Riego, el hombre que no quiso ser Napoleón

Riego conducido por los realistas a la cárcel de La Carolina. (Dominio público)

Autor: Francisco Martinez Hoyos

Fuente: La Vanguardia 1/01/2020

Tras una larga guerra en la que su pueblo había luchado por devolverle el trono, Fernando VII se apresuró a abolir la Constitución de Cádiz. Corría el año 1814. En aquella España que regresaba al absolutismo, el monarca pretendía que todos hicieran como si la revolución liberal no hubiera existido. En sus propias palabras, deseaba quitar las innovaciones “de en medio del tiempo”. Sin embargo, los partidarios del gobierno constitucionalista no estaban dispuestos a obedecer así como así.

Apenas seis años después, un pronunciamiento reinstauraba la Carta Magna. Este año se cumple el bicentenario del comienzo del Trienio Liberal, un período en el que brilló el coronel Rafael del Riego (1794-1823), figura central en su época, aunque a menudo mal conocida hoy. La izquierda le ha venerado como gran precursor de la democracia, mientras la derecha suele denostarle.

Para evitar los tópicos de las reseñas biográficas al uso, disponemos de la tesis de doctorado de Víctor Sánchez Martín, Rafael del Riego, símbolo de la revolución liberal (Universidad de Alicante, 2016), un trabajo hercúleo de más de mil páginas que maneja fuentes procedentes de numerosos archivos. Como señala el autor, debemos esclarecer quién fue el personaje hasta 1819, porque su juventud es una etapa poco conocida.

Retrato de Rafael del Riego.
Retrato de Rafael del Riego. (Dominio público)

Sabemos que combatió en la guerra de la Independencia y, al ser hecho prisionero, acabó deportado en Francia. Según la versión más repetida, allí entró en contacto con el liberalismo y la masonería. En realidad, no hay datos que avalen esta hipótesis. Cuando regresó a España, reanudó su carrera militar sin que el gobierno absolutista sospechara de sus convicciones ideológicas. Es más, obtuvo puestos de estado mayor. Solo se politizó en sentido liberal al comprobar la incapacidad de la monarquía para resolver los problemas del país.

El pronunciamiento

En 1819 ya se había convertido en un partidario de la Constitución. Ese año, un poderoso ejército se había reunido en Cádiz, preparado para marchar a reprimir los levantamientos independentistas en los territorios americanos. Riego, uno de sus comandantes, se alzó el 1 de enero de 1820 contra la autoridad real. El militar publicó un manifiesto en el que criticaba la guerra por injusta, convencido de que no había que combatir el secesionismo con las armas.

Bastaba, a su juicio, con el restablecimiento de la Constitución: eso haría que el independentismo dejara de tener apoyos. La verdad es que su planteamiento pecaba de ingenuo, porque, a esas alturas, se hiciera en la península lo que se hiciera, la independencia de América ya era irreversible. Carece de sentido imaginar, como tantas veces se hace, que las cosas hubieran podido ser distintas si el ejército de Cádiz hubiera llegado a cruzar el Atlántico.

Fernando VII se apresuró a jurar fidelidad al liberalismo con unas palabras hipócritas

En un primer momento pareció que la sublevación de Riego estaba destinada al fracaso por falta de respaldo popular. Sin embargo, cuando su columna estaba a punto de disolverse, estallaron rebeliones en ciudades como La Coruña y El Ferrol. Fernando VII, asustado, se apresuró a jurar fidelidad al liberalismo con unas palabras que desde entonces son el paradigma de la hipocresía política: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Era un engaño, pero muchos le creyeron.

No a cualquier precio

Se ha dicho que Riego proclamó la Constitución de Cádiz por iniciativa propia, pero esta no es una afirmación demostrable. Su actuación refleja los deseos de los militares más progresistas del momento. El problema fue la falta de consenso en torno a esta medida: el liberalismo se dividió entre los partidarios de la Carta Magna y los que criticaban el texto de 1812 como excesivamente radical. A lo largo del Trienio, Riego sería acusado falsamente de rebelde y republicano.

Como muestra Sánchez Martín, se distinguió por su escrupuloso respeto a las normas constitucionales. Por inclinación personal simpatizaba con el liberalismo más progresista de la época, pero como presidente de las Cortes Generales trató de mantener una posición neutral.

Placa conmemorativa en Tuña, Asturias, lugar de nacimiento de Riego.
Placa conmemorativa en Tuña, Asturias, lugar de nacimiento de Riego. (Dominio público)

Las reformas democratizadoras no contaban con el suficiente apoyo. En medio de continuas peleas entre las corrientes liberales, el orden público empezó a venirse abajo por la proliferación de guerrillas absolutistas.

Para reprimirlas, el gobierno no podía fiarse de muchas autoridades de dudosa lealtad, dispuestas a cambiar de bando a la menor ocasión. ¿Cómo sacar adelante, en aquellas circunstancias tan complicadas, el programa liberal? Algunas voces se alzaron a favor de la mano dura. Había que hacer como los revolucionarios franceses y aplastar la oposición reaccionaria por la fuerza.

Riego rechazó este camino, incapaz de tomarlo en consideración por su respeto a la legalidad. No estaba dispuesto a convertirse en una especie de Napoleón español con poderes dictatoriales. De hecho, prefería retirarse de la vida pública si su presencia contribuía a desunir al liberalismo.

Esta voluntad conciliadora quedó patente en numerosas ocasiones, sobre todo con motivo de las manifestaciones en las que su retrato se paseaba por las calles como gesto de afirmación política radical. Él nunca estuvo de acuerdo con estas convocatorias, ante el temor de que fueran contraproducentes y contribuyeran a que los ánimos se desbordaran. El supuesto Riego extremista, por tanto, no es más que una leyenda. Lo que encontramos es un espíritu apaciguador.

La situación se hizo desesperada cuando las tropas francesas invadieron la península en 1823 para devolver a Fernando VII sus plenos poderes. Riego se puso al frente de sus tropas, pero fue vencido. Se ha dicho que su derrota obedeció a su ineptitud militar, pero, para ser justos, debe tenerse en cuenta que mandaba soldados inexpertos.

De nuevo con autoridad ilimitada, el rey no tuvo piedad. Nuestro protagonista murió en la horca. Se consolidó así un mito de largo alcance. Un siglo después, el himno que cantaban las tropas de Riego se convirtió en el oficial de la Segunda República.

Riego, 200 años del golpe por la libertad

El mariscal Rafael de Riego, líder liberal español del siglo XIX. ATENEO DE MADRID

Autora: Amalia Bulnes.

Fuente: El País 31/12/2019

Hace dos siglos, el general asturiano se alzó contra la monarquía absoluta de Fernando VII. Su victoria inauguró el Trienio liberal

Las Cabezas de San Juan, en la provincia de Sevilla, una villa enclavada en el Bajo Guadalquivir que aún hoy es tránsito obligado hacia Cádiz, amanecía, a las 8 de la mañana del 1 de enero de 1820, escribiendo la página más sobresaliente de su historia. Un episodio que es también trascendental para enmarcar la historia contemporánea en España: el pronunciamiento del general Rafael del Riego (Tuña, Asturias, 1784 – Madrid, 1823) que, alzado en armas, pretendía obligar a Fernando VII a abandonar el régimen absolutista restaurado en 1814, tras la Guerra de la Independencia, y volver a acatar la Constitución proclamada por las Cortes de Cádiz en 1812. El triunfo -aunque no inmediato- de esta revolución abrió la puerta al llamado Trienio Liberal, un periodo en el que, por primera vez en la historia, España iba a estar regida por un sistema constitucional. “Las luces de Europa no permiten ya, señor, que las naciones sean gobernadas como posesiones absolutas de los reyes (…). Resucitar la Constitución de España, he aquí su objeto: decidir que es la Nación legítimamente representada quien tiene solo el derecho de darse leyes a sí misma”, rezaba el manifiesto que, dirigido al monarca absolutista, leyó el militar en la hoy llamada plaza de la Constitución del municipio sevillano aquel primero de año del que se cumplen dos siglos.

Personaje sobre el que aún hoy no existe un consenso —“ha pasado a la historia como un personaje controvertido, héroe para unos, militar golpista para otros”, reconoce el exvicepresidente del Gobierno Alfonso Guerra—, es no obstante indudable que Riego fue el gran protagonista del que está considerado el primer golpe militar de la historia de España. Infiltrado desde el final de la Guerra de la Independencia en los movimientos clandestinos del Ejército que ejercían la oposición liberal al régimen de Fernando VII —que había abolido la Constitución del 12 “como si no hubiera ocurrido jamás”—, el general se encontraba aquel 1 de enero en las provincias limítrofes con Cádiz junto a otros 20.000 hombres. Todos ellos debían embarcar a América con el fin de sofocar las revueltas independentistas que estaban irrumpiendo en territorios del aún Imperio Español. Pero, en un giro que daría la vuelta al curso de la historia española, se salió del guion y proclamó la Constitución de Cádiz.

Las voces más críticas, entre las que se encuentra la de Manuel Moreno Alonso, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Sevilla, creen que “Riego encontró un pretexto excelente, toda la parafernalia liberal del triunfo de la Constitución, para no ir a las colonias. Nunca se ha puesto de relieve, pero la causa clave es que no quería ir a América”, asegura el profesor, para quien “la labor de Riego fue desgraciada en todos los sentidos y sumió al país en el caos”. “La celebración de esta efeméride debe evitar una única visión histórica determinada», insiste Moreno Alonso. «Hay que ser críticos con las cosas disonantes que tuvo el golpe: lo hicieron dejando a un lado a los doceañistas, esto es, embistieron contra los propios liberales, y Riego obedeció, no a la voluntad popular, sino a las logias masónicas a las que se debía”. En ellas había ingresado años antes por encontrar allí uno de los resortes más poderosos en la lucha contra el absolutismo.

Por el contrario, Guerra cree que “no es posible olvidar que, más allá de las conjeturas acerca de la motivación personal que le indujo a actuar como lo hizo, Riego se subleva reclamando la Constitución liberal de 1812, se opone a la felonía del Rey absolutista y es reprimido brutalmente con un final trágico de descuartizamiento. A partir de 1812, la vida política española tomó el camino del autoritarismo hasta 1978 con la Constitución vigente, salvando el corto período de la República de 1931, que terminó también de manera autoritaria”.

A esta voz se suma la del profesor Alberto González Troyano, profesor de Literatura en las universidades de Fez (Marruecos), Cádiz y Sevilla y Premio Iberoamericano Cortes de Cádiz de Ciencias Sociales en 2012. “La gesta de Riego ha repercutido de manera más que positiva en la construcción de la España liberal. Deberíamos enfocar el acontecimiento del pronunciamiento como el primer ejemplo en la historia de nuestro país de un militar que se alza en favor de la causa constitucional. Riego no es él mismo, ni sus causas particulares, sino lo que representa: recogió la voluntad colectiva y logró que, durante tres años, el liberalismo triunfara en España”, asegura.

Fernando VII tardó en reaccionar casi tres meses. Fue necesario que una gran multitud rodeara el Palacio Real de Madrid para que atendiera a las exigencias de Riego. Lo hizo con un manifiesto que incluía la histórica proclamación por la que fue apodado El felón, en relación con su deslealtad: “Marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Así comenzaba el Trienio Liberal, un sueño breve que acabó con Riego guillotinado en la Plaza de la Cebada de Madrid por orden del propio monarca, que no había dejado de maniobrar para hacer fracasar el ensayo liberal y que se consumó con la entrada en España de los Cien Mil Hijos de San Luis comandados por el duque de Angulema. “Riego asistió solo a su final, abandonado por todo el mundo. Fue un hombre de pocas luces, un mito inconsistente construido sobre un personaje que estaba hecho con una cera que ardía mal”, insiste el profesor Moreno Alonso.

No obstante, recuerda Guerra, “no está nuestra historia contemporánea tan llena de personajes que hayan dado su vida por defender los valores democráticos constitucionales como para dejar pasar un aniversario redondo, 200 años, sin recordar al general Riego. Durante más de dos siglos en España no se alcanzó la construcción de un Estado moderno porque las fuerzas reaccionarias del momento se conjuraban para impedirlo: el trono, la espada, el altar y las grandes fortunas agrarias. El principio liberal que proclama el liberal Riego se confirma con la Constitución del 78, que se mira mucho en la del 12, con un Ejército que asume el papel que le consigna la Constitución y con un monarca —en realidad son dos— que defienden la democracia constitucional, en febrero de 1981 y en octubre de 2017 como fechas culminantes”.

HIMNO DE RIEGO

Otro de los grandes hitos por los que el nombre de Riego sigue asociado a la historia del Liberalismo de España es el himno que lleva su nombre y que nació ese mismo 1 de enero de 1812 para acompañar la marcha del general con las tropas sublevadas que obligaron al rey a firmar la Constitución en 1820. A pesar de seguir siendo conocido por el nombre de Riego, la letra fue obra de su amigo Evaristo Fernández de San Miguel, teniente coronel y compañero en la insurrección. El autor de la música, sin embargo, se desconoce de manera oficial, aunque existen varias teorías, entre las que sobresale la autoría del compositor romántico José Melchor Gomis. A pesar de su enorme popularidad en la I y la II República –con la inclusión de una letra satírica- solo llegó a ser himno oficial en el Trienio Liberal.

Torrijos, la forja de un héroe liberal

Autor: Juan Ignacio Samperio Iturralde

Fuente: La Aventura de la Historia, número 247.

Cuando se cumplen 150 años de la nacionalización de las colecciones del Prado, el museo dedica una exposición, El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros1886-88. Una pintura para una nación, al famoso cuadro de GisbertLa obra fue un encargo del Gobierno español presidido por el liberal Sagasta –cuyo retrato por Casado del Alisal también se expone– con destino específico para el museo. El lienzo muestra el fusilamiento de Torrijos y sus compañeros al amanecer de un domingo, el 11 de diciembre de 1831, después de ser traicionado por el general Vicente González Moreno y ser condenado a muerte por Fernando VII, en la playa de San Andrés.

Gisbert se había asociado con los liberales y, en 1860, había pintado Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo, que es un claro antecedente, y que en la exposición se ha situado frente al fusilamiento. Torrijos era un héroe nacional vinculado a la independencia española y a la lucha por la libertad. Era culto, amigo de intelectuales como Espronceda y el duque de Rivas, que le retrató en su exilio londinense en un cuadro que también se expone. En Cambridge fascinó a poetas como Shelley y Robert Boyd, que sería fusilado con él.

José María de Torrijos, 1826, por el duque de Rivas, Madrid, Museo de Historia.

Su memoria fue rehabilitada durante la regencia de María Cristina. También se hicieron grabados, alguno de los cuales están en la exposición, e incluso se levantó un obelisco en su memoria en la malagueña plaza de la Merced.

Antonio Gisbert fue director del Museo del Prado entre 1868 y 1873, y en 1885 propuso la realización del cuadro al ministro de Fomento, aprovechando que, en 1881, el Congreso había adquirido la carta que Torrijos le dirigió a su esposa antes de morir. El atrevimiento de Gisbert fue grande, pues el antecedente a superar era Los fusilamientos de la Moncloa, de Goya.

El trabajo de Gisbert es una alegoría de la dignidad ante la muerte. Para ello, flexibilizó la veracidad de los hechos, ya que Torrijos y sus compañeros fueron los primeros fusilados, y en el cuadro aparecen por el suelo varios cadáveres. También sabemos que fueron abatidos de rodillas y que no se dejó a Torrijos dar la orden de disparar, aunque Gisbert deja clara su condición de militar por las botas que calza.

La escena transcurre en una atmósfera de serena nobleza. La mano suelta en primer plano recuerda a Géricault y el sombrero de copa está sacado de un cuadro de Gerôme. Con sus rostros serenos, los que van a morir se llenan de dignidad. Sabemos que murieron dando vivas a la libertad, atados, vendados y de rodillas. Este cuadro es el equivalente a un resumen de nuestra historia durante el siglo XIX.

Torrijos, la forja de un héroe liberal

El fusilamiento de este militar opuesto a Fernando VII fue convertido en icono del liberalismo por el gobierno de Sagasta. El Museo del Prado lo muestra en el contexto político que promovió su realización

Autor: Juan Ignacio Samperio Iturralde

Fuente: La Aventura de la Historia. 13/05/2019

Cuando se cumplen 150 años de la nacionalización de las colecciones del Prado, el museo dedica una exposición, El fusilamiento de Torrijos y sus compañeros1886-88. Una pintura para una nación, al famoso cuadro de GisbertLa obra fue un encargo del Gobierno español presidido por el liberal Sagasta –cuyo retrato por Casado del Alisal también se expone– con destino específico para el museo. El lienzo muestra el fusilamiento de Torrijos y sus compañeros al amanecer de un domingo, el 11 de diciembre de 1831, después de ser traicionado por el general Vicente González Moreno y ser condenado a muerte por Fernando VII, en la playa de San Andrés.

Gisbert se había asociado con los liberales y, en 1860, había pintado Padilla, Bravo y Maldonado en el patíbulo, que es un claro antecedente, y que en la exposición se ha situado frente al fusilamiento. Torrijos era un héroe nacional vinculado a la independencia española y a la lucha por la libertad. Era culto, amigo de intelectuales como Espronceda y el duque de Rivas, que le retrató en su exilio londinense en un cuadro que también se expone. En Cambridge fascinó a poetas como Shelley y Robert Boyd, que sería fusilado con él.

José María de Torrijos, 1826, por el duque de Rivas, Madrid, Museo de Historia.

Su memoria fue rehabilitada durante la regencia de María Cristina. También se hicieron grabados, alguno de los cuales están en la exposición, e incluso se levantó un obelisco en su memoria en la malagueña plaza de la Merced.

Antonio Gisbert fue director del Museo del Prado entre 1868 y 1873, y en 1885 propuso la realización del cuadro al ministro de Fomento, aprovechando que, en 1881, el Congreso había adquirido la carta que Torrijos le dirigió a su esposa antes de morir. El atrevimiento de Gisbert fue grande, pues el antecedente a superar era Los fusilamientos de la Moncloa, de Goya.

El trabajo de Gisbert es una alegoría de la dignidad ante la muerte. Para ello, flexibilizó la veracidad de los hechos, ya que Torrijos y sus compañeros fueron los primeros fusilados, y en el cuadro aparecen por el suelo varios cadáveres. También sabemos que fueron abatidos de rodillas y que no se dejó a Torrijos dar la orden de disparar, aunque Gisbert deja clara su condición de militar por las botas que calza.

La escena transcurre en una atmósfera de serena nobleza. La mano suelta en primer plano recuerda a Géricault y el sombrero de copa está sacado de un cuadro de Gerôme. Con sus rostros serenos, los que van a morir se llenan de dignidad. Sabemos que murieron dando vivas a la libertad, atados, vendados y de rodillas. Este cuadro es el equivalente a un resumen de nuestra historia durante el siglo XIX.

La fascinante vida de Anne Lister, la «primera lesbiana moderna»

Autora: Rebecca Woods

Fuente: BBC Mundo, 11/05/2019

Arrodilladas una al lado de otra bajo los arcos medievales de una pequeña iglesia, dos mujeres inclinan sus cabezas y se ponen a orar. Con velas que parpadean a su alrededor, reciben el sacramento en el altar. Aunque no era un servicio eclesiástico normal, a los ojos de las enamoradas, su «matrimonio» había sido sellado.

Era 1834. Los actos homosexuales eran ilegales y las relaciones sexuales entre mujeres no eran reconocidas. La palabra lesbiana ni siquiera había sido acuñada.

Pero Anne Lister no tenía nada que ver con las convenciones misóginas de la Inglaterra del siglo XIX. Fue empresaria, entró en política y escalaba montañas.

Y adoraba a las mujeres, de las que se enamoraba apasionadamente una y otra vez.

Los detalles explícitos de sus asuntos, registrados en código, conmocionaron a quienes los descifraban. Y cambiaron la forma en la que se vio la historia del lesbianismo para siempre.

El diario

Vestida, incluso en verano, con gruesas ropas y botas negras, el aspecto de muchacho de la joven era motivo de burlas y susurros en las calles de su ciudad natal, Halifax, en Inglaterra.

«¡Eso es un hombre!», se burló una voz, algo a lo que se había acostumbrado.

Anne Lister de joven.
Image captionAnne Lister de joven.

Anne Lister, con un pequeño sombrero, también negro, caminaba, aparentemente imperturbable.

Educada y confiada, en una época en que las mujeres rara vez lo eran, atraía la atención dondequiera que iba.

«La gente generalmente comenta, cuando paso, cuánto me parezco a un hombre», escribió en su diario, un ritual que hacía cada día.

Desde pequeña había sido diferente. Nacida en 1791, Anne era una «marimacho inmanejable» cuya exasperada madre la envió a un internado cuando tenía siete años.

Las maestras temían que influyera en las otras chicas con su comportamiento rebelde y, en su adolescencia, la confinaron a un dormitorio en el ático, donde vivía en una reclusión virtual.

Su diario se convirtió en su confidente. Al sentirse sola en un mundo en el que no encajaba, vertió sus pensamientos más profundos en sus páginas.

Tan obsesiva era su personalidad que no dejaba de lado los detalles: la hora en que se despertaba y cuántas horas dormía, las cartas que recibía y su contenido, el clima del día, qué comía…

Ilustración de Anne Lister en Halifax.
Image captionLas mofas sobre Anne eran comunes en las calles de Halifax.

Todo lo que había aprendido ese día también se registraba: griego, álgebra, francés, matemáticas, geología, astronomía y filosofía.

Anne poseía una inteligencia vorazy, en un momento en que las mujeres estaban excluidas de las universidades, estaba decidida a aprender todo lo que un hombre podía aprender.

Pero había algo más que Anne escribía en las páginas de su diario: le gustaban las mujeres.

La invención del código

Su primera experiencia sexual la tuvo con una compañera, Eliza Raine, que fue enviada a vivir con ella en el ático de la escuela.

Hija ilegítima de un cirujano inglés, Eliza era otra paria. Juntas, las dos jóvenes de 15 años se habían embarcado en una apasionada aventura frente a las narices de sus maestros.

En sus diarios, ambas chicas escribían «felix», que significa feliz en latín, para registrar sus encuentros sexuales.

Pero Anne quería registrar más detalles, así que ideó un código con elementos del griego y el latín, símbolos matemáticos, puntuación y el zodíaco para disimular sus pensamientos más íntimos. Era, creía, completamente indescifrable.

Aunque Anne era una amante apasionada, también tenía un lado calculador y despiadado. Soñaba con ser rica y Eliza iba a heredar una suma sustancial. El dinero le permitiría a Anne disfrutar del estilo de vida de la alta sociedad que ansiaba sin casarse con un hombre.

Así, mientras a Eliza le entusiasmaba el afecto y las atenciones de Anne, las intenciones de Anne estaban más vinculadas a los negocios.

Pero a medida que Anne se sentía más segura de su sexualidad, su «rareza», como lo describía, también decidió que también quería más mujeres. Rechazó a Eliza, lo que le costó una profunda depresión a su examante.

«Apenas sabes el dolor que me has causado», escribió la joven desconsolada.

De hecho, Eliza nunca se recuperó y terminó en un manicomio.

Diario.
Anne Lister ideó un código con elementos del griego y el latín, símbolos matemáticos, puntuación y el zodíaco.

Anne, aunque arrepentida, tenía una nueva obsesión: Mariana Belcombe, la encantadora hija de un médico local. Ella sería el amor de la vida de Anne, manteniéndola en sus manos durante casi 20 años, rompiendo su corazón una y otra vez.

Múltiples aventuras

A primera vista, Anne era una joven respetable e inteligente que pasaba gran parte de su tiempo estudiando.

Lejos de sus libros, disfrutaba de los paseos y las tardes de té con sus amigas adineradas. Ellas eran la tapadera ideal para Anne, que las usaba para explorar su apetito sexual.

La «rareza» de Anne la intrigaba: rastreaba libros sobre anatomía para comprender de dónde venían sus sentimientos, en vano. Pero cuando asumió su sexualidad, no sintió aversión por sí misma. Creía que sus sentimientos eran completamente naturales, su derecho divino.

Anne2
Cuando asumió su sexualidad, no sintió aversión por sí misma.

Las mujeres, aunque normalmente estaban confundidas sobre sus sentimientos por Anne, quedaban cautivadas por ella. Anne era promiscua, se movía eficientemente de una amante a otra, sin que ninguna llegara a su corazón.

La «dulce apariencia» de Mariana Belcombe, sin embargo, era diferente.

Su gran amor

Con Mariana, Anne se enamoró vertiginosamente. La joven de 21 años era parte de la gentil sociedad de York.

Durante años, viajaban decenas de kilómetros a caballo y en carruaje entre York y Halifax para verse. Cuando estaban separadas, se escribían cada pocos días. Las jóvenes amantes incluso intercambiaron anillos como símbolo de su compromiso.

Por supuesto, todo esto tuvo lugar a escondidas.

Las amistades románticas entre mujeres solteras no eran inusuales. Los padres, temerosos de un embarazo, animaban a las mujeres jóvenes a establecer relaciones cercanas entre sí antes de casarse.

Sin embargo, a Anne no le interesaban en absoluto las expectativas de la sociedad. Quería todo lo que un hombre podía tener, y eso incluía una esposa. A pesar del escándalo que crearía, comenzó a albergar esperanzas de que ella y Mariana se establecieran juntas en una casa.

Ilustración de Anne y Mariana.
Image captionAnne y Mariana mantuvieron una relación durante años.

Pero en 1815, Mariana hizo un anuncio dramático: había aceptado casarse con un viudo adinerado. Anne asistió a la boda, angustiada, en una iglesia de York. Pero había aún algo peor por llegar.

Era costumbre que las amigas acompañaran a los novios en su luna de miel, y fue Anne, junto con una de las hermanas de Mariana, quienes soportaron la experiencia.

A su regreso, reanudó sus aventuras con mujeres de Yorkshire, entre ellas la hermana mayor de Mariana. Pero le confió a su diario el dolor causado por Mariana.

Un año después, Anne y Mariana se encontraron nuevamente en la casa de sus padres en York. Mariana estaba en cama con dolor de muelas y metió a Anne en su habitación.

Reiniciaron su aventura, que durante años continuó mediante reuniones clandestinas y decenas de cartas.

Anne estaba con otras mujeres, mientras Mariana se refugiaba en su mansión de Cheshire.

Diario de 1827.
Anne plasmó en sus diarios sus múltiples aventuras amorosas.

«Hicimos el amor», escribió Anne después de una noche con Mariana. «Ella me pidió que fuera fiel, que me considerara casada».

«Ahora comenzaré a pensar y actuar (como) si fuera mi esposa».

Pero las esperanzas de Anne se vieron frustradas de nuevo.

Los viajes: su otra pasión

Mientras huía de Yorkshire y de la sombra de Mariana, en 1824 Anne decide irse a París, donde tenía la intención de aprender el idioma, sumergirse en la cultura y, con suerte, conocer a una mujer rica y sofisticada.

Se sentía como en casa en la capital francesa. El ambiente relajado la animó a ser más abierta con su sexualidad, y no perdió el tiempo.

Si bien Maria Barlow, una viuda de Guernsey, no era exactamente la señorita titulada que había imaginado, se enamoró de su nueva amiga a pesar de todo.

Los diarios codificados de Anne describían sus relaciones sexuales con más detalle que antes.

«Me temblaban las rodillas y los muslos, mi respiración», se lee en uno de los pasajes.

Las mujeres disfrutaron de un ardiente romance antes de que Anne se cansara del estado de ánimo de María. Dejó a su amante y regresó a Yorkshire sin mirar atrás.

La estadía de ocho meses de Anne en París, sin embargo, había encendido en ella la pasión por los viajes y continuaría explorando más de una decena de países durante los siguientes 15 años.

Los viajes de Anne satisfacían una ambición que había tenido desde la infancia: ver con sus ojos los lugares sobre los que había leído.

Ni la muerte de su amado tío James, que la llevó a heredar su casa de Shibden, pudo retenerla.

Shibden: su hogar

Anne siempre había sentido que la alta sociedad era su hogar natural, un mundo sofisticado hecho para alguien de su ingenio, sabiduría y estatus social.

A pesar de que los Lister eran de clase alta, su familia directa era relativamente pobre. Pero la herencia de Shibden le dio los medios para mantener un estilo de vida más lujoso.

Shibden en 1880.
Vista de Shibden en 1880.

Una vieja amiga de su época en la escena social de York la presentó a un grupo de mujeres aristocráticas. Pronto empezaron a llegar invitaciones a eventos elegantes.

Viajó a París con la seductora Vere Hobart, hermana del conde de Buckinghamshire. Anne estaba fascinada por su joven y elegante amiga, pero también lo estaban muchos hombres.

Cuando Vere propuso a sus amigas hacer un viaje prolongado a la ciudad costera de Hastings, en el sur de Inglaterra, Anne aceptó.

Durante los siguientes cinco meses disfrutaron de la escena social de este lugar de vacaciones y Anne, tal vez engañándose a sí misma, comenzó a creer que podría haber encontrado a la mujer que cumpliría sus sueños románticos.

Vere tenía la apariencia, la cuna y la riqueza que Anne había deseado durante años. Pero la sociedad y sus expectativas una vez más prevalecieron: Vere aceptó casarse con un oficial del ejército. Con el corazón roto y avergonzada, Anne lloró durante días.

Su dinero también se estaba acabando.

«Mis planes de alta sociedad fracasan», escribió en su diario. «He tenido mi capricho, lo he intentado, y me ha costado bastante».

Decidió volver a Halifax y a Shibden y, por primera vez en años, quedarse allí.

Ilustración de Anne Lister.
Anne descubrió en París su pasión por viajar.

«Aquí estoy a los 41 años, con un corazón por buscar. ¿Cuál será el final?»

Empresaria

Shibden Hall había pertenecido a la familia Lister durante más de 200 años. Una casa señorial medieval escondida detrás de una colina, con su fachada en blanco y negro que escondía una red de habitaciones oscuras en su interior.

Anne canalizó su ira mediante su rechazo a vivir en el hogar de su familia. Pensaba que Shibden estaba en mal estado: después de pasar gran parte de la década anterior en una sucesión de elegantes complejos, ahora codiciaba una casa más grande y jardines cuidados.

También revolucionó las finanzas de la finca. El reciente auge industrial de Halifax había producido una enorme demanda de carbón. Anne vio la oportunidad y rápidamente expandió las minas de Shibden.

Vista de Halifax.
El auge industrial de Halifax produjo una enorme demanda de carbón y Anne Lister lo aprovechó.

Su determinación de ser práctica la diferenciaba de otras mujeres con bienes. Se enfrentó a los hombres que dirigían la industria del carbón local, quienes pronto se dieron cuenta de que poseía un cerebro empresarial astuto.

Entonces, Anne empezó a sentirse más a gusto en Shibden.

«He sido más feliz aquí que en cualquier otro lugar», escribió. Su diario también empezó a llenarse de detalles del negocio de la propiedad.

Y, en medio de referencias de horticultura y paisajismo, también comenzó a aparecer un nuevo nombre.

Un nuevo amor

Ann Walker era una tímida y amable heredera de 29 años de una finca vecina más grande. Las dos mujeres se conocían desde hacía años, cuando Anne tenía 20 años y Ann era una adolescente.

Quince años después, la recatada señorita Walker causó una impresión mucho mayor en su vecina.

Una semana después de volver a encontrarse, Anne se las imaginaba a las dos juntas. Al igual que con sus anteriores amantes potenciales, la fortuna de la joven heredera era parte de la atracción.

Anne esperaba que sus riquezas combinadas le permitieran completar sus ambiciones para Shibden, dejando lo suficiente para seguir viajando.

El enamoramiento de Anne con su nueva amiga se aceleró.

Smagen actual de Shibden.
Anne quería vivir con Ann Walker en Shibden.

Comenzaron a pasar tiempo en una casita aislada en los terrenos de Shibden que Anne había construido para su propia privacidad. A las pocas semanas de encontrarse, su relación se volvió íntima. Ann respondió con entusiasmo a los avances sexuales de Anne.

«Realmente me sentí bastante enamorada de ella en la cabaña», escribió Anne en su diario. «Quizás después de todo, ella me hará realmente más feliz que cualquiera de mis amores antiguas».

A lo largo de sus relaciones, Anne había estado en colisión con la sociedad en la que habitaba. Buscaba una mujer con quien vivir abiertamente cuando tales arreglos no tenían precedentes.

Mariana y Vere habían decidido casarse con hombres, pero estas decisiones tenían más que ver tanto con satisfacer las expectativas de la sociedad como con un rechazo a Anne. Pero mientras muchas mujeres se inclinaban ante lo inevitable, Anne se negaba constantemente a conformarse.

Después de solo dos meses, dejó claras sus intenciones a su joven amante. Quería que vivieran juntas en Shibden, como una pareja casada, y que compartieran su riqueza y sus propiedades.

Pero Ann, confundida por su cercanía con otra mujer y todavía afligida por la muerte de su prometido y sus padres, pidió seis meses para tomar una decisión.

Cuando llegó el día, le envió una carta a Anne. «Me resulta imposible decidirme», decía.

Irritada y dudando de que su relación tuviera futuro, Anne se fue a París y luego a Copenhague.

Retrato de Anne Lister en un cuadro.
Anne le propuso a Ann Walker que vivieran juntas, como una pareja casada.

Cuando regresó a Halifax varios meses después, Ann la estaba esperando. Había rechazado una oferta de matrimonio. Era el mensaje más claro.

A los 42 años y después de tanto tiempo buscando una compañera, Anne finalmente estaba a punto de obtener lo que quería. Ambas mujeres cambiaron sus testamentos, convirtiendo a la otra en inquilina vitalicia de sus bienes.

Anne también decidió contarle a su familia sobre sus planes. Se lo contó a una tía anciana, a su padre y a su hermana, quienes no se sorprendieron en absoluto: todos habían sido testigos de su cercanía con las mujeres a lo largo de su vida y Anne sintió que apoyaban su elección.

Anne anotó en su diario que se habían intercambiado anillos «como muestra de nuestra unión».

Un «matrimonio»

La «boda» de Anne Lister con Ann Walker tuvo lugar en la iglesia Holy Trinity en York el domingo de Pascua de 1834.

El evento fue puramente simbólico: asistir a la iglesia con otra mujer y tomar la comunión era suficiente ceremonia para Anne. Ella se tomaba en serio los valores de una unión tradicional. Sus días promiscuos habían terminado.

Interior de la iglesia Holy Trinity en York.
Anne Lister se «casó» con Ann Walker en la iglesia Holy Trinity en York en 1834.

Mariana, que había continuado siendo parte de la vida de Anne en todos sus viajes al extranjero y sus planes de la alta sociedad, admitió la derrota.

Las «recién casadas» se embarcaron en una luna de miel: tres meses de viaje por Francia y Suiza. A su regreso, Anne instaló a su «esposa» en Shibden. Carros cargados de muebles retumbaban por el camino entre sus casas.

El escándalo pronto fue la comidilla de Yorkshire. Anne Lister, que había recibido las burlas por parecer un hombre durante tantos años, ahora estaba actuando como tal.

Un anuncio burlón apareció en el diario Leeds Mercury anunciando el matrimonio del «Capitán Tom Lister de Shibden Hall con la señorita Ann Walker». También llegaron cartas anónimas dirigidas al «Capitán Lister» felicitando a la pareja «por su feliz unión».

«Probablemente tenían la intención de molestar, pero, si es así, fracasaron», escribió Anne en su diario.

La convivencia no fue fácil. Las mujeres tenían personalidades completamente diferentes: Anne gobernaba su patrimonio y se involucró en la política local, mientras que su nueva esposa a menudo se sentía descuidada, y sufría episodios regulares de tristeza.

Uno de los cuartos de Shibden
Aunque fueron la comidilla de Yyorkshire, Anne Lister y Ann Walker se instalaron en Shibden.

Un viaje final

Ambas se embarcaron en otros viajes que las llevaron a recorrer Francia hasta los Pirineos -Anne practicaba alpinismo-, Rusia y el Cáucaso.

Fue en esta región del este de Europa, en 1840, a los 49 años, donde Anne murió. Se cree que una picadura de insecto condujo a la fiebre que la mató.

Ann quedó varada a miles de kilómetros de su casa. Le tomó ocho largos e insoportables meses llevar el cuerpo de Anne a Halifax, viajando por el norte de Europa con el ataúd a su lado.

Como se decretó en el testamento de su pareja, Ann heredó el patrimonio de Shibden.

Sin embargo, esto no duró mucho.

Sus familiares, creyendo que ella tenía problemas de salud mental, consiguieron que un médico, un abogado y la policía entraran en la casa.

Ann fue encontrada encogida detrás de una puerta cerrada, rodeada de papeles y con un par de pistolas cargadas.

La llevaron al mismo asilo de York que todavía albergaba a Eliza Raine, la primera aventura de Anne.

Decodificando los diarios

La conservación de los diarios de Anne Lister se debe en parte a Ann, quien se aseguró de que los volúmenes finales regresaran sanos y salvos del Cáucaso. Pero tuvieron que pasar casi 150 años antes de que se revelaran sus contenidos.

Uno de los diarios de Anne Lister.
Los diarios tardaron decenas de años en poder ser decodificados.

Todo comenzó alrededor de 1890, cuando leyendo a la luz de las velas en una de las muchas habitaciones oscuras de Shibden, John Lister contemplaba las filas de garabatos ininteligibles que se extendían sobre el libro encuadernado en cuero que tenía ante él.

El extraño código de los diarios de su antepasada Anne Lister lo había disuadido durante años. Esa noche estaba resuelto a romperlo.

Había requerido la ayuda de un amigo, el profesor Arthur Burrell. Después de tomar prestados algunos de los diarios, confiaba en que había resuelto dos letras codificadas: h y e.

Unas horas más tarde, ambos se enteraron de lo que Anne Lister había estado escondiendo al mundo: sus detallados y abundantes relatos sobre el sexo con sus amigas.

«Casi ninguna se le había escapado», recordó Arthur.

Él le imploró a su amigo que quemara los diarios para evitar provocar un escándalo al orgulloso linaje Lister. Pero aunque estaba consternado por el contenido, que humillaría a su familia si se publicara, John no pudo destruirlo.

Así que escondió los 26 volúmenes en estantes ocultos en Shibden, donde permanecieron hasta su muerte en 1933.

John Lister y Arthur Burrell
John Lister y Arthur Burrell fueron los primeros que decodificaron los diarios de Anne Lister.

En los años siguientes -la casa pasó a propiedad pública-, los diarios de Anne fueron descubiertos y regalados a la Biblioteca de Halifax. El renuente Arthur Burrell decidió que estaba obligado a dar detalles del código al consejo.

Después, un pequeño número de investigadores estudió las cartas y diarios de Anne. Sin embargo, un comité del consejo exigió ver su trabajo primero paraeliminar cualquier «material inadecuado».

Los académicos accedieron al encubrimiento, dejando el secreto oculto.

Décadas después, en 1982, Helena Whitbread, una profesora de 52 años que acababa de completar sus estudios de Historia, buscaba el tema para un libro y le intrigó la historia de Anne.

Se encontró con el material en la biblioteca, incapaz de descifrar los diminutos e insondables símbolos, hasta que una empleada le dio una fotocopia del código de Arthur.

Esta vez, nadie pidió analizar lo que Helena podría descubrir. Se llevó a casa el diario de Anne de 1817 para comenzar a desentrañar el misterio.

¿La primera «lesbiana moderna»?

La comprensión moderna de la historia del lesbianismo, y las siguientes cuatro décadas de la vida de Helena, estaría determinada por lo que descubrió.

El trabajo fue laborioso. En 34 años, Anne había escrito cinco millones de palabras en 26 volúmenes, con otros 14 diarios de viaje. Alrededor de una sexta parte del material estaba escrito en clave.

Helena Whitbread.
El trabajo de Helena fue crucial para entender la vida de Anne Lister y la historia del lesbianismo.
El trabajo de Helena fue crucial para entender la vida de Anne Lister y la historia del lesbianismo.

Helena se dio cuenta de que «beso» era en realidad un código para el sexo, mientras que una Q con un bucle denotaba una experiencia sexual.

Después de pasar cinco años estudiando minuciosamente los diarios escritos entre 1817 y 1824, Helena publicó un libro en el que detallaba la intensa relación con Mariana y la red de amantes de Anne en todo Yorkshire.

Cuando I Know My Own Heart (Conozco Mi Propio Corazón) se publicó en 1988, causó sensación.

Hasta entonces, no había evidencia de sexo entre mujeres en el registro histórico. Los diarios de Anne detallaban un estilo de vida que muchos pensaban que no existía en el pasado.

Su promiscuidad demostró no solo que las mujeres la encontraban atractiva, sino que el deseo sexual lésbico era mucho más común de lo que se pensaba. Los diarios de Anne y sus detalles sexuales explícitos fueron tan impactantes que algunos incluso creyeron que eran mentira.

«Anne nos deja este registro voluminoso con el que es bastante difícil trabajar, pero nos dice mucho sobre la vida lesbiana en el siglo XIX», dice la profesora Caroline Gonda, de la Universidad de Cambridge.

«Nos habla de relaciones que no encajan con la idea de la amistad romántica de la década de 1800».

Pero lo que también es crucial en la historia de Anne es que no estaba sola. «La gente dice que ella era una excepción, pero ella no es la única lesbiana en el pueblo», dice Gonda.

Placa a Anne Lister.
En Halifax y York recuerdan a Anne Lister como la «primera lesbiana moderna».

Hoy en día, una placa colocada en su memoria en la iglesia de Holy Trinity en York, escena de su matrimonio con Ann Walker, describe a Anne como la «primera lesbiana moderna».

Mientras se debate esta definición, la importancia de Anne para la historia del lesbianismo no está en disputa.

La imaginación política.

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‘Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas de Málaga’ (1888), de Antonio Gisbert. MUSEO DEL PRADO

Autor: José Andrés Rojo

Fuente: El País, 04/04/2019

En alguna parte del tercer volumen de Tu rostro mañana, Javier Marías escribe: “Lo cierto es que nunca sabemos de quién proceden en origen las ideas y las convicciones que nos van conformando, las que calan en nosotros y adoptamos como una guía, las que retenemos sin proponérnoslo y hacemos nuestras”. Unas cuantas páginas después irrumpe en su relato una pintura, Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en Málaga,de Antonio Gisbert. Como ocurre a lo largo de toda la novela (unas 1.600 páginas), Marías salta de un lado a otro, se entretiene en múltiples digresiones, da vueltas sobre asuntos distintos. De la mano de un oscuro personaje, Tupra, que tiene unos cincuenta años y que trabaja en los servicios secretos británicos, el narrador de la obra de Marías se sumerge en las cloacas de la historia y descubre que lo que hay no es sino un rosario de chapuzas y traiciones, de violencias gratuitas, de daños involuntarios e irreparables. Ahí está el cuadro de Torrijos, con los cadáveres de los que ya han sido pasados por las armas y el noble porte de aquellos liberales que van a ser inmediatamente fusilados (y ese sombrero negro tirado en la playa, como un signo abrupto del desamparo de la muerte). No es casual que la prosa de Marías salte del cuadro de Gisbert a la Guerra Civil: “y también me acordé de los ejecutados sin juicio o con farsa en esas mismas playas de Málaga por quien la tomó más un siglo después con sus huestes franquistas y moras y con los Camisas Negras de Roatta o ‘Mancini”.

El Prado inauguró hace unos días una pequeña exposición que protagoniza el célebre cuadro del fusilamiento de Torrijos. Fue el primer encargo de una pintura que hizo el Estado destinado al museo y lo realizó el gabinete liberal de Práxedes Mateo Sagasta en 1886. Antonio Gisbert fue el elegido para su ejecución. Tenía que construir un símbolo que exaltara la lucha por la libertad en la construcción de la nación española. El 2 de diciembre de 1831, el general José María de Torrijos y Uriarte partió de Gibraltar con destino a Málaga acompañado de sesenta cómplices con el afán de provocar un alzamiento militar que restableciera el sistema constitucional. Las fuerzas de Fernando VII los detuvieron a los nueve días. Fueron fusilados, y se convirtieron en mártires de la larga batalla para derrotar al absolutismo. Espronceda, en el soneto que dedicó a Torrijos, ya subraya que esa sangre no había caído en vano: “Y los viles tiranos con espanto / siempre amenazando vean / alzarse sus espectros vengadores”.

Fue el historiador José Álvarez Junco el que recordó esos versos en su Mater dolorosa, donde trata de la idea de España en el siglo XIX. “Si la literatura había puesto palabras en la boca de nuestros antepasados, la pintura les dio forma y color, los imaginó de forma visible. Facilitó los ensueños sobre nuestro pasado”, escribe. Existían asuntos que tenían que prender en la imaginación popular. La entereza de Torrijos y los suyos ante la condena a muerte de los absolutistas era, para los liberales, uno de ellos.

Nunca sabemos de dónde proceden “las convicciones que nos van conformando”. De los cuadros y la literatura, hoy también del cine y las series, de la radio, la prensa, la televisión. Antonio Machado escribió en 1938: “Recordad el cuadro de Gisbert: la noble fraternidad ante la muerte de aquellos tres hombres cogidos de la mano”. Nos vamos haciendo políticamente gracias a esas historias que permanecen veladas en nuestra conciencia. No hay que olvidar que son construcciones y que, a veces, producen monstruos. Así que nunca está de más mantener frente a nuestras más íntimas certezas una saludable distancia irónica

 

La multimillonaria multa que Haití le pagó a Francia por convertirse en el primer país de América Latina en independizarse.

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Entre todos los pesares de Haití, hay uno que llama especialmente la atención por su incongruencia.

Fuente: BBC, 30/12/2018.

Hace 215 años Haití se convirtió en la primera nación independiente en América Latina, la república negra más antigua del mundo y la segunda república más antigua del hemisferio occidental después de Estados Unidos.

Todo esto se logró tras la única revuelta de esclavos exitosa en la historia humana.

Esas son muchas razones de orgullo para una nación que, desde hace mucho tiempo, encabeza otras listas mucho más dolorosas.

Haití es el país más pobre de América y uno de los más pobres del mundo, según cualquiera de los organismos que elabora esas clasificaciones, incluidos el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.

Las razones son tantas que quienes quieren ayudar se quedan atónitos.

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Haití es un país que ha sido golpeado por múltiples tragedias.

Haití ha sido escenario de esclavitud, revolución, deuda, deforestación, corrupción, explotación y violencia. Sin olvidar la colonización, la ocupación por EE.UU., revueltas, golpes de Estado y dictaduras hasta la llegada en 1957 de François «Papa Doc» Duvalier, quien impuso uno de los regímenes más corruptos y represivos de la historia moderna que duró 28 años y causó muchas atrocidades y malversaciones.

No sorprende que ni la infraestructura, ni la educación, ni la salud, ni ningún otro bien público haya sido prioridad.

Eso en un país con el infortunio de estar ubicado sobre la falla principal entre las placas tectónicas de Norteamérica y el Caribe y en la pista principal de huracanes de la región, lo que hace que los desastres naturales sean aún más desastrosos.

En medio de tantos pesares, hay uno que resalta por incongruente a ojos contemporáneos: por declarar su independencia Haití tuvo que pagarle una cuantiosa indemnización al poder colonial del que se liberó.

De Ayiti a La Española a Saint-Domingue

Cristóbal Colón llegó a la isla que hoy alberga las Repúblicas de Haití y Dominicana en diciembre de 1492.

Mapa de cuando era colonia española y francesaDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionUno de los primeros lugares con los que se topó Colón.

Asumiéndola como territorio de la corona española, Colón bautizó la isla La Hispaniola o La Española, conoció a los nativos, que eran taínos, los llamó «indios» y con ellos pasó su primera Navidad en el Nuevo Mundo.

Aunque inicialmente la explotación de yacimientos de oro y la producción azucarera entusiasmó a los colonizadores, el descubrimiento de una enorme riqueza en el continente americano hizo que el interés por La Española menguara, particularmente el interés por la parte occidental de la isla.

Así, los bucaneros ingleses, holandeses y franceses se disputaron lo que los nativos taínos habían conocido como Ayiti.

Los que viajaban con la bandera de Luis XIV, «el Rey Sol» francés, asumieron gradualmente el control de esa esquina de la isla y en 1665 Francia la reclamó formalmente y la nombró Saint-Domingue.

30 años más tarde, Madrid le cedió formalmente un tercio de La Española a París.

La perla de las Antillas

Los franceses convirtieron Saint-Domingue en una de las colonias más ricas del mundo, y la más lucrativa del Caribe.

Llegando a Santo Domingo, grabado del siglo XVII.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionLos bucaneros franceses llegan en la costa occidental de la isla española de Hispaniola, también llamada Santo Domingo/Saint-Domingue, en el Caribe.

Para 1789, el 75% de la producción de azúcar del mundo provenía de Saint-Domingue, así como gran parte de la riqueza y gloria de Francia.

La llamada perla de las Antillas producía además café, tabaco, cacao, algodón e índigo, y lideró el mundo en la producción de cada uno de estos cultivos en un momento u otro durante el siglo XVIII.

La enorme riqueza que producía la fabulosa colonia era extraída gracias a la importación de decenas de miles de esclavos al año y la implementación de un duro sistema de esclavitud.

Azúcar amarga

Es aquí donde los números se tornan amargos: a finales de ese económicamente exitoso siglo XVIII, la perla de las Antillas fue el destino de un tercio de todo el comercio de esclavos en el Atlántico.

La alta demanda era resultado de la alta tasa de mortalidad de los esclavos: su promedio de vida era 21 años, y muchos morían tan solo tres meses después de haber llegado.

Enfermedad, exceso de trabajo y el sadismo de los supervisores eran los causantes de la mayoría de las muertes.

Grabado de un boceto del soldado británico Marcus Rainsford que muestra cómo entrenaban a los sabuesos en Santo Domingo usando esclavos, 1791-1803.Derechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionGrabado de un boceto del soldado británico Marcus Rainsford que muestra cómo entrenaban a los sabuesos en Santo Domingo usando esclavos, 1791-1803.

Un escrito del autor haitiano Pompée Valentin, a menudo citado por su rareza y su elocuencia, ilustra el tratamiento que se le daba a los esclavos en las plantaciones haitianas:

¿No han colgado hombres con la cabeza hacia abajo, los han ahogado en sacos, los han crucificado en tablas, los han enterrado vivos, los han aplastado con morteros?

¿No los han obligado a consumir las heces?

Y, después de haberlos desollado con el látigo, ¿no los han arrojado vivos para ser devorados por gusanos o sobre hormigueros, o los han atado a estacas en el pantano para ser devorados por mosquitos? ¿No los han echado en calderos de jarabe de caña hirviendo?

¿No han puesto hombres y mujeres dentro de barriles tachonados con púas y los han hecho rodar por las laderas de las montañas hasta el abismo?

¿No han consignado estos negros miserables a los perros que se comen al hombre hasta que estos últimos, saciados por la carne humana, dejaron a las víctimas destrozadas para ser rematadas con bayoneta y puñal?

La Revolución de les gens de couleur de Saint-Domingue

El eco de la Revolución Francesa de 1789 llegó a la rica colonia donde los denominados gens de couleur y los esclavos se empezaron a preguntar cómo aplicaba la Declaración de los Derechos Humanos del Hombre a su situación.

En 1791, un hombre de origen jamaicano llamado Boukman se convirtió en el líder de los esclavos africanos en una gran plantación en Cap-Français.

Siguiendo el modelo de la revolución en Francia, el 22 de agosto de ese año, los esclavos destruyeron las plantaciones y ejecutaron a todos los blancos que vivían en la región.

Levantamiento de esclavos en gran plantación en Cap-FrançaisDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionPrimer ataque de una lucha que se extendería por 12 años.

Fue la primera acción de un levantamiento que se convirtió en guerra civil y luego en batalla frontal contra las fuerzas de Napoleón Bonaparte, y que tardó 12 años en alcanzar su objetivo: expulsar a los franceses.

El 1 de enero de 1804, Haití declaró su independencia y Jean-Jacques Dessalines se convirtió en su primer gobernante, inicialmente como gobernador general, y después como emperador Jacques I de Haití, título que él mismo se asignó.

Dessalines dio la orden de que todos los hombres blancos fueran condenados a muerte.

Y así fue: desde principios de febrero hasta mediados de abril de ese año tuvo lugar la masacre de Haití, que se cobró la vida de entre 3.000 y 5.000 hombres y mujeres blancos de todas las edades.

Sin intención de ocultar lo sucedido, Dessalines hizo una declaración oficial: «Hemos dado a estos verdaderos caníbales guerra por guerra, crimen por crimen, indignación por indignación. Sí, he salvado a mi país, he vengado a América».

La cuenta de cobro

La larga lucha por la independencia les había dado a los esclavos autonomía, pero también había destruido la mayoría de las plantaciones y la infraestructura del país.

El costo humano era también enorme: se calcula que de los 425.000 esclavos quedaron sólo 170.000 en condiciones de trabajar para reconstruir el flamante país.

Dessalines con cabeza de blanco cortadaDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionDessalines siguió el ejemplo de la Revolución Francesa, pero sin guillotinas.

La brutal venganza contra los blancos tomada después de que Francia se rindiera trajo el desprecio de muchas naciones.

ninguna reconoció a Haití diplomáticamente.

Sumado a esto, lo que había ocurrido en Saint-Domingue era la peor pesadilla de todos los poderes que tenían colonias en la vecindad, por lo que dejaron a Haití en «cuarentena» para prevenir el contagio.

Fue así que ocurrió lo difícilmente imaginable.

El 17 de abril de 1825, el presidente haitiano Jean-Pierre Boyer firmó la Real Ordenanza de Carlos X.

Callejón con una sola salida

La ordenanza le prometía a Haití reconocimiento diplomático francés a cambio de un arancel del 50% de reducción a las importaciones francesas y una indemnización de 150.000.000 francos (unos US$21.000 millones de hoy), pagadera en cinco cuotas.

¿Por qué una indemnización?

Porque el nuevo país tenía que compensar a los plantadores franceses por las propiedades que habían perdido, no sólo tierra sino también esclavos.

François-Dominique Toussaint L'ouverture, alias El Napoleón Negro, uno de los héroes de la Revolución que tan caro les costó. George De BaptisteDerechos de autor de la imagenGETTY IMAGES
Image captionFrançois-Dominique Toussaint L’ouverture, alias El Napoleón Negro, uno de los héroes de la Revolución que tan caro les costó.

Y si el gobierno haitiano no firmaba el acuerdo, el país no sólo seguiría aislado diplomáticamente sino que sería bloqueado por una flotilla de buques de guerra franceses que ya estaba en la costa haitiana.

Esos 150.000.000 francos en oro equivalían a los ingresos anuales del gobierno haitiano multiplicados por 10, de manera que no sorprendió que cuando llegó el momento de hacer el primer pago Haití tuviera que pedir un préstamo.

Francia no tenía problema con que lo hiciera, siempre y cuando acudiera a un banco francés.

La deuda de la Independencia

Así empezó formalmente lo que se conoce como la deuda de la Independencia.

Dibujo de la bandera de 1838Derechos de autor de la imagen GETTY IMAGES
Image captionDibujo de la bandera de 1838, cuando ya el país estaba irremediablemente endeudado.

Un banco francés le prestó a Haití 30.000.000 francos -el monto de la primera cuota que debía- y le dedujo automáticamente 6.000.000 francos por comisiones.

Con lo que quedó, 24.000.000 francos, Haití le empezó a pagar reparaciones a Francia, lo que quiere decir que ese dinero pasó directo de las bóvedas del banco francés a las de la tesorería francesa.

En ese mismo instante, Haití quedó debiéndole 30.000.000 francos al banco francés y 6.000.000 francos más de la deuda total a Francia que lo que debía antes de hacer el primer pago.

Era una espiral sin fin para pagar una deuda inmensa que incluso cuando fue rebajada a la mitad en 1830 era demasiado alta para el país caribeño.

Tuvo que pedir enormes préstamos a bancos estadounidenses, franceses y alemanes con tasas de interés exorbitantes que le obligaban a destinar la mayor parte del presupuesto nacional en reembolsos.

Finalmente, en 1947 Haití terminó de compensar a los dueños de las plantaciones de aquella colonia francesa que fue la perla de las Antillas.

Le tomó 122 años pagar su deuda de la Independencia.

Fernando VII, ¿el deseado?

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Fuente: Historia de la Iberia vieja. 26/XI/2018

n 1814, tras la derrota de los ejércitos franceses y la expulsión de José Bonaparte, Napoleón acabó reconociendo a Fernando VII como rey, liberándole y devolviéndole el trono mediante el Tratado de Valençay. Nada más poner un pie en España, entrando por el camino de Valencia, recibe de la mano de un grupo de diputados afectos a su persona el llamado Manifiesto de los Persas, una auténtica declaración a favor de la restauración del régimen absolutista.

Lo firmaban 69 diputados en total y lo habían mandado a imprimir, además, para que fuera “conocido por todos por medio de la prensa”. El título completo del documento era Representación y manifiesto que algunos diputados a las Cortes Ordinarias firmaron en los mayores apuros de su opresión en Madrid, para que la Magestad del Señor D. Fernando el VII a la entrada en España de vuelta de su cautividad, se penetrase del estado de la nación, del deseo de sus provincias, y del remedio que creían oportuno; todo fue presentado á S.M. en Valencia por uno de dichos diputados, y se imprime en cumplimiento de real orden.

Así pues, El Deseado pasó a cumplir los deseos de sus partidarios de restaurar el régimen absolutista, perseguir a los liberales e instaurar un gobierno caracterizado por la mano de hierro. Fue exactamente lo mismo que hicieron el resto de monarquías europeas tras la caída del Imperio napoleónico, ni más ni menos: esforzarse por legitimarse en la tradición, combatiendo los principios revolucionarios que habían acabado desembocando en la Revolución Francesa, el asesinato de la familia real francesa y la posterior instauración del Imperio –que había puesto la soberanía nacional en manos de la voluntad general de los súbditos, en contraposición a la soberanía por derecho divino.

Para llevar a cabo esta tarea, Fernando VII instauró un régimen de represión y persecución tan feroz, que fue necesaria la creación de la Policía, cuerpo de seguridad que ha llegado hasta nuestros días. Las funciones que Fernando VII dio a la recién creada “Policía General del Reino” por aquella época quedaron reflejadas en el decreto publicado el 13 de enero de 1824:

“Debe hacerme conocer la opinión y las necesidades de mis pueblos, e indicarme los medios para reprimir el espíritu de sedición, de extirpar los elementos de la discordia y de obstruir todos los manantiales de la prosperidad”, aunque también había otras más cotidianas, como “impedir que se coloquen tiestos, cajas u otros objetos de esta clase en ventanas, azoteas o tejados donde puedan caerse y dañar a los que por ellas transiten”.

Tras el breve paréntesis del Trienio Liberal (1820-1823), en el que Fernando VII simuló someterse a un nuevo régimen constitucional, dio comienzo lo que la historia bautizó como la Década Ominosa (1823- 1833), el último periodo de su reinado, en el que actuó con más dureza si cabe, llevado por el enfado y los deseos de venganza. Ya le habían quitado la varita del poder dos veces, y no estaba dispuesto a dejar que sucediera una tercera vez.

Cerró periódicos y universidades, erradicó cualquier atisbo de liberalismo, prohibió las sociedades secretas tanto en España como en América, y se produjeron levantamientos absolutistas. Fue durante este periodo cuando empezó a desmembrarse el Imperio Español, con la pérdida de la práctica totalidad de las colonias americanas. Hoy, parece que lo único que hizo este rey por sus súbditos fue engañarles, imponerles un régimen absolutista y actuar únicamente a favor de sus intereses personales. En general, el perfil de este monarca se ha pintado con una paleta de colores peyorativos: chaquetero, corrupto, dictatorial, traicionero y vengativo.

Algunos, incluso, han llegado a afirmar que, de todos los reyes y reinas que ha tenido la Corona española, Fernando VII fue el que menos satisfizo a los españoles durante su regencia. Pero, ¿es cierto? ¿Hizo alguna aportación beneficiosa? Pasados los años, y con las gafas de la distancia, si le sometiéramos a una especie de juicio moderno, ¿cuál sería el veredicto? ¿Culpable o inocente?

Es verdad que, como rey de España, quizá no supo estar a la altura de un pueblo que derramó sangre por él, luchando en el frente de batalla para que “El Deseado”, como así le llamaban,volviera a coger las riendas del poder tras la ocupación napoleónica; pero no es menos cierto que a este monarca le tocó enfrentarse con un enemigo inédito: el terror gabacho había degollado a la monarquía francesa. Las cabezas de Luis XVI y María Antonieta sobre el cesto lanzaban un mensaje muy claro: un día, tu propio pueblo, instigado por los afrancesados, te puede mandar al cadalso en nombre de palabras tan gloriosas como “igualdad, libertad y fraternidad”.

Las reformas de las Cortes de Cádiz

 

Autor: Eduardo Montagut.

Fuente: Nueva Tribuna. 22/11/2018.

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Las Cortes de Cádiz, además de la Constitución de 1812, y de proclamar la soberanía nacional, aprobaron una serie de disposiciones legales de carácter político, administrativo, económico y social que supusieron una ruptura total con las estructuras del Antiguo Régimen. Son menos conocidas que el texto constitucional, pero de profunda significación para el futuro.

En primer lugar, se planteó una desamortización de gran calado, aunque ya Godoy había decretado una primera, algo más tímida. Ahora se aplicaría a las propiedades de los afrancesados por considerarlos traidores, de las disueltas Órdenes Militares, de los jesuitas, de una parte de los conventos, y la mitad de las tierras de los concejos, los propios y baldíos. Su propósito inicial era el de intentar sanear los problemas hacendísticos del Estado, una característica que definiría claramente el sentido de las futuras desamortizaciones, sin ningún contenido de reforma agraria. También se abolieron los privilegios de la Mesta, y se permitió el cercamiento de las tierras.

Se estableció el fin de la vinculación de la tierra en relación con los mayorazgos. Además, se suprimió el régimen señorial. Se abolieron los derechos feudales y los señoríos jurisdiccionales (1811), es decir, la dependencia personal de los campesinos. Los señores no podrían administrar justicia ni percibir rentas, aunque conservaron casi todos sus bienes porque sus posesiones serían convertidas en propiedades privadas. El nuevo Estado liberal se sustentaba en la igualdad legal de los ciudadanos, por lo que no podía mantenerse la jurisdicción señorial. Otra cuestión muy distinta era desposeer a la nobleza de sus propiedades, algo que explicaría la relativa facilidad con la que el antaño estamento privilegiado se adaptaría al nuevo orden liberal frente a lo que ocurrió con la Iglesia.

Se decretó la libertad de trabajo y de contratos. Suponía abolir los gremios (1813). Se trataba de una clara aplicación de los principios del liberalismo económico. Es importante destacar que esta libertad de contratación y de empresa tenía su contrapartida: el final de la cobertura laboral y ante los riesgos de la vida que ofrecían los gremios hacia sus miembros, una consecuencia social de gran envergadura, y que con el tiempo se agravaría ante el hecho de que la Iglesia no pudo seguir ejerciendo con amplitud su labor social de antaño, y el nuevo Estado liberal carecía de medios y voluntad para atender a desfavorecidos, enfermos, ancianos y marginados, que constituyeron un porcentaje muy elevado de la población española.

Por fin, se suprimió el Santo Oficio de la Inquisición, algo fundamental desde la ideología liberal por considerar que se trataba de una institución que atentaba contra la libertad de pensamiento y había imposibilitado el desarrollo de la ciencia en España desde hacía más de dos siglos. En este sentido, y siempre dentro de la lógica liberal, es importante destacar la labor de las Cortes a favor de la libertad de expresión, o de imprenta, como era concebida en ese momento. Se abolió la censura sobre los escritos políticos.

Las Cortes intentaron establecer un nuevo modelo de organización territorial distinto al del Antiguo Régimen, eliminando reinos, provincias e intendencias del pasado más remoto o más cercano del despotismo ilustrado. Los diputados liberales buscaban un modelo provincial de uniformidad territorial y de centralización, en línea con la idea de la igualdad ante la ley, y sin concebir ninguna particularidad territorial, marcando el sello profundamente centralizador del liberalismo español durante todo el siglo XIX.

Pero, al igual que la Constitución, estas medidas apenas pudieron aplicarse a causa de la guerra y de la restauración posterior del absolutismo. Aún así, esta legislación fue el referente de las futuras leyes y reformas que los liberales desarrollaron en el reinado de Isabel II, iniciando el peculiar proceso de Revolución liberal en España.

La asistencia social de la Iglesia entre el Antiguo Régimen y el Estado liberal.

Caricatura sobre el papel de la Iglesia en el carlismo. Revista La Flaca de 1869.

Autor: Eduardo Montagut.

Fuente: nuevatribuna.es 9/10/2018

La Iglesia española, con un evidente protagonismo del clero regular, monopolizó la acción social durante el Antiguo Régimen, que vendría a ser la larga época dorada del concepto intervencionista de la caridad. El despotismo ilustrado en el siglo XVIII, desde un marcado utilitarismo, comenzó a cuestionar el monopolio eclesiástico y planteó la necesidad de la intervención, pero del Estado, aunque sería la Revolución Liberal quien plantease claramente una alternativa al peso indiscutible de la Iglesia, y por dos razones: una sería de orden económico, y la otra tendría que ver con la voluntad política.

El largo proceso desamortizador eclesiástico español iniciado con Godoy, seguido por los afrancesados y los liberales de Cádiz y del Trienio, para llegar a su máxima expresión con las desamortizaciones de Mendizábal y, en menor grado, de Madoz, ya que su desamortización sería eminentemente civil, produjo un verdadero desastre económico para la Iglesia, ya que perdió gran parte de su patrimonio, con la consiguiente repercusión en los centros e instituciones benéficas que mantenía, además de la merma en recursos humanos derivada de las exclaustraciones.

En otro sentido, el nuevo orden liberal, fundado en las Cortes de Cádiz, consideraba que el Estado debía desempeñar la función asistencial dentro de su nueva estructura administrativa para paliar los problemas derivados de la vida de los ciudadanos, aunque nunca como desde la defensa de la redistribución de la renta, aspecto propio de los muy posteriores estados del bienestar, algo inconcebible desde el liberalismo económico. En este sentido, es importante destacar el Decreto de las Cortes de 21 de diciembre de 1821 en el que se trazaba un organigrama administrativo a través de las Juntas de Beneficencia municipales y provinciales.

Pero si la causa económica es muy clara para entender el bache profundo que sufrió la Iglesia en relación con el papel que había adquirido desde el pasado más remoto, la de tipo político es más problemática. Y lo es porque el Estado español, primero por los vaivenes derivados del complejo proceso de la Revolución liberal, y luego y en paralelo, por sus seculares carencias financieras, no pudo asumir esta nueva misión asistencial debidamente ni tan siquiera con la relativa estabilidad del régimen isabelino.

Y esta es la razón por la que el Estado liberal español terminó por devolver parte del protagonismo de la atención a la Iglesia, especialmente en la época de la Restauración borbónica, coincidiendo con un resurgir del poder eclesiástico en general y, muy especialmente, en la educación. Ese nuevo protagonismo no sólo se produjo en instituciones vinculadas directamente con la Iglesia, sino, también suministrando personal sanitario y de asistencia en instituciones públicas. Este último asunto tiene su importancia porque con el tiempo se generaría un evidente conflicto porque, especialmente, las clases medias tenían en el ejercicio de la sanidad un interés profesional evidente, tanto para las profesiones que en aquella época se destinaban a hombres, como para las subalternas asignadas a las mujeres, y que ocupaban, en gran medida, especialmente las segundas, con las monjas y hermanas de la caridad. No cabe duda que esa competencia nutriría una parte creciente del anticlericalismo de algunos sectores sociales españoles. Ese control eclesiástico también era cuestionado por el movimiento obrero, especialmente por el socialista que criticaba la presencia eclesiástica en los hospitales. Este conflicto se agudizaría en el siglo XX cuando fueron, además, apareciendo nuevos factores que terminarían por apartar a la Iglesia de esta tarea, mientras conservaba un enorme poder en la otra función cara a la sociedad, la educación, y que mantiene hoy en día.