepelio, Rodolfo Llopis (secretario general del PSOE en el exilio) le rindió homenaje manifestando que: “el proletariado español ha perdido al hombre más representativo de su clase”. Finalmente, sus restos fueron trasladados a España el día 8 de abril de 1978. La masiva manifestación que le acompañó, desde la plaza de Las Ventas al cementerio civil de La Almudena, constituyó un acontecimiento político de primera magnitud, lo que contribuyó a acelerar, en muy buena medida, la transición política a la democracia (Obras Completas de Francisco Largo Caballero, publicadas por el Instituto Monsa de Ediciones y la Fundación F. Largo Caballero, 2003).

De Largo Caballero se han dicho y escrito muchas cosas. En todo caso, es bueno recordar que sólo acudió a la escuela desde los 4 a los 7 años, lo que le obligó a formarse en la Casa del Pueblo de Madrid destacándose como un buen estudiante, un extraordinario lector y un comprometido militante, llegando a ser el único obrero en España que presidió un Consejo de Ministros. Efectivamente, en las Casas del Pueblo se fomentaba el entusiasmo por la organización obrera, la militancia, la austeridad, la ética, la honradez y la solidaridad internacional. A este comportamiento se llamaba y se sigue llamando el “Pablismo” en reconocimiento de lo que representaba Pablo Iglesias dentro de las organizaciones socialistas.

Sin duda, fue el discípulo más destacado de Pablo Iglesias, con el que convivió y aprendió durante muchos años. Se puede afirmar que fue un autodidacta, con intuición de clase, con grandes dotes de organización, comprometido éticamente con las clases trabajadoras, además de sumamente austero y honesto en su comportamiento personal. También fue el artífice de la estructura moderna de UGT y un firme defensor de la organización obrera (propagar ideas y hacer proselitismo) y de la educación de clase (formar “obreros conscientes y organizados”). Siempre fue coherente con sus ideas, destacando la coincidencia de su discurso con la acción política y sindical, lo que le acarreó críticas sin fundamento de una derecha montaraz y reaccionaria, así como de patronos y caciques sin escrúpulos. En este sentido, es oportuno recordar la contestación de los terratenientes andaluces, a la petición de trabajo de los jornaleros en las plazas de los pueblos, por haber votado a la Conjunción Republicana Socialista: “Comed República”.

Largo Caballero fue también un firme defensor de la autonomía del sindicato, superando la supeditación al partido de los primeros años y un firme activista en defensa de la II República, de las libertades y del socialismo democrático. Consideró un suicidio la división de la clase obrera (sobre todo en un contexto de guerra) y condenó con firmeza los intentos secesionistas en su lucha contra el fascismo. A pesar de ser acusado de desviación hacia el comunismo y el anarquismo, sin ninguna razón ni fundamento, fue también un firme y decidido defensor de la legalidad republicana.

Por último, fue muy relevante su protagonismo en las movilizaciones obreras- de acuerdo siempre con los órganos de dirección de UGT y el PSOE-, destacando su participación en la huelga general del 17, en la proclamación de la II República y en la huelga general de Asturias en 1934. En este caso, en apoyo de la democracia y, particularmente, de la obra social de la República; pero, sobre todo, de la lucha de la clase obrera contra el avance del fascismo internacional en sus intentos de restaurar la monarquía e imponer la dictadura. En todo caso, se puede afirmar, sin faltar a la verdad, que Largo Caballero fue un líder obrero de un marcado carácter independiente, incompatible con la hipocresía, el arribismo, la claudicación y la cobardía moral, lo que explica sobre todo sus sucesivos pasos por las cárceles españolas por encabezar las movilizaciones obreras en defensa de sus propios intereses.

Desde luego, este lamentable episodio ha tenido un amplio eco mediático y ha demostrado, con mucha claridad, el gran desconocimiento que tienen los ciudadanos, en particular los jóvenes, de nuestra historia reciente y, en particular, de la figura de Largo Caballero. Razón poderosa para reflexionar sobre la educación que están recibiendo nuestros jóvenes en cuanto a nuestra historia contemporánea: II República, guerra civil, dictadura y transición hacia la democracia. Los libros de texto tienen que reflejar la verdad de los hechos y, en coherencia con ello, los educadores actuar en consecuencia dedicando el tiempo necesario a esta materia. También los medios de comunicación y las redes sociales deben obrar con responsabilidad y, por lo tanto, no deberían hacerse eco -como lo están haciendo algunos- de falsos historiadores o políticos interesados en tergiversar la historia y practicar un revisionismo obsceno a base de patrañas, necedades y mentiras.

En todo caso, se trata de reflexionar sobre nuestra memoria histórica para no cometer nuevos errores; no se trata de abrir nuevas heridas ni de fomentar el odio, como reiteradamente pontifica la derecha más extrema. En definitiva, no tiene ningún sentido que nuestros escolares conozcan más y dediquen más horas lectivas al Cid Campeador, a los Reyes Católicos y a reseñar las monarquías absolutas, que a lo acontecido en nuestra historia más reciente.

Finalmente, no debemos olvidar tampoco que estos hechos lamentables se producen en un contexto de confrontación ideológica y polarización política, propiciada, sobre todo, por el auge de los populismos de extrema derecha. Lo más grave e incomprensible de todo es que el PP y Cs también están participando de manera decisiva en estos hechos, haciendo dejación de la responsabilidad exigible a un partido de oposición -con visión de Estado- como se presume debería ser el PP. Sobre todo, cuando se produce en medio de una profunda crisis sanitaria, económica y social que no tiene precedentes conocidos.

Por todo ello, resulta incomprensible la actitud y, sobre todo, la ignorancia mostrada por las derechas en el Ayuntamiento de Madrid. Sin duda, la personalidad y figura de Largo Caballero, junto a la de Indalecio Prieto, justificará plenamente la aplicación de las medidas que sean necesarias para restaurar la dignidad de ambas figuras, la verdad de los hechos y, sobre todo, reparar la infamia y la injusticia histórica cometida.

Imagen: Placa conmemorativa en el lugar donde se hallaba la madrileña casa natal de Largo Caballero, retirada hoy por orden del Ayuntamiento.

Septiembre tiene el rostro de Allende

Salvador Allende. 1972

Autor: Gustavo Espinoza M.

Fuente: nuevatribuna.es 07/09/2019

El 4 de septiembre de 1970 Salvador Allende alcanzó la primera mayoría en las elecciones generales celebradas en Chile. El 11 del mismo mes, en 1973, fue derrocado y asesinado mediante un golpe de Estado fascista desencadenado en su país. Pero Allende, no es sólo una figura de Chile. Es de todos. Por eso se dice que septiembre, tiene el rostro de Allende.

Isabel, la hija el Presidente caído en combate aseguró que, muchos años estuvo convencida que su padre fue asesinado por los militares que lo derrocaron.  Dijo, además, que sólo tras la exhumación de sus restos, en 1990, admitió el suicidio como la forma de su muerte.

Después siendo ya Presidenta de la Cámara de Diputados de su país publicó sus declaraciones en «El Mercurio», el vocero más calificado de la derecha chilena, y cómplice en su momento de la tragedia del 73.

Como se recuerda, ese diario –ícono de la prensa tradicional chilena- fue financiado por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos y su propietario, el señor Agustín Edwards, recibió gruesas sumas de dinero por su campaña contra el gobierno de la Unidad Popular.

Se dice que el tiempo restaña todas las heridas, y eso puede ser verdad. Pero tiene un límite. No debe borrar de la mente de las personas su sentido de realidad, ni su conciencia. Hoy, debiéramos admitir que hay muchas formas de matar a un hombre. Una de ellas, es obligarlo a pegarse un tiro.

Los sucesos que ocurrieron en La Moneda hace 46 años, han sido motivo de prolija investigación, pero aún subsisten diversos interrogantes. Nada, sin embargo, borrará de la conciencia de los pueblos la imagen de un Presidente resuelto y heroico, que enfrentó con las armas en la mano los últimos momentos de una vida -la suya- que inmoló en defensa de su pueblo.

Nada, tampoco, borrará el hecho que el Golpe fue preparado y digitado desde Washington por el presidente Nixon con la participación activa de Henry Kissinger, operado por la Agencia Central de Inteligencia -la CIA- y bautizado con el nombre de “Proyecto FUBELT”

Muy pronto se cumplirá un nuevo aniversario de lo ocurrido. Muchos acontecimientos se recuerdan en una misma fecha. Es, en efecto, el aniversario del golpe fascista; la caída del gobierno de la Unidad Popular; el brutal asesinato de centenares de chilenos abatidos en las calles y en las poblaciones de un país al que Pablo Neruda definiera como “un largo pétalo de mar, y vino, y nieve”;  la detención de miles más, que fueron confinados en centros clandestinos de reclusión, y luego torturados y asesinados.

Para los peruanos, el 11 de septiembre de 1973 fue un día aciago. Una advertencia de lo que preparaba el imperialismo en el concierto latinoamericano contra quienes osaban levantar su voz, y enfrentar su dominio.

El fascismo en Chile no fue ciertamente el primer paso en la lucha del gran capital contra los pueblos. Ya había ocurrido, en marzo de 1964, el golpe de Estado de los militares de la Escuela Superior de Guerra del Brasil, liderado por Castello Branco. Y siete años después, la sangre había corrido por las calles de La Paz, cuando los militares golpistas dieron al traste con el régimen progresista de Juan José Torres.

En junio del mismo 73, otro país hermano, la tradicional sociedad de Uruguay -la Suiza de América- había caído abatida por los sables. Se trataba entonces de un nuevo paso en la estrategia que se afirmaría en el Perú con la caída de Velasco Alvarado, y con el zarpazo fascista de Videla en Argentina.

Las dictaduras del Cono Sur –Plan Cóndor incluido- abrieron un abismo de sangre en las sociedades latinoamericanas de fines del siglo pasado, pero se proyectan aún en nuestro tiempo. Regímenes aviesos, como el de Alberto Fujimori; administraciones perversas, como las de Carlos Andrés Pérez en Venezuela; o Álvaro Uribe, en Colombia; fueron el preámbulo de regímenes repudiables como los de Bolsonaro, Piñera o Iván Duque, hoy.

El 11 de septiembre, entonces, no es sólo un aniversario. Es también un símbolo porque después fueron cambiando las cosas. Ahora, algunos de los asesinos de ayer, viven en la secuencia de sus condenas; pero otros mantienen vigencia, y expectativas de Poder.  En muchos lugares se ha afirmado la conciencia de los pueblos, pero en otros, aún subsiste el temor y la inseguridad. 

Lo que algunos no perdonan a Salvador Allende es su conducta resuelta, su firmeza, su alianza con los comunistas, su capacidad de sacrificio, que llega mucho más allá de lo que esperan quienes hablan de su recuerdo y traicionan su memoria.

Allende no podría ser traicionado por los pueblos, del mismo modo como tampoco será olvidado por quien tenga la conciencia clara y el corazón ardiente. Los pueblos, veneran su rostro.